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Teotihuacán

Al noreste del valle de México se levanta la gran Teotihuacán, que muy pronto destaca entre los otros centros ceremoniales mesoamericanos, al erigir entre los siglos II a.C. y II de nuestra era, sus más grandes pirámides, la del Sol y la de la Luna, cuyos majestuosos contornos armonizan con la silueta de las montañas circundantes. Y poco a poco, en torno a las imponentes moles de estas pirámides, se desarrollará una gran ciudad sagrada cuyo esplendor atraerá durante varios siglos a los peregrinos venidos de todas partes de Mesoamérica. 

Centro ceremonial de Teotihuacán. Compuesto por la plaza de la pirámide de la Luna, la Calzada de los Muertos y la pirámide del Sol, Teotihuacán es una obra maestra del urbanismo: cada uno de los edificios se integra orgánicamente, a modo de las ramas de un árbol, en la llamada Calzada de los Muertos, auténtica columna vertebral de la ciudad, que mide dos kilómetros de longitud. La pirámide del Sol, al fondo de la imagen, es el mayor y el más antiguo de los edificios, es escalonada y por ella se ascendía a un templo hoy destruido. 

Pocas ciudades del mundo antiguo han poseído la cantidad de templos que tuvo Teotihuacán y -fenómeno único entonces en el continente americano- una verdadera ciudad, en toda la acepción de la palabra, se construye alrededor del inmenso centro ceremonial cuyo eje es la amplia Calzada de los Muertos. A lo largo de dos kilómetros, desde la Plaza de la Luna haota la -mal llamada- Ciudadela, se suceden uno tras otro los templos y los grandes complejos ceremoniales, entre los que destaca precisamente la Ciudadela que encierra uno de los edificios más hermosos del antiguo México: el templo de Quetzalcóatl o de las Serpientes Emplumadas, verdadero alarde de talla en piedra, sobre todo si se recuerda que fue realizado sin la ayuda de instrumentos de metal.

La construcción de esta pirámide de Quetzalcóatl -que se remonta hasta el siglo lll de nuestra era- marca en Teotihuacán el principio de un elemento arquitectónico que estaba destinado a influir profundamente en el arte de otros pueblos mesoamericanos. Se trata del llamado "tablero sobre talud", o sea de la peculiar combinación de un "tablero" o cuerpo horizontal saliente -invariablemente recortado por un marco grueso en Teotihuacán- con el plano inclinado o "talud", que constituye el núcleo de la pirámide escalonada. Ambos elementos, aunados a la ancha escalinata central bordeada de alfardas con dados en relieve, se vuelven inseparables de la arquitectura religiosa de esta ciudad, contribuyendo a subrayar la tendencia hacia la horizontalidad que domina durante toda la fase urbana de Teotihuacán. 

Piedra del año 3 Tochtli, en el Palacio de Cortés (Cuernavaca). El protector del dra Tochtli (conejo) es Mayahuel, la diosa de Maguey; es un dfa mfstico, asociado con los pasos de la luna, y de autosacrificio, un dfa propicio para comunicarse con la naturaleza y el alcohol y malo para actuar contra otras personas. 

Pues si esta asombrosa ciudad se convierte durante algunos siglos en la metrópoli religiosa de Mesoamérica, atrayendo peregrinos venidos desde los confines de la zona maya y de otras áreas, no menos sorprendente es su adelanto urbanístico. En efecto, no sólo se asiste durante este período a la rigurosa planificación del magno centro ceremonial, sino a la canalización de los ríos y arroyos que cruzan por la ciudad (obligando éstos a adaptarse a las necesidades del trazo), y al controlado incremento de las zonas residenciales mediante una cuadrícula bastante regular de calles y avenidas, todas rigurosamente trazadas en ángulo recto y respetando la orientación inicial dada por la pirámide del Sol, cuya fachada principal mira exactamente hacia el Oeste el día en que el Sol pasa por el cenit en esta ciudad. Y si se añade a esto la existencia de grandes depósitos para almacenamiento de agua de lluvia, talleres especializados en la elaboración de ciertos productos, silos, mercados públicos al aire libre (el típico "tianguis" indígena que sigue existiendo hoy), teatros y áreas destinadas al tradicional juego de pelota, conjuntos de edificios administrativos, etc., se podrá constatar como, desde el siglo III de nuestra era, se está por primera vez en el continente americano en presencia de un verdadero contexto urbano. 

Grande parece haber sido el asombro de los otros pueblos contemporáneos - incluyendo a los refinados mayas, sin embargo más avanzados en el campo de la astronomía y de las matemáticas, y poseedores de un arte exquisito- cuando llegaban desde sus lejanas tierras para asistir a ceremonias que se llevaban a cabo en Teotihuacán. El espectáculo de la Calzada de los Muertos, bordeada de múltiples santuarios envueltos en espesas nubes de" copal" (el indenso indígena), no tenía paralelo entonces, y sigue  asombrando hoy al visitante a pesar de su avanzado estado de destrucción. 



⇨ Lápida con un guerrero tolteca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Fue hallada en Tula y demuestra que, con el paso de una teocracia espiritual a una teocracia militar, el guerrero tolteca vino a sustituir al sacerdote de Teotihuacán. Aunque esta figura humana se circunscribe a un rígido perfil geométrico, la linea es simbólica. Obsérvese el tocado de plumas de quetzal con la efigie de Tláloc, el dios de la lluvia.  



Y no es de extrañar que los aztecas, que sólo la conocieron como un impresionante montón de escombros, le hayan asignado en su mitología el nombre de Teotihuacán o "ciudad de los dioses", y la hayan identificado con el lugar donde los dioses se habían reunido para dar origen al "Quinto Sol", el mismo que todavía alumbra a los humanos según las creencias indígenas. 

