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Artistas de la A a la Z

El ajuar funerario de Colima

Figurilla silbato que representa a un hechicero.

En la región situada al oeste y noroeste de México, en las zonas de Nayarit, Jalisco, Michoacán y principalmente en Colima, se encontraron una gran cantidad de objetos artísticos, figuras humanas y zoomorfas. Observando tales obras se deduce que en estos territorios se mantiene durante un período el estilo arcaico, mientras que en el centro hacía ya tiempo que los estilos más modernos del período preclásico se habían superado. La razón, probablemente, es debida a la falta de contacto que tales estados tuvieron con las religiones que venían influyendo en el arte de las áreas meridionales. 

Así, las expresiones artísticas de esta extensa región aparecen estrechamente emparentadas y no se parecen al resto del arte mexicano: se trata de un arte lleno de humanidad donde predomina lo cotidiano. Los ceramistas están libres de toda preocupación teológica, de prejuicios religiosos. No crean dioses en figura humana sino imágenes que reflejan un momento en la vida del hombre y se dedican por entero a representar en sus obras los quehaceres más simples de la vida cotidiana. Este reflejo constante de la vida privada da lugar a un arte más humano, que se sitúa en las antípodas del refinamiento aristocrático de las culturas más elevadas. 

Vasija zoomorfa modelada en barro que representa
un perro.
 
En Colima, a pesar del saqueo continuado, se han conservado gran cantidad de estas maravillosas cerámicas que muestran diferentes actitudes y ocupaciones de la vida diaria. Se han encontrado mujeres, a menudo con el pecho descubierto, con una falda con ricos dibujos geométricos y un anillo metálico en la nariz; guerreros cubiertos con gruesas corazas de tela o de cuero; enanos y jorobados; músicos con tambores; parejas de enamorados abrazándose; acróbatas e incluso representaciones de animales. 

Los diferentes animales, perros, patos, serpientes y armadillos, están reproducidos con exactitud sorprendente y demuestran que los artistas no se han limitado a una observación superficial de la naturaleza. Los perros están llenos de fresco encanto. Uno de ellos es el "techichi" o "tepescuintli ", que, además de servir para consumo humano, tenía una función importante: la de hacer de lazarillo a su difunto en su viaje al más allá . 

Pero, sin duda, uno de los motivos predilectos de la cerámica de Colima es la representación humana. Las pequeñas esculturas, por ejemplo, con la imagen de una mujer acarreando vasijas sobre los hombros o en la espalda, sobresalen por su valor artístico, pues todas ellas fueron trabajadas con gran exquisitez. 

A través de estas obras se aprecia que el estilo de Colima es más refinado, las figuras son elegantes, poseen la impasibilidad típica del indio, si bien no dejan de tener un innegable parentesco con las obras de los escultores de Nayarit. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El santuario de la Venta


Los más importantes hallazgos producidos en el sur de la costa del golfo de México proceden de un centro religioso llamado La Venta, situado en una is la en el rlo Tonalá, entre terrenos pantanosos y bosques de manglares del norte de Tabasco, en la frontera con Veracruz. 

La Venta es uno de los emplazamientos, en el corazón de la cultura olmeca, que estuvo ocupado antes del 1200 a.C. y hasta el año 400 a.C. Las excavaciones llevadas a cabo han sacado a la luz parte de un gran conjunto ritual constituido por varias pirámides de barro, y de adobe, agrupadas alrededor de una plaza rectangular, y una tumba de grandes dimensiones, alzada con columnas y dinteles de basalto. Lo más sorprendente de tales construcciones es, a diferencia de otras culturas primitivas, la sencillez y la falta de pretensiones. 

La elevación principal es un montículo redondo y estriado de unos 140 metros de diámetro y 33 metros de altura. Cuando se construyó este edificio era probablemente el de mayor tamaño. La cara norte domina dos patios adyacentes. El primero está marcado por montículos paralelos, mientras que el segundo era un rectángulo hundido, pavimentado con baldosas de colores y rodeado por pilares de basalto natural, aunque ambos tienen en el suelo mosaicos de colores que representan máscaras de jaguar angulares. 

