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Musée National du Bardo

Musée National du Bardo
Dirección:
Le Bardo,
2000. Túnez.
Tel.. (00216) 1513 650

Sala del Interior del Musée National du Bardo
El Musée National du Bardo es el más importante museo arqueológico del Magreb y el que alberga una de las mejores colecciones de mosaicos romanos del mundo, joyas heredadas de una rica historia tunecina de abundantes milenios y civilizaciones.

   Construido en la última mitad del siglo XIX, el edificio debía responder a una función palaciega más que cultural. Declarado museo en 1882, protagonizó una positiva transformación que lo convirtió en un importante referente de la cultura y la civilización universal. En 1899 las autoridades de la época añadieron un segundo espacio, un pequeño palacio que en lo sucesivo alojaría las colecciones de arte islámico. Por su calidad y riqueza arquitectónica, estos dos palacios son actualmente parte integral del Museo Nacional.

   Acondicionados para las necesidades de su nueva destinación, se llevaron a cabo ciertas modificaciones en los edificios; no obstante, preservaron su sello inicial y original. Fuera de los cánones de la arquitectura tunecina, enriquecido por diversas influencias, particularmente magrebíes, turcas e italianas, el Musée National du Bardo contiene numerosas salas con funciones diferenciadas, espacios que se distinguen por su armonía y por la originalidad de su ornamentación.

Mosaico romano con escenas de caza conservado en el museo.
    El museo se organiza en:

        a) Sala de Cartago romano, en origen el patio del palacio, que ocupa una gran superficie donde se exponen numerosas estatuas provenientes de Cartago romano, así como mosaicos, estatuas, estatuillas y bajorrelieves originarios de sitios como Útica, L.ldna, Althiburos y Dougga;

        b) Sala de Virgilio, conserva una joya del mosaico africano, el retrato de Virgilio sentado entre la musa Clío y Melpómene;

        e) Sala de Dougga, donde pueden apreciarse notables piezas de numerosos mosaicos y pavimentos diversos;

        d) Sala de Mahdia (2 salas) consagradas a la exposición de piezas extraídas en excavaciones submarinas efectuadas en Mahdia, esculturas de mármol y bronces de una notable calidad de ejecución. Estas salas ofrecen también algunos pavimentos de mosaicos procedentes de Cartago, de Útica y de Thysdrus;

        e) Sala de los mosaicos cristianos. con estelas y bajorrelieves relacionados con la civilización líbico-púnica y objetos funerarios de época cristiana, como mosaicos sepulcrales y sarcófagos;

        f) Sala de Sousse, correspondiente a la antigua sala de actos del palacio del Bardo, debe su denominación a un gran mosaico procedente de la capital de Sahel,  Sousse, el antiguo Hadrumeto; contiene otros mosaicos célebres como el de Julius, procedente de Cartago;

        g) El museo árabe, ocupa todo el pequeño palacio y está consagrado a la civilización árabe-musulmana en dos grandes secciones: la de la Edad Media y otra de carácter etnográfico, relacionada con la vida diaria y la cultura de Túnez de la época moderna.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

Dirección:
Plaza del Museo, 19.
80135 Nápoles (Italia).
Tel.: (+039) 081 440 166.


El edificio que alberga el museo fue ordenado construir por el virrey de España, Pedro Girón, en 1585 para albergar su escudería. Fue modificado a principios del siglo XVII para adaptarlo a su nueva función: el Palazzo degli Studi, sede de la Universidad de Nápoles, que fue inaugurada en 1615.

   La Universidad fue trasladada en 1777 al Convento del Salvador y el Rey Fernando IV, encargó al arquitecto Ferdinando Fuga la remodelación del edificio para convertirlo en el Museo Borbónico y Biblioteca Real. Se sucedieron las modificaciones para ampliar el espacio para alojar las numerosas piezas y libros que se iban adquiriendo.

   A fines del siglo XVIII se trasladaron al edificio las colecciones de los Farnese de libros, antigüedades y cuadros desde el museo Capodimonte y se llenaron las salas con los hallazgos de Pompeya, Herculano y Stabiae. Hacia inicios del siglo XIX, el Real Museo Borbónico contenía ya multitud de obras de los Farnese y de las antigüedades de la zona vesubiana.

Sala del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
    A lo largo de esa centuria, el museo se nutrió con piezas procedentes de colecciones privadas y de las excavaciones de la zona de la Campania y del sur de Italia. Con la unificación italiana de 1860 el Real Museo Borbónico pasó a manos estatales y cambió su nombre por el de "Museo Nacional".

   Ya en el siglo XX, vio aumentado su espacio al transferirse la biblioteca al Palacio Real de Nápoles (1925) y la pinacoteca al Museo de Capodimonte (1957). Así pues, la colección que permaneció en el edificio consistía tan solo de obras de la antigüedad, convirtiéndose en el Museo Arqueológico actual.

   En los últimos años se ha llevado a cabo una restauración de la construcción que ha permitido a su vez, una reestructuración de la colección, ordenándola sistemáticamente. El museo se divide actualmente en cuatro plantas:

        a) Subterráneo, que incluye las colecciones egipcia y epigráfica;
        b) Planta Baja, que incluye la colección Farnese, la sala de exposiciones y la escultura de la Campania;
        c) Planta Intermedia, que acoge las colecciones de numismática y mosaicos, y las llamadas "Casa del Fauno" y "Gabinete Secreto";
        d) Primera Planta, se encuentran varias colecciones entre las que destacan las de los frescos de Pompeya.

   Entre las obras más destacadas del Museo de Nápoles se encuentra una copia romana en mármol, encontrada en Pompeya, del Doríforo de Policleto (hacia el 450 a.C.).

