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Artistas de la A a la Z

El reino de Asturias

De hecho, la invasión musulmana de España no determinó la desaparición de la arquitectura característica del período de la dominación visigoda. Esta arquitectura sobrevivirá en los magníficos edificios levantados por los reyes de Asturias y en las iglesias mozárabes, edificadas luego según las normas que los cristianos sometidos al dominio musulmán habían logrado preservar; de igual modo que los relicarios y cruces votivas que hicieron labrar los monarcas asturianos antes del año 1000 enlazan con el estilo de las fastuosas piezas de orfebrería que constituyen el tesoro de Guarrazar.

Iglesia de Santa María (Quintanilla de las Viñas, Burgos). Considerado uno de los mejores ejemplos del arte visigodo del siglo VII por la perfecta regularidad de la decoración esculpida en sus paredes exteriores, el santuario conserva algunas antiguas reminiscencias del simbolismo paleocristiano como el sol y la luna entre escenas bíblicas y figuras de ángeles de piedra. La obra de sillería se alterna con tres frisos con bajorrelieves de austero diseño que representan racimos de uvas, aves, símbolos estrellados y anagramas varios en cada una de las rodelas, típicos del arte visigodo. 
Hacia fines del siglo VIII, los reyes de la monarquía asturiana de Oviedo construyeron edificios de piedra y abovedados, cosa rara en el resto de Europa. Muchas de estas construcciones han desaparecido, pero las que se conservan son bastante bellas para merecer su estudio. Este estilo arquitectónico, llamado prerrománico asturiano, floreció bajo los reyes de Asturias, Alfonso II (789-842) y su hijo Ramiro I (842-850), y ya había cesado cuando la capitalidad del estado se trasladó de Oviedo a León, a principios del siglo X. Alfonso II el Casto -contemporáneo de Carlomagno, con quien tuvo contactos diplomáticos- fue quien edificó en Oviedo la Cámara Santa (cuyo piso superior fue reformado en época románica) y la pequeña iglesia de San Tirso, cuyos restos (una ventana de triple arco, de intención clásica) corroboran lo que acerca de su hermosura se dice en el Cronicón Albeldense, en el elogio hecho a aquel rey: basilicam qua que Sti. Tirsi miro edificio cum multis angulis fundamentavit. Alfonso II hizo erigir también cerca de su capital la iglesia de San Julián de los Prados, o de Santullano, templo espacioso que luce ya bien definidos los caracteres del estilo. 

Tiene planta basilical de tres naves separadas por pilares cuadrados que sostienen arcos de medio punto. Resulta tan sorprendente la grandiosidad de este templo como su originalidad de concepción que tanto se aleja de los modelos visigodos. Probablemente también pertenecen al reinado de Alfanso II las pequeñas iglesias de Santa María de Bendones y San Pedro de Nora.

Estrellas y anagramas (Iglesia de Santa María, Quintanilla de las Viñas). En los muros exteriores del templo burgalés se esculpieron frisos corridos de roleos que encierran diversas figuras de difícil interpretación. Entre formas vegetales, representaciones de aves, árboles sagrados y racimos de uvas, se encuentran también conchas de peregrino y símbolos de inspiración oriental. 
En una colina próxima a Oviedo se encuentran los monumentos mejor conservados y al mismo tiempo las más brillantes muestras del prerrománico asturiano. En el monte Naranco, que domina la ciudad, hay dos venerables edificios que son construcciones de mediados del siglo IX. El primero se llamaba Santa María del Naranco porque servía de iglesia y se creía que era la capilla de un palacio de Ramiro I. El segundo edificio del Naranco se erigió para ser capilla del primer edificio construido con carácter palacial, y estaba dedicado a San Miguel, que, como santo guerrero, defendía un liño, leño o astilla de la Cruz, probablemente la reliquia más santa del tesoro de Toledo.

Ambos edificios son de singular belleza: El Aula Regia, por el hecho de haber servido de iglesia rural, sufrió algunas modificaciones, que la alteraron algo, pero modernamente ha sido restaurada a su forma primitiva. Es un monumento importantísimo, pues en toda Europa no se conserva otro Salón Real de aquella época, a pesar de los muchísimos que mencionan las sagas nórdicas. Es una sala cubierta con bóvedas sin ventanas; la luz entra por los pórticos abiertos de las dos testeras, los famosos salarios que existían también en el Aula Regia de Carlomagno, en Aquisgrán.

Cuadrúpedos (Iglesia de Santa Marra, Quintanilla de las Viñas). Se cree que fueron dos grupos de canteros los que trabajaron los relieves del templo burgalés, ya que se distinguen dos estilos muy diferenciados. Si bien se evidencia una mano más clásica en la ornamentación vegetal, en el trabajo figurativo se notan más las influencias de la escultura oriental. 



Como ésta, el Aula del rey Ramiro tiene dos pisos: en el inferior, la planta está dividida en tres secciones, la central para la guardia y la servidumbre, mientras debajo de uno de los salarios había una capilla real privada, y debajo del otro estaba el baño. El conjunto del monumento tiene una planta rectangular muy alargada. El rey y sus compañeros, pares, armígeros y escuderos, yantarían y dormirían en promiscuidad teutónica en la gran sala superior; a lo más, subdividida por cortinas.

Una iglesia o ermita, abovedada, bastante alta y con porche, del mismo tipo de las dos iglesias del Naranco, es Santa Cristina de Lena (en el término de Pala de Lena, cerca de la carretera que va de Oviedo a León). Los arcos son de medio punto algo pasado. El prebisterio, al que se accede por escalones, está separado de la nave por un triple arco y por la iconostasis primorosamente labrada con relieves geométricos.

