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Los orígenes del arte romano

Para plantear el tema de los orígenes del arte romano hay que referirse en primer lugar al marco geográfico e histórico en el que se produce la extensión del dominio de la propia ciudad de Roma, tanto a lo largo de la península Itálica como a lo ancho del mar Mediterráneo.

Busto de Pompeyo, una de las
personalidades romanas más im-
portantes.
A medida que Roma va extendiendo su influencia y sus dominios, entra en contacto directo con la civilización etrusca, cuyos focos principales se localizaban al norte del Lacio, y con la población griega del sur y de Sicilia. Sin olvidar la importancia del dominio cartaginés, con el que los romanos debieron enfrentarse para que el Mediterráneo llegara a ser el Mare nostrum, puede afirmarse que esta doble filiación etrusca y griega determina los orígenes del arte romano propiamente dicho.

La cultura etrusca, como la cultura ibérica, es el resultado del cruce de influencias diversas, entre ellas la de Grecia, sobre el sustrato acumulado indígena de los pueblos mediterráneos. Así pues, Roma recibe, por una parte, una influencia griega directa, pero por otra parte recibe también una influencia indirecta de Grecia a través de la cultura etrusca. Por consiguiente, cuando Roma acoge determinadas influencias etruscas, recoge ya los frutos de una primera asimilación autóctona de la cultura griega, especialmente manifiesta en los tipos arquitectónicos. Por otra parte, y sobre todo a partir del siglo II a.C., tras la conquista de Siracusa, añadió una creciente influencia directa de Grecia, la cual se manifestó de forma preferente en las artes plásticas.

Templo de Vesta. La época de Sila marca el principio de un nuevo impulso creador y sintetizador. Los templos circulares de la Sibila, en Tívoli, y de Vesta, en Roma, cuya construcción puede situarse entre 70 y 40 a C., recuerdan el antiguo tholos griego, pero la interpretación es romana.
A partir del momento en que se avanza hacia la síntesis entre las tradiciones etruscas y ciertos aspectos del arte griego es cuando puede hablarse de cultura y de arte romanos propiamente dichos, aunque para ello también era preciso que Roma tuviera entidad, fuerza y energías suficientes como para asimilar y hacer suyo el legado de otras culturas. La leyenda fija en el año 753 a.C. la fundación de la ciudad de Roma por Rómulo y Remo.

En sus inicios constituyeron Roma los pobladores de las famosas siete colinas, que, durante los siglos VII y VI a.C., vivieron bajo el dominio de los reyes etruscos. Por consiguiente, durante el período de la monarquía, Roma se integra de lleno en el ámbito de la cultura etrusca.

Ya en el siglo V, tras producirse el cambio de un sistema monárquico a otro republicano, Roma empieza a definir su propia personalidad y su voluntad hegemónica, que se traducirá en una serie de guerras contra los pueblos vecinos y en el inicio de un largo proceso de expansión como resultado del cual obtendrá el dominio de Etruria y, posteriormente, el de la Magna Grecia. Es a partir de entonces cuando Roma se abre por completo a las influencias griegas, siendo muy numerosos los artistas de origen griego que se establecen en la ciudad. Las experiencias artísticas y los intercambios que se registran a lo largo de todo este período sugieren ya la existencia de procesos de síntesis y la de gustos específicamente romanos, así como de ideas propias en torno al hecho artístico.

Templo de Antonio y Faustina, en Roma. Detalle del pronaos, que cuenta con seis columnas corintias en la parte delantera y dos en cada uno de los lados.
A finales del siglo II a. C., Roma era ya el mayor centro de poder de toda el área mediterránea, superando incluso a las grandes ciudades helenísticas. Por consiguiente, las experiencias artísticas que se desarrollaban en su seno ejercerían desde aquel momento una considerable influencia en todo su entorno y se convertirían en el patrón de un nuevo arte, que no se limitaba a recrear y a reproducir los esquemas del arte griego, sino que, asociado al ejercicio del poder y a la voluntad hegemónica de Roma, resultaba una creación original.

La evolución ulterior del arte romano plantea otra cuestión de extrema importancia para definir su verdadera identidad e incluso su autenticidad. Hay que referirse a las influencias que llegarán a la metrópolis desde las provincias y aun desde los confines del Imperio, enriqueciendo y ampliando todavía más las bases sobre las que se había asentado su desarrollo inicial.

lfigenia en Táuride (Museo de Nápoles). La escena representa la segunda parte de la leyenda, donde Orestes y Pílades van en busca de lfigenia y, con un engaño, logran que la doncella vuelva a su hogar. La pintura romana estuvo también fuertemente helenizada. Hubo talentos originales como Fabio, de quien Cicerón decía: "Si hubiésemos honrado el talento de Fabius, ¿creéis que no tendríamos mayor número de Policletos y Parrasios?" No los tuvieron, pero fue Pompeya, ciudad romana, quien por su desventura nos ha legado las únicas versiones de la gran pintura griega, que sin ella sólo conoceríamos a través de testimonios escritos. 
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Hermógenes, Vitruvio y De Architectura

Templo de la Fortuna Viril, en el Foro de Roma

Tanto en el templo de Hércules, en Cori, como en el casi intacto templo al numen de la Fortuna Viril, de la época republicana, en Roma, se ve la influencia de las leyes de Hermógenes, el arquitecto tratadista del Asia Menor, cuyos preceptos copió Vitruvio, discípulo de Hermógenes e Hipódamo, en De Architectura, la summa de la arquitectura y la urbanística grecorromanas. Vitruvio recogió en su tratado todo el conocimiento arquitectónico de la antigüedad clásica. Así, ambos templos se asientan sobre un alto basamento o podium, que sostiene todo el templo, elemento genuinamente latino, que conservarán los templos romanos de la época imperial.

El podium acostumbra estar decorado sólo con una moldura inferior y otra alta de remate, pero a veces se enriquece con un friso dividido por triglifos. El templo de Cori es un ejemplo de adaptación del orden dórico griego a los gustos etruscos y romanos, y el de la Fortuna Viril representa la misma transformación del estilo jónico en arquitectura.

Por tanto, en los dos templos se hace evidente la intersección de las tradiciones etruscas y de los estilos helenísticos, fruto de la evolución de las sucesivas reproducciones del gran templo capitalino en el mundo romano, que repiten su estructura ajustándola a los órdenes clásicos al mismo tiempo que van sustituyendo la decoración de tipo etrusco por otra más helenística.

Así se va configurando el arquetipo de templo romano, en el que a una estructura específicamente romana, de tradición etrusca, se superpone un ornamento a la manera griega

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los orígenes del retrato romano

Seudo-Bruto, busto (Palacio de los Conser-
vadores, Roma). Este retrato es el eslabón
que une el arte de los etruscos con el pro-
piamente romano. Seguramente debió de
ser encargada por los romanos a algún ar-
tista etrusco, el cual quiso reflejar, con de-
tallado realismo, el rostro y la ropa del
personaje.
En escultura, los etruscos ejercieron, bajo la República, un papel preponderante. Eran habilísimos fundidores, y, aunque los modelos fueron muchas veces griegos, su intervención fue ya etrusca, latina y romana. La famosa Loba en bronce del Capitolio, que se ha considerado siempre como el paladión de Roma, debió de ser encargada por los romanos a los fundidores etruscos en días muy remotos, cuando todavía eran en arte clientes de sus vecinos.

En realidad, es posible fijar dos series de retratos de bronce que datan de la época de la República. En la primera figurarán obras que, como el seudo-Bruto, son etruscas, si no por su inspiración, por su factura; en la segunda serie esta nota etrusca es ya muy menguada, y va afirmándose lo típicamente romano, aunque quede todavía la técnica etrusca de los fundidores. Estos continuaron manteniendo en Roma una colonia importante, que perduró hasta la época de Augusto. Tenían su barrio propio en la urbe: el vicus  Tuscus (o "barrio toscano"), situado al pie del Capitolio.