   El museo también es especialmente rico en escultura griega y romana de los diversos períodos, procedente tanto de las excavaciones en el sur de Italia como de las donaciones, siendo la más importante la de la colección Farnese. Así mismo también hay muchos objetos de la ocupación griega de Nápoles y de la etapa de la Magna Grecia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo Arqueológico Nacional de Atenas

Dirección:
Calle Patission, 44.
Atenas 10682.
Tel: (+30) 210 8217 717.

Fachada del Museo Arqueológico Nacional de Atenas. 
Este museo, que expone en sus vitrinas objetos pertenecientes a todas las culturas que florecieron en Grecia a lo largo de muchos de sus siglos de historia, dispone de una de las colecciones de arte más ricas y completas de Europa. Emplazado en uno de los más bellos edificios neoclásicos de la ciudad, el Museo ofrece una magnífica muestra de cerámica y artes decorativas griegas, además de numerosas esculturas, datadas desde la época neolítica hasta la ocupación romana. Finalmente, posee una pequeña aunque valiosa muestra de arte egipcio.

   Formando parte de su colección de artes menores, el Museo acoge una selección de utensilios cerámicos, la cual, a razón de su variedad y rareza, se encuentra entre las mejores del mundo. El centro alberga, del mismo modo, máscaras funerarias de oro macizo de Micenas, entre las cuales sobresale la atribuida a Agamenón; así como otros objetos realizados con metales preciosos, además de armas y piezas de arte suntuario helénicas.

Pelike de figuras rojas, pieza del 
Museo Arqueológico Nacional de Atenas. 

   Por otra parte, el visitante descubrirá una preciosa colección de estatuas, que rivalizan en belleza con los frescos de Santorini, también parte de la exposición del Museo. Las estatuas en exposición están fechadas desde el 800 a.C. hasta finales del 400 a.C. Cabe destacar la escultura representando la Victoria (Niké) que otrora ornamentaba el templo de Artemisa en Epidauro; amén de las excelentes esculturas del dios Poseidón de Artemision (siglo v a.C.), del Jinete con su montura (siglo 11 a.C.), y del Efebo de Antikythera (siglo IV a.C.).

   En sus inmediaciones, se halla el Museo Arqueológico del Pireo, que contiene gran cantidad de obras de arte griego de época arcaica. Son dignas de ser referidas las cinco estatuas de bronce que fueron descubiertas en el puerto del Pireo en 1959. De la misma manera, mencionaremos la única Kouros Apollo arcaica descubierta hasta el momento, así como la Piraeus Athena, dos preciosas estatuas de Artemis y una máscara trágica.

   El Museo Arqueológico Nacional de Atenas fue remodelado durante los dos años que precedieron a los Juegos Olímpicos del año 2004. Se construyeron 32 salas nuevas, añadiéndose con ello 4.000 m2 a los 20.000 m2 de los que disponía el centro. La modernización y modificación del edificio tuvo su paralelo en la ampliación de su fondo expositivo. Así, pudieron completarse varias colecciones, y cambiar los objetos de las vitrinas, acción que permitió sacar a la luz piezas de gran valor.

   El Museo, cuya construcción original empezó en 1866 y terminó veintitrés años más tarde, fue abierto gracias a las donaciones de varios particulares y asociaciones arqueológicas, así como del propio Estado griego. Fueron muchos los arquitectos que participaron en el proyecto durante el siglo XIX, aunque hay que destacar la aportación de Ludwig Lange, Panages Kalkos, Harmodios Vlachos y Ernst Ziller.

   Finalmente, G. Nomikos y Anastasias Metazas añadieron varias dependencias al conjunto, durante la década de los años treinta del siglo XX, otorgándole la forma exterior que posee en la actualidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La incidencia del arte pictórico

Se ha hecho hincapié en la influencia que ejercieron los maestros pintores en los temas de la escultura, sobre todo en los relieves, porque era mucho más fácil inventar un tipo en la composición plana que en la escultura, y más fácil asimismo trasladar la pintura a una imagen de poco relieve que a una obra de bulto completo con sus tres dimensiones.

Nada muestra tan claramente lo patético que podía ser el arte griego en esta época como un relieve de origen pictórico en que se representa la triste despedida de Orfeo y Eurídice. Hermes, que acompaña a los desventurados esposos en su viaje de regreso del Hades, asiste con el alma dolorida al terrible adiós. Los dos amantes se miran por última vez como si quisieran recoger con los ojos lo suficiente del ser querido para recordarlo.

Suplicante Barberini (Palacio Barberini, Roma). Esta escultura, antigua réplica de un original en mármol del siglo V a.C., resulta turbadora por el misterio de su actitud. Sucesivamente identificada con la Sibila de Delfos, Dido abandonada, Dánae recibiendo la lluvia de oro, parece que es una suplicante, figura funeraria original de las escuelas fidíacas. El patetismo y discreta sensualidad de su seno descubierto anuncian el nuevo espíritu de la estatuaria griega. La belleza del rostro, en el esplendor de su madurez, ilustra la hermosa frase de Quintiliano de que Fidias, "al traducir con su arte su alta idea de los dioses, enriqueció la religión tradicional". 

En la Stoá Poikilé o Pórtico Pintado de Atenas representó Polignoto, influyente maestro de la pintura, con grandes frescos los tres asuntos heroicos favoritos de esta época: el combate con los centauros, con las amazonas y con los persas.

La decoración de este pórtico fue la obra de toda la escuela de Polignoto. Del combate reñido con las amazonas se tienen algunas indicaciones por figuras que se copiaron y reprodujeron repetidamente en los vasos y aparecen también en colores en un sarcófago etrusco de Florencia. Otros frescos de Polignoto, en Platea, reproducían asuntos de la guerra de Troya, los cuales se copiaron bárbaramente en una tumba monumental de Lidia, que estaba decorada con grandes fajas de relieves. Estos sencillos relieves de la tumba de Giolbashi debían de repetir en su tosca ejecución las composiciones de los frescos de Polignoto. Al igual que los pintores etruscos del sarcófago de Florencia, los escultores semiasiá­ticos de Giolbashi debieron de tener también copias y dibujos del repertorio de los grandes frescos de Polignoto.

