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Artistas de la A a la Z

La pintura y la miniatura

Han sobrevivido en Francia pocos frescos de esta época. Los restos de pinturas murales góticas francesas son simples imitaciones de despiezos de piedra, combinados a veces con adornos de flores de lis. Raramente, como en una bóveda del oratorio de la casa de Jacques Coeur, en Bourges, se conservan figuras bellamente dibujadas (ángeles en este caso) entre los arcos de la bóveda.

Piedad de Villeneuve-les-Avignon (Musée du Louvre, París). Esta obra maestra de la pintura provenzal del siglo XV es llamada así porque fue conservada en la famosa cartuja. La fúnebre y delicada belleza de Cristo, el amargo dolor de su Madre, el desconsuelo de San Juan y de María Magdalena contrastan con la serenidad del donante, cuyo retrato admirable es uno de los mejores de la pintura gótica. De autor desconocido, aunque atribuible a Enguerrand Charonton. 

En cambio, existirían en abundancia en la Francia gótica, pinturas sobre tabla tan excelentes como las esculturas en piedra o los relieves en marfil. En los altares y objetos muebles que desaparecieron durante las guerras de religión y la Revolución debía de haber obras maestras de pintura. Algunas de tales obras maestras se conservan, pero son muy escasas y entre ellas cabe destacar por su calidad extraordinaria, la tabla de la Piedad de Villeneuve-les-Avignon que actualmente se encuentra en el Museo del Louvre, y la de la Coronación de la Virgen, obra de Enguerrand Charonton, todavía conservada en Villeneuve-les-Avignon, ambas del primer cuarto del siglo XV.

Coronación de la Virgen de Enguerrand Charonton (Hospice de Villeneuve-les-Avignon). Pintada hacia 1454, esta tabla maravillosa describe la concepción medieval del mundo con colores de una increíble intensidad. Sobre la visión torturada del infierno, la tierra extiende el manto de un paisaje de colinas y ciudades, mientras en el cielo, entre nubes de ángeles y ante legiones de bienaventurados, la Trinidad corona a la hermosísima Virgen. 
Por otra parte, el arte de decorar libros con pinturas tenía antecedentes gloriosos en la miniatura francesa de la época carolingia. Pareció amortiguarse su fantasía creadora en la época románica; los libros franceses ilustrados de los siglos XI y XII no permiten sospechar las magníficas obras que se producirán más tarde. La importancia de la miniatura gótica francesa desdice en cierto modo del tamaño de los manuscritos. Habitualmente, los libros con miniaturas de las escuelas carolingias eran códices monumentales, y las ilustraciones eran más bien cuadros pintados sobre pergamino que decoraciones de un texto. En la época gótica, el libro se reduce al tamaño que es más corriente en la actualidad, y la miniatura es realmente un enriquecimiento de un escrito. Forma ya parte del arte del artífice librero, no del pintor.

⇦ Miniatura del Breviario de Belleville de Jean Purcelle (Bibliotheque National, París). En esta miniatura se reproducen escenas bíblicas; en la parte superior se ve a David danzando ante el Arca de la Alianza y en la inferior a Judit matando a Holofernes.



El reinado de San Luis marca el apogeo de la escuela de iluminadores de libros, que tiene su principal centro en París. Dante, al encontrar en el infierno al más famoso miniaturista italiano de su época, hace honor a aquel arte: ch'alluminar è chiamata in Parigi . . . La Universidad se vio obligada a dictar medidas prohibitivas en vista del abuso, entre los estudiantes, de los libros caros e iluminados que imponía la moda. En el siglo XV se formó en Aviñón otro centro importante de decoración de libros, pero éste experimentando ya fuerte influencia italiana.

   Los manuscritos ilustrados no son las Biblias voluminosas y sacramentarios monásticos del período carolingio, sino textos aislados, salterios y evangeliarios para uso personal o de piedad doméstica. Las Biblias completas no llevan ilustración marginal, sino páginas enteras decoradas con escenas dentro de un marco que se ha subdividido en recuadros.

En la época de Felipe Augusto y San Luis los libros más característicos son los salterios. En ellos había dos tipos de miniaturas: uno que imita las formas de los ventanales o vidrieras, dividiendo la página por medio de círculos dentro de los cuales están representados los episodios narrativos; en el otro, las escenas se hallan encerradas por un marco con fondo de arquitectura: pináculos, rosetones, tejados y arcadas con contrafuertes.

⇨ Miniatura del Libro de Horas del Mariscal de Boucicaut (Musée André Jacquemart, París). La escena representa a san Leonardo liberando a dos prisioneros. A diferencia de la anterior esta miniatura ocupa toda la página del Libro de Horas sin estar supeditada al texto.



Más tarde, en los siglos XIV y XV, los libros típicos son los llamados Libros de Horas. Acostumbran a estar bellamente encuadernados, con cierres de plata; algunos de ellos van precedidos del retrato de su posesor, rodeado de los santos predilectos de su devoción o simplemente de las personas de su séquito. Siguen después los calendarios, con la ilustración correspondiente a cada mes y el espacio destinado al santoral; a continuación, viene el texto; éste lo constituyen las oraciones y rezos diarios con alguna que otra miniatura puramente decorativa a toda página, que a veces ofrece muy poca relación aparente con el contenido del libro. Por lo general, son escenas de la vida de los santos o de la Virgen, como la Natividad, la Adoración de los Reyes o la Visitación, y en algunas ocasiones, muy raras, representan escenas de los relatos del Antiguo Testamento.