Es casi seguro que estos retratos de personajes anónimos o mal identificados sean de los grandes hombres de la última época de la República. En la Roma primitiva parece que hubo una ley -el jus imaginum-que prohibía los retratos de personas que no hubieran ejercido los importantes cargos de cónsul, tribuno o pretor, que tenían derecho a silla curul.

Escipión el Africano (Museo Nacional de Nápoles). Junto a la definición de unos tipos arquitectónicos que asimilan las tradiciones etrusca y griega a las aspiraciones de la sociedad romana, otra de las creaciones que en época republicana denota ya la originalidad del arte romano se encuentra en el retrato, puesto al servicio del culto a los antepasados. En él se rehúye la idealización característica del arte griego y se prefiere, en cambio, la descripción veraz, como en este rostro.



En la Grecia de los primeros siglos después de la invasión de los dorios sólo tenían derecho a la estatua los personajes heroizados. En Roma, el derecho a la efigie se obtenía por servir al Estado, y viceversa, la traición revocaba el privilegio. Así, las estatuas de Mario fueron destruidas por Sila, quien creyó que su predecesor había usurpado poderes, pero fueron después repuestas por César, que era pariente de Mario. Las estatuas de César fueron derribadas por los republicanos y repuestas por Augusto ... Más tarde las de Domiciano fueron decapitadas por Nerva, e igualmente las de Geta por su hermano Caracalla.

El jus imaginum debió de ser mantenido con todo su vigor sólo en los primeros siglos de la República, mas por las mismas razones que no se mantuvo estrictamente en Grecia, también en Roma se violó desde muy antiguo. La base ideológica de las prohibiciones, tanto en Grecia cuanto en Roma, es naturalmente la creencia del maleficio que puede producir un retrato si no es de un personaje de reconocida superioridad moral. Este en Grecia era el atleta heroico; en Roma, el incorruptible magistrado. El detalle de que el oficio fuera de alta categoría, esto es, con derecho a silla curul, resabio del trono real, significaba que el personaje retratado no tenía limitaciones en sus prerrogativas; durante el tiempo que servía era un numen, algo más que un simple mortal, y, por tanto, no debía prohibírsele ser retratado.

⇦ Busto de Cicerón. El escultor ha procurado trasmitir en el gesto adusto y la frente despejada el fuerte carácter del más brillante de los oradores del Senado romano.



Los cargos de cónsul, tribuno y pretor duraban solamente un año; por consiguiente, fueron número dos los que después del servicio tuvieron derecho a ordenar su retrato. Cicerón se alegra de haber sido elegido para un cargo con silla curul, porgue así podrá él también, aunque de origen humilde, verse inmortalizado en efigie.

Los primeros retratos de funcionarios romanos que consiguieron el derecho a la imagen eran sólo bustos y estaban ejecutados en cera. Se guardaban en un armario especial, como un sagrario, llamado tablinum, abierto en una de las paredes del atrio central de la casa romana. Las imágenes en cera de los antepasados ilustres se llevaban con pompa por los individuos actuales de las grandes familias romanas, sobre todo en los funerales. Y como, con el tiempo, se ajaron y ensuciaron, debieron sustituirse por copias en bronce o en mármol. Tenemos varios relieves de piedra y mármol de la época imperial que representan el hueco de la pared del armario, el tablinum, con los bustos de cera en fila o serie cronológica, uno al lado del otro. Las ceras eran de color, y los cabellos, de pelo natural, todo lo cual contribuiría sobre manera al desaliño de los bustos ancestrales.

El Patricio Barberini (Palacio de los Conservadores, Roma). El retrato romano se inicia con el culto a los antepasados. "Era indicio de vieja nobleza -comenta con humor Polibio- tener el atrio lleno de imágenes ahumadas." El vestido del portador ha de estar de acuerdo con el cargo que en vida ostentaba el difunto: toga pretoriana si había sido pretor o cónsul; toga púrpura si censor, y recamada de oro si había obtenido victorias señaladas.
Pero tanto las restricciones del jus imaginum como sus transgresiones furtivas no eran para estimular con libertad e independencia la evolución de la escultura romana. Se mantuvo hosca y bárbara casi durante toda la época republicana. Sólo en el siglo ll a.C. los patricios romanos que habían viajado por Grecia y Oriente empezaron a importar estatuas para sus colecciones particulares, y los trofeos arrancados por los cónsules en Siracusa, Corinto y otras ciudades empezaron a poblar la Urbe de imágenes maravillosas, ante las cuales hacían triste papel las cerámicas y bronces de los etruscos y las ceras romanas.

En Nápoles se formó una escuela local de escultura que reproducía modelos antiguos, muy estimados por los coleccionistas del tiempo de la República, y hasta algunos talleres se arriesgaban a producir tipos y composiciones originales, no desprovistos de interés. Una de las particularidades más curiosas de esta escuela de escultura es la imitación de obras arcaicas en esta época; se conservan una infinidad de estatuas y relieves en que se ha tratado de imitar la manera ingenua de disponer los pliegues rígidos y las orlas en zigzag, la actitud y el gesto sin vida de las primitivas obras del arte griego.

La Diana de Pompeya (Templo de Apolo, en Pompeya). Todo en esta estatua remite a los modelos clásicos en que se inspiraron los artistas de la escuela de Nápoles. Desde la manera algo tosca de representar el movimiento a las vestiduras, propias de los siglos VI y v a.C.
En algunas resulta algo difícil distinguir si son verdaderamente copias de esculturas originales de los maestros del siglo VI, cuando todavía el arte griego no estaba seguro de su técnica, o si son pasticcios compuestos hábilmente por los escultores de la escuela helenística de Nápoles. En una de estas estatuas, la Llamada "la Diana de Pompeya", se ha querido imitar el modo infantil e ingenuo de indicar el movimiento en los días penosos del arcaísmo.

Una de las características de la escuela helenística de Nápoles sería la de una singular erudición y gran conocimiento de los tipos anteriores. Acaso el fundador de esta escuela fuese un griego que tenía por nombre Pasiteles, artista de gran versatilidad, del cual no se ha conservado ninguna obra. Era, además de escultor, erudito tratadista y escribió un libro sobre el arte griego, que fue la fuente principal de que se valió Plinio para sus estudios de estética. Pasiteles, que debió de ser un genio extraordinariamente ecléctico, explicaba que para sus esculturas hacía modelos de barro que luego reproducían en mármol sus discípulos.

Orestes y Electra (Museo de las Termas, Roma). Menelao, artista griego de ciudadanía romana, aparece como autor, junto con Estéfanos, de esta composición. Sin duda Menelao se inspiró en modelos praxitélicos, aunque su retórico academicismo logra obtener sólo elegancia de ritmo y belleza formal, pero no intensidad plástica y poder expresivo, en esta obra helenística del siglo v a.C.
Uno de éstos sería Estéfanos, quien firma una estatua de la villa Albaní llamándose a sí mismo discípulo de Pasiteles. Discípulo de Estéfanos fue a su vez Menelao, el autor de un grupo académico del Museo de las Termas. Es una elegante composición de dos figuras dispuestas con arte y pulcramente ejecutadas, pero frías como lo son siempre las obras de las escuelas excesivamente eruditas, inspiradas en una admiración retrospectiva por formas ya superadas.

De la misma escuela es el grupo del Museo del Prado llamado de "San Ildefonso", porque estuvo en La Granja mucho tiempo. De sus dos estatuas, una es del tipo del Doríforo de Policleto y otra repite el Fauno de Praxíteles.

