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Artistas de la A a la Z

Tiziano (h.1490-1576)

 

Renacimiento. Cinquecento. Manierismo.

Tiziano Vecellio (Pieve di Cadore, h. 1490 - Venecia, 27 de agosto de 1576) Pintor italiano. Fue el más importante maestro de la gran escuela pictórica veneciana y uno de los mayores genios del arte universal. Su obra fue conocida y admirada por los grandes personajes de la época, y papas y reyes se hicieron retratar por él. Fue discípulo de Giovanni Bellini y de Giorgione, y la obra de este último influyó poderosamente en el joven Tiziano, hasta el punto que dos de las obras más bellas de Giorgione le han sido atribuidas: Venus dormida (Dresde) y Concierto campestre (Louvre). En 1510, estando en Padua, pintó los frescos de los Milagros de San Antonio de Padua (Scuola del Santo). En 1513 regresó a Venecia e inició un período de gran actividad. En esta época pintó obras como El Amor Sagrado y el Amor Profano (1515, Gallería Borghese, Roma), Las tres edades de la vida (1512, Museo de Edimburgo), y Noli me tangere (1511, National Gallery, Londres). En 1518 pintó en Venecia, para la iglesia de Santa Maria Gloriosa dei "Frari", La Asunción de la Virgen, grandiosa composición que llegó a ser prototipo de las tablas de altar venecianas; para esa misma iglesia realizó entre 1519 y 1526 La Pala Pesaro, que marca un importante paso en la conquista del espacio y la luz. En 1 516 entró en contacto con Alfonso I de Este; en 1523 se relacionó con la corte de Mantua, y pintó la Virgen y el Niño con Santa Catalina (h. 1530, Louvre) y las efigies de los Doce Césares (h. 1537), destinadas a decorar una sala del palacio. En 1532 se trasladó a Bolonia, en ocasión de la coronación imperial de Carlos V y ejecutó un retrato del emperador (perdido) y obtuvo el reconocimiento y la amistad de éste, al que retrató de nuevo tres años más tarde (Prado). A partir de ese momento Tiziano retrató a los más importantes personajes de su tiempo: el cardenal Hipólito de Medici (1533, Gallería Pitti), Isabel de Este (1534, Viena), los duques de Urbino (1536-1538, Uffizi), etc. Entre 1534 y 1538 realizó para la Scuola del la Carita, de Venecia, la Presentación de la Virgen en el Templo (Accademia de Venecia). Hacia 1540, el manierismo miguelangelesco influyó en su obra, y en el transcurso de un lustro, el color luminoso de su pintura experimentó una reducción (altar de la Coronación de Espinas, 1542). De esta época son los retratos del cardenal Pietro Bembo (1542, National Gallery, Washington) y Pietro Aretino (1545, Gallería Pitti, Florencia). 
En 1545 visitó Roma y realizó dos grandes obras: Danae y el retrato del papa Paulo III hablando con sus sobrinos (Gallería de Capodimonte, Nápoles). A partir de esas fechas inició una etapa de gran producción: retablos de la iglesia de Serravalle (1547), retrato ecuestre de Carlos V (Prado), de Isabel de Portugal ( 1548, Prado), Venus con el Amor y la Música (1548, Prado), etc. Tras la abdicación de Carlos V, Tiziano siguió pintando para su sucesor Felipe II, del que realizó varios retratos (Prado, Nápoles, Milán) y para el que ejecutó diversos cuadros de tema pagano, con fuertes dosis de erotismo: DánaeVenus con organista y perritoVenus y Adonis (Prado). 

La producción de Tiziano en sus últimas décadas comprende obras de fuerza extraordinaria, tanto en el terreno religioso como en el mitológico y en el retrato. En 1555 realizó el Martirio de San Lorenzo (Venecia, iglesia de los jesuitas) y hacia el mismo período el San Jerónimo (Brera), el Castigo de Acteón (National Gallery, Londres) y la Anunciación (San Salvatore, Venecia). En estas pinturas desarrolló un nuevo estilo (que ha sido denominado "impresionismo mágico"): el trazo es nervioso y los colores están aplicados en veladuras superpuestas. Estas características se acentúan a partir de 1570: Virgen de la Misericordia (1571, Pitti, Florencia), Piedad (1570-75, Gallería de la Accademia de Venecia). 

Tiziano Vecellio nació en Pieve di Cadore, probablemente en 1488. Esta fecha es más convincente que la de 1477, justificada durante mucho tiempo por noticias tradicionales, siendo una de las principales la declaración del escribano de su parroquia que lo anotó en el libro de los muertos “a la edad de ciento tres años”. De familia muy conocida e importante en los valles de Cadore, de muchacho fue enviado a Venecia con su hermano Francesco a la escuela de pintura del mosaísta Sebastiano Zuccato. Poco o nada se sabe de su infancia, embelesada tal vez por la belleza de sus montañas que reaparecerán con frecuencia, más tarde, en los admirables paisajes de fondo de sus cuadros de amplios horizontes.

Pero quizá sintió pronto vocación por la pintura, aunque no sea del todo cierta la anécdota narrada por Ridolfi de que muy joven aún pintó una Virgen “en un capitel… con jugo de flores”, a la vista de sus Alpes rosados por los apacibles atardeceres y arropados de bosques y prados de un verde esmeralda.

No había otra razón, sino la vocación que sentía, para justificar el ingreso en un taller de pintura del hijo de una familia notable y rica. Y Venecia, con su opulencia, sus mármoles, sus mosaicos y su laguna, aviva en sus ojos y en su corazón ese gusto apasionado del color que hace de Tiziano el pintor por excelencia, casi por antonomasia.

La pintura, en Venecia, vivía aún de las últimas esplendorosas historias de Vittore Carpaccio, de la obra de Gentile Bellini, de los espacios dilatados, abiertos a las figuras sólidas y a los colores sonoros y suaves del claroscuro de Giovanni Bellini, y del mundo nuevo del joven Giorgione de Castelfranco en su atmosférica, dulcísima languidez, toda hecha de delicadeza de tonos y colores, vibración de sentimientos y apaciguamiento de los sentidos y de los dramas. Del mosaísta Sebastiano Zuccato “el muchacho, Tiziano, fue enviado a Gentile Bellini, hermano de Giovanni”, y luego “…le fue dicho por Gentile que no iba a ser de provecho en la pintura, viendo que se apartaba mucho de su camino. Por eso Tiziano, al dejar ese torpe Gentile, tuvo ocasión de acercarse a Giovanni Bellini; pero al no gustarle plenamente tampoco esa manera, eligió a Giorgio de Castelfranco” (Dolce).

Giambellino en verdad resumía en sí, para Tiziano, toda la pintura véneta del Quattrocento que con él se cerraba, mientras que con Giorgione, el de Cadore entra en el Cinquecento más esplendoroso y triunfante. Tiziano Vecellio, según se verá, tuvo una larga vida y trabajó continuamente, desde los años de su juventud a los de su extrema vejez, sin repetirse jamás, sobre todo en las expresiones y en el lenguaje, esbozando y abandonando sus obras para reanudarlas al cabo de meses, incluso de años. Resulta difícil y problemática una sucesión cronológica de sus pinturas y tampoco es posible, en estas breves páginas, reseñarlas todas, al igual que la división en períodos de su extensa vida es aproximativa y, en alguna ocasión, los tiempos se dilatan y se confunden.

Concierto campestre de Tiziano (Musée du Louvre, París). Es una obra maestra de tonalidad y atmósfera. Con ella, el artista abre un capítulo de la pintura que habrá de cerrar Manet. La composición está concebida como una visión de ensueño, en la que los desnudos se funden con el paisaje a la luz del crepúsculo. 


Por otra parte, ya desde los primeros años de colaboración con Giorgione en el Fondaco dei Tedeschi, Tiziano aparece distinto de su maestro predilecto. La vida de sus imágenes ya tiene un latir más humano, terrenal y “terrible”, y las figuras se sitúan casi en prepotencia en el espacio, en actitudes desenvueltas y seguras, en un giro nuevo de luces que abre infinitas e increíbles posibilidades de expresión al color. Color que será la gran magia de Tiziano en todo momento de su actividad, en todo género al que dedicará su prestigioso pincel.

Los retratos, las pinturas religiosas, las alegorías paganas, las que él llama sus “poesías”, se entrelazan cotidianamente en su producción infatigable y prodigiosa. Pintor, se mantiene por encima de todo, durante toda su vida tan rica en honores, alejado siempre de los acontecimientos históricos, políticos y religiosos que le fueron contemporáneos. Su espíritu casi no percibió ni las luchas de las potencias extranjeras por el predominio en Italia ni las contiendas entre Reforma y Contrarreforma, Cristiandad y mundo musulmán. Podrán, todo lo más, ser pretexto y objeto de retratos famosos o altisonantes alegorías.

En el fondo, tampoco siente demasiado la atracción del poder papal que emana de Roma, a la que llegará en edad ya madura. Y, sobre todo, para siempre hablarán a su corazón Venecia y su ambiente, su familia y el Cadore. Perdidos los frescos en la fachada del Fondaco dei Tedeschi, realizados en el período de su colaboración con Giorgione, hacia 1508, desgastados en el Setecientos por la salobridad marina, las primeras obras de completa y verdadera autografía de Tiziano son las Tres historias de San Antonio, pintadas al fresco en la Escuela del Santo de Padua. Se las puede fechar entre 1510 y 1512 y ya en ellas triunfa el hombre, con la fuerza de su sentir, vivo y apegado a la vida que le rodea, en un coloquio pleno y continuo. Son imágenes claras e historias abiertas al espectador, ceñidas al hilo conductor de una lógica equilibrada y segura.

⇨ Gentilhombre de Tiziano (National Gallery, Londres). En este retrato se quiso reconocer a Ariosto, ya que probablemente les unía la amistad.



Parecen como episodios de la vida cotidiana que sólo en el vibrante cantar de los colores ya plenos revela el desarrollo de los tres milagros: el del recién nacido que testimonia a favor de su madre, el del pie curado y el de la mujer herida. Por otra parte, ya en el Concierto campestre del Louvre, iniciado quizá por Giorgione, pero ciertamente ejecutado por el jovencísimo Tiziano, se presentía esa viva realidad que une al hombre y la naturaleza en un canto feliz a la belleza, a la belleza entendida en el sentido del clasicismo más ideal e incorruptible.

En 1512 tal vez su fama empieza a rebasar los confines del Véneto, siendo invitado a Roma por Pietro Bembo. Rehúsa la invitación y prefiere ofrecer sus servicios a la Serenísima República veneciana. Regresa a Venecia. El momento es propicio para él. Giorgione ha muerto de la peste en 1510, Carpaccio vive aislado en el lúcido mundo de sus fantasías, fuera del tiempo, Sebastiano del Piombo está en Roma y Lorenzo Lotto, inquieto y humilde, se ha alejado para siempre del Véneto. Sólo Giovanni Bellini, ya anciano, puede contender la palma del primado a Tiziano, que en aquel momento cuenta veinticuatro años de edad nada más.

En 1513 se compromete a pintar para la sala del Consejo Mayor, en el Palacio Ducal, una obra, terminada muchos años más tarde, de la batalla de Cadore, en la que también luchó su padre contra el emperador Maximiliano. Iba a ser una gran empresa que “ningún hombre hasta hoy ha querido realizar”, y a cambio pide la contaduría del Fondaco dei Tedeschi, que fue de Giorgione, y algunos beneficios gozados por Giovanni Bellini. El artista abre su taller en San Samuele e inicia así sus relaciones con la Serenísima, a menudo contrastadas y contrastantes, pero que perdurarán ininterrumpidamente hasta su muerte. La Gran Batalla fue destruida por un incendio en 1577 y sólo se conoce a través de los dibujos y de algunas copias antiguas. Son de estos primeros años venecianos varias obras excelsas en las que Tiziano parece evocar, con su regreso a la laguna, el espíritu y el mundo de su maestro recién fallecido a tan temprana edad. Son: el pequeño retablo de la iglesia de la Salud, el Retrato de dama y el llamado Ariosto.

