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Artistas de la A a la Z

Las artes decorativas en el mundo islámico

Hemos encontrado en este sucinto capítulo del arte islámico una rara coincidencia de técnicas y estética que no llegaba a ser uniformidad, pero sí unidad de gusto y pensamiento. Ya se había avanzado que ésta es una de las características más singulares y sorprendentes del arte islámico. Las razones para tal coincidencia que emparenta las construcciones de la India con los edificios de al-Ándalus deben buscarse, sobre todo, en el poderoso influjo de la religión en todos los ámbitos de la sociedad islámica y, especialmente, en el arte. Por tanto, estas similitudes artísticas en puntos tan dispares del Imperio islámico pueden atribuirse principalmente a la fe religiosa; no se debe olvidar que el Islam comprendía árabes y egipcios, sirios y bereberes, persas y mongoles, de raza, lengua y cultura enteramente diversas; un conjunto de pueblos que si algo podían compartir era una religión, la islámica, que les marcaba sus conductas en todos los ámbitos de la vida, como ya ha quedado señalado. Por tanto, fue la peregrinación, que era uno de los cinco deberes inexcusables a todos los mahometanos, lo que causó tanto o más que el Corán esta unificación de gusto que tanto asombra.

⇨ Mimbar del período almorávide (Museo del Palacio Badia, Marrakech). Púlpito de factura cordobesa, que está elaborado con madera de cedro, ébano y marfil. Anteriormente se hallaba en la mezquita de Kutubiyya en Marrakech.



El Islam -insistiendo en no olvidarlo- es una fraternidad, una cofradía universal, de todos los creyentes. Ésta es una de las principales características de la religión musulmana y uno de los motivos de que, por ejemplo, en una región como la India, en la que se profesaba una doctrina religiosa radicalmente alejada de las palabras del profeta Mahoma, triunfara en muchas zonas el Islam, que decía a las clases más marginadas de la sociedad que todos los seres humanos deben vivir como hermanos.

Todas las religiones han insistido en que los verdaderos hermanos son los que creen en una misma doctrina, pero este concepto de hermandad se mantiene solamente durante los períodos de predicación y persecución. En el Islam se sostuvo durante la época de su mayor apogeo y continúa manteniéndose en la actualidad. Un mahometano, especial mente si va camino de La Meca, entrará en la casa de cualquier creyente y será recibido como hermano, se sentará a la mesa y recibirá indefinida hospitalidad sin que por ello tenga que pagar posada.

Mihrab (mezquita de Córdoba). Aspecto de la decoración del mihrab, hornacina donde se guarda el corán y hacia donde oran los musulmanes. Se halla sobre el muro de la quibla, que está orientada hacia La Meca. La gran mezquita de Córdoba, hoy convertida en iglesia, fue fundada en el año 785 por Abd-al-Rahman l.
La peregrinación no se convertía simplemente en un viaje de ida y vuelta, desde la morada del peregrino a La Meca y luego de vuelta a casa. En muchas ocasiones, debido a la vastedad del Imperio islámico, tal peregrinación se prolongaba durante meses, por lo que, de esta forma, los mahometanos se habituaban a la vida andariega y debían de disfrutar de las novedades que proporciona la vida nómada; una vez cumplido el deber de visitar los lugares santos, se sentía el deseo de conocer otros países, ver gentes extrañas y ciudades lejanas, siempre dentro del área religiosa del Islam.

Los mahometanos viajaban poquísimo por países cristianos: se lo dificultaba, además del coste, la variedad de las lenguas. En tierras de creyentes, el árabe del Corán era y es un idioma internacionalmente mucho más difundido en todas las clases sociales que el latín en Occidente.

Así, tanto la sinceridad con que creen los musulmanes como el deber de la peregrinación explican la semejanza estilística de los monumentos islámicos. Los relieves planos, sin formas salientes, indicadísimos para una pared de muralla expuesta al sol del desierto, se aplican asimismo al interior de las mezquitas y hasta en la decoración de los mihrabs, de los muebles y objetos de arte suntuario. Los temas son también semejantes. Así, tanto en el norte de África como en la India, los arabescos consisten en la intersección complicada y profusa de tallos y hojas estilizadas; pero las plantas peculiares del desierto, las hojas de parra a medio abrir, las granadas y las palmas se intercalan con pequeños tigres y leones, gacelas y pájaros del Oriente.

