La pintura de Henri de Toulouse-Lautrec (18641901), que tuvo su momento de apogeo alrededor del año
1895, se sitúa en la misma línea de atenta observación realista de los lienzos
de Degas.
Nacido en Albi, pertenecía a una
de las estirpes más ilustres de Francia, ya que descendía de los condes
de Toulouse, que habían conquistado Jerusalén en la primera Cruzada, junto a
Godofredo de Bouillon, y eran dueños de casi todo el sur de Francia. Su padre
fue el conde Alphonse de Toulouse-Lautrec Monfa, gran aficionado a la caza a
caballo, que practicaba en sus dominios familiares del Midi, y además hombre
algo extravagante. Su madre, Adele Tapié de Céleyran, era persona muy culta, y
pertenecía a una familia noble del sur de Francia.
Henri de Toulouse-Lautrec ya
desde sus primeros años se vio obligado a hacer curas en balnearios y empezó
con irregularidad sus estudios en París, donde, desde 1872, la familia pasaba
gran parte del año.
A los catorce y quince años había
sufrido dos caídas -debidas quizás a una flojedad en sus huesos que le habían
quebrado las piernas, y a consecuencia de ello quedó con una figura grotesca:
un tronco desarrollado con normalidad sobre dos piernas cortísimas. Como sucede
en los cuentos infantiles, el último descendiente de una estirpe de reyes fue un
enanito.
⇦ La Goulue de Henri de Toulouse-Lautrec. "La Goulue", protagonista de este cartel litográfico, era una mujer de bandera, ex amante de un anarquista ajusticiado y bailarina de cancán en el Moulin Rouge, el café concierto más postinero de París. Su fama fue efímera, pero Toulouse-Lautrec le regaló con este cartel la inmortalidad.
Desde su niñez demostró gran afición por el dibujo, especialmente de animales, por lo que sus padres le pusieron un profesor, René Princeteau, autor de escenas militares y ecuestres. Después, influido por Degas y por el arte del inglés J. Lewis-Brown, se dedicó a tomar apuntes de caballos y de escenas del turf, y se aficionó mucho a las estampas japonesas.
Desde su niñez demostró gran afición por el dibujo, especialmente de animales, por lo que sus padres le pusieron un profesor, René Princeteau, autor de escenas militares y ecuestres. Después, influido por Degas y por el arte del inglés J. Lewis-Brown, se dedicó a tomar apuntes de caballos y de escenas del turf, y se aficionó mucho a las estampas japonesas.
Sus primeras obras: Artillero ensillando un caballo y Mailcoach en Niza denotan ya un gran
virtuosismo en su técnica y evidente modernidad en la concepción.
Más tarde, cuando hubo concluido
su bachillerato, fue por un corto tiempo discípulo de Bonnat y Cormon. Por
entonces le influyen sobre todo los ilustradores en boga, como Willette o Jean-Louis Farain; pero no
tardó en descubrir con admiración a Manet y, sobre todo, a Degas, admiración esta última, que provocó en él una decidida
vocación por los asuntos naturalistas y le apartó definitivamente de su antiguo
estilo, de formación académica. Como ya se ha anotado, en esa época conoció a Van
Gogh durante su estancia en París, y pronto instaló su estudio propio en el
corazón de Montmartre.
La payasa Cha-U-Kao de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Su nombre, pronunciado a la francesa -chau-hutchaos- significa "barullo y desorden". Toulouse-Lautrec la retrató en 1895 en una actitud de abandono que la afea, pese a que las fotografías de la época la muestran bonita y graciosa. Así, esta imagen es casi una protesta.
Allí, lejos de sus castillos y
blasones aristocráticos, se dedicó a trazar el retrato de la vida de París. Los
temas fueron varios: las carreras de caballos en los hipódromos elegantes, las
bailarinas de café-concert, el cancán
del Moulin Rouge, los payasos y
acróbatas de las pistas de circo y la inquietante y abigarrada fauna humana de
los burdeles: toda la elegancia espumosa y ya un poco moribunda de la vida
nocturna de los elegantes, que frecuentaba con un grupo de amigos capitaneados
por su primo Gabriel Tapié de Céleyran, médico de profesión, de quién pintó un
retrato -hoy célebre- que le representa, con sombrero de copa, en él vestíbulo
de la Comédie Française (Museo Toulouse-Lautrec, Albi).