Vaso aretino (Museo Arqueológico, Barcelona). La cerámica conoció un gran auge en esta época. En esta imagen erótica se aprecia el color rojizo de la llamada, genéricamente, cerámica sigillata.
En pintura, los escritores antiguos citan un solo nombre de pintor romano de la época republicana: el noble Fabio Píctor, cuyos frescos describen escenas militares, de valor descriptivo y conmemorativo. Hacia esta época se empieza a producir la característica cerámica romana, de una tierra fina, lustrosa y rojiza, sobre la cual se obtenían relieves aplicándole moldes con formas ornamentales (como ovas y palmeras) o con figuras, o bien añadiéndole relieves de la misma pasta. Esta cerámica se encuentra por todo el mundo romano y recibe el nombre de cerámica sigillata, destacando la llamada aretina, porque las más famosas fábricas se encontraban en Aretium (la actual Arezzo). Su aspecto rojo brillante y la delicadeza de sus relieves fueron imitados en algunas provincias por talleres locales, como los que fabricaban piezas de cerámica en el sur de las Galias y en Hispania.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los primeros templos de Roma

Continuando con la tradición heredada de la monarquía etrusca, durante los primeros momentos del período republicano y durante todo el siglo V a.C., se levantan en Roma numerosos templos, los elementos más representativos de la primera arquitectura romana, aunque durante este período también se definen otros tipos arquitectónicos, como la basílica y las termas públicas.

Templo de Vesta o de la Sibila, en Tívoli. En la actualidad, sólo se conservan diez columnas de las dieciocho que rodeaban completamente este templo períptero. El elemento decorativo más interesante es el friso del arquitrabe, trabajado con motivos florales y animales.
El modelo que siguen los primeros templos romanos ya se encuentra en el famoso santuario del Capitolio, dedicado a una tríada divina: la llamada tríada capitalina, constituida por Júpiter, Juno y Minerva. A ella fue consagrada el primer año de la República Romana (509 a.C.), siendo un edificio de grandes dimensiones que obedece básicamente a las tradiciones etruscas, como se refleja en la existencia de una triple cella, acorde con su triple dedicación, o en la decoración exterior a base de elementos de tierra cocida.

Cómo se aprovecharon los romanos de las formas del orden corintio para sus templos, ya en la época republicana, puede apreciarse en el templo circular de Tívoli, dedicado sin duda a Vesta, hoy llamado de la Sibila. Su capitel, aunque reproduce todos los elementas del capitel corintio griego, es mucho más rudo, basto, y las hojas de acanto están desprovistas de aquella finura ideal de los modelos de Grecia. Los templos circulares son casi una especialidad del arte romano; acaso por tradición se adoptó con preferencia esta forma, que recordaba la de las cabañas de los primitivos habitantes del Lacio.

Teatro de Marcelo, en Roma. La imagen del único de los teatros que se conserva en Roma remite inevitablemente, a la del Coliseo. Fue construido por orden de Augusto y en él se puede apreciar la superposición de órdenes, típico de las obras civiles romanas.
Una particularidad muy característica de la construcción romana, que ya empieza a manifestarse desde la época de la República, es la superposición de los órdenes de arquitectura, destinando el estilo dórico, más robusto, al cuerpo inferior; el jónico al segundo piso de la construcción; en algunos casos, el tercer piso tenía columnas o pilastras de estilo corintio. Esto facilitará a los arquitectos romanos construir obras monumentales de carácter civil muy complejas y empleando las mismas formas simples que los griegos usaban para el edificio de un solo plano, como era el templo.   Una clara muestra de esta superposición de órdenes puede verse en el teatro que mandó construir Marcelo en los últimos años de la República, del cual existen en Roma restos importantísimos.

Pero el primer ejemplo de ello se ve ya en un edificio venerable, del tiempo de la República, el antiguo Tabulario o Archivo, que cierra el valle del Foro por el lado del Capitolio. Esta construcción, que mandó edificar el cónsul Lutacio Catulo en el año 86 a.C., es la que conmemora la victoria naval obtenida en el año 260 a.C. por el cónsul Duilio, y que hoy se conserva en el Capitolio. Es una columna rostral, es decir, decorada ingenuamente con la figuración de seis rastra, o agudas proas de nave, y con relieves de áncoras.

Tabulario del Foro, en Roma. Detalle de la columna conmemorativa del triunfo naval obtenido por el cónsul Duilio, en el que siglo III a.C. Se aprecian claramente los restos de los relieves de áncoras.
La basílica, lugar público de reunión y contratación, con un tribunal que resolvía las cuestiones entre los contratantes, fue otro edificio típico de la vida romana. Aunque el origen de la basílica debe buscarse también en las polis griegas de Asia Menor, en Roma la basílica se convirtió en una sala de tres naves; la mayor, que es la central, forma un salón, con un pórtico a cada lado.

Basílica Emilia, en el Foro, Roma. Las excavaciones nos muestran la planta de esta basílica que constaba de cinco naves y no disponla de muros exteriores.
La primera basílica de Roma, la basílica Emilia, estaba a un lado del Foro y constaba de cinco naves. Las excavaciones han descubierto la planta, y se ve que sus pórticos carecían de muros exteriores, pues los pilares arrancan aislados del pavimento. En otras basílicas posteriores, las naves quedan cerradas por un muro con ventanas, como en las basílicas cristianas. De manera que, si el tipo de edificio que fue denominado basílica no se inició en Roma, allí encontró su forma práctica y definitiva, podría decirse europea.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El pathos en la escultura helenística

La evolución que experimentaron las formas griegas durante el período helenístico puede seguirse en la escultura mejor que en la arquitectura.

Victoria de Samotracia (Musée du Louvre, París) Esta bella escultura helenística fue inicialmente creada para sostenerse erguida sobre la proa de una nave, de tal modo que el viento húmedo del mar moldeara el fino jitón esculpido sobre las turgencias del cuerpo femenino que representa . El escultor confirió el mismo interés tanto por las transparencias y los pliegues del tejido como por las partes redondeadas y firmes del cuerpo de la modelo. Este juego de contrastes escultóricos es característico de la escuela de Rodas. 

Los antiguos tipos se hacen más realistas e individuales. Un ejemplo característico de esta evolución es la estatua llamada Victoria de Samotracia, que, según parece, mandó erigir Demetrio de Siria en conmemoración de su victoria naval sobre Tolomeo el año 306 a.C. La diosa, en la proa de una nave y llevando en la mano un trofeo arrancado al enemigo, con el cuerpo hacia delante, desafía al viento, que azota los pliegues del vestido con aquel sacudir característico de la brisa marina. El artista se empeñó, pues, en expresar los efectos de fenómenos de gravedad, rozamiento, inercia, intervenidos por el agente exterior de los vientos intermitentes y contrarios de las costas mediterráneas. Los escultores de Jonia modifican así, con su nueva física, los tipos tradicionales; pero el antiguo centro artístico de Atenas debió de sobrevivir, reproduciendo las grandes obras maestras que se enviaban como mercancía preciosa de exportación. Un barco cargado de estatuas, encontrado en 1907 en el fondo del mar en Mandia, frente a la costa de Túnez, procedía de Atenas, y la especial calidad de su cargamento ha informado de las obras de arte que reproducían con más preferencia los escultores atenienses. Muchas veces las copias son tan libres, que llegan a tener cierta originalidad, como la Venus de Médicis, a modo de adaptación de la de Praxíteles, porque en lugar de estar representada saliendo del baño, con el jarro y el ropaje, ya no trata de excusar su desnudez y está figurada en el acto de nacer de las ondas, con un amorcillo y un delfín. Otras Afroditas son todavía más sensuales; hizo fortuna un tipo de diosa con una rodilla en tierra y la otra pierna doblada, que parece ser obra de Dédalo de Bitinia.


Hermafrodita durmiente (Museo Nacional Romano, Roma). Copia romana en mármol de un original griego del siglo II a.C.

⇦  Afrodita y Pan (Museo Nacional de Atenas). Grupo escultórico procedente de Delos que expresa un clima de sensualidad muy propio del helenismo. La belleza desnuda de Afrodita contrasta con la bestialidad del fauno con cuernos y patas de cabra. Se trata de una dialéctica, muy propia del siglo I a.C., entre la fresca feminidad y la fealdad diabólica. 