Cofre de marfil (catedral de Pamplona). Procedente del monasterio de Leire, es el más rico -por sus temas- entre todos los conservados. Está fechado en el año 1005 y en su cara aquí visible presenta tres escenas de corte, enmarcadas en una sabia composición geométrica que utiliza elementos naturalistas.
Estas formas de estilo árabe se encuentran en los frisos de los castillos mesopotárnicos, y es curioso advertir que, hasta en los más lejanos países, persiste el gusto por las lacerías sernivegetales y geométricas. El artista musulmán siente repugnancia instintiva a las formas vivas en el estado en que se encuentran en la naturaleza, y llega al extremo de que, cuando puede disponer de frisos antiguos y capiteles corintios con hojas de acanto tiernas y jugosas, los corta en líneas secas y abreviadas, los labra de nuevo, abriendo con el trépano agujeros que reducen a esqueleto la flexible masa de las hojas frescas. Los capiteles romanos y griegos así rectificados abundan en las mezquitas que se levantan por el norte de África y en la de Córdoba; en cambio, los secos capiteles visigóticos casi nunca son deformados por los artistas musulmanes.

La predilección por lo puramente geométrico, abstracto y abreviado es más sensible en los mahometanos sunitas, que son estrictamente coránica. Pero casi la mitad de los creyentes pertenecen a los chiítas, que consideran a Alí, primo o yerno de Mahoma, superior al Profeta, pues fue emanación de la sabiduría divina. Alí fue un imam, cuya virtud infinita le llevó a no manifestar su carácter y a no reclamar el reconocimiento de su categoría.


⇨ Cuenco de la sardana (Museo de Cerámica de Barcelona). La cerámica valenciana decorada, especialmente la de Manises y Paterna, ha sido la más divulgada de toda la cerámica medieval hispana. Esta pieza excepcional, de datación difícil, es una muestra de tantos millares de piezas recuperadas gracias a las excavaciones de Paterna. Así se han descubierto los desperdicios de las hornadas que todo alfarero tenía la obligación de utilizar en la construcción de muros.


Así, mientras los mahometanos sunitas tienen por definitivo cuanto dice a la letra el Corán, los chiítas se mantienen a la expectativa de la aparición de nuevos imames descendientes de Alí, que harán sucesivas revelaciones. Esto les predispone a aceptar representaciones de seres vivos en sus obras de arte decorativo. Desde este punto de vista el Islam queda dividido por la línea del Eufrates, pues son chiítas la mayoría de los creyentes de Persia y de la India, mientras que predominaban los sunitas en Siria, norte de África y en España.

La anterior digresión era inevitable para entender la escultura y la pintura musulmanas. Así, a modo de conclusión de las ideas que acaban de exponerse, no resulta sorprendente que sean escasísimas las obras de escultura islámica de bulto entero entre los creyentes de la ortodoxia sunita. Es excepcional encontrar escultura árabe de tres dimensiones en Occidente, porque allí los mahometanos respetaron la prohibición coránica contra la idolatría. Abderramán III, por excepción, colocó en Medina Azahara la estatua de su favorita, y consta que para adornar las fuentes encargó en Córdoba doce animales de oro rojo. Los leones de la fuente del patio de la Alhambra son otra muestra rarísima de escultura islámica en Occidente.


Bote hispano-árabe (Hispanic Society, Nueva York).

Bote destinado a guardar perfumes, probablemente

es uno de los muchos que se realizaron a finales
del siglo X, pero sin duda es uno de los más bellos.
También existen recuerdos literarios de pinturas decorativas con retratos y figuras entre los mahometanos sunitas. Un ejemplo, muchas veces citado, son las pinturas sobre cuero de la sala de los Reyes, en la Alhambra, que representan escenas de caza y torneo. Hoy se atribuyen sin vacilación a artistas italianos que llegaron a Granada en el siglo XV; sólo prueban una desviación del gusto hacia lo vivo y lo representativo, que es casi apostasía.

Se conservan, en cambio, innumerables manuscritos con miniaturas, que pueden proporcionar una idea de lo que era la pintura entre los musulmanes de confesión chiíta. El libro sagrado único, el Corán, lleva sólo un bello frontispicio con medallón de entrelazados. Pero los libros de carácter histórico y las epopeyas iránicas, sobre todo el Shah-Nameh de Firdusi, o Libro de los Reyes, se ilustran con abundantes viñetas explicativas del texto. En Persia y en la India, los decoradores de manuscritos hicieron maravillas; nada como sus miniaturas pueden hacer comprender mejor el ambiente refinado de las cortes de los sultanes, que se vanagloriaban más de tener músicos, poetas y filósofos que estadistas y generales. Algunas de ellas representan al príncipe rodeado de sus cortesanos, en plácido coloquio; otras reproducen escenas de guerra y de caza; otras, retratos simplemente dibujados con hábiles trazos de pincel.