Con todo, lo que más llama la atención de todo el santuario de La Venta son sus colosales cabezas localizadas frente las pirámides y que ponen en evidencia el control y dominio absolutos que sus artífices tuvieron sobre la piedra. Ningún material era demasiado duro ni demasiado frágil para estos magníficos maestros, que llegaron a atreverse con todos los tamaños. 

Las mejores muestras de sus facultades creadoras son tal vez estas enormes cabezas, esculpidas sin cuerpo y sin cuello. El mayor de los monolitos de este tipo es una de las cuatro cabezas gigantescas. Su altura alcanza los 2.46 metros y su perímetro 6,35 metros. Se ha calculado que su peso debe oscilar entre las 15 y las 30 toneladas. 

De este modo, la fabricación de tales obras hace pensar en la existencia de comunidades muy pobladas y jefes espirituales o reyes sacerdotes muy poderosos. Los habitantes de este emplazamiento no sólo erigieron altares y estelas monolíticas maravillosamente esculpidas, ni crearon únicamente guerreros y jaguares. sino que además trabajaron el jade de manera inimitable. Las 16 figuras humanas rodeadas por seis columnas de piedra dura representan una de las más bellas ofrendas nunca descubiertas en Mesoamérica; son tipos achaparrados, pesados, de anchos hombros, piernas y brazos cortos, que representan una verdadera ceremonia. 

La cultura de La Venta plantea muchos problemas no solucionados aún, y otros que parecen insolubles, entre ellos el siguiente: ¿cómo pudo este pueblo rodeado de marismas y bosques de mangles hacerse con bloques de piedra de hasta 20 toneladas extraídos de canteras que se hallaban a 1 00 kilómetros de su Ciudad Santa? 

La extraña cultura de La Venta, cuyo arte alcanzó tal grado de desarrollo mil años antes de que empezaran las culturas clásicas, es -y probablemente seguirá siendo uno de los grandes misterios de la época primitiva de México. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada

Serpiente Emplumada enroscada (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). 
Quetzalcóatl fue una de las principales divinidades de los pueblos mexicanos precolombinos. Y a diferencia de otras religiones, que tienen o tuvieron entre sus divinidades más relevantes a violentos dioses de la guerra, Quetzalcóatl está considerado como un dios de costumbres austeras y civilizadas, una divinidad verdaderamente pacífica. 

Según cuenta la tradición, Quetzalcóatl llegó a la costa de Veracruz y desde allí inició un periplo por tierras de México. Así, diversos pueblos del México prehispánico lo adoptaron como uno de sus dioses más venerados. De este modo, los toltecas le consideraban un héroe que había sido el responsable de su civilización. Por otro lado, los aztecas, que adoraban a otros muchos dioses, afirmaban que era el creador del mundo. 

Las formas en que se ha representado a Quetzalcóatl son muy variadas, aunque una de las más habituales era hacerlo bajo la forma de una serpiente emplumada. Aunque como símbolo de la austeridad y la concordia -era un dios que no necesitaba ni quería sacrificios- también lo encontramos en muchas ocasiones esculpido como un venerable anciano de piel clara y larga y espesa barba blanca. 

Precisamente, esta curiosa representación de Quetzalcóatl con una piel más clara que la que caracterizaba a los indígenas fue muy útil a los españoles a su llegada a México, pues hicieron creer a los pobladores del Nuevo Mundo que ellos eran seres de origen divino ya que presentaban rasgos parecidos a los de su venerado Quetzalcóatl. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Pintura mural del Templo de la Agricultura



El llamado Templo de la Agricultura de Teotihuacán, fue uno de los primeros edificios en que se descubrieron pinturas murales, que fueron halladas en 1884 por el arqueólogo mexicano Leopoldo Batres y que son conocidas por una copia de la época, ya que desaparecieron por completo.



Las pinturas, pertenecientes seguramente al principio de la época puesto no sólo se expresó en los edificios, sino también en las esculturas y en la cerámica.