Noli me tangere de Tiziano (National Gallery. Londres). Aquí aparece el protagonismo que tiene el paisaje en sus obras, quizás las montañas y valles de su tierra natal, y que en esta composición enmarca y realza los personajes. 

En el primero, que antes estaba en Santo Spirito in Isola, es evidente el vínculo con el retablo giorgionesco de Castelfranco, “retablo que, como dice Vasari, muchos creyeron que fuera debido a la mano de Giorgione”; vinculación visible en la construcción monumental que sitúa a San Marcos en alto, sobre su basamento, perfectamente centrado entre los cuatro Santos laterales en “conversación”. Pero en el cielo hay una amplia abertura agrandada por el viento que aparta las nubes. En la Schiavona y en el Ariosto (tal vez aquel gentilhombre llamado Barbarigo, amigo suyo que le había proporcionado los favores ducales), ambos en Londres, ya se afirma, inconfundible, la energía creadora de Tiziano en el seguro, casi temerario planteamiento, y en el vibrante color, sonoramente desplegado y abierto al juego triunfante de la luz. En el Gentilhombre de Londres se quiso reconocer al Ariosto, a modo de confirmación de la amistad que probablemente unió al pintor y al poeta.

Concierto de Tiziano (Palacio Pitti, Florencia) La expresión del monje casi permite oír la melodía que le embriaga, al mismo tiempo que demanda de sus acompañantes que sientan el mismo goce por la música. 

De los mismos años, anteriores a 1516, son el Noli me tangere de Londres y el Concierto de Pitti. En el primero, predomina el amplio panorama de la naturaleza y, tal vez, es el primer ejemplo válido de la inclinación de Tiziano por el paisaje que se enciende en ricos colores, en la luz gozosa de las reverberaciones del ocaso. Es la primera notación de esos grandes paisajes que se abrirán en el Tiziano maduro sobre amplios valles, sobre imponentes montes, sus valles cadorinos, las montañas de su infancia, el Antelao, el Pelmo, las Marmarole que están encerradas en su corazón y que recobran vida de su nostalgia en las suaves atmósferas de sus retablos y que en sus alegorías se convertirán, a veces, en protagonistas. En el Concierto, el éxtasis musical predomina en el arrobamiento del monje, aun cuando, con espíritu nuevo, llama a coloquio a los otros dos personajes, prisioneros ya como él, del círculo mágico de la música y del color tizianescos.

El Bautismo de Cristo de Tiziano (Museo Capitalino, Roma). Una de las primeras obras del pintor fechada hacia 1512. En ella revela ya el acentuado gusto por el paisaje real, en el que flotan las cabecitas con alas típicas del barroco. Las figuras se recortan sobre el fondo, bañadas en una luz crepuscular. 

Algo posterior, pero partícipe del gusto paisajista del Noli me tangere, es el Bautismo de Cristo de los Museos Capitolinos de Roma. Aquí, mientras el paisaje se vuelve cada vez más amplio y más verdadero, especialmente en la poesía de una dorada atmósfera crepuscular, la luz embiste impetuosa las figuras, haciendo suaves las carnes y otorgando brillos de seda a los ropajes, lo cual anticipa, en ciertos rasgos, los resplandores fulgurantes del Tiziano más tardío. Pero ahora parece lanzar una última mirada, como un adiós al mundo de Giorgione, en la Virgen del Kunsthistorisches Museum de Viena llamada la Zingarella, todavía belliniana en la composición y giorgionesca en el desgarrador idilio del paisaje lejano.

Nuevas experiencias

Cerca de 1515, Tiziano abandona todo vínculo con el pasado y de su obra mana entonces una sensación de vida alborozada, en el componerse de amplias formas, desenvueltas en un holgado y fluido movimiento, ricas de colores suntuosos y de ritmos armoniosos que las hacen al mismo tiempo opulentas, puras y humanas, mientras el paisaje a su alrededor se abre en una visión real, vibrante de luces o cargada de atmosféricas penumbras.

El amor sagrado y el amor profano de Tiziano (Galería Borghese, Roma) Composición sumamente imaginativa en la que el pintor funde elementos reales y mitológicos en la extraordinaria luz de un atardecer de verano. Su forma parece la de un friso clásico en el que cada Venus tiene un fondo de paisaJe contrapuesto, el de la derecha, apacible luminoso, y el de la izquierda, agreste y sombrío. Las interpretaciones sobre estas dos bellezas rubias de formas opulentas han sido varias. Por un lado, se han creído inspiradas en la Argonáutica de Flacco, en la que Venus persuade a Medea, y, por otro, se ha supuesto ver un doble retrato de su amada Violante. 

Es de estos años la alegoría de la Galería Borghese de Roma, llamada El amor sagrado y el amor profano, realizada quizá para Niccolo Aurelio, cuyo tema le fue sugerido a Tiziano por Pietro Bembo. La obra marca un momento de particular fortuna colorista que se difunde de lleno en las dos hermosas imágenes femeninas, acogidas y acariciadas por la armoniosa disposición del paisaje de fondo, casi con un ritmo de friso a la manera clásica. Las dos mujeres son opulentas, suaves, plasmadas en una perfección de colores, con una paleta voluntariamente reducida de tonalidades: el rosado dorado de las carnes, el rojo intenso de un manto, el blanco mórbido de un ropaje. La rubia opulencia de las dos jóvenes las hermana a la llamada Flora de los Uffizi, asimismo fechable hacia 1515, y a la Muchacha peinándose del Louvre. Tanto una como otra representación, casi de una belleza ideal, se realizan en suaves formas sensuales, acariciadas por una luz dorada que se desliza serena sobre las carnes, los ropajes y las cabelleras, encendiendo algunos tonos rosas o rojos y rozando unas pocas flores en una mano o un objeto brillante en la otra. Ambas hallan resplandores en el fondo o en el rubio encendido de la cabellera suelta.

Virgen de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Óleo de 65,8 cm de altura por 83,5 cm de longitud. En esta obra, también llamada la Zingarella, el autor parece acusar aún la influencia de Giorgione, al respaldar la figura con un idílico paisaje, y seguir el tipo de composición de Bellini. Bacanal de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Obra pintada para el pequeño estudio de Alfonso 1 en el castillo de Ferrara. En esta escena sensual y pagana, llena de luz, destaca en primer término Ariadna, que duerme voluptuosamente y también en el centro la doncella rubia que es Violante, amor juvenil de Tiziano, en cuyo escote firmó el pintor. Sobre la página de música puede leerse: "Qui boit et ne reboit, ne sait que boire soit". Es tradición que para esta alegre bacanal Tiziano se inspiró en un pasaje de las Imágenes, de Filostrato el Viejo, en que Dionisos celebra su llegada a la isla de Andros.

Son representaciones ideales o, tal vez, retratos, al ir dilatándose el arte de Tiziano con espléndidas imágenes vivas de personajes que constituirán a lo largo de toda su actividad una riquísima colección de tipos, rostros, caracteres, sentimientos y fastuosos ropajes. Entre otros: la llamada Violante, de Viena; el Hombre del guante, del Louvre, y Tommaso Mosti, de la Palatina de Florencia. Se percibe ahora, en el pintor, una voluntad de ahondar en el estudio y la representación psicológica del individuo y, por un momento, el color se vuelve más sobrio en la gama reiterada de grises y pardos. Mosti era un gentilhombre de Ferrara, muy importante en la corte de los Este. Su retrato es una prueba más de que alrededor de 1516 Tiziano entabla una relación con Alfonso I de Este.

⇨ Muchacha peinándose de Tiziano (Musée du Louvre, París). Sus dos personajes han sido identificados como Alfonso de Este y Laura Dianti, y también como Federico Gonzaga y su amante lsabella Boschetti, pero ello no es probable porque la obra parece anterior a la relación de Tiziano con las cortes de Mantua y Ferrara.


En ese mismo año muere Giovanni Bellini y fray Germano, prior del convento de Santa Maria Gloriosa dei Frari, encarga a Tiziano el gran retablo de la Asunción para el altar del ábside mayor del templo. La obra será inaugurada el 20 de marzo de 1518 y resultará increíblemente nueva y revolucionaria. Se convierte en el centro mismo del gran coro y de la iglesia, y no puede ser objeto de recogida oración. Se impone por su vertiginoso dinamismo de masas y su fulguración impetuosa de colores. La imagen de María destaca en primer plano, en un audaz escorzo de abajo arriba, iluminada por una luz palpitante que se convierte en claridad en el fondo del cielo, iluminando en lo alto al Eterno y a la nube de sus querubines, y apaciguándose en la parte baja en suaves y profundas penumbras, en el agitarse inquieto de los Apóstoles que, por la energía de las líneas y la solidez de las masas, parecen salir del plano. Esta obra, tras algunas iniciales disensiones debidas a la audacia del nuevo planteamiento, marcó la fama del artista “desvinculado desde ahora de los anteriores lazos con el giorgionismo”.

⇦ Violante de Tiz1ano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Retrato de su amada, uno de los numerosos personares que pintó a lo largo de su v1da Su intensa mirada parece responder al amor que le profesaba el pintor. La rubia cabellera y el suntuoso ropaje enmarcan su rostro juvenil.  


En los años que van de 1516 a 1520 Tiziano trabajaba también para Alfonso I de Este. Los libros de cuentas del Castillo Estense hablan, en 1516 justamente, de ensalada, carne salada, aceite, castañas, naranjas, velas, queso y vino que se entregaban cada semana al pintor, y no de obras particulares a él encomendadas. Aunque unos años más tarde, hacia 1518, encontrándose confirmación de ello en una carta suya al duque, Tiziano añadía un paisaje al Festín de los dioses de Giovanni Bellini y realizaba las dos Bacanales, actualmente en el Prado, que, junto con el Triunfo de Baco y Ariadna, ahora en Londres, estaban destinados al pequeño estudio de Alfonso I en el castillo de Ferrara.

Son cantos de alegría pagana, en los cuales los mitos antiguos parecen renovarse en la dulce suavidad del paisaje que acoge y acompasa el movimiento, a veces desenfrenado, de las imágenes, de una sensualidad natural y serena, casi purificada por la felicidad del cromatismo que armoniza espléndidamente la naturaleza con el hombre. Las gamas cálidas de los rojos, de los amarillos, de los azules, se entrelazan con el verde dorado de los bosques y se suavizan con el azul del cielo, haciendo de las figuras estatuarias antiguas y de las miguelangelescas verdaderas “poesías”.

⇦ Tomasso Mosti de Tiziano (Galería Palatina del Palacio Pitti, Florencia). Hacia 1520 pinta este retrato de un miembro de la corte. Aquí se nota una tendencia del pintor por plasmar los caracteres psicológicos de la personalidad del personaje, que hace establecer una conexión directa con el espectador.


“Poesías” es como Tiziano llama a sus mitologías paganas, hasta las Dánae, las Ledas, las Venus y todas las diosas de sus últimos años. Entre uno y otro de estos alegres cantos paganos, Tiziano realiza importantes obras religiosas, como el Políptico de Bresda, que le fue encargado en 1522 por el legado pontificio Altobello Averoldi, y, en este mismo año, la Virgen con los santos Francisco y Alvise y el donante para la iglesia de San Francisco de Ancona, que es la primera obra fechada del maestro. En el políptico de Brescia, Cristo triunfa a plena luz en la oscuridad de la noche, quebrada por relámpagos de tempestad al fondo. A los lados emergen pesadamente de la sombra el San Sebastián “atado a una columna con un brazo en alto y otro abajo”, y los santos Celso y Nazario con el donante, en un reposo de colores casi monocromos en las tonalidades densas y profundas. En lo alto, la Virgen de la Anunciación y el ángel parecen resplandecer con una luz plateada, en el amanecer inminente que romperá la atmósfera nocturna.

