Estas obras nos conducen a la
actividad última de Tiziano. Continúa la participación de los alumnos que, en
algunas obras, termina por imponerse, pero prosigue no obstante la capacidad
creadora del viejo maestro, que ahora parece meditar sobre la aproximación de
la muerte pintando casi para él solo, abandonándose cada vez más a la alquimia
del color y a la magia de la luz. Las obras antes recordadas, y aún más las del
postrer período de su vida, constituyen extraordinarias anticipaciones e
increíbles presentimientos de momentos futuros del arte. No tanto de las
repentinas iluminaciones que relampaguean en la oscuridad de Tintoretto,
quien lógicamente desciende de Tiziano, ni tampoco de aquellas soluciones
luministas que constituirán una de las grandes novedades de Caravaggio,
sino más bien nos recuerdan, con un adelanto de aproximadamente cien años, a Rembrandt, que creará esa pintura suya, penetrante y hechizada, en la cual la
luz es la evocadora mágica del hombre.
Se ha llegado a las obras finales
que acompañan gloriosamente los años de la extrema vejez, cuando, una vez más,
el gran anciano halla en sí mismo y en la meditación más íntima una voz nueva
para su pensamiento, aun permaneciendo siempre en la línea de los mágicos momentos
luminísticos del Santo Entierro y del
Martirio de San Lorenzo.
Aproximadamente de hacia 1570, quizás algo posterior, es el San Sebastián, hoy en el Museo del
Ermitage de San Petersburgo, procedente de la familia Barbarigo que, tal vez,
lo adquirió de los herederos de Tiziano. El joven héroe cristiano parece
realmente llamear como una milagrosa antorcha viviente, consumida por su dolor
lancinante que aferra y retuerce a la naturaleza circundante, la cual estalla
prodigiosamente en la oscuridad de la más sombría atmósfera.
De 1570 es también la Coronación de espinas, de Munich, procedente de la Galería del Elector de Baviera a la que probablemente llegó procedente de la dispersión de la herencia de Tiziano. Parece que ahora toda tensión exasperada se borra en un secreto y contenido dramatismo, en la fusión de claridades y de sombras que crean la ilusión de llamas que crepitan en la oscuridad. Y en estos resplandores, como por arte de magia, se mueven las grandes masas de los esbirros que casi disolviéndose en contornos desenfocados parecen gigantescos fantasmas, visiones nocturnas ondeantes casi en un rito secreto, alrededor del Cristo doliente, bañado en sangre, estremecido en su humano dolor, pero ya espiritualizado por una luz que parece emanar de su propio cuerpo martirizado, por esa mágica transfiguración que volveremos a encontrar más tarde en la pintura de Rembrandt.
La misma magia de luces que dan
vida al color, descomponiéndolo en mil preciosismos, se repite en el Muchacho con perros, del Museo Boijmans
de Rotterdam, fragmento tal vez de una pintura de mayor tamaño y adscribible al
lustro final de la vida del pintor.
Es como un instante de paz serena
en el dramatismo de las últimas meditaciones el que acompaña la delicada imagen
de la Virgen con el Niño, de Londres,
en el que el color parece descomponerse en múltiples ascuas de luz, dando a las
imágenes la delicada apariencia de luminosos vidrios soplados, aunque suaves y
cálidos gracias a la claridad argéntea de la atmósfera. Estos repentinos retornos
a más tranquilas claridades juveniles y a intimidades de afectos ya lejanos
parecen milagrosos rejuvenecimientos y ayudan a comprender la maravillosa
capacidad creadora de Tiziano en una constante, infatigable evolución que puede
llegar a parecer obra de magia. Y mientras la Ninfa y el Pastor, de Viena (hacia 1570), en la suavidad de las
formas que son ahora únicamente color palpitante en el más tierno ambiente,
parecen como una nostálgica despedida de la felicidad terrenal y del mundo de
sus “poesías” juveniles, reanuda la meditación sobre la trágica verdad de la
vida en sus obras más postreras, hallando variadas expresiones en la diversidad
de los temas.
