La revolución arquitectónica que se produjo en el siglo paralelamente a la mutación de la sociedad, se puso de manifiesto tanto por una renovación técnica como por la aparición de nuevas teorías. Esas técnicas modernas fueron la consecuencia de la disponibilidad de nuevos materiales estrechamente ligados a la Revolución industrial: fundición, hierro, acero y hormigón armado. A su vez, las nuevas teorías provenían directamente de la ideología racionalista, que era la de la clase dirigente.
Esta estrecha correspondencia entre revolución arquitectónica y Revolución industrial resulta más patente si recordamos que los pilares de fundición, elementos fundamentales en la primera fase de la arquitectura metálica, fueron inicialmente utilizados en los talleres textiles para sustituir las vigas de madera del techo que, por su poca resistencia, exigían un excesivo número de pilares de apoyo, con lo que estorbaban la colocación de las máquinas y la circulación de los obreros. Recordemos también que la carpintería metálica surgió a consecuencia de una huelga de carpinteros de obra, con lo que las fábricas de Le Creusot tuvieron la idea de remplazar el maderamen por viguetas de hierro. A partir de ese momento, el mecánico sustituirá progresivamente al albañil, del mismo modo que el ingeniero suplantará al arquitecto. Mecánicos e ingenieros serán los favoritos de la civilización industrial, en tanto que los albañiles y arquitectos aparecerán como hombres del pasado. El hecho de que la mayoría de arquitectos del siglo XIX y gran parte del XX se opusieran decididamente a esas modernas técnicas y a esos nuevos materiales, aferrados a la tradición de una arquitectura surgida del Renacimiento, contribuyó a acreditarlos como pasados de moda, mientras los ingenieros, con sus puentes, estaciones de ferrocarril y pabellones de exposiciones, se iban imponiendo como los constructores del futuro.
Dado que la facilidad del transporte era indispensable para aquella naciente civilización industrial, no debería sorprender que la vanguardia de la construcción metálica se concretara inicialmente en la construcción de puentes que franqueaban espacios cada vez mayores. Desde el puente sobre el río Severn (Gran Bretaña) de un solo arco de fundición, con una luz de 30 metros, construido en 1779, o el viaducto de Garabit, realizado por Eiffel en 1882, con una luz de 165 metros, se han sucedido interrumpidamente las hazañas técnicas en la construcción de puentes. Indudablemente, los puentes suspendidos son lo más espectacular que la técnica moderna ha llevado a cabo. Aunque el primer puente suspendido se construyó en 1740, en Inglaterra, sólo en 1801 James Finley, de Estados Unidos, comprendió todos los recursos que ofrecía. En Inglaterra, el primer gran puente suspendido, el Manai Bridge, fue construido en 1815. En Francia, Marc Seguin construyó, en 1823, el primer puente suspendído en Tournon, sobre el río Ródano.
Además de los puentes metálicos, los otros dos productos arquitectónicos del mundo industrial y comercial del siglo XIX son los grandes almacenes y los pabellones de las exposiciones universales. Como concepción innovadora del comercio, la epopeya de los grandes almacenes se inicia en 1852 con la apertura del Bon Marché, en París. Pero este primer almacén resultaba aún empírico. La construcción arquitectónica racional de los grandes almacenes empezará más tarde, y precisamente con este Bon Marché, para el cual el arquitecto L. A Boileau y el ingeniero Eiffel crearán un conjunto que parece inspirado en P iranesi, de viguetas de hierro y cristales, permitiendo que por primera vez un raudal de luz penetrase en el interior de un almacén. También en París, el Printemps reconstruido por Sédille en 1881, será durante mucho tiempo un prototipo por su espacio abierto desde la planta baja hasta el techo.
En 1851, tuvo lugar en Londres la primera Exposición Universal. El imperio británico, entonces en su apogeo, quiso construir para ella un edificio que fuera el de mayores dimensiones del mundo. Pero enseguida se puso de manifiesto que resultaba imposible construir con ladrillo o piedra y en un lapso de tiempo de nueve meses, un edificio más vasto que las mayores catedrales, que precisaron de siglos para erigirse. Entonces, un jardinero, Joseph Paxton (1803-1865), conocido por la audacia constructiva de sus invernaderos, proyectó una caja inmensa, con dos elementos básicos: unos pilares con rótulas en la parte inferior y un chasis. Con sus 3.300 pilares de hierro, 2.224 viguetas y 300.000 cristales sostenidos por 205.000 marcos de madera, este primer palacio de exposición universal constituía también el primer gran ejemplo de prefabricación racional. Este edificio, llamado el Crystal Palace, medía 563 por 1 24 metros, y sus elementos estándar, que cubrían una superficie de 70.000 metros cuadrados, pudieron ser desmontados y reconstruidos en Sydenham, hasta que un incendio lo destruyó por completo en 1936.
