El Bautista era uno de los santos
protectores de Florencia; por esto el pequeño baptisterio octogonal, con su
cúpula decorada todavía con mosaicos bizantinos, para el que Andrea Pisano
había fundido ya las citadas puertas de bronce, venía a ser como una especie de
santuario nacional. Leonardo proyectó alzarlo todo sobre un basamento, por
medio de grandes e ingeniosas máquinas, para que resultara más esbelto, y Vasari le llama aún “templo antiquísimo y principal de la ciudad”.
El pequeño edículo octogonal, con
sus fuentes bautismales en el centro, tiene tres fachadas: una delante de la
catedral y dos más, una a cada lado; en su pared posterior está el ábside con
el altar, excavado en el grueso del muro. Estas tres fachadas tienen cada una
sus puertas de bronce; las primeras son las elaboradas por Andrea Pisano; las
otras dos fueron obra de Lorenzo Ghiberti, el primer gran escultor del siglo.
Corría precisamente el año 1401
cuando los mercaderes de Florencia se propusieron completar la decoración de
San Giovanni con estas dos nuevas puertas de bronce. Para ello abrieron un
concurso, en el que tomaron parte siete escultores, todos ellos toscanos: dos de
Siena, dos de Arezzo, uno de Val d’Elsa y dos de Florencia. Los escultores
florentinos eran Brunelleschi, el que sería después el arquitecto de la cúpula
del Duomo, y Ghiberti, que contaba entonces poco más de veinte años de edad.
Todos tenían que componer y fundir, en el término de un año, un plafón de la
misma forma y medida que los de la puerta de Andrea Pisano, desarrollando
dentro de la orla del recuadro un mismo asunto: el sacrificio de Isaac por su
padre Abraham.
Puerta del Paraíso de Lorenzo Ghiberti (Baptisterio de Florencia). Esta fue la tercera, y última, puerta del baptisterio florentino que realizó Ghiberti, con la ayuda de Michelozzo, Benozzo Gozzoli y Bernardo Cennini entre 1425 y 1452, y cuya belleza movió a Miguel Angel a darle el nombre con que hoy se la conoce. Está dividida en diez paneles en los que se hallan representadas, en relieve y con perspectiva renacentista, escenas del Antiguo Testamento.
En el Museo Nacional de Florencia se conservan los modelos en
bronce presentados en este concurso por los florentinos Brunelleschi y
Ghiberti; se conoce que en tiempo de Vasari ya se los admiraba, comentándolos y
comparándolos en todos sus detalles. Es de suponer que los que propusieron el tema
señalaran también el número y posición de las figuras, porque en ambos modelos
hay el mismo número de personajes; a los escultores no quedaba más que
disponerlos según aquella novedad y belleza de estilo que constituye la
invención artística.
En los dos relieves, Isaac está
sobre una ara y Abraham en el momento de agarrarle por el cuello; en los dos,
el ángel portador del cordero aparece en la parte superior, y en la inferior
los dos criados, con el asno que ha traído la leña para el sacrificio. En el relieve
de Brunelleschi podemos apreciar su portentosa habilidad como escultor, después
medio olvidada por su afición dominante, la arquitectura, y sobre todo por los
trabajos de la cúpula; se advierten también curiosos detalles de gran
naturalidad, como el del cordero que se rasca el cuello, y la singular
imitación de la antigua estatua del niño espinario (que se saca una espina del
pie), reproducida en uno de los tipos de los sirvientes.
Este relieve de Brunelleschi
demuestra que Florencia estaba muy bien preparada para dar vida a su escuela de
escultura cuatrocentista, cuando un hombre como Brunelleschi, que después casi
abandonaría este arte, llegaba a componer y ejecutar un relieve parecido,
dentro de la forma ingrata del cuadro lobulado. Sin embargo, el relieve de
Lorenzo Ghiberti le supera. El escultor, cuando labró su maravillosa
composición, muestra la disciplina de sus años de estudio en el taller de su
padrastro, que era un gran platero.
La pulcritud de la fundición
parece ser lo que determinó a los treinta y cuatro jueces a decidirse a favor
de Ghiberti; él mismo, en su escrito titulado Comentarios de la Pintura, habla
con orgullo, ya en la vejez, de su triunfo en aquel concurso, asegurando que
los otros competidores se retiraron al reconocer su superioridad. Es posible,
no obstante, que por un momento se pensara en adjudicar la obra a los dos
florentinos y que Brunelleschi, según dice un biógrafo, sólo cediera para no
tener que trabajar en colaboración. Sea lo que fuere, esta vez el resultado
obtenido del concurso fue favorabilísimo para el arte: Brunelleschi se confirmó
todavía más en su vocación de arquitecto, y Ghiberti pudo realizar libremente
en las puertas maravillosas un ideal nunca soñado para la escultura.