Asunción de Tiziano (iglesia de Santa María Gloriosa dei Frari, Venecia). Retablo pintado por encargo del prior del convento en el altar de la capilla mayor. Los casi siete metros de altura proporcionaron al pintor la oportunidad de crear una composición de gran formato en sentido ascendente. Este hecho le proporciona un gran dramatismo, acentuado también por el color rojo y los cambios lumínicos empleados. Con esta obra, Tiziano establece los precedentes del barroco. 

En 1519, es decir un año antes, le había sido encargada a Tiziano por Jacopo Pésaro, obispo de Pafos, para la iglesia dei Frari, el retablo Pésaro, que, sin embargo, será terminado en 1526. Es ésta otra obra famosa y capital de la actividad del maestro cadorino. En ella el pintor, con una grandiosidad nueva e inusitada, desarrolla el principio de la composición arquitectónica vista en diagonal, ya esbozada por él en el pequeño retablo de la Salud. Los ritmos dinámicos resultan vivos en la disposición escalonada de las figuras arropadas con ricos mantos, sobre las cuales, a destellos, juega la luz en un contraste de jaspeados, casi tallados, en los rostros y los mantos. El planteamiento resultará ejemplar para los retablos venecianos de los siglos posteriores, desde Paolo Veronés hasta Tiépolo. Estas imágenes del retablo Pésaro, hasta el más joven distraído y vuelto con desenvoltura hacia el espectador, anticipan el importante papel que adquiere de ahora en adelante el retrato en la producción de Tiziano.

Bacanal de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Obra pintada para el pequeño estudio de Alfonso I en el castillo de Ferrara. En esta escena sensual y pagana, llena de luz, destaca en primer término Ariadna, que duerme voluptuosamente y también en el centro la doncella rubia que es Violante, amor juvenil de Tiziano, en cuyo escote firmó el pintor. Sobre la página de música puede leerse: "Qui boit et ne reboit, ne sait que boire soit". Es tradición que para esta alegre bacanal Tiziano se inspiró en un pasaje de las Imágenes, de Filostrato el Viejo, en que Dionisos celebra su llegada a la isla de Andros. 

De la dinámica del retablo Pésaro deriva la que mueve y compone las figuras en el Descendimiento de Cristo, del Louvre, terminado en 1525. Las imágenes son enlazadas magníficamente por el paisaje del fondo, presente con sus árboles en primer término, iluminado aquí y allá por las luces de un tempestuoso ocaso.

Mientras tanto, en 1523 había iniciado sus relaciones con la corte de los Gonzaga de Mantua y tal vez había realizado para el dux Andrea Critti el San Cristóbal una pintura al fresco en la escalera de su apartamento privado, en el que afloran elementos derivados quizá de estampas nórdicas. Y precisamente en la corte de Mantua, hacia 1524, encuentra a Julio Romano, gracias al cual entró por vez primera en contacto directo con el mundo clasicista y manierístico de la Italia central. Se puede fechar hacia 1525 el hermoso retrato de Federico Gonzaga con un perro, hoy en el Prado, que presagia ya las nuevas formas que en la década sucesiva adquirirán definitivamente todos los retratos tizianescos. El personaje está representado de pie, algo más que a media figura, en la esencialidad de su imagen, recortada con contornos netos sobre un fondo oscuro, carente de antepechos o apoyos, casi frontal, palpitante el rostro, cuya luminosidad se debe a luces doradas que después siguen jugando sobre el raso del traje o el preciosismo de los ornamentos.

Triunfo de Baco y Ariadna de Tiziano (National Gallery, Londres) Una pintura mitológica de aquellas que el propio autor llamaba "poesías". Estuvo destinada a los camerinos de alabastro del duque Alfonso I de Ferrara y al parecer el tema se inspira en Catulo. Esta sugestiva composición justifica que se haya dicho que nadie en el siglo XVI supo evocar con tanta pasión y gracia el mundo fabuloso de la Antigüedad. 

Retablo Pésaro de Tiziano (iglesia de Santa Maria Gloriosa dei Frari, Venecia) La Virgen tiene a su izquierda a San Antonio de Padua y a miembros de la familia Pésaro; a su derecha está San Pedro y, tras él, arrodillado, Jacopo de Pésaro. Los prisioneros turcos son una clara alusión al victorioso combate naval de Santa Maura, que tuvo lugar en 1502. La composición arquitectónica, vista en diagonal, confiere tal grandiosidad a la escena, que la influencia de esta obra se notará en los retablos venecianos durante el transcurso de los dos siglos siguientes. 

⇨ Federico Gonzaga con un perro de Tiziano (Museo del Prado). Primer cuadro de Tiziano para la corte de Mantua. Se fecha hacia 1 523 y es uno de los más soberbios retratos de su vasta galería. La fuerza varonil que revela la expresión del rostro y la actitud del marqués adquieren mayor relieve por contraste con la gracia blanda y sumisa del can. Un ardid, por cierto, heredado de la pintura medieval. Quizá, sin embargo, sea la perfecta matización del color el máximo logro de la tela: ese fino y estudiado equilibrio entre roJO, blanco, azul y el oro de los ribetes sobre un fondo opaco, neutro. 



En 1525, Tiziano se casa con Cecilia, la mujer “gentil y de bien” que le había seguido desde el Cadore natal y que le había dado dos hijos, Pomponio y Horacio. Cecilia morirá en 1529 al dar a luz a la predilecta Lavinia. Bajará entonces a Venecia desde sus montes su hermana Orsa para cuidar a los tres niños, en un renovarse de esos vínculos familiares tan arraigados en Tiziano, con su apego al pueblo natal, hasta el punto de constituir un elemento esencial de su humanidad.

⇨ Hipólito dei Medici, con uniforme húngaro de Tiziano (Palacio Pitti, Florencia) Hijo del duque de Nemours y perteneciente a una Influyente familia de banqueros florentinos, en este retrato aparece con uniforme militar. En esta obra, Tiziano parece haber apelado al estilo manierista romano para retratar al personaje en actitud serena y melancólica, manejando a la perfección los tonos de la vestimenta que resaltan la iluminación de su rostro.



Hacia 1527 inicia la ejecución del políptico de San Pedro Mártir para la iglesia veneciana de los Santos Juan y Pablo. El políptico será ultimado en 1530 y, desgraciadamente, fue destruido en el siglo XIX por un violento incendio. Esta obra marcará un ulterior y definitivo progreso en el arte de Tiziano y un nuevo paso hacia ese “naturalismo” que ya se presentía en las dos Sacras Conversaciones del Louvre y de Londres y en el San Jerónimo, también en el Louvre, cuyo incandescente paisaje se convierte casi en protagonista. Para Tiziano se ha modificado ahora la relación entre hombre y paisaje; el primero ya no domina al segundo, sino que se acopla a él en una íntima y emotiva unidad. En el Martirio de San Pedro había además una verdad cruenta y terrible, en la que participan todos, incluso el paisaje, y no encerrada en un interior sufrimiento individual, como en Miguel Ángel.

Estaba Tiziano trabajando en esta obra cuando en 1527 llegó a Venecia Pietro Aretino, en exilio tras la muerte de su protector Giovanni delle Bande Nere. Le siguen al poco tiempo, huyendo del saqueo de Roma, Sansovino y Sebastiano del Piombo. Una firme amistad nace entre Tiziano, Aretino y Sansovino, pero sobre todo el pintor y el literato establecerán lazos fraternales. A fortalecer este vínculo contribuye tal vez una simpatía instintiva y ciertamente un recíproco interés. La fama de Tiziano podía beneficiar a Pietro y la pluma fácil de éste, que se definía “secretario del mundo”, al cantar alabanzas no podía dejar de dar alas a la fama de Tiziano. Pero, además, el delicado gusto artístico de Aretino, procedente de la refinadísima Florencia y de la fastuosa Roma, hallan correspondencia en la naturaleza soberana del arte de Tiziano que fue felizmente interpretado por su pluma.

⇨ Carlos V de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). El pintor realiza este retrato durante la segunda estancia del emperador en Bolonia, a finales de 1533. Vestido con el traje de seda y piel ribeteada de oro que se dice llevaba en el momento de ser coronado en Lombardía, con la mano izquierda sobre el collar de su can, Carlos V aparece con toda gallardía. Con toda la decisión rápida, la osadía y el valor que recuerda la historia. 


“…Tiziano, en cuyo estilo vive oculta una nueva naturaleza.” escribe Aretino. Asimismo, habla de las cosas pintadas por el cadorino, y de la luz que se transfigura en “materia artificiosa” al cambiar del aire entre el “verde azul” y el “azul verde”, y de las nubes semejantes a llamas de fuego “con un ardor de minio no tan encendido”. Quizá gracias al interés de Aretino, o más fácilmente por obra de Federico Gonzaga, en 1530, con motivo de la coronación de Carlos V en Bolonia, Tiziano es presentado al emperador y realiza su primer retrato, por el cual recibirá un solo escudo del soberano y ciento cincuenta del señor de Mantua.

Sin embargo, al cabo de dos años, en el invierno de 1532-1533, durante su segunda estancia en Bolonia, el emperador y el pintor, al volverse a encontrar, se apreciaron. Tiziano fue entonces nombrado retratista oficial, conde del palacio de Letrán, Conde Palatino y Caballero de la Espuela de Oro. Ahora el pintor, que ya hace años goza de la confianza de los Este de Ferrara, los Gonzaga de Mantua y, desde 1532, de los Della Rovere de Urbino, mantiene cordialísimas relaciones con el emperador. Su fama y su fortuna ya están consagradas fuera de Venecia y de Italia y es un personaje entre los más eminentes de la sociedad italiana y europea, considerado al mismo nivel que esos nobles señores que su pincel retrata cada vez con mayor frecuencia. Pertenecen a estos años algunos de sus retratos más célebres, como el de Carlos V, de pie, con un perro, el del cardenal Hipólito dei Medicicon uniforme húngaro, del Pitti, y el denominado del padre de Tiziano, de la Ambrosiana de Milán.

El planteamiento y la composición traducen a la perfección la actitud típicamente real del soberano, en la armoniosa fusión del pardo dorado y de los claros grisáceos del traje. Espléndidas son las entonaciones del suave terciopelo morado del uniforme “a la húngara” que viste Hipólito, melancólicamente sereno. Sencillo, en posición frontal, es el medio busto del viejo guerrero de la Ambrosiana, encerrado en la roja casaca militar. Nuevos elementos asoman ahora en el arte de Tiziano, como sintiendo la llamada del estilo manierista que desde la Italia central resonaba en el Norte, siguiendo la estela de la dinámica energía miguelangelesca y de la belleza serenadora de Rafael.

Presentación de María en el Templo de Tiz1ano (Galería de la Academia, Venec1a) Obra pintada entre 1534 y 1538 para la sala del Albergue de la Scuola della Carita, en la suave armonía de color destaca la aureola que envuelve a María niña, al subir con candorosa gracia infantil las gradas del Templo.  

Estas inquietudes manieristas afluyen en Tiziano en la Virgen con el Niño y San Antonio, de los Uffizi, y en la Alegoría, del Louvre, pero se templan en la suave luminosidad de la Presentación de María en el templo, realizada de 1534 a 1538 para la sala del Albergue de la Scuola della Carita, actualmente en la Academia de Venecia. Parece revivir el espectáculo ciudadano de Vittore Carpaccio, aunque la narración pictórica adquiere una amplitud solemne y abierta. La luz se vuelve clara y se extiende hacia las figuras y los fondos, acompañando en una aureola dorada la imagen azul de María niña que sube la grandiosa escalinata. Venecia la rodea con sus construcciones y sus personajes retratados del natural, en la muchedumbre que sigue y presencia la escena. Al fondo se dilatan en una claridad matinal los valles nativos, y la realidad se afianza en la anciana sentada al inicio de la escalera, la vendedora de huevos, que ciega con la blancura luminosa de su chal.

Venus con el perrito de Tiziano (Gallería degli Uffizi, Florencia). También llamada la Venus de Urbino; aquí el personaje mitológico está convertido en una gran dama veneciana a la que atienden dos doncellas, que le están preparando los vestidos en un ambiente suntuoso. La sensual belleza de la Venus resalta por el blanco de la sábana sobre la que está tendida. 

