En esta edad intermedia de los siglos románicos, Italia vacila, antes de decidirse a imitar las grandes construcciones abovedadas que se levantan al otro lado de los Alpes. Su personalidad es, como siempre, tan acusada, que merece capítulo aparte, hasta en estos siglos de vacilación. En este período, Italia carecía de un ideal unitario, y las luchas entre los grandes partidos que se disputaban el Gobierno, el gibelino, parcial de los emperadores germánicos, y el güelfo, adicto al poder eclesiástico, dividían las ciudades en facciones y levantaban las provincias unas contra otras. Esta rivalidad, despertando emulaciones, facilitó en gran medida la producción de obras de arte.
Los dos siglos carolingios, que en los países transalpinos se han podido considerar como prerrománicos, fueron los más trágicos y oscuros para Italia. El Pontificado había dejado de ser un elemento estimulador de la cultura; la Italia Meridional, en poder de los árabes de Sicilia, que en sus razzias llegaban hasta Roma, no participaba de las ansias y esperanzas de la cristiandad, y en Lombardía y las provincias del Adriático algunas esporádicas discese, o entradas de las huestes imperiales sólo conseguían por corto tiempo reprimir la anarquía.
Fachada occidental de la catedral de Ferrara, en la Emilia-Romaña. Iniciada en 1135 por Wiligelmo en estilo lombardo, la fachada está realizada en mármol y posee tres portadas.
En estas circunstancias no cabe esperar que alguien tuviera empeño en construir obras importantes. Pero después del año 1000 los emperadores germánicos, los llamados Otónidas, se disponen a pacificar a Italia. En esta época se renuevan las actividades edilicias y se edifican algunos palacios privados y municipales que, reconstruidos más tarde, conservan todavía fachadas y torres de aquel período. Mas la obra capital del siglo XI en Italia (si no por su belleza, al menos por su influencia en el arte de otros países) es la reconstrucción de la abadía de Montecassino entre los años 1066 y 1071. El temor de los árabes, que en el siglo anterior habían llegado hasta aquel lugar, hizo que los monjes de Montecassino trasladaran las reliquias, sobre todo el cuerpo del fundador San Benito, a la abadía francesa de Saint Benoít-sur-Loire. Devueltas las reliquias y el cuerpo santo, se procedió a la restauración, importandose obreros del norte de Italia y decoradores de Bizancio.
Hasta su destrucción durante la II Guerra Mundial, Montecassino conservaba algunos restos de la obra del siglo XI: el cenobio había sido reconstruido completamente por el arquitecto del Renacimiento Antonio da Sangallo; pero merced a las descripciones, dibujos y algunos fragmentos todavía incorporados en la obra actual, K. Conant pudo hacer una restauración ideal de la abadía en la época románica. La gran iglesia sepulcro estaba precedida de un inmenso atrio; el claustro monacal tenía a un lado la hospedería y refectorio y al otro lado el larguísimo edificio que servía de dormitorio.
Fachada románica de la catedral de Módena, en la Emilia-Romaña. Edificio romanolombardo. Su constucción fue iniciada en el año 1099 por Giovanni Lanfranco, considerado una figura capital de la arquitectura románica del norte de Italia, y se termlnó en el año 1184.
En Lombardía, el arte de los constructores románicos locales se mezcló con las formas decorativas que llegaban de Alemania. La Italia Septentrional mantenía relaciones con los poderes del otro lado de los Alpes; políticamente era gibelina, sujeta al emperador, y casi germanófila. En las catedrales de Piacen-za, Módena y Ferrara pueden verse influencias del arte románico alemán, con sus fachadas de diversos pisos de galerías y sus puertas historiadas. Las entradas suelen tener pórticos que se apoyan sobre leones o figuras agachadas. En su interior, estas catedrales son más puramente lombardas que en su exterior; su parecido es mayor con San Ambrosio de Milán y San Miguel de Pavía. Acaso esto se deba a que en el interior es más perceptible su carácter arquitectónico simple, mientras que en las fachadas se ve la invasión de la escultura decorativa, que se esfuerza en llenar los paños de los muros.