Pentateuco Ashburnham (Biblioteca Nacional, París). Aunque se han fechado en el siglo VI, no queda claro si las 19 miniaturas que componen esta obra están ejecutadas por una mano hispánica. Las afinidades judías y orientales son evidentes en el uso del color, en la manera de yuxtaponer los tonos para destacar fondos y figuras y la segmentación general de las figuras en parcelas, a modo de viñetas de cómic.



Otro monumento importante de la escuela asturiana es la iglesia del monasterio benedictino de San Salvador de Valdediós, fundado por Alfonso III el Magno en el año 893 y adonde se retiró para terminar su vida después de ser destronado por sus hijos. Es iglesia de tres naves; los ábsides son aún cuadrados, como en San Juan de Baños. Además del nártex, en la fachada tiene un pórtico lateral, y en las ventanas hay calados de piedra con dibujos como las cadenas de las coronas de Guarrazar.

Planta de Santa María del Naranco (Oviedo), arriba. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985, esta iglesia presenta una planta rectangular de 20 m de longitud y dos pisos comunicados entre sí por una escalera externa, siendo el superior mayor en altura. A la izquierda, Planta de Santa Cristina de Lena (Pola de Lena). Cinco cuerpos cuadrangulares componen este templo proclamado Patrimonio Mundial el mismo año que Santa María del Naranco. El cuerpo central corresponde a una única nave conectada a los otros cuatro, dedicados al albergue de peregrinos, al servicio del templo, a la capilla y al vestíbulo. 
Los edificios mencionados son todos rurales o suburbanos, pero los reyes de Asturias, además, edificaron con el mismo estilo grandes monumentos en su capital de Oviedo. Allí tenían su palacio, al lado del cual construyeron un conjunto monumental de notables proporciones: la catedral, consagrada al Salvador, con capilla adosada dedicada a la Virgen, el Panteón, la Cámara Santa para custodiar en ella las reliquias, y, además, un baptisterio.

Así empezó en la región asturiana un primer estilo prerrománico independiente del que estaba cuajando en el resto de Europa. A lo más, pudo estar relacionado con el arte de los vikingos escandinavos, que asolaban a menudo las costas de Asturias y Galicia.

Sala de audiencia (Iglesia de Santa María del Naranco, Oviedo). Uno de los pocos vestigios que se conservan del primitivo palacio de recreo original es el mirador que abre la vista sobre la panorámica de las laderas del monte Naranco y que presumiblemente sirvió en un principio como sala de baños antes de ser habilitada como templo por orden del rey Ramiro I. 
Estos monumentos que hoy aparecen desnudos, se sabe que estuvieron suntuosamente decorados con pinturas, mobiliario y alhajas. Se poseen algunos dibujos coloreados que se hicieron hace varias décadas copiando las grandes pinturas murales -hoy casi totalmente desaparecidas- de San Julián de los Prados. Sus temas arquitectónicos y simbólicos recuerdan los del "solarium" carolingio de Lorsch. Otros restos de Lillo, con representaciones humanas, preludian la violencia expresionista que un siglo más tarde desarrollarán las miniaturas mozárabes. Pero sólo las fantásticas piezas de orfebrería asturiana pueden darnos idea de la suntuosidad de ese pequeño reino.

Fachada lateral (Iglesia de Santa María del Naranco, Oviedo). Todos los elementos que componen arquitectónicamente el edificio presentan evidencias del palacio romano que lo antecede. Sobre una base rectangular de sillarejo se levantan dos plantas superpuestas de planta tripartita, flanqueadas por dos pórticos· que sirven de mirador a cada lado del edificio.
La pieza más antigua es la Cruz de los Ángeles, que Alfonso II mandó hacer en 808 para la catedral de Oviedo, con la amenazadora inscripción: quienquiera que osase quitármela de donde mi libre voluntad la donare, sea fulminado por el rayo divino. Más elegante y suntuosa es la Cruz de la Victoria, donada por Alfonso III en 908. Las piedras preciosas verdes y rojas, mezcladas con esmaltes, recorren los brazos de oro cubiertos de filigranas granuladas semejantes a las de las joyas carolingias. Parecida a ella, y del mismo reinado, es la caja de las reliquias de la catedral de Astorga.

Finalmente, la última pieza conocida de esta serie de joyas fabulosas es la Caja de las Ágatas que Fruela II regaló a la catedral de Oviedo en 910. Su sabia utilización de los veteados del ónice, sus esmaltes en dos tonos de azul y en rojo rubí, las piedras preciosas y los relieves en metal, evocan un lujo bárbaro que enlaza con la tradición visigoda aún más directamente que la arquitectura.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La monarquía visigoda

Anverso de un triente visigótico de Leovigildo (Gabinete 
numismático de Cataluña, Barcelona). 
Poco antes de la llegada de los árabes a la península Ibérica, la monarquía visigoda intentaba crear un estado centralizado, sólido y perdurable. A principios del siglo VI, el poder de los visigodos estaba situado en Aquitania, pero ante la imposibilidad de establecer una política de convivencia pacífica y productiva entre visigodos y la orgullosa aristocracia de Roma, poco a poco el poder efectivo de la monarquía visigoda fue trasladándose a España. De este modo, a mediados del siglo VI ya se ha instalado parte de la monarquía visigoda en el centro de la península, inaugurando, así, el Reino de Toledo.

El primero de los soberanos toledanos fue Leovigildo, quien, además, logró el dominio de la Galia visigoda merced a la muerte del soberano de la misma, que no era otro que su hermano Liuva. Así, puede afirmarse que durante el reinado de Leovigildo el reino visigodo vive uno de sus mejores momentos, ya que el monarca logró someter a numerosos pueblos en su intento de unificar la Península bajo el poder visigodo.