Les Très Riches Heures du Duc de Berry 
(Museo Condé, Chantilly). Obra de los 
tres hermanos de Limbourg, Poi, Hermann 
y Hennequin, los cuales trabajaron en él 
hasta su muerte en 1416. La miniatura 
representa el encuentro de los tres Reyes 
Magos, previo a la Epifanía. Sus respecti-
vas indumentarias revelan la distinta pro-
cedencia de los tres reyes. Por otra parte, 
uno de los grandes atractivos de estas 
miniaturas es la importancia concedida al 
paisaje, en el que se distinguen dos de 
los mayores edificios góticos de París: la 
catedral de NotreDame y la Sainte-Chapelle. 
En la época clásica de la miniatura parisiense, o sea el período del reinado de San Luis, las miniaturas suelen estar ricamente decoradas con oro y colores vivísimos, que se combinan y suavizan armónicamente, sin estridencias. Después, en el siglo XIV, sobre todo en la escuela de Aviñón, los campos de oro disminuyen sensiblemente para predominar los azules y verdes imitando las miniaturas de Bolonia y Siena. Por fin, en el siglo XV, en las escuelas del centro de Francia y de Borgoña el oro desaparece por completo, los fondos recobran sus colores naturales, el cielo y los árboles sólo están salpicados con puntos y líneas metálicas de oro y plata para dar más brillantez al color.

Los mejores autores de Libros de Horas a fines del siglo XIV y principios del XV son los hermanos Limbourg (Pol, Hennequin y Herrriann) y sus obras maestras son las miniaturas realizadas para el duque de Berry a partir de 1410, entre las que destacan las del famoso códice de las Très Riches Heures que conserva el Museo Candé, de Chantilly.

Otra manifestación importante de la pintura en la Francia gótica son las vidrieras para los grandes ventanales de las catedrales, decorados maravillosamente con escenas y figuras. Reyes y prelados tenían gran empeño en que las nuevas iglesias no careciesen de ellas, y así el escudo del generoso donante suele campear en las orlas que rodean la composición principal del centro.

En Francia, la primera escuela de decoradores de vidrieras parece ser la de Saint-Denis, en tiempo del abad Suger. El gran prelado cuenta su personal intervención en la obra de reconstruir y decorar la abadía, la que deseaba fuese digna de su empleo de panteón de los reyes de Francia. Algunas de las vidrieras descritas por Suger se han conservado hasta hoy, aunque muy mutiladas. Los vidrieros de Saint-Denis iniciaron después a los artistas de Chartres en el arte de decorar los ventanales de su catedral, y en esta ciudad debió de formarse una escuela que fue la principal durante la última mitad del siglo XII y comienzos del XIII.

Artistas de Chartres serían los que decoraron los vidrios de las otras catedrales francesas, pues reproducen en ellas los mismos temas que aparecen en Chartres por vez primera. Durante el reinado de San Luis, también en la decoración de vidrios fue París el centro principal de toda Francia; entonces se fabricaron las preciosas vidrieras de la Sainte-Chapelle, que de manera tan maravillosa contribuyeron al efecto general del edificio, dándole la impresión de luz y transparencia.

Vidriera de la abadía de Saint-Denis, París. En esta vidriera están representados el abad Suger y Salomón, al que se ve recostado. Para Suger, abad de Saint Denis, Dios era 1uz, por lo que su templo debía permitir su entrada y que inundara todo su espacio. En Saint Denis cristalizó, por primera vez, el nuevo sistema constructivo denominado gótico. 
Las escenas figuradas en los ventanales son las mismas que aparecen en los relieves y miniaturas, pero tal vez en este arte de la vidriería los decoradores estaban más influidos por las prescripciones más o menos inspiradas de los canónigos y letrados que las encargaban. En las vidrieras es donde encontramos las representaciones más alambicadas de la mística medieval, los temas más sutilmente interpretados y con relaciones más íntimas entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Las escenas de las vidas de santos reproducen también el repertorio de las leyendas de Jacopo de la Vorágine; cada escena va dentro de un círculo o un recuadro rodeado de una orla. La brillantez de los colores está acentuada por el contraste de los negros contornos del plomo que sostiene los vidrios.

Se ha concedido a este capítulo una extensión considerable, porque en Francia no sólo nació y creció el arte gótico, sino que allí también se perfeccionó. Al estudiar el arte gótico en las diversas escuelas nacionales, se verá que casi podrían calificarse de provinciales. Contribuye al afrancesamiento de Europa la circunstancia de haberse trasladado el Papado a Aviñón. El prestigio de la Curia pontificia, tan bajo en la época románica, fue restablecido por obra de Cluny, y los papas, alejados del eterno campo de batalla que fue Italia, en las márgenes del Ródano aceptan y propagan la cultura francesa como la que mejor incorpora el espíritu de la cristiandad. El arte gótico es el fundente del espíritu occidental.

Fuente: Historia del Are. Editorial Salvat.

Notre-Dame de París


Tanto por su situación, en la Île de la Cité, en pleno corazón de París, como por las referencias culturales y literarias que ha generado, Notre-Dame es probablemente la catedral gótica más famosa del mundo. El obispo Maurice de Sully fue quien puso la primera piedra y, aunque el presbiterio fue consagrado en 1182, la nave no se concluyó hasta 1250. Más tarde los arquitectos Pierre de Montreuil y Jean de Chelles realizaron las fachadas norte y sur del transepto.

Notre-Dame es un magnífico exponente de la mentalidad medieval y de los logros alcanzados en el campo de la arquitectura. Se trata de un edificio de una majestuosidad y elegancia acordes a la capital monárquica, cuya bóveda del coro, con una altura de 33 metros, es la mayor de las construidas hasta la fecha. Una vez comenzados los trabajos en la nave principal, se decidió aumentar su altura dos metros más: para fortalecer el sistema de resistencia frente el peso de la bóveda principal se recurrió a los característicos arbotantes exteriores de la arquitectura gótica.

Entre los primeros ejemplos de la nueva tendencia arquitectónica, la catedral presenta aún la tendencia románica de ilustrar mediante la solidez y el volumen el poder divino que postulaba la institución religiosa. En la fachada occidental se intenta equilibrar la verticalidad de las dos torres, que se corresponden con las dobles naves laterales del templo, con la horizontalidad de las bandas y las galerías decoradas.

Era en la torre sur donde se encontraba la legendaria campana del siglo XV, que fue fundida y vuelta a vaciar en 1686, según cuenta la leyenda, con oro y piedras preciosas, de ahí la claridad de su tañido. El pórtico central está consagrado a Cristo, cuya figura aparece en el parteluz, rodeado en las jambas por sus doce apóstoles. Cristo está representado en el tímpano, y en el dintel el Juicio Final y la Resurrección.