Basílica de San Zenón de Verona, en el Véneto. Considerada la iglesia más bella de la ciudad, la fachada tiene proporciones sumamente armoniosas y el pórtico, con puertas de bronce, está embellecido con relieves de mármol realizados hacia 1140 por unos artistas que los firmaron como Niccoló y Guglielmo.
San Ambrosio de Milán, donde eran coronados los reyes lombardos y los emperadores germánicos con la Corona de Hierro, es una iglesia de gran interés pero de fecha muy discutida. Hoy se admite generalmente que -pese a tener muchos elementos anteriores- su estructura actual debe ser de hacia 1080 y sus bóvedas debieron cerrarse en 1196. Su gran atrio y las altas torres, con las típicas arcuaciones lombardas, son de ladrillo y sólo los detalles escultóricos fueron esculpidos en piedra. Una versión totalmente pétrea de San Ambrosio es San Miguel de Pavía, construida entre 1100 y 1160, inmenso bloque cuya fachada aparece recorrida horizontal-mente por frisos de bajorrelieves, únicamente interrumpidos por las tres puertas.
Entre los ejemplares más puros del románico lombardo siempre se citan San Abbondio de Como, iniciada en 1063 con una simple y nobilísima fachada de tipo basilical, y la iglesia del monasterio de Pomposa, en la Emilia, particularmente célebre por su campanario construido también en 1063, por el abad Guido de Ravena. Se trata de una altísima torre de nueve pisos, cada uno marcado al exterior por las correspondientes arcuaciones lombardas, y provistos de aberturas cuyo tamaño crece rítmicamente desde una simple aspillera en la base hasta cuatro amplias arcadas en el último piso.
Sección y planta del baptisterio de Parma, en la Emilia-Romaña. Obra realizada en 1196.
Pero la mayoría de historiadores del arte están de acuerdo en que los templos románicos lombardos más ricos y suntuosos son San Zenón de Verona justamente famoso por la riqueza escultórica inigualada de su puerta de mármol-, y la catedral de Parma, cuya impresionante fachada del siglo XII equilibra hábilmente las dos horizontales de sus galerías de arcadas con la vertical formada por la superposición de la puerta, su tribuna y un gran óculo.
La superposición de triforios y galerías altas, característica de los constructores lombardos, mezclada con tradiciones clásicas del arte de construir más o menos predominante según las regiones, llega a constituir una especie de estilo románico italiano. Por ejemplo, el baptisterio de Parma, de planta octogonal, tiene arcos que constituyen el piso inferior o basamento; es una forma lombarda de decoración. Encima hay una serie de galerías con columnas que sostienen frisos horizontales, modo todavía clásico de subdividir los espacios. Interiormente, cada ángulo de octógono tiene un nicho, y así la planta se divide en dieciséis lados; más arriba reaparecen las galerías del exterior.
⇦ Abadía de Pomposa en la Emilia-Romaña. Con su soberbio campanile de aberturas rítmicamente escalonadas, este edificio del siglo XI representa el más puro románico italiano. La fábrica de ladrillo amarillo y rojo se combina en una sobria decoración de arcos y fajas lombardas que parece pobre comparada con el suntuoso mármol del siglo XII, claro presagio del Renacimiento florentino.
Otro ejemplo es la catedral de Ancona, en el Adriático. Su exterior corresponde completamente al arte de los constructores lombardos: las fachadas rematan con fajas de arquillos formando un friso, y los muros están divididos por fajas verticales como pilastras clásicas. La catedral de Ancona se levanta sobre una colina, dominando la ciudad y el puerto. Desde el pórtico, de mármol pardo de Istria, sostenido por dos leones, se ve el terso azul del Adriático cubierto de barcas de velas rojas. Su situación admirable da más valor al monumento, en sí algo pobre. El interior tiene una cubierta de madera policromada formando bóvedas, como la de la catedral de Aquileya y otros monumentos de los países germánicos.