Anverso de un triente visigótico de Recaredo (Gabinete 
numismático de Cataluña, Barcelona). 
El hijo de Leovigildo tomará una decisión de gran importancia. Efectivamente, Recaredo decide convertirse al catolicismo y obliga a toda la clase clerical arrianista a hacer lo mismo. La línea sucesoria de estos monarcas se rompería más adelante, con la ascensión al torno de Khindasvinto gracias a una revuelta nobiliaria. El hijo de éste, Recesvinto, continuará sofocando las revueltas que surgían en diferentes punto de la Hispania y promulgó, además, el Liber ludiciorum, basado en el derecho romano.



Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El mozarabismo

Al avanzar los cristianos al otro lado de la cordillera Cantábrica y trasladar su capital a León, se impuso otro estilo, cuyos curiosos monumentos no fueron reconocidos ni estudiados hasta el primer cuarto del siglo XX. Estos edificios son las iglesias mozárabes, de un arte diferente del de los monumentos asturianos, pero también de tradición visigoda. Con el nombre de mozárabes se designó a los cristianos españoles que se quedaron en tierra de moros y conservaron entre los mahometanos su lengua, su fe y sus tradiciones. Las iglesias que edificaron en Castilla y León tenían forma de basílica y estaban construidas con arcos de herradura. Este trazado de los arcos les da cierto aspecto islámico, y los mozárabes los emplearían en iglesias edificadas en los territorios sujetos a la dominación musulmana, donde vivían como cristianos, pues los mahometanos en un principio fueron tolerantes con ellos y les permitieron practicar su culto.

Pero en el siglo X los monjes de Córdoba, ciudad donde eran numerosos, tuvieron que emigrar, perseguidos a consecuencia de sus intemperancias antiislámicas. Refugiados en los reinos del Norte, construyeron iglesias de un nuevo tipo, que hoy son llamadas mozárabes. Son altas, blancas, a veces con dos filas de columnas que sostienen arcos de herradura sobre los que se apoyan las cubiertas de madera de las tres naves. Cuando están cerradas con bóveda, son menores y de una sola nave. Apenas poseen decoración escultórica, salvo en los capiteles que son del tipo corintio degenerado, en boga durante la época visigoda.

Iglesia de San Miguel de Lillo (Oviedo). A pocos metros de Santa María del Naranco se encuentra este templo del que por un corrimiento de tierra tan sólo se conserva el vestíbulo y el arranque de las tres naves de la primitiva planta, habiéndose derrumbado tres cuartas partes del original. Protegida por la UNESCO desde 1985, la cabecera ejerce actualmente las funciones de capilla. La técnica empleada en su construcción denota un gran avance en la arquitectura paleocristiana de la zona, ya que se separan las naves por columnas y no por pilares, descansando la bóveda de la nave central sobre un complejo sistema de fuerzas que provoca en su aspecto exterior un hábil y tenso juego de volúmenes. 
Puerta de San Miguel de Lillo (Oviedo). En el cuadro superior de una de las jambas de la entrada, sobre el relieve de una escena circense centrada en las figuras de un saltimbanqui acróbata y un domador de leones, se observa una representación escultórica inspirada en un díptico bizantino que originariamente perteneció al cónsul Areobindo. El estilo decorativo de la iglesia, tanto en puertas y capiteles, no oculta su influencia oriental y lombarda, evidenciado por los rasgos primitivistas y algo toscos de las figuras humanas.



Es difícil explicar por qué los monumentos asturianos y mozárabes, que derivan del estilo visigótico anterior a la invasión, tan unitario, sean tan diferentes de estructura y gusto. ¿Es posible que los monumentos mozárabes representen la tradición visigótica subsistente en la región andaluza, ya contaminada del genio del Islam? Cuando los monumentos mozárabes tienen bóveda en el ábside y en el crucero, son también de sección de arco de herradura. Pero en los monumentas mozárabes el arco de herradura es más peraltado que el visigodo; tiene ya la elevación de los arcos árabes. Si se prescinde de este detalle, los edificios mozárabes son muy diferentes de los que levantaron los musulmanes en España.

Iglesia de Santa Cristina de Lena (Pala de Lena). Olvidada por las crónicas medievales, esta pequeña iglesia sencilla y arquitectónicamente similar a la de Santa María del Naranco, carece de sillares y excesivos adornos, pero es una de las más sólidas de la ladera asturiana. Privilegiada con una hermosa vista del terreno, presenta unas proporciones clásicas y armónicas que se repetirán posteriormente en toda la arquitectura sacra del lugar. 
Muchas iglesias mozárabes pueden datarse a fines del siglo IX o del X. Las mejor conservadas son todavía las primeras que se descubrieron: San Cebrián de Mazote, Santa María de Melque, San Román de Hornija, Santa María de Bamba, San Millán de la Cogolla, San Miguel de Escalada, etc. Santa María de Melque (Toledo) fue construida bajo dominio musulmán. Tiene arcos de herradura y bóveda de cañón. Su planta es de cruz griega y su ábside, aunque exteriormente cuadrado, interiormente tiene planta en herradura. Las demás iglesias citadas fueron construidas por mozárabes emigrados a los reinos cristianos.

Entre las iglesias mozárabes del grupo castellanoleonés son particularmente notables San Cebrián de Mazote (Valladolid), de planta basilical de tres naves, separadas por dos hileras de arcos de herradura que sostienen una cubierta de madera a dos vertientes, y San Baudelio de Berlanga (Soria), de planta cuadrada cubierta por una bóveda esquifada cuyos arcos convergen en un pilar central. En el siglo XII esta bóveda fue decorada con unas famosas pinturas románicas, parte de las cuales se exhiben en el Museo del Prado.