De 1538 es la Venus con el perrito, de los Uffizi, realizada para el duque de Urbino. Una sensual y perezosa indolencia emana del espléndido desnudo femenino, envuelto en la ola dorada de sus tiernas carnes, recostada entre los pliegues de la sábana que resalta blanca sobre el rojo aterciopelado de la cama. Dos doncellas, al fondo, preparan los vestidos en el ambiente fastuoso de una señorial casa veneciana, mientras al otro lado del ajimez que se abre sobre el mar se despliegan los colores de la laguna, con el rojo dorado y el azul del cielo en el ocaso. Son posiblemente el aire y la luz que Tiziano tenía a su alrededor y que gozaba en su nueva casa de Birri Grandi, en el barrio de San Cancian y desde el jardín “… está situado en la parte extrema de Venecia, sobre el mar, desde donde se contempla la placentera islita de Murano y otros lugares bellísimos” (de una carta del gramático Prisciano, de 1540).

⇨ Isabel de Este de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Realizado entre 1536 y 1538, el retrato de la marquesa de Mantua la presenta con lujosas vestiduras y un elegante tocado, que contrastan con la juventud del personaje.


Los retratos contemporáneos no reflejan jamás el menor retorno de Tiziano a la cultura manierista y constituyen una de las páginas más bellas y famosas de su biografía.

Entre 1536 y 1538 se sitúa la fecha del retrato de Isabel de Este, de Viena, representada como una evocación de la juventud perdida, en el lujoso fasto de sus vestiduras y su tocado. Del mismo mundo antiguo y deslumbrante participan los Duques de Urbino, en los Uffizi: Francesco María, que no posó nunca para este retrato, sino que se limitó a enviar a Tiziano su armadura, en heroica y reluciente postura; Eleonora Gonzaga, presente en Venecia en aquellos años, suntuosa con su traje de gala negro y oro, pero triste, con el rostro ajado, envuelta en la luz crepuscular que tiembla y se oscurece en el cielo que se cubre de nubes.

En contraste con la áulica solemnidad de los retratos principescos, sonríe la tranquila figura de la Bella, del Pitti, con la suave armonía de sus colores, negro, oro y morado, iluminados por la sedosa blancura de las mangas. Y la misma modelo retorna en la Muchacha con pelliza, de Viena, toda ella suavidad de tintes rosados en las carnes desnudas y contrastadas con el rojo leonado del manto que resbala de los tiernos hombros.

⇦ Francesco Maria della Rovere de Tiziano (Galleria degli Uffizi, Florencia). Al parecer, el duque de Urbino nunca posó para el pintor que sólo contó con su armadura como modelo. 



En esta misma época, Tiziano lleva a término la Batalla de Cadore, comenzada hacía muchos años. La obra ya no existe, pero de los dibujos, de las derivaciones y de las copias parciales se capta su excepcional novedad en el convulso agitarse de los caballos y de los jinetes y en aquellos fantásticos juegos de luz que dan vida y forma a las figuras. Tal vez se manifiesta en ella una nueva adhesión y un nuevo homenaje a la cultura manierista, que vuelve a encontrarse en los techos de la iglesia del Santo Spirito in Isola, realizados entre 1542 y 1544, con una riqueza de escorzos y ciertos claroscuros de gusto algo enfático, por lo general desconocidos en Tiziano. Este mismo espíritu, en el fondo, se encuentra en la Alocución de Alfonso de Ávalos, de 1541, del Prado, y en el Ecce Homo, de Viena, fechado en 1543.

Sin embargo, las formas del manierismo no se limitan en la interpretación de Tiziano a convertirse en academia de escorzos audaces, de plásticas agitadas y de movimientos en violenta y exasperada rotación, vistos en un áspero contraste de luces, sino que se convierte, por el contrario, en fuente de búsqueda y objeto de una realizada consciencia, plenamente humana y heroica. Con el San Juan Limosnero, de Venecia, fechado en 1545, Tiziano supera toda la crisis manierista y, sintetizando maravillosamente la luz y el color, crea a su manera la forma y el espacio. Y su realidad natural, una vez más, se traduce en una ideal medida clásica. No obstante, en su espíritu aparecen una sombra inquieta y cierta congoja, desconocidas antes para la límpida serenidad de su alma.

Eleonora Gonzaga de Tiziano (Galleria degli Uffizi, Florencia). La esposa de Francesco Maria della Rovere, duque de Urbino aparece con suntuosas vestiduras, pero con cierto aire de tristeza, y acompañada de un perro; en la ventana asoma el paisaje que rodea la mansión. Según algunos eruditos, la duquesa no es otra que la Venus con el perrito que se reproduce en páginas anteriores. 

La bella de Tiziano (Galería Pitti, Florencia). Espléndidamente ataviada para una fiesta, en la regia sobriedad de esta dama en quien se ha creído descubrir la expresión inefable de la célebre duquesa de Urbino. 

⇦ San Jerónimo de Tiziano (Santa Maria della Salute, Venecia). Tondo realizado para la iglesia del Santo Spirito in lsola. 



Y nuevamente es el color, con todos sus valores expresivos, el que se impondrá y vivirá siempre en su obra, por encima de toda polémica. Son de estos años varios retratos importantes: la Clarice Strozzi, de Berlín, fresca en su gracia juvenil y en sus suaves colores; el retrato de Paulo III, de Nápoles, realizado probablemente en 1545, en Bussetto. Y también el Joven inglés, del Pitti, acaso Ippolito Riminaldi que, pese a su frontalidad y a las sombrías tonalidades del traje negro, palpita en suaves luces doradas que rozan su rostro e imprimen una misteriosa intensidad a sus grandes ojos claros.

Alocución de Alfonso de Ávalos de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). En este cuadro, el pintor representa al marqués del Vasto, gobernador del Milanesado, dirigiéndose a sus soldados en una de las campañas militares que llevó a cabo. 

Ecce Homo de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Fechado en 1543, este cuadro pertenece a la época en que el pintor está bastante influido por el manierismo, que le lleva a abusar de los escorzos y los claroscuros.

Por último, documentado en 1545, está el retrato de Pietro Aretino. El literato escribió de él al duque Cósimo: “Es cierto que respira, le laten las sienes y reacciona de la forma que yo lo hago en la vida”. Se reconoció en la “terrible maravilla” que, en la fastuosidad roja del ropaje sedoso, destaca por su carácter cínico y violento, con una verdad punzante, felizmente alcanzada gracias a la vertiginosa velocidad del pensamiento que con el rostro y los sentimientos completa la prepotente amplitud de su cuerpo macizo.

Un viaje de ida y vuelta a Roma

En octubre de 1545, Tiziano parte hacia Roma. Es acogido con gran júbilo por Pietro Bembo, por el cardenal Farnesio y por el propio Paulo III. Los honores alcanzarán la cumbre el 19 de marzo del año siguiente, cuando el famoso cadorino recibirá solemnemente, en el Capitolio, la ciudadanía romana. Durante su estancia en la Ciudad Eterna se dedicó sobre todo a los retratos, aunque también atendió a algunas obras religiosas y escenas alegóricas. Para Octavio Farnesio, sobrino del Papa, realizó la Dánae, hoy en el Museo de Capodimonte, en Nápoles. La suave imagen femenina emerge claramente dorada de la sombra, con tránsitos delicadísimos, que ponen de relieve el color y el estremecimiento de la epidermis. Entre los retratos más importantes está sin duda el de Paulo III con sus sobrinos Alejandro y Octavio Famesio, también en el Museo de Capodimonte.

San Juan Limosnero de Tiziano (Galería de la Academia, Venecia). Pintado para la iglesia de San Giovanni Elemosinario en 1545, en este cuadro Tiziano consigue dejar atrás el manierismo y logra aunar la luz y el color, creando su propia manera de ver la forma y el espacio.

Ha sido definido por Ortolani como "la primera escena histórica de la pintura moderna" y es de una viveza impresionante. El coloquio de los tres personajes está realizado con sencillez, con pinceladas rapidísimas, casi un apunte, un boceto en el que nada se pierde en lo inmediato de la anotación, mientras vibra el color en las breves coberturas de rojos, blancos y morados de tenues tonalidades. Los caracteres están individualizados e inmediatamente revelados: la astucia vulpina del Pontífice sediento de poder, rastrero en su adulación Octavio, casi desdeñoso y desapegado Alejandro. En el camino de regreso, en noviembre de 1546, Tiziano se detiene en Florencia y ofrece sus servicios al Gran Duque Cósimo I, que los rechaza.

Quizás el mundo cromático y luminista del cadorino no era de su gusto, así como no le resultaba del todo comprensible a Miguel Ángel, quien había visitado al pintor durante su estancia en Roma:" ... mucho le gustaba su colorido y su manera, pero era lástima que en Venecia no se aprendiera desde un principio a dibujar bien ... " (Vasari). Nada más regresar a Venecia, Tiziano realiza el retrato votivo de la familia Vendramin, ahora en Londres. En forma más sencilla reaparecen aquí las composiciones en diagonal del retablo Pésaro y de la Presentación en el Templo. Pero las arquitecturas están reducidas a pocos elementos esenciales y las imágenes sagradas a un símbolo. De los rostros sosegados de los adultos y de los atentos de los niños han desaparecido los contrastes humanos que resultaban turbadores. Las figuras mismas crean el espacio con calma solemne y serena, mientras los colores negros, blancos, rojos y anaranjados vibran en los ropajes sobre el azul palpipante del cielo, recorrido por nubes de plata.

El pintor de Augsburgo


En 1547, Tiziano es invitado por Carlos V a Augsburgo donde se ha establecido la Corte tras la victoria obtenida en Mühlberg contra la liga protestante y Juan Federico de Sajonia. En enero de 1548, acompañado de su hijo Horacio y de su sobrino César, Tiziano emprende el viaje, llevando consigo como obsequio para el emperador un Ecce Homo, en la actualidad en el Prado, y una Venus, que ha desaparecido. Su estancia en la Corte le proporcionó la magnífica ocasión para retratar a los personajes más importantes y fastuosos de la época y del mundo imperial. Para él posó el emperador Carlos V. El Retrato ecuestre de Carlos V, del Prado, tiene un carácter casi simbólico en la exaltación de su realeza. La figura encerrada en una resplandeciente armadura, en contraste con la desolación algo lívida del campo de Mühlberg, parece haber perdido toda humanidad para convertirse en mito del poder real.

⇦ El joven inglés o El hombre de los ojos glaucos de Tiziano (Galería Pitti, Florencia). Este retrato se ha considerado de Howard, duque de Norfolk, también como retrato del Jurista lppolito Riminali di y asimismo retrato de Guidobaldo da Montefeltro. Sea quien sea el personaje, es indiscutible su gran fascinación, el equilibrio sorprendente entre la tonalidad acuosa de la mirada y la sobriedad esencial de su personalidad. o en que fue pintado.



Pero su humanidad cansada y doliente se redime en el retrato, ahora en Munich, del anciano emperador recostado en la butaca, con expresión casi ausente, sombrío en el fondo negro del traje, sobre el rojo de la alfombra y el amarillo del damasco. Homenaje al regio protector es tal vez el retrato póstumo de la Emperatriz Isabel, hoy en el Prado. Espléndido el traje de brocado morado, palpitante bajo la luz que al otro lado de la ventana vaga sobre los montes lejanos y juega sobre las joyas regias, acariciando el rostro exangüe, empañado de melancolía, casi en un presentimiento de muerte. La vida, por el contrario, vibra en la figura carnosa de Juan Federico de Sajonia, el vencido de Mühlberg, hoy en Viena. Se transluce en él la personalidad violenta y tenaz del hombre, poderoso en su ancho cuerpo envuelto en una pelliza leonada, y de intensos sentimientos que se reflejan en el rostro grave y sanguíneo.

⇨ Pietro Aretino de Tiziano (Galería Pitti, Florencia). Este retrato resume el arte de Tiziano en su extraordinario fasto de color. No en vano se ha dicho que después de él la pintura ya no podría seguir siendo la misma. A Pietro Aretino pareció no gustarle del todo este retrato, que captaba su personalidad con rara agudeza, y lo regaló a Cosme I de Médicis en 1545, el mismo año en que fue pintado.