Una trágica brutalidad se percibe
en el Turquino y Lucrecia, de Viena,
donde el color candente se vuelve casi grumoso en los golpes sanguíneos
trazados no ya con el pincel, sino con los dedos enérgicos, expresando casi
angustiosamente la violenta pasionalidad del hombre y el rechazo desesperado de
la mujer.
Resulta en cambio algo espectral
la visión del Castigo de Marsias, de
Kromieriz, en el cual el color violento, impregnado de luz, se convierte en
expresión evocadora de fantasmas que aparecen de las sombras para luego
perderse en el luminoso palpitar del cielo.
Tiziano, el testigo más elocuente
y verídico de la sensibilidad de su tiempo, llega al final de su larga vida y
de su obra infatigable que lo ha conducido a renovar incesantemente su lenguaje
poético, con su plena participación en la evolución artística “desde el
mediodía del Renacimiento al crepúsculo de la Contrarreforma”.
Todo drama, toda conmoción humana
y terrenal se transforman ahora en una dolorida meditación de piedad cristiana,
en esa espléndida oración que es el Descendimiento
de Cristo, de la Academia de Venecia. El gran lienzo lleva debajo la
inscripción quod Titianus inchoatum reliquit. Palma reverente absolvit. Deo
dicavit opus. En la esquina de abajo son visibles, a la derecha, el escudo de
los Vecellio y una falsa tablilla votiva con los retratos de Tiziano y de su
hijo en oración ante la Virgen. La obra había sido destinada por Tiziano a la
capilla de la Crucifixión, de los Frari, donde deseaba ser enterrado. Debido a
divergencias con los frailes, el lienzo permaneció inacabado en el estudio del
pintor y después de su muerte fue concluido por Palma el Joven y colocado en la
iglesia de Sant’Angelo, donde permaneció hasta la destrucción del edificio.
La luz palpita misteriosamente en
la atmósfera, se detiene en la poderosa arquitectura de la hornacina que
encierra a la Virgen con el Hijo muerto, se hace esplendorosa en la bóveda del
ábside, para luego consumir en estremecimientos las figuras vivas de los
dolientes y las marmóreas de los lados. En virtud de la luz vive la trágica
violencia de la Magdalena, que parece aplacar la vehemencia de su dolor en la
serenidad luminosa del Cristo y en la congoja maternal de María, con la mirada
fija en el Hijo divino para captar su postrer aliento.
⇦ Santa Margarita de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). La luz es la que da vida a la imagen de la santa, que corre sosteniendo una cruz. Al fondo, un gran incendio domina con su resplandor.
El 27 de febrero de 1576 está
fechada la última carta de Tiziano al rey de España. El 27 de agosto de este
mismo año el anciano pintor muere en su casa de Birri Grandi, mientras en
Venecia arrecia la peste. Recibe sepultura en los Frari el día siguiente. Al
poco tiempo muere también Horacio, su hijo predilecto, y la casa abandonada es
saqueada por los ladrones. El gran Descendimiento
de la Academia cierra “con un canto doliente de piedad cristiana” la obra
secular de Tiziano, obra destinada a la eternidad, en una sufrida pacificación
de los dramas, de los fastos, de los mitos paganos que constituyeron la
espléndida trama y el tejido fantástico de su creación.
Al iniciar esta rápida reseña de
la vida y el arte de Tiziano, ambos tan estrechamente vinculados, se ha
señalado la imposibilidad de enumerar y describir todas las obras de su larga y
fecundísima producción. Se ha hablado con cierta extensión de las pinturas más
célebres que a lo largo de los años, en el cambio casi continuo de sus
designios y de su gusto, representan cumplidamente al Tiziano pintor y al
Tiziano hombre. Al Tiziano pintor por ser las expresiones más perfectas de su
arte mágico y al Tiziano hombre, ya que, por lo general, revelan las relaciones
del artista con los más importantes clientes: la Serenísima República de
Venecia en primer lugar, el emperador, Carlos V y su hijo Felipe II, rey de
España; el pontífice Paulo III, el duque de Ferrara y el de Mantua, y hasta él
mismo, particularmente en las obras de los últimos tiempos.