Cruz de los Ángeles (Cámara Santa de la Catedral, Oviedo). El rey Alfonso II mandó grabar una amenazadora inscripción con la que maldecía a quien osara robarle la joya siendo fulminado por un rayo divino. Es la pieza de orfebrería asturiana más antigua que se conoce. Tiene forma de cruz griega con alma de madera de cerezo revestida con láminas de oro y engastes de piedras preciosas, y por su naturaleza legendaria se ha convertido en todo un símbolo de soberanía política.

 Cruz de la Victoria (Cámara Santa de la Catedral, Oviedo). Realizada por orden de Alfonso III en recuerdo de la cruz que se le apareció en el cielo al rey Don Pelayo durante la batalla de Covadonga . Envalentonado con el milagro, el caudillo abrió la marcha portando por estandarte el mismo símbolo cruzado que luego sería adoptado como escudo de la bandera asturiana. Compuesto por un alma de madera recubierta con láminas de oro, está tachonado con piedras preciosas formando tres hileras separadas por cordones de oro en cada brazo.



Otros fugitivos mozárabes emigraron a Cataluña, donde dejaron muestra de su paso en los capiteles de tipo califal que encontramos en el monasterio de Ripoll y en la cripta de la catedral de Vic. Construyeron en el siglo X diversas pequeñas iglesias de una nave con arcos triunfales de herradura (Santa María del Marquet Sant Julia de Boada) y parte de los dos grandiosos monasterios de Sant Miquel de Cuixá (Rosellón) con iglesia consagrada en 974, aunque modificada en el siglo XI, y de San Pedro de Roda (Girona) cuyo ábside de planta parabólica, girola y misteriosa cripta son probablemente mozárabes y ya estaban terminados en 958, aunque la iglesia no se consagrase hasta el 1022.

Iglesia de San Miguel de la Escalada, en Mansilla de las Mulas (León). Vista del atrio que refleja su estilo mozárabe, del siglo x, con la hilera de arcos de herradura. Su reconstrucción y conservación se debió a la emigración a territorio cristiano del abad Alfonso y sus monjes cordobeses. 
Especial interés en la historia del arte medieval tienen las miniaturas mozárabes que crearon una serie de temas y tipos iconográficos que, después, pasarán a la pintura románica. Estas miniaturas, en las que aparecen arcos de herradura, ya reflejaban una fuerte personalidad autónoma en la Biblia Hispalense, de la primera mitad del siglo X. Pero donde se producirán las obras maestras es en las ilustraciones de los Comentarios al Apocalipsis que escribió un monje del siglo IX llamado Beatus, del monasterio de Liébana, por cuya razón los manuscritos que forman esta prodigiosa serie son conocidos con el nombre de Beatus, por el nombre de su autor, quien compiló una serie de citas de dos padres africanos: Primario y Ticonio, y otras de un visigodo: Apringio de Beja, que habían comentado el Apocalipsis en los siglos V y VI; con este texto tan poco original, Beatus se proponía luchar contra la herejía del adopcionismo que sostenía un mozárabe ilustre: Elipando, obispo de Toledo.

Caja de las Ágatas (Cámara Santa de la Catedral, Oviedo). Similar al relicario de San Genadio, forrada con chapa de plata dorada y tallada con los símbolos de los evangelistas y el agnus dei, la arqueta de las ágatas presenta una estructura de arcos irregulares por los que sobresale la cubierta de ónice. En el centro de la tapa destaca una placa con esmaltes realizados en un taller carolingio con formas figurativas de animales marinos fantásticos y enorme pájaros entre las retorcidas ramas de un árbol. 
Un solo artista creó la extraordinaria serie de fantásticas composiciones, continuando la tradición y el estilo visigóticos del Pentateuco Ashburnham. El manuscrito más antiguo es del año 926 y tiene miniaturas abundantísimas y de gran carácter. Lo firma Magius. Actualmente lo conserva la Margan Library, de Nueva York. El mismo Magius inició el Beatus del monasterio de Távara, que fue continuado después de su muerte por su discípulo Emeterius con figuras de brillantísimo colorido y gran fuerza expresiva. Emeterius y una pintora llamada Eude o Ende firmaron el año 965 el Beatus de la catedral de Girona, uno de los más famosos por la fantasía desbordante de sus ilustraciones -muchas de ellas a toda página y hasta de doble- y por el apasionado expresionismo de sus figuras, unido a una cálida gama de colores: rojo, naranja, verde brillante y un hermoso amarillo limón. Las figuras de los Beatus contemplan el mundo con ojos tristes, como si desearan algo imposible, pero en todos los casos su fuerza es genial.

Mucho más tarde, al avanzar la Reconquista, los musulmanes que habían quedado en el territorio liberado produjeron con sus técnicas un estilo híbrido empleado para edificios cristianos y conocido con el nombre de mudéjar. Este nuevo estilo se originó por la colaboración de maestros cristianos, obreros y artistas musulmanes que no salieron del país a pesar de la Reconquista. Sus obras son construcciones magníficas de ladrillo y tapial, y a menudo con decoración de azulejos. No debe, pues, confundirse el estilo mudéjar con el estilo mozárabe. El mudéjar es el de los árabes que permanecieron en tierra de cristianos, el mozárabe es el de los cristianos que llegaban de tierras de musulmanes. Son dos estilos muy diferentes y separados por un intervalo de tres siglos.