Esta es la época de Venus y del Amor hasta en los extravíos de la naturaleza, como manifiestan las innumerables esculturas de hermafroditas. Era famoso en Pérgamo un grupo atribuido al hijo de Praxiteles, a causa de su extraordinario efecto erótico, que consistía en representar el tacto o la presión de los dedos en el cuerpo, que parecía más bien de carne que de mármol. Otro artista, ya asiático, Briaxis, representó en escultura el mito tan sensual de Apolo y Dafne. Este grupo estaba en las afueras de Antioquía. Las antiguas divinidades son cada día más olvidadas; apenas si se representa al Zeus Olímpico; se reproduce Asclepios, confundido con Esculapio, que toma muchos de los rasgos del viejo padre de los dioses. Otra divinidad nueva, destinada a gran porvenir, fue Serapis, el dios tutelar de Alejandría. Se representó, como Zeus, algo transfigurado. Para crear esta nueva imagen, Tolomeo hizo venir de Sínope, ciudad griega del mar Negro, una estatua de Zeus por Briaxis y la hizo retocar. Estuvo en el Serapeum de Alejandría hasta que la destruyeron los monjes cristianos en el siglo V después de Jesucristo.

Correlativamente a la Afrodita o Venus, numen de la filosofía epicúrea (porque según la escuela de Epicuro el agua es el elemento activo del mundo), crece y aumenta la importancia de Dionisos, señor o símbolo universal para los estoicos, ya que según ellos el principio activo es el fuego, que se impone en la iniciación a los misterios de Dionisos-Baco. Así Venus, con sus nereidas y musas, y Dionisos, con sus bacantes, se dividen casi por igual el interés de los pintores y escultores helenísticos. Dionisos, que es el leit-motiv de la decoración alejandrina, empieza siendo un viejo de barba rizada. Resulta curioso observar que Baco aparece siempre más joven y acaba por ser un muchacho imberbe, con corona de hiedra en la cabeza. Es el único dios que se rejuvenece con el tiempo; la mayor parte de los dioses helénicos, como también el Cristo de las catacumbas, empiezan siendo imberbes para convertirse en barbados.

Centauro viejo atribuido a Aristeas (Musée du Louvre, París). El centauro está representado con las manos atadas a la espalda, indefenso e impotente mientras es atormentado por el Amor burlón que cabalga sobre su grupa, expresando de forma metafórica el tema del amor senil. La obra se atribuye al escultor Aristeas de la escuela de Afrodisia, en Asia Menor, que se complacía en representar seres semianimalescos, o bien personajes infantiles. Evidenciando la inclinación de los gustos helenísticos hacia lo anecdótico, lo narrativo y lo pintoresco, el autor imprimía una mayor tensión y dinamismo en las esculturas. 

⇦ Niño de la Oca (Musée du Louvre, París) Esta réplica de un original de Boetas de Calcedonia es característico por la forma piramidal del grupo.



Cada vez más frecuentes, los faunos y los sátiros suministran nuevos temas a la escultura. Pintoresca es la pareja de centauros de la Villa Adriana. Un centauro viejo sirve de cabalgadura al Amor, que le hace sentir su yugo, y para dar más clara idea de lo difícil que es el amor senil, el pequeño ha de tirarle de los cabellos. Así le vemos en una copia que no ha perdido la figurilla del Amor, en el Museo del Louvre. Faltan los pequeños amores en el Capitolino de Roma, donde se conservan los dos centauros hallados en la Villa Adriana. En cambio, el centauro joven camina alegre mientras hace castañetear los dedos, y, aun cuando en su grupa llevaría también la figurilla del Amor, ésta no debió de ser carga pesada para el joven. Las dos figuras de los centauros, picante ilustración de un epigrama erótico, parecen ser obra de Aristeas y Papias, naturales ambos de Afrodisia.

La religión se iba convirtiendo cada vez más en una adoración intelectual del principio supremo, ordenador del universo. Una excelente idea de este misticismo la da la estatua del joven orante, obra de un discípulo de Lisipo llamado Boetas, la cual se ha conservado en una copia en bronce del Museo de Berlín. En cambio, en lugar de los tipos antiguos de dioses y diosas se prodiga cada vez más la representación de la diosa Tyche, o sea el Azar, la Fortuna; era muy estimada y se reprodujo mucho la Tyche de la ciudad de Antioquía, obra de Eutíquides. La estatua está asentada en un terreno rocoso, tiene varias espigas en la mano y en la cabeza ostenta la corona de torres, que será en adelante atributo indispensable para representar las ciudades. Lo más original es la alusión topográfica, con la figura de un niño que sale corriendo de entre sus pies; es el río Orontes, que después de correr subterráneo, vuelve a su cauce en Antioquía. Eutíquides era también discípulo de Lisipo, cuya influencia se advierte todavía en la majestad y belleza de los pliegues del ropaje de la estatua.

Espinario (Galleria degli Uffizi, Florencia). Una característica de la escuela helenística propia de Asia Menor es el interés por los personajes infantiles. Esta costumbre en el arte de la representación fue iniciada con el Ares de Lisipo, procurando darle importancia a la atmósfera circundante a la escultura como un elemento más, constitutivo de la obra.  

⇦ Tortura de Marsias (Musée du Louvre, París). Copia de un original griego del siglo II a.C., la escultura reproduce el desollamiento de que fue objeto el sátiro por parte del dios Apolo.  


Estas representaciones topográficas se fueron haciendo cada vez más frecuentes y constituyeron los modelos que luego aprovechó el arte romano oficial. Dos copas de plata, ejecutadas probablemente en Alejandría en los primeros años del Imperio romano, muestran su fondo en alto relieve; en una aparece la ciudad de Alejandría como una Minerva sentada, y en la otra, las cabezas de dos hermanas iguales en categoría: Antioquía y Roma. El grupo del Nilo, acaso también de época romana, señala análoga inspiración. El gran río, con sus barbas fluentes, está tendido, la frente coronada de espigas, y apoyado sobre una esfinge y el cuerno de la abundancia. Dieciséis niños, número de los codos que subía el agua en la inundación anual, juegan en torno suyo, sobre sus mismas rodillas, y uno de ellos hasta se ha atrevido a encaramarse sobre su hombro derecho.

Al lado de los asuntos alegóricos aparecen las composiciones del género idílico. Muchas obras antiguas de los siglos anteriores son repetidas, con un nuevo acento más gracioso, en la época helenística. El espinario, antiguo tema de un joven corredor que después de la carrera se sienta para arrancarse una espina, lo repiten los escultores helenísticos en las formas blandas de un adolescente de lacia cabellera. Otro asunto es el del niño que se pelea con una oca, como una parodia del atletismo de los siglos anteriores. El Niño de la Oca se reprodujo muchas veces; el original, según la tradición literaria, era del mismo Boetas.

Pero si no el más característico ejemplo de esta simpatía por los asuntos infantiles, al menos el más poético, es el grupo del beso de los dos niños, identificados como Eros y Psiquis, en el Museo del Capitolio. Es el comentario plástico más expresivo de los tiernos amores de dos criaturas. En el grupo del Capitolio, los dos niños se abrazan inocentes, sin conocer el origen misterioso de la fuerza que junta sus labios. Los dos cuerpos son casi igualmente femeninos: él sonríe en la iniciación del beso, ella inclina la cabeza, sorprendida por la extraña caricia infantil. Así, en las corrompidas metrópolis helenísticas, los escultores, como los literatos, encontraban público propicio para los más candidos idilios.

⇦ Eros y Psiquis (Museo del Capitolio, Roma). Esta pieza, de la que también existen réplicas en los Museos Vaticanos y del Louvre, reproduce un original helenístico del siglo III a.C., hoy perdido. El autor de esta escultura, también conocida por los títulos Dafnis y Cloe o La invención del beso, mezcla con cierta perversidad una inocencia cándida y una estudiada picardía.  