Baptisterio de Parma, en la Emilia-Romaña. Junto a la torre de la catedral se halla el baptisterio, una obra de piedra y ladrillo, fechada en 1196 por una inscripción que da como nombre de su autor el de Benedictus. Se considera que se trata del famoso Benedetto Antelami. Indudablemente, las logias de los cuatro pisos se inspiran en la catedral de Pisa, consagrada en el año 1118.
Catedral de San Ciriaco, en Ancona (Las Marcas). Si bien su aspecto actual lo adquirió en el siglo XIII, el edificio se levantó sobre templos anteriores, de los cuales aún quedan restos. En primer plano se ve el ábside, adornado con hileras de arcos de medio punto, y la cúpula poligonal. Su estructura románica está mezclada con sutiles matices del estilo oriental mediterráneo.
En Liguria, además de las dos corrientes citadas -la constructiva lombarda y la de la escultura decorativa germánica-, adviértese la acción de Toscana. Por ejemplo, la catedral de Genova es una intersección de estas tres tendencias; las fajas de piedras de colores que la adornan son características de la primera época del arte toscano. En cambio, el claustro de San Lorenzo, de Génova, es obra puramente lombarda y tiene gran semejanza con los claustros que construyeron los maestros lombardos en Cataluña.
Catedral de San Lorenzo, en Génova (Liguria). Construida en el siglo XII en estilo gótico siguiendo los modelos franceses, más tarde se agregó el rosetón y la parte superior de la fachada decorada con bandas negras y blancas, en estilo local.
Baptisterio de Florencia, en la Toscana. Joya arquitectónica de la ciudad, en 1401 se le encomendó la segunda puerta al arquitecto y orfebre florentino Lorenzo Ghiberti, que la realizó según el modelo de Andrea Pisano. En ella trabajó entre 1403 y 1424, y tiene veintiocho compartimientos en los que se representa la vida de Jesús, los doctores de la lglesia los evangelios, enmarcados por una franja de frutas y hojas.
Señal de que iba a triunfar el elemento nacional, clásico, sobre los intrusos elementos lombardo y germánico, es el baptisterio de Florencia, edificio enigmático pero que puede calificarse de romano y seguramente fue iniciado antes del año 1000. Han desaparecido ya en este monumento los arcos decorativos y las fajas lisas, que de manera tan monótona se venían aplicando en otras regiones de Italia para acentuar las partes del edificio.
A principios del siglo XI, Pisa empieza a despertar y dar señales que auguran un feliz renacimiento de las artes, comenzando por la arquitectura. Pisa, como Siena, había sido un municipio romano; muchas esculturas antiguas se habían hallado en el recinto de sus murallas, pero, como Venecia, tuvo también Pisa el afán de coleccionar y reunir obras de arte, aun importándolas de lejos. Dentro de su cementerio se conservan estelas griegas que deben de encontrarse allí desde la Edad Media; la tradición suponía que en los sarcófagos romanos de este campo santo habían aprendido sus primeras lecciones los escultores del Renacimiento. Acerca de la cuestión de los orígenes de la escultura toscana del Renacimiento, ya se verá que ha cambiado la opinión; pero en arquitectura no cabe negar la maravillosa anticipación del arte pisano a todo lo demás que se producía en Italia por este tiempo.
Piazza dei Miracoli, en Pisa (Toscana). Vista panorámica de la plaza, en la que se puede observar claramente el conjunto del baptisterio, la catedral y la torre inclinada.
El grupo de los grandes monumentos pisanos es anterior a los de Florencia y Siena. En plena época románica, cuando los demás países occidentales estaban ocupados en el gran problema constructivo de sus bóvedas por arista, Pisa levanta su soberbia catedral de mármol atendiendo únicamente a la pureza de líneas, que parece clásica. Además, la rodea de otros bellos monumentos: su campanario inclinado y el baptisterio que servía también de cantona o sala de conciertos. A tales edificios se añadió después el claustro, destinado a cementerio.