Se puede fechar en este momento la Venus con el organista (hacia 1548) del Prado, de la que derivarán más tarde la otra del Prado, la de Berlín y, sin el organista, la del amorcillo, de los Uffizi, en Florencia. La poesía de Tiziano se expresa sobre todo en el paisaje crepuscular, amplio y abierto al fondo, y en el rostro atento y arrobado del joven músico. La presencia del instrumento nos recuerda el órgano que Tiziano recibió como regalo en 1540, a cambio de un retrato de Alessandro degli Organi, y nos confirma el interés por la música, tradicional entre los pintores venecianos, empezando como es bien sabido por Giorgione. Una fuerte consonancia entre música y pintura se suele reconocer en el Cinquecento veneciano y ahora resulta espontánea la comparación entre “la humana suntuosidad de Tiziano y el arte ya polifónico de Andrea Gabrieli” (Dell’Acqua).

Dánae de Tiziano (Museo y Galería Nacional de Capod1monte, Nápoles). Ésta es una de las versiones del pintor sobre el personaje mitológico, en la que vuelve al clasicismo de la escultura antigua. Sin embargo, no deja de apelar, en la desnudez de la figura, a aquella sensualidad tan típica de épocas anteriores.  

⇦ Paulo III con sus sobrinos Alejandro y Octavio de Tiziano (Museo y Galería Nacional de Capodimonte) Cuando Tiziano debió de pintar este cuadro, al poco de llegar a Roma, tenía cincuenta y ocho años y era su primer viaje, emprendido no por razones artísticas, sino para conseguirle una abadía a su hijo Pomponio. Vasari, que le sirvió de guía, escribiría: "Tanto como es excelente en su arte, es agradable Tiziano en su trato". En esta tela contrasta la astucia que brilla en el rostro del Papa con la actitud aduladora de su sobrino Ottavio. 



Al regresar a Venecia en 1549, pasando por Innsbruck, Tiziano realiza una serie de pinturas llamadas “de las Furias” o “de los Condenados” para María de Hungría, hermana del emperador. En el Sísifo y en el Ticio, del Prado, únicos lienzos conservados de esta serie, estalla un ímpetu desesperado y salvaje, raro en la actividad de Tiziano, expresado sobre todo por medios pictóricos. La masa plástica de los dos gigantes es mitigada por las dominantes tonalidades monocromas de pardos que se truecan, aquí y allá, en resplandores repentinos de sombras y luces.

Carlos V vuelve a llamar al pintor a Augsburgo en 1550, con el encargo un tanto exclusivo de retratar a su hijo y sucesor Felipe II, el futuro principal cliente de Tiziano. El Retrato de Felipe II, del Prado, es casi una imagen heráldica. El joven, a sus veinticuatro años de edad, está representado de pie, tensas sus gráciles piernas, enfundado en la fastuosa armadura sobre la que bate la luz que crea espléndidos reflejos y pone aún más preciosos los damasquinados y dorados. Palpitan, en la penumbra, los rojos amoratados del tejido, los grises plateados de las plumas sobre la cimera del yelmo, los perfiles de las arquitecturas. Numerosos fueron los retratos ejecutados por el maestro durante su segunda estancia en la Corte imperial: unos de carácter oficial, como otro de Felipe II, ahora en Nápoles; otros más sencillos e inmediatos, como el de Antonio Anselmi, del Louvre, el llamado Benedetto Varchi, de Viena, y el Obispo Ludovico Beccadelli, de los Uffizi.

Ecce Homo de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Fue un cuadro que pintó para obsequiárselo al emperador Carlos V, cuando le invitó a la corte de Augsburgo, con el fin de que hiciese los retratos del emperador y de otros miembros importantes de la corte.

A su regreso a Venecia en 1551, Tiziano, aun cuando seguía vinculado a los compromisos adquiridos en Augsburgo por los encargos imperiales, reanudó sus trabajos para la Serenísima y aceptó nuevos encargos eclesiásticos. Para Felipe II de España realiza algunas “poesías” mitológicas: Venus y Adonis y las Dánae del Prado, entre otras, en las que se expresa principalmente por medio del color, como si la libre fantasía del tema se tradujera en él en libertad de expresión poética que alcanza mágicas fusiones de figuras y ambiente, en una gama cromática entretejida de luz. Las figuras parecen no tener peso y casi flotar en la sombra dorada, donde se armonizan los más ricos tonos de marrones, rojos y grises en un centellear de cielos de un azul intenso.

Unos años más tarde, en una carta de 1559 dirigida a Felipe II, que mientras tanto había sucedido a su padre retirado en Yuste desde 1555, Tiziano alude a otras dos pinturas alegóricas realizadas para él: “Ya he entregado las dos poesías dedicadas a Vuestra Majestad; una de Diana en la fuente a la que se une Acteón, y otra de Calisto preñada por Júpiter… después de mandar éstas, me dedicaré a terminar el Cristo en el Huerto y otras dos poesías ya comenzadas: una de Europa sobre el toro, y otra de Acteón despedazado por sus perros”.

Un nuevo ímpetu creador

Acaso estas dos obras, Diana y Acteón y Diana y Calisto, actualmente en la National Gallery of Scotland de Edimburgo, cierran ese mágico período de los años cincuenta, en los que su lenguaje está compuesto sobre todo de luz y de color, y que está espléndidamente representado por la Crucifixión de San Domenico de Ancona, iniciada en 1558, y por la Anunciación de San Domenico Maggiore de Nápoles, que se puede fechar hacia últimos del decenio. Las imágenes dolientes del Gólgota y los protagonistas de la Anunciación a María son casi apariciones irreales, hechas de luz y de colores que afloran de cielos tempestuosos, en una atmósfera lunar, siguiendo una dinámica plena de efectos de claroscuro que los transmuta, entre resplandores flameantes, en evanescentes fantasmas.

⇦ Retrato de Isabel de Portugal de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Una de las más célebres telas del pintor. La emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, parece reflexionar sobre un pasaje de su lectura entre una soberbia cortina de damasco y una ventana abierta al paisaje. El color se matiza en una suave gradación de tonos dorados. Fue pintado en 1548, durante la primera estancia de Tiziano en Augsburgo y parece que se valió de un retrato anterior. 

El San Jerónimo de El Escorial y el Descendimiento del Prado, también realizados en esos años para Felipe II, participan de este mismo espíritu. La pincelada traza veloz las figuras de los personajes, casi con exasperación, y las ambienta en amplios paisajes profundos, de sombras a veces desgarradas por luces fulgurantes que parecen dar vida a la naturaleza y a los colores. Y la naturaleza, entre estos resplandores incandescentes, se vuelve cósmica, inmensa, partícipe y protagonista al mismo tiempo, como en la espléndida Oración en el Huerto en las dos versiones, una en El Escorial y otra en el Prado, realizadas para el Emperador.

⇦ Juan Federico de Sajonia de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). El pintor representó en este cuadro al gran derrotado de la batalla de Mühlberg, el elector de Sajonia que lideraba la liga de príncipes protestantes. 


Los colores están en ellas tan impregnados de luces y de sombras que se convierten casi en asombrosas monocromías luminosas, palpitantes en un dramático contraste de claroscuros. Mirando estas obras y el contemporáneo gran retablo de los Estigmas de San Francisco, en Ascoli Piceno, el espectador se siente sacudido por repentinos estremecimientos que dan la neta sensación del ímpetu creador de Tiziano que, caminando hacia la vejez, parece abandonarse a su arte, extraviando su espíritu en el color y en la luz, encerrándose en la pintura, apartado de toda contingencia humana, olvidándose de honores y encargos. Posiblemente en esta ocasión más que nunca pinta sólo para sí mismo, encontrando en su labor una plenitud de sentimientos y de pensamientos.

Los acontecimientos alegres y tristes de su vida parecen no afectarle ya. Esta transfiguración y transposición suya en el arte es testimoniada por el Autorretrato de Berlín, fechable hacia 1562, donde la luz modela su hermoso rostro de anciano, vivo en los ojos y vibrante de energía en los rasgos ahondados por los años.

Y a su alrededor, al otro lado de las paredes de su casa, se percibe Venecia, con sus iglesias, sus palacios, el color, la luz, los ruidos de la laguna, que lleva dentro de sí transformándolos en latidos, en estremecimientos, en materia espléndida que se convierte en espíritu gracias a su luz y a sus colores. Son años de febril actividad y, forzosamente, Tiziano tiene que recurrir cada vez más a la ayuda de los numerosos colaboradores que frecuentan su taller en Birri Grandi. Allí se reelaboran lienzos iniciados hace muchos años, se aportan variantes a obras cuya ejecución ya está adelantada, se efectúan copiaos que se difundirán por todo el mundo para llevar la palabra de Tiziano. Resulta, pues, verdaderamente difícil interpretar la producción tizianesca de este momento.

Venus con el organista de Tiziano (Museo del Prado, Madnd). Se identifica con la obra documentada en 1 548 Venus sobre un lecho con un tañedor de órgano, pintada en Augsburgo para Carlos V y que el emperador regaló a Granvela. Como es característica de Tiziano, el desnudo se adorna de joyas y de suntuosas ropas que lo enmarcan. Venus dirige su atención a Cupido, que le acaricia el seno mientras el músico se vuelve para contemplarlos. En la perfecta armonía de la composición destaca la delicadeza del dibujo del rostro, manos y pies de Venus. 

Ticio de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). El pintor realizó este cuadro para la serie de las Furias encargada por María de Hungría. Junto con el cuadro de Sísifo, son las dos únicas obras de esta serie que han llegado hasta la actualidad. 

Sísifo de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). En 1 548 Tiziano recibe el encargo de María de Hungría de pintar una serie sobre las Furias. Este cuadro es uno de los dos que se conservan. 

⇦ Felipe II (Museo del Prado, Madrid). Este retrato fue realizado por Tiziano durante su segunda estancia en Augsburgo, en 1550, cuando Carlos V le encargó el retrato de su hijo, que contaba entonces veinticuatro años. Este mismo año fue enviado a los Países Bajos para que lo viera María, reina de Hungría, y luego remitido a Londres para que María Tudor pudiera conocer a su futuro esposo. La armadura que viste el joven príncipe se conserva íntegra en la armería del Palacio Real de Madrid. Además de la esbelta silueta del que había de ser rey de España, Tiziano supo captar su austeridad triste, dura y melancólica.



La presencia de los ayudantes es a veces evidente, incluso en pinturas importantes, como en la Transfiguración de San Salvatore de Venecia y en el retablo de San Sebastián, para la capilla votiva de Niccolo Crasso. Hasta en la Ultima Cena, para El Escorial, enviada a España en 1564, se observa con evidencia el trabajo del taller en las figuras de Cristo y de los Apóstoles, de tono casi académico, en contraste con el magnífico paisaje de fondo, abierto a atmosféricas lejanías, de emotiva poesía.

Pero indudablemente Tiziano pinta muchas obras solo, casi en un orgulloso aislamiento, y su pujante personalidad sigue dejándose sentir con nuevas facultades creadoras y poéticas. Se encuentran incluso retornos repentinos a motivos de su primera madurez, inspiraciones en el afortunado mundo poético de las alegorías y de los temas mitológicos de sus ya lejanas “poesías”, como en la Venus vendando al Amor, de la Borghese de Roma, fechable hacia 1565. Sin embargo, ya no existe el espíritu sereno de antaño, y tampoco la contemplación estática de bellezas clásicas. Asimismo, aquí el color se oscurece en tonalidades rojizas, algo quemadas por una luz de ocaso estival: “mezcla de pinceladas macizas de color a veces rojo, turquesa y negro, aquí y allá también grisáceo y azul” (Cavalcaselle). Ahora Tiziano se acerca al mundo de los dioses del Olimpo casi con el ansia de realizar con la mayor rapidez sus visiones, buscando y alcanzando admirablemente una fusión entre inspiración y naturaleza. Y este su último canto que está entre la alegría y el drama, lo ejecuta con esas pinceladas suyas “realizadas a golpes, aplicadas a brochazos, y con manchas (que) de cerca no se pueden ver y de lejos resultan perfectas” (Vasari).