Considerado durante mucho tiempo como una de las maravillas del mundo, o al menos como la obra maestra de la era mecánica, el Crystal Palace influirá considerablemente en la técnica y en la estética de los demás pabellones de las exposiciones universales que se irán celebrando hasta el final de aquel siglo.
Desde 1855, y hasta el año 1889, todas las exposiciones universales destacadas tendrán lugar en París. En 1867, Gustave Eiffel, joven ingeniero de 35 años, se hizo ilustre construyendo, en colaboración con Krantz, una Galería de las Máquinas en el Campo de Marte, lugar elegido para estas manifestaciones. Pero la más extraordinaria Galería de las Máquinas fue la edificada por el arquitecto Louis Dutert (1845-1906) y el ingeniero Contamin (1840-1893) para la Exposición Universal de 1889, en París. Los 43 metros de altura de la bóveda habrían permitido colocar en su interior la Columna Vendome.
La Exposición Universal de 1889 simbolizaría la apoteosis de la arquitectura metálica, con esta Galería de las Máquinas y, sobre todo, por la Torre Eiffel. Gustave Eiffel (1832-1923), célebre por sus puentes, autor de la estructura metálica que sostiene la estatua de la Libertad, en Nueva York, y de las esclusas
del canal de Panamá, realizaba, con su torre de 321 metros, el edificio más alto jamás construido. Con la Torre Eiffel y la Galería de las Máquinas, surgía un nuevo orden de belleza, denominado más tarde tecnológica. Triunfaba el mundo de la máquina, que durante mucho tiempo había sido sinónimo de fealdad. De esta manera, la Torre Eiffel iba a convertirse en el símbolo de la modernidad triunfadora.
Aparte de puentes, grandes almacenes y pabellones para exposiciones universales, se construyeron edificios fabriles con métodos de prefabricación ya muy avanzados. En 1801 se construyó una fábrica de tejidos de algodón de siete plantas, con elementos de fundición prefabricados en unos talleres de Birmingham. A mediados del siglo XIX, los forjadores construían casas metálicas para enviarlas en piezas desmontadas a los emigrantes de América y Australia. Hacia finales del siglo XIX, la idea de la prefabricación se había impuesto totalmente. Coignet, Hennebique y Cottancin la emplean poco después de 1890. Resulta difícil comprender, pues, por qué fue abandonada algo más tarde, hasta que la redescubrieron Gropius y Le Corbusier, durante la década de 1920, y aun así se utilizó poco o defectuosamente a lo largo del siglo.
Después de la era de la fundición, que se puede moldear, por lo cual se cometieron toda clase de aberraciones decorativas, llegó la era del hierro, simbolizada, sobre todo, por la Torre EiffeL Hay que señalar, sin embargo, que el primer edificio enteramente ejecutado con estructura de hierro fue la Chocolatería Meunier, en 1871- 1872, construida en Noisiel-sur-Marne, cerca de París, por Jules Saulnier.
El empleo del hormigón armado es mucho más tardío. De hecho, es más un material del siglo XX que del siglo XIX. Desde las macetas de flores de Joseph Monier (1823-1906), al que se considera como el inventor del hormigón armado, en 1849 o 1850, hasta el primer depósito construido por el propio Monier en 1872, desde el primer silo en hormigón armado, construido en 1895, en Roubaix, por Franois Hennebique (1842-1921), hasta los acueductos, tuberías, puentes, e incluso los suelos, este material será inicialmente considerado como un "material vulgar", apto únicamente para construcciones
industriales. El primero en destacar la estructura y la desnudez funcional del hormigón será Hennebique, en su Moulin Charles VI, en Tourcoing. Este molino esbozará un nuevo lenguaje que será recogido y elaborado, con posterioridad a 1900, por Anatole de Baudot y Perret.
Pero antes, todavía hay que referirse a tres constructores que, como Paxton y Eiffel, estuvieron ligados a la aventura de la arquitectura metálica. Se trata de dos franceses, Henri Labrouste y Hector Horeau, y de un americano, James Bogardus.