Estos cuatro edificios vecinos ocupan el espacio de una gran plaza, hoy desierta, como si el espíritu de los antiguos pisanos se hubiera petrificado en aquellos mármoles, que, soberbios, han arrostrado, intactos, los cambios del gusto y la civilización.
⇦ Planta de la catedral de Pisa, en la Toscana. La mitad derecha del dibujo corresponde al nivel de las naves, y la mitad izquierda está al de las galerías altas.
La catedral, el edificio más antiguo y más importante del grupo, fue comenzada en 1060, acaso con un plan más modesto que el que tiene actualmente; pero creciendo siempre la República en poderío y riqueza, Pisa creyó que había llegado el momento de hacer algo más grande, que quedara como testimonio perdurable de su gloria. La ciudad no estaba entonces tan separada del mar como ahora; el Arno era navegable y los buques subían por el río hasta amarrar dentro de las murallas. Su comercio no era tan especializado como el de Venecia, que en esta época puede decirse que sólo navegaba hacia Oriente; los pisanos tenían establecidas factorías en la costa de África y sostenían relaciones de toda índole con los demás pueblos del Mediterráneo occidental.
Córcega y Cerdeña habían sido reconquistadas a los musulmanes por los písanos. Aliados con el conde de Barcelona, habían asolado Menorca; el litoral de Italia estaba defendido por ellos contra los piratas, y, por fin, en 1062, antes que los normandos, atacaron a Sicilia, que todavía se hallaba en poder de los sarracenos, sorprendieron a Palermo con un ataque sin resistencia, saquearon la ciudad y volvieron a la patria con sus buques cargados de tesoros. Estos fueron en su mayor parte empleados en la nueva obra de la catedral, de cuyos trabajos se hizo cargo un arquitecto llamado Buscheto, quien, según parece, era griego, y al que los epitafios de la catedral prodigan grandes elogios, llegando a compararlo, en su exageración, a Dédalo y a Ulises.
Si Buscheto era o no bizantino resulta aún muy incierto; pero, en todo caso, recuerda poco los métodos de Oriente y debió de admirar más que nada las antiguas basílicas romanas, a las que conforma su plan en líneas generales. La gran iglesia, terminada después de la muerte de Buscheto por un tal Rainaldo, hace gala de una unidad arquitectónica solamente comparable a la de los templos clásicos; sus líneas aparecen dispuestas y razonadas desde el principio para conseguir el maravilloso resultado del conjunto.
Interiormente su planta, en forma de cruz latina, tiene cinco naves, la central cubierta de madera y las laterales con bóvedas por arista, mientras en el crucero se levanta una cúpula elipsoidal. Las columnas que separan las naves tienen bellos fustes monolíticos de granito pulimentado, que con los capiteles antiguos y las basas áticas, todas uniformes, acaso provengan de algún edificio romano de Sicilia o de la propia Toscana, desmontado para enriquecer con sus despojos la nueva catedral. Estas columnas sostienen grandes arcos, sobre los cuales corre la galería superior, encima de las naves laterales, toda decorada con fajas de mármol blanco y verde que forman una policromía natural. Esta catedral es un portento de belleza y dimensiones.
Catedral de Pisa, en la Toscana. La utilización de la galería de columnas como elemento ornamental alcanza un virtuosismo estilístico en la catedral. Sobre una primera planta de arcadas ciegas, la fachada se descompone en una filigrana que disimula las ventanas hacia el exterior, y le confiere un aspecto plano mediante alineaciones y superposiciones simétricas.
Baptisterio de Pisa, en la Toscana. Encomendada a Deotisalvi en 1153, la obra refleja su gusto por la escultura de la Roma clásica y por el estilo gótico francés. Se trata de un majestuoso edificio de planta circular, en el que destaca la utilización de mármol de Carrara. En el magnífico interior del baptisterio se encuentra una de las principales obras de Nicola Pisano: el púlpito, una construcción exagonal con una columna central y seis periféricas. Los relieves que lo decoran recuerdan los sarcófagos romanos y las arcadas lobuladas anticipan el gótico.
