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Pintura mural

El desembarco de los españoles y la cruz plantada en tierras nuevas, 1922-1923
de Ramón Alva de la Canal

Pintura realizada directamente sobre la superficie de una pared, ya sea al fresco, a secco, a la encáustica, al temple o sobre una tabla o tela montada encima del muro, como elemento permanente de decoración interior. La forma más antigua fue la realizada sobre las paredes de las cavernas prehistóricas (Aitamira, Lascaux). Por su función estética, estas pinturas pueden clasificarse en dos grupos, según subrayen el muro o lo perforen idealmente. Pertenecen al primer grupo (cuya función es acentuar la arquitectura) las pinturas de las civilizaciones egipcia (tumbas de Menna y Nakhat), minoica y micénica (frescos del Palacio de Cnossos), etrusca (frescos de Tarquinia), romana antigua (estilo pompeyano I); todas ellas corresponden a una pintura plana, sin noción aún de perspectiva. Pero en los frescos del Pompeya III (tras la transición del Pompeya II) hay el primer intento histórico de atravesar el muro para crear un ilusionismo arquitectónico. Sin embargo, el románico prosiguió la tradición de la pintura plana, subsidiaria de la arquitectura (Tahúll, Saint-Savin), que a su vez recogieron los murales góticos. Con Piero Della Francesca la pintura mural tiende de nuevo hacia el ilusionismo del Pompeya III, que pasará al Renacimiento (Mantegna y sus cúpulas de cielo imaginario) y al barroco (escuela de Bolonia). El s. XX reniega de la pintura mural que crea la ilusión de dar dimensión espacial al muro y la convierte definitivamente en arte en función de la arquitectura (capilla de Vence, Francia, de Matisse; Lincoln Center, en Nueva York, de Chagall; Palacio de Justicia de México, de Orozco).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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