Nióbida agonizando (Museo Nacional Romano, Roma). Estatua en mármol del siglo V a.C. que procede de los Baños de Salustio en Roma.



El estilo de Polignoto puede imaginarse más por las descripciones y críticas de los filósofos, como Aristóteles, que por estas pobres copias de cerámica o escultura. Las figuras estaban en un solo plano, y las más lejanas tenían la misma magnitud que las del primer término; sólo unas curvas que querían indicar los accidentes del terreno tapaban las más lejanas hasta medio cuerpo. No había otra indicación del paisaje que algunos árboles, y la perspectiva y el claroscuro faltaban por completo; sus colores eran también los elementales, y los contornos estaban vivamente recortados con el perfil. Pero el valor de estas composiciones monumentales estribaba en la belleza, novedad y movimiento de cada uno de los personajes, y en la disposición y el arte, principalmente en los grupos maravillosos de los héroes, dibujados con una maestría que admiraban todavía los pintores y críticos de los siglos posteriores. Para aproximamos a imaginar lo que serían los frescos de Polignoto podemos valernos de una pintura de Mikón, discípulo de Polignoto, tal como se encuentra trasladada, empequeñecida y empobrecida en un vaso del Museo del Louvre. Representa un episodio del viaje de los Argonautas. Uno de los expedicionarios, el bellísimo efebo llamado Hylas, que iba en la compañía, ha sido seducido y raptado por Plutón; Hércules, que es el más dolorido por la pérdida, discute con sus compa ñeros el modo de rescatar a Hylas.

Orfeo, Eurídice y Hermes (Musée du Louvre, París). Relieve de una estela funeraria en mármol del siglo V a.C. En ella se ve a Orfeo despidiéndose de Eurídice bajo la mirada de Hermes. 
En las artes menores, la supremacía de Atenas resulta indiscutible durante el siglo de Pericles. El dictador hace alusión a este progreso industrial en uno de sus discursos, cuando habla de que las grandes obras por él emprendidas habían producido obreros capaces de trabajar el marfil, el oro, el ébano; carpinteros, albañiles, bordadores, etc. Los artistas superiores del tiempo de Pendes no desdeñan intervenir en el progreso de las artes industriales; así puede verse que por iniciativa del propio Polignoto la cerámica de Atenas alcanza en esta época su perfección de estilo y de técnica. Las escenas llenan todo el vientre del vaso o el fondo de la copa. Pero el gran progreso consiste ante todo en hacerlas destacar claramente sobre un fondo negro, mientras quedan las figuras blancas dibujadas con simples lí neas trazadas con finísimos pinceles.

 Peliké con el Rapto de Tetis por Peleo (Museo Británico, Londres). Hacia mediados del siglo V, los ceramistas áticos sustituyen la técnica de figuras negras sobre fondo rojo por un cambio inverso, llamado eritrográfico. En el rojo natural de la arcilla se siluetean los personajes sobre un fondo de barniz negro. Los detalles, antes grabados a buril, se dibujan mediante finas pinceladas. Más ágil que la anterior, la técnica de figuras rojas permitirá a los ceramistas áticos afirmar más aún su superioridad. Esta pieza es una obra maestra del nuevo estilo.



El traspaso del estilo de cerámica con figuras negras sobre fondo rojo al estilo de figuras rojas sobre fondo negro no se hace sin la resistencia de los aferrados a la tradición. Tenemos vasos -muchos de los cuales estaban firmados- pintados de los dos estilos: un lado con la gama antigua de colores y el otro con la gama nueva. Algunos pintores rezagados continúan decorando vasos con figuras negras, cuando sus contemporáneos han abandonado por completo aquella técnica. Como sucedió en la época anterior, a veces los temas reproducen los grandes monumentos de la pintura al fresco; otras, simples escenas de la vida ordinaria.

Lekitos (Museo Nacional de Atenas). Quizá la forma más elegante creada en los talleres áticos, sean estas piezas de cerá mica que se utilizaron para depositar ofrendas sobre las tumbas. En el fondo blanco de las vasijas se pintaban en vivos colores escenas alusivas a los difuntos y a sus deudos. 
El cambio de la técnica de figuras negras por la de figuras rojas representa un gran progreso; pero la gama simple del rojo y el negro no basta para satisfacer a los aficionados a la cerámica, los cuales en aquella época ven aparecer en los frescos de Polignoto los colores simples vivísimos. Esto es lo que determina la producción en Atenas de una cerámica especial colorida. Se empieza por esmaltar de blanco todo el vaso y después se pintan encima las figuras con los tonos simples, pero fuertes, de la paleta de Polignoto, que se componía del azul intenso, el carmín y el ocre. Estas bellas obras de cerámica nunca fueron de uso industrial o doméstico: se usaron tan sólo para regalos y principalmente como objetos votivos para las tumbas; adoptaban, por lo común, la forma de lekitos, esto es, de un jarro alargado cuyo grueso vientre cilíndrico se prestaba a pintar en él las figuras del difunto y de algunos de sus deudos, que llevan las ofrendas. Otros vasos eran objetos preciosos de tocador.

Fuente: Historia el Arte. Editorial Salvat.

La cerámica y otras artes

Mientras la escultura iba avanzando en la formación de los tipos, la pintura, más lentamente, iba también familiarizándose con la técnica. Por las descripciones, sobre todo las efectuadas por Pausanias, se comprende que los frescos monumentales de esta época debían de formar fajas superpuestas con las escenas de los temas que también se encuentran asimismo en la estatuaria: combates con gigantes o amazonas, guerra de Troya, trabajos de Hércules, etc. Aparecen también en los vasos pintados del mismo período, divididos en zonas horizontales con escenas; así estaba decorada con infinidad de asuntos una caja de marfil con relieves que Pausanias vio en Olimpia y describe prolijamente. La pared está dividida ingenuamente en zonas, con los asuntos sin interrupción unos a continuación de otros. Los fondos de las paredes eran claros, y las figuras destacaban por oscuro.