Henri Labrouste (1801-1875) conjugó, por primera vez en un espíritu moderno, el talento del arquitecto con el del ingeniero. Gran P remio de Roma, aunque discípulo del racionalista Durand, Labrouste abrirá un estudio en el que intentará combatir la influencia de la Escuela de Bellas Artes, que él consideraba nefasta. En su estudio vendrán a formarse la mayoría de los arquitectos modernos posteriores, franceses y americanos. La contrapartida de este éxito como profesor, fue que Labrouste, duramente combatido por la Academia, se vio privado de encargos hasta la edad de cuarenta y dos años. En tonces se le confió la construcción de la biblioteca Sainte Genevieve, en París (1843-1850). Por primera vez en un edificio público, Lélbrouste utilizó una estructura de fundición y de hierro forjado que iba des de los cimientos hasta la cubierta. Sin embargo, consideró conveniente enmascarar su estructura metálica con una fachada de ladrillo, inspirándose en el repertorio histórico. La obra maestra de Labrouste fue la Biblioteca Nacional de París, iniciada en 1868 y no terminada hasta diez años más tarde, cuando el arquitecto ya había muerto. Unas delgadas columnas de fundición sostienen la cristalería de la sala de lectura, a nueve metros de altura.
Pero la parte más espectacular del trabajo de Labrouste radica en las salas de reserva, cubiertas con un techo de cristal. La luz penetra allí a raudales y atraviesa las claraboyas y pasarelas que unen el espacio.
Toda la construcción, salvo las estanterías, es de hierro.
Labrouste, formado por la Academia, pero rebelado contra ella, presenta una mezcolanza de " culturalismo histórico"y de" espíritu de ingeniero"; en James Bogardus, en cambio, sólo aparece el espíritu industrial y mecánico. Industrial e inventor, Bogardus (1800-1874) construyó en el año 1848, en Nueva York, una fábrica de cinco plantas en la que, por primera vez, sustituía las paredes exteriores de ladrillo por pilares metálicos que sostenían los pisos. En 1854, también en Nueva York, realiza una pared exterior casi totalmente acristalada, para la editorial Harper and Brothers. En 1853, Bogardus proyectó para la primera Exposición Universal de Nueva York un extraordinario coliseo, a base de fundición, de 360 metros de diámetro, cuyo techo estaría suspendido y religado a una torre de 90 metros.
Hector Horeau (1801 -1872), que en su tiempo era considerado como "el Víctor Hugo de la arquitectura", se ha convertido en un arquitecto doblemente maldito, puesto que todas sus obras quedaron red ucidas a proyectos y su nombre no aparece en la mayoría de "historias de la arquitectura"_ Y, sin e m bargo, Horeau fue el hombre de una idea: construir con hierro amplios espacios transparentes, a modo de inmensos invernáculos para contener grandiosas exposiciones artísticas e industriales. Y ello, muy anticipadamente a la primera Exposición Universal. En 1835, Horeau presenta su primer proyecto de arquitectura metálica, cubriendo un amplio espacio, a modo de "paraguas" para los más diversos usos. Cuando se abrió el concurso del Crystal Palace, en 1850, Horeau reemprendió entusiasmado su proyecto y diseñó una gigantesca plaza cubierta que mereció por unanimidad el primer premio. Pero sería Paxton quien realizara el Crystal Palace, como ya es sabido, adoptando sólo una parte de los planos de Horeau. Idéntica aventura siguieron Les Halles de París, en las que Horeau fue deliberadamente plagiado por Baltard, con la complicidad de Haussmann. Hitthorf, en su Estación del Norte (Gare du Nord), de París, también se inspiró, según parece, en este arquitecto desafortunado que, en un folleto sorprendente, publicado en 1868, ya prevé prácticamente todo cuanto" descubrirá" la vanguardia arquitectónica en el siglo XX. Singular destino también el de Viollet-le-Duc, considerado hoy como arquitecto del pasado, por su apego al gótico, y al que sólo se le conoce por sus trabajos de restauración de obras medievales, mientras que en el siglo XIX fue considerado como el gran teorizador del modernismo por su tesis sobre el funcionalismo. Fue objeto de un auténtico culto por todos los pioneros de la arquitectura moderna: F. L. Wright, Berlage, Perret, Behrens, Otto Wagner. Viollet-le-Duc (1814-1879) , en su Dictionnaire raisonné de l'architecture jra111;;aise du XIe au XVIe siecle, se esforzaba en descubrir las leyes de la arquitectura del futuro, a través de su estudio de la arquitectura del pasado.