Torre de Pisa, en la Toscana. En el campanario de a catedral, o campanile, ambién se ha recurrido al magnífico ornamento de galerías de columnas superpuestas. La torre inclinada lo está a causa del movimiento lento e inexorable del terreno en que se asienta. Los recursos de la tecnología moderna están intentando evitar el colapso de tan magnífico monumento que ha dado fama a la ciudad.
Campo Santo de Pisa, en la Toscana. Construido entre 1278 y 1283 por G. di Simona, este recinto ha sido definido como una catedral al descubierto: un rectángulo al aire libre, que sería la nave, rodeado por un claustro gótico. Si bien un incendio dañó los frescos de las galerías, quedan obras importantes, como el Triunfo de la muerte de Buffamalcco.
Las fachadas exteriores muestran estas mismas fajas alternadas, blancas y oscuras, que caracterizan los edificios de Pisa; pero, además, en las enjutas de los arcos hay bellísimas taraceas de mosaicos, sobre todo en la fachada principal. Está construida para producir un noble efecto de belleza arquitectónica con la simple repetición de arquitos y galerías, que forman como una especie de celosía del muro de la iglesia. Aparentemente estos arquitos son iguales, pero observándolos con atención se advierte con qué estudio y arte lo que parecía uniforme es múltiple y rico en variedad y cómo todo se ha tenido en cuenta para que, con los más simples medios, el conjunto no fuese monótono y vulgar. Ruskin dedica al análisis de la fachada principal de la catedral de Pisa los párrafos más entusiastas de su libro Los siete luminares de la arquitectura. Para él, es el modelo sublime, una producción esencialmente arquitectónica, que, como las obras musicales, consigue su efecto sólo por la proporción y mesura rítmica de sus partes.
Las galerías superiores tienen una variante en la segunda, donde se levanta una columna encima del centro de cada arco. En las pendientes de los tejados, los espacios se estrechan también; hay seis columnas encima de otras cinco de la galería inferior, y así no aparentan una anchura desproporcionada en relación con la altura. Con la simple combinación de arcos y recuadros se decora toda la catedral de Pisa; no hay esculturas, sino formas geométricas de mosaicos de piedras duras y mármoles.
Claustro de San Paolo Extramuros, en Roma (Lacio). El recinto, construido en el siglo XII por la familia Vassalletto, es de una gran belleza con sus pares de columnas esbeltas y de diferente modelado.
Desde los tiempos del arte antiguo no se había conseguido un resultado tan admirable con tanta simplicidad de medios. ¿Por qué la obra resulta tan perfecta en lugar de ser monótona? Ruskin analizó ya algo minuciosamente las relaciones de formas y medidas de las diferentes partes de las fachadas de la catedral de Pisa. Según él, todo está dispuesto con una sagacidad y un ingenio extraordinarios; a veces un pequeño trozo de mármol colocado en un ángulo es mayor que el del otro lado del mismo arco; las columnas de un mismo arco son también de diferente altura. “Ahora, yo os diré -añade Ruskin- que esto es arquitectura viviente. Hay una sensación en cada centímetro, y una acomodación a las necesidades arquitectónicas, que es exactamente la misma de la de las proporciones de la naturaleza orgánica…”
Estos conceptos de naturalismo expresivo de Ruskin no corresponden ya a los ideales modernos en arquitectura, pero en su apología de la catedral de Pisa estuvo el polemista inglés acertado como pocas veces. Modernamente han estudiado la catedral de Pisa arquitectos americanos y han podido comprobar diferencias de valores funcionales. Las líneas no son tampoco nunca rectas, tanto en el exterior como en el interior, sino que se hacen curvas para rectificar los efectos de la perspectiva, como ocurría en los templos griegos. La catedral de Pisa fue consagrada en el año 1118 por el papa Gelasio. Sin embargo, las obras de embellecimiento, y acaso restauración, debieron de durar hasta fines del siglo XIII, porque se conserva una lápida del año 1278 que dice que la catedral edificata fuit de novo.
