La evolución fue más sensible aún en 1910.
Puede incluso decirse que fue en aquel mismo año cuando se produjo la primera
revolución artística del siglo XX, muchísimo más radical que la llevada a cabo
por los impresionistas, puesto que consumó definitivamente la ruptura con la
visión clásica, adoptada, a pesar de las variaciones de detalle y de las
diferencias de factura, por todos los pintores durante cuatro siglos.
Una vez más, nada había allí de
teórico. El paso de un espacio plástico a otro se realizó casi insensiblemente
por un encadenamiento lógico, aunque no concertado, de
"descubrimientos" técnicos sucesivos que, de cabo a rabo, condujeron
a Picasso y a Braque al replanteamiento de los fundamentos tradicionales del
arte.
El molino de aceite, de Pablo Picasso (colección privada). El gusto de Picasso por los medios artesanales y el modo de vida rural le llevó a pintar diversos paisajes de estilo cubista como éste, en el que procura presentar todos los puntos de vista formales rompiendo la perspectiva tridimensional clásica.
La fábrica de Horta d'Ebre, de Pablo Picasso (Museo del Ermitage, San Petersburgo). Picasso elimina los detalles y los acabados arquitectónicos para reflejar tan sólo la esencia del paisaje representado. El pintor opta aquí por representar el tema fragmentándolo por volúmenes, consiguiendo una composición que acusa en su conj u nto un vivaz ritmo geométrico inspirado seguramente en el arte de Cézanne. El cuadro supone un profundo análisis racional del espacio y de la configuración formal, que podría simpl ificarse con la a usencia de ventanas y de la ruptura de la perspectiva dimensional de la mirada al pintar la chimenea del fondo desde todos los puntos de vista posibles.
Fue a fuerza de utilizar los
passages como se vieron obligados progresivamente a fijar cada vez más la
atención en los planos que limitan a los volúmenes, y no en ellos mismos. Y
esta independencia cada vez mayor de los planos acabó, a su vez, por hacer
literalmente "estallar" el volumen. Y así ocurrió porque, desde el
momento en que los planos eran objeto de estudio por sí mismos y no ya en
función de una visión global del volumen, este último se disolvía en una serie
de elementos diferenciados y autónomos, y ya no podía por lo tanto someterse a
la unicidad del punto de vista de la perspectiva de Alberti. Liberados de esta
convención tradicional de una visión monocular homogénea, Picasso y Braque ya
no dudaron en multiplicar los ángulos de visión de un mismo objeto. Tanto más
cuanto que esta nueva técnica les permitía, al menos desde el punto de vista
formal, dar una representación de este objeto forzosamente más compleja, puesto
que de este modo podían describirlo a la vez de cara, de perfil o desde
cualquier otro ángulo de visión particularmente significativo. Fue este verdadero
análisis del objeto el que hizo que más tarde Juan Gris denominara esta etapa
del cubismo con la expresión "cubismo analítico".
Les usines du Rio-Tinto, de Georges Braque (Museo Nacional de Arte Moderno, París). El autor rompe con los límites de la forma, plasmándola con una libertad infinita y sugerida sin llegar a definirla por completo. En este paisaje, Braque va más allá de las pretensiones iniciales del cubismo, observando el objeto representado no sólo desde distintos ángulos, sino desde todos a la vez, acercándose a las intuiciones de la disolución en el espacio que derivarían progresivamente hacia la abstracción.
Si bien suponía considerables
ventajas, también es cierto que esta manera de representar el mundo traía
consigo algunos inconvenientes. El análisis de las formas, sobre todo,
desembocaba a menudo, es preciso reconocerlo, en cierto hermetismo, puesto que
a veces se hacía difícil ver a qué objeto o a qué volumen pertenecía tal o cual
plano. Y esto era tanto más así por cuanto el color casi no aportaba
indicaciones suplementarias. Extendido generalmente por pequeños toques o por
ligeras capas, era una especie de color, podríamos decir, passepartout,
adecuado para todos los objetos, pero que no consistía desde luego en el verdadero
color de ninguno de ellos, lo que se llamaba entonces el "tono
local".
Le Sacre Coeur de Montmartre, de George Braque (Museo de Arte Moderno, Villeneuve d'Ascq). Braque reflejó en este cuadro la enormidad del Sacre Coeur de Montmartre pintando la iglesia con una composición vertical que parece crecer sobre sus propios bloques arquitectónicos entremezclados con los de la urbe del barrio, acompañando la mirada del espectador hasta las cúpulas de la iglesia al fondo.
Botella, vaso y aceituna, de Georges Braque (Museo Picasso, Barcelona). Eliminando por completo el fondo, Braque destacaba así la importancia de las figuras y su juego de contrastes entre planos. Para el pintor, el énfasis del cuadro radica en la relación situacional de cada objeto con respecto al espacio total del lienzo, manteniendo la botella en el centro mismo de la obra como si q uisiera guiar la mirada del observador.
Conscientes de estos
inconvenientes, Picasso y Braque intentaron ponerles remedio con rapidez. Para
paliar la evidente dificultad de lectura de sus obras, introdujeron en primer
lugar, desde 1911, detalles figurativos esquematizados, destinados a estimular
la compresión del espectador. Las cuerdas o las clavijas de un violín, por
ejemplo, ayudaban en efecto al espectador a comprender que los planos
analizados correspondían exactamente a los de un violín y que el pomo de un
cajón se refería precisamente a una mesa, etc. La imitación más o menos
realista de los caracteres de imprenta, letras o cifras, probaba por sí sola
que se estaba en presencia de un periódico, de una etiqueta de botella o de un
sobre de correspondencia. Mejor aún, la imitación de la madera o del mármol
sugería forzosamente la materia de una mesa, de un violín o de una chimenea.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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