La nave se encuentra rodeada de vidrieras gracias a su bóveda de crucería -concentrándose las cargas en los pilares como puntos concretos-, lo que permite que la luz penetre por los laterales. Sin embargo, dada la altura de la nave, la relativa delgadez de sus muros exigió la construcción de los contrafuertes exteriores que se intercalan entre las vidrieras para contrarrestar el empuje lateral ejercido por la bóveda. El transepto de la catedral es muy corto, y no sobrepasa la alineación de la nave lateral extrema.

Con el perfeccionamiento de la arquitectura gótica, en el siglo XIII se ampliaron las ventanas del claristorio y se consiguió aumentar la entrada de luz natural al interior de la catedral.

Los brazos superiores de los arbotantes que sujetan la girola estabilizan el muro interior contrarrestando la presión de las bóvedas, y los brazos inferiores sujetan los muros exteriores. Las tallas y esculturas con que se encuentra decorado el edificio representan elementos vegetales, animales y fantásticos.

Parte de la decoración fue transformada en el siglo XIX por la restauración del arquitecto Viollet-le-Duc, quien sustituyó también al chapitel sobre el crucero, de 96 metros de altura, que había sido destruido durante la Revolución francesa.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte prerrománico

Europa asiste, prácticamente desde los primeros tiempos de nuestra era, a una serie de cambios políticos y religiosos que habrán de condicionar decisivamente toda la evolución cultural posterior del continente. De este modo, la Antigüedad clásica vive sus últimas etapas de esplendor y se prepara el camino para la llegada de una nueva concepción del Estado y de la vida: la Edad Media.

Así, se conviene señalar este largo período medieval se inicia con la caída del Imperio de Occidente, en el año 476, para prolongarse hasta el año 1453, cuando tiene lugar la toma de Constantinopla por parte de los turcos, acto final de la decadencia del Imperio Bizantino, legítimo heredero del esplendor de Roma.

Broche visigodo con cabezas de
águila (Museo de Baltimore).
Realizado en bronce en
el siglo VI y procedente de
una necrópolis de Mérida, tie-
ne piedras preciosas engarza-
das en los ojos.
Como se tendrá ocasión de comprobar a lo largo del presente capítulo, el arte prerrománico, es decir, aquel que se produce entre los siglos VI y XI, es una amalgama de estilos artísticos generados por los diferentes pueblos que en este citado período histórico habitaban la Europa occidental. De este modo, no debe sorprender la falta de unidad artística que, como se verá, caracteriza el amplio mosaico artístico de, entre otros pueblos, bárbaros, francos y visigodos. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

El arte mueble de los pueblos bárbaros

Cuando el Imperio romano se dividió en dos partes, Imperio de Occidente e Imperio de Oriente, las normas del antiguo clasicismo, que habían sido universalizadas durante la época alejandrina y sostenidas después por Roma, habían perdido ya gran parte de su antigua eficacia. La atmósfera dentro de la cual el cristianismo se había desarrollado, a pesar de las persecuciones, representó por todo el ámbito imperial una insinuación cada vez más fuerte de preocupaciones e ideas propias de una mentalidad nueva. No debe, pues, sorprender que el anterior mundo greco-latino tendiese a desintegrarse durante los primeros siglos de la Era cristiana. Con él se desmoronaba todo un sistema de tradiciones estéticas que habían implicado una determinada concepción del Arte.

Broches de plata chapados en oro (Colección Württembergisches Landesmus, Stuttgart). Estas dos piezas ejemplifican un renovado interés por las piezas pequeñas, valoradas hasta entonces sólo desde un punto de vista decorativo muy secundario. Debido a su condición de pueblos nómadas, los nuevos lujos bárbaros se exhiben mejor en suntuosos objetos portátiles como los abalorios, las hebillas y ciertos complementos de la ropa.

Al hundirse, en el siglo V, el Imperio de Occidente ante la oleada de invasiones de los pueblos bárbaros, la estructura estatal y el espíritu de mando habían logrado en Bizancio conservar su equilibrio; pero incluso allí se implantaba entonces una concepción plástica en la cual se ve cómo, paulatinamente, la representación (que se basó en el contorno fijado por el dibujo y la concreción de la forma) quedaba postergada ante la importancia de elementos que antes se habían considerado como del exclusivo dominio de lo decorativo: la calidad de la materia, los efectos de color y de luz. El interés por la figuración humana, que en Bizancio persistiría hasta el estallido de la crisis iconoclasta en el siglo VIII, fue desapareciendo en Occidente durante el transcurso del siglo V, y no existió nunca en el arte bárbaro de los pueblos germánicos, que fue el que, en definitiva, se impuso en la parte occidental de lo que había sido el Imperio romano unitario.

Indudablemente, la presencia de los bárbaros en los confines imperiales desde el siglo IV contribuyó mucho a este estado de cosas. A la admisión de estas gentes en las legiones romanas había sucedido su instalación en los territorios limítrofes, que les habían sido cedidos a título federativo, como medida para asegurar la defensa de las fronteras. En efecto, hacia el año 370, al ser rechazados en el Asia por los mongoles, los hunos se precipitaron sobre los ostrogodos y esto determinó también un rápido desplazamiento de los visigodos, que al mando de Alarico se lanzaron en 395 sobre el territorio bizantino; después se encaminaron a Italia y en el año 410 entraban en Roma. Muerto Alarico, pasaron, bajo el caudillaje de Ataúlfo, a España, y con Walia, al sur de la Galia.