Hizo Ghiberti los recuadros de
estas segundas puertas, que corresponden a la fachada septentrional, con las
orlas cuatrilobuladas, casi góticas, como eran las de las primeras de Andrea,
pero en sus escenas se confirmó en aquella gracia y bello naturalismo que
caracterizan su relieve del concurso. En los fondos se marcan graciosamente los
paisajes con árboles; las figuras se agrupan y mueven en gestos finos,
sorprendidos de la realidad. Estas puertas con escenas bíblicas fueron la
escuela en que Ghiberti se familiarizó con el arte y la técnica de la
fundición; cuenta Vasari que, al fundir el gran marco para las puertas, el
molde se estropeó y tuvo que hacerlo otra vez. Un siglo más tarde, las puertas
despertaban aún tanta curiosidad, que se recordaba el lugar de su fundición y
se enseñaban restos del horno de Ghiberti detrás del hospital de los tejedores.
Después de estas segundas puertas
del baptisterio, en las que trabajó hasta el año 1424, la fama de Ghiberti era
ya tanta que se le encargaron las terceras (las cuales constituyen su obra maestra)
sin ningún concurso, y permitiéndosele hasta cambiar el número de los asuntos
que le habían propuesto, conforme al programa que trazó el erudito Leonardo
Bruni. Según éste, la tercera puerta, que corresponde al lado oriental del
baptisterio y da frente a la fachada principal de Santa María del Fiore, tenía
que estar dedicada al Antiguo Testamento, con veintiocho recuadros, donde se
explicarían uno por uno los principales temas de la Creación y la historia de
Israel; cada batiente de la puerta estaría dividido en siete zonas, con dos
relieves cada una.
Ghiberti acumuló varias historias
en un mismo relieve, ejecutando el programa de Bruni en diez compartimientos
suficientemente grandes para poder desarrollar los fondos en perspectiva, los
paisajes y pintorescas representaciones con muchas figuras que sólo se
anunciaban en sus puertas anteriores. “En algunos de estos diez relieves -dice
Ghiberti en sus Comentarios- he introducido más de cien figuras, en otros
menos, trabajando siempre con conciencia y amor. Observando las leyes de la
óptica, he llegado a darles tal apariencia de la realidad, que a veces, vistas
de lejos las figuras, parecen de bulto entero. En diferentes planos, las
figuras más cercanas son mayores; las de más lejos disminuyen de tamaño a los
ojos, como pasa en la naturaleza”.
Historia de Esaú y Jacob de Lorenzo Ghiberti, en la Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia. En esta obra Ghiberti revela la influencia de las teorías de la perspectiva que tanto apasionaban a las gentes de su época. El "punto de fuga" central, la división de la base del relieve en un número igual de partes, la relación entre arquitectura y figuras, deben mucho a las revolucionarias teorías de Brunelleschi, publicadas después por Alberti en su libro Delia Pittura.
Este párrafo de los Comentarios
indica cuan conscientemente el escultor florentino realizaba la invención del
relieve pictórico, que no se había sabido ejecutar desde la antigüedad clásica.
En los púlpitos de los pisanos, las figuras, todas del mismo tamaño y del mismo
alto relieve, indican sólo por el gesto y el sitio que ocupan el papel que
representan en la escena, compuesta sin confusión.
En los relieves de su última
puerta, Ghiberti realiza una maravilla de efectismo plástico, superando hasta
los mismos resultados de los relieves pintorescos helenísticos. La acumulación
de las escenas, en lugar de ser una traba para el artista, es motivo de
invención y nuevos efectos para todas las escenas reunidas. Así, por ejemplo,
la creación del hombre en primer término permite hacer más dulce el bello
relieve con la figura de Eva, y el grupo del Todopoderoso con una nube de
ángeles que se pierden en la atmósfera, da luz y espacio al paisaje del jardín.
Lo mismo sucede en el maravilloso paisaje del pasaje de Caín y Abel; las
diversas escenas están separadas por un barranco con pinos, para que a lo
lejos, y en la parte más alta, se levanten los dos altares, con los sacrificios
al Señor, y en el fondo elevado la cabaña de los primeros padres en una
bellísima perspectiva de montañas.