Quizá nunca se sabrá cuál fue el nombre original de esta gran ciudad, tan famosa entre sus contemporáneos que todos adquirían con avidez su cerámica y otros productos, inspirándose en múltiples facetas de su compleja iconografía para la realización de sus propias formas de arte. Sin embargo, las minuciosas exploraciones de las últimas décadas van desvelando poco a poco aspectos muy diversos del esplendor teotihuacano, desde el pórtico ricamente labrado del patio principal del palacio de algún alto prelado hasta las apiñadas viviendas de los barrios más humildes, pasando por la residencia de un rico comerciante o caudillo, o por monasterios o casas destinadas a albergar a los grupos de peregrinos ... Y en todos los sitios donde se explora en profundidad, dentro de los 22,5 kilómetros cuadrados de la ciudad, aparecen restos de las pinturas murales que cubrían prácticamente todos los edificios. Son estas pinturas las que, junto con la cerámica ritual u otras evidencias arqueológicas, hablan más claramente del alma teotihuacana. Pues si no fuera por estos documentos, todo aquel avasallador conjunto de ruinas no sería, a pesar de su sorprendente concepción urbana, sino un gigantesco esqueleto desprovisto de significado humano. 


Pirámide del Sol, en Teotihuacán. Contemporánea al nacimiento de Cristo, esta construcción, de unos 65 metros de altura, se halla a 1.220 metros sobre el nivel del mar. Forma parte del centro ceremonial de Teotihuacán y, en primer plano, se puede ver un muro coronado por pequeñas pirámides que constituye la ciudadela. 



Pirámide de la Luna, en Teotihuacán. Vista parcial de la pirámide situada al fondo de la Calzada de los Muertos, que es el eje básico de la "ciudad de los dioses", seguramente para darle una perspectiva espectacular a las celebraciones religiosas. El monumento mide 42 metros de altura lo cual, respecto a su extensa base, le confiere un aspecto achatado. 

La pintura mural teotihuacana da a conocer aspectos muy variados del pensamiento eminentemente religioso de este pueblo. Todo aquí parece haber sido sometido a un complejo proceso de abstracción en el cual los colores mismos habían adquirido un valor simbólico. Así, el verde no sólo es el color de las largas y hermosas plumas del pájaro "quetzal" o del jade, dos objetos preciosos por excelencia en aquella época, sino que puede relacionarse también con la nueva y tierna vegetación que año tras año cubre la tierra; o con las gotas de lluvia o de rocío, uno de los líquidos más preciados en aquel semiárido altiplano mexicano donde el agua siempre ha sido considerada como una bendición. Y de la misma manera, el rojo es la sangre, otro de los líquidos preciosos ... En este simbolismo altamente esotérico, se suceden escenas de animales mitológicos, procesiones de sacerdotes ricamente ataviados, o benéficas deidades del océano y de la lluvia. Pues directa o indirectamente, todo parece estar asociado al dios del agua y de la lluvia, el lejano antecedente del Tláloc de los aztecas y una de las más antiguas deidades de los pueblos agrícolas de Mesoamérica, probable derivación del numen "hombre-jaguar" olmeca. 


Templo de Quetzalcóatl, en Teotihuacán ("lugar donde uno se convierte en dios"). Este templo, el monumento más hermoso de todo Teotihuacán, está adornado por cabezas de serpientes, de fauces abiertas y ojos incrustados de obsidiana, que asoman en el centro de una flor de plumas. La serpiente, símbolo de la tierra, repta en un medio ambiente acuático lleno de conchas y caracoles. La máscara de Tláloc, dios de la lluvia, es una pura abstracción geométrica de prismas y cfrculos.


Palacio de Quetzalpapálotl, en Teotihuacán. Recinto cuyas columnas están decoradas con relieves que representan una deidad en forma de pájaro mariposa (Quetzalpapálotl) y que puede haber sido la residencia del sumo sacerdote de esta ciudad precolombina. Obsérvese la concepción arquitectónica del edificio alrededor de un patio central. 

Este dios de la lluvia suele representarse con el rayo o el "cetro de nubes" en la mano, presidiendo la siembra ritual o la cosecha del maíz, o más frecuentemente, derramando gruesas gotas de lluvia, o aun dispensando la abundancia bajo el aspecto de una lluvia de objetos finamente labrados en jade ... Yuno de los mensajes más enternecedores del arte pictórico teotihuacano muestra al dios Tláloc en su paraíso, el Tlalocan, paraíso tropical, signo ideal para aquellos hombres del rudo altiplano mexicano; lugar de cantos, de ingenuos juegos y de deleites acuáticos entre mariposas y libélulas que revolotean, a la orilla de ríos turbulentos bordeados de arbustos de cacao, flores y plantas de maíz. Dulce e infantil paraíso soñado por aquellos hombres que supieron, sin embargo, crear una ciudad a la escala de los dioses.


Fresco con un águila en Teotihuacán. En una pared de las ruinas de la antigua ciudad se halló este fresco que muestra la figura dominante del águila junto a los que parece una entrada cerrada por una reja de lanzas. 


La cerámica ritual, con su rica decoración esgrafiada o pintada, viene a complementar en cierta medida la documentación recogida sobre el pensamiento teotihuacano. La forma más característica es la de unas vasijas trípodes de fondo plano, de paredes ligeramente cóncavas y de tapadera cónica. Además, la frecuencia con que aparecen vasijas teotihuacanas en otras regiones de Mesoamérica constituye un elocuente testimonio de las influencias que ejerció al exterior la "ciudad de los dioses". 

Uno de los aspectos más depurados del arte teotihuacano es la máscara ritual, en general labrada en piedra y finamente pulimentada. Con su frente cortada, sus orejas casi rectangulares y sus rasgos simplificados y bien recortados, esta máscara parece participar del afán "geometrizante" que caracteriza la arquitectura de aquella ciudad, y constituye un digno representante de la espiritualidad del pueblo teotihuacano. 



Almena ornamentada, en Teotihuacán. Decoración perteneciente al templo dedicado a Tláloc de la ciudad ceremonial, el dios del agua y de la lluvia. La imagen de la serpiente emplumada es muy frecuente en el arte mexica.

Pero en el siglo VII de nuestra era, un incendio destruyó parcialmente Teotihuacán, marcando el inicio de un proceso de abandono y la consiguiente decadencia cultural en la que, por espacio de más de dos siglos, habría de caer el valle de México. Nada parece entonces capaz de detener por más tiempo las incursiones de tribus nómadas provenientes del norte del país. Y si todavía continúan sosteniendo cierto nivel cultural otras ciudades del altiplano mexicano -como Cholula, en el valle de Puebla, y Xochicalco en el de Morelos-, empieza a debilitarse aquello que se ha llamado la "Pax Teotihuacana" y que durante varios siglos había logrado mantener en toda Mesoamérica un balance político y cultural en el cual cada región desarrollaba libremente sus propias características y era respetada la autonomía relativa de cada "ciudad-estado". Sin embargo, y a pesar de las oleadas migratorias que empiezan a sucederse a través de algunas regiones, anticipando la desintegración del mundo clásico mesoamericano, otros pueblos como los zapotecas, y sobre todo los mayas, habrán de producir todavía hasta principios del siglo X lo más hermoso de su trayectoria artística.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.