Botella de peregrinación (British Museum, Londres). Procedente de Siria y elaborada entre 1330 y 1350, la forma de la botella recuerda los recipientes de cuero que usaban los viajeros medievales. Probablemente se vendían a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Los coloridos esmaltes y dorados disimulan la escasa calidad del vidrio.
En Persia hay que señalar dos escuelas principales de miniaturas: la de Herat y la de Isfahán. La primera fue fundada a fines del siglo XV por el gran artista Behzad, cuyo estilo fue copiado durante generaciones y se caracteriza por un realismo lleno de encanto, por la brillantez de los colores y por el movimiento agitado de las escenas. La personalidad más sobresaliente de la escuela de Isfahán fue Riza Abbasí que, durante el primer cuarto del siglo XVII, hizo famosas sus composiciones, con grandes figuras en las que se aprecia una aguda observación de la naturaleza y d.e la realidad diaria. En la India musulmana, los príncipes, a partir de Akbar, desarrollaron el coleccionismo de grandes ilustraciones en las que se percibe un lejano eco de las pinturas antiguas de Ajanta. En el período del Shah Djahán se acentuó el interés por la perfección del retrato individualizado.


⇦ Tarro de cerámica de Manises (Instituto Valencia de Don Juan, Madrid). Fechado a principios del siglo xv, esta pieza es un claro exponente de una cerámica, la de Manises, que, según cuenta Eiximenis en 1383, era verdaderamente "apreciada por papas, cardenales y príncipes del mundo".



En las artes suntuarias, los artistas musulmanes produjeron obras de una belleza extraordinaria, llegando a conseguir resultados acaso superiores a lo que había producido la Europa occidental en el arte decorativo. La restricción, por no decir prohibición, de representar asuntos figurativos es un impedimento para los artistas islámicos, del que triunfan sólo por su gran fantasía. Los pueblos del Islam, que aprendieron, en primer término, de los artistas sasánidas de Persia y Mesopotamia, reproducen, por ejemplo, sin demostrar fatiga, los dos temas más frecuentes del arte oriental, a saber: el árbol de la vida, flanqueado de un par de animales, y el grifo que vuela al Paraíso. En la Persia sasánida, el grifo se convierte en el sigmurd, un monstruo imaginado por los devotos de Zoroastro, que se interpreta como síntesis universal de los cuatro elementos: el sigmurd arroja fuego por la boca, va provisto de escamas para entrar en el agua, posee alas para volar en el aire y tiene patas para correr sobre la tierra.

Azulejo del siglo XV de lbn Ghaybi Taurisi (Museo de Arte Islámico, El Cairo). Procedente de la madrasa de Sayyida Nafisa de El Cairo, está pintado en tonos cobalto y negro bajo un barniz transparente. El mosaico está firmado en las esquinas por su autor.
Las artes islámicas del metal han producido un pebetero famoso de bronce labrado en forma de grifo, que es una de las joyas más preciadas del tesoro del Campo Santo de Pisa; pasa por ser obra egipcia de los siglos X y XI, y se dice que fue traída a Europa por Amaury; rey franco de Jerusalén. Pero son relativamente numerosos estos pebeteros en forma de ave o de cuadrúpedo que, con adorno cincelado o relleno de esmalte, se conocen hoy día: datan en su mayoría de los siglos X al XII y algunos son de factura hispanoárabe, como el perfumero en forma de león que perteneció a la Colección Stern y actualmente se conserva en el Louvre y al parecer procede del castillo de Monzón (Huesca). Se conocen otros en forma de cervatillo o caballito, que proviene de Medina Azahara.

Capítulo importante en el arte musulmán suntuario lo constituyen las labores adamasquinadas en latón, que se realizaron, a partir del siglo XI, en varias localidades distanciadas entre sí: Mossul, Damasco, El Cairo, Herat y varias poblaciones persas, pero su unidad estilística es grande, a pesar de las diferencias debidas a la evolución del estilo. Muchas de estas vasijas, aguamaniles o candeleros con labor cincelada llevan incrustación de plata; el adorno de casi todas estas obras consiste, además de letreros caligráficos, en medallones con refinados temas vegetales o figurativos.

