Punto al Arte: Los órdenes arquitectónicos: el dórico

Los órdenes arquitectónicos: el dórico

Ahora que se tiene alguna idea de la disposición general de la planta y aspecto exterior del templo griego, se pasará a estudiar sus diferentes tipos o estilos, que se llaman órdenes porque se repiten en todos sus detalles con cierto orden canónico. Uno es el orden dórico, preferido por los griegos del continente; otro el orden jónico, adoptado preferentemente por los griegos de Asia. Más tarde apareció un tercer estilo, el orden corintio, que tan sólo se diferencia del jónico por la forma del capitel. En los dos primeros fueron construidos todos los grandes edificios nacionales de Grecia.

Capitel de "La Basílica" de Paestum. El templo griego primitivo sólo utilizó la piedra en los basamentos del edificio, el resto era de madera. El orden dórico se limitó a reproducir en piedra el antiguo templo de madera. La columna acanalada se apoya directamente en el estilóbato, y el capitel, compuesto de equino y ábaco, sostiene el arquitrabe. 



En primer lugar se analizará el orden dórico. En este orden el edificio se levanta sobre un basamento que se llama estilóbato. Se sube a él por medio de una escalinata que a veces tiene los peldaños excesivamente altos y para llegar al nivel del templo ha habido necesidad de duplicar el número de estos peldaños o de formar una rampa en el centro de la fachada. Sobre el estilóbato se levantan las columnas del pórtico, sin basa de ningún género y a canaladas, con dieciséis o veinte estrías verticales que se cortan en arista aguda. Estas aristas terminan en lo alto en una serie de ranuras que forman lo que se  llama collarino, y encima se apoya el capitel cuya forma es harto característica: una simple moldura convexa, llamada equino, como un almohadón, que recibe el peso de las partes superiores del edificio y lo transmite al soporte vertical. La forma del equino cambia según las épocas: aplanado en un principio, después se va elevando graciosamente. La columna también es más gruesa y baja en los templos primitivos; con el tiempo fue haciéndose más esbelta y se aumentó en ella el número de estrías. Es curiosísima la enseñanza que da el ya citado viejo templo de Hera, en Olimpia; en un principio fue construido con columnas de madera, que luego iban substituyéndose por columnas de piedra a medida que la acción del tiempo las destruía. Pues bien, estas columnas de diferentes épocas del templo de Hera son también de distinta anchura y su capitel de diversa forma, y así resulta que aquel templo es un verdadero muestrario arqueológico de columnas.

Capiteles dóricos del templo de Zeus, en Olimpia. Entre las ruinas de este templo, construido hacia el año 465 a.C. por Liban de Elis, se encontraron estos capiteles de las columnas destruidas. 
Encima de las columnas se apoya la faja horizontal llamada entablamento. En un principio era también de madera; una primera viga horizontal corría a lo largo de las columnas, otras vigas atravesadas cubrían el pórtico, y encima se apoyaban las piezas inclinadas que sostenían el tejado. Estos tres elementos se mantienen en el templo construido de piedra. La viga horizontal se convierte en uno o dos bloques pareados de piedra que van de columna a columna, sin decoración, formando una zona lisa en el orden dórico, que se llama arquitrabe. Encima se extiende una faja llamada friso, dividida en recuadros, decorados la mitad con estrías verticales que vienen a recordar las cabezas de las vigas de madera del pórtico y se llaman triglifos. Los otros recuadros, en el templo de madera, debían de quedar abiertos; por allí se escapa un personaje de una comedia de Eurípides, pero más tarde se cerraron también con bloques cuadrados, pintados o esculpidos, llamados metopas. Esta alternancia de triglifos y metopas en el friso es una de las cosas más características del orden dórico. Encima del friso avanza la cornisa, para defender de la lluvia las partes inferiores; el agua del tejado queda retenida por un cimacio. La cornisa dórica, con su sombra, señala una gran línea horizontal en lo alto de la fachada. En conjunto, la decoración escultórica se reduce sólo a las metopas; todo lo demás no tiene más pretensiones de belleza que la que resulta de la disposición ordenada de sus partes.

Columnas dóricas del templo de Hera, en Olimpia. Vista parcial de las ruinas del Heraion construido hacia el siglo VIl a.C. 