El estilo pictórico teotihuacano tiene un carácter muy especial, pues es siempre de un complicado simbolismo pero conserva, al mismo tiempo, un aspecto realista en el dibujo de los elementos, aun cuando se representan ideas abstractas. En una de ellas, la más curiosa por su complejidad Interpretativa y la más conocida, es la que muestra a hombres y mujeres acudiendo con sus ofrendas ante dos posibles dioses, simbolizados por esquemáticas figuras de gran tamaño situadas a ambos extremos. Su apariencia humana se ha simplificado hasta quedar reducidas a puros bloques geométricos. Sería interesante saber sin duda quiénes son las divinas abstracciones que adoran los oficiantes, aunque sin poderlo afirmar con total seguridad pueden asociarse a Tláloc, en especial por sus grandes ojos circulares.

Al pie de estas formas estilizadas se van depositado las ofrendas de tortas, semillas, jade, plumas, etc., y entre estas estatuas, tres grupos desiguales de figuras humanas marcan los planos del espacio en una concepción de la perspectiva como la de la pintura egipcia. Además, la similitud con el mundo egipcio es evidente al estar todas las figuras representadas de perfil.

Los diferentes personajes del centro de la composición aparecen en diferentes posturas, andando, de pie o bien de rodillas o sentados al modo de los indígenas y casi desnudos. Las figuras llevan más ofrendas. Un hombre sacrifica un ave, otro llega con una vasija llena de frutas, y hay quienes traen plumas de quetzal y bolitas de hule adornadas con plumas. De las bocas de algunas de dichas figuras salen volutas ornamentadas que indican palabras o canto, referencia al mismo acto de orar.

Unas visten tocados, mientras que otras están ataviadas de ricas vestiduras y sombreros en forma de animales. Sobresalen dos personajes de blanco, más cercanos a los simulacros de las divinidades, que deben ser de rango sacerdotal. El de la izquierda quizás sea una mujer porque lleva suelta la cabellera y lleva el huípil, o camisa sin mangas, indumentaria todavía existente. El otro sacerdote, evidentemente es masculino y cubre su cabeza con un bonete blanco y negro y su túnica va ceñida como enaguas. Nada revela en esta pintura violencia, agitación o desorden. No se hacen sacrificios cruentos, más bien las ofrendas son de un pueblo agricultor, que va a rendir culto a sus divinidades.

Lamentablemente, la destrucción humana y el paso del tiempo, hicieron que estos extraordinarios murales llenos de colorido y simbolismo se perdiesen definitivamente y sólo existan las reproducciones en tamaño natural exhibidas en el Museo Nacional de Antropología de México.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Piedra del Sol



Los aztecas eran unos grandes artistas. Las pocas esculturas que se conservan de esta civilización son prueba de ello.



Una de las piezas conservadas más importantes es la Piedra Calendario, llamada también Piedra del Sol de Tenochtitlán, originalmente situada en el circuito del templo principal. Tallada en basalto en el siglo xv, quizás en el XVI, es un resumen de las creencias cosmológicas aztecas. El disco solar reproduce la cara del dios del Sol, Tonatiuh, rodeado también por los numerosos signos y números incorporados, que significan la unidad de lugar y tiempo.

Para los aztecas, el año se dividía en 18 meses de 20 días, con los que, agregando cinco días complementarios, componían el año de 365 días. Pero además conocían otros ciclos más amplios. El ciclo de Venus tenía 584 días y existía el de 4 años solares, el de 52 años y el de 104. Cada día del mes tenía su signo propio, su número de 1 a 13, y se colocaba bajo la advocación de uno de los nueve señores de la noche. Los meses se designaban con un nombre que correspondía al de la fiesta de su último día. Cada mes tenía sus atribuciones y divinidades protectoras y, naturalmente, sus sacrificios peculiares.

Los aztecas creían que en el pasado habían existido cuatro soles, cada uno de los cuales había sido destruido a la vez que una raza humana contemporánea. La era presente es la del Quinto Sol, Tonatiuh, al cual hay que ofrecer sangre humana para fortalecerlo en su viaje diario. El rostro de este Sol, que saca la lengua, aparece en el círculo interior, con garras a su lado sosteniendo corazones humanos, que evocan el sacrificio, la necesidad de alimentar al Sol.