Relicario de Teodorico (Tesoro de la Catedral, Monza). Este cofre enjoyado, perteneciente presuntamente al rey ostrogodo Teodorico el Grande, presenta una trabajada filigrana con engastes de gemas y granates y está chapado en oro por la parte externa. Toda la orfebrería cristiana occidental estaría influida por el arte bizantino de metal, que sería imitado durante el románico.  
En cuanto a los ostrogodos, poco después se establecieron también, como peligrosos vecinos, en las fronteras del Imperio de Oriente, de donde, a fines del siglo V el emperador Zenón logró apartarles, mediante el ardid de revestir a su caudillo Teodorico del gobierno de Italia, país que de hecho estaba ya perdido para el Imperio y que aquél invadió en el 489. Cuatro años más tarde, lograba vencer y matar en Pavía a Odoacro, rey hérulo, y conseguía poco después hacerse único dueño de la antigua sede del Imperio de Occidente. Por otra parte, los francos y burgundios se habían establecido ya antes en la Galia. El antiguo territorio occidental del Imperio quedó ocupado por pueblos de razas nórdicas.

Nada más alejado de las formas del clasicismo que la sensibilidad artística de estos invasores. Es éste un aspecto que se evidencia en su arte por excelencia, la orfebrería, la cual, como se estudia a continuación, junto al Mar Negro y en Hungría (es decir, en la parte donde más largamente los godos pudieron convivir con los restos de la antigua cultura) había revestido, gracias a los escitas y sármatas, formas asiáticas, tanto por su concepto como por su realización.

Junto a este fermento, hay que considerar también como importante el que pudo derivar del sustrato escandinavo, del cual procedían las dos ramas del pueblo godo, cuyo empuje desempeñó papel tan decisivo al producirse las grandes invasiones. La fusión de estos dos elementos, asiático y nórdico, operada entre el Mar Báltico y el Mar Negro, hubo de determinar las características del llamado Arte Bárbaro "Germánico", que fue el difundido a través de Europa por la Volkenuanderung o "migración de pueblos".

Disco de oro de un noble franco (Biblioteca Nacional,
París). Las representaciones del disco solar serían
una particular herencia del arte visigodo, cuyo origen
simbólico se remontaría hasta sociedades muy primi-
tivas. Situado en el centro, el rostro de Cristo ema-
na haces de luz para iluminar todos los confines de
la tierra, y entre cuyos rayos pueden descubrirse
signos heráldicos del noble propietario de la pieza y l
as letras griegas que marcan el principio y el fin de la
Creación. 
Es un arte que se limita a las creaciones suntuarias y ofrece una extraordinaria unidad. Hay, es verdad, los hallazgos lujosos que han tenido lugar sobre todo en Rumania y en el Banato, como el de Petrossa y el de Nagy-Szent-Miklos, que atestiguan cuán importantes y variadas podían ser las preseas poseídas por los jefes de las gentes bárbaras. Pero el segundo de estos dos tesoros se compone casi exclusivamente de piezas persas sasánidas, o inspiradas en este arte, y al parecer no perteneció a ningún caudillo bárbaro propiamente dicho, sino a .un jefe pechenego. En cuanto al tesoro de Petrossa, hallado en 1837 y que perteneció al rey godo Atanarico (muerto en 381), lo componen piezas de una inusitada riqueza, pero que por su origen diverso y calidad excepcional se apartan de lo corriente.


Broche bárbaro de estilo germánico (Museo Nacional de Historia de Rumania, Bucarest). Esta muestra de la metalistería muestra el grado de perfección que el arte de orfebrería había alcanzado en la época. Combinando una aleación de oro, plata, latón y pedrería, el prendedor estaba inicialmente decorado con esmaltes brillantes que realzaban el colorido de la gran joya. Por su lujo ostentoso se considera que servía como distintivo social.



El estilo de la orfebrería típica de los bárbaros que dieron al traste con el Imperio de Occidente, según lo revelan los objetos hallados en multitud de sepulturas francas, burgundias y visigóticas, se basa en la ornamentación geométrica, y su adorno preferido es el cloisonné. Por lo general se trata de fíbulas, que reproducen un mismo tipo de ave estilizada, una águila, o mejor quizá, uno de los cuervos que en el mito de Odín acompañan a esta divinidad heroica germánica: Hugin (que mira hacia delante y simboliza la premonición del futuro) y Mummin (que mira hacia atrás y representa el recuerdo del pasado).

Corona de Teodelinda (Tesoro de la Catedral, Monza). La esposa de Agilulfo, rey de los longobardos, convirtió a su pueblo a la fe católica apoyada por el pontífice san Gregario Magno, quien propulsó una campaña por la creación de una iglesia nacional católica independiente de la bizantina.



La estilización de estas aves rapaces se ajusta de modo invariable a un esquemático diseño que representa la silueta del ave (sin garras) con la cabeza erguida y vista de perfil y las alas semiabiertas; en el centro hay un óvalo o círculo que lleva engastada una piedra o cabujón, y otro engarce semejante figura también en el ojo.

Esta suerte de pinjantes demuestra una predilección por las materias ricas (oro, incrustación de granates, en los ejemplares más lujosos). Cuando se elaboraron en chapas de cobre cinceladas formando alvéolos repartidos con rigor geométrico (que fue el caso más frecuente), tales alvéolos se rellenaron con vidrio o esmalte para producir la ilusión de una joya preciosa.

 Hebillas visigodas (Museo Arqueológico, Barcelona). Los dos broches proclaman el gusto por el color y el uso de piedras preciosas típicos de la orfebrería visigoda, de la que se conservan piezas extraordinarias que han llegado hasta nosotros gracias a que fueron enterradas antes de las invasiones árabes



Otro tipo frecuentísimo de fíbula es de esquema alargado, y consta de dos cuerpos, uno superior cuadrangular o abierto en semicírculo, y otro inferior, de silueta piriforme, unidos ambos por un saliente semicírculo. Estas fíbulas de tipo nórdico antiguo llevan adorno inciso hecho a bisel decoración por cloisonné o relieve cincelado. Estas mismas técnicas se aplicaron también a los broches de cinturón, cuyo tipo más divulgado es el de una placa cuadrada, rellena de series paralelas de alvéolos.

La técnica del cloisonné, con esmaltes imitando incrustación de rubíes, es la que adorna también la montura de un ejemplar importante, elaborado en oro: la espada del rey franco Khilderico, muerto en 481, padre del rey Clodoveo. La bandeja. o patena del tesoro merovingio de Gourdon, en Francia, del siglo VI, muestra la misma técnica. La orla está formada por una decoración de piedras de colores, principalmente granates; éstos han sido cortados en plaquitas regulares para introducirlos en los pequeños alvéolos o cajones que forman los delgados tabiques de oro, soldados en la plancha repujada de la patena.

