Punto al Arte: El arte mueble de los pueblos bárbaros

El arte mueble de los pueblos bárbaros

Cuando el Imperio romano se dividió en dos partes, Imperio de Occidente e Imperio de Oriente, las normas del antiguo clasicismo, que habían sido universalizadas durante la época alejandrina y sostenidas después por Roma, habían perdido ya gran parte de su antigua eficacia. La atmósfera dentro de la cual el cristianismo se había desarrollado, a pesar de las persecuciones, representó por todo el ámbito imperial una insinuación cada vez más fuerte de preocupaciones e ideas propias de una mentalidad nueva. No debe, pues, sorprender que el anterior mundo greco-latino tendiese a desintegrarse durante los primeros siglos de la Era cristiana. Con él se desmoronaba todo un sistema de tradiciones estéticas que habían implicado una determinada concepción del Arte.

Broches de plata chapados en oro (Colección Württembergisches Landesmus, Stuttgart). Estas dos piezas ejemplifican un renovado interés por las piezas pequeñas, valoradas hasta entonces sólo desde un punto de vista decorativo muy secundario. Debido a su condición de pueblos nómadas, los nuevos lujos bárbaros se exhiben mejor en suntuosos objetos portátiles como los abalorios, las hebillas y ciertos complementos de la ropa.

Al hundirse, en el siglo V, el Imperio de Occidente ante la oleada de invasiones de los pueblos bárbaros, la estructura estatal y el espíritu de mando habían logrado en Bizancio conservar su equilibrio; pero incluso allí se implantaba entonces una concepción plástica en la cual se ve cómo, paulatinamente, la representación (que se basó en el contorno fijado por el dibujo y la concreción de la forma) quedaba postergada ante la importancia de elementos que antes se habían considerado como del exclusivo dominio de lo decorativo: la calidad de la materia, los efectos de color y de luz. El interés por la figuración humana, que en Bizancio persistiría hasta el estallido de la crisis iconoclasta en el siglo VIII, fue desapareciendo en Occidente durante el transcurso del siglo V, y no existió nunca en el arte bárbaro de los pueblos germánicos, que fue el que, en definitiva, se impuso en la parte occidental de lo que había sido el Imperio romano unitario.

Indudablemente, la presencia de los bárbaros en los confines imperiales desde el siglo IV contribuyó mucho a este estado de cosas. A la admisión de estas gentes en las legiones romanas había sucedido su instalación en los territorios limítrofes, que les habían sido cedidos a título federativo, como medida para asegurar la defensa de las fronteras. En efecto, hacia el año 370, al ser rechazados en el Asia por los mongoles, los hunos se precipitaron sobre los ostrogodos y esto determinó también un rápido desplazamiento de los visigodos, que al mando de Alarico se lanzaron en 395 sobre el territorio bizantino; después se encaminaron a Italia y en el año 410 entraban en Roma. Muerto Alarico, pasaron, bajo el caudillaje de Ataúlfo, a España, y con Walia, al sur de la Galia.

Relicario de Teodorico (Tesoro de la Catedral, Monza). Este cofre enjoyado, perteneciente presuntamente al rey ostrogodo Teodorico el Grande, presenta una trabajada filigrana con engastes de gemas y granates y está chapado en oro por la parte externa. Toda la orfebrería cristiana occidental estaría influida por el arte bizantino de metal, que sería imitado durante el románico.  
En cuanto a los ostrogodos, poco después se establecieron también, como peligrosos vecinos, en las fronteras del Imperio de Oriente, de donde, a fines del siglo V el emperador Zenón logró apartarles, mediante el ardid de revestir a su caudillo Teodorico del gobierno de Italia, país que de hecho estaba ya perdido para el Imperio y que aquél invadió en el 489. Cuatro años más tarde, lograba vencer y matar en Pavía a Odoacro, rey hérulo, y conseguía poco después hacerse único dueño de la antigua sede del Imperio de Occidente. Por otra parte, los francos y burgundios se habían establecido ya antes en la Galia. El antiguo territorio occidental del Imperio quedó ocupado por pueblos de razas nórdicas.

Nada más alejado de las formas del clasicismo que la sensibilidad artística de estos invasores. Es éste un aspecto que se evidencia en su arte por excelencia, la orfebrería, la cual, como se estudia a continuación, junto al Mar Negro y en Hungría (es decir, en la parte donde más largamente los godos pudieron convivir con los restos de la antigua cultura) había revestido, gracias a los escitas y sármatas, formas asiáticas, tanto por su concepto como por su realización.

Junto a este fermento, hay que considerar también como importante el que pudo derivar del sustrato escandinavo, del cual procedían las dos ramas del pueblo godo, cuyo empuje desempeñó papel tan decisivo al producirse las grandes invasiones. La fusión de estos dos elementos, asiático y nórdico, operada entre el Mar Báltico y el Mar Negro, hubo de determinar las características del llamado Arte Bárbaro "Germánico", que fue el difundido a través de Europa por la Volkenuanderung o "migración de pueblos".

