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Artistas de la A a la Z

La pintura española a finales del siglo XIX

En España, en la última década del siglo, dentro de una fuerte crisis social y económica provocada en parte por el problema colonial, se producen los primeros intentos para situar el arte español en unas vías de modernidad. El punto de partida para esta renovación plástica era la pintura costumbrista o la de temática histórica, y, sobre todo, el realismo y la pintura de paisaje que representaban las más avanzadas corrientes artísticas.


Roca en el estanque de Joaquim Mir (Museu Nacional d'Art 
de Catalunya, Barcelona). Los paisajes de Mir están dotados 
de una extrema luminosidad por su manera de superponer man-
chas decolor sin usar apenas una perspectiva espacial de los 
fondos.  

Precisamente la pintura de paisaje a fines del XIX se renovará totalmente gracias a la obra de dos grandes artistas que, cada uno a su manera, ofrecerán una visión muy distinta del paisaje español. Estos fueron: Aureliano de Beruete (1845 -1912) y Joaquín Sorolla (1863-1923). El primero, discípulo de Carlos de Haes, es un pintor que se mueve dentro de los círculos intelectuales, en especial la Institución Libre de Enseñanza, que desde una perspectiva regeneracionista propone una nueva lectura del medio. Su paisaje es sobrio y vigoroso, de tonos moderados. Entre los discípulos de Haes habría que citar también a Agustín Ríancho (1841-1929), cántabro de origen, formado en Madrid y Bruselas, un pintor solitario que sigue una trayectoria muy personal. Sorolla, en cambio, que practica también la pintura de género o el retrato, se convierte en paradigma inexcusable para todos los pintores españoles del fin de siglo. Sorolla, el pintor del plein air mediterráneo, evoluciona, a partir del costumbrismo o el anecdotismo, hacia una pintura llena de luz que nunca será abiertamente impresionista.


Tipos valencianos de Joaquín Sorolla (Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona). La luminosidad de la región valenciana no sólo baña por completo esta obra, sino que destaca con intensidad en las vestiduras de los personajes y los arreos delanteros del caballo, cuyo brioso caminar ha quedado detenido y congelado como si se tratase de una fotografía.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.



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