⇦ La Religión socorrida por España de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Concebida para Alfonso I de Este, duque de Ferrara, era una alegoría del "Triunfo de la Virtud sobre el Vicio" tal y como Vasari la describió en 1566. Al parecer, muerto el duque y tras la victoria de Lepanto en 1571, Tiziano dio ciertos retoques a la tela y la ofreció a Felipe II. Neptuno adoptó un turbante convirtiéndose en pirata, la Virtud tomó el escudo de España y el desnudo que había simbolizado al Vicio pasó a representar la Religión.
Son escenas sagradas y alegorías
y, en gran número, retratos. Pero también las obras no citadas son numerosas y
atribuibles a todos los momentos de su vida, pertenecientes a todos los géneros
tratados por el gran cadorino y, muchas de ellas, no menos famosas que las
descritas. Ha sido difícil hacer una selección y a menudo, tal vez, se ha
cedido al gusto personal y al sentimiento que una obra despierta en el ánimo.
Todas ellas son como un inmenso coro que el arte de Tiziano ha compuesto, en el
arco de su larga existencia, a la religión, a la naturaleza, a la humanidad que
lo ha acogido, rodeado y amado cotidianamente, en un aliento tan amplio como el
alma de su pintura.
No ha existido, en toda la
actividad de Tiziano, un período de cansancio o de estancamiento, un momento de
desalentado abandono, así como tampoco en su vida conoció esos tormentos
angustiados que constituyeron para Leonardo
y sobre todo para Miguel
Ángel dramas latentes. No conoció, por ejemplo, la tragedia de la tumba
miguelangelesca de Julio II o de la Capilla Sixtina, debidas a las
incomprensiones entre el Papa y el artista. Su vida se desenvuelve con
regularidad, repartida entre Venecia, Ferrara, Mantua, Roma, Augsburgo y
regresando siempre a Venecia, en una actividad feliz, en la amistad serena con
hombres como Pietro Aretino, Jacopo Sansovino, Pietro Bembo y otros, posiblemente
sin enemistades ni envidias. “A su casa de Venecia han acudido todos aquellos
príncipes, literatos y prohombres que en su tiempo fueron o estuvieron en
Venecia ya que él, además de la excelencia de su arte, fue amabilísimo, de gran
humanidad y de costumbres y modales muy afables” (Vasari).
Adán y Eva de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). La escena bíblica interpretada por Tiziano muestra una grácil Eva cediendo a ·la tentación de comer la manzana, mientras Adán intenta disuadirla.
Su dedicación a la pintura fue
absoluta y hasta quizá humilde. No obstante, Tiziano era hombre de su tiempo
aferrado también fuertemente al interés. Es éste un aspecto de su carácter que
no debe descuidarse y que lo revela humanamente apegado a la vida. Tuvo siempre
el sentido de los negocios, incluso de muy joven, cuando, al solicitar los
favores ducales, no se contentó con importantes encargos artísticos como la Gran batalla de Cadore, sino que pidió
además la contaduría del Fondaco dei
Tedeschi, que había sido de Giorgione,
y más tarde la de la Sal. Así en 1531 obtuvo del duque de Mantua, para su hijo
Pomponio, el saneado beneficio de Medole y para sí, de Carlos V, en 1541, una
pensión de cien ducados.
⇦ San Sebastián de Tiziano (Museo del Erm1tage, San Petersburgo). Obra de la vejez del pintor (1570), que muestra al héroe cristiano acusando el dolor del martirio en un entorno sombrío.