Ánfora de Exequias (Museo Británico, Londres) El ceramista ha captado el momento psicológicamente más dramático del combate entre Aquiles y Pentesilea, reina de las amazonas. El patético enlace entre ambas figuras hace recordar la leyenda, algo más tardía, del amor que surge inopinadamente entre los dos contendientes en el momento extremo de la lucha. Los personajes expresan con su actitud la trágica disyuntiva; pero Pentesilea morirá bajo el hierro de Aquiles, porque el destino tiene que cumplirse.



La cerámica griega de los siglos VI y V a.C. da idea de cómo serían las composiciones pictóricas de esta época; su color es siempre el del fondo, terroso, y se siluetan las figuras con esmalte negro. Una serie de sarcófagos de tierra cocida pintada, descubiertos en Clazomene, muestran algo de la gama o tonalidades que podían usar los pintores de frescos, porque en ellos la decoración no se reduce al negro y rojo, como en la cerámica, sino que algunas figuras son de color. Dan idea de la especial belleza que se podía obtener en los frescos de siluetas oscuras algunas estelas de colores claros, con manchas uniformes, que tienen acaso mayor interés que otras obras más perfectas.

Vaso François del alfarero Ergótino el pintor Clitias (Museo de Florencia). A la primera época melanográfica de la cerámica ateniense - figuras negras sobre fondo rojo- pertenece esta célebre pieza datada hacia el año 570 a.C., hallada por Alejandro François en Toscana, muy fragmentada. Es una crátera de casi dos metros de diámetro. Doscientas figuras, divididas en seis fajas, la cubren en apretadas filas y ciento cuarenta y tres inscripciones identifican monstruos, animales y personajes, entre ellos a sus autores. En 1900 lo hizo añicos un guardián enloquecido, en el Museo de Florencia, donde sigue de nuevo remendado.



En los vasos es muy ingeniosa la manera de expresar el sexo femenino de las figuras, pintando las carnes de esmalte blanco. Pero todo lo que es decoración, se destaca del color de tierra del fondo con un simple barniz negro. Los pliegues y detalles de la forma se marcan con buril. Son conocidos algunos nombres de pintores, ya de esta época arcaica, que firmaban sus vasos, como Exekias, Nearcas, Clitias y otros. En el vaso François, hallado en Chiusi, en la Italia Central, y al que se ha dado el nombre de su restaurador, Alejandro François, la firma del pintor Clitias aparece junto con la del alfarero Ergótimo. Ambos, pintor y alfarero, debían de formar una compañía cuyos vasos, como se ve, se exportaban hasta Etruria.

Ánfora con lucha de Hércules y Apolo (Musée du Louvre). Cerámica de figuras negras que se remonta al siglo v a.C., donde aparece la legendaria lucha entre el héroe y el dios, escena que permite reconstruir los mitos del mundo griego.
Las pinturas de los vasos griegos han conservado mucha información de la vida griega. Algunas escenas que decoran la panza de los vasos son verdaderas ilustraciones de leyendas heroicas; otras reproducen en escala menor grandes frescos hoy desaparecidos; unos vasos tienen alusiones a personajes históricos -pues fueron dedicados con una inscripción-; otros proporcionan casi una discreta visión de lo que ocurría en el interior del gineceo al vestirse o bañarse las muchachas, o permiten seguirlas camino de la fuente, cuando iban a ella con ánforas a buscar el agua con que tenía que lavarse la desposada. Muchas de estas vasijas están decoradas con asuntos atléticos.

Ánfora panatenaica (Museo Británico, Londres). Detalle de la pintura que muestra una cuadriga corriendo una carrera. El ritmo alineado de las patas de los caballos y la figura del cochero sobre las riendas dan una imagen de hermoso dinamismo.
La orfebrería griega de este período no permite adivinar una uniformidad de estilo, a juzgar por los ejemplares de joyas que han llegado hasta hoy. En cuanto a las labores de repujado metálico se cuenta, desde la fecha de su descubrimiento en 1953, con un ejemplar de importancia extraordinaria. Se trata de una gran crátera de bronce que fue hallada en el pueblo francés de Vix, a cinco kilómetros de Chatillon-sur-Seine (departamento de Cote d'Or), en el ajuar contenido en la sepultura de una princesa celta. Es un gran vaso de bronce repujado y con adornos cincelados de factura ática. Mide metro y medio de altura y se asienta sobre un elegante pie y tanto por la forma de éste como por la de sus dos verticales asas, recuerda la crátera cerámica llamada. En el friso que corre alrededor de su cuello (aproximadamente 15 centímetros de alto), hay una delicadísima figuración que representa un desfile de guerreros áticos en carros y a pie.

 Crátera de bronce (Museo Arqueológico, Chatillon-sur-Seine). Fechada hacia el año 500 a.C., esta pieza muestra una decoración en el cuello con cuadrigas y guerreros, y las asas con volutas que sobresalen del borde.



Es una pieza de hacia el año 500 a.C., y su tapadera consiste en una especie de brasero de dos asas con un omphalos central coronado por una figurita femenina recubierta con manto, y de factura muy arcaizante, si no es etrusca.

La dependencia en esta época entre las formas de los objetos de platería con respecto a las de cerámica queda plenamente confirmada gracias a este objeto, que demuestra la expansión que habían alcanzado entonces estas obras griegas por todos los países del Occidente de Europa.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

El arte griego arcaico

Este capítulo recorre la historia del arte griego, a la que ha establecido como origen aproximado el año 1000 a. C., cuando se produce la invasión por parte de los dorios y se inicia un cambio de mentalidad en los habitantes de lo que será Grecia, que comienzan a dejar atrás las brumas de la concepción mitológica del mundo por la diáfana razón.