Iglesia de San Baude!io de Berlanga (Soria). Caracterizado exteriormente por sus entradas laterales y por sus rasgos islámicos, soporta esta iglesia de principios del siglo XI una gruesa columna central de la que salen unos nervios en forma de hojas de palmera que configuran la bóveda sobre la que se apoya todo el trazado cuadrangular de la base. 
Para los judíos se construyeron, en estilo mudéjar, algunas sinagogas dignas de especial mención y que, andado el tiempo, fueron adaptadas al culto cristiano, como Santa María la Blanca y San Benito o iglesia del Tránsito de Nuestra Señora, ambas en Toledo y ejemplares destacados del arte islámico por su realización y por el carácter de su ornato.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las creaciones del monaquismo irlandés

Sólo Irlanda, con Escocia y una parte del norte de Inglaterra, quedó a salvo, en Europa, del torrente de las invasiones bárbaras. En esta reducida área aislada, de tradición cultural celta, se desarrolló durante los primeros siglos medievales una vida monástica en el seno de la cual floreció un arte que refleja, más aún que el bizantino, despego por las formas del realismo. Empleó un estilo decorativo singularmente apto para la expresión lírica, basado por completo en sus producciones de carácter pictórico, en las sabias combinaciones de complicados entrelazos y en el juego de una delicadísima policromía.


Beatus de Valcavado (Biblioteca del Colegio de Santa Cruz, Valladolid). En esta miniatura se describe la siega popular, asistida por varios ángeles en el cuadro superior. La dinámica composición del conjunto, las pupilas centralizadas en mitad del ojo, los colores planos y los contrastes violentos entre fondo y figura son características inconfundibles de este códice visigótico.



   Irlanda había tenido, durante la Edad de los Metales, una civilización relativamente brillante. No experimentó, después, la más leve romanización y logró así conservar intacto el estilo céltico originado durante la época de La Téne. El país seguía organizado en clanes, a modo de pequeñas tribus jerarquizadas en forma monárquica. Sus contactos con el cristianismo habían sido muy superficiales, cuando en el año 432 un monje britón, San Patricio, que había vivido en la Galia y conoció en el monasterio de Lerins las normas del monaquismo oriental, introdujo en Irlanda aquel monaquismo primitivo. La vida monástica prosperó bien pronto en la isla, sin abandonar las características raciales célticas, y estos primeros cenobios irlandeses desarrollaron una labor cultural sumamente eficaz y meritoria.

Pronto estos primeros monjes irlandeses se sintieron atraídos por la idea de evangelizar la vecina Escocia; hacia allí se dirigió San Columbano, que en 565 fundó el monasterio de la isla de Iona en el suroeste de la costa escocesa. Las predicaciones de San Columbano se extendieron hasta la muralla de Adriano, límite meridional de la Northumbria, en territorio inglés. La fundación del monasterio de Lindisfame el año 653, por Aidan, monje de lona, coincidió con el apogeo de este primer monaquismo independiente de Roma en el norte de Gran Bretaña.

Beatus de Liébana (Morgan Library, Nueva York). De entre las innumerables copias que se hicieron del códice original, destacan la que se conserva en La Seu d'Urgell y las imitaciones de Magius para el Beatus de San Miguel de la Escalada. Además de las 79 miniaturas que representan escenas del Apocalipsis, se recogen más de 250 folios de textos doctrinales enmarcados en un millar de columnas de pulcra caligrafía y enmarcados por orlas y cenefas de deslumbrante policromía. 
El celo evangelizador de San Columbano le había llevado a predicar también en el norte de la Galia, e incluso a fundar cerca de Milán la abadía de Bobbio, en el año 615, bajo la protección de un rey lombardo que estaba en malas relaciones políticas con el Papa.

Beatus de Girona (Catedral de Girona). Este códice del año 965 inaugura un nuevo clima artístico que se anticipa al ritmo y la estilización propiamente románicos. Por primera vez en la historia del arte occidental aparece la firma de una mujer, la monja Eude, que colaboraría en la ilustración de las miniaturas junto a Emeterius, discípulo del leonés Magius. Si bien el maestro pintaba las pupilas en el centro del ojo, los autores de estos dibujos las situaban bajo la línea superior, sobresaliendo por un ancho párpado, consiguiendo así una expresividad más humanizada y natural que no se veía en otras muestras de arte religioso hasta entonces.



Este Papa no era otro que San Gregorio Magno, quien, inquieto ante la independencia demostrada por esta iglesia monástica irlandesa, en el año 596 había enviado a Inglaterra una misión dirigida por el monje Agustín (San Agustín de Canterbury), integrada por treinta y nueve benedictinos. Su propósito era lograr la conversión de los anglosajones recientemente instalados en el país. No tardó en estallar una fuerte rivalidad entre los misioneros romanos y los irlandeses que se habían establecido en Nortumbria, y las desavenencias se exacerbaron a consecuencia de las discrepancias en cuestiones de rito (forma de la tonsura y cómputo pascual).

Entre tanto, el proselitismo irlandés proseguía en Inglaterra. El monje inglés Willibrord, que llegó a Irlanda a los veinte años de edad, partió en 690 (después de doce años de estudio) para evangelizar la Frisia acompañado de un grupo de monjes irlandeses y sajones. El monasterio que fundaron en Echternach (Luxemburgo) se convirtió en un foco de irradiación religiosa y cultural sobre todo el centro y norte de Europa.

Por su parte, los romanos crearon en Inglaterra, además de las sedes episcopales de Canterbury y Chester, centros monacales gobernados por normas distintas de las que se seguían en los cenobios que en el Norte habían fundado los irlandeses discípulos de San Columbano. Estos nuevos centros, radicados en York, Harrow y Wearmouth, fueron verdaderos bastiones del monaquismo italiano que había sido definido por San Benito. En el año 761, lona, el centro irlandés de la resistencia a estas nuevas normas, se tuvo que someter.