La teoría funcionalista, erigida en credo en el siglo XX, proviene, de hecho, de dos corrientes: la del estructuralismo gótico (Pugin, Ruskin, William Monis, Viollet-le-Duc) , y la que se enraíza en un pensamiento racionalista surgido del"Siglo de las Luces", con los arquitectos visionarios Ledoux y Boullée. J.N.L. Durand (1760-1834) , alumno de Boullée, más tarde profesor de arquitectura de la Escuela Politécnica de París, fue el primer teórico del racionalismo en Francia. Los estructuralistas góticos llegarán a las conclusiones funcionalistas por una intuición artística. Por el contrario, los racionalistas desembocarán en ellas por deducción científica.
Para Durand, las formas deben ser consecuencia de una lógica de la construcción y no de la búsqueda de la belleza en sí. Un monumento debe estar adaptado a su función. Todas estas ideas quedarán desarrolladas con motivo de la primera Exposición Universal de Londres en 1851. Henri Cale, organizador de esta primera gran fiesta del mundo industrial, y el conde de Laborde, representante de la sección francesa, hablan de asociar las artes, las ciencias y la industria. Más tarde, Paul Souriau (1852-1926), al publicar en 1904 La beauté rationelle, cataliza la idea de que la máquina se ha convertido con su perfección en la fuente de una belleza nueva.
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La revolución arquitectónica que
se produjo en el siglo paralelamente a la mutación de la sociedad, se puso de
manifiesto tanto por una renovación técnica como por la aparición de nuevas
teorías. Esas técnicas modernas fueron la consecuencia de la disponibilidad de
nuevos materiales estrechamente ligados a la Revolución industrial: fundición,
hierro, acero y hormigón armado. A su vez, las nuevas teorías provenían
directamente de la ideología racionalista, que era la de la clase dirigente.
Esta estrecha correspondencia
entre revolución arquitectónica y Revolución industrial resulta más patente si
recordamos que los pilares de fundición, elementos fundamentales en la primera
fase de la arquitectura metálica, fueron inicialmente utilizados en los
talleres textiles para sustituir las vigas de madera del techo que, por su poca
resistencia, exigían un excesivo número de pilares de apoyo, con lo que
estorbaban la colocación de las máquinas y la circulación de los obreros. Recordemos
también que la carpintería metálica surgió a consecuencia de una huelga de
carpinteros de obra, con lo que las fábricas de Le Creusot tuvieron la idea de
remplazar el maderamen por viguetas de hierro. A partir de ese momento, el
mecánico sustituirá progresivamente al albañil, del mismo modo que el ingeniero
suplantará al arquitecto. Mecánicos e ingenieros serán los favoritos de la
civilización industrial, en tanto que los albañiles y arquitectos aparecerán
como hombres del pasado. El hecho de que la mayoría de arquitectos del siglo
XIX y gran parte del XX se opusieran decididamente a esas modernas técnicas y a
esos nuevos materiales, aferrados a la tradición de una arquitectura surgida
del Renacimiento, contribuyó a acreditarlos como pasados de moda, mientras los
ingenieros, con sus puentes, estaciones de ferrocarril y pabellones de
exposiciones, se iban imponiendo como los constructores del futuro.
Viaducto de Garabit, de Gustave Eiffel. El más audaz de los puentes construidos por Eiffel. Tiene 165 m de longitud y 122 m de altura en el arco sobre el río Thuyére. Por él circula el ferrocarril de Béziers a Clermond Ferrand, entre las localidades de St. Flour y MarJevols, en el departamento francés del Cantal.
Dado que la facilidad del transporte era indispensable para aquella naciente civilización industrial, no debería sorprender que la vanguardia de la construcción metálica se concretara inicialmente en la construcción de puentes que franqueaban espacios cada vez mayores. Desde el puente sobre el río Severn (Gran Bretaña) de un solo arco de fundición, con una luz de 30 metros, construido en 1779, o el viaducto de Garabit, realizado por Eiffel en 1882, con una luz de 165 metros, se han sucedido ininterrumpidamente las hazañas técnicas en la construcción de puentes. Indudablemente, los puentes suspendidos son lo más espectacular que la técnica moderna ha llevado a cabo. Aunque el primer puente suspendido se construyó en 1740, en Inglaterra, sólo en 1801 James Finley, de Estados Unidos, comprendió todos los recursos que ofrecía. En Inglaterra, el primer gran puente suspendido, el Manai Bridge, fue construido en 1815. En Francia, Marc Seguin construyó, en 1823, el primer puente suspendido en Tournon, sobre el río Ródano.