Al lado de estos asuntos, cuyo carácter poético podría todavía comunicarles cierta idealización, otra corriente artística parece complacerse en la interpretación cada vez más realista de la naturaleza. Una manifestación de este gusto es el tan copiado Marsias, castigado por Apolo a ser colgado y desollado. El sátiro tiene la musculatura exagerada por la tensión de sus miembros; es una anticipación del estilo que florecerá más tarde en Pérgamo y Rodas. El origen de esta tendencia podría encontrarse ya en los retratos, que cada vez son más parecidos a sus modelos. Los antiguos retratos griegos eran raros, y aun casi siempre de espíritus superiores con tendencias al heroísmo, como las imágenes de Safo, Aspasia y Pericles. Después, en las estelas griegas, los retratos de los difuntos y de sus parientes fueron también delicadamente transfigurados. Lisipo, con su fervor por la interpretación viva de la naturaleza, fue quien abrió la puerta al realismo extremado. Sus retratos de Alejandro Magno debieron de poseer el noble prestigio del gran arte del maestro. Se acudió, también, a ayudarse vaciando las fisonomías, es decir, los autores se aprovechaban de los vaciados como de un auxiliar para sus retratos.

⇨ Alejandro Magno divinizado como Helios (Museo del Capitolio, Roma). El busto imita la célebre estatua de Helios creada por Cates de Lindos a principios del siglo III a.C. y situada originariamente en la entrada del puerto de Rodas. 



Los dos soberbios retratos de Sófocles y Demóstenes, aunque de diferente época (el de Sófocles parece ser algo más antiguo), demuestran el arte admirable de los escultores de Atenas para el retrato. El original del de Sófocles sería de bronce, acaso uno de los que adornaban el teatro de Atenas. La única copia que se conoce, en el Museo Lateranense, es de mármol, pero debe de reproducir exactamente el original; da idea perfecta del hombre intelectual, en completa posesión de todas sus fuerzas físicas y morales; está en actitud de reposo, distinta de aquella otra posición, con una pierna doblada, de los atletas heroicos y de las amazonas; distinta también de la posición de sensual abandono del Fauno de Praxiteles. El Sófocles del Vaticano apoya los pies en el suelo; el cuerpo, que no puede estar cansado por la propia naturaleza de su trabajo, se inclina hacia atrás en actitud contemplativa.

⇦ Sófocles (Museo Lateranense, Roma). Escultura que es una representación perfecta de la clase de intelectual merecedora del máximo respeto público. En dicha obra se presenta a un Sófocles vestido a la usanza de los ciudadanos de la Atenas de Pericles. Este Sófocles escultórico mantiene con firmeza una mirada serena y un porte gallardo, con una forzada tensión de los ropajes que le visten.  


La estatua de Demóstenes es otro paso hacia el naturalismo. En su rostro se advierten ya las arrugas, la angustia del hombre ilustre que quiso defender con discursos la libertad de Atenas. Esta figura ha sido atribuida a un escultor llamado Polieuctes, y, pese a la mutilación sufrida, se supone que tenía las manos juntas, lo que debió de darle aún mayor impresión de dolorosa ansiedad. El manto no aparece doblado con aquella amplitud de pliegues del de Sófocles; resulta, en el de Demóstenes, más arrugado, como si se hubiera descompuesto con el gesto nervioso del orador.

Filosofía, drama, oratoria, he aquí las nuevas actividades que han sustituido a la victoria atlética o militar para justificar el retrato heroico. En la época helenística se hace popular un retrato imaginario de Homero, barbudo y con ojos estáticos de ciego. Los filósofos se representan en pie o sentados, con el manto, que es casi distintivo de su profesión. Sólo los cínicos, completamente desnudos, hacen alarde de haber renunciado a esta última prenda de abrigo. 

⇨ Busto de Epicuro (Museo del Capitolio, Roma). Escultura en mármol del siglo I a.C. que representa un retrato del filósofo de Samos sin ropajes ornamentales. 



Un retrato de Menandro, de cara afeitada y boca entreabierta, indica con aristocrática displicencia el genio del gran poeta cómico. También el retrato de Epicuro, del cual se conservan varias copias, refleja, sin perder el parecido, la serenidad pensativa del fundador de la Escuela del Jardín. Otro retrato, seguramente de la época helenística, que antes se suponía de Séneca, pero que probablemente es el de Calímaco, el bibliotecario y gramático de Alejandría, muestra ya un verdadero “virtuosismo” en extremar las particularidades personales de la fisonomía. El bronce de las copias de este retrato, con sus reflejos metálicos, parece como si sudara.

Plinio hace referencia a una estatua de Aristónides, de Rodas, en la cual el artista, al fundirla, había ideado mezclar hierro con bronce, para que mediante el orín se volviera roja y produjera artificiosamente el efecto del remordimiento del retratado, culpable de la muerte de su hijo.

Otro retrato de Eutidemo, rey de Bactriana, extrema todavía más la nota del realismo: el monarca está representado sin etiqueta alguna, tocado con un sombrero de grandes alas que rodean su vulgarísima fisonomía.

⇦ Busto de Homero (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Esta escultura es una copia romana realizada en mármol a partir de un original griego de época helenística. 



En cambio, el retrato de un joven del Museo de Atenas muestra todo el refinamiento intelectual de esta época, que abundó en espíritus superiores, saturados de filosofía y literatura.

El retrato de Tolomeo Filométor, que se halla en el Museo de Nápoles, transmite la imagen de un hombre de temperamento inquieto, visiblemente abrumado por el peso del gobierno de un gran Estado.

Siguiendo este camino del naturalismo, el arte llegará a la predilección por lo decrépito y deforme, y hasta tolerará imágenes de cuerpos de conformación viciosa. Dos estatuas de viejos, del Museo del Capitolio, que representan a un pescador y una pastora, ella con un corderillo recién nacido, son harto expresivas de esta corriente. Estas figuras resultan más curiosas porque el arte griego, en lo antiguo, había experimentado cierto horror por la naturaleza humana fuera de su momento de plena juventud o viril madurez. Ahora estos griegos sienten inclinación, acaso en aras de la novedad, por los asuntos en que la vejez se manifiesta más groseramente. Debió de ser muy estimada una figura de vieja en estado de embriaguez (quizás un personaje de la Comedia Nueva ateniense), de la cual han llegado hasta la actualidad varias copias; destaca, sobre todo, cómo toda la dignidad del sexo, de la edad y de la naturaleza humana se han perdido por completo en aquellas carnes flojas.


Galo moribundo atribuido a Epígonos (Museo del Capitolio, Roma). Esta réplica romana en mármol forma parte del exvoto escultórico en bronce del templo de Atenea Polias, en Pérgamo, que se atribuye a este artista y que fue realizado en homenaje a las victorias de Atalo 1 contra los celtas gálatas entre 297 y 242 a.C. En dicho conjunto escultórico aparece un sentido del honor guerrero en el caso de los vencidos que supone una auténtica novedad con respecto a la imagen de patetismo vergonzoso del enemigo habitual en otras obras escultóricas de la época. Atalo quiso educar a su pueblo mostrándoles con esta obra una lección de grandeza y heroicidad, en la que los vencidos se mostraban sufriendo y muriendo con absoluta dignidad y acentuando el drama de la derrota, reemplazando la fuerza elemental y la confianza serena en la victoria propia de otras esculturas de idéntico tema. 

Se reproducían con cierto placer hasta los casos anormales, y se demostraba interés en penetrar en el alma de los desgraciados contrahechos. Así lo muestra, muy particularmente, el retrato de Esopo, obra de Aristodemo, que no sólo parece maravilloso por su técnica, que tan bien demuestra la anatomía de sus entrañas comprimidas, sino que además revela magistralmente su capacidad de penetración psicológica.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La expansión de la cultura griega: el helenismo

El mundo griego se ha ido ensanchando enormemente con las conquistas de Alejandro; los pueblos de Asia y Egipto, donde hasta entonces el helenismo se había introducido con timidez, son ahora los que, adoptando el gusto griego, renuevan los estilos con entusiasmo juvenil. Grecia renace en estas tierras de adopción: Alejandría, Pérgamo, Antioquía, Éfeso son ahora las nuevas capitales del arte; cada una de ellas contribuye con una nota especial. Se comprende que haya tanta variedad en el arte griego de estos siglos, porque diversos fueron también los pueblos que lo asimilaron. A todo este período, en un principio, se le llamó simplemente alejandrino, por creer que fue en la nueva metrópoli africana donde el arte y la cultura griegas se desarrollaron con preferencia. Pero hoy, para hacer justicia a los pueblos de Asia que contribuyeron tanto o más que Alejandría a la última evolución del arte griego, se ha preferido designarlo con el nombre más general de helenístico.