Jarra hispano-árabe de Mazara del Vallo,
fechada en el siglo XIV, cuando la cerámica
nazarí alcanzaba su mayor apogeo y cuando
también en Málaga se hacían y decoraban
los soberbios jarrones denominados de la
Alhambra.
Otras artes de predilección islámica fueron la talla del cristal de roca, que floreció en Egipto. entre los siglos X y primera mitad del XII, bajo la dinastía fatimí, y el vidrio con adorno policromo esmaltado y dorado, cuyos primeros talleres estuvieron radicados en Damasco y otras poblaciones sirias a partir del siglo XII, pero cuyas obras más ostentosas (lámparas para mezquita con hermosas inscripciones en caracteres nasjíes) se fabricaron, no sólo en Siria, sino en El Cairo, durante los siglos XIV y XV, bajo los sultanes mamelucos.

Algunos mimbars, o púlpitos para la lectura del Corán, son obras preciosas de talla; otros destacan por su meritorio adorno de taraceas.

La devoción coránica no estimulaba la creación de obras suntuarias como la liturgia cristiana. Las mezquitas no tienen altares, ni el culto obliga a producir el sinnúmero de objetos rituales que necesitan las iglesias latina y bizantina. El mihrab, indispensable en todas las mezquitas y la parte más decorada, es simplemente una arcada o nicho flanqueado de columnitas para orientar a los que rezan a dirigir sus plegarias del lado de La Meca. Por excepción, el mihrab de la mezquita de Córdoba es un pequeño cubículo sin ventanas.

Los artistas musulmanes preferían el marfil a las maderas, por raro y precioso que fuera el leño. Son magníficas las arquetas hispanoárabes con relieves planos, de marfil, que en muchas catedrales de la Edad Media servían para guardar reliquias. La mayor de estas cajitas árabes de marfil es la de la catedral de Pamplona, procedente de Leire. Es de forma rectangular, toda decorada con relieves historiados. Una leyenda, que decora sus cuatro caras, implora la bendición de Dios, la felicidad y larga vida para Almanzor, y lleva, además, el nombre del artista que dirigió la obra, un eunuco llamado Nomeirben-Mohamed, que parece ser el jefe del taller califal de Córdoba. Varios nombres, grabados en cada medallón, acaso sean los de los artistas que ejecutaron las diferentes partes de los relieves.

Otra arqueta árabe muy parecida se guarda en la catedral de Braga, en Portugal. El Museo Arqueológico Nacional, de Madrid, posee una arqueta árabe procedente de Palencia, menos historiada que la de Pamplona, aunque más antigua, con ornamentación vegetal deliciosamente estilizada. Pero en aquellos tallos casi geométricos del relieve de marfil, el árbol de la vida se descubre flanqueado de pares de gacelas, ciervos o codornices.

Algunas cajitas árabes de marfil son de forma cilíndrica, con tapa redondeada. Las más antiguas, del siglo X, fueron ejecutadas en Córdoba, como la que se guarda el Museo del Louvre, muy rica en escenas figurativas, y la de la Hispanic Society de Nueva York, con una refinada decoración vegetal estilizada y los herrajes originales. Después de la disolución del califato, el arte de tallar marfiles se conservó en Cuenca; hubo allí una familia dedicada a labrar cajitas durante varias generaciones que continuaron la tradición del estilo cordobés.
Tejido hispano-árabe (Museo Provincial Textil,
Tarrasa). Probablemente de factura grana-
dina, esta pieza muestra un admirable
diseño entrelazado y un característico colorido
que permiten creer que se trata de una obra
del siglo XV.

Siria y Egipto, así como Sicilia bajo la dinastía normanda, tuvieron notables talleres de eboraria entre los siglos XII y XN. En el arte aplicado que se considera más genuinamente oriental, la cerámica, los pueblos musulmanes derrocharon verdaderos tesoros de inventiva. La historia de las cerámicas del Islam se inicia en Mesopotamia, en Bagdad, durante el siglo IX, mientras la corte califal abasida radicó en Samarra (836-883), y está jalonada por descubrimientos de sucesivos procedimientos técnicos que estimularon la aparición de muy variados estilos, todos los cuales denotan, no sólo extraordinario dominio de la ornamentación geométrica o basada en el empleo de una caligrafía que, en sí misma, es ya un elemento de gran efecto decorativo, sino también una elegante facilidad por la pintura de temas figurativos o inspirados en la estilización animal o vegetal. Algunos jarros de esta cerámica son de grandes dimensiones.