Disco de oro de un noble franco (Biblioteca Nacional,
París). Las representaciones del disco solar serían
una particular herencia del arte visigodo, cuyo origen
simbólico se remontaría hasta sociedades muy primi-
tivas. Situado en el centro, el rostro de Cristo ema-
na haces de luz para iluminar todos los confines de
la tierra, y entre cuyos rayos pueden descubrirse
signos heráldicos del noble propietario de la pieza y l
as letras griegas que marcan el principio y el fin de la
Creación. 
Es un arte que se limita a las creaciones suntuarias y ofrece una extraordinaria unidad. Hay, es verdad, los hallazgos lujosos que han tenido lugar sobre todo en Rumania y en el Banato, como el de Petrossa y el de Nagy-Szent-Miklos, que atestiguan cuán importantes y variadas podían ser las preseas poseídas por los jefes de las gentes bárbaras. Pero el segundo de estos dos tesoros se compone casi exclusivamente de piezas persas sasánidas, o inspiradas en este arte, y al parecer no perteneció a ningún caudillo bárbaro propiamente dicho, sino a .un jefe pechenego. En cuanto al tesoro de Petrossa, hallado en 1837 y que perteneció al rey godo Atanarico (muerto en 381), lo componen piezas de una inusitada riqueza, pero que por su origen diverso y calidad excepcional se apartan de lo corriente.


Broche bárbaro de estilo germánico (Museo Nacional de Historia de Rumania, Bucarest). Esta muestra de la metalistería muestra el grado de perfección que el arte de orfebrería había alcanzado en la época. Combinando una aleación de oro, plata, latón y pedrería, el prendedor estaba inicialmente decorado con esmaltes brillantes que realzaban el colorido de la gran joya. Por su lujo ostentoso se considera que servía como distintivo social.



El estilo de la orfebrería típica de los bárbaros que dieron al traste con el Imperio de Occidente, según lo revelan los objetos hallados en multitud de sepulturas francas, burgundias y visigóticas, se basa en la ornamentación geométrica, y su adorno preferido es el cloisonné. Por lo general se trata de fíbulas, que reproducen un mismo tipo de ave estilizada, una águila, o mejor quizá, uno de los cuervos que en el mito de Odín acompañan a esta divinidad heroica germánica: Hugin (que mira hacia delante y simboliza la premonición del futuro) y Mummin (que mira hacia atrás y representa el recuerdo del pasado).

Corona de Teodelinda (Tesoro de la Catedral, Monza). La esposa de Agilulfo, rey de los longobardos, convirtió a su pueblo a la fe católica apoyada por el pontífice san Gregario Magno, quien propulsó una campaña por la creación de una iglesia nacional católica independiente de la bizantina.



La estilización de estas aves rapaces se ajusta de modo invariable a un esquemático diseño que representa la silueta del ave (sin garras) con la cabeza erguida y vista de perfil y las alas semiabiertas; en el centro hay un óvalo o círculo que lleva engastada una piedra o cabujón, y otro engarce semejante figura también en el ojo.

Esta suerte de pinjantes demuestra una predilección por las materias ricas (oro, incrustación de granates, en los ejemplares más lujosos). Cuando se elaboraron en chapas de cobre cinceladas formando alvéolos repartidos con rigor geométrico (que fue el caso más frecuente), tales alvéolos se rellenaron con vidrio o esmalte para producir la ilusión de una joya preciosa.

 Hebillas visigodas (Museo Arqueológico, Barcelona). Los dos broches proclaman el gusto por el color y el uso de piedras preciosas típicos de la orfebrería visigoda, de la que se conservan piezas extraordinarias que han llegado hasta nosotros gracias a que fueron enterradas antes de las invasiones árabes



Otro tipo frecuentísimo de fíbula es de esquema alargado, y consta de dos cuerpos, uno superior cuadrangular o abierto en semicírculo, y otro inferior, de silueta piriforme, unidos ambos por un saliente semicírculo. Estas fíbulas de tipo nórdico antiguo llevan adorno inciso hecho a bisel decoración por cloisonné o relieve cincelado. Estas mismas técnicas se aplicaron también a los broches de cinturón, cuyo tipo más divulgado es el de una placa cuadrada, rellena de series paralelas de alvéolos.

La técnica del cloisonné, con esmaltes imitando incrustación de rubíes, es la que adorna también la montura de un ejemplar importante, elaborado en oro: la espada del rey franco Khilderico, muerto en 481, padre del rey Clodoveo. La bandeja. o patena del tesoro merovingio de Gourdon, en Francia, del siglo VI, muestra la misma técnica. La orla está formada por una decoración de piedras de colores, principalmente granates; éstos han sido cortados en plaquitas regulares para introducirlos en los pequeños alvéolos o cajones que forman los delgados tabiques de oro, soldados en la plancha repujada de la patena.

 Relicario de San Juan Bautista (Tesoro de la Catedral, Monza). La filigrana y el engarce de piedras de la arqueta, en un alarde de preciosismo multicolor, centra todo el interés en el rubí central, que parece extender sus rayos hacia todos los puntos cardinales sobre una recargadísima superficie donde no existe el vacío. Donada por el rey Berengario en el siglo VII permite apreciar la perfección técnica a la que llegó el arte de la orfebrería bárbara.