Bajorrelieves florales en el Santuario de Eleusis. Fragmentos que se hallaban en el friso de los propileos del santuario. 

⇦ Altar con motivos taurinos en el templo de la isla de Delos. La base de este pequeño altar presenta varias cabezas de toro y ornamentos frutales.



Debió de existir un arte helenístico en Egipto, sobre todo en Alejandría; hubo un arte o varios artes helenísticos en Asia: Pérgamo, Rodas y Antioquía; un arte helénico en Italia, que contribuyó no poco a la formación del arte romano, y hasta un arte helenístico en la propia Grecia. La misma Atenas no debía de permanecer extraña a este gran movimiento, y, sobre todo los nuevos príncipes, sucesores de Alejandro, sintieron por ella especial predilección. De Asia le enviaban sus tesoros; es significativo que uno de los velos del templo de Jerusalén pasara al Partenón, y que Antíoco Epífano, desde Siria, diera nuevo impulso a la construcción del Olimpeión, o templo de Júpiter en Atenas, que se había empezado ya en el siglo V, antes de las guerras con los persas. El gran edificio quedó sin concluir; sus gigantescas columnas corintias causaban a los viajeros de la época romana el mismo asombro que producen en nuestros días. Vitruvio lo cita como ejemplo entre los templos hípetros, esto es, los que en su doble columnata encierran una cella abierta, como un patio al aire libre. Adriano más tarde impulsó de nuevo su construcción, pero, a pesar de ello, aquel edificio gigantesco quedó otra vez sin terminar. Otros ejemplos del prestigio que ejercía aún Atenas son los exvotos que Atalo, rey de Pérgamo, envió para la Acrópolis, y los Propileos o puerta monumental del vecino santuario de Eleusis, construidos por el romano Apio Claudio y de los cuales se han encontrado unos bellísimos capiteles triangulares con grifos y hermosas hojas rizadas de acanto.

Torre de los Vientos en Atenas. Esta torre de planta octogonal, construida por obra de Andrónico de Cirros en el siglo 1 a.C., contenía probablemente un reloj hidráulico. Dichos relojes servían para indicar la dirección del viento. Los lados del octógono de la torre corresponderían a cada punto de la rosa de los vientos. En lo alto del reloj, un pequeño Tritón, hoy desaparecido, servía de veleta.

El pequeño edificio octogonal llamado torre de los Vientos, en Atenas, data también de esta época. Debía de sostener una clepsidra (reloj de agua) o un gnomon (reloj solar). Estaba en el centro de una plaza mercado, porque otra construcción parecida se ve en una pintura de Pompeya en medio de una plaza porticada, que debe de representar un mercado de carne. Los pórticos o edificios que rodeaban dicha torre han desaparecido ya. El gracioso edículo lleva este nombre por los ocho relieves, con figuras que representan cada uno de los vientos, que forman una especie de friso en la parte superior.

En toda Grecia, por obra de espléndidos protectores, se erigieron en este período numerosas construcciones monumentales. El santuario de Olimpia, por ejemplo, debía de cambiar de aspecto con el edificio circular llamado Filipeión y el pórtico de Eco, con las estatuas de los generales compañeros de Alejandro, y más tarde, en la época romana, con la Exedra de Herodes Ático y muchas nuevas construcciones imperiales. Pero la piedad se había encauzado aún más, por esta época, hacia el viejo santuario de la isla de Delos. Las excavaciones de la árida isla por los franceses de la escuela de Atenas han puesto de manifiesto lo que era una de estas ciudades nacidas en la época helenística alrededor de un santuario. La población debió de ser cosmopolita; existía ya un barrio para los italianos y otro para los levantinos; la urbanización, adaptándose algo a los accidentes del terreno, seguía, por lo común, la regla del antiguo arquitecto jónico Hipoda-mos de Mileto, que prescribe el cuadriculado de las calles.

Casa de los Delfines en la isla de Delos. El patio conserva un gran mosaico con representaciones de animales marinos.

Un curioso edificio de Delos es el llamado pórtico de los Toros, una larga sala de techo sostenido por pilares con unas ménsulas en forma de toros arrodillados. Esta especie de capitel o ménsula con animales se empleó frecuentemente en la época romana; ya se verá como, en este período helenístico, se crearon también muchos de los tipos arquitectónicos que Roma imitó después.

Más regular todavía en su urbanización, completamente dispuesta según el riguroso método del cuadriculado, es Priene, una famosa ciudad helenística de Asia. Por el perfecto estado de conservación de sus ruinas, se la puede tomar como modelo de una ciudad helenística de segundo orden. Priene está asentada en un contrafuerte rocoso de montañas sobre el valle del Meandro; desde las terrazas que forman las calles se ve el río, serpenteando, atravesar la llanura hasta perderse en el mar. A pesar de la fuerte inclinación del suelo, las calles se cruzan en ángulo recto: hay seis horizontales, más anchas, y dieciséis perpendiculares que bajan en rápida pendiente, por lo que se tiene necesidad de formar peldaños para superar el desnivel del terreno.

Salón Rojo (Biblioteca de Pérgamo). El pórtico fue construido con ladrillos rojos por orden del empe· rador Adriano. Esta biblioteca fue una de las más importantes de su época, con capacidad para almacenar hasta diez mil volúmenes.

Las casas tienen las menos aberturas posibles a la calle; si dan a dos vías, la puerta se halla a veces en la calle menor, escondida a la mirada de los transeúntes. Esta puerta, por medio de un corredor lateral, conduce a un patio cuadrado, en el cual, se abren todas las piezas de la casa; en el fondo de este patio está la sala principal, que sirve para recibimiento y comedor.

La disposición de las viviendas griegas de Délos y Priene varía poco; todas tienen el patio central, más o menos grande, que falta en las casas romanas de la época republicana. La diferencia revela origen diferente: la casa griega nació de la habitación prehelénica con patio y megarón; la casa romana procede, en cambio, de la choza primitiva del Lacio, hecha con troncos y ramas y una abertura superior para dar salida al humo, la cual se convierte en el atrium. Al comenzar el siglo I, la moda por las costumbres griegas introduce el patio central en las casas romanas, por lo cual la mayoría de las de Pompeya y de la Roma imperial son verdaderamente casas griegas, tan útiles para este estudio como las de Délos y Priene. En Pompeya algunas casas constan ya de varios pisos, y así debieron de ser también las de las grandes metrópolis helenísticas, como Alejandría y Antioquía; los tipos de Délos y Priene corresponden a ciudades poco populosas, en las cuales no había gran aglomeración de edificaciones.

Pórtico de la biblioteca de Éfeso. Pórtico de dos pisos con amplios antepechos y nichos con decorados escultóricos.

En Priene, dominando el mercado con sus tiendas, se halla un gran pórtico, o stoá, como un paseo público. Los pórticos, muy abundantes, son una de las cosas más características de estas ciudades semilibres de Oriente, a las cuales las monarquías alejandrinas habían concedido innumerables privilegios. A veces los pórticos tienen dos pisos, como en la plaza porticada de Pérgamo, conocida como una basílica o lugar de contratación; los antepechos del pórtico superior están ya decorados con relieves de trofeos militares, de los cuales hubo de sacar tanto partido el arte del Imperio romano. En el lado norte de esta plaza de Pérgamo se había alojado la famosa biblioteca de diez mil volúmenes, colocados en nichos alrededor de una sala cuadrada.