Xochicalco

Un sitio que refleja con bastante claridad los cambios que ocurren a finales del período clásico -y anuncia en cierta medida el siguiente período- es Xochicalco, en el valle de Morelos, cuyas ruinas ocupan una impresionante sucesión de terrazas artificiales que le dan un aspecto de acrópolis semifortificada. Esta antigua ciudad de Xochicalco está situada prácticamente a 100 kilómetros de la capital del país y su ubicación no es casual, pues era el lugar idóneo para controlar posibles ataques por parte de pueblos vecinos. 


Pintura mural, en Teotihuacán. Detalle de un fresco hallado en el palacio de Tepantitla de la "ciudad de los dioses" que representa a unos sacerdotes profusamente ataviados esparciendo semillas extraídas de una bolsa. El tocado de los personajes son cabezas de caimán que en el México antiguo significaban la tierra.

No pocas discusiones generaron las ruinas de esta ciudad durante las primeras décadas del siglo XX, pues hasta que no se procedió a limpiarlas en profundidad, tarea que se inició en la década de 1930, sólo se podía distinguir, en aquellos lugares en los que la vegetación lo permitía, algunos relieves que mostraban una apariencia vegetal. Por ello, la ciudad fue bautizada con el nombre de Xochicalco, que en azteca significa "lugar de las flores". Aunque, a la vista de posteriores descubrimientos, esta denominación fue algo prematura, ya que cuando finalizaron las tareas de limpieza de las ruinas se puso de manifiesto que no eran motivos vegetales lo que escondían los montículos de tierra bajo los que estaban las construcciones sino el relieve de una serpiente listada que comenzaba con una cabeza barbuda y que finalizaba con cascabeles y crótalos. 

Asimismo, las ruinas de Xochicalco han descubierto unos relieves extraordinariamente ricos, entre los que destacan, aparte de la citada serpiente, las figuras de unos personajes sentados, algunos de los cuales dan la impresión de ser sacerdotes quizá rezando mientras que otros parecen ser, así lo dan a entender sus ropajes, guerreros. Esta interpretación es altamente probable pues se ha podido constatar que en la sociedad de Xochicalco tenían gran importancia el estamento militar así como los dirigentes religiosos. 


Vasijas trípodes con tapa cónica (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Estas piezas son valiosas muestras de la cultura de Teotihuacán. La mayoría de las vasijas de esta procedencia se fechan entre los siglos V y VIII, son cilíndricas y su ornamentación emplea una técnica semejante al champlever o vaciado, que consiste en extraer el material de la superficie que rodea el dibujo. 

Lejos de ser una ciudad prácticamente autárquica y aislada del devenir del resto de ciudades-estado, como era, por ejemplo, Teotihuacán, Xochicalco se muestra como una verdadera encrucijada de culturas. Así, presenta en sus inscripciones una conjunción de elementos que se relacionan con casi todas las tradiciones existentes en Mesoamérica durante el final de la época clásica, y que anticipan además algunas de las corrientes posclásicas como son la mixteca y la náhuatl. Aparte de las comprensibles influencias teotihuacanas y de las otras áreas circundantes, Xochicalco muestra fuertes ligas con los mayas, como lo reflejan, por ejemplo, algunos de los relieves del templo de las Serpientes Emplumadas, sin duda el más representativo de esta ciudad, o la famosa cabeza muy estilizada de una guacamaya que hoy constituye uno de los orgullos del Museo Nacional de Antropología de México. 

Cabeza monumental, en Cholula (Puebla). Escultura realizada en piedra que está situada al oeste de la plaza de este sitio arqueológico. 

Por otra parte, Xochicalco parece haber introducido, por primera vez en el altiplano mexicano, la costumbre de edificar para el juego de pelota una de esas típicas canchas cuya planta conforma una"!", elemento muy frecuente desde muchos siglos atrás en regiones como la zapoteca y la maya, pero que no existió en Teotihuacán (cuya modalidad de juego de pelota era diferente). Ello supone, además, otra prueba del carácter militar de la sociedad de Xochicalco pues la práctica del juego de pelota exigía la participación de personas en muy buen estado físico y además estaba considerado como un juego muy adecuado para el entrenamiento militar. 

Hay que observar que esta cancha será adoptada casi sin ningunas modificaciones por los constructores de la ciudad de Tula, la capital tolteca cuya fundación, hacia el año 968 de nuestra era, marca el comienzo del llamado período "posclásico" mesoamericano. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte azteca


⇨ Estela del dios Tláloc, en Xochicalco. Otra característica de la Serpiente Emplumada de este lugar es que está acompañada por glifos y símbolos de poder. En este caso, la estela 2, aparece el glifo 7 (Lluvia), que nombra al personaje de abajo representado con la máscara de Tláloc. Los símbolos de esta deidad y otras referencias a la guerra de ciertas partes de la estela indican el carácter guerrero del dios de la lluvia.
  


Tribu de humildes y oscuros orígenes nómadas, los aztecas logran establecerse definitivamente en 1325 en algunos islotes de uno de los lagos que todavía ocupaban el valle de México. Y con una tenacidad adquirida a través de todas las humillaciones y penalidades de su azaroso deambular, transforman estos islotes pantanosos en una de las más extraordinarias ciudades de la América precolombina: México-Tenochtitlán, ciudad lacustre única en su género, con sus ingeniosas chinampas o islas flotantes, su red de canales y de calzadas, sus diques y acueductos, su mercado sin par y su imponente centro ceremonial cuya pirámide principal ostenta, a la usanza chichimeca, un doble templo: uno dedicado a Tláloc y otro a Huitzilopochtli.