 Espada de Khilderico I (Biblioteca Nacional, París). Las pocas piezas que se conservan de la antigua espada del rey merovingio suponen una buena muestra del exquisito trabajo de oro esmaltado de sus artesanos. Secuestrado de niño por los hunos y famoso por sus amoríos con mujeres casadas y sus alianzas y traiciones con las tropas enemigas, conquistó las tierras de Alemania, el norte de Italia y de paso el corazón de la reina de Turingia, esposa de su huésped y amigo.



Los monjes irlandeses habían aportado a la Nortumbria el cristianismo y la instrucción, y recibieron allí ciertas influencias artísticas característicamente nórdicas o germánicas, debidas a los invasores anglos y sajones que, contemporáneamente a la llegada de San Patricio a Irlanda, se habían establecido en el suelo inglés. Estos invasores habían traído consigo su estilo decorativo germánico, una de cuyas más brillantes muestras la constituyen los objetos con adornos de esmalte cloisonné que integran el hallazgo de la tumba real de Sutton Hoo, que data del siglo VII.

La talla escultórica en piedra se había manifestado primeramente en Irlanda, en el adorno de entrelazos célticos que presentan cierto número de pilares y estelas; los ejemplares más notables son las cruces pétreas que, como las de Clonmacnoise, Muiredach, Ahenny y Bealin, se yerguen junto a las altas torres cilíndricas o ligeramente cónicas de los antiguos monasterios. Estas cruces, en su mayoría fechadas en el siglo VIII, son imponentes monumentos que en general sobrepasan los tres metros de altura y están completamente recubiertas por una decoración esculpida, que destaca sobre el fondo recortado por la sombra oscura. Parece ser que, diseminadas en torno a los monasterios, estas cruces jugaban el papel de guardianes contra las potencias infernales que amenazaban a los monjes desde todos los puntos del horizonte.

 Torre Redonda (Cionmacnoise, Offaly). A orillas del río Shannon se erigió a principios del siglo VI uno de los monasterios más grandes de la geografía irlandesa aprovechando el emplazamiento de esta vieja torre del año 1123 y el campo de cruces que la rodea, antiguos vestigios monumentales de la escultura religiosa de los primeros celtas que poblaron esas tierras. El conjunto arquitectónico, formado por una catedral dedicada a San Ciaran, ocho iglesias construidas entre los siglos X y XII y toda una vastísima colección de lápidas cristianas tempranas, destaca por la belleza de los parajes que lo rodean camino de Galway.



Casi todos estos cenobios debidos al proselitismo monacal irlandés desaparecieron a consecuencia de incursiones de los vikingos, durante los siglos VIII y IX. En Gran Bretaña, en Northumbria, el primero que fue destruido por esta misma causa, en el año 793, fue el de Lindisfarne. En 801, los vikingos saquearon Iona y los monjes que lograron salvarse, abandonaron la isla y se refugiaron en el centro de Irlanda, donde fundaron el monasterio de Kells (un poco al norte del actual emplazamiento de Dublín).

Cruz de las Escrituras (Cionmacnoise, Offaly). La más antigua de las cruces de este monasterio, datada en el siglo VIII, mide más de tres metros y conserva muchos de los rasgos escultóricos heredados del arte céltico. Los relieves que decoran el pie y los brazos rectangulares representan escenas bíblicas diversas, mientras que el centro del círculo perforado está dedicado a Cristo y San Patricio. Se considera que es una de las primeras muestras de escritura grabada de la escultura irlandesa. 
Por su parte, la acción evangelizadora de los monjes llegados con San Agustín de Canterbury había dejado también, en Inglaterra, monumentos de un arte escultórico en que el estilo anglosajón se revela con toda su potente fantasía. Son altísimas cruces con profuso adorno en relieve, como la de Hirton, en Nortumbria, la de Gosforth o la de Kirk Braddan, en la isla de Man. Pero los dos ejemplares más famosos, ambos del siglo VII, son las cruces de Bewcastle y de Ruthwell, ambas en Nortumbria, donde se combinan el adorno de entrelazos y la talla figurativa, realizada según un estilo que sugiere la influencia del arte prerrománico italiano.

 Cruz del Sur (Kells, Leinster). Varias cruces de más de tres metros abren el camino hasta el monasterio de Kells, fundado en el año 804 siguiendo la peregrinación de San Patricio y San Columbano. Distribuidas alrededor de los conjuntos monásticos, se cree que servían como protección para los monjes contra las tentaciones de Satán. En esta cruz pueden apreciarse algunas escenas bíblicas dedicadas a Adán y Eva, Caín y Abel, Daniel y los leones, David tocando el arpa y San Pablo y San Antonio en el desierto.



Los objetos más antiguos que se poseen de la orfebrería céltica irlandesa revelan una clara supervivencia del arte de La Téne. La forma misma de las fíbulas o broches es característica de las tioulas célticas de dicho período: están constituidas por un anillo circular que forma el broche con una aguja que lo atraviesa. Algunas de las &'bulas irlandesas parecen muy antiguas; sus ornamentos no son entrelazados rectilíneos, sino espirales, y es posible que sean todavía de la época pagana, anterior a la conversión de Irlanda al cristianismo. Las más antiguas son generalmente de bronce, con los esmaltes e incrustaciones de coral que usaban los pueblos prehistóricos europeos. Más tarde el broche, en lugar de ser un anillo uniforme, se ensanchó por un lado, y en esta superficie plana se dibujaron delicadamente los más complicados motivos de decoración. Los broches servían para prender los mantos, como pueden verse en las figuras de los relieves de las cruces altas y en las miniaturas, y algunos incluso llegaron a ser de dimensiones exageradas.