Historia de David y Goliat de Lorenzo Ghiberti, en la Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia. Ghiberti pone aquí de manifiesto su originalidad creadora. Si bien la solución narrativa no es nueva, ya que, sin remitirse al arte helenístico, bastaría con buscar su antecedente en los frescos sieneses del siglo anterior, sí en cambio es capaz de conferir a la historia una nueva monumentalidad y un ritmo absolutamente originales. En pocos centímetros de superficie real, la escultura sugiere una enorme distancia entre las figuras de primer término y la ciudad del fondo, perdida en la bruma y la lejanía.
Sin embargo, cuando en su
imaginación veía aparecérsele una composición grandiosa que exigía la totalidad
de un relieve, Ghiberti se lo concedía sin vacilar, como en la teatral escena
de Salomón y la reina de Saba o en la del Hijo Pródigo, donde las figuras
forman animados grupos con una perspectiva común de pórticos en el fondo.
Quizás lo más sorprendente de
estas diez composiciones sean los fondos con palpitantes definiciones de
espacio y de ambiente. Todavía cuando Ghiberti utiliza el “punto de fuga” de la
teoría perspectiva inventada por Brunelleschi, no todo se resuelve con una fría
geometrización del espacio, sino que emplea con una increíble sutileza los
efectos de atmósfera producidos por las formas difuminadas. Con ello, logra
resultados que recuerdan los relieves helenísticos alejandrinos con escenas de
paisaje. Basta contemplar, además de las ya citadas, escenas como la de la
historia de Josué, en la que el cortejo de primer término vuelve a verse -en un
momento posterior- en la lejanía, precedido por las trompetas que suenan ante
los muros de Jericó, o la de la historia de David.
En esta última, en pocos
centímetros de superficie, la escultura sugiere una enorme distancia al pasar
del alto relieve de primer término, con la degollación de Goliat, al fondo de
las altas torres de la ciudad, perdida entre la bruma y la lejanía. Entre el
primer término y el fondo, los relieves sucesivamente más bajos de personajes,
árboles y montañas, indican con todo detalle el espacio intermedio. Al estudiar
de cerca los grupos de personajes de estas puertas, comprendemos el genio de
Ghiberti que, con estas pequeñas figuras tan bien situadas en la atmósfera
impalpable que parecen respirar, inaugura una nueva comprensión poética del
hombre y de la vida: la del Renacimiento.
⇨ Autorretrato de Lorenzo Ghiberti, en la Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia. En uno de los pequeños tondos que rodean las escenas se puede encontrar a Ghiberti, cuando su arte, consagrado a la búsqueda de nuevas formas expresivas, había alcanzado un gran refinamiento.
Lorenzo Ghiberti terminó estas
puertas en 1452, es decir que empleó más de veinticinco años en la ejecución de
estos diez relieves, enriqueciéndolos con una orla de adornos vegetales y
cabezas de profetas, y sobre todo con un marco, también de bronce, rodeado de
la más exquisita decoración de hojas, flores, frutos y pequeños animales que
haya producido nunca la escultura. Vasari, en cierto modo, tiene razón cuando
dice que es “la más bella obra que se haya visto nunca entre los antiguos y
modernos”; y en verdad que las decoraciones vegetales de los frisos romanos más
perfectos de la época de Augusto no llegan a esta maravilla de vida y lozanía
que tiene el follaje del marco de las últimas puertas de Ghiberti.
Algunas de sus hojillas parecen
vaciadas del natural, tanta es su riqueza de detalles; pero los relieves fueron
tan hábilmente fundidos y están con tanta belleza combinados con cintas y
pequeños lagartos, pájaros y vivarachas ardillas, que superan acaso en gracia y
espíritu al que poseen los propios seres naturales. El propio Ghiberti, en sus
Comentarios que empezó a escribir en 1447 y que su muerte interrumpió en el
tercer capítulo, dice que se esforzó en imitar a la Naturaleza hasta el extremo.
Estas puertas últimas de
Ghiberti, con sus marcos, fueron colocadas donde habían estado antes las de
Andrea Pisano, con escenas de la vida de San Juan, en la fachada delante de la
catedral, y aún son llamadas por el pueblo las puertas del Paraíso, acaso por
su escena de la Creación o por lo mismo que motivó la frase de Miguel Ángel,
quien, según nos dice Vasari, fermatosi a veder questo lavoro e domandato quel
che glie ne paresse… ripose: -Elle son tanto belle che elle starebben bene alie
porte del Paradiso…
Si admirable resulta Ghiberti en
los relieves de las puertas, no estuvo tan afortunado en varias figuras de
santos que se le encargaron. Ghiberti es realmente el maestro de una sola obra,
como por lo demás ocurre con tantos otros artistas, cuya abundante producción
no es más que la repetición fría de inspiraciones ya apagadas. Sin embargo, aun
en la vejez su reputación en Florencia era grandísima y la justifican hasta
cierto punto algunas obras suyas de este último período, como la urna de bronce
para las reliquias de San Zanobi que realizó en 1446.