No es sino hacia 1428 cuando, valiéndose de una hábil alianza con dos ciudades ribereñas, los aztecas empiezan a dar la medida de sus excepcionales aptitudes guerreras y de su deseo de triunfar a toda costa. Además…, ¿no son acaso el pueblo del Sol, el pueblo elegido de su dios tribal Huitzilopochtli, el dios del Sol y de la guerra?… Confiados en su glorioso destino, dominan en menos de un siglo un territorio considerable, canalizando hacia su hermosa capital toda la riqueza del país. Y dotados de una capacidad de asimilación poco común, adaptan las más diversas aportaciones en una fantástica síntesis artística, a la vez que van borrando a su paso las fronteras culturales ya bastante debilitadas desde tiempo atrás; a tal grado que, a la llegada de los conquistadores españoles -y de acuerdo con sus comentarios maravillados-, la fama de México-Tenochtitlán había eclipsado casi por completo el recuerdo de otros esplendores pasados.

El conjunto de las Mil Columnas y el templo de los Guerreros, en Chichén ltzá (Yucatán). El descubrimiento de este complejo arquitectónico que estaba cubierto por la selva reveló un importante patrimonio arqueológico. El templo es una pirámide de cuatro niveles que recuerda la pirámide de Tula, la antigua capital de los toltecas antes que invadieran Chichén ltzá en el año 918. Por otra parte, las Mil Columnas formaron parte de una sala hipóstila. 

El arte que se encuentra en México-Tenochtitlán en vísperas de la conquista refleja el elevado grado de refinamiento a que se habían encumbrado los aztecas en espacio de algunas generaciones: delicadas tallas de madera o de hueso, finas incrustaciones de turquesa, concha y otros materiales, elaboradas joyas de oro y plata, tornasolados mosaicos de plumas de colores armoniosamente combinados, técnica típicamente indígena que sólo sobrevivió por un breve tiempo a la conquista. Y si muchos objetos fueron elaborados por pueblos sometidos al imperio azteca, un arte específicamente azteca es sin duda la escultura en piedra, tanto por su fuerza plástica como por su espíritu.

Atlantes del templo tolteca de Tlahuizcalpantecuhtli, en Tula (Hidalgo). Sin duda, son las piezas escultóricas más importantes de este sitio arqueológico. Miden 5 m de altura y están formados por cuatro secciones de piedra unidas por un sistema de pivotes y agujeros, tallados en sus caras de contacto, que se corresponden perfectamente. Representan a cuatro guerreros, miembros de la casta privilegiada que, según el mito tolteca, si morían en el campo de batalla pasaban a formar parte del séquito que acompañaba al Sol en su recorrido por el firmamento. Llevan en el pecho la mariposa solar como emblema del dios que defienden. 

No conforme con repetir los temas tradicionales del viejo repertorio existente en el altiplano mexicano, el azteca emprende la tarea de “redescubrir” el mundo que lo rodeaba y de crear formas escultóricas apropiadas a su peculiar visión místico-guerrera del universo. Es así como el artista se deleita plasmando en un bloque de piedra de un color y una textura adecuados una calabaza verde o un saltamontes… Además, su temperamento orgulloso y varonil lo lleva a escoger instintivamente las piedras más duras, expresándose en formas compactas de las que se desprende una violenta sensación de vida.

Coateplantli, en Tula (Hidalgo). Conocido también como muro de las serpientes, actuaba como límite o protección del edificio al que circundaba. En la parte alta y los lados está decorado con relieves que representan serpientes y personajes descarnados, y en el borde superior está rematado por unas almenas en forma de caracol cortado.  

Algunas de las creaciones de la estatuaria azteca destacan por su vigor y por la economía de sus formas. Tal es el caso de numerosas estatuas masculinas, ya se trate de un simple plebeyo, de la magistral cabeza del “caballero águila”, de un sacerdote del dios desollado Xipe Tótec -cubierto con la piel de un sacrificado- o de alguna deidad como Xochipilli o el “príncipe de las flores”, dios de la alegría, de la música y de la danza. Pero uno de los temas favoritos del escultor azteca son los animales, ya sea un sapo, una serpiente, un mono o un felino. Y por primera vez en la historia del arte mesoamericano, parecen adquirir vida algunos animales mitológicos como el “coyote emplumado”, la “xiuhcóatl” o “serpiente de fuego”, o la milenaria “Serpiente Emplumada”.


⇨ Figurilla femenina. Pieza policromada que representa a una joven con un enorme tocado que pertenece a la fase Mazapa de la cultura tolteca (900-1200).  


⇦ Pequeño atlante tolteca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Procede del recinto del templo de Tlahuizcalpantecuhtli, situado en Tula (Hidalgo), donde servía de soporte a un altar del templo. Representa a un guerrero vestido con ichcahuipil y aún conserva su policromía original en tonos suaves. 



Es sin duda en la escultura monumental -de carácter “oficial”- donde el azteca alcanza sus mayores vuelos artísticos. Consciente de su papel de “pueblo del Sol”, transforma un monumento conmemorativo como la “piedra de Tízoc” (que relata las victorias de un rey) en un evento que trasciende los acontecimientos históricos al hacer intervenir en ellos a dioses y planetas. Y hace de su “piedra del Sol” no sólo una colosal y soberbia talla en relieve, sino un verdadero compendio de su profunda concepción cosmológica. Finalmente, digna culminación del arte azteca, la gran Coatlicue muestra a la diosa de la tierra, a la madre tierra, como la que proporciona el sustento para luego devorarnos, elemento fecundante y destructor al mismo tiempo.


 Figurilla de arcilla (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Perteneciente a la fase Mazapa de la cultura tolteca, esta pieza procede de Ecatepec y representa a un guerrero. 


⇦ Figurilla policroma. Imagen perteneciente a la cultura tolteca que representa al dios Tláloc con su habitual atavío de plumas.  

Coatlicue concentra una infinidad de símbolos y los reúne bajo una apariencia monstruosa. Sin embargo, no hay en ella crueldad, ni tampoco bondad: sólo es la manifestación de una cruda realidad. Pero, ¿puede ciertamente imaginarse una visión más fantástica, más avasalladora, que esta concepción azteca de la Diosa Tierra en su aspecto dual: a la vez matriz y tumba?