Dentro de un círculo más grande, en unos paneles cuadrados laterales están las fechas de las cuatro destrucciones del mundo. Las otras representaciones circulares muestran símbolos relacionados con el Sol, conservador del mundo, que son los veinte signos de los días, los rayos del Sol y las dos serpientes de fuego.

En la parte superior del filete exterior se halla cincelada la fecha “13 Caña” en que nació el Sol actual, el quinto. El círculo central completo, junto con las volutas y los cuadrados que lo rodean, forma un glifo que da la fecha “4 Terremoto”, el día futuro en que Tonatiuh debe morir y la manera de su aniquilamiento. El estrecho filete circular que rodea las garras y las cuatro fechas, contiene los veinte jeroglíficos que significan los días del calendario azteca. En otro de los círculos, cuarenta signos más aluden a los quincunces, es decir a los meses que tenía cada año sagrado mexica. El filete siguiente lleva añadidos ocho rayos solares en forma de V, mientras que el exterior consiste en dos grandes serpientes de fuego que se enfrentan en la parte baja del disco, que son las encargadas de transportar al Sol en su diario viaje. De hecho, el anillo de veinte signos de días y la circunferencia exterior de dos serpientes celestiales (Xiuhcóat) significan el tiempo y el espacio.

Originariamente, esta escultura se hallaba pintada con todo primor. Un examen cuidadoso ha revelado vestigios hundidos de pigmentos que han hecho posible restaurar por completo su aspecto original. Mantiene muchas semejanzas con la Piedra de Tízoc, cuyos lados estaban adornados con representaciones de las conquistas de los primeros gobernantes aztecas, mientras que la parte superior estaba ocupada por la imagen del Sol. Pero a diferencia de la Piedra del Calendario tiene en el centro de la parte superior una perforación semicircular de la que parte una ranura. Ello demuestra que pudo tener una función de sacrificio, recogiendo de este modo la sangre de las víctimas. Una función semejante se atribuye al relieve más grande, la Piedra del Sol, sin que se encuentren en ella la perforación o la ranura.

Aunque tradicionalmente se ha interpretado esta estela únicamente como calendario, también se pretende ver en ella la metáfora de la estructura urbana centralizadora de la capital azteca. En este sentido, se puede observar una correponden-cia entre los cuatro ejes de los rayos solares y las cuatro calzadas de acceso a Tenochtitlán, así como un paralelismo entre el rostro de Tonatiuh como parte central del relieve y el centro ceremonial de la ciudad. Del mismo modo, el esquema compositivo basado en círculos concéntricos pondría de manifiesto el poder político expansivo que ejerció la gran urbe mexica sobre las demás poblaciones de su imperio.

Este monolito de unas 20 toneladas y 3,6 metros de diámetro, dedicado al dios del Sol y adornado con signos de los días y de las edades del mundo, se conserva en el Museo Nacional de Antropología de México.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Mictlan, la ciudad de los muertos



Los zapotecas tuvieron un nuevo centro cultural en Mitla o Mictlan, la nueva ciudad sagrada construida en el fondo del valle de Oaxaca. Mictlan fue un lugar rodeado de mitos y leyendas, pues la misma palabra significa lugar de descanso, de beatitud o de muerte, en definitiva hace referencia al fin bajo los palacios del rey se encontraban cámaras sepulcrales. Estas cámaras presentan tumbas más evolucionas que las del Monte Albán, ganan en espacio y, sobre todo, mantienen un rico trabajo decorativo, relieves geométricos a base de la utilización del mosaico, pequeñas piedras perfectamente encajadas.



Sus ruinas llamaron la atención tanto por ser estructuras de grandes piedras, que ofrecían novedosos sistemas de distribución de espacios, como también por el peculiar estilo decorativo.

De entre todos, el monumento mejor conservado es el conocido como el edificio de las Columnas, por ser el único palacio que tiene estos elementos estructurales. De hecho, la utilización de estas piezas monolíticas es uno de los aspectos que más sorprende del complejo, pues era algo desusado en la arquitectura mexicana antigua.

La peculiar disposición de este recinto concede una importancia primordial a una amplia y alargada antesala que conduce directamente a las salas de la parte posterior, cerradas en torno a un patio. Pero lo más característico son las elegantes columnas, que contribuían a sostener el techo de la antesala. Posiblemente, esta era la habitación del sumo sacerdote, una estancia para ceremonias que él solo podía practicar.