 Relicario de San Juan Bautista (Tesoro de la Catedral, Monza). La filigrana y el engarce de piedras de la arqueta, en un alarde de preciosismo multicolor, centra todo el interés en el rubí central, que parece extender sus rayos hacia todos los puntos cardinales sobre una recargadísima superficie donde no existe el vacío. Donada por el rey Berengario en el siglo VII permite apreciar la perfección técnica a la que llegó el arte de la orfebrería bárbara.



Del mismo estilo era el famoso cáliz de Chelles, llamado de San Eloy, que desapareció durante la Revolución francesa, pero del cual se conservan por fortuna dibujos bastante precisos; era una copa muy alta, casi cilíndrica, revestida exteriormente de esta taracea de mosaico de granates. El cáliz merovingio de Gourdon (del siglo VI, como la patena que se acaba de citar) también ostenta placas de esmalte y gemas con técnica de cloisonné. Lo mismo puede decirse del brazalete y portamonedas anglosajones, del siglo VII, hallados en la tumba real de Sutton Hoo (Gran Bretaña).

Algunas veces, el mosaico de oro y de granates es tan fino, que forma como un reticulado de malla; así son los adornos que decoran las piezas de oro del Museo de Ravena, las cuales se supone que pertenecieron a la coraza de Teodorico porque tienen los mismos adornos geométricos del friso que corona el sepulcro de este rey. Evidentemente, esta técnica era la de los esmaltes de Bizancio, sólo que aquí se sustituyeron los colores vidriados fundidos por piezas de granate y turquesas cortadas en frío. La influencia bizantina en las joyas bárbaras se ve también en la técnica de las filigranas. Los caudillos bárbaros hubieron de preocuparse en perfeccionar su arte nacional de la orfebrería, ya que solían ir materialmente cubiertos de joyas: sobre sus corazas se veían aplicados ricos broches de oro, sus escudos de cuero llevaban también discos preciosos, sobre su pecho colgaban las armillas y condecoraciones, parecidas a las que llevaban también los legionarios romanos.

Broches con forma de águila (Museo de Baltimore). Estos broches visigodos procedentes de Mérida, del siglo VI, constituyen claro ejemplo de un nuevo arte que centra su máximo interés en las pequeñas piezas. Sobre una base figurativa de oro se engastaron gotitas de colorante mezclado con ácido y sílice que al enfriarse se solidifican, obteniendo así tonalidades frías en los colores yuxtapuestos. 
Las necrópolis de los ostrogodos, descubiertas en Nocera-Umbra, en Italia, han familiarizado con la profusa decoración de sus armas y joyas; hasta en los sepulcros de mujeres y niños se encuentran con mucha frecuencia pequeños cuchillos con los mangos decorados de filigranas de oro y granates.

Al instalarse definitivamente los pueblos germánicos en las provincias del oeste de Europa, pronto utilizaron los antiguos talleres locales para sus joyas y piezas de orfebrería. Por ejemplo, en el tesoro que regaló la reina longobarda Teodelinda a su basílica de San Juan de Monza, cerca de Milán, además de su propio peine y de libros y evangeliarios con tapas de oro e incrustaciones de piedras preciosas, hay objetos tan singulares como la famosa gallina de oro, con sus polluelos, una cruz con incrustaciones de niel y una corona votiva, de la cual pendía una cruz con piezas engastadas.

En documentos contemporáneos se habla de aquellas joyas con gran elogio, y aparecen reproducidas en el relieve de piedra que adorna el tímpano de una puerta románica de la iglesia. En la misma basílica de Monza se conserva también la famosa Corona de Hierro de los longobardos, con que después sería coronado Carlomagno emperador de Occidente. Su nombre proviene de que su parte interior consiste en un aro de hierro que la tradición supone hecho con uno de los clavos de Cristo; pero exteriormente es de oro, y está guarnecida de floro - nes con perlas y piedras preciosas. Todo induce a creer que originariamente fue una joya votiva.

Agilulfo y dignatarios (Museo Nacional, Florencia). Esta placa de un yelmo dorado presenta una escena protagonizada por el antiguo monarca longobardo sentado en el trono y rodeado por su séquito. Agilulfo consolidó y expandió los dominios de su reino aprovechando las tensiones entre los bizantinos orientales y los francos, pero fracasó en su intento por conquistar Roma.
Coronas parecidas regalaron a las iglesias de España los monarcas y magnates visigodos. Un historiador árabe recuerda que al entrar los mahometanos en la catedral de Toledo encontraron entre las joyas del tesoro una serie de coronas votivas regaladas por cada uno de los reyes godos a la iglesia primada de su capital. Estas coronas debieron de ser fundidas por los sarracenos, pero otras del vecino monasterio de Santa María de Sorbaces, escondidas seguramente para librarlas de los árabes, fueron encontradas cerca de Guarrazar el año 1847.

Entre los teutones que permanecieron en la Europa Central, como los alemanes y borgoñones, la decoración animalística fue menos influida por los gustos de las poblaciones romanizadas del Imperio que los bárbaros invasores encontraron al paso por el camino. Es muy significativo que la joya máxima, la obra maestra de este estilo decorativo, sea una tapa de evangeliario, obra de artistas alemanes, nunca romanizados y tardíamente cristianizados. En ella se combinan, alrededor de una cruz central con adornos de cinceladura, pedrería y esmaltes de estilo nórdico parecido al de las piezas anglosajonas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La arquitectura

Es hora ya de examinar las reliquias que se han conservado de la arquitectura y escultura prerrománicas de los ostrogodos y merovingios que ocuparon los territorios de Italia y Francia. Las razas germánicas mantuvieron el tipo de habitación aislada hasta que se hubieron constituido las naciones occidentales. Las antiguas ciudades romanas se despoblaron en muchos casos, así como los vicos o aldeas, situados a lo largo de los caminos, y en los lugares más excelentes, en los valles fértiles o en las cumbres, propias para la defensa, los jefes bárbaros se instalaron con sus familias; una empalizada rodeó estas viviendas. A la villa romana, que era sólo un establecimiento agrícola, sucedió el nuevo tipo de habitación, con las casas del señor y de los siervos junto a sus establos, rodeado todo con una defensa.