Koré con jítón y manto
(Museo de la Acrópolis,
Atenas). 
Este proceso mental y las tensiones entre dóricos y jónicos tendrán una poderosa influencia en el devenir del arte griego -muy influenciado por la prestigiosa cultura micénica-, que en esta época que se ha convenido en denominar arcaica deja algunas de sus manifestaciones más bellas. Es el caso de las espléndidas esculturas de figuras, la masculina, llamada kuros (kúroi, en plural) y la femenina, llamada koré (kórai, en plural), obras idealizadas en las que se descubren las normas y valores de la sociedad griega de ese tiempo, que sólo permitía que tuvieran un retrato los dioses o los héroes, aunque esta ley no siempre se respetaba y para muchos mortales era posible disponer de esos retratos que les acercaban a su ilusión de inmortalidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Del arte prehelénico al arte griego

La civilización griega es la primera de las grandes culturas que han florecido sobre suelo europeo, la que generó unas formas de vida y de pensamiento de las que, siquiera remotamente, el hombre de la actualidad todavía participa y que, al haberse proyectado más allá de sus propios límites, constituye la fuente de lo que se ha dado en llamar "clasicismo", ese punto de referencia al que la historia del mundo occidental suele regresar periódicamente para reencontrarse con sus orígenes.

Altar de Hera en el Heraion de Samos. En este templo de la isla de Samos se adoraba a Hera, diosa de los matrimonios y los nacimientos. El altar estaba en el centro de un recinto rodeado por ocho columnas de lado a lado y veintiuna a lo largo. Fue construido hacia el año 540 a.C. como el primer templo jónico gigantesco, pero fue destruido por un terremoto. 
Es evidente que la civilización griega es fruto de la interacción de múltiples factores y de estímulos diversos, que condicionan su desarrollo. No obstante, a partir de estas circunstancias se generaron en Grecia unas actitudes y unas formas de vida que constituyen lo más genuino de sus esencias y que permiten distinguir su civilización de las que la precedieron y de las que con ella convivieron.

La referencia al hombre como medida de todas las cosas y la confianza en la libertad que se desprende del reconocimiento de su condición de ser racional, son valores que pueden percibirse tras cualquiera de las manifestaciones de la cultura griega, ya sean de índole intelectual o material, incluyendo entre estas últimas la arquitectura y las artes plásticas.

Seguramente hay que buscar en el ambiente, el paisaje o las características geográficas del mundo griego una de las razones que permiten explicar esta manera de ser y de hacer. La diversidad geográfica, la presencia del mar, la dispersión de la población, etc., imponen unas condiciones de vida poco uniformes, al mismo tiempo que, para garantizar la subsistencia, obligan al mutuo intercambio y, por consiguiente, favorecen la existencia de unos intereses compartidos que, en situaciones extremas, como ante el enemigo exterior, hubo que defender mediante la unión de todos los griegos.

También hay, no obstante, unas razones históricas que pueden intuirse a través del fondo de verdad que subyace siempre tras cualquier interpretación mitológica y que, en la actualidad, han sido esclarecedoramente iluminadas merced al progreso de la ciencia histórica y de la arqueología.

Es sabido que la mitología griega alude constantemente al mundo minoico, evidenciando que los griegos antiguos se sentían ligados a él como a un remoto antepasado. Hoy se sabe que la cultura cretense se extendió por las islas circundantes y se implantó en la Grecia continental y en otros puntos del mar Mediterráneo. La cultura micénica es en buena parte deudora de la civilización cretense o minoica, especialmente por lo que respecta a la plástica. En ella se vivieron las circunstancias y los personajes que dieron lugar a la epopeya homérica, que para los griegos antiguos estaba más cerca del mito que de la historia.

Santuario de Artemisa Orthia, en Esparta. Vista parcial de las ruinas del santuario dedicado a esta diosa de los espartanos que regía la fertilidad, la caza y la guerra. El templo data del siglo VI a.C. y estaba construido sobre otro más antiguo del siglo VIII a.C. 
El momento que realmente marca el inicio de la historia griega propiamente dicha, la frontera entre un mundo de dioses y de héroes y un mundo de humanos, cabe situarlo alrededor del año 1000 antes de Cristo, cuanto se registra lo que se ha dado en llamar la invasión doria. La civilización micénica llega bruscamente a su fin y a partir de entonces la historia recomienza. A lo largo de tres siglos se asienta progresivamente un nuevo sustrato humano y cultural que sustituye la cultura del bronce por la del hierro y que deja atrás las formas naturalistas y ondulantes que caracterizaron la civilización micé­nica, desarrollando otras muy diferentes, caracterizadas por la tendencia a la esquematización geomé­trica y a la rigidez.

Precisamente, los mismos griegos empezaban a calcular su historia a partir de la fecha de la primera Olimpiada, esto es, el año 776 antes de Cristo. Así pues, es a partir de este nuevo sustrato cultural aportado por los dorios cuando se puede dar comienzo a la historia del arte griego propiamente dicho, cuya primera etapa es el período que se ha dado en llamar geométrico.

Templo de Apolo en Selinonte (Sicilia). Construido hacia el año 530 d.C., este templo dórico es el mejor conservado de los levantados en la región y sus ruinas son las mejor conservadas. Las sucesivas fases del templo griego son el resultado de una evolución natural. El megarón primitivo se convierte en la cella de llissos, abrigado por un pórtico de cuatro columnas. Más tarde se alarga la cella -templos de Assos y Selinonte y nace en torno a ella una columnata lateral protectora de lluvias. 
Hay que tener en cuenta, no obstante, que la ocupación del país por los dorios no fue uniforme ni completa y que persistió el recuerdo de lo que la había precedido, quedando fijado en forma de relato mitológico y literario, del mismo modo que, a lo largo de gran parte de la historia griega, se mantendría un claro dualismo entre dorios y jonios, los cuales serían los herederos de los pobladores primitivos de la Grecia prehelénica que, expulsados de sus acrópolis fortificadas, tuvieron que emigrar al Asia y a las islas vecinas. Así, las poblaciones griegas de Asia y de las islas tuvieron siempre una particular disposición para la belleza, que era distinta y más acomodada a las tradiciones prehelénicas que la que manifestaron las razas dorias puras de la Grecia continental.

