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El cubismo

Con gran acierto y perspicacia, Daniel-Henry Kahnweiler, desde 1915, en su célebre Der Weg zum Kubismus (publicado en 1920 por Delphin Verlag de Munich), situó el nacimiento del cubismo en la parte derecha del gran cuadro que Picasso realizó durante el invierno de 1906-1907 y que se dio a conocer a continuación bajo el título de Las Señoritas de Aviñón. De hecho, el cubismo comenzó esencialmente por el estudio del volumen o, con mayor precisión, por el estudio de nuevos medios, decididamente distintos de los procedimientos clásicos o tradicionales, de proporcionar el efecto del volumen sobre una superficie plana. Ahora bien, es indiscutiblemente Pablo Picasso quien, por la manera de modelar los dos desnudos de la derecha de esta obra (comenzada con el estilo de la época rosa y que prosiguió con dicho estilo en el resto de la obra), fue el primero en encontrar una solución a este problema que, tal como luego se comprendió con mayor claridad, constituía la primordial dificultad planteada a su generación.

L'Echo d'Athene, de Georges Bra-
que (Kunstmuseum, Berna). Bra-

que fue, junto a Picasso y Gris, 

uno de los iniciadores fundamen-

tales del cubismo, una tendencia 
que paulatinamente derivaría ha-
cia la abstracción.
Para resumirlo de la forma más sucinta posible, hay que decir que, cualquiera que fuera el sistema de perspectiva adoptado, el volumen se había obtenido siempre, desde el Renacimiento, por medio del claroscuro, ha ciendo que la alternancia de zonas de sombra y de luz dieran, más o menos resueltamente, la impresión de volumen. Pero, por cómodo que fuera, este procedimiento no dejaba de comportar un inconveniente -inconveniente que había adquirido mayores dimensiones en la opinión de los pintores de principios del siglo XX-, el de "ensuciar" los colores. Los impresionistas fueron los primeros en mostrarse sensibles a este peligro y habían reaccionado ante él dando una función preponderante al color, pero, con ello, finalmente habían diluido la forma, ahogándola en un colorido deslumbrante, desde luego admirable, aunque peligrosamente disolvente.

⇨ El aficionado, de Pablo Picasso (Kunstmuseum, Basilea). El período cubista de Picasso coincide con el interés del pintor por observar y aprehender los objetos de su taller de modo intelectual izado, confiriendo volumen a las formas representadas intentando plasmar todos los puntos de vista posibles y fragmentando la manera de percibir la realidad tal y como la pintura figurativa de corte clásico había acostumbrado hasta entonces. Durante el tiempo que duró su vena cubista, Picasso pintó generalmente bodegones de composición vertical.



Como reacción contra este estado de cosas, Gauguin, como es notorio, había encontrado un sistema de zonas coloreadas que permitía delinear con precisión el contorno de los objetos, pero de este modo sacrificaba casi totalmente el volumen, mientras que Seurat, por su parte, más clásico a pesar de las apariencias, había conseguido"lavar"las zonas de sombra de su habitual negrura, pero conservando como contrapartida la construcción formal más tradicional posible.

La solución aportada por Picasso con los dos desnudos de la derecha de Las Señoritas de Aviñón -y particularmente los rostros-, así como en toda una serie de telas de menor envergadura pintadas durante el invierno de 1906-1907, consistía en modelar el volumen no ya por el color en sí, sino por una suerte de dibujo coloreado. Esta tentativa podría parecer a primera vista bastante próxima a la de los fauves, pero la diferencia, y es esencial, estriba en que estos últimos habían ignorado deliberadamente el relieve de los objetos que representaban, mientras que Picasso intentaba precisamente modelar sus volúmenes a través del color, dando a éstos, por medio de ciertas series de rasgos paralelos o de proyecciones, direcciones lineales destinadas a sugerir dicho relieve.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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