Cruz del Oeste (Kells, Leister). Mucho más elaborada ornamentalmente que la Cruz del Sur, esta cruz del siglo X presenta unos paneles finamente decorados con inscripciones y relieves de Adán y Eva, las bodas de Caná, el bautismo de Cristo, el exilio de Israel y la entrada en Jerusalén. La rotura de su parte superior fue ocasionada por las milicias de Oliver Cromwell. 
La más hermosa de estas fíbulas es la de Tara, descubierta en 1850. Es de bronce, pero su anillo está recubierto de placas de oro con entrelazados y esmaltes, algunos de ellos hechos con trozos de coral.

La riqueza de esta fíbula tiene su rival en el famoso cáliz encontrado en 1868 en Ardagh. Asombra la maravillosa variedad de sus entrelazados, la gracia y elegancia con que están dibujadas las bandas y medallones, que lo convierten en una de las obras más hermosas que se tienen del arte de los metales en todas las épocas.

Otra obra maestra de la orfebrería irlandesa es el estuche de plata dorada que sirve de relicario para la histórica campana de San Patricio. La caja tiene, en su cara anterior, cuatro plafones entrelazados combinados con medallones; en la cara posterior hay una bella decoración de cruces, y en su rededor una leyenda en que se pide una oración para el rey Domnell, que encargó tal relicario, otra para el obispo sucesor de Patricio en la mitra de Armagh, para el guardián de la campana, y para Cudilig y su hijo, que hicieron la obra. Es interesante, sobre todo, el remate para coger la joya, donde, entre los motivos de entrelazados se ven aparecer unas cabezas de dragón de estilo escandinavo.

Broche celta (Colección privada). Esta filigrana de plata chapada en oro hallada en un yacimiento irlandés del siglo VIII presenta la típica forma de la fíbula micénica, parecida a la hebilla y provista de un imperdible afilado. Si bien la joyería celta adoptó un exquisito gusto en la decoración de estos objetos, no sería hasta el siglo V que comenzaran a representarse figuras de dragones, pájaros y máscaras humanas. 
Por otro lado, los objetos litúrgicos de metal, fácilmente transportables, fueron indudablemente vehículo principal de las formas célticas en el Continente, en las colonias monásticas irlandesas que se instalaron en toda la Europa occidental. Pero un medio más poderoso aún de difusión del arte céltico de los entrelazados fueron sus manuscritos. Los monjes de Irlanda, que habían recogido la ciencia clásica y cristiana, sentían por los libros un amor raro en aquellos tiempos, y aplicaron gran parte de su actividad a la iluminación de nuevas copias y decoración de los textos con miniaturas. Estos libros, llevados después a los monasterios de monjes de Italia o de Germania, debían de ser la base principal de las bibliotecas de Bobbio, Falda y Saint-Gall.

Esta labor caligráfica y de iluminación de códices comenzó a mediados del siglo VII y perduró hasta poco después del año 800. El manuscrito más antiguo, de los que integran la serie más importante, es el Libro de Durrow (hoy en el Trinity College de Dublín), que se realizó en el cenobio de aquel nombre, fundado por los monjes de San Columbano. En los entrelazados que decoran sus orlas marginales, dispuestas, en algunos casos, en forma de franjas que rodean grandes rosetones, se descubren elementos de estilización animal propios del arte nórdico. Quizá la relativa sobriedad de sus composiciones ornamentales indique también influencia de los manuscritos coptos sobre este arte monástico irlandés.

Cáliz de Ardagh (National Gallery, Dublín). En 1868 se encontró este cáliz del siglo VIII por cuya forma se confundió con una corona visigótica y un relicario carolingio. Considerada una de las mejores piezas de la orfebrería irlandesa, las filigranas abstractas del centro y los dibujos con esmaltes rojos y azules destacan sobremanera por la banda de bronce dorado con decoración de entrelazados que los rodea. 
El texto de cada uno de los Evangelios contenidos en el Libro de Durrow se inicia por una página que contiene el símbolo del Evangelista en el centro de un marco de entrelazados; sigue una página de decoración completamente abstracta y, a continuación, la primera página del texto, que se inicia con una mayúscula monumental. Sólo tres colores han sido empleados a lo largo de todo el manuscrito: un rojo anaranjado, un verde muy intenso y un hermoso amarillo de oro. Los tres colores se reparten en proporciones iguales sobre las superficies marfileñas del pergamino.

Libro de Lindisfarne (Museo Británico, Londres). El principal factor que unificó todas las culturas nómadas que invadieron progresivamente el continente europeo fue su fe en el cristianismo, cuyas interpretaciones particulares y semimitológicas fueron tildadas de herejías por los pueblos asentados que pugnaban por conservar su espacio. La producción artística de estas culturas era tosca y volcada forzosamente en los objetos más transportables, como las joyas y los mantos, como muestra el arte pictórico del entrelazado de este evangeliario del siglo VII cuyas coloristas e intrincadas miniaturas recuerdan las del Libro de Durrow
La ornamentación es más rica y ostentosa en el Libro de Lindisfarne (en el Museo Británico), que fue iluminado en el scriptorium del cenobio de este nombre, en Nortumbria. Es de fin del siglo VII y principios del siglo VIII, y además de hermosísimas capitales y páginas íntegramente ornamentadas en un fulgurante estilo en que los entrelazados se ordenan con admirable inventiva, contiene cuatro páginas con las figuras de los evangelistas, de un elegante diseño que se inspiró, sin duda, en códices benedictinos italianos, y presagia cualidades que serán propias de las mejores miniaturas inglesas posteriores.