Fachada de la catedral de San Martina, en Lucca (Toscana). Arcada del pórtico de la catedral, ejemplo del apogeo del arte románico lombardo, que exhibe un alarde de variedad en la decoración de las columnas y de los arcos.
En el año 1153 se empezó el baptisterio, siendo maestro director de la obra cierto Deotisalvi, que había construido ya las iglesias del Santo Sepulcro, en la propia Pisa, y la de San Cristóbal, en Lucca. El baptisterio pisano es para nosotros otra maravilla arquitectónica, aunque no produce entre los críticos aquella admiración unánime que despierta la catedral. Tiene una planta circular, con una nave que da la vuelta alrededor y una galería alta; el espacio central, donde están las fuentes bautismales, está cubierto por una cúpula cónica muy elevada para facilitar la acústica.
San Miniato al Monte, en Florencia (Toscana). La fachada de mármol del siglo XII presenta en el centro un mosaico del siglo XIII, que muestra a Cristo entre la Virgen María y San Miniato. Deslumbrante por su sencillez, de las cinco arcadas que la componen, dos son ciegas y la cúspide está coronada por un águila.
Catedral de Prato, en la Toscana. Fechada en el siglo XIII, el interior está dividido en tres naves separadas por columnas con arcos de medio punto. Las paredes están decoradas con frescos de Filippo Lippi y en la capilla del Santo Cinto hay una imagen de la Virgen con el Niño de Giovanni Pisano.
Altar de marfil, en la catedral de Salerno (Campania). Obra del siglo XII que muestra la escena en que Adán y Eva cometen el pecado original y son castigados por Dios a abandonar el Paraíso.
Al lado de la catedral está el campanile, una torre cilindrica de siete pisos, con un cuerpo de remate también cilindrico y de menor diámetro, para las campanas. El muro de la torre está decorado con zonas de arcos, en armonía con la decoración de la fachada de la catedral, también de mármoles y taracea de mosaico. La singular inclinación de la torre no es preconcebida, sino el resultado del asiento irregular del terreno. La inclinación empezó a notarse cuando la torre estaba a nivel de la primera galería, y se quiso remediar haciendo la cornisa más ancha de un lado que de otro. Al llegar la obra a la segunda y tercera galerías, el asiento irregular de la torre fue aumentando y el temor hizo suspender los trabajos durante sesenta años. Cuando en el año 1236 se quiso continuar la obra, su nuevo director, Beneato, encontró que la torre se desviaba ya unos 20 centímetros fuera de la línea de plomada. Hoy la parte superior se separa más de 4 metros de la vertical y el movimiento continúa todavía. Mas parece como si la torre y el mundo entero se hubiesen acostumbrado a la inclinación. Nadie la deplora aunque, de cuando en cuando, se expresen temores de un próximo derrumbamiento.
Patio de Villa Rufolo, en Ravello (Campania). Detalle de las columnas del patio, que evidencian un acentuado estilo morisco. Verdadera joya arquitectónica construida en el siglo XIII, que perteneció a diferentes familias burguesas italianas.
No podemos terminar esta sumaria descripción del importante grupo de los monumentos písanos sin hablar del Campo Santo, el último edificio que con la catedral, el campanile y el baptisterio, forma el conjunto monumental llamado delle quatro fabbriche. Es una obra que, por su época, debiera ser descrita en otro lugar de este libro. Empezado a fines del siglo XIII, este singular monumento entra de lleno en el período de la influencia gótica, que más o menos penetró también en Italia. Pero aunque por el arte sea algo distinto, por su situación y por su empleo el Campo Santo es el hermano inseparable de los otros tres edificios. Aquel claustro grandioso, dedicado a la muerte, es el comentario plástico de tanta belleza, de tanta riqueza solitaria como resplandecen aún en la catedral y los otros desiertos edificios pisanos. Este Campo Santo tiene la forma de un patio rectangular, que fue rellenado con tierra del Calvario, transportada al efecto por los buques de Pisa al regresar de Tierra Santa. No tiene al exterior ninguna abertura; su muro de mármol liso sirve espléndidamente de fondo a la catedral.