Además de los puentes metálicos,
los otros dos productos arquitectónicos del mundo industrial y comercial del
siglo XIX son los grandes almacenes y los pabellones de las exposiciones
universales.
Como concepción innovadora del
comercio, la epopeya de los grandes almacenes se inicia en 1852 con la apertura
del Bon Marché, en París. Pero este primer almacén resultaba aún empírico. La
construcción arquitectónica racional de los grandes almacenes empezará más
tarde, y precisamente con este Bon
Marché, para el cual el arquitecto L. A. Boileau y el ingeniero Eiffel
crearán un conjunto que parece inspirado en Piranesi, de viguetas de hierro y
cristales, permitiendo que por primera vez un raudal de luz penetrase en el
interior de un almacén. También en París, el Printemps reconstruido por Sédille en 1881, será durante mucho
tiempo un prototipo por su espacio abierto desde la planta baja hasta el techo.
Puente ferroviario sobre el río Forth, en Escocia. Proyectado por B. Baker, J. Fowler y W. Arrow. Este puente se construyó entre 1882 y 1890. Está constituido por una estructura de acero integrada por tres alargados módulos romboidales enlazados. El primer puente de hierro en Inglaterra fue construido entre 1777 y 1779 según el proyecto del arquitecto Thomas Farnolls Pntchard, el cual consistía en una arcada de hierro sobre la que descansaba la pasarela; unos espigones de piedra evitaban el desplazamiento de la estructura férrea. La invención del acero en 1855 hizo posible tender puentes cada vez más grandiosos y espectaculares.
El Crystal Palace, realizado por Joseph Paxton (1803-1865) para la Exposición Universal de Londres de 1851, en el centro de Hyde Park; trasladado a Sydenham, a raíz de la clausura de la Exposición, fue destruido definitivamente por el fuego en 1936. Como aplicación del sistema de producción en serie, permitió el empleo a gran escala de piezas prefabricadas. Los elementos estructurales procedían de distintos talleres de Birmingham y fueron montados "in situ" de modo que un edificio de sesenta mil metros cuadrados, cuatro veces mayor que San Pedro de Roma, fue construido en sólo seis meses.
En 1851, tuvo lugar en Londres la primera Exposición Universal. El imperio británico, entonces en su apogeo, quiso construir para ella un edificio que fuera el de mayores dimensiones del mundo. Pero enseguida se puso de manifiesto que resultaba imposible construir con ladrillo o piedra y en un lapso de tiempo de nueve meses, un edificio más vasto que las mayores catedrales, que precisaron de siglos para erigirse. Entonces, un jardinero, Joseph Paxton (1803-1865), conocido por la audacia constructiva de sus invernaderos, proyectó una caja inmensa, con dos elementos básicos: unos pilares con rótulas en la parte inferior y un chasis. Con sus 3.300 pilares de hierro, 2.224 viguetas y 300.000 cristales sostenidos por 205.000 marcos de madera, este primer palacio de exposición universal constituía también el primer gran ejemplo de prefabricación racional. Este edificio, llamado el Crystal Palace, medía 563 por 124 metros, y sus elementos estándar, que cubrían una superficie de 70.000 metros cuadrados, pudieron ser desmontados y reconstruidos en Sydenham, hasta que un incendio lo destruyó por completo en 1936.
Considerado durante mucho tiempo
como una de las maravillas del mundo, o al menos como la obra maestra de la era
mecánica, el Crystal Palace influirá considerablemente en la técnica y en la
estética de los demás pabellones de las exposiciones universales que se irán
celebrando hasta el final de aquel siglo.
Desde 1855, y hasta el año 1889,
todas las exposiciones universales destacadas tendrán lugar en París. En 1867,
Gustave Eiffel, joven ingeniero de 35 años, se hizo ilustre construyendo, en
colaboración con Krantz, una Galería de las Máquinas en el Campo de Marte,
lugar elegido para estas manifestaciones. Pero la más extraordinaria Galería de
las Máquinas fue la edificada por el arquitecto Louis Dutert (1845-1906) y el
ingeniero Contamin (1840-1893) para la Exposición Universal de 1889, en París.
Los 43 metros de altura de la bóveda habrían permitido colocar en su interior
la Columna Vendóme.