Del mismo estilo era el famoso cáliz de Chelles, llamado de San Eloy, que desapareció durante la Revolución francesa, pero del cual se conservan por fortuna dibujos bastante precisos; era una copa muy alta, casi cilíndrica, revestida exteriormente de esta taracea de mosaico de granates. El cáliz merovingio de Gourdon (del siglo VI, como la patena que se acaba de citar) también ostenta placas de esmalte y gemas con técnica de cloisonné. Lo mismo puede decirse del brazalete y portamonedas anglosajones, del siglo VII, hallados en la tumba real de Sutton Hoo (Gran Bretaña).

Algunas veces, el mosaico de oro y de granates es tan fino, que forma como un reticulado de malla; así son los adornos que decoran las piezas de oro del Museo de Ravena, las cuales se supone que pertenecieron a la coraza de Teodorico porque tienen los mismos adornos geométricos del friso que corona el sepulcro de este rey. Evidentemente, esta técnica era la de los esmaltes de Bizancio, sólo que aquí se sustituyeron los colores vidriados fundidos por piezas de granate y turquesas cortadas en frío. La influencia bizantina en las joyas bárbaras se ve también en la técnica de las filigranas. Los caudillos bárbaros hubieron de preocuparse en perfeccionar su arte nacional de la orfebrería, ya que solían ir materialmente cubiertos de joyas: sobre sus corazas se veían aplicados ricos broches de oro, sus escudos de cuero llevaban también discos preciosos, sobre su pecho colgaban las armillas y condecoraciones, parecidas a las que llevaban también los legionarios romanos.

Broches con forma de águila (Museo de Baltimore). Estos broches visigodos procedentes de Mérida, del siglo VI, constituyen claro ejemplo de un nuevo arte que centra su máximo interés en las pequeñas piezas. Sobre una base figurativa de oro se engastaron gotitas de colorante mezclado con ácido y sílice que al enfriarse se solidifican, obteniendo así tonalidades frías en los colores yuxtapuestos. 
Las necrópolis de los ostrogodos, descubiertas en Nocera-Umbra, en Italia, han familiarizado con la profusa decoración de sus armas y joyas; hasta en los sepulcros de mujeres y niños se encuentran con mucha frecuencia pequeños cuchillos con los mangos decorados de filigranas de oro y granates.

Al instalarse definitivamente los pueblos germánicos en las provincias del oeste de Europa, pronto utilizaron los antiguos talleres locales para sus joyas y piezas de orfebrería. Por ejemplo, en el tesoro que regaló la reina longobarda Teodelinda a su basílica de San Juan de Monza, cerca de Milán, además de su propio peine y de libros y evangeliarios con tapas de oro e incrustaciones de piedras preciosas, hay objetos tan singulares como la famosa gallina de oro, con sus polluelos, una cruz con incrustaciones de niel y una corona votiva, de la cual pendía una cruz con piezas engastadas.

En documentos contemporáneos se habla de aquellas joyas con gran elogio, y aparecen reproducidas en el relieve de piedra que adorna el tímpano de una puerta románica de la iglesia. En la misma basílica de Monza se conserva también la famosa Corona de Hierro de los longobardos, con que después sería coronado Carlomagno emperador de Occidente. Su nombre proviene de que su parte interior consiste en un aro de hierro que la tradición supone hecho con uno de los clavos de Cristo; pero exteriormente es de oro, y está guarnecida de floro - nes con perlas y piedras preciosas. Todo induce a creer que originariamente fue una joya votiva.

Agilulfo y dignatarios (Museo Nacional, Florencia). Esta placa de un yelmo dorado presenta una escena protagonizada por el antiguo monarca longobardo sentado en el trono y rodeado por su séquito. Agilulfo consolidó y expandió los dominios de su reino aprovechando las tensiones entre los bizantinos orientales y los francos, pero fracasó en su intento por conquistar Roma.
Coronas parecidas regalaron a las iglesias de España los monarcas y magnates visigodos. Un historiador árabe recuerda que al entrar los mahometanos en la catedral de Toledo encontraron entre las joyas del tesoro una serie de coronas votivas regaladas por cada uno de los reyes godos a la iglesia primada de su capital. Estas coronas debieron de ser fundidas por los sarracenos, pero otras del vecino monasterio de Santa María de Sorbaces, escondidas seguramente para librarlas de los árabes, fueron encontradas cerca de Guarrazar el año 1847.

Entre los teutones que permanecieron en la Europa Central, como los alemanes y borgoñones, la decoración animalística fue menos influida por los gustos de las poblaciones romanizadas del Imperio que los bárbaros invasores encontraron al paso por el camino. Es muy significativo que la joya máxima, la obra maestra de este estilo decorativo, sea una tapa de evangeliario, obra de artistas alemanes, nunca romanizados y tardíamente cristianizados. En ella se combinan, alrededor de una cruz central con adornos de cinceladura, pedrería y esmaltes de estilo nórdico parecido al de las piezas anglosajonas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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