⇦ Obispo Ludovico Beccadelli de Tiziano (Galleria degli Uffizi, Florencia). Durante su segunda estancia en la corte imperial de Augsburgo, el pintor realizó u na serie de retratos de personajes, como el de este obispo. 



A propósito de la última técnica de Tiziano, nos confirman su pintar inmediato y rápido algunos testimonios directos de Palma el Joven, relatados por Marco Boschini. Ciertos “estregar de los dedos” que le servían para avivar los “extremos claros”; sus “acentos oscuros” y las rayas de carmín que constituían el “condimento de los últimos retoques”. Como todos los viejos, Tiziano se aparta ya de todo vínculo terrenal, olvidando casi el dolor sentido por las muertes recientes de Carlos V, de Vasari, de Sansovino, y las alegrías, como la reconciliación con su hijo Pomponio y las bodas de su predilecta Lavinia. Se encierra, con la poesía que siente en el corazón, en el refugio seguro de sus recuerdos. Es el Tiziano del pequeño retablo realizado para la iglesia de su pueblo natal, para la capilla de su familia, en el que se ha retratado a sí mismo haciéndose partícipe, también físicamente, de ese mundo de entrañables afectos y de familiar adoración que rodea a la Virgen y al tierno Niño, que parecen cobrar vida y aliento de la suave luz que todo lo impregna y que palpita sobre la oscuridad del fondo. Es el Tiziano del espléndido Autorretrato del Prado, el último de la serie, en el que su rostro, consumido por los años y devorado por el ansia creadora, parece salir del fondo oscuro por obra de una magia luminosa.

De estos mismos años, realizado entre 1566 y 1568, es el retrato de Jacopo Strada, hoy en Viena, el último quizá de la maravillosa galería de personajes eternizados por Tiziano durante su larga vida. El gentilhombre emerge con aplomo de un fondo fastuoso, como él mismo, bajo el abrazo de la blanda pelliza. Los tonos rojos, verdes, violáceos y negros se sumergen en la sombra para brillar de repente en los resplandores luminosos de la atmósfera dorada que, en su vibración temblorosa, da inestabilidad a la postura y una continua y voluntaria articulación al ambiente. Anciano ya, sin preocupaciones económicas y cada día más famoso, miembro desde 1566 de la Academia Florentina de Dibujo, honrado en su taller veneciano por artistas como Giorgio Vasari y por soberanos como Enrique II de Francia, Tiziano no cede a la vejez y a la ambición, abandonándose al goce de sus bienes materiales y morales.

Venus y Adonis de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Para este cuadro el autor halló inspiración en las Metamorfosis de Ovidio. Cumplidos ya los sesenta años, el pintor vuelve a su primera temática de desnudos y mitologías: la diosa del amor trata de retener al joven cazador, que se muestra esquivo. La luz y el color, que más parecen emanar del interior de los seres que envolverlos exteriormente, se fusionan en una atmósfera cálida y sugestiva. Fue pintado para el príncipe Felipe en 1553.

Viejo verdaderamente terrible, entendiéndose por terrible el ímpetu creador, que ni abandona su actividad ni se reclina en los moldes de probada validez, sino que, cerca de los ochenta años, se encamina hacia una nueva expresión, hecha de atmósferas llameantes y de figuras casi sin peso que cobran vida y viven sobre todo en virtud de la luz, alcanzando los límites extremos de toda expresión pictórica. El Martirio de San Lorenzo de El Escorial, iniciado para Felipe II en 1554, pero aún sin terminar en 1564 cuando Vasari lo vio en casa de Tiziano en Venecia, es ya expresión de la última manera tizianesca.

Las grandes figuras que se agitan en la rojiza profundidad de un templo pierden todo peso en la intensa profundidad nocturna que, rasgada por el destello de las antorchas humeantes, las hace semejantes a fantasmas que vagan en la oscuridad, privando a la escena representada de casi todo valor y significado. Parece un juego mágico que, en el alternarse de claridades y de sombras, da forma y vida a la luz. El Santo Entierro del Prado, asimismo fechado en 1566, vibra de dramáticos sentimientos en el aflorar de los colores desde la oscuridad, en un agitarse fantástico de imágenes luminosas, creadas en un descomponerse de colores en la luz que se pierden casi en una sombra y en un espacio indefinidos.

Dánae de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Es posible que éste sea el más bello desnudo realizado por el pintor. Esta nueva versión de Dánae, recibiendo la lluvia de oro, fue ofrecida por Tiziano a Felipe II junto con otras "poesías m itológicas". El buscado contraste entre las dos figuras no hace sino resaltar la sensual belleza de Dánae, toda candor y abandono. La insólita lluvia de oro confiere una atmósfera irreal a la escena, y en ella Tiziano se adelanta temática y técnicamente a su época. 

Diana y Acteón de Tiziano (National Gallery of Scotland, Edimburgo). En esta alegoría realizada para Felipe II entre 1556 y 1559, el pintor representa a Diana junto a la fuente, a la que se le une Acteón.  

San Jerónimo de Tiziano (Monasteno de El Escorial, Madrid). En las obras de esta época (1560), el pintor utiliza unas pinceladas rápidas para representar al personaje y lo ambienta en paisajes sombríos, en los que a veces irrumpen luces fulgurantes. 

Una vez más es la luz, como recogida en un haz, la que da vida y cuerpo a la Santa Margarita del Prado, en la que predomina un impresionante silencio nocturno, roto por los resplandores de un incendio y subrayado por los sanguíneos reflejos del agua y por el pardo suave de las rocas. También la alegoría conocida con el nombre de La religión socorrida por España, del Prado, es una sucesión de figuras luminosas que nacen y se pierden en la oscuridad del paisaje.

Transfiguración de Tiziano (iglesia de San Salvatore, Venecia). Fechado en 1560, cuando el pintor era muy mayor, en el cuadro se advierte la intervención de los discípulos que trabajaban en su taller. Una explosión de luz envuelve a Jesucristo ante el asombro de los apóstoles que lo rodean.  

Esta obra realizada para Felipe II es la readaptación de una “poesía” iniciada para Alfonso de Este y abandonada en el lejano 1534 debido a la muerte del cliente. Vasari la vio en vías de transformación en 1566, durante la visita que hizo a Tiziano. El original planteamiento de las figuras se convierte ahora sobre todo en un espléndido juego de luces y colores, hecho más vivo y más libre por la ligereza del toque casi impalpable de la rápida pincelada de Tiziano. Y las figuras, con el esplendor cromático de sus ropajes, parecen continuar y perderse en la abertura suave del gran paisaje que se difumina sobre el azul pálido del mar y el rosa tenue del cielo, apenas manchado por las nubes grises y por los árboles oscuros. Todo él es un lírico abandono a un acorde musical de tonos azules, grises, amarillos, rosas, verdes, en las caducas claridades de la tarde que rememoran una vez más la sensibilidad musical de Tiziano y que hermanan esta obra con otra, asimismo en el Prado, que representa el Pecado original y con la Anunciación de San Salvatore de Venecia.

El influjo imperial de Carlos V


Retrato de Carlos V sentado de Tiziano (Aite Pinakothek, Munich) 
Carlos de Habsburgo (1500-1558) heredó en 1516 el imperio más grande de toda la historia: los ducados austríacos, los Países Bajos, el ducado de Borgoña, el Franco Condado, España, los dominios españoles en Italia y el imperio español en América y ultramar, y se convirtió, de este modo, en Carlos I de España y V del Sacro Imperio Germánico (Alemania).

Educado por su tía Margarita de Austria, mujer culta que intentó inculcar a Carlos el interés por la cultura y las artes, el monarca nunca tuvo gran interés por aquello que no le llevara a ampliar y mantener los límites de su imperio. Sin embargo reunió a varios artistas en su corte, entre los cuales destaca Tiziano, pintor que le realizó diversos retratos.

En política exterior tuvo varios problemas debido a la gran extensión de su imperio. Ello se tradujo en guerras de religión, entre las cuales destaca la batalla de Mühlberg, en la que derrotó a los protestantes y que fue inmortalizada por el pincel de Tiziano. Sin embargo, sus principales conflictos los tuvo con el rey Francisco 1 de Francia -quien también aspiraba a la corona imperial-, con el Papado y con el emperador turco Solimán II el Magnífico.

Ello no impidió que fuera nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1529 por el papa Clemente VII, aunque debido a las fuertes presiones abdicó en 1556 a favor de su hijo Felipe II y se recluyó en el monasterio de Yuste, donde murió en 1558.

Los últimos años de Tiziano


Estas obras nos conducen a la actividad última de Tiziano. Continúa la participación de los alumnos que, en algunas obras, termina por imponerse, pero prosigue no obstante la capacidad creadora del viejo maestro, que ahora parece meditar sobre la aproximación de la muerte pintando casi para él solo, abandonándose cada vez más a la alquimia del color y a la magia de la luz. Las obras antes recordadas, y aún más las del postrer período de su vida, constituyen extraordinarias anticipaciones e increíbles presentimientos de momentos futuros del arte. No tanto de las repentinas iluminaciones que relampaguean en la oscuridad de Tintoretto, quien lógicamente desciende de Tiziano, ni tampoco de aquellas soluciones luministas que constituirán una de las grandes novedades de Caravaggio, sino más bien nos recuerdan, con un adelanto de aproximadamente cien años, a Rembrandt, que creará esa pintura suya, penetrante y hechizada, en la cual la luz es la evocadora mágica del hombre.

Se ha llegado a las obras finales que acompañan gloriosamente los años de la extrema vejez, cuando, una vez más, el gran anciano halla en sí mismo y en la meditación más íntima una voz nueva para su pensamiento, aun permaneciendo siempre en la línea de los mágicos momentos luminísticos del Santo Entierro y del Martirio de San Lorenzo. Aproximadamente de hacia 1570, quizás algo posterior, es el San Sebastián, hoy en el Museo del Ermitage de San Petersburgo, procedente de la familia Barbarigo que, tal vez, lo adquirió de los herederos de Tiziano. El joven héroe cristiano parece realmente llamear como una milagrosa antorcha viviente, consumida por su dolor lancinante que aferra y retuerce a la naturaleza circundante, la cual estalla prodigiosamente en la oscuridad de la más sombría atmósfera.

Venus vendando al Amor de Tiziano (Galería Borghese, Roma). Dice Vasari que en esta obra Tiziano logra "que la pintura parezca viva". Es en realidad una obra de su vejez y en ella asoma el extraordinario deseo de vivir del extraordinario pintor de setenta y cinco años. Su impaciencia le lleva a un acabado impresionista en que la pincelada parece descuidada y gruesa, de modo que el espectador ha de alejarse de la tela para apreciarla en todo su esplendor. El incendio del cielo resulta doblemente intenso por contraste con esas montañas de perfil azulado. La belleza del color, que se amplía en grandes zonas cromáticas, es absolutamente inefable. 

De 1570 es también la Coronación de espinas, de Munich, procedente de la Galería del Elector de Baviera a la que probablemente llegó procedente de la dispersión de la herencia de Tiziano. Parece que ahora toda tensión exasperada se borra en un secreto y contenido dramatismo, en la fusión de claridades y de sombras que crean la ilusión de llamas que crepitan en la oscuridad. Y en estos resplandores, como por arte de magia, se mueven las grandes masas de los esbirros que casi disolviéndose en contornos desenfocados parecen gigantescos fantasmas, visiones nocturnas ondeantes casi en un rito secreto, alrededor del Cristo doliente, bañado en sangre, estremecido en su humano dolor, pero ya espiritualizado por una luz que parece emanar de su propio cuerpo martirizado, por esa mágica transfiguración que volveremos a encontrar más tarde en la pintura de Rembrandt.