La toilette de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Este cuadro es uno de los esbozos -dibujos y óleos sobre cartón- para una serie de litografías que Toulouse-Lautrec tituló simplemente "Elles". Sus modelos, profesionales del amor, posan con una naturalidad y espontaneidad que les confiere la gracia de las ninfas o las diosas antiguas. Son desnudos admirables, libres y naturales y, por tanto, castos. Una demostración de que el arte y la moral no son incompatibles.
Ese mundo turbador fue captado
por Toulouse-Lautrec en lienzos admirables por su aguda percepción del
movimiento, por las expresiones y efectos de luz y -sobre todo- por su grafismo
nervioso, por los contornos de líneas vibrantes, aprendidos en las estampas
japonesas del siglo XVIII, largamente contempladas en la trastienda del
"Pere"Tanguy, amigo de todos los pintores desconocidos de París, a
los que prestaba telas y colores cuando no tenían dinero para pagarle. Este
"japonesismo", que ya había influido antes en Degas, explica que
Toulouse-Lautrec se sintiese atraído por los temas llenos de movimiento:
carreras, music-hall, circo.
⇦ Gabriel Tapié de Céleyran de Henri de Toulouse-Lautrec (Museo Toulouse-Lautrec, Albi). El retratado era el primo hermano del pintor. Lo representó en una actitud pensativa, incluso triste, vestido de etiqueta y sombrero de copa. Al fondo se ven dos figuras femeninas lo que podría llevar a pensar que el retrato fue realizado en una de las frecuentes visitas de Toulouse-Lautrec a los cafés parisinos.
Quien le introdujo en la vida
nocturna de Montmartre fue el poeta y chansonnier
Aristide Bruant, al cual el pintor representó tantas veces con su vestido de
terciopelo negro, su gran bufanda roja y su sombrero de alas anchas. Bruant
cantaba en el cabaret Le Mirliton,
para el que Toulouse-Lautrec realizó uno de sus primeros carteles. Luego se
hizo asiduo del Moulin Rouge, que
inmortalizó en varios cuadros y para el que realizó carteles famosos. En la
mayoría figuran las componentes del célebre cancán: La Môme Fromage, Grille
d’Égout, Nini Patte en l’Air y
-sobre todo- Louise Weber, llamada La
Goulue, que, en 1890, a los 20 años, llevaba su flequillo rubio y mostraba
-como el mismo Toulouse-Lautrec- un terrible apetito por todos los placeres de
la vida: comer, beber, divertirse, bailar, triunfar. Yvette Guilbert describe
así su famoso número del Moulin Rouge:
“La Goulue, con sus medias de seda
negra, tomaba su pie con la mano y lo llevaba más alto que su cabeza, mientras
hacía ondular sus sesenta metros de puntillas de sus enaguas y mostraba su
pantalón”. La mirada, siempre en acecho, de Toulouse-Lautrec descubría a las
diosas del café-concert extrañamente
maquilladas y con la sorprendente iluminación de abajo arriba que proyectaban
las candilejas. Para ellas realizó una fantástica serie de carteles utilizando
la litografía en colores, modalidad que revolucionó totalmente: Jane Avril,
alegre, con su silueta elegante y fina, danzaba “como una orquídea en delirio”,
según decía Maurice Joyant; Yvette Guilbert, la cantante de los largos guantes
negros, que en 1895 tenía el mismo éxito entre el gran público y los
intelectuales que Greta Garbo en 1930 o Brigitte Bardot en 1960; May Belfort,
la irlandesa que aparecía en escena perversamente vestida de bebé, con un
gatito negro en los brazos; la pelirroja inglesa May Milton, y tantas otras. Para
todas ellas, los muros del París de la belle
époque se cubrían con la floración fastuosa y los colores brillantes de los
carteles de Toulouse-Lautrec, sin los cuales no se podría explicar
satisfactoriamente el primer estilo, entre parisiense y barcelonés, de Picasso.