Prestando atención ahora al proceso evolutivo seguido por el arte griego después de la invasión doria, puede verse que en lo arquitectónico desaparecen por de pronto las grandes acrópolis amuralladas que caracterizaron la civilización micénica.

Templo de Apolo en Corinto. Perteneciente al orden dórico, fue construido en el siglo VI a.C. Su imagen desprende una impresión de arcaísmo acentuado por las robustas columnas, muy próximas entre sí. 
Es posible pensar que a las acrópolis micénicas abandonadas continuarían acudiendo las gentes, movidas por la piedad que inspiraba el antiguo culto localizado en cada una de ellas. Tanto en los palacios de Creta como en los del continente existía un gran patio central y que en éste había un altar, aproximadamente delante del megarón, o sala para las reuniones, que daba también a este patio. Cuando Micenas, Esparta y Tirinto quedaron abandonadas, las gentes de la ciudad baja utilizaron para las ceremonias del culto el megarón

Esto denota ya un cambio, por cuanto el culto prehelénico utilizaba símbolos como el hacha y el pilar. Al llegar los dorios, el principio femenino, que parece ser la divinidad simbolizada por el hacha, se manifestó en forma humana, y recibió un primitivo culto a Hera, de la que pronto debían hacerse todo género de representaciones plásticas. Además de estas figurillas de tierra cocida, los arqueólogos italianos encontraron en la isla de Creta una imagen primitiva de una divinidad sentada encima de un basamento con leones: se diría que era la personificación con figura humana de la Dama de los Leones, que antes había sido simbolizada por una simple columna. Entre los griegos era tradicional que el más antiguo templo de su patria fuese el dedicado a Hera, en Argos; y en Olimpia, el templo más viejo era, no el del señor del Olimpo, que al principio se satisfacía con un solo altar, sino el de su consorte Hera. Otros santuarios venerados de la primitiva Grecia estaban dedicados también a una divinidad femenina.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Orígenes y evolución del templo griego

Sin duda alguna, el afortunado modelo del templo griego evolucionó del megarón prehelénico. Al humanizar la divinidad, tenía que adjudicársele habitación humana, y nada más natural que se le concediera el megarón del palacio, el lugar principal de la vida colectiva. Las excavaciones efectuadas en la planta del megarón de Tirinto han puesto de manifiesto el origen de los más antiguos templos griegos. El culto, pues, debió de comenzar en el megarón, la sala principal del palacio. Cuando más tarde cayó en ruinas la vieja construcción del alcázar, sobre el emplazamiento mismo del megarón se edificó un pequeño templo cuyos restos, superpuestos al megarón, pueden verse en las ruinas.

Heraion de Argos, en el Peloponeso. Vista parcial de las ruinas de los cimientos del templo clásico dedicado a Hera, que data del siglo V a.C. 
Todavía el lugar más importante debió de ser el altar, respetuosamente conservado en el mismo sitio, fuera en el patio, como en la época prehelénica; por esto, la base de la estatua estaba a un lado para que formara línea recta con la puerta y el altar. Desde allí, la diosa podía presidir los sacrificios que se hacían fuera, en el altar del patio.

Más tarde el templo del megarón de Tirinto hubo de reconstruirse totalmente en la propia acrópolis, y de este segundo templo se conserva todavía un capitel, que es uno de los más antiguos del llamado estilo dórico. Al fin los devotos llegaron a cansarse de subir al viejo santuario, en lo alto de la colina del alcázar deshabitado, y el culto se trasladó al llano, en la vecina ciudad de Argos, que había heredado de Micenas su carácter de capital de la región.

Templo de Poseidón en el cabo Sunion. Construido hacia el año 440 a.C., siguiendo el orden dórico, es de planta períptera. El friso en mármol con escenas de la gigantomaquia y el arquitrabe de influencia jónica documentan una clara evolución y hacen pensar en un artista abierto a las corrientes jónicas. 
Otro ejemplo patente de esta sucesión del culto en los santuarios griegos es la que ofrece la Acrópolis de Atenas, que, habiendo sido en primera instancia una fortaleza prehelénica en los tiempos legendarios de Erecteo y Enomao, vio levantarse luego en su plataforma un primer templo arcaico, después el llamado Hecatompedón y por último el Partenón, construido en el siglo V antes de la era cristiana.

El megarón prehelénico sufrió, sin embargo, grandes transformaciones, las cuales acabaron por hacerle apenas reconocible. La planta siguió conservando su cella, o naos, así como la antesala, o pronaos, que tenía también el megarón; mas pronto apareció un tercer elemento posterior, una cámara que se hallaba detrás de la cella y se designaba con el nombre de opistódomos. Por último, el megarón se veía englobado dentro de un palacio que contaba muchas dependencias; no tenía más que una fachada, que daba al patio, pero al quedar el templo aislado, era natural que se decorara con otra hilera de columnas detrás del edificio y hasta con un pórtico o galería cubierta que daba la vuelta a las cuatro fachadas.