 Relicario de la campana de San Patricio (National Gallery, Dublín). El remate de la superficie del relicario, que recuerda la decoración de la orfebrería bizantina, está ornado con motivos entrelazados cuyos cabos superiores representan dos cabezas de dragón de clara influencia escandinava. En la cara frontal, cuatro plafones con arabescos célticos se entrecruzan con medallones y gemas de grandes dimensiones. En la cara opuesta, una inscripción envuelta por cruces pide una oración para el rey, el santo, el obispo sucesor, el guardián de la campana y los autores del relicario, los orfebres Cudiling e hijo.




Evangelio de San Marcos (Trinity College, Dublín). Iluminado alrededor del año 800, la profusa decoración ornamental del Libro de Kells induce a hablar ya de manierismo. De marcada inspiración celta, su diseño posee intrincadas cenefas en los márgenes, una gran diversidad cromática y una desbordante fantasía simbólica en las escenas figurativas. Las letras iniciales y las ilustraciones de página entera que enriquecen el texto constituyen la culminación de la escuela celta aplicada al diseño de manuscritos, que terminó abruptamente antes de haber concluido el códice.
Este estilo ornamental y caligráfico alcanza sumayor paroxismo barroco en el Libro de Kells, de hacia el 800 (hoy también en el Trinity College de Dublín), obra de los monjes fugitivos de Iona. Este códice contiene asimismo algunas composiciones figurativas que se ajustan a la tradición irlandesa orientalizante, con lejanos recuerdos del arte copto, que también se puede observar en las páginas miniadas de otro célebre manuscrito, el Evangeliario de Saint-Gall, de mediados del siglo VIII, y que ya en la antigüedad pasó a la biblioteca de la abadía suiza de este nombre.

 León de San Juan (Biblioteca del Trinity College, Dublín). La época turbulenta de las grandes invasiones no afectó a Irlanda, donde se desarrolló un arte medieval inconfundible por su sentido de la simetría y su precisión en los temas geométricos. El Libro de Durrow, del que se extrae esta miniatura, es un ejemplo de la maestría ornamental de los copistas cristianos del siglo VII, que adoptaban muchos de los propósitos simbólicos de los antiguos celtas, como se puede apreciar en la orla flotante que dibuja la cola del león.







 Águila de San Marcos (Biblioteca del Trintity College, Dublín). Influidos por algunos elementos decorativos captas, celtas y germánicos, los ilustradores del Libro de Durrow manifestaron en el estilo con el que ilustran sus miniaturas la grave crisis que estaba padeciendo la iglesia irlandesa.



Parece evidente que el sistema decorativo irlandés -en análoga proporción que las influencias orientales- enseñó a los artistas románicos de los siglos XI y XII a tomar la figura humana y a plegarla, estirarla y retorcerla caprichosamente, según las leyes exigentes de la ornamentación o de la curva de un capitel.

Estela de Tagelgarda (Statens Historiska Museum, Estocolmo). En este detalle del antiguo relieve del siglo VII hallada en Suecia se aprecia una emotiva escena en la que un héroe abatido es llevado hasta el reino de los Arte prerrománico 61 cielos a lomos del caballo del dios Odín, mientras le reciben varias figuras portando cuernos y anillos de oro simbólicos. El fragmento de la vela de un barco asoma por el cuadro inferior. 
El sistema de los orfebres y miniaturistas irlandeses estaba basado, como el de todas las artes abstractas, en una completa independencia de las apariencias del mundo real. La espiral, el trenzado y el círculo crean un mundo de extraños espejismos en el que aparecen y desaparecen cabezas de monstruos y de seres humanos, patas de bestias y colas de pájaros. Las líneas fluidas y los ritmos de colores sabiamente calculados sugieren un extraño repertorio de formas, un mundo paralelo al nuestro, que tiene sus propias leyes.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

San Patricio y el catolicismo en Irlanda

San Patricio y el rey (Biblioteca Huntington,
San Marino). 

La fiesta de San Patricio es la festividad nacional de Irlanda y se celebra con gran esplendor cada 17 de marzo. La vida y obra de este santo que predicó el catolicismo en la Irlanda del siglo V fue de gran importancia para el país pues caló profundamente en las creencias religiosas de los habitantes de la isla.

   El que sería futuro apóstol de Irlanda nació hacia el año 390 en el noroeste de Gran Bretaña y era hijo de un oficial romano ferviente seguidor del cristianismo. No sabemos cómo debió de transcurrir la infancia y la adolescencia de San Patricio, aunque está demostrado que a los dieciséis años fue raptado por piratas y tuvo que sufrir un prolongado cautiverio de más de seis años.

   Una vez que consiguió la libertad, decidió emprender un largo viaje por Europa, durante el cual se afianzó su fe cristiana y tomó la decisión de regresar a su tierra natal para colaborar en la expansión del catolicismo en ella.

   De este modo, tras haber sido consagrado obispo para la misión de Irlanda por San Germán de Auxerre, inició su obra de evangelización en Leicester. No se conocen muchos detalles de esos primeros años. Más información se tiene de su viaje a Roma, realizado entre el año 441 y el 443, tras el cual logró establecer la sede episcopal de Irlanda en Armagh. El gran deseo de San Patricio era crear una cristiandad irlandesa que siguiera fielmente los preceptos de la Iglesia de Roma, por lo que decidió crear obispados territoriales subordinados al poder papal, que fueron eliminados tras su muerte, acontecida en el 461.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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