Con insistencia, en 1547, Tiziano solicitará a Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, el cargo del Piombo, que se concederá en cambio, más tarde, a Girolamo della Porta. Por otra parte, con gran sagacidad, Tiziano hallaba una fuente de ganancias, además de en la venta de sus cuadros y de las tierras que poseía en Cadore, en los derechos de reproducción de los grabados que Cornelio Cort y Niccoló Boldrini tiraban de algunas de sus obras. Y durante el regreso de su segunda estancia en Augsburgo, al detenerse en Innsbruck, el pintor, con buen acierto, pidió y obtuvo del rey Fernando de Austria la concesión para la tala de un gran bosque en el Tirol. Más tarde, en 1564, volviéndose improvisado comerciante en madera, vende el bosque al duque de Urbino.
Con insistencia, en 1547, Tiziano solicitará a Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, el cargo del Piombo, que se concederá en cambio, más tarde, a Girolamo della Porta. Por otra parte, con gran sagacidad, Tiziano hallaba una fuente de ganancias, además de en la venta de sus cuadros y de las tierras que poseía en Cadore, en los derechos de reproducción de los grabados que Cornelio Cort y Niccoló Boldrini tiraban de algunas de sus obras. Y durante el regreso de su segunda estancia en Augsburgo, al detenerse en Innsbruck, el pintor, con buen acierto, pidió y obtuvo del rey Fernando de Austria la concesión para la tala de un gran bosque en el Tirol. Más tarde, en 1564, volviéndose improvisado comerciante en madera, vende el bosque al duque de Urbino.
A menudo, en sus cartas a los
varios clientes, pero sobre todo en las dirigidas a Felipe II, solicita
respetuosa pero firmemente el pago de las obras entregadas y de las pensiones
concedidas. Por otra parte, su misma amistad con Pietro Aretino pudo haber sido
consolidada y justificada, en parte, por un interés práctico común en la vida y
por un fuerte apego al dinero que, tal vez, estimuló la acrimonia de Jacopo Bassano
que representó a Tiziano en una escena de la expulsión de los mercaderes del
templo, bajo la figura de un usurero. Su avidez de riquezas no significa desde
luego avaricia o mezquindad, sino que más bien contribuyó al bienestar de su
vida.
⇦ Coronación de espinas de Tiziano (Aite Pinakothek, Munich). Una de las últimas obras del pintor, que presenta zonas con pinceladas de dist1nta intensidad y calidad, porque probablemente en su ejecución hayan intervenido discípulos y ayudantes, y que además se halla inacabada.
Le permitió esa abierta
hospitalidad que demostró con numerosos personajes de la época, venecianos y
extranjeros, en su casa de Birri Grandi, donde “… antes de que se pusieran las
mesas, ya que el sol, a pesar de que el lugar fuera sombreado, aún dejaba
sentir sus fuerzas…””y se iba pasando el tiempo en la contemplación de las
vivas imágenes de sus excelentísimas pinturas…” y desde donde, al ponerse el
sol, se disfrutaba de la vista del mar abierto y animado “… por mil pequeñas
góndolas, adornadas con hermosas mujeres y resonantes de diversas armonías y
música de voces y de instrumentos que hasta la medianoche…”alegraban las
veladas de los huéspedes. Bienestar y música vuelven a entrar en el círculo de
la vida de Tiziano, hermanándose con su actividad y con su amor por la pintura.
De todo ello emana un clima de serenidad y de plenitud de vida que justifican
la acertada definición de Vasari acerca de la gran personalidad del pintor:
“Tiziano fue sanísimo y afortunado como ningún otro igual suyo lo ha sido
nunca; y no recibió del cielo más que favores y felicidad”.
⇦ Tarquinio y Lucrecia de Tiziano (Akademie der Bildenden Künste, Viena). Aquí es notable la exasperación del anciano pintor que le lleva a atacar la tela materialmente con los dedos, abriendo nuevas vías a la técnica pictórica. Existen varias versiones de este tema y al parecer el que consta documentalmente como enviado por Tiziano a Felipe II en 1571 se halla en Cambridge. El expresionismo obsesivo capta la trágica brutalidad del hombre y la impotente desesperación de la mujer, convirtiéndolos en eternos prototipos.