Historia de Moisés de Lorenzo Ghiberti, en la Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia. Esta escena puede leerse en sentido ascendente de izquierda a derecha, desde las aguas el rio donde fue encontrado Moisés a la entrega por parte de Dios de las Tablas de la Ley, todo en un estricto sentido narrativo.
Es por esta reputación por lo que
es muy posible que se le quisiera asociar a Brunelleschi para dirigir la obra
de la cúpula, como si el famoso escultor tuviese que ser una garantía de
moderación para las genialidades del gran arquitecto. Vasari cuenta multitud de
anécdotas sobre el desacuerdo entre ambos maestros. Brunelleschi, según dice,
se sentía humillado por esta colaboración que le había sido impuesta, pero
acabó por vencer y quedó como único director. Hoy se cree que en el relato de
Vasari hay mucha fantasía.
Lo cierto es que en una de las
últimas cartas de León Bautista Alberti a Brunelleschi le encarga que salude a
Ghiberti como muy amigo suyo, y al mismo tiempo le envía un recuerdo para los
grandes escultores y pintores más íntimos de Brunelleschi: Donatello, Luca della Robbia y el pintor Masaccio de quienes sabemos con certeza que eran
todos amigos íntimos del director de la cúpula del Duomo. Porque de todo este
grupo de artistas florentinos, el centro, la inteligencia superior, reconocida
por todos, parece haber sido Brunelleschi; él fue, como hemos dicho, el Fidias arquitecto del cuatrocentismo florentino. A Brunelleschi se debe, en gran
parte, la formación del mejor escultor de la época, llamado Donato, o más
familiarmente Donatello, con quien hizo por lo menos un viaje a Roma, hacia
1404, para estudiar ambos la antigüedad clásica.
Donatello tendría por entonces
veinte años, pues debió de nacer hacia el 1386; y se ha creado toda una leyenda
alrededor de este viaje de Brunelleschi a Roma con Donatello, su stretissimo
amico. Para efectuar esta excursión, que duró todo un año, Brunelleschi vendió
una hacienda que tenía en Settignano, y cuando les faltó el dinero, ambos
amigos, al objeto de procurárselo, emplearon el tiempo que les quedaba libre en
la elaboración de joyas, y hasta tuvieron la buena fortuna de descubrir -según
se cuenta- un pequeño tesoro de monedas antiguas.
Toma de Jericó de Lorenzo Ghiberti, en la Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia. La Puerta del Paraíso está considerada como uno de los máximos logros de la escultura toscana del siglo xv. En la escena es posible observar cómo el relieve tiende a la forma escultórica: las figuras en bronce dorado sobresalen tanto más del fondo cuanto más cerca están del espectador, conforme a la nueva teoría de la perspectiva.
De regreso en Florencia,
Donatello empezó a labrar las estatuas de la catedral; un primer pago a cuenta
de ellas data de 1406. Después siguen las del campanile y las del Or San
Michele con el San Jorge, que ya es del 1416, cuando Donatello frisaba en los
treinta años. Vasari describe como sigue el bellísimo San Jorge labrado para el
Or San Michele: “El santo tiene una expresión vivísima, y en su cabeza se
conocen la hermosura de la juventud y el ánimo y valor en las armas, con una
vivacidad verdaderamente terrible y un maravilloso gesto de moverse dentro del
mármol. Y ciertamente -prosigue el contemporáneo de Miguel Ángel- en las
figuras modernas no se ha vuelto a ver tanta vivacidad ni tanto espíritu como
la naturaleza y el arte, obrando por medio de Donatello, consiguieron en esta
estatua”.
Se ha comparado el San Jorge de
Florencia con el noble caballero medieval de la catedral de Chartres, el
bellísimo San Teodoro, una de las obras más delicadas de la escultura gótica;
pero el guerrero francés, con su expresión piadosa de cruzado, es un espíritu
sereno que refleja un ideal ya precisado; en cambio, el joven San Jorge de
Donatello se agita, con ánimo juvenil, dentro de su coraza, explorando un
horizonte indefinido.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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