Templo de Hera en Olimpia. Fechado en el siglo VII a.C. éste es el templo más antiguo de Olimpia. La vida se hace más compleja y el templo refleja esa complejidad. La cella se divide en tres naves, el estilóbato multiplica sus peldaños y sobre ellos se alzan asombrosos bosques de columnas. 
Algunas veces, el templo carecía de esta columnata exterior, y entonces se le ha llamado, en latín, in antis, porque en sus fachadas se veían únicamente las dos columnas del pronaos, lo mismo que en el megarón prehelénico. Los dos muros de la cella terminaban en dos estrechas fajas de piedra, llamadas antas. Otras veces, la columnata decoraba tan sólo las dos fachadas principales con cuatro columnas, y el templo se llamaba entonces tetrástilo; cuando la columnata corría también por las fachadas laterales, había en las dos fachadas principales seis columnas.


Los templos dóricos de la Magna Grecia, conservaron por más tiempo los caracteres arcaicos. Los dos de Paestum, el de Hera I, llamado "La Basílica" (hacia 550 aC.), y el de Hera II o de Poseidón (hacia 450 a.C.), ambos construidos en piedra calcárea, aparecen palpitantes de color, severos y elegantes en sus proporciones. En Hera II, el éntasis se atenúa, mientras las columnas responden a los cánones: seis en la fachada, catorce en los laterales. Hera I presenta una curiosa anomalía: columnas impares en las fachadas -nueve- y pares -dieciocho- en los laterales. 
A veces, la forma in antis, que es la más simple y la más parecida al megarón prehelénico, indica antigüedad. Así, por ejemplo, era in antis un templo primitivo de la Acrópolis de Atenas, del que se han encontrado los cimientos; pero más tarde se le rodeó de una hilera de columnas, con lo cual se convirtió en templo hexástilo. También demuestra la antigüedad de un templo el diámetro de sus columnas, más gruesas y menos separadas en los edificios más antiguos y que con el tiempo van distanciándose y alargándose. Basta comparar las reproducciones que publicadas, acompañando el texto, de los restos de los templos de Corinto y de Sunion para advertir la diferencia de diámetro y separación de las columnas entre un templo del siglo VI y otro de fines del siglo V antes de Cristo.

Otra señal de antigüedad en la planta de un templo griego es la longitud de la cella, que aparece larga y estrecha en los edificios primitivos, porque de esta manera era más fácil de cubrir con vigas transversales. A veces, la cella está dividida en dos naves por una fila central de columnas, y cuando ya es más ancha, una hilera de columnas a cada lado divide el espacio interior del templo en tres naves, con la particularidad de que a veces las laterales son de dos pisos. Un templo así, con tres naves, era ya el de Hera, en Olimpia; pero acaso el mejor conservado sea el de Paestum, en la Italia meridional.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los órdenes arquitectónicos: el dórico

Ahora que se tiene alguna idea de la disposición general de la planta y aspecto exterior del templo griego, se pasará a estudiar sus diferentes tipos o estilos, que se llaman órdenes porque se repiten en todos sus detalles con cierto orden canónico. Uno es el orden dórico, preferido por los griegos del continente; otro el orden jónico, adoptado preferentemente por los griegos de Asia. Más tarde apareció un tercer estilo, el orden corintio, que tan sólo se diferencia del jónico por la forma del capitel. En los dos primeros fueron construidos todos los grandes edificios nacionales de Grecia.

Capitel de "La Basílica" de Paestum. El templo griego primitivo sólo utilizó la piedra en los basamentos del edificio, el resto era de madera. El orden dórico se limitó a reproducir en piedra el antiguo templo de madera. La columna acanalada se apoya directamente en el estilóbato, y el capitel, compuesto de equino y ábaco, sostiene el arquitrabe. 



En primer lugar se analizará el orden dórico. En este orden el edificio se levanta sobre un basamento que se llama estilóbato. Se sube a él por medio de una escalinata que a veces tiene los peldaños excesivamente altos y para llegar al nivel del templo ha habido necesidad de duplicar el número de estos peldaños o de formar una rampa en el centro de la fachada. Sobre el estilóbato se levantan las columnas del pórtico, sin basa de ningún género y a canaladas, con dieciséis o veinte estrías verticales que se cortan en arista aguda. Estas aristas terminan en lo alto en una serie de ranuras que forman lo que se  llama collarino, y encima se apoya el capitel cuya forma es harto característica: una simple moldura convexa, llamada equino, como un almohadón, que recibe el peso de las partes superiores del edificio y lo transmite al soporte vertical. La forma del equino cambia según las épocas: aplanado en un principio, después se va elevando graciosamente. La columna también es más gruesa y baja en los templos primitivos; con el tiempo fue haciéndose más esbelta y se aumentó en ella el número de estrías. Es curiosísima la enseñanza que da el ya citado viejo templo de Hera, en Olimpia; en un principio fue construido con columnas de madera, que luego iban substituyéndose por columnas de piedra a medida que la acción del tiempo las destruía. Pues bien, estas columnas de diferentes épocas del templo de Hera son también de distinta anchura y su capitel de diversa forma, y así resulta que aquel templo es un verdadero muestrario arqueológico de columnas.

Capiteles dóricos del templo de Zeus, en Olimpia. Entre las ruinas de este templo, construido hacia el año 465 a.C. por Liban de Elis, se encontraron estos capiteles de las columnas destruidas. 
Encima de las columnas se apoya la faja horizontal llamada entablamento. En un principio era también de madera; una primera viga horizontal corría a lo largo de las columnas, otras vigas atravesadas cubrían el pórtico, y encima se apoyaban las piezas inclinadas que sostenían el tejado. Estos tres elementos se mantienen en el templo construido de piedra. La viga horizontal se convierte en uno o dos bloques pareados de piedra que van de columna a columna, sin decoración, formando una zona lisa en el orden dórico, que se llama arquitrabe. Encima se extiende una faja llamada friso, dividida en recuadros, decorados la mitad con estrías verticales que vienen a recordar las cabezas de las vigas de madera del pórtico y se llaman triglifos. Los otros recuadros, en el templo de madera, debían de quedar abiertos; por allí se escapa un personaje de una comedia de Eurípides, pero más tarde se cerraron también con bloques cuadrados, pintados o esculpidos, llamados metopas. Esta alternancia de triglifos y metopas en el friso es una de las cosas más características del orden dórico. Encima del friso avanza la cornisa, para defender de la lluvia las partes inferiores; el agua del tejado queda retenida por un cimacio. La cornisa dórica, con su sombra, señala una gran línea horizontal en lo alto de la fachada. En conjunto, la decoración escultórica se reduce sólo a las metopas; todo lo demás no tiene más pretensiones de belleza que la que resulta de la disposición ordenada de sus partes.