Pórtico de la catedral de San Donnino, en Fidenza (Emilia-Romaña). Catedral románica del siglo XII cuyo portal menor presenta una sobria decoración, y relieves en el tímpano y en el frontón superior.
⇨ Bajorrelieve de la catedral de San lena Maggiore, en Verona (Véneto). Construida entre 1120 y 1139, la fachada muestra este excelente trabajo en mármol que reproduce unas escenas del Génesis, obra del maestro Niccoló.
En la galería anchísima del claustro se han reunido gloriosos trofeos, mezclados con las sepulturas de los grandes protectores de la República, y obras de arte que están allí con la única excusa de su belleza. Hay bustos romanos, estelas griegas, sarcófagos con temas catacumbarios al lado del sepulcro del emperador germánico Enrique VII, que quiso ser enterrado en Pisa, su fiel ciudad gibelina, y el de la condesa Matilde.
Ya veremos en los volúmenes siguientes el papel importante que el Campo Santo de Pisa desempeña en el arte italiano; los inmensos muros de sus paredes laterales fueron cubiertos con frescos por los más grandes maestros de la transición del Medievo al Renacimiento, y de la primera fase de éste. A través de los arcos, con una tracería de calados góticos, se ven los negros cipreses ondular suavemente; todo contribuye al efecto singular del famoso cementerio: la plaza que le precede, sus muros blancos y lisos exteriormente, las obras de arte que guarda dentro, el color de la luz, las pinturas de los muros…
⇦ Vendimiador de Benedetto Antelami (Museo del Duomo, Ferrara). Procedente de la Porta dei Mesi (hoy desaparecido) del Duomo, este bajorrelieve revela la extraordinaria personalidad del autor. El vendimiador simbolizaba el mes de septiembre y, en su autenticidad campesina y con su potente realismo, deja sentir el recuerdo, siempre vivo, del clasicismo.
El arte pisano se extendió también a Cerdeña, que era una colonia de Pisa. Hasta en las grandes ciudades toscanas, como Florencia y Siena, adviérteme aún las influencias del estilo pisano. En las colinas del otro lado del Arno, cerca de Florencia, se levanta el delicado monumento de San Miniato al Monte, obra también hermosísima y enigmática de estos siglos medios, con las mismas marqueterías de mármoles que usaban los písanos. Al interior, San Miniato, dividido en tres naves por columnas de proporciones clásicas, parece una basílica cristiana primitiva por su apacible tranquilidad. Una tradición supone que San Miniato fue construido por la reina longobardaTeodelinda; pero su forma data, sin duda alguna, del siglo XI; sin embargo, conserva su disposición más antigua, con el coro alto encima de la cripta. El elegante altarcito que ante la cripta se levanta fue un feliz aditamento del siglo XVI. En la gran Florencia, tan llena de cosas bellas y de monumentos, la poética y misteriosa iglesia de San Miniato Extramuros, con el bello mosaico bizantino de su frontón, aún es una de sus más interesantes joyas.
Otro enigma arqueológico son las bellísimas iglesias de Toscanella. Una de ellas, la de San Pedro, se cita en un documento del año 628; la otra, Santa María, parece aún más antigua, pero ambas fueron restauradas hacia el siglo XI, en plena influencia de los maestros lombardos. El interior de estas iglesias (muy parecidas las dos) tiene aspecto medieval muy acentuado, pues son grandes como catedrales, más vastas todavía hoy que están casi desiertas y conservan los altares, púlpitos y policromías románicas. El exterior de las iglesias de Toscanella es más sugestivo aún si cabe que el interior; en sus blancas fachadas de mármol se ven incrustados fragmentos de relieves tanto bárbaros como bizantinos, procedentes de otras iglesias longobardas más antiguas.
⇨ Segador de Benedetto Antelami, en la catedral de Parma (Emilia-Romaña). Fechado en el año 1200 y realizado en piedra, el segador representa el mes de junio en el calendario de estatuas del baptisterio de esta catedral. Su simbolismo tiene una intensa remembranza provenzal.