Friso del Mausoleo de Teodorico (Ravena). El primitivismo de la cúpula monolítica contrasta con el friso esculpido que reproduce las formas geométricas típicas de las fíbulas de la época. 
No obstante, las altas instituciones de gobierno requerían otra clase de edificios. En Italia, el ostrogodo Teodorico, que soñaba con infundir en el cuerpo exangüe del Imperio romano la savia fresca de su nación goda, y con rehacer el esplendor de los tiempos felices de Augusto y de Trajano, deseó perpetuar su nombre con monumentos famosos, imitando lo más exactamente posible las obras de los emperadores.

Es curioso comprobar cómo, mientras Teodorico lograba reunir en su corte de Ravena un núcleo de escritores y juristas dignos de llamarse herederos de la gloria latina, como Boecio y Casiodoro, sus arquitectos no pudieron construir una bóveda aparejada ni trazar el perfil de una cúpula. Es un lugar emocionante aquel rincón de Italia donde se levanta la tumba de Teodorico, en los alrededores de la ciudad de Ravena. Por lo que se puede colegir, aquel rey ostragado deseó para su cadáver un sepulcro como el mausoleo de Augusto en Roma, donde el sarcófago del gran emperador estaba cobijado bajo una cúpula gigantesca. Pero los trabajadores de Teodorico para imitar la bóveda del mausoleo romano no hallaron otro medio que trasladar desde el otro lado del Adriático un monolito enorme de mármol de Dalmacia, como una inmensa tapadera, a la cual se dio un poco de forma curva.

Mausoleo de Teodorico (Ravena). Construido por orden del rey Teodorico hacia el año 520 en piedra caliza importada de Istria, mide aproximadamente 17 m de altura y sería el referente en el que se inspirara Alberti para la Iglesia de San Sebastiano en Mantua.
Este bloque que cubre la sala de la tumba de Teodorico tiene ocho metros de diámetro, y en la parte superior, que da fuera, se han dejado una especie de anillas de la misma piedra como para recordar el esfuerzo de la colocación de ese bloque sobre las paredes circulares. Exteriormente, el edificio está decorado con arcadas ciegas de medio punto, con despiece regular, pero relieves y ornamentos de los frisos tienen la repetición de ritmos espiraliformes tradicional en el arte nórdico.

Pero es posible otra interpretación de este extraño monumento que demostraría que su carácter germánico no se reduce a la ornamentación abstracta, típicamente bárbara, que decora su cornisa. En efecto, la técnica magistral del tallado de los bloques revela la presencia de arquitectos romanos que -como sabemos- eran expertos constructores de bóvedas y de cúpulas. La única explicación de este techo monolítico de cinco toneladas sería que el rey de los ostrogodos lo exigió porque recordaba las tumbas de sus antepasados: los dólmenes de las costas del Báltico con un gigantesco bloque en lo alto, colocado horizontalmente.

Palacio de Teodorico (Ravena). Con una estructura que pretende imitar el palacio ciudadano romano, se levanta sobre dos pisos siendo el inferior destinado exclusivamente al uso administrativo. El superior consta de grandes ventanales que aireaban amplios salones para fiestas y reuniones gubernamentales. 
Teodorico levantó también en su capital de Ravena un palacio, de cuya fachada se conservan restos, aunque muy desfigurados, pero además se le puede ver representado en mosaico en una de las zonas decorativas de la iglesia de San Apolinar, vecina al palacio.

Los demás monumentos construidos por los godos en Italia están descritos demasiado sumariamente por los escritores contemporáneos para que podamos imaginárnoslos; pero debieron de tener revestimientos marmóreos y canceles decorados con temas que parecen una traducción en piedra de las formas empleadas para fíbulas, joyas y armas. Por otra parte, los antiguos edificios romanos ofrecían todavía lugar para espléndidas residencias de los jefes. Por esta época, en Roma, Belisario aún pudo habitar la casa de los Césares en el Palatino, y en Milán, los longobardos debieron de encontrar termas y basílicas que, reparadas y adornadas, podían servirles para alojar su corte. Algo parecido ocurrió en las Galias.

Basílica de San Pedro (Vienne, lsère).
La planta de la iglesia rompe con la
estructura típica de cruz latina y se
orienta hacia el altar bajo la cúpula. 

La corte de Eurico, que causó asombro por su riqueza al último gran poeta latino de las Galias, Venancio Fortunato, estaba instalada en el Capitolio que sabemos existía en Toulouse. Sidonio Apolinar describe su casa de campo, con baños cubiertos con bóvedas, comedores de verano e invierno, terrazas y logias como una villa romana. Más tarde, los monarcas francos construyeron palacios en las capitales; el de París tenía dos pisos, y el de Metz, una terraza sobre el Mosa. Sin embargo, el lugar preferido para residencia de los monarcas francos eran las famosas granjas reales, una de las cuales estaba cerca de París, en Chelles, otra en Nogent-sur-Loire, otra en Normandía... Eran grandes haciendas rodeadas de una empalizada; cada sala era un edificio separado con tejado aparte. En España, los reyes visigodos tenían su granja real en Gerticos, en la provincia de Salamanca, donde pasaban más tiempo que en la Arx, o el Real de Toledo.

Los bárbaros, al convertirse al cristianismo, quisieron erigir grandes basílicas, y para ello despojaron los monumentos romanos de sus mejores piedras, a fin de engastarlas en las fachadas de los nuevos templos.

En las Galias, el monumento más famoso de esta época fue la iglesia que sobre el sepulcro de San Martín construyó su devoto sucesor en la silla episcopal, Gregario de Tours. Este último escribió en versos épicos la descripción de su propia obra, a la cual acudían ya en su tiempo peregrinos de todas las Galias. La descripción de la basílica de San Martín es, sin embargo, demasiado vaga para poder deducir cómo fue su forma primitiva.