Teatro de Epidauro. Este recinto teatral es uno de los más importantes por sus dimensiones y su planta armónica. La proporción de sus gradas demuestra la importancia que tenía el teatro como fenómeno social.

Sillón presidencial del Teatro de Dionisos, Acró- polis de Atenas. Los teatros servían tanto para representar escenificaciones y obras de ficción como también para acoger reuniones de los consejos municipales. Sus dimensiones espaciales aumentaron considerablemente en comparación con otras construcciones urbanas.

En la época helenística, las bibliotecas municipales estaban a veces en un edificio especial; la biblioteca de Éfeso, restaurada por los austríacos, tenía una suntuosa fachada con dos órdenes de aberturas. Los manuscritos y los rótulos se guardarían en nichos cuadrados entre columnas, alrededor de los muros. En el fondo de la sala se ve aún un nicho mayor, donde debió de colocarse una gran estatua, acaso la representación de la ciudad o una figura divinizada del príncipe que había erigido el edificio.

La biblioteca de Éfeso se imitó en la época romana; las excavaciones de las Termas de Caracalla, en Roma, han puesto al descubierto los dos cuerpos de edificio ya señalados como bibliotecas al lado de la palestra, los cuales ahora se ha visto que tenían la misma disposición, los mismos nichos y columnas que la biblioteca de Éfeso.

Otro edificio de empleo intelectual era el gimnasio para la educación de la juventud, el cual venía a prestar el mismo servicio de los actuales institutos secundarios. El gimnasio de Solunto, emplazado en un lugar estrecho, tenía sus dependencias alrededor de un pórtico con dos pisos, el inferior dórico y el de arriba jónico, con sus salas. Pero el que se debe tomar como tipo del gimnasio griego es el de Siracusa. Tiene un hemiciclo con gradas para los ciudadanos que asistían a los cursos y conferencias, enfrente de un pequeño templo que lo aisla de la grandiosa y magnífica palestra para ejercicios musculares, que está detrás. Alrededor de la palestra corre un pórtico para pasearse y conversar, donde estaría también instalada la biblioteca.

Pórtico del ágora sur en Mileto. El ágora se utilizaba para convocar las asambleas y homenajear a los héroes locales.

Un elemento casi indispensable de una ciudad helenística era el buleuterion, o palacio del Consejo municipal. Muchas ciudades de Asia gozaban de tal autonomía y, por tanto, que necesitaban de este edificio, donde se reunía el minúsculo senado. Uno de los edificios de este género que se ha podido conocer de un modo completo es el de Mileto. El ingreso es un pórtico a modo de propileos, con cuatro columnas en la fachada, que conduce a un patio cuadrado, también porticado. En este patio hay una ara, que debía de ser altar o sepulcro de un ciudadano insigne (todavía un heroón), y en el fondo se hallan las dependencias destinadas a administración y la sala de reuniones.

El teatro nunca faltaba en una ciudad helenística. Dos cosas lo distinguen del antiguo teatro griego: sus dimensiones, cada vez mayores, y la escena, asimismo más grande y más lujosa. En esta época el número de actores aumentó constantemente, y se necesitó una escena capaz para las representaciones de gran espectáculo. Esto explica esas grandes escenas decoradas con columnas que tienen a veces la importancia de un monumento. A cada lado de la escena se halla la doble puerta por donde entraban los actores y el coro.

En el teatro de Epidauro llama la atención el círculo que hay marcado en el suelo, el cual reproduce el trazado de la planta de un teatro griego tal como indica Vitruvio, esto es, con la escena situada en una tangente a la circunferencia que forman las gradas inferiores. En la época romana, el espacio para el coro quedó reducido a un mínimo, ya que la “nueva comedia” no necesitaba coro.

Sarcófago de Pamfilia (Museo Arqueológico de Konya). Esta obra sepulcral está hermosamente decorada con relieves de mármol.

Las dimensiones de las graderías para el público alcanzan enorme extensión en las ciudades helenísticas. Los teatros son una verdadera vanidad de la época; las ciudades menos importantes rivalizan en construir grandes teatros que pudieran acoger a millares de espectadores. Atenas ve reconstruir su teatro de Dionisos con una suntuosidad no igualada por los otros teatros griegos. El basamento de la escena está adornado con altos relieves, y son magníficos los sillones de mármol para los magistrados y altos funcionarios.

Para completar la idea de una ciudad helenística, habría que decir algo de las tumbas, aunque reina gran eclecticismo en esta época respecto a la inhumación de cadáveres; cada región de esta nueva Grecia cosmopolita sigue practicando sus antiguos usos funerarios. Atenas continúa sus enterramientos en el Cerámico, con estelas tradicionales, sólo que los asuntos se hacen cada vez más personales y anecdóticos. A veces, los mismos antiguos temas, como el de la despedida eterna, aparecen en relieves pequeños, debajo de una profusa ornamentación de acantos; otras veces, los motivos son puramente decorativos. En Asia, las tumbas monumentales del género del Mausoleo van repitiéndose con formas más simples, como torres de basamento cuadrado o circular.

Muchas ciudades de Asia poseen gran abundancia de sarcófagos, algunos decorados con lujo insuperable. La caja marmórea para contener el cadáver no es de origen griego, sino oriental, y hasta muy avanzada la Era cristiana se exportaron sarcófagos de Asia a Grecia y Roma. Pero los asuntos de los relieves fueron al principio los favoritos de los antiguos griegos; los mismos que hemos encontrado en las urnas cinerarias: mujeres enlutadas como plañideras, carreras de carros para el funeral, esculpidos en piedra o mármol en lugar de pintados.

Ruinas del templo de Apolo Didímeo, en Mileto. Esta vista aérea muestra las colosales columnas con las que erigieron este monumental templo híptero, que encerraban un gran patio central.

Intencionadamente se ha dejado para lo último hablar de los templos, porque siempre los edificios religiosos son los que guardan con más escrupulosidad las tradiciones establecidas; pero en esta época de gran renovación de formas arquitectónicas hasta las construcciones religiosas hubieron de participar del cambio que se operaba. La fe más filosófica, casi panteísta, de estos tiempos, además del culto de los dioses individuales, dio origen al gusto por los grandes altares ricamente decorados, cual se exigía a una construcción hecha en puro holocausto a la divinidad. Antiguamente los altares estaban delante de los templos; pero en esta época se edificaron altares de dimensiones gigantescas, aislados, enormes basamentos a veces decorados con relieves que demuestran, con su magnificencia, la piedad que sentían sus constructores por la nueva concepción de un Zeus cósmico.

Al tratar de Pérgamo hablaremos de su gran altar con los relieves del combate de dioses y gigantes; pero conviene recordar que aras inmensas las había también en Magnesia, y pueden verse aún los enormes restos de los altares en Agrigento, Siracusa y Paestum de esta época helenística. Obsérvese que estos altares descomunales no se destinaban para hacer sacrificios, ni aun para mantener un fuego sagrado, y el Zeus helenístico, convertido en un dios universal que sintetiza a todos los dioses, no necesitaba ofrendas, ni víctimas, ni incienso: el altar era un símbolo de su unidad y omnipresencia.

La vida municipal continuaba exigiendo, sin embargo, templos para los dioses locales, y estos fueron construidos según los antiguos modelos clásicos. Se reconoce cierta propensión a las formas asiáticas en el Olimpeión, de Atenas, y en el templo de Apolo Didímeo, en Mileto, colosal construcción también hípetra, esto es, con un inmenso patio central abierto y tres hileras de columnas en la fachada. El templo de Apolo, en Mileto, así como el de Hera, en Samos, y el de Artemisa, en Éfeso, eran octástilos y los mayores monumentos de Jonia. La excavación del templo de Mileto fue dificilísima, porque el suelo se hallaba convertido en pantano, pero resultó posible reconocer la planta, y quedan aún en pie tres columnas que permiten restablecer el alzado.