El primer barniz inventado fue el de óxido de plomo. Es un barniz transparente y algo amarillento, que implica la necesidad de emplear un engobe blanco para que las vasijas se puedan pintar en un escaso número de tonalidades (verde y morado, o verde, morado y rojo) antes de recibir aquel barniz y ser puestas a cocer en el horno. A esta clase de cerámicas pertenecen algunas de fabricación mesopotámica, y las persas de Nishapur, en el Jorasán, o las de Samarcanda, en la Transoxiana. También corresponden a esta modalidad las cerámicas persas esgrafiadas que pretendieron, ya desde el siglo XII, imitar las porcelanas chinas, y asimismo las califales cordobesas con pintura bicolor (verde y morada) y las de estas mismas características que desde fines del siglo XIII fabricaron los moriscos de Teruel y de Paterna (Valencia).

Drap de les Bruixes (Museo Episcopal de Vic, Barcelona). Hallado en el sepulcro de San Bernardo Calvó (siglo XIII), está considerado como el más importante de los tejidos islámicos conservados en España. En opinión de Gómez-Moreno, no fue realizado en la Península, ya que no presenta puntos de contacto con el arte de ai-Andalus y, en cambio, está muy próximo al arte oriental.
Poco después de hallarse el barniz de óxido de plo mo, se inventó el estannífero, blanco y opaco, adecuado para emplear una policromía rica, que incluye el azul, y que se fija mediante una segunda cocción de las piezas. Este nuevo barniz permitió también el empleo de la decoración por reflejos metálicos, obtenida mediante los óxidos de plata y cobre. Esta es la famosa cerámica dorada, que se usó desde la segunda mitad del siglo X en Egipto (alFustat) bajo la dinastía fatirní, y desde fines del siglo XII se fabricó en Mesopotamia (Rakka) y durante los siglos XII y XI,II en Persia (Ray o Rhages, Kashán y Sultanabad) y en Siria (Damasco). Desde fines del siglo XIII decoró también las cerámicas doradas hispanoárabes que se fabricaron en Málaga, centro irnportante donde se elaboraron, entre otras piezas famosas, las grandes jarras en las que, junto al adorno dorado, aparece también algunas veces la pintura azul, algunas de las cuales se fabricaron para la corte granadina nazarí. En España esta cerámica malagueña dorada pasó a informar, durante el siglo XIV, la elaboración de Manises, en Valencia, que conoció una gran difusión por Europa, y ya en el siglo XVI, habiendo perdido gran parte de su antiguo estilo morisco, irradió a Barcelona, de donde pasó después a Reus; pero antes, conservando su sello árabe, pasó a Muel, en Zaragoza, donde su fabricación perduró hasta ser expulsados los moriscos de España.


⇨ Alfombra de la Caza (Museo Poldi Pezzoli, Milán). Alfombra persa procedente de Tabriz, cuyo diseño presenta animales y muchas flores. Está enmarcada por una cenefa con caracteres árabes.



Pero, a pesar de lo que se lleva dicho, no queda ni con mucho completo este cuadro de las principales cerámicas de origen islámico. Es preciso que sea mencionada una variedad que, durante los siglos XII y XI,II se cultivó en Persia con temas figurativos realizados con una gran delicadeza pictórica, y que se designó con la voz minai (esto es "esmaltada"), así como la pintada en azul, o en azul y negro, durante los siglos XIV y XV, en Damasco, y las persas posteriores, que desde el siglo XV al xvn intentaron imitar las porcelanas chinas Ming, con pintura azul: las de Kubachi, Kirman y Meshed, o finalmente las portentosas cerámicas policromas turcas, fabricadas durante el siglo XVI en Anatolia, en la antigua Nicea, Isnik.Y aún a esta larga lista habría de añadir un comentario acerca de los azulejos islámicos, que tan brillante papel desempeñaron a lo largo de toda la historia de la arquitectura musulmana, de la que fueron obligado y brillante complemento de decoración.