⇦ Autorretrato de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Un ejemplo de sobriedad de color en el conjunto de su obra. Todo él aparece dominado por un fuego interior que emana prácticamente de los ojos y confiere al personaje un aire de indomable energía. No parece ser éste, sino el de Berlín, el autorretrato que Vasari califica de "naturalísimo" al verlo en 1566 en Venecia y en el que describe a Tiziano "con el pincel en la mano, a punto de pintar".


La misma magia de luces que dan vida al color, descomponiéndolo en mil preciosismos, se repite en el Muchacho con perros, del Museo Boijmans de Rotterdam, fragmento tal vez de una pintura de mayor tamaño y adscribible al lustro final de la vida del pintor.

Es como un instante de paz serena en el dramatismo de las últimas meditaciones el que acompaña la delicada imagen de la Virgen con el Niño, de Londres, en el que el color parece descomponerse en múltiples ascuas de luz, dando a las imágenes la delicada apariencia de luminosos vidrios soplados, aunque suaves y cálidos gracias a la claridad argéntea de la atmósfera. Estos repentinos retornos a más tranquilas claridades juveniles y a intimidades de afectos ya lejanos parecen milagrosos rejuvenecimientos y ayudan a comprender la maravillosa capacidad creadora de Tiziano en una constante, infatigable evolución que puede llegar a parecer obra de magia. Y mientras la Ninfa y el Pastor, de Viena (hacia 1570), en la suavidad de las formas que son ahora únicamente color palpitante en el más tierno ambiente, parecen como una nostálgica despedida de la felicidad terrenal y del mundo de sus “poesías” juveniles, reanuda la meditación sobre la trágica verdad de la vida en sus obras más postreras, hallando variadas expresiones en la diversidad de los temas.

⇦ Jacopo Strada de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Realizado entre 1567 y 1 568, es posible que esta pintura sea la última de la larga serie de retratos que Tiziano hizo a lo largo de su vida. El personaje fue un pintor y coleccionista de antigüedades, de ahí la figura de una Venus que sostiene con ambas manos y los diversos objetos que hay sobre la mesa. 


Una trágica brutalidad se percibe en el Turquino y Lucrecia, de Viena, donde el color candente se vuelve casi grumoso en los golpes sanguíneos trazados no ya con el pincel, sino con los dedos enérgicos, expresando casi angustiosamente la violenta pasionalidad del hombre y el rechazo desesperado de la mujer.

Resulta en cambio algo espectral la visión del Castigo de Marsias, de Kromieriz, en el cual el color violento, impregnado de luz, se convierte en expresión evocadora de fantasmas que aparecen de las sombras para luego perderse en el luminoso palpitar del cielo.

Tiziano, el testigo más elocuente y verídico de la sensibilidad de su tiempo, llega al final de su larga vida y de su obra infatigable que lo ha conducido a renovar incesantemente su lenguaje poético, con su plena participación en la evolución artística “desde el mediodía del Renacimiento al crepúsculo de la Contrarreforma”.

Todo drama, toda conmoción humana y terrenal se transforman ahora en una dolorida meditación de piedad cristiana, en esa espléndida oración que es el Descendimiento de Cristo, de la Academia de Venecia. El gran lienzo lleva debajo la inscripción quod Titianus inchoatum reliquit. Palma reverente absolvit. Deo dicavit opus. En la esquina de abajo son visibles, a la derecha, el escudo de los Vecellio y una falsa tablilla votiva con los retratos de Tiziano y de su hijo en oración ante la Virgen. La obra había sido destinada por Tiziano a la capilla de la Crucifixión, de los Frari, donde deseaba ser enterrado. Debido a divergencias con los frailes, el lienzo permaneció inacabado en el estudio del pintor y después de su muerte fue concluido por Palma el Joven y colocado en la iglesia de Sant’Angelo, donde permaneció hasta la destrucción del edificio.

El Santo Entierro de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Es una de las más sentidas y originales composiciones de Tiziano. El dramatismo procede más del color que de las expresiones de los personajes, entre los que el rostro de José de Arimatea se ha dicho que pudiera ser un autorretrato. La lividez de Cristo se contrapone al manto azul de la Virgen, y ambas notas de color son las únicas voces que se oyen en el silencio aterrador. 

La luz palpita misteriosamente en la atmósfera, se detiene en la poderosa arquitectura de la hornacina que encierra a la Virgen con el Hijo muerto, se hace esplendorosa en la bóveda del ábside, para luego consumir en estremecimientos las figuras vivas de los dolientes y las marmóreas de los lados. En virtud de la luz vive la trágica violencia de la Magdalena, que parece aplacar la vehemencia de su dolor en la serenidad luminosa del Cristo y en la congoja maternal de María, con la mirada fija en el Hijo divino para captar su postrer aliento.

⇦ Santa Margarita de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). La luz es la que da vida a la imagen de la santa, que corre sosteniendo una cruz. Al fondo, un gran incendio domina con su resplandor. 


El 27 de febrero de 1576 está fechada la última carta de Tiziano al rey de España. El 27 de agosto de este mismo año el anciano pintor muere en su casa de Birri Grandi, mientras en Venecia arrecia la peste. Recibe sepultura en los Frari el día siguiente. Al poco tiempo muere también Horacio, su hijo predilecto, y la casa abandonada es saqueada por los ladrones. El gran Descendimiento de la Academia cierra “con un canto doliente de piedad cristiana” la obra secular de Tiziano, obra destinada a la eternidad, en una sufrida pacificación de los dramas, de los fastos, de los mitos paganos que constituyeron la espléndida trama y el tejido fantástico de su creación.

Al iniciar esta rápida reseña de la vida y el arte de Tiziano, ambos tan estrechamente vinculados, se ha señalado la imposibilidad de enumerar y describir todas las obras de su larga y fecundísima producción. Se ha hablado con cierta extensión de las pinturas más célebres que a lo largo de los años, en el cambio casi continuo de sus designios y de su gusto, representan cumplidamente al Tiziano pintor y al Tiziano hombre. Al Tiziano pintor por ser las expresiones más perfectas de su arte mágico y al Tiziano hombre, ya que, por lo general, revelan las relaciones del artista con los más importantes clientes: la Serenísima República de Venecia en primer lugar, el emperador, Carlos V y su hijo Felipe II, rey de España; el pontífice Paulo III, el duque de Ferrara y el de Mantua, y hasta él mismo, particularmente en las obras de los últimos tiempos.

⇦ La Religión socorrida por España de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Concebida para Alfonso I de Este, duque de Ferrara, era una alegoría del "Triunfo de la Virtud sobre el Vicio" tal y como Vasari la describió en 1566. Al parecer, muerto el duque y tras la victoria de Lepanto en 1571, Tiziano dio ciertos retoques a la tela y la ofreció a Felipe II. Neptuno adoptó un turbante convirtiéndose en pirata, la Virtud tomó el escudo de España y el desnudo que había simbolizado al Vicio pasó a representar la Religión. 


Son escenas sagradas y alegorías y, en gran número, retratos. Pero también las obras no citadas son numerosas y atribuibles a todos los momentos de su vida, pertenecientes a todos los géneros tratados por el gran cadorino y, muchas de ellas, no menos famosas que las descritas. Ha sido difícil hacer una selección y a menudo, tal vez, se ha cedido al gusto personal y al sentimiento que una obra despierta en el ánimo. Todas ellas son como un inmenso coro que el arte de Tiziano ha compuesto, en el arco de su larga existencia, a la religión, a la naturaleza, a la humanidad que lo ha acogido, rodeado y amado cotidianamente, en un aliento tan amplio como el alma de su pintura.

No ha existido, en toda la actividad de Tiziano, un período de cansancio o de estancamiento, un momento de desalentado abandono, así como tampoco en su vida conoció esos tormentos angustiados que constituyeron para Leonardo y sobre todo para Miguel Ángel dramas latentes. No conoció, por ejemplo, la tragedia de la tumba miguelangelesca de Julio II o de la Capilla Sixtina, debidas a las incomprensiones entre el Papa y el artista. Su vida se desenvuelve con regularidad, repartida entre Venecia, Ferrara, Mantua, Roma, Augsburgo y regresando siempre a Venecia, en una actividad feliz, en la amistad serena con hombres como Pietro Aretino, Jacopo Sansovino, Pietro Bembo y otros, posiblemente sin enemistades ni envidias. “A su casa de Venecia han acudido todos aquellos príncipes, literatos y prohombres que en su tiempo fueron o estuvieron en Venecia ya que él, además de la excelencia de su arte, fue amabilísimo, de gran humanidad y de costumbres y modales muy afables” (Vasari).

Adán y Eva de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). La escena bíblica interpretada por Tiziano muestra una grácil Eva cediendo a ·la tentación de comer la manzana, mientras Adán intenta disuadirla.  

Su dedicación a la pintura fue absoluta y hasta quizá humilde. No obstante, Tiziano era hombre de su tiempo aferrado también fuertemente al interés. Es éste un aspecto de su carácter que no debe descuidarse y que lo revela humanamente apegado a la vida. Tuvo siempre el sentido de los negocios, incluso de muy joven, cuando, al solicitar los favores ducales, no se contentó con importantes encargos artísticos como la Gran batalla de Cadore, sino que pidió además la contaduría del Fondaco dei Tedeschi, que había sido de Giorgione, y más tarde la de la Sal. Así en 1531 obtuvo del duque de Mantua, para su hijo Pomponio, el saneado beneficio de Medole y para sí, de Carlos V, en 1541, una pensión de cien ducados.

 San Sebastián de Tiziano (Museo del Erm1tage, San Petersburgo). Obra de la vejez del pintor (1570), que muestra al héroe cristiano acusando el dolor del martirio en un entorno sombrío. 


Con insistencia, en 1547, Tiziano solicitará a Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, el cargo del Piombo, que se concederá en cambio, más tarde, a Girolamo della Porta. Por otra parte, con gran sagacidad, Tiziano hallaba una fuente de ganancias, además de en la venta de sus cuadros y de las tierras que poseía en Cadore, en los derechos de reproducción de los grabados que Cornelio Cort y Niccoló Boldrini tiraban de algunas de sus obras. Y durante el regreso de su segunda estancia en Augsburgo, al detenerse en Innsbruck, el pintor, con buen acierto, pidió y obtuvo del rey Fernando de Austria la concesión para la tala de un gran bosque en el Tirol. Más tarde, en 1564, volviéndose improvisado comerciante en madera, vende el bosque al duque de Urbino.

A menudo, en sus cartas a los varios clientes, pero sobre todo en las dirigidas a Felipe II, solicita respetuosa pero firmemente el pago de las obras entregadas y de las pensiones concedidas. Por otra parte, su misma amistad con Pietro Aretino pudo haber sido consolidada y justificada, en parte, por un interés práctico común en la vida y por un fuerte apego al dinero que, tal vez, estimuló la acrimonia de Jacopo Bassano que representó a Tiziano en una escena de la expulsión de los mercaderes del templo, bajo la figura de un usurero. Su avidez de riquezas no significa desde luego avaricia o mezquindad, sino que más bien contribuyó al bienestar de su vida.

⇦ Coronación de espinas de Tiziano (Aite Pinakothek, Munich). Una de las últimas obras del pintor, que presenta zonas con pinceladas de dist1nta intensidad y calidad, porque probablemente en su ejecución hayan intervenido discípulos y ayudantes, y que además se halla inacabada.


Le permitió esa abierta hospitalidad que demostró con numerosos personajes de la época, venecianos y extranjeros, en su casa de Birri Grandi, donde “… antes de que se pusieran las mesas, ya que el sol, a pesar de que el lugar fuera sombreado, aún dejaba sentir sus fuerzas…””y se iba pasando el tiempo en la contemplación de las vivas imágenes de sus excelentísimas pinturas…” y desde donde, al ponerse el sol, se disfrutaba de la vista del mar abierto y animado “… por mil pequeñas góndolas, adornadas con hermosas mujeres y resonantes de diversas armonías y música de voces y de instrumentos que hasta la medianoche…”alegraban las veladas de los huéspedes. Bienestar y música vuelven a entrar en el círculo de la vida de Tiziano, hermanándose con su actividad y con su amor por la pintura. De todo ello emana un clima de serenidad y de plenitud de vida que justifican la acertada definición de Vasari acerca de la gran personalidad del pintor: “Tiziano fue sanísimo y afortunado como ningún otro igual suyo lo ha sido nunca; y no recibió del cielo más que favores y felicidad”.