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat


Tula y el arte tolteca

Al iniciarse esta nueva fase en la historia del antiguo México, Teotihuacan se halla abandonado desde dos siglos atrás, y borrado su recuerdo de la conciencia histórica de los pueblos del altiplano. Numerosas, en cambio, son las tradiciones orales que relatan la fundación de Tula por un personaje semilegendario, Ce Acatl Topiltzin, hijo de un caudillo bárbaro y de una mujer que desciende de pueblos de antigua tradición cultural. Y resulta significativo el rol de Xochicalco en el paso de un período a otro, pues algunas leyendas cuentan que este joven príncipe fue educado por los sacerdotes de aquella ciudad. 

Además, se atribuyen a este personaje una serie de cualidades extraordinarias, porque no sólo se le representa como la encarnación del dios Quetzalcóatl -la Serpiente Emplumada que se ha visto nacer en Teotihuacán-, sino que lo describen como el ser civilizador por excelencia, iniciador del cultivo del maíz, creador del calendario, de las artes, etc. A tal grado que, siglos más tarde, los propios aztecas emplearán la palabra"tolteca" (que significaba originariamente" gente de Tula") como sinónimo de persona civilizada, culta, artista ... 

Cualquiera que sea la verdad respecto a este personaje de leyenda, las evidencias arqueológicas revelan el centro ceremonial de Tula como un pálido reflejo de lo que fuera el esplendor clásico en Teotihuacan. Pues de los elementos que hicieron aquel esplendor, muchos se han perdido para siempre. Hay además, en este imperio tolteca que se inicia, un nuevo espíritu militarista y sanguinario que era prácticamente inexistente en épocas anteriores. Y en el repertorio artístico tolteca, el guerrero viene a ocupar el lugar hasta entonces reservado a los sacerdotes. Tanto en Tula como en la lejana Chichén Itzá -en la península de Yucatán, donde se desarrolla paralelamente el arte "maya-tolteca"-, los motivos predilectos son ahora, al lado de los grupos de guerreros toltecas, los macabros temas de águilas y jaguares devorando corazones humanos, o los espeluznantes amontonamientos de cráneos de sacrificados sobre las plataformas y los altares destinados a este fin: los llamados "tzompantli". 

Sería injusto, sin embargo, negar toda grandeza al arte tolteca, así como todo poder creador. Testigos de ello son, en Tula, las grandes columnatas que hacen su primera aparición en la plaza principal, al pie del templo de Tlahuizcalpantecuhtli o "lucero del alba" (el planeta Venus), así como los denominados "atlantes" o colosos que, ataviados como guerreros toltecas, sostenían el techo de este templo. Y podría añadirse todo un nuevo repertorio de formas escultóricas, tales como el" chacmool" o personaje recostado, el"portaestandarte"y otros, aparte de la creación de una interesante variedad de cerámica conocida con el nombre de"plumbate" o"plomiza", que presenta destellos metálicos. Y, hablando de metales, éste es el momento en que, por fin, hace su aparición en Mesoamérica, el trabajo de metales como el oro, la plata y el cobre. Además, se perfeccionan las técnicas del mosaico y de las incrustaciones en turquesa, concha y otros materiales. 

Desde finales del siglo X, y por espacio de dos siglos, la hegemonía tolteca se va a extender en casi todas las direcciones, llevando los límites de Mesoamérica a su máxima expansión tanto hacia el norte de México como hasta América Central. Este es también el momento en que algunas de las regiones que permanecieron al margen del gran impulso clásico empiezan a desarrollar una escultura y una arquitectura más duraderas. Este es el caso de la Huasteca al norte del golfo de México, y del occidente de México, con los tarascas y otros pueblos. 

Pirámide de las serpientes emplumadas, en Xochicalco (Cuernavaca). Situada en el valle de Morelos, a 1 00 kilómetros al sudoeste de la capital del país, la pirámide, que forma parte de los restos de Xochicalco, presenta una serie de relieves que reproducen a Quetzalcóatl junto con otros elementos como signos del fuego y sacerdotes, al parecer inspirados por modelos mayas. 

Arte de la región de Oaxaca


Otra área que ocupa un importante lugar dentro del rico complejo mesoamericano es la de Oaxaca, que desde los últimos siglos antes de nuestra era -durante el período preclásico superior- constituye un vigoroso foco culturar “olmecoide”.

Coateplantli, en Tula (Hidalgo). Detalle del relieve en piedra del llamado también muro de las serpientes, en el que se puede ver el cuerpo contorsionado y los ojos amenazantes de los reptiles representados.  


Ruinas de Chicomostoc, en La Quemada (Zacatecas). Este lugar ha proporcionado indicios de haber estado habitado desde muy antiguo, como puntas de flecha y de lanza, cerámica y utensilios de madera. Se cree que estos restos de construcciones están relacionados posiblemente con la cultura tolteca-chichimeca. 

Oaxaca es, en la actualidad, un estado del sur de México, en la costa del Pacífico, que tiene una superficie de, aproximadamente, 95.000 km2 y una población que apenas supera los tres millones de hahitantes. Durante este período precolombino que se está estudiando, la región se convirtió en uno de los asentamientos indígenas más importantes de toda Mesoamérica y aún hoy sigue siendo uno de los enclaves mexicanos en los que con mayor fortuna pervive la cultura indígena.



Olla doble comunicada (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). La cerámica de Casas Grandes, de donde procede esta pieza, llegó a un nivel muy alto de realización. En este caso se trata de una cerámica decorada, con una forma muy peculiar. Esta cultura se desarrolló en una zona desértica del norte de México y el sitio arqueológico está ubicado a un kilómetro al sur del municipio del mismo nombre. 

Como se verá seguidamente, hay que destacar dos importantes culturas que dominaron la región de Oaxaca hasta la llegada de los españoles. Una de esas culturas es la que surge en Monte Albán, al noroeste de Oaxaca de Juárez, actual capital del estado, a principios del primer milenio a.C. y que durante los primeros siglos de nuestra era dará lugar a la cultura zapoteca. Las excavaciones realizadas en este antiquísimo emplazamiento han puesto al descubierto algunas de las manifestaciones artísticas más remotas de Mesoamérica, lo que nos es de gran ayuda para comprender la evolución de la civilización precolombina en esta parte de Latinoamérica. De este modo, en Monte Albán se han hallado vestigios arquitectónicos que corresponden a antiguos edificios religiosos y, además, se han encontrado huellas de lo que se supone puede ser el sistema de escritura más antiguo de la América precolombina.