En este período empieza a formarse la escuela de marmolistas y decoradores romanos llamada de los Cosmati, porque en la familia cuyos miembros, por espacio de varias generaciones, fueron maestros en este arte, casi todos llevaron el nombre de Cosma (Cosme). El arte de estos marmolistas romanos es de gran originalidad. Disponían de grandes bloques de pórfido y losas de granito rojo, que en aquella época sólo podían encontrarse en Roma y que antiguamente habían formado los pavimentos de las termas y las villas. No hacía falta más que cortarlos en círculos o cuadrados y aplicarlos como rosas centrales en el eje de la iglesia, desarrollando en el resto entrelazados de cenefas de mosaicos de mármoles tallados también en formas regulares.
Muchas iglesias de Roma recibieron esta decoración, y ello ya indica un gran esfuerzo, porque a veces se trata de basílicas colosales, que ocupaban áreas vastísimas. Los marmolistas romanos enriquecieron también las iglesias de la capital y de la región con muebles litúrgicos decorados con fajas de mosaicos de mármoles brillantes y oro. Son verdaderamente maravillosos sus candelabros para el cirio pascual; sus ambones, sostenidos sobre columnas antiguas y con ricos antepechos, también de mosaico; sus atriles para los cantores, con las águilas de alas desplegadas que han de sostener los libros de coro. Junto a las dos grandes basílicas de San Juan de Letrán y de San Pablo Extramuros, los Cosmáticos edificaron claustros bellísimos de columnitas gemelas que sostienen arcos de medio punto, y tanto las columnitas como el friso que adorna la parte superior están enriquecidos con fajas de mosaicos y piezas de pórfido tallados, rodeados de cenefas.
El arte de los marmolistas romanos se extendió por la Italia Meridional y el norte de Europa. Dos sepulturas de la abadía de Westminster, en Londres, fueron revestidas de esta decoración; los epitafios hablan con orgullo de los mármoles que las enriquecen, por haber sido traídos de la gran Roma lejana: de Urbe…
Fresco del monasterio de San Benito, en los alrededores de Subiaco (Lacio). También conocido como Sacro Speco, el monasterio conserva varios frescos, como el que se reproduce aquí. Fechado en el siglo XII, la pintura representa a San Benito ordenando al cuervo que se lleve el pan.
Los párrafos anteriores se refieren a edificios religiosos; poco podemos decir en este lugar de las casas particulares. Las residencias nobiliarias, hasta dentro de la ciudad, estaban fortificadas, y su dueño podía encerrarse con sus partidarios, en momentos de peligro, dentro de su inexpugnable morada. En la época románica muchas casas nobles tenían como último refugio la torre cuadrada; en San Gemigniano, cerca de Florencia, todavía subsisten varias casas antiguas con sus torres cuadradas de ladrillo, delgadas y altas, sin más abertura que algunas pequeñas aspilleras. En Pisa hay también una calle de las torres; en estas ciudades congestionadas por su cinturón de murallas, las torres venían a ser fortificaciones para luchar contra los vecinos. En Bolonia hay dos torres inclinadas contiguas, en sentido opuesto (y casi tangentes) que pertenecieron a casas señoriales enemigas. Dante habla ya del efecto que producen cuando, en día de niebla, no se distingue su término, que se oculta entre las nubes. Como supervivencia de las luchas entre güelfos y gibelinos, abundan castillos de la época románica bien conservados, con sus torres y grandes salas con techos planos de madera. En la Italia Meridional se sentían más los efectos de Oriente; así es curioso el patio del palacio Rúfolo, en Ravello, con su original galería de arcos entrelazados.
En los territorios de los reyes normandos de la Italia Meridional, la influencia bizantina fue menor que en Sicilia y apenas pudo llegar la influencia árabe; en cambio, recibe algo de la corriente lombarda, que se extendía hacia el Sur, por la ribera del Adriático. San Nicolás de Bari, la gran iglesia catedral de la Apulia, es lombarda por su estructura y su decoración de grandes arcadas sobre los paramentos de los muros exteriores.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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