Cripta de San Pablo (Jouarre, Brie). En el subsuelo de la iglesia benedictina dedicada a San Pablo se levanta una cripta sobre columnas de capitel corintio unidas con un dinámico entramado de los arcos del techo. La luminosidad del sitio contrasta con el típico tenebrismo de las sepulturas merovingias. 
Edificios auténticos de esta época quedan pocos en Francia. Entre los mejor conservados está el baptisterio de San Juan de Poitiers. Las bóvedas están sostenidas sobre columnas de fustes procedentes de edificios romanos, y los capiteles, cuando no son antiguos, quieren imitar el capitel corintio; no obstante, en el modo de labrar las hojas (a doble bisel) se advierte un espíritu distinto del de los marmolistas romanos. En el exterior de San Juan de Poitiers se observan las tentativas hechas para imitar las cornisas de los frontones clásicos, pero la decoración es de piedras de diferentes colores formando un mosaico, al estilo de los típicos esmaltes de las joyas bárbaras. Estas joyas se ven también imitadas en los relieves, como en una placa con un águila de la iglesia de Vence, que ha sido copiada de las fíbulas; otros relieves hay también con animales y pájaros, pero sobre todo dominan las rosetas y racimos de la tradición oriental siríaca, ya anteriormente introducida en occidente.

Al mismo siglo VII pertenecen la basílica de San Pedro de Vienne y la cripta funeraria de Jouarre. La primera (reformada en el siglo IX y, después, en la época románica) aún conserva de los tiempos merovingios los paramentos de los muros laterales con dos órdenes de columnas superpuestas. La cripta de Jouarre (cerca de Meaux) es una iglesia funeraria bien conservada que aún guarda, en su emocionante espacio cuadrado, las tumbas de las primeras abadesas del monasterio al que pertenecía y el sepulcro de su constructor: el obispo Agilberto.

Baptisterio de San Juan (Poitiers). Construido originariamente en el siglo V, se transformaría dos siglos más tarde en un edificio de planta cruciforme. Caracterizado fundamentalmente por la decoración exterior de los muros con formas geométricas y arcos triunfales que acusan influencias del arte griego y en donde no faltan tampoco los influjos orientales que llegan del arte bizantino.
Por lo que toca a la escultura, quedan en los países ocupados por los bárbaros unos sarcófagos que reproducen con relieves los primitivos tipos cristianos en un estilo seco, sin vida, y con las figuras talladas en planos o en haces de líneas paralelas. Son también rarísimos los relieves en marfil ejecutados por artistas teutónicos. Ejemplar franco importante es el cofrecillo con escenas de la leyenda de Sigurd (Sigfrido) e inscripciones rúnicas anglosajonas, realizado en colmillo de narval. Parece datar del siglo VIII y una parte de él se conserva en el Museo de Florencia y otra en el Museo Británico.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat. 

El arte bajo el dominio visigodo

El monumento visigodo auténtico más antiguamente conocido en España es la pequeña iglesia de San Juan de Baños de Cerrato, en Palencia, en la que hay una lápida que recuerda haber sido dedicada por Recesvinto en el año 661. Es una iglesia de tres naves separadas por arcos y columnas, con un pórtico en la fachada. Según excavaciones practicadas, la planta primitiva tenía tres ábsides cuadrados, formando los laterales como capillas, completamente aisladas. Son los compartimientos llamados Diaconium y Prothesis de la liturgia primitiva: el uno servía para vestirse los diáconos y el otro para preparar el pan sin levadura las vírgenes de la congregación.

Relieve lombardo con dragones (Museo Cívico, Pavía). En este detalle del sarcófago de la abadesa Teodota se puede apreciar la poderosa influencia que tiene todavía el arte antiguo en la representación iconográfica. El bajorrelieve del féretro muestra un monstruo mitológico que combina la mitad del cuerpo de un león, las alas de un ave rapaz y la cola de un reptil con aguijón. 
La enorme riqueza de frisos esculturados que contiene esta iglesia (arco de ingreso, arco triunfal, ábside central, recintos laterales, etc.) es desconocida en los demás países de Occidente, para la arquitectura de esta época, y sólo encuentra comparación posible en monumentos captas o siríacos. Lo mismo sucede con el arco de entrada en el porche, seguido de una puerta interior adintelada, que sólo tiene precedentes en las grandes catedrales sirias de Turmanin y Kalb Luzeh. En cambio, los capiteles de las columnas de San Juan de Baños son del mismo tipo corintio bárbaro de los capiteles de las Galias.

Otro monumento visigodo en perfecto estado de conservación es la iglesia de San Pedro de la Nave, en la provincia de Zamora, de finales del siglo VII. Tiene columnas adosadas a los pilares cuadrados que constituyen el elemento de sustentación de la iglesia, cuando éstos se hallan en lugares de especial importancia, como son los cuatro ángulos del crucero y el arco triunfal del presbiterio. Entonces esas columnas están coronadas con capiteles historiados, importantísimos para estudiar el desarrollo de la escultura de esa época. El capitel propiamente dicho contiene "historias" de derivación paleocristiana (Daniel en el foso de los leones, el sacrificio de Isaac, etc.) y lleva inscripciones explicativas, que hacen pensar que sus modelos son coptos o siríacos. Encima de cada capitel hay unas impostas con tallos vegetales enroscados, dentro de cuyas curvas aparecen pájaros y cuadrúpedos que recuerdan los que figuran en los medallones de los tejidos bizantinos y sasánidas.

Iglesia de San Juan (Baños de Cerrato, Palencia). La planta

basilical de tres naves y tres ábsides ha sufrido muchas re-
construcciones a lo largo de los años, ensanchando la altu-
ra pero haciendo desaparecer los ábsides laterales, dejan-
do una triple cabecera formada por tres capillas no conti-
nuas. El conjunto lo completa una espadaña exterior aña-
dida en el siglo XIX. 