⇦ Máscara azteca del dios Quetzalcóatl (Museo Británico, Londres). La máscara, elemento mágico que disfraza al sacerdote o que protege al muerto, suele representar al otro yo. Para acentuar el realismo, los aztecas incrustaron en sus máscaras fragmentos de concha, de turquesa y de obsidiana, hasta conseguir que más que un rostro sea un mosaico brillante y pavoroso. 



Pero al final del período clásico, en el siglo X, los mixtecas invaden la región de los zapotecas y aunque Monte Albán no deja de ser un centro de importancia, la ciudad que alcanzará mayor protagonismo será Mitla, a escasos kilómetros de la primera, al sureste de Oaxaca de Juárez. De esta forma, se accede al período de mayor esplendor para la cultura artesanal de Mesoamérica, pues los mixtecas serán capaces de crear los más refinados y exquisitos trabajos de orfebrería, tallas de hueso y madera, collares, cerámicas… Y esta exquisitez en la artesanía influirá en el arte de otros pueblos vecinos y hará de contrapunto a la influencia de la cultura tan marcadamente militarista de los toltecas.

Precisamente, las disputas entre las culturas de los zapotecas y mixtecas, que no finalizarán con la invasión de estos últimos en el siglo X, allanaron el camino a los españoles pues éstos lucharon contra unos pueblos que estaban no sólo divididos sino enfrentados, los que les facilitó enormemente la conquista de estos territorios.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Monte Albán


Es en Monte Albán, sitio destinado a tener un desarrollo ininterrumpido de unos dos mil años, donde se elaboran, durante las últimas fases del preclásico, una serie de elementos tan decisivos en el panorama mesoamericano como pueden serlo la creación de un sistema de escritura glíptica y también la cristalización de algunos conceptos mitológicos en forma de las más antiguas deidades claramente identificables, cuya evolución podrá observarse en los siglos venideros y cuyo origen puede remontarse hasta el culto del “hombre-jaguar” olmeca.

Lápida conmemorativa (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). En este relieve sobre piedra, que conmemora la consagración del templo mayor de Tenochtitlán, se representan símbolos y personajes de la imaginería azteca. 


Códice Borbónico azteca (Biblioteca del Palais Bourbon, París). Conocido también como Códice Borgia, este documento pictográfico náhuatl es, al parecer, una copia de la época colonial (1600). Pintado sobre hojas de corteza de árbol, contiene la serie del calendario de los destinos (260 días) con los dioses protectores, entre otros temas. Desde 1826 se halla en París.  


Monte Albán se sitúa también entre los primeros centros ceremoniales que empiezan a construir edificios duraderos en Mesoamérica. Todavía quedan testimonios de los inicios de la arquitectura en aquellas grandes piedras que ostentan siluetas profundamente grabadas de personajes representados en actitud dinámica (y conocidos por esta razón bajo el nombre de “danzantes”), y junto a los cuales aparecen algunos restos de lo que fue quizás el más antiguo sistema de escritura en el Nuevo Mundo. Y el extraño edificio de basamento puntiagudo, que aún se conserva al centro de la gran plaza de Monte Albán, podría ser el más antiguo observatorio astronómico conocido en Mesoamérica.


Esta temprana vocación cultural de Monte Albán habrá de finalizar, durante el primer milenio de nuestra era, en el esplendor clásico del arte zapoteca. Pues si parecen existir, en las etapas iniciales, algunas sugerencias de origen olmeca, éstas fueron rápidamente asimiladas y poderosamente transformadas en el crisol zapoteca (como lo serán más adelante las influencias tanto teotihuacanas como mayas). El arte zapoteca atestigua una personalidad artística inconfundible, como podrá ser constatado más adelante.

Escudo del rey azteca Ahuízotl (Museum für Vblkerkunde, Viena). También llamado Chimalli, en el centro de este emblema circular realizado con un mosaico de plumas, se halla la figura de un coyote aullando. El filete dorado acentúa el contraste cromático entre las plumas azules y rojas. Está considerada como la obra maestra del arte plumaria precolombina, especialidad que los artesanos mixtecas ejercieron con gran maestría. 

Y si los teotihuacanos edificaron su gran ciudad sagrada en medio de un amplio valle -y en armonía con el paisaje circundante-, los fundadores de Monte Albán eligieron para el mismo fin la cúspide de una cadena de montañas que dominan varios valles. Pero no conformes con las dificultades de todo tipo que ello implicaba, quisieron además imprimir tan poderosamente su sello en estas cumbres que nadie podría determinar hoy cuál había sido su conformación original.

⇨ Vasija azteca de obsidiana con la representación de un simio (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México).  


⇦ Estatua azteca de Xochipilli (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Esta escultura representa la primavera, el canto, la danza y el juego; es también el dios de la poesía y participa de atrLbutos humanos y divinos. De humano tiene la actitud: piernas cruzadas, brazos levantados y manos abiertas que debieron sostener una rama florida. Pero la máscara es de un dios.  



En efecto, a través de su largo desarrollo cultural, los zapotecas van a remodelar periódicamente el enorme centro ceremonial que corona aquellas montañas y cubre una extensión de casi cuarenta kilómetros cuadrados. Y aunque sólo la parte central de Monte Albán ha sido explorada -y parcialmente restaurada-, todos los cerros vecinos ostentan todavía una impresionante sucesión de muros de contención, y de plazas y montículos en ruinas.

Integrando uno de los conjuntos más importantes en Mesoamérica, destaca con sus edificios centrales la Gran Plaza que mide unos cuatrocientos metros de largo, bordeada al este y al oeste por diversos edificios y limitada al sur y al norte por dos inmensas plataformas artificiales que, a manera de “acrópolis“, ostentan otros grupos de edificios. De estas dos plataformas, la septentrional es incomparablemente más importante con su gran “patio hundido” y su gigantesco pórtico que domina la Gran Plaza, mostrando los restos de gruesas columnas de mampostería de unos dos metros de diámetro. No menos colosal es la escalinata que comunica este pórtico con la plaza y que flanquean alfardas de un ancho descomunal.