La Exposición Universal de 1889
simbolizaría la apoteosis de la arquitectura metálica, con esta Galería de las
Máquinas y, sobre todo, por la Torre Eiffel. Gustave Eiffel (1832-1923), célebre
por sus puentes, autor de la estructura metálica que sostiene la estatua de la
Libertad, en Nueva York, y de las esclusas del canal de Panamá, realizaba, con
su torre de 321 metros, el edificio más alto jamás construido. Con la Torre
Eiffel y la Galería de las Máquinas, surgía un nuevo orden de belleza,
denominado más tarde tecnológica. Triunfaba el mundo de la máquina, que durante
mucho tiempo había sido sinónimo de fealdad. De esta manera, la Torre Eiffel
iba a convertirse en el símbolo de la modernidad triunfadora.
Vista general del Palacio de la Exposición Universal de París de 1867 (Révue Générale de l' Architecture et des Travaux Publics, Bibliotheque Nationale, París) La arquitectura de la ingeniería definió entonces tres campos de aplicación, el de los puentes de hierro, el de las grandes cubiertas de hierro y cristal, y el de los grandes edificios de pisos con esqueleto metálico.
La Torre Eiffel. La Exposición Universal de París de 1889 fue una de las más importantes muestras del siglo. Ubicada en el Campo de Marte, entre el Sena y la Escuela Militar, abarcó un conjunto articulado de edificios en el que destacaba el palacio con planta en forma de U, la Galería de las Máquinas y la Torre Eiffel. Esta es la única edificación que hoy queda en pie de aquella magna exposición y uno de los símbolos de la ciudad.
Aparte de puentes, grandes
almacenes y pabellones para exposiciones universales, se construyeron edificios
fabriles con métodos de prefabricación ya muy avanzados. En 1801 se construyó
una fábrica de tejidos de algodón de siete plantas, con elementos de fundición
prefabricados en unos talleres de Birmingham. A mediados del siglo XIX, los
forjadores construían casas metálicas para enviarlas en piezas desmontadas a
los emigrantes de América y Australia. Hacia finales del siglo XIX, la idea de la
prefabricación se había impuesto totalmente. Coignet, Hennebique y Cottancin la
emplean poco después de 1890. Resulta difícil comprender, pues, por qué fue
abandonada algo más tarde, hasta que la redescubrieron Gropius y Le Corbusier,
durante la década de 1920, y aun así se utilizó poco o defectuosamente a lo
largo del siglo.
Después de la era de la
fundición, que se puede moldear, por lo cual se cometieron toda clase de
aberraciones decorativas, llegó la era del hierro, simbolizada, sobre todo, por
la Torre Eiffel. Hay que señalar, sin embargo, que el primer edificio
enteramente ejecutado con estructura de hierro fue la Chocolatería Meunier, en
1871-1872, construida en Noisiel-sur-Marne, cerca de París, por Jules Saulnier.
Puente transbordador sobre la entrada del Vieux Port de Marsella, obra del ingeniero Arnodin. Medía 54 m de altura y la longitud de la vía era de 240. Se utilizaba para el traslado de vehículos. Dos pilares que tocaban al suelo sólo en dos puntos sostenían el viaducto. En este grabado antiguo (Biblioteca Nacional de París) se reconoce el Fort SaintAndré, a la izquierda, construido en el siglo XV.
El empleo del hormigón armado es
mucho más tardío. De hecho, es más un material del siglo XX que del siglo XIX.
Desde las macetas de flores de Joseph Monier (1823-1906), al que se considera
como el inventor del hormigón armado, en 1849 o 1850, hasta el primer depósito
construido por el propio Monier en 1872, desde el primer silo en hormigón
armado, construido en 1895, en Roubaix, por Frangois Hennebique (1842-1921),
hasta los acueductos, tuberías, puentes, e incluso los suelos, este material
será inicialmente considerado como un “material vulgar”, apto únicamente para
construcciones industriales. El primero en destacar la estructura y la desnudez
funcional del hormigón será Hennebique, en su Moulin Charles VI, en Tourcoing.
Este molino esbozará un nuevo lenguaje que será recogido y elaborado, con
posterioridad a 1900, por Anatole de Baudot y Perret.
Pero antes, todavía hay que
referirse a tres constructores que, como Paxton y Eiffel, estuvieron ligados a
la aventura de la arquitectura metálica. Se trata de dos franceses, Henri
Labrouste y Héctor Horeau, y de un americano, James Bogardus.
Dibujo del Interior del Grand Pavillon del Jardín Botánico de París, según el proyecto de Ferdinand Arnodin. Este arquitecto, que alcanzó gran fama por ser el primero en patentar el sistema de puentes transbordadores, ideó una estructura para que la luz creara las condiciones atmosféricas idóneas para las plantas.