La segunda sorpresa en Mictlan es la decoración de las paredes a base de maravillosos mosaicos. Tanto los muros exteriores como los interiores, incluso en salas cuya iluminación debía ser muy escasa, se decoran con piedras formando composiciones minuciosamente estudiadas. Las piedras de fachada y de las salas principales interiores han sido excavadas para dejar espacios vacíos, donde se han colocado miles de bloques finamente tallados, que ajustan perfectamente y componen más de treinta combinaciones de dibujos geométricos. Son larguísimos paneles que presentan el mismo motivo geométrico pero de variadas formas, tipos de grecas escalonadas, triángulos, meandros, zigzag, etc.

Por su técnica, el revestimiento que cubre la mayor parte de los muros interiores, pasillos, cámaras y patios, son dignos de admiración. Este sistema decorativo es una de las creaciones más originales del arte antiguo, que no existe en ninguna otra parte del mundo y que han dado fama mundial a Mictlan.

Debió costar un trabajo inmenso tallar cerca de un millón de piedras para dichos mosaicos utilizando toscas herramientas; puede afirmarse, no obstante, que el resultado obtenido es digno del esfuerzo que costó. Mictlan representa así la culminación de las nuevas tendencias arquitectónicas, tanto por la característica distribución de sus edificios como por la extraordinaria decoración que exhiben.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los hallazgos de El Zapotal

Las excavaciones realizadas durante la segunda mitad del siglo XX en El Zapotal, enclave situado a escasos kilómetros al oeste de Laguna de Alvarado, en el estado de Veracruz, nos muestran numerosos vestigios del período clásico en esta zona de Mesoamérica. Aparte de las figurillas sonrientes a las que ya hemos hecho mención, destaca el hallazgo de un fascinante santuario dedicado al dios de los muertos, Mictlantecuhtli, que aparece modelado en barro sin cocer, sentado en un increíble trono. Asimismo, en el tocado que luce la figura del dios vemos esculpidos cráneos y cabezas de lagartos. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo Nacional de Antropología de México

Dirección: 
Avenida Paseo de la Reforma, Calzada Gandhi, s.n. P
arque de Chapultepec, Ciudad de México. 
Tel: (+52) 5286 5195. 
http://www.inah.gob.mx/es/red-de-museos/265-museo-nacional-de-antropologia

Jardines del Museo Nacional de Antropología de México. 

Sin lugar a dudas, se trata de la joya museográfica de Ciudad de México, y uno de los destinos fundamentales de todo estudioso del arte precolombino. El origen de este museo tradicionalmente se suele vincular con el doble descubrimiento que, en. 1790, tuvo lugar en la ciudad: la escultura de Coatlicue, la diosa de la tierra, y el de la famosa Piedra del Sol, conocida como Calendario Azteca. A partir de aquí, fue naciendo la conciencia del pasado del país y de la necesidad de venerarlo y preservarlo. Finalmente, en 1825 esto se plasmó cuando se decretó el nacimiento del Museo Nacional, que con todo, en aquellos primeros momentos, siguió dentro del conjunto de la universidad. 
Brasero de barro con cuatro soportes en forma semiesférica 
decorados con incisiones. 

A partir de esta fecha, el museo fue cambiando de lugar y recibiendo multitud de donaciones de todo tipo, tanto de piezas arqueológicas precolombinas como pinturas e imaginería coloniales, hasta carruajes, monedas, fósiles o animales disecados. Esta riqueza de variedad de fondos llevó que, con el tiempo, se desmembraran en partes, con el objetivo de darles un lugar específico a cada una de las diferentes disciplinas. Así, en 1910, apareció el primer Museo Natural de México, y en 1940, el Museo Nacional de Historia, quedando por otra parte en una sola colección la parte dedicada a arqueología y etnografía, base del futuro Museo Nacional de Antropología de México.
Vasija trípode policromada cuyos soportes son cabezas de 
águila estilizadas. 