Del siglo VII son también dos pequeños santuarios: el de Quintanilla de las Viñas, en Burgos, con profusa decoración de relieves con temas cuya directa filiación sasánida parece indudable, y el de Santa Comba de Bande, en Orense, con planta de cruz griega de uno de cuyos brazos sobresale el ábside cuadrado, en forma semejante a varias iglesias de Asia Menor. Restos de otras edificaciones religiosas visigóticas abundan en toda España: en Toledo, Mérida, Córdoba, Barcelona, Tarragona, Tarrasa, etc.

La arquitectura y la labra de la piedra denotan en el estilo visigótico español una gran libertad estilística. El arco de herradura es en estas construcciones un elemento típico constante. La presencia de esta forma de arco en los monumentos visigodos es problema importante, porque es fácil que los árabes aprendieran de los visigodos esta forma para aplicarla a sus propias construcciones. Falta todavía aclarar si el arco de herradura era un elemento local antiguo o había venido a la Península con las primitivas influencias orientales o bien si los visigodos lo introdujeron como algo nuevo en España en el siglo VI. A esto último parece contradecir el hecho de que los demás pueblos teutónicos no emplearon este arco.

Basílica de San Juan (Baños de Cerrato, Palencia). Notable por su perfecta obra de sillería, la basílica presenta los arcos de herradura característicos del arte visigótico hispánico. Erigido con majestuosa sencillez sobre un antiguo asentamiento romano, destaca por su firme arquitectura en piedra labrada. Perpetuada sobre el arco triunfal del edificio se conserva un acta de su fundación original, escrita torpemente en mayúsculas. Según cuenta la leyenda, el rey Recesvinto mandó construir el templo dedicado a San Juan Bautista por una milagrosa curación de una afección renal al beber el agua que manaba de las antiguas termas romanas. 
En cuanto a la decoración, los fragmentos y relieves visigodos que por doquier se encuentran en España continúan repitiendo los motivos geométricos, las composiciones radiales y con estrellas combinadas, etc. A veces, en su complicación, estos elementos llegan a una gran belleza de entrelazado y de superposiciones de líneas raras. Sobre todo Mérida, con su gran catedral e iglesias y el templo suburbano de Santa Eulalia, debió de ser la ciudad más monumental de España en la época visigoda.

En Toledo, los relieves procedentes de monumentos visigodos se ven empotrados en puentes e iglesias; en Córdoba, los árabes aplicaron a las fachadas de la mezquita multitud de ornamentos de basílicas visigodas. Todo el suelo de la Península está salpicado de piedras decoradas con relieves de estilo bárbaro característicos por su imitación de la talla de madera o del cincelado de metales.

Interior del ábside de la basílica de San Juan (Baños de Cerrato, Palencia). En el interior del templo se sostienen los arcos visigodos sobre columnas reutilizadas de mármoles grises, rosas y beiges. Los capiteles de colores ocres contrastan con los sillares de los muros de piedra caliza. La efigie titular de la basílica es un San Juan de alabastro cuyo original fue destruido por los soldados franceses de Lasalle a principios del siglo XIX.
A partir de Khindasvinto empezó un verdadero renacimiento artístico; este monarca mostró sincero amor por la cultura. San Isidoro, San Braulio y Tajón fueron sus grandes auxiliares para renovar en España los estudios de las letras y las artes. El famoso Pentateuco Ashburnham, con espléndidas miniaturas, fue ejecutado muy probablemente en el obrador de libros que en Sevilla tenía San Isidoro. Este libro magnífico, con ilustraciones que ocupan toda la página, ha llegado hasta hoy muy mutilado, pues se reduce sólo a veinte grandes folios con miniaturas. Sin embargo, por su antigüedad e interés artístico es uno de los manuscritos más preciosos de Occidente. Este estilo de iluminación de códices reaparecerá con gran brillantez en el período siguiente y revela lo que debió ser la pintura monumental de la época visigoda. Las miniaturas eran entonces los modelos portátiles de las pinturas al fresco. Lo dice San Gregorio de Tours cuando hace referencia a cómo la piadosa viuda del obispo Namancio, que construyó la iglesia de Clermont, con un libro en la falda, lleno de ilustraciones, enseñaba a los artistas los elementos de la composición.

El sacrificio de Isaac (San Pedro de la Nave, Campillo). Los capiteles de las columnas adosadas en esta iglesia zamorana presentan labradas representaciones escultóricas de escenas bíblicas. La rica ornamentación del cuadro superior, que recuerda los anagramas célticos, y los detalles figurativos del cuadro inferior, con la mano de Dios en el ángulo izquierdo, destacan la exquisitez decorativa de estos capiteles.



Oración de Daniel en el foso de los leones (San Pedro de la Nave, Campillo). Los cimacios de esta iglesia zamorana están abigarradamente decorados por medio de roleos en cuyo interior aparecen figuras humanas, vegetales y animales. En el detalle de este capitel se evidencia la retorcida decoración de cruces, roscos solares y racimos de uvas envueltos en un marco sogueado de gusto prerromano que se repetirá también en el prerrománico asturiano.



De gran importancia son las piezas de orfebrería visigoda halladas en los tesoros de Torredonjimeno y de Guarrazar. Las principales son las cruces y las coronas de oro. De las diez coronas votivas de Guarrazar, dos eran reales: la de Suintila (anterior a 631), robada en 1921 de la Armería Real, y la de Recesvinto (anterior a 672), en cuyo aro están engastados treinta grandes zafiros, cada uno enmarcado por cuatro perlas. Las letras de la inscripción, incrustadas de almandina, cuelgan del mismo aro.

El reino visigodo fue destruido por la invasión musulmana iniciada el año 711 que en poco tiempo conquistó toda la península Ibérica y el sur de las Galias. Pero en el noroeste de la Península, en el pequeño reino de Asturias, se había formado desde los tiempos de los sucesores de Pelayo una escuela local de tradición visigoda. Por lo tanto cerca de Oviedo, capital de la monarquía asturiana, de los edificios de sus primeros reyes, se descubre que más que iniciadores de un nuevo Estado fueron continuadores de la antigua civilización y de la vieja cultura visigoda, que habían encontrado su postrer refugio en las montañas de Asturias.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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