El templo estaba cubierto por medio de vigas apareadas, y cuando el ancho de la cella era demasiado grande, estas vigas tenían otra horizontal que las unía formando tirante. Encima de las vigas descansaban directamente las tejas, que eran de barro cocido en un principio y más tarde se labraron de mármol; las había de dos modelos diferentes, a saber: unas planas, formando canal, y otras en forma de cobija, para cubrir los intersticios entre teja y teja. En las dos fachadas principales del templo, el tejado marca la doble pendiente, donde queda un triángulo que se llama frontón, el cual acostumbra también decorarse con variedad de esculturas. Los frontones tienen más o menos pendiente, según las épocas, y sus tres ángulos están decorados con varias piezas de mármol esculpido o de cerámica llamadas acroteras. En un principio, las acroteras fueron simples, como unas de formas geométricas y cerámica que remataban el frontón poco inclinado del templo de Hera en Olimpia; más tarde ofrecen gran variedad de formas, y es frecuente que ostenten dos figurillas femeninas. Las acroteras de los ángulos solían tener forma de grifos o de pequeñas victorias.

Triglifos y metopas del Tesoro de los Atenienses, en Delfos. En la fachada este de este pequeño templo, construido hacia el año 490 a.C., hay un friso donde alternan triglifos y metopas -traducción de las cabezas de viga y espacios vacíos entre ellas; sobre el friso corre la cornisa a doble vertiente, que encuadra el frontón triangular. 

Hoy no se tiene ninguna duda de que al principio el templo dórico debía ser de ladrillo en sus paredes y de madera en sus partes superiores. Al hacerse la excavación del ya citado antiquísimo templo de Hera, en Olimpia, no se encontró una sola piedra que se pueda creer que perteneciese a un entablamento; a partir de los capiteles de las columnas, debía de comenzar seguramente una estructura más ligera, a base de madera y cerámica.

Como todos los templos griegos han llegado con la cella destechada, ha interesado mucho la forma de iluminación del santuario. Mucho se ha hablado también de ventanas altas o de una línea de aberturas que levantaran la cubierta de la nave central, pero todos estos recursos ingeniosos de la arquitectura no tienen ninguna verosimilitud; lo más probable es que, o bien tuvieran la cella abierta a la manera de un patio -y así eran realmente los templos muy grandes, en los que no había manera de salvar con vigas la anchura de la cella-, o bien fueran completamente cerrados, y entonces no recibiría más luz el santuario que la que entraba por la puerta; estos últimos eran los más numerosos. El templo griego tenía una cella semioscura, llena de exvotos, y en el fondo se levantaba la estatua o simulacro de la divinidad. Los devotos raramente tenían acceso al interior del santuario; era habitación o sagrario y no lugar de ceremonias y ritos del culto público.

Templo de Cástor y Pólux, en Agrigento (Sicilia). El templo dedicado a estas divinidades, llamadas también los Dioscuros, es de estilo dórico y sus restos son muy escasos: algunas columnas acanaladas sobre el estilóbato. Pero junto al templo hay vestigios de altares, redondo uno y cuadrangular el otro, ceñidos por un muro dentro del cual se han hallado numerosas figurillas votivas, lo que confirma un culto arcaico al aire libre. 
Los sacrificios se celebraban en el exterior, junto a un altar, enfrente de la puerta. Todos los templos griegos tenían este altar que ha desaparecido en la mayor parte de los casos.

El templo estaba siempre policromado tanto en el exterior cuanto en el interior. A partir del siglo V a.C., los templos se hicieron en general de mármol; pero aun entonces se estucaban con una capa finí­ sima de cal y mármol a fin de disimular las juntas, y por tradición se aplicaba el color para hacer resaltar los elementos constructivos.

Templo de la Concordia, en Agrigento (Sicilia). Erguido sobre un estilóbato de cuatro gradas, traduce maravillosamente el ideal de maciza gravedad y el carácter cerrado del orden dórico. La línea recta predomina; verticales y horizontales se armonizan y contrapesan en un equilibrio perfecto. Es ésta la característica esencial del templo dórico: la búsqueda del contraste violento y la yuxtaposición de elementos verticales (columnas y triglifos) a los horizontales (graderío y arquitrabe). El frontón triangular, con sus líneas oblicuas, impide que la horizontalidad establecida por las hileras de columnas, el arquitrabe y el friso aplaste la verticalidad del conjunto. El templo dórico se convierte así en un cosmos cerrado, cortado del mundo exterior por su propio equilibrio e interna mesura.
Así, del capitel sólo se pintaba el rojo del collarino. El arquitrabe estaba casi siempre libre de policromía, el listel era azul y los triglifos siempre azules con sus estrías negras; el fondo de las metopas también pintado, y lo mismo ciertos elementos de la cornisa, con palmetas y grecas combinadas. Las acroteras eran también de vivos colores, y el fondo del frontón se pintaba de negro o rojo. En el interior de la cella, la decoración policroma debía de estar principalmente en el friso y en el techo, para esconder las vigas de la cubierta, dispuestas de una manera en extremo pobre.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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