Otra gloriosa industria del Islam son los tejidos las alfombras. Para las telas, los maestros de los árabes fueron los coptos, los bizantinos y los persas sasánidas. Los musulmanes añadieron el gran elemento decorativo de la caligrafía. Las leyendas forman muchas veces orlas bellísimas en los tejidos. Los reyes de la dinastía franca de Jerusalén fomentaron esta industria en las tierras que gobernaban. Los califas de Egipto, los árabes de la España musulmana, todos fundaron o protegieron también las fábricas de tejidos, que llamaban tiraz. Los historiadores árabes, comó Al-Idrisi y Al-Makari, hablan de Almería como el lugar donde, en su época, se fabricaban las más bellas telas de España. Jaén y Sevilla producían también gran cantidad de tejidos de seda. Después las fábricas principales árabes españolas se establecieron en Granada. Los tejidos granadinos del siglo XV son todavía admirables por la belleza de color de sus entrelazados geométricos.


⇦ Alfombra del Turquestán. El imaginativo dibujo y la calidad de textura son las características principales de estas alfombras. Impulsada por el próspero comercio con Occidente, Persia habría de sustituir paulatinamente su magnífica pintura por el arte paciente del tapiz.



Mientras que los telares de Egipto y de Siria continúan produciendo tejidos con temas zoomórficos inscritos dentro de las ruedas de tradición bizantina, en las fábricas más occidentales, o sea en Marruecos y en España, las formas vivas animales y vegetales casi desaparecen, sustituidas por los florones geométricos.

Las alfombras son tejidos de más trascendencia artística que las telas, pues están enteramente ejecutadas a mano sin ayuda del telar. Durante la Edad Media no se utilizaron en Occidente más que alfombras árabes. El mismo nombre es todavía árabe, y la palabra baldaquín, que se emplea para designar la alfombra que cubre un trono o altar, es una derivación de la árabe baldak o bagdad.

Cada región de Persia y Asia Central -los países que producen lanas finas- ejecutó un tipo especial de alfombra, con sus dibujos peculiares y su típica coloración. Una alfombra de Bujara es diferente por el color y temas que una de Samarcanda, Tabriz o Isfahán. En la actualidad, todavía se acude a Irán para obtener mejores alfombras.

En la Edad Media, los tejidos y las alfombras fueron el principal vehículo de introducción de temas musulmanes en el Occidente latino. Se prefirieron para envolver los cuerpos santos las telas importadas de Bagdad o Egipto. Para cubrir los presbiterios y los salones reales, no hubo nada mejor que los tapetes orientales con grifos, leones, palmeras, incluso letreros coránicos. En ellos encontraron temas e inspiración los artistas cristianos, y en algunos países que en parte fueron islamizados, como España, en el curso de su historia, la tradición árabe perduró. Tal es la significación que a fines de la Edad Media tuvo la fabricación de alfombras en Alcaraz.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La escritura cúfica como recurso ornamental

Estela islámica del siglo IX, con inscripciones 
cúficas, donde están escritos los versículos 
252 y 256 de la 11 sura del Corán.

La inicial prohibición islámica de representar personas y animales llevó al artista musulmán a desarrollar diversas formas decorativas, como la epigráfica. De hecho, la caligrafía es el único arte especialmente árabe del Islam, pues se basa en la forma de las letras de su alfabeto, que es la expresión máxima de la estética musulmana.

Han coexistido dos grandes tipos de escritura en el mundo musulmán: el estilo cúfico, de carácter sobrio, con trazos rígidos y angulosos, y el nasjí, una especie de escritura cursiva, mucho menos solemne que la cúfica. A pesar de que ambos estilos aparecen como recurso decorativo desde los primeros tiempos del Islam, es sin duda la escritura cúfica, cuyo nombre proviene de la ciudad iraquí de Kufa, con su conjunto de formas rectilíneas y angulosas, la que ofrecía un valor más estético y monumental. Desde los primeros tiempos y hasta el siglo XII fue la única escritura empleada en la decoración arquitectónica, aunque también se utilizó con frecuencia para la caligrafía del Corán.

Con el curso del tiempo, y en torno al siglo X, el estilo cúfico inició un proceso de enriquecimiento y desarrolló una alta complejidad. Se incorporaron en los extremos superiores de sus trazos verticales o en las letras finales de las palabras unos motivos florales de gran elegancia, originándose así al llamado cúfico florido. De hecho, el estilo cúfico dio lugar a algunas variantes, que no sólo se utilizarían en la ornamentación de los edificios sino también en las artes del libro.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo de Arte Islámico de El Cairo

Dirección:
Plaza de Bab El Khalk.
El Cairo (Egipto).
Tel: (+20) 3901 520.

