A pesar de toda su novedad y de
su indiscutible interés plástico, el cubismo analítico presentaba ciertos
peligros de los que Picasso y Braque eran, a fin de cuentas,
perfectamente conscientes. Uno de los principales era, como se ha visto, la
pérdida de la homogeneidad y de la densidad del objeto, y, por tanto, de ahí el
riesgo de atentar contra su integridad, o, lo que es lo mismo, contra su propia
identidad.
En efecto, al contrario de lo que
afirmaron en su día ciertos críticos poco propensos a la indulgencia, Picasso y
Braque se habían guardado muy bien siempre de llevar su análisis hasta el
estallido total del objeto, puesto que, a despecho de las apariencias,
continuaban siendo resueltamente realistas, cuando no "figurativos".
Lejos de presentar todos los aspectos sucesivos del objeto, ellos tomaban de él
sólo algunos de los más característicos y los reunían por lo general en una
imagen única, si bien no totalmente coherente.
De lo que no se trataba para
ellos, como algunos creen todavía, era de yuxtaponer un gran número de aspectos
de un mismo objeto, sino de aprehender los más "constitutivos". A lo
que querían llegar es a presentar ante el espectador una imagen del objeto que
no pudiera verse afectada ni por las deformaciones de la perspectiva, ni por
las variaciones atmosféricas, ni por la iluminación, sino un objeto-arquetipo
cuyos atributos pudieran encontrarse de nuevo inalterados en cada una de sus
individualizaciones posibles. Con el cubismo se asiste de hecho a una verdadera
especulación epistemológica acerca de las condiciones de la percepción del
mundo exterior.
El año 1913 marca a este respecto
un giro capital. Esta vez no es la técnica la que fue replanteada, sino la
forma de concebir las relaciones sujeto-objeto, el método, en una palabra.
Rompiendo la homogeneidad del objeto, Picasso y Braque habían dado ciertamente
una representación más verídica, pero, por contra, habían atentado, sin
quererlo, a su unidad. Por lo tanto, tenían que devolverle su cohesión interna.
El velador negro, de Georges Braque (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Incluida en la última fase cubista del pintor, en esta obra la 1 ucha entre la estructuración geométrica del espacio y el reconocimiento del tema cede en beneficio de éste, destacándose sobre todo el interés decorativo por encima de la intelectualización radical de la realidad. Por esas fechas, también la amistad entre Picasso y Braque llegaría a su fin, rompiéndose así una fructífera relación de identificación mutua con sus respectivas obras.
Fue Picasso el primero en tomar
conciencia de la gravedad del problema y le puso remedio. Hasta entonces, en
efecto, llevaba a cabo una especie de elección mental de las cualidades del
objeto, apoyándose en la constancia de las experiencias realizadas. Pero, en el
transcurso del año 1913, se percibió que no era en absoluto preciso observar a
los objetos para reproducirlos y de que podía igualmente, e incluso mejor,
determinar sus atributos esenciales en una imagen a priori, a condición de que surgiera de una comprensión clara y
lógica de su especificidad. Desde entonces, se elevó intuitivamente hasta la
esencia para determinar los caracteres necesarios de un objeto, aquellos que
condicionan su existencia misma y sin los cuales no sería en absoluto lo que
es, para reunir después estos atributos en una imagen única que fuera, por así
decirlo, la esencia plástica. La figura de esta manera obtenida ha de contener,
pues, en potencia, todas las individualizaciones posibles de este objeto.
Para no tomar más que un ejemplo,
el vaso de una obra como la Naturaleza
muerta con una botella de marrasquino (1914, antigua colección de Gertrude
Stein, Museum of Modern Art de Nueva York) no es una reunión heterogénea de
fragmentos de líneas del contorno, sino el equivalente plástico de la esencia
de un vaso, es decir, de un vaso desprovisto de cualquier detalle accidental y
reducido a sus predicados esenciales. Es la semejanza de esta actitud con la
del fenomenólogo alemán Edmund Husserl, en su célebre "reducción
eidética", lo que nos llevó personalmente a proponer, hace ya muchos años,
el abandono de la denominación habitual de "cubismo sintético” por la del
"cubismo eidético", en nuestra opinión, más apropiada.
El violín, de Pablo Picasso (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Este cuadro iniciaría una nueva etapa en la obra de Picasso, interesado en la investigación tridimensional del espacio pictórico. Si bien el cubismo eidética representó una vuelta a la simpl ificación de las formas, la disgregación geométrica de los elementos configurativos acabaría disolviendo paulatinamente el tema enfatizando por el contrario la importancia del espacio. Para salvaguardar un punto medio, Picasso transformó algunas pinturas cubistas en construcciones de madera y cartón, destacando las propias formas representadas haciendo que salieran literalmente del cuadro.
Retrato de Gertrude Stein, de Pablo Picasso (Metropolitan Museum of Art, Nueva York). Desde que una joven Gertrude Stein comprara el primer Picasso de una larga colección particular, la escritora y el pintor mantuvieron una estrecha amistad que se reflejaría en un total de 250 cartas, pero que oscilaría entre la adulación y la indiferencia extremas. Picasso realizó para Stein un retrato cuyo rostro se asemeja al de una de Las señoritas de Aviñón, asimilándola con una máscara africana. La relación epistolar se vería interrumpida bruscamente durante la II Guerra Mundial.
Este modo de representación plástica
suponía otras muchas ventajas. Sobre todo, para el color, que no es sino un
atributo variable, que se convierte en una consecuencia independiente del
objeto y se encuentra así liberado de las servidumbres del "tono
local". Después de la grisalla de la época analítica, las obras de 1913 y
1914, con sus vivos colores, a menudo parecen ser como una fiesta para la
vista.
La evolución de Braque fue en
este sentido más lenta que la
de Picasso. En 1913, e incluso a principios de 1914, se
interesó también por las posibilidades espaciales de los papiers collés, pero
conservó en conjunto un espíritu mucho más "analítico". Sin embargo,
en ciertas obras reduce también los objetos a sus atributos permanentes, para
lograr imágenes más heterogéneas, pero de una considerable pureza plástica y de
un gran interés desde el punto de vista espacial, como en la célebre Aria de Bach
(1913-1914, antigua colección Henri Laugier, París) o en El clarinete (1913, colección particular, Nueva York). Sin embargo,
fue necesario esperar hasta 1918 para verle adoptar en verdad un lenguaje
plástico plenamente "eidético", año en el que produjo obras como la soberbia Guitarra y
clarinete, de la
colección Arensberg (Philadelphia Museum of Art), que se
encuentra entre las cumbres de toda su producción.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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