0limpeion, en Atenas. Llamado también templo de Júpiter, es el más grande de toda Grecia y un ejemplo de que la arquitectura helenística ya no se inspira en la mística de la "polis", del hombre libre, de la divinidad, sino que tiene por misión embellecer la existencia de los soberanos. De esta forma, la arquitectura tiende a lo fastuoso, a lo elegante y a lo colosal. Erigido sobre una columnata de orden corintio de casi dieciocho metros de altura, fue iniciado en tiempos de Pisístrato y acabado por Adriano más de seiscientos años después. Ensombrecido por la fama y la monumentalidad de la Acrópolis, este templo nunca llegó a cumplir su misión debido al colosalismo de su construcción.

De Asia y de Egipto, pero sobre todo de las ciudades griegas de Asia, llegaban en esta época las ideas y los nuevos principios de arquitectura; por esto resulta tan importante seguir el proceso de la evolución que tuvieron en Oriente los estilos clásicos durante el período helenístico.

⇦ Templo de Heraion, en Samos. Esta columna solitaria formaba parte de la columnata que sostenía el templo dedicado a la diosa Hera.



En el teatro de Epidauro llama la atención el círculo que hay marcado en el suelo, el cual reproduce el trazado de la planta de un teatro griego tal como indica Vitruvio, esto es, con la escena situada en una tangente a la circunferencia que forman las gradas inferiores. En la época romana, el espacio para el coro quedó reducido a un mínimo, ya que la “nueva comedia” no necesitaba coro.

El orden dórico, cuando se adoptaba en Asia, era siempre secamente interpretado. Los capiteles, en lugar de la moldura curva llamada equino, tenían una sección recta; las columnas, que en el orden dó- rico tradicional eran más cortas y más próximas, se hicieron mucho más delgadas y separadas. 

El orden jónico también evolucionó en Asia, donde adquirió los caracteres que son familiares por sus imitaciones romanas. Las columnas se levantaban sobre los altos pedestales con basas complicadas, y sobre todo el capitel, el cual conservaba las volutas, perdió las características ovas y se decoró con palmetas, acantos y rosetas. En la época helenística se perfeccionó o popularizó el capitel corintio. Un ejemplo que será siempre modelo del orden corintio de esta época es el templo de Zeus, el Olimpeión de Atenas. 

Templo de Artemision, en Éfeso. Vista de una columna de este santuario construido en homenaje a la diosa Artemisa, la más reverenciada de las diosas de tfeso. Donde .estaba el templo se ha formado una laguna.

⇦ 0limpeion, en Atenas. Detalle de dos columnas del templo, construido en 515 a.C., que formaba parte de un conjunto arquitectónico dedicado a Zeus.



La casi monomanía arquitectónica de los pueblos de Asia se manifiesta también por el gusto de los tratados o escritos que proporcionan reglas y preceptos de construcción. El más famoso tratadista jonio es Hermógenes, cuyos escritos hay constancia de que circularon en Italia. Así resultaba que ya en esta época las ciudades jónicas empiezan a proveer de arquitectos o, al menos, de ideas sobre la construcción, al lejano Occidente. Algunos de los templos republicanos de Roma son de orden jónico, y, en otros sitios de menor importancia, los arquitectos helenísticos del Lacio parecen también haber aprendido y practicado los preceptos de Hermógenes. Había, pues, el mayor interés, ya que no se podían conocer los escritos perdidos de Hermógenes, en aclarar por lo menos lo que fueron sus edificios, y se fundaban grandes esperanzas en la excavación del templo de Artemisa, en Magnesia, que se alababa como su obra maestra. El templo de Magnesia presenta muchas innovaciones, pero no todas de buen gusto, como tres ventanas en los frontones en lugar de esculturas. Era octástilo; las· dos columnas centrales estaban más separadas, la cella era pequeña, y, en cambio, la antesala o pronaos excesivamente grande y separada del exterior por medio de columnas enlazadas hasta cierta altura con un muro, como era costumbre en Egipto. Hermógenes, pues, reuniendo en sus libros la experiencia de la antigüedad, quiso en los edificios combinarla genialmente por cuenta propia, pero con poco éxito. 
El empeño de los arquitectos helenísticos de separarse de las formas establecidas lo demuestra también el templo de Priene, cuyo arquitecto fue Pytio, el maestro director del Mausoleo de Halicarnaso. Pytio dejó el entablamento jónico sin friso alguno, esto es: la cornisa se apoyaba caprichosamente sobre el arquitrabe. Tampoco estuvo en esto afortunado; repugna un arquitrabe sin la faja intermedia con relieves, que parecía inevitable en un templo de orden jónico. 

El Asia helenística exagera, al construir con pompa y tendiendo a lo gigantesco; es la maniera grande que se encuentra también en escultura, pero no refina ni espiritualiza ninguno de los tipos creados en los siglos V y IV a.C. 

Acaso el juicio actual sea más severo debido a que, para conocer el arte del período helenístico, habrá que fiarse demasiado de los datos que proporcionan ciudades secundarias como Magnesia o Priene. Nada es posible reconocer de las grandes capitales de los nuevos reinos de los generales de Alejandro, que debían ser los centros principales de la producción artística. Algo se puede sospechar del importante papel que para el arte desempeñó Antioquía, la capital del reino de Siria, la cual aún en la época romana era considerada como la tercera ciudad del mundo después de Roma y Alejandría. Más sensible aún es la situación de ignorancia acerca de Alejandría, centro de una corte intelectual de refinado espíritu. 

Columnas jónicas (templo de Atenea, Priene). La ciudad hipodámica de Priene fue construida sobre un trazado de ejes ortogonales que dan lugar a una planta urbanística reticulada, atribuida al arquitecto Hipodamos de Mileto, activo en el siglo v a.C. Fue posteriormente reconstruida en tiempos de Alejandro Magno, respetando la regularidad inicial de su planta pese a las irregularidades topográficas del terreno.

Las descripciones literarias no permiten conocer lo suficiente de su famosa Biblioteca y del Museo (o sea el templo de las Musas o Universidad) y del Palacio Real, que ocupaba casi la cuarta parte de la ciudad y en el que (según Teócrito) se celebraban suntuosas fiestas cívicas. El ingrato suelo del delta del Nilo no ha conservado ninguna ruina importante, y las excavaciones son casi imposibles en Alejandría, porque la ciudad moderna ocupa el mismo lugar de la antigua. Lo único que consta, por los textos, es que al hacer el replanteo de Alejandría no se siguió el plan propuesto por Hipodamos en el siglo V y por Hermógenes en el siglo IV, o sea un cuadriculado, sino que, dada la disposición del terreno, se adoptó un plan radial. 

La única capital helenística que se ha logrado conocer perfectamente es Pérgamo, el centro más pequeño de todos los Estados macedónicos de Asia. La ciudad, excavada por diligencia del Museo de Berlín, ha proporcionado datos importantísimos sobre la arquitectura y escultura de esta época. Sin embargo, Pérgamo, comparada con Alejandría y Antioquía, era una capital en miniatura. Las casas estaban al pie de una montaña de rápida pendiente, donde las terrazas sostenían los diversos edificios públicos monumentales: el teatro, la basílica, la biblioteca, un gran altar y los templos. En la cúspide estaban los dos palacios reales: uno más antiguo y otro del mismo tipo, algo mayor. La planta de los palacios reales de Pérgamo no se diferenciaba mucho de las viviendas particulares; pero el patio porticada era mucho mayor y, como el claustro de un monasterio de la Edad Media, tenía a los lados todas las dependencias. Aunque el Palacio Real de Pérgamo no puede indicar nada de lo que debían de ser las grandes residencias reales de Antioquía y Alejandría, es importante observar como, hasta en el período helenístico, persiste en el palacio la disposición de los de Tirinto y Creta, con el patio central, sólo que en lugar del megarón aparece el triclinio, que será lugar de recepción y comedor, en lugar de sala de consejo y culto.
 
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.  

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