Al estudiar la actividad de Tiziano, se llega a una conclusión acerca del pintor que, partiendo de una definición de su época, se amplía en el tiempo y en la estimación. En efecto, a mediados del siglo XVI, Lodovico Dolce escribía: “Sólo a Tiziano debe atribuirse la gloria del perfecto colorear que no tuvo ninguno de los antiguos o, si alguno la tuvo, faltó en cambio a quien más y a quien menos, a todos los modernos: por ello, como dije, camina a la par con la naturaleza; de modo que cada figura suya está viva, se mueve y sus carnes se estremecen” y también “… tan sólo con esa minúscula chispa que descubrió en las obras de Giorgione, vio y conoció la idea del pintar perfectamente”.
Al estudiar la actividad de Tiziano, se llega a una conclusión acerca del pintor que, partiendo de una definición de su época, se amplía en el tiempo y en la estimación. En efecto, a mediados del siglo XVI, Lodovico Dolce escribía: “Sólo a Tiziano debe atribuirse la gloria del perfecto colorear que no tuvo ninguno de los antiguos o, si alguno la tuvo, faltó en cambio a quien más y a quien menos, a todos los modernos: por ello, como dije, camina a la par con la naturaleza; de modo que cada figura suya está viva, se mueve y sus carnes se estremecen” y también “… tan sólo con esa minúscula chispa que descubrió en las obras de Giorgione, vio y conoció la idea del pintar perfectamente”.
Sin duda con Tiziano nace un arte
distinto, nuevo, que es el antecesor absoluto y necesario de Rubens, de
Rembrandt, de Velázquez e, incluso, de Delacroix
y de Renoir.
Por medio de expresiones siempre renovadas en las cuales las amplitudes
cósmicas, la naturaleza y el hombre se compenetran, y todo objeto, aunque sea
un trozo de tejido o el mármol de una columna, se transforman en realidad
viviente, el color se hace para Tiziano el elemento primario, creador por sí
mismo de imágenes y de naturaleza. En su arte todo se convierte en pintura,
dibujo y relieve se pierden en el color y se transmutan sólo en color.
Descendimiento de Cristo de Tiziano (Galería de la Academia, Venecia). Obra también conocida como Piedad, que el pintor dejó inacabada. A su muerte fue concluida por Palma el Joven, pero, al parecer, sólo se dedicó a terminar la figura del ángel que lleva una antorcha. La expresividad de los rostros es muy intensa, indicando el dramatismo de la situación representada.
Esto es lo que no comprendieron
ni Miguel Ángel, quien dijo que”… era lástima que en Venecia no se aprendiera
desde un principio a dibujar bien y que aquellos pintores no dominaran mejor el
estudio. Siendo así que si este hombre fuera asistido por el arte y por el
dibujo como lo es por la naturaleza…”, ni Vasari, que expresó reservas acerca
de su “forma de pintar sólo con los colores mismos, sin más estudio dibujado en
el papel”.
Este color suyo se vuelve suave,
a veces rico y suntuoso, de una riqueza casi material, otras leve, evanescente,
en las claridades luminosas que con él crean inolvidables atmósferas.
En la creación fantástica de su
cromatismo, Tiziano es decidida y conscientemente un hombre del Renacimiento al
que pertenece por gusto y por cultura. Cultiva nobles ensueños, pero al propio
tiempo crea realidades terrenales robustas y que participan de violentas
sensualidades. Ciertamente, no es inmune a la crisis espiritual que atormenta a
esa intelectualidad renacentista, crisis que florecerá en las manifestaciones
del manierismo, pero la supera en la búsqueda de espléndidos mitos que serán
más tarde y durante muchos años un himno a la belleza y a la serenidad de la
vida y que, junto con los retratos y los maravillosos retablos, serán
exclusivamente expresiones de pura pintura. No es éste un límite a su
naturaleza y a su arte, sino más bien la confirmación de que, por ser pintor y
nada más que pintor, se convirtió en uno de los más prestigiosos personajes no
sólo en Venecia sino del mundo de su tiempo.
Fuente: Historia del Arte. Editorial
Salvat.