Detalle de la cubierta de fa Biblioteca Nacional de París, realizada por Henri Labrouste. Dieciséis ligeras columnas de hierro fundido, muy estilizadas, sostienen bóvedas esféricas que tienen todas ellas una abertura circular en su centro, a modo de lucernario. Los detalles ornamentales manifiestan todavía el eclecticismo arquitectónico propio del siglo XIX y su imitación de estilos históricos.
Henri Labrouste (1801-1875)
conjugó, por primera vez en un espíritu moderno, el talento del arquitecto con
el del ingeniero. Gran Premio de Roma, aunque discípulo del racionalista
Durand, Labrouste abrirá un estudio en el que intentará combatir la influencia
de la Escuela de Bellas Artes, que él consideraba nefasta. En su estudio
vendrán a formarse la mayoría de los arquitectos modernos posteriores,
franceses y americanos. La contrapartida de este éxito como profesor, fue que
Labrouste, duramente combatido por la Academia, se vio privado de encargos
hasta la edad de cuarenta y dos años. Entonces se le confió la construcción de
la biblioteca Sainte Geneviéve, en París (1843-1850). Por primera vez en un edificio
público, Labrouste utilizó una estructura de fundición y de hierro forjado que
iba desde los cimientos hasta la cubierta. Sin embargo, consideró conveniente
enmascarar su estructura metálica con una fachada de ladrillo, inspirándose en
el repertorio histórico. La obra maestra de Labrouste fue la Biblioteca
Nacional de París, iniciada en 1868 y no terminada hasta diez años más tarde,
cuando el arquitecto ya había muerto. Unas delgadas columnas de fundición
sostienen la cristalería de la sala de lectura, a nueve metros de altura.
Proyecto de Les Halles (Biblioteca Nacional de París), obra de Hector Horeau (180 1-1872), que no llegó a realizarse. La teoría matemática no había progresado suficientemente entonces para que los ambiciosos proyectos de Horeau pudieran llevarse a cabo: no se podían construir luces tan grandes sin emplear tirantes de enorme magnitud. Esta cubierta tenía 90 m de luz. Horeau obtuvo el primer premio en el concurso del Crystal Palace; su proyecto, inferior al de Paxton, era una especie de basílica de cinco naves, construida en hierro.
Interior de la Gare du Nord (Cabinet des Estampes, Biblioteca Nacional de París), realizada por James Hitthorf entre 1862 y 1863. Este grabado ofrece una imagen del aspecto que presentaba en 1870 durante el asedio de París. En aquella ocasión, como puede verse, las locomotoras se utilizaban para accionar los ejes de los molinos de harina.
Pero la parte más espectacular
del trabajo de Labrouste radica en las salas de reserva, cubiertas con un techo
de cristal. La luz penetra allí a raudales y atraviesa las claraboyas y
pasarelas que unen el espacio. Toda la construcción, salvo las estanterías, es
de hierro.
Labrouste, formado por la
Academia, pero rebelado contra ella, presenta una mezcolanza de “culturalismo
histórico” y de “espíritu de ingeniero”; en James Bogardus, en cambio, sólo
aparece el espíritu industrial y mecánico. Industrial e inventor, Bogardus
(1800-1874) construyó en el año 1848, en Nueva York, una fábrica de cinco
plantas en la que, por primera vez, sustituía las paredes exteriores de
ladrillo por pilares metálicos que sostenían los pisos. En 1854, también en
Nueva York, realiza una pared exterior casi totalmente acristalada, para la
editorial Harper and Brothers. En 1853, Bogardus proyectó para la primera
Exposición Universal de Nueva York un extraordinario coliseo, a base de
fundición, de 360 metros de diámetro, cuyo techo estaría suspendido y religado
a una torre de 90 metros.
Vista aérea de la Gare du Nord y la Gare de l'Est de París, esta última obra de F.-A. Duquesney. Alrededor de las dos estaciones discurren las características calles anchas y rectas del París del Segundo Imperio. La imagen urbana de la ciudad se adaptaba a las exigencias de la modernidad determinadas por la Revolución Industrial y las ideas surgidas del positivismo cientificista.
Les Halles de París (1853-1858). Realizadas por Victor Baltard y F. E. Callet, fueron el pnmer gran mercado que se proyectó pensando en una población de millones de habitantes, y formaban parte del gran plan de transformación de París, concebido por Haussmann. Victor Baltard realizó un primer proyecto en piedra y fue un verdadero desastre. Haussmann lo hizo demoler y le exigió que lo hiciera únicamente de hierro. Se componía de dos grupos de pabellones que comunicaban entre sí mediante pasos cubiertos. El conjunto fue demolido en 1972.