Estatua colosal de la diosa Coatlicue (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Esta imagen es como un símbolo cósmico que podría resumir la religión, la vida y el pensamiento del pueblo azteca. Se trata de un monolito trabajado en todas sus caras. La diosa tiene garras gigantes, lleva una falda hecha de serpientes enlazadas y un collar con manos y corazones; el cinturón se abrocha con un cráneo y los brazos terminan en cabezas de serpiente. Del cuello decapitado surgen dos impresionantes serpientes enfrentadas. Todo en esta pieza parece poner de relieve que la Tierra es matriz y tumba. 
La impresión de solemnidad que producen aquellas tendidas y pesadas masas (adaptadas a una región de fuerte actividad sísmica como es la de Oaxaca) es felizmente complementada por el volumen de las alfardas y sus respectivos “tableros”. Ingeniosa adaptación del “tablero” teotihuacano a las necesidades arquitectónicas zapotecas, estos tableros “de escapulario”generan líneas de sombra que subrayan la sobria monumentalidad del conjunto. Además, a pesar de la ausencia de simetría y de las numerosas remodelaciones sufridas, este conjunto presenta una armonía y una unidad que lo colocan entre las realizaciones más sorprendentes del mundo prehispánico. Tanto por su elevada situación como por el equilibrio flexible de sus masas -y por la escala gigantesca de su concepción- Monte Albán encarna una de las características más importantes de la urbanización mesoamericana: el dominio de los grandes espacios abiertos, en combinación con plataformas, escalinatas y basamentos de templos.

Y si Monte Albán fue el principal centro ceremonial de los zapotecas, no menos destacada era su función de necrópolis. En efecto, el culto a los muertos, extraordinariamente arraigado en el antiguo México, adquirió aquí un lugar primordial, dando origen a una elaborada arquitectura funeraria y a la creación de innumerables urnas de barro. Estas representaban indudablemente el aspecto más característico del arte zapoteca, a la vez que integran la gama más rica de seres mitológicos, desde animales que -como el jaguar y el murciélago- se relacionan con los dioses de la lluvia y del maíz, hasta complejas divinidades, pasando por efigies de “acompañamiento” o guardianes de las tumbas.

Ruinas arqueológicasen Monte Albán (Oaxaca). Este sitio arqueológico está situado a 10 kilómetros al noroeste de Oaxaca y fue fundado por los zapotecas hacia el año 500 a.C. Se estima que sólo se ha excavado un bajo porcentaje de las riquezas históricas que encierra, ya que fue la capital de esta cultura, una de las primeras ciudades de Mesoamérica y una de las más pobladas respecto al mundo conocido en esa época.

En medio de esta rica producción de urnas, sobresalen por su estilo inconfundible las deidades de rostro altivo, sentadas con las piernas cruzadas y cuya cabeza se cubre con altos y complicados penachos en medio de los cuales suele desprenderse una máscara. Las manos descansan generalmente sobre las rodillas, mientras que gruesos pectorales cuelgan en el pecho. Y al lado de estas urnas, aparecen ex-cepcionalmente algunos objetos labrados en piedras finas, como es el caso de aquella hermosa máscara del dios hombre-murciélago -hecha de varias piezas de jade finamente pulimentadas-, que se exhibe en el Museo Nacional de México.

Y después de unos quince siglos de una evolución cultural ininterrumpida, la región zapoteca sufre la invasión de los mixtecas hacia el siglo X de nuestra era, o sea al final del período clásico. Monte Albán seguirá subsistiendo en parte, al igual que otros centros ceremoniales zapotecas, aunque marcados con el nuevo sello mixteca. Es de esta manera como los edificios que se levantan entonces en lugares como Mitla ostentan, enmarcados dentro de las líneas del “tablero de escapulario” típicamente zapoteca, aquellas exquisitas variaciones en torno al tema de las “grecas escalonadas”, de una factura indiscutiblemente mixteca.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El sistema de escritura de Monte Albán

Estela 12 con jeroglíficos, procedente de Monte Albán
(Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México).


Monte Albán, en el estado de Oaxaca, es uno de los yacimientos claves para comprender la evolución de las culturas precolombinas pues, entre los múltiples vestigios que ha preservado del paso del tiempo, ha guardado varias estelas en las que se puede estudiar un primitivo sistema de escritura, quizá uno de los primeros que arraigaban en Mesoamérica.


Parece claro que este antiguo sistema de escritura permitía a los zapotecas transmitir generación tras generación aspectos importantes de su cultura, como, por ejemplo, el calendario que seguían. Asimismo, en las estelas que se han encontrado con representaciones de glifos, es decir, de símbolos que permitían representar los días y meses del año, se combinan también rostros y figuras humanos, pues para hablar de una determinada persona se esculpía su rostro y se indicaba la fecha en la que había nacido.

Entre los diversos relieves que muestran la intención de cristalizar y desarrollar una manera de transmitir los conocimientos por escrito están las famosas siluetas de los danzantes, esculpidas en las lápidas más antiguas de Monte Albán.

Por otro lado, parece ser que en los primeros siglos de nuestra era, la persona encargada de escribir estos relieves se convirtió en una figura que gozó de un importante estatus. Hasta tal punto estaba bien considerada la profesión de “escritor” que muy pocos pobladores tenían derecho a ejercerla y era preciso seguir para ello una más que rigurosa formación.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte de la Mixteca-Puebla


Pues los mixtecas se van a revelar, durante el período posclásico, como los más extraordinarios artesanos de Mesoamerica. Integrando un importante complejo cultural que abarca desde la zona de Oaxaca hasta los valles de Puebla y Tlaxcala (complejo conocido por los arqueólogos como la “Mixteca-Puebla”), dan a las artes menores un impulso y un grado de refinamiento inusitados. En los trabajos de orfebrería -que acaban de hacer su aparición en esta área del Nuevo Mundo- realizan creaciones de una delicadeza sorprendente, como pueden verse entre los numerosos objetos hallados en la famosa “tumba 7” de Monte Albán, una tumba zapoteca que los mixtecas volvieron a utilizar: pectorales que ostentan máscaras de deidades, collares, anillos, pulseras, protecciones para las uñas, mangos de abanicos, etc., realzados con diminutos cascabeles y otros adornos de un gusto exquisito. Y las grecas que ornamentaban los edificios de Mitla son cinceladas con esta misma sensibilidad de orfebre.