Columnas dóricas del templo de Hera, en Olimpia. Vista parcial de las ruinas del Heraion construido hacia el siglo VIl a.C. 

El templo estaba cubierto por medio de vigas apareadas, y cuando el ancho de la cella era demasiado grande, estas vigas tenían otra horizontal que las unía formando tirante. Encima de las vigas descansaban directamente las tejas, que eran de barro cocido en un principio y más tarde se labraron de mármol; las había de dos modelos diferentes, a saber: unas planas, formando canal, y otras en forma de cobija, para cubrir los intersticios entre teja y teja. En las dos fachadas principales del templo, el tejado marca la doble pendiente, donde queda un triángulo que se llama frontón, el cual acostumbra también decorarse con variedad de esculturas. Los frontones tienen más o menos pendiente, según las épocas, y sus tres ángulos están decorados con varias piezas de mármol esculpido o de cerámica llamadas acroteras. En un principio, las acroteras fueron simples, como unas de formas geométricas y cerámica que remataban el frontón poco inclinado del templo de Hera en Olimpia; más tarde ofrecen gran variedad de formas, y es frecuente que ostenten dos figurillas femeninas. Las acroteras de los ángulos solían tener forma de grifos o de pequeñas victorias.

Triglifos y metopas del Tesoro de los Atenienses, en Delfos. En la fachada este de este pequeño templo, construido hacia el año 490 a.C., hay un friso donde alternan triglifos y metopas -traducción de las cabezas de viga y espacios vacíos entre ellas; sobre el friso corre la cornisa a doble vertiente, que encuadra el frontón triangular. 

Hoy no se tiene ninguna duda de que al principio el templo dórico debía ser de ladrillo en sus paredes y de madera en sus partes superiores. Al hacerse la excavación del ya citado antiquísimo templo de Hera, en Olimpia, no se encontró una sola piedra que se pueda creer que perteneciese a un entablamento; a partir de los capiteles de las columnas, debía de comenzar seguramente una estructura más ligera, a base de madera y cerámica.

Como todos los templos griegos han llegado con la cella destechada, ha interesado mucho la forma de iluminación del santuario. Mucho se ha hablado también de ventanas altas o de una línea de aberturas que levantaran la cubierta de la nave central, pero todos estos recursos ingeniosos de la arquitectura no tienen ninguna verosimilitud; lo más probable es que, o bien tuvieran la cella abierta a la manera de un patio -y así eran realmente los templos muy grandes, en los que no había manera de salvar con vigas la anchura de la cella-, o bien fueran completamente cerrados, y entonces no recibiría más luz el santuario que la que entraba por la puerta; estos últimos eran los más numerosos. El templo griego tenía una cella semioscura, llena de exvotos, y en el fondo se levantaba la estatua o simulacro de la divinidad. Los devotos raramente tenían acceso al interior del santuario; era habitación o sagrario y no lugar de ceremonias y ritos del culto público.

Templo de Cástor y Pólux, en Agrigento (Sicilia). El templo dedicado a estas divinidades, llamadas también los Dioscuros, es de estilo dórico y sus restos son muy escasos: algunas columnas acanaladas sobre el estilóbato. Pero junto al templo hay vestigios de altares, redondo uno y cuadrangular el otro, ceñidos por un muro dentro del cual se han hallado numerosas figurillas votivas, lo que confirma un culto arcaico al aire libre. 
Los sacrificios se celebraban en el exterior, junto a un altar, enfrente de la puerta. Todos los templos griegos tenían este altar que ha desaparecido en la mayor parte de los casos.

El templo estaba siempre policromado tanto en el exterior cuanto en el interior. A partir del siglo V a.C., los templos se hicieron en general de mármol; pero aun entonces se estucaban con una capa finí­ sima de cal y mármol a fin de disimular las juntas, y por tradición se aplicaba el color para hacer resaltar los elementos constructivos.

Templo de la Concordia, en Agrigento (Sicilia). Erguido sobre un estilóbato de cuatro gradas, traduce maravillosamente el ideal de maciza gravedad y el carácter cerrado del orden dórico. La línea recta predomina; verticales y horizontales se armonizan y contrapesan en un equilibrio perfecto. Es ésta la característica esencial del templo dórico: la búsqueda del contraste violento y la yuxtaposición de elementos verticales (columnas y triglifos) a los horizontales (graderío y arquitrabe). El frontón triangular, con sus líneas oblicuas, impide que la horizontalidad establecida por las hileras de columnas, el arquitrabe y el friso aplaste la verticalidad del conjunto. El templo dórico se convierte así en un cosmos cerrado, cortado del mundo exterior por su propio equilibrio e interna mesura.
Así, del capitel sólo se pintaba el rojo del collarino. El arquitrabe estaba casi siempre libre de policromía, el listel era azul y los triglifos siempre azules con sus estrías negras; el fondo de las metopas también pintado, y lo mismo ciertos elementos de la cornisa, con palmetas y grecas combinadas. Las acroteras eran también de vivos colores, y el fondo del frontón se pintaba de negro o rojo. En el interior de la cella, la decoración policroma debía de estar principalmente en el friso y en el techo, para esconder las vigas de la cubierta, dispuestas de una manera en extremo pobre.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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