Tras pasar por varios sitios, finalmente halló su sede definitiva en un edificio encargado en 1963 al arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez quien, en un tiempo récord, construyó el nuevo museo. Así, el 17 de septiembre de 1964 pudo ser inaugurado por el presidente de entonces, Adolfo López Mateas. El nuevo museo llama la atención por su enorme espacio, con un gran patio central en torno al cual se disponen las diferentes salas de exposición. Situadas en dos niveles, en la planta baja se presentan las colecciones de arqueología, mientras que en la superior se puede disfrutar de la sección etnográfica. 

En la parte dedicada a arqueología, se sigue un orden cronológico desde la sala de los orígenes -con la recreación del hallazgo del Mamut de Santa Isabel lztapa-, para dar paso a las cuatro principales etapas que tuvieron lugar en el Altiplano Central Mexicano -sala del preclásico; sala de Teotihuacán; sala tolteca, dedicada a la ciudad fundada por Quetzalcóatl; y la sala mexica, de la etapa posclásica, que es la de mayores dimensiones, con importantes muestras escultóricas, y donde destaca en su centro la Piedra del Sol-. En el ala sur, las salas están dedicadas a las otras regiones de Mesoamérica: Oaxaca, Culturas del Golfo de México y los Mayas. 

En la parte sobre etnografía, hay salas centradas en los Pueblos Indios, el Gran Nayar y los Otopames, así como a los Purépechas o a la sierra norte de Puebla. 

Una sala aparte es la que estudia los nahuas, pueblo que no se presentó en el plan museográfico de 1964, pero que fue introducido posteriormente, puesto que su presencia es la de mayor peso en la configuración del México actual.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat 

Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial

Dirección:
Calle Juan de Borbón y Battemberg, s/n. 
28200 San Lorenzo de El Escorial, Madrid. 
Tel: 91 890 59 02 191 890 59 03. 
http://monasteriodelescorial.com/

Fachada del Patio de los Reyes del Real Monasterio de El Escorial. 
El rey Felipe II decidió construir en El Escorial el edificio desde el que controlaría todo su Imperio. El monarca deseaba levantar un palacio que hiciera las veces de panteón real, monasterio y basílica. Se trataba de una obra ingente y muy ambiciosa, que tomó el simbólico nombre de San Lorenzo, en conmemoración de la reciente victoria en la Batalla de San Quintín, acaecida el 1 O de Agosto, día de San Lorenzo. 

El proceso de edificación duró más de veinte años, terminándose en 1584. Su emplazamiento no fue fruto del azar, sino que para su elección Felipe II acudió a los más reputados astrólogos, teólogos y arquitectos del momento. Fue Juan de Toledo el encargado de llevar a término la obra. Éste se basó en la estructura del Alcázar toledano, siguiendo sus líneas regulares, de planta cuadrada y con torres en las esquinas. Tras el deceso de este arquitecto, ocurrido en 1567, fue sucedido por Juan de Herrera, quien terminó el proyecto, confiriéndole su característico aspecto, que no tardaría en crear escuela. 

Si bien es cierto que el Real Sitio de San Lorenzo no es propiamente un Museo, cabe decir que en él se conservan algunas de las más bellas obras del renacimiento español. Por otra parte, el mismo edificio y su decoración constituyen uno de los mejores ejemplos de arquitectura y artes aplicadas de la época. Por todo ello, forma parte del Patrimonio Nacional, además de haber sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. 

El conjunto fue decorado al fresco por pintores italianos, entre los que hay que destacar a Zuccaro, Luca Giordano y Tibaldi. Además, las paredes de este edificio fueron ornamentadas con pinturas de El Bosco, de maestros venecianos del siglo XVI, y por algunos cuadros de El Greco y Velázquez. Asimismo, en la basílica pueden observarse dos grandes cenotafios, dedicados a Felipe II y a Carlos I, con esculturas de Pompeyo Leoni. En otros espacios del edificio, el visitante podrá observar esculturas de Monegro, Cellini y Bernini; además del reablo de Claudio Coello, que engalana la sacristía. 