⇦ Vaso antropomorfo (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Este personaje de prominentes orejas que sirven de asas y con los brazos cruzados decora esta pieza de la época Monte Albán II.  


⇨ Urna (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Perteneciente a la época de Monte Albán 111 (entre los años 1 y 700 d.C.), la del apogeo cultural, esta urna representa a la Diosa 13-Serpiente, que aquí aparece con un importante tocado y las manos cruzadas sobre el pecho. 



El refinamiento mixteca se refleja en múltiples aspectos: delicadas tallas en madera y hueso, copas y estatuillas en cristal de roca, elaborados mosaicos en turquesa, conchas, coral y otros materiales. La cerámica, que desde tiempos preclásicos se ha distinguido en México por su cuidadosa ejecución y por la riqueza de sus formas, se cubre ahora con una ornamentación particularmente fina y aplicada con esmero. Algunas de las vasijas presentan tanta minuciosidad en su elaboración, que parecen páginas arrancadas de uno de los afamados “códices” o manuscritos pintados de esta región, aquellos manuscritos hechos sobre largas tiras regulares de papel de “amate” o de piel de venado estucada que, cuidadosamente dobladas a manera de un biombo, constituían los archivos y los libros sagrados de los antiguos mexicanos. También en el arte de los códices descollaron los pintores-escribas mixtecas, como puede apreciarse en los escasos ejemplos que han logrado sobrevivir al paso del tiempo y a la sistemática destrucción llevada a cabo a raíz de la conquista española.

Arte del golfo de México


Las llamadas “Culturas del golfo de México” representan otro de los más importantes complejos culturales del antiguo México, empezando por la zona olmeca situada al sur del área del Golfo, y donde se ha visto surgir, desde el período preclásico medio, aquella cultura madre cuyo papel habría de ser determinante en la civilización mesoamericana.


Máscara de jade (Museo Nacional de Antropología, 
Ciudad de México). La representación del murciélago
fue muy habitual en la cultura zapoteca, considerado
una deidad, especialmente en la época de Monte 
Albán II (de 200 a.C. hasta principios de la era cristia-
na). Esta máscara fue hallada en el adoratorio del 
montículo H de la plaza central. 

Efectivamente, no hay una sola de las grandes culturas clásicas mesoamericanas que no haya basado su desarrollo en raíces olmecas más o menos directas. A continuación se tratará del arte producido en el área central veracruzana, localizada inmediatamente al norte de esta zona olmeca.

Para ello, hay que aproximarse a algunas de las manifestaciones artísticas más interesantes de Me-soamérica. En primer lugar se hará referencia a las famosas “figuras de barro” de Remojadas, región del centro del estado de Veracruz.

Seguidamente, de algunos de los aspectos más fascinantes del arte mesoamericano, las esculturas a las que se ha convenido denominar “yugos”, “hachas” y “palmas” y que seguramente estén relacionadas con ritos funerarios o con el tan extendido juego de pelota. Y, por último, antes de tratar de una de las culturas precolombinas de México menos estudiadas, la Huasteca, se analizará la importante cultura totonaca, que tuvo su capital en El Tajín.

Aparte de vestigios artísticos no hay muchos testimonios que muestren cercanía con la cultura de los totonacas. Por ello, no deja de ser de gran ayuda el relato que sobre esta cultura realizó Fray Juan de Torquemada, autor de la célebre Monarquía Indiana. Algunos de los pasajes escritos por Torquemada no tienen desperdicio por lo extraordinario de los hechos allí narrados. Por ejemplo, Torquemada dice: Los totonacas, que son diferentes en lengua de los mexicanos, están extendidos y derramados por las sierras que le caen al norte de esta ciudad de México. Es decir, al norte de la zona central de Veracruz. Hasta aquí todo parece normal, pero sobre el sistema de gobierno que regía los designios de la sociedad totonaca Torquemada se muestra algo más novelesco, pues escribe que: Estos totonacas fueron gobernados por una sola cabeza. Cada uno de sus gobernantes gobernaba ochenta años, no más ni menos, que parece que es caso que pide nota. Por otro lado, sobre las relaciones con pueblos vecinos, el testimonio del inquisidor es el siguiente: Tomó el gobierno su hijo Xatontán, en cuyo tiempo aparecieron por la parte de poniente los chichimecas, que los recibieron como gente vecina y que partía términos con ellos. Enseñárosles a vestirse y comer carne cocida. Este señor Xatontán murió en la amistad de los chichimecas, habiendo gobernado otros ochenta años. En definitiva, aparte del disfrute literario que pueda haber en los escritos estos no deben tomarse siempre como un documento fidedigno de las culturas indígenas que se encontraron los españoles a su llegada al Nuevo Mundo.


⇦ Pectoral de oro. El dios de la muerte (Mictlantecuhtli) es el personaje representado en esta magnífica pieza que procede de Monte Albán. Los orfebres mixtecas tenían una extraordinaria habilidad para elaborar el trabajo de filigrana y dominaban toda suerte de técnicas para trabajar el metal (cera perdida, repujado, cincelado) que obtenían de los torrentes montañosos.  


⇨ Pectoral de oro (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México) Procedente de la tumba 7 de Monte Albán (Oaxaca), este pectoral elaborado por la orfebrería mixteca representa la efigie de Xochipilli, el dios de las flores, que aparece con la cara de un manito estilizado, animal con el que se lo asocia. El tocado está hecho con una falsa filigrana de gran calidad.   

⇦  Jarra policroma. Jarra de cerámica mixteca, de forma globular, con asa y un cuello que termina en cabeza de venado; está decorada con motivos geométricos. Procede de Zaachila, sitio arqueológico que se halla a 15 kilómetros al sur de Oaxaca. 

⇨ Vasija trípode (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Notable pieza de cerámica mixteca, con sus características tres patas, forma globular, sentido de la policromía, concisa decoración geométrica y brillante acabado. 

Códice Borgia (Biblioteca Vaticana, Roma). Detalle de la página 56 de este documento pictográfico fechado entre los siglos XIV y XVI, considerado como el más representativo de los seis códices mixtecas hallados. Aquí se ve la imagen de Ometéotl, el dios de la dualidad. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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