Izquierda: El jockey de Longchamps de Henri de Toulouse-Lautrec (Biblioteca Nacional, París). Toulouse-Lautrec realizó numerosos dibujos y pinturas con el tema de las carreras de caballos. En ellos se advierte que el artista pretendió dotar de fuerza y velocidad a la representación de los caballos dibujándolos con las cuatro patas en el aire momento que se produce al galopar. Las imágenes de Toulouse-Lautrec tienen algo de fotografía instantánea; pretende captar un momento de gran velocidad en movimiento. Derecha: Cartel que Toulouse-Lautrec pintó cuando Aristide Bruant fue "vedette" del café concierto "Mirliton". Al director le pareció una monstruosidad, pero Bruant rugió: "Si a las ocho menos cuarto, no a las ocho, los carteles no están puestos, no actúo, ¿entiendes?". Después del éxito, Bruant, condescendiente: "Y, para castigarte, ahora me vas a cubrir todos los muros de París". Lo que fue hecho.
Pronto colaboró, como ilustrador,
en varias revistas de la época, como L’Escarmouche,
el Fígaro Illustré y Le Rire. En 1893 celebró una exposición
en la Galería Goupil, e invitó a Degas, quien después de contemplar largo
tiempo en silencio sus cuadros y dibujos, los aprobó, en el momento de abrir la
puerta para salir, con una frase breve: Ca,
Lautrec, on voit que vous êtes du bâtiment!
En 1895 decoró con paneles
pintados sobre sargas el barracón que La
Goulue instaló en la Foire du Trône
y que ahora se hallan en el Musée d’Orsay
Tras un viaje a Londres,
efectuado en 1898, en ocasión de una exposición de obras suyas allí celebrada,
su salud quedó muy postrada a causa de su trepidante vida nocturna y de sus
abusos de las bebidas alcohólicas, y durante el año siguiente siguió una cura
de desintoxicación en una clínica. Convaleciente, creyendo recuperada su salud,
se trasladó a Le Havre, donde realizó uno de sus últimos retratos: miss Dolly,
una inglesa camarera del café-concert “Le
Star”, para la que pintó una tela maravillosa, toda entonada en rosas y azules,
que acompañan su abundante cabellera rubia.
En el salón de Henri de Toulouse-Lautrec (Museo de Toulouse-Lautrec, Albi). Este cuadro fue la conclusión de una serie de estudios sobre las residentes de un prostíbulo de la "Rue des Moulins". Es una obra maestra que escamotea los detalles vulgares. Sus protagonistas -Mireille, Rolande- pueden ser feas y dolientes, pero nunca repugnantes. El arte del pintor reside en esto: decir las más duras verdades con un acento ligero, espiritual; en el don de extasiarse, de descubrir una noble belleza allí donde nadie la ve.
Izquierda: Jane Avril de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Bailarina del Moulin Rouge que danzaba con tan alada gracia que la llamaban "la etérea". Jamás vulgar ni provocativa, su amistad con el pintor fue profunda y duradera. Derecha: Ivette saludando al público de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). lvette Guilbert, espiritual y cultivada, tenía "grandes ojos inteligentes, perdidos en el vacío" y la suerte de agradar por igual tanto al público poco cultivado como a los intelectuales. Cincuenta años de éxito ininterrumpido lo atestiguan. El pintor hizo varios cuadros para ella.
En 1901, habiendo reincidido en
la bebida, sufrió un ataque de parálisis y se hizo transportar al lado de su
madre en el castillo de Malromé (Gironda), donde murió a la edad de treinta y
siete años. Con su figura de enano, su mirada llena de ternura y su ironía
siempre vigilante, Toulouse-Lautrec -pese a su corta vida- creó para siempre un
mito aun hoy deslumbrante: el del París de fin de siglo.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.