⇨ Fachada de hierro y cerámica de mayólica, de Viollet-le-Duc. Este arquitecto defendía la idea de una arquitectura masiva hecha con masas corpóreas y pesadas, donde los espacios, claramente definidos y ordenados, se configuran y caracterizan mediante la solidez de los propios elementos estructurales, según V. Scully.
Héctor Horeau (1801-1872), que en
su tiempo era considerado como “el Victor Hugo de la arquitectura”, se ha
convertido en un arquitecto doblemente maldito, puesto que todas sus obras
quedaron reducidas a proyectos y su nombre no aparece en la mayoría de
“historias de la arquitectura”. Y sin embargo, Horeau fue el hombre de una
idea: construir con hierro amplios espacios transparentes, a modo de inmensos
invernáculos para contener grandiosas exposiciones artísticas e industriales. Y
ello, muy anticipadamente a la primera Exposición Universal. En 1835, Horeau
presenta su primer proyecto de arquitectura metálica, cubriendo un amplio
espacio, a modo de “paraguas” para los más diversos usos. Cuando se abrió el
concurso del Crystal Palace, en 1850,
Horeau reemprendió entusiasmado su proyecto y diseñó una gigantesca plaza
cubierta que mereció por unanimidad el primer premio. Pero sería Paxton quien
realizara el Crystal Palace, como ya
es sabido, adoptando sólo una parte de los planos de Horeau. Idéntica aventura
siguieron Les Halles de París, en las
que Horeau fue deliberadamente plagiado por Baltard, con la complicidad de
Haussmann. Hitthorf, en su Estación del Norte (Gare du Nord), de París, también se inspiró, según parece, en este
arquitecto desafortunado que, en un folleto sorprendente, publicado en 1868, ya
prevé prácticamente todo cuanto descubrirá la vanguardia arquitectónica en el
siglo XX. Singular destino también el de Viollet-le-Duc, considerado hoy como
arquitecto del pasado, por su apego al gótico, y al que sólo se le conoce por
sus trabajos de restauración de obras medievales, mientras que en el siglo XIX
fue considerado como el gran teorizador del modernismo por su tesis sobre el
funcionalismo. Fue objeto de un auténtico culto por todos los pioneros de la
arquitectura moderna: E L. Wright, Berlage, Perret, Behrens, Otto Wagner.
Viollet-le-Duc (1814-1879), en su Dictionnaire
raisonném l’architecture française du Xlè au XVIè siècle, se esforzaba en
descubrir las leyes de la arquitectura del futuro, a través de su estudio de la
arquitectura del pasado.
Bóvedas de hierro, grabado del "Curso de Arquitectura" de Viollet-le-Duc, quien en esta obra declaró: "Sería natural que un arquitecto práctico pudiera concebir la idea de levantar un gran edificio cuya estructura fuera puramente de hierro ... siempre y cuando protegiera este armazón con un revestimiento de piedra".
La teoría funcionalista, erigida
en credo en el siglo XX, proviene, de hecho, de dos corrientes: la del
estructuralismo gótico (Pugin, Ruskin, William Monis, Viollet-le-Duc), y la que
se enraíza en un pensamiento racionalista surgido del “Siglo de las Luces”, con
los arquitectos visionarios Ledoux y Boullée. J.-N.-L. Durand (1760-1834),
alumno de Boullée, más tarde profesor de arquitectura de la Escuela Politécnica
de París, fue el primer teórico del racionalismo en Francia. Los
estructuralistas góticos llegarán a las conclusiones funcionalistas por una
intuición artística. Por el contrario, los racionalistas desembocarán en ellas
por deducción científica.
Para Durand, las formas deben ser
consecuencia de una lógica de la construcción y no de la búsqueda de la belleza
en sí. Un monumento debe estar adaptado a su función. Todas estas ideas
quedarán desarrolladas con motivo de la primera Exposición Universal de Londres
en 1851. Henri Colé, organizador de esta primera gran fiesta del mundo
industrial, v el conde de Laborde, representante de la sección francesa, hablan
de asociar las artes, las ciencias y la industria. Más tarde, Paul Souriau
(1852-1926), al publicar en 1904 La
beauté rationelle, cataliza la idea de que la máquina se ha convertido con
su perfección en la fuente de una belleza nueva.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.