⇦ Tarquinio y Lucrecia de Tiziano (Akademie der Bildenden Künste, Viena). Aquí es notable la exasperación del anciano pintor que le lleva a atacar la tela materialmente con los dedos, abriendo nuevas vías a la técnica pictórica. Existen varias versiones de este tema y al parecer el que consta documentalmente como enviado por Tiziano a Felipe II en 1571 se halla en Cambridge. El expresionismo obsesivo capta la trágica brutalidad del hombre y la impotente desesperación de la mujer, convirtiéndolos en eternos prototipos. 


Al estudiar la actividad de Tiziano, se llega a una conclusión acerca del pintor que, partiendo de una definición de su época, se amplía en el tiempo y en la estimación. En efecto, a mediados del siglo XVI, Lodovico Dolce escribía: “Sólo a Tiziano debe atribuirse la gloria del perfecto colorear que no tuvo ninguno de los antiguos o, si alguno la tuvo, faltó en cambio a quien más y a quien menos, a todos los modernos: por ello, como dije, camina a la par con la naturaleza; de modo que cada figura suya está viva, se mueve y sus carnes se estremecen” y también “… tan sólo con esa minúscula chispa que descubrió en las obras de Giorgione, vio y conoció la idea del pintar perfectamente”.

Sin duda con Tiziano nace un arte distinto, nuevo, que es el antecesor absoluto y necesario de Rubens, de Rembrandt, de Velázquez e, incluso, de Delacroix y de Renoir. Por medio de expresiones siempre renovadas en las cuales las amplitudes cósmicas, la naturaleza y el hombre se compenetran, y todo objeto, aunque sea un trozo de tejido o el mármol de una columna, se transforman en realidad viviente, el color se hace para Tiziano el elemento primario, creador por sí mismo de imágenes y de naturaleza. En su arte todo se convierte en pintura, dibujo y relieve se pierden en el color y se transmutan sólo en color.

Descendimiento de Cristo de Tiziano (Galería de la Academia, Venecia). Obra también conocida como Piedad, que el pintor dejó inacabada. A su muerte fue concluida por Palma el Joven, pero, al parecer, sólo se dedicó a terminar la figura del ángel que lleva una antorcha. La expresividad de los rostros es muy intensa, indicando el dramatismo de la situación representada.

Esto es lo que no comprendieron ni Miguel Ángel, quien dijo que”… era lástima que en Venecia no se aprendiera desde un principio a dibujar bien y que aquellos pintores no dominaran mejor el estudio. Siendo así que si este hombre fuera asistido por el arte y por el dibujo como lo es por la naturaleza…”, ni Vasari, que expresó reservas acerca de su “forma de pintar sólo con los colores mismos, sin más estudio dibujado en el papel”.

Este color suyo se vuelve suave, a veces rico y suntuoso, de una riqueza casi material, otras leve, evanescente, en las claridades luminosas que con él crean inolvidables atmósferas.

En la creación fantástica de su cromatismo, Tiziano es decidida y conscientemente un hombre del Renacimiento al que pertenece por gusto y por cultura. Cultiva nobles ensueños, pero al propio tiempo crea realidades terrenales robustas y que participan de violentas sensualidades. Ciertamente, no es inmune a la crisis espiritual que atormenta a esa intelectualidad renacentista, crisis que florecerá en las manifestaciones del manierismo, pero la supera en la búsqueda de espléndidos mitos que serán más tarde y durante muchos años un himno a la belleza y a la serenidad de la vida y que, junto con los retratos y los maravillosos retablos, serán exclusivamente expresiones de pura pintura. No es éste un límite a su naturaleza y a su arte, sino más bien la confirmación de que, por ser pintor y nada más que pintor, se convirtió en uno de los más prestigiosos personajes no sólo en Venecia sino del mundo de su tiempo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Obras comentadas


Galería
Felipe II de España, 1500

Papa Alejandro IV presentando Jacopo Pesaro a San Pedro, 1503

Cristo llevando la cruz, 1506-1507

Retrato de un hombre, 1508

Orfeo y Eurídice, 1508

Cristo y la adúltera, 1508-1510

El nacimiento de Adonis, 1505-1510

La leyenda de Polydorus, 1505-1510

La Sagrada Familia con un Pastor, 1510

María con el niño y los santos, 1510

Retrato de Ariosto, 1508-1510

San Marcos entronizado, 1510

Cristo resucitado, 1511

El milagro del marido celoso, 1511

La Virgen Gitana, 1510-1511

Madonna y el niño con los Santos Antonio de Padua y Roque, 1511

San Antonio, 1511

Noli me tangere, 1511-1512

Retrato de Aretino, 1512

Retrato de un hombre de Munich, 1512-1513

Retrato de un hombre, 1514

Sagrada Familia y Donante, 1513-1514

Hombre joven con gorra y guantes, 1512-1515

Retrato de un hombre con barba, 1515

Retrato de un hombre, 1515

Retrato de un músico, 1515

Un caballero de Malta, 1510-1515

Virgen de las Cerezas, 1515

El dinero del tributo, 1516

Madonna y niño con los santos Catalina y Dominico y un donante, 1512-1516

Asunción de la Virgen, 1516-1518

Gian Giacomo Bartolotti da Parma, 1518

La Virgen y el niño con cuatro santos, 1515-1518

Retrato de Jacopo Sannazaro, 1514-1518

Violante, 1515-1518

La Anunciación, 1519

Girolamo y el cardenal Marco Corner invierten Marco, abad de Carrara, con su benevolencia, 1520

Hombre con un guante, 1520

Madonna en Gloria con el Niño Jesús y San Francisco y Alvise con Donante, 1520

Madonna y niño con  Santa Dorotea y San Jorge, 1516-1520

Retrato de Vincenzo Mosti, 1520

Cellach de Armagh, 1520-1522

Cristo, 1520-1522

Políptico de la Resurrección anunciada por la Virgen, 1520-1522


San Sebastián, 1520-1522

Retrato de un hombre, 1523

San Cristóbal, 1524

Entierro de Cristo, 1523-1526

Pesaro Madonna, 1519-1526

Retrato de Ippolito Riminaldi, 1528

La muerte de San Pedro Mártir, 1527-1529

Cena en Emaús, 1530

Cristo con globo, 1530

Madonna Aldobrandini, 1530

Madonna y niño con Santa Catalina y un conejo, 1530

Virgen y niño con santo y san Juan, 1530

María Magdalena arrepentida, 1531

Matrimonio con Vesta e Hymen como protectores y asesores de la Unión de Venus y Marte, 1532

Retrato de Jacopo (Giacomo) Dolfin, 1532

Adoración de los Pastores, 1533

Retrato de Alfonso d`Avalos con Armadura, 1533

Retrato de Ippolito de Medici con un traje húngaro, 1532 - 1533

Anunciación, 1535

Giacomo Doria, 1533 - 1535

La belleza, 1536

Retrato de Giulio Romano, 1536

Retrato de una mujer joven con sombrero de plumas, 1536

Giorgio Cornaro con un halcón, 1537

Retrato de una mujer, 1535 - 1537

Entrada de María en el templo, 1534 - 1538

Retrato de Francesco Maria della Rovere, 1536 - 1538

Presentación de la Virgen en el Templo, 1539

Retrato de Francisco I, 1538 - 1539

Retrato de Benedetto Varchi, 1540

Retrato de Pietro Bembo, 1540

Vincenzo Cappello, 1540

Clarice Strozzi, 1542

Cristo coronado con espinas, 1542

El Doge Niccolo Marcello, 1542

Júpiter y Anthiope (Pardo Venus), 1540 - 1542

Retrato de Caterina Cornaro (1454-1510) esposa de rey James II de Chipre, vestida como Santa Catalina, 1542

Retrato de Ranuccio Farnese, 1542

San Juan Bautista, 1542

David y Goliath, 1542 - 1544

La Resurrección, 1542 - 1544

Sacrificio de Isaac, 1542 - 1544

San Juan Evangelista en Patmos, 1544

Joven inglés, 1540 - 1545

La familia Vendramin venerando una reliquia de la Verdadera Cruz, 1545

Pentecostés, 1545

Pintura de Daniele Barbaro, 1545

Retrato de Pietro Aretino, 1545

Retrato de una muchacha, 1545

Retrato del Doge Andrea Gritti, 1544 - 1545

Virgen con el Niño, 1545

Cardenal Alessandro Farnese, 1545 - 1546

Danae, 1545 - 1546

Papa Pablo III, 1545 - 1546

Retrato de un anciano (Pietro Cardinal Bembo), 1545 - 1546

Retrato del cardenal Alessandro Farnese, 1545 - 1546

Retrato del Papa Julio II, 1545 - 1546

Retrato del Papa Pablo III, del Cardenal Alessandro Farnese y del Duque Ottavio Farnese, 1546

Ecce Homo, 1548

Emperador Carlos, 1548

Retrato de Pietro Aretino, 1548

Retrato del conde Antonio Porcia, 1548

Retrato del Papa Pablo III, 1548

Tityus, 1548 - 1549

Filippo Archinto, 1550

La Sultana Roja, 1550

Retrato de Antonio Anselm, 1550

Retrato del gran elector Juan Federico de Sajonia, 1550

San Juan el Limosnero, 1549 -1550

Un monje con un libro, 1550

Venus y Cupido, 1550

Venus y un organista y un pequeño perro, 1550

Felipe II, como el Príncipe, 1550 -1551

El hombre en traje militar, 1550 -1552

Retrato de Ludovico Beccadelli, 1552

Retrato del cardenal Cristoforo Madruzzo, 1552

Retrato de Felipe II, 1553

Dolores, 1554

La Trinidad en la Gloria, 1552-1554

Retrato de Marcantonio Trevisani, 1554

Crucifixión, 1555

Retrato de dama, 1555

Retrato de una dama de blanco, 1555

Retrato del dux Francesco Venier, 1554 -1556

La Anunciación, 1557

Retrato de Fabrizio Salvaresio, 1558

Diana y Calisto, 1556 - 1559

El martirio de san Lorenzo, 1548 - 1559

Venus y Adonis, 1550 - 1559

Ecce Homo, 1558 - 1560

La Flagelación de Cristo, 1560

Madonna y el Niño con María Magdalena, 1560

María de Hungría, regente de los Países Bajos, 1550 -1560

Retrato de Lavinia, su hija, 1560

San Jerónimo, 1560

Venus y el tocador del laúd, 1560

María con el Niño Jesús, 1561

Retrato de un pintor con una palmera, 1561

Autorretrato, 1550 - 1562

Muerte de Acteón, 1562

San Nicolás, 1563

Anunciación, 1564

Cristo con la cruz, 1565

Hombre sostieniendo una flauta, 1560-1565

Luz Venus, 1540 - 1565

Magdalena penitente, 1560 - 1565

Santo Domingo, 1565

Venus vendando los ojos de Cupido, 1565

Virgen con el Niño en un paisaje de la tarde, 1562-1565

Cristo y el buen ladrón, 1566

Autorretrato, 1567

El dinero del tributo, 1560 -1568

Retrato de Jacopo Strada, 1567 - 1568

Virgen con el Niño, 1565 -1570

Cristo con la cruz, 1570 -1575

Cristo coronado de espinas, 1570 - 1575

La burla de Cristo, 1570 -1575

La Religión socorrida por España, 1575

San Jerónimo penitente, 1570 - 1575

San Jerónimo, 1575

San Sebastián, 1575

Dux Antonio Grimani de rodillas ante la fe, 1575-1576

El desollamiento de Marsias, 1576

Joven con perros, 1575 -1576

La Piedad, 1576

Pastor y ninfa, 1575 -1576

Tarquino y Lucrecia, 1570 - 1576

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