El Monasterio posee varias construcciones adyacentes, también de gran interés, entre las que cabe destacar la Casita del Príncipe y la del Infante, con sus respectivos jardines. Finalmente, aloja la magnífica Biblioteca de El Escorial, creada por Felipe 11. En ella se conservan impresos, manuscritos y códices, que en la actualidad se hallan en proceso de catalogación. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Vincente Masip (h.1475-h.1550)



Masip el Viejo, Vicente (Andilla, h. 1475-h. 1550) Pintor renacentista español, padre del famoso pintor Vicente Juan Macip, más conocido como Juan de Juanes

Biografía 

Se le considera un pintor de corte cuatrocentista influido por las obras de Paolo de San Leocadio y Rodrigo de Osona. A ellos se debe el aspecto de primitivo cuatrocentista de sus obras tempranas, como el retablo de Porta-Coeli del Museo de Bellas Artes de Valencia. La llegada a Valencia de algunas obras de Sebastiano del Piombo marcará su obra posterior, como se pone de manifiesto en la más destacada de ellas, el antiguo retablo del altar mayor de la catedral de Segorbe del que se va a encargar entre 1529 y 1532, quizá contando ya con la colaboración de su hijo, lo que permitiría explicar el cambio en la orientación de su pintura. Se le atribuye también el retablo de la Virgen del Remedio de la Iglesia de San Bartolomé de Benicarló. Es una pintura con la Virgen y el Niño sentado en el trono, rodeados por diferentes santos. 

El Museo del Prado posee, entre otras, dos pinturas suyas de formato circular, representando la Visitación y el Martirio de Santa Inés, ejecutadas para la capilla de santo Tomás de Villanueva en el convento de San Julián de Valencia, probablemente por encargo del venerable Juan Bautista Agnesio. Especialmente en la segunda de ellas, el escenario renacentista en que se desarrolla la acción muestra obvias influencias de los cartones de los Hechos de los Apóstoles de Rafael, que pudo conocer a través de estampas. Eclipsado un tanto por la fama exorbitante de su hijo, de estilo más emotivo y dulzón, pero sin duda mejor dotado, los expertos dudan en la atribución de algunas obras entre padre e hijo, especialmente de aquellas que se habían atribuido al Macip maduro. 

Fuente: https://es.wikipedia.org/

Galería

Inmaculada Concepción, 1531-1535


Martirio de Santa Inés, 1540

Joan Mates (h.1390-1431)


Mates, Joan (Vilafranca del Penedés, h.1390 -Barcelona, 1431) Maestro pintor retablero catalán de estilo gótico. 

Biografía

Procedente de Villafranca del Panadés, en 1390 se estableció en Barcelona en el taller de Pere Serra, con quien tuvo una larga relación y colaboración. Juntos trabajaron en el retablo de la Virgen con los Santos de Siracusa (1400) y cuando se produjo el fallecimiento de su maestro, recuperó otros encargos suyos, como el del retablo de la Anunciación para la iglesia de San Francesco de Stampace de Cáller (Cerdeña), realizado entre los años 1406 y 1410, conservado en la actualidad en la Pinacoteca Nazionale.

Tuvo buena relación con altos cargos de la iglesia y la nobleza catalana y con mecenas como las familias Cabrera, Cervelló, Queralt o Foix. Realizó diversos encargos destinados para diferentes partes de Aragón y Cataluña, como el retablo de San Jaime de Vallespinosa (1406-1410), patrocinado por la familia Cervelló, que se encuentra en el Museo Diocesano de Tarragona.

Para la catedral de Barcelona, se le encargó el gran retablo de San Ambrosio y San Martín de Tours. Para la Pía Almoina, el de San Sebastián, guardado en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, ejecutado en 1431 en los límites finales de su producción.

Joan Mates estableció un activo taller en el que tuvo como principales colaboradores a su hijastro Francesc Oliva y a su hijo Bernat Mates (documentado entre 1425 y 1462). El temprano fallecimiento del primero y el escaso talento artístico del segundo provocaron la desaparición del negocio familiar poco después de la muerte del patriarca (1431).

Además de Bernat, se tiene constancia de otro hijo, Jorge Mates, quien entró a formar parte del taller de Jaume Huguet en 1469 como aprendiz.

Fuente:  https://es.wikipedia.org/

Galería

Calvario; San Sebastián

Caída de los ángeles rebeldes (detalle)

Punto al Arte