Hombre sentado. Fresco fatimí.

  El Museo de Arte Islámico de El Cairo nació en 1881 como una galería de exposiciones de antigüedades árabes, durante el reinado de Jedive Tafiq. Esta colección se ubicó en el claustro de la mezquita del califa fatimita AI-Hakim (996-1 021) y en ese momento se expusieron 111 objetos, recogidos de mezquitas y mausoleos de Egipto. Dos años después la colección empezó a crecer y se trasladó al patio de la misma mezquita. En 1899 el gobierno egipcio comenzó la construcción del actual museo. En esa fecha se mostraron unos 3.100 objetos.

   Actualmente, este espacio contiene unas 10.200 piezas y se ha convertido en un punto de referencia para conocer y estudiar el arte de esta cultura. Muchos de los objetos son egipcios y de los países colindantes, si bien ha ido ampliando sus fondos para abarcar todo el territorio dominado por el Islam. De hecho, en 1952, cambió su epígrafe de "árabe" por el de "islámico" para dar cabida a todo el Islam, no sólo al mundo árabe.

   El museo dispone de 25 salas de exposición en la planta baja, las cuales presentan todo tipo de objetos: alfombras, armas, monedas, joyas, manuscritos, metalistería, textiles, cerámicas, tallas, esculturas, etc. La disposición de las salas se organiza bajo dos epígrafes: la distribución cronológica (salas 3, 4, 48, 5 y 20) y la material (salas 6-16, 18, 19 y 21).

   La sección dispuesta cronológicamente abarca desde la época preislámica (siglo Vil) hasta el siglo XIX. Se tratan en las salas los siguientes períodos:

          a) abasida y tulunida;
          b) el fatimí;
          e) el ayubida;
          d) el mameluco;
          e) el otomano.

Cofre mameluco del siglo XIV.
   En esta sección se precian los objetos principalmente encontrados en Egipto y se trata de dar una visión amplia del Egipto islámico a través de los objetos. La sala de arte abasida muestra piezas excepcionales de este arte originado durante el califato abasí de Bagdad y llevado a cabo en Egipto por la dinastía Tulunida. Consta de piezas de madera, metal y estuco, así como de cerámica. En la sala fatimí se muestran textiles, maderas y cerámica de este estilo que se originó en Siria. El arte de los mamelucos se perfeccionó durante el siglo XIV y muestra de ello son la infinidad de objetos que se muestran en esta sala, en la que destacan los objetos procedentes de mezquitas. Durante el período otomano se dio un giro al estilo islámico, hecho que se puede apreciar en las piezas expuestas en la sala de este período que floreció en el siglo xv.

La sección de materiales se organiza mediante salas que exponen:

          a) trabajos en madera;
          b) metalistería;
          c) armas;
          d) cerámica;
          e) alfombras;
          f) trabajos en piedra;
          g) numismática;
          h) mármol;
           í) cristal;
           j) textiles;  
          k) orfebrería;  
           l) manuscritos;
         m) pesos y medidas.

   En las salas dedicadas a objetos se pueden apreciar muestras de toda clase de elementos relacionados con la religión islámica. Destacan las alfombras, la orfebrería y los manuscritos, ya que reúnen algunas de las más interesantes piezas de estas técnicas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Taj-Mahal


El Taj-Mahal, cuyo nombre significa la "corona del lugar o de la Corte", es la tumba que Shah Djahán construyó en recuerdo de su esposa favorita, Mumtaz-Mahal ("la elegida del palacio") y es, probablemente, el edificio más conocido de toda la arquitectura islámica y una de sus obras más memorables.

La arquitectura de los mongoles alcanzó su momento clásico en la época del hijo y sucesor de Jahanghir, Shah Djahán, quien fue el mecenas más prolífico de los emperadores mongoles.

El emperador eligió un lugar en la ribera del río Jumna para erigir tal obra. Los trabajos del mausoleo comenzaron poco después de la inesperada muerte de Mumtaz-Mahal en 1630 y el edificio se concluyó en 1653. Veinte mil obreros trabajaron en ella durante más de veinte años.

La construcción, cuya planta es un octógono irregular, está situada en un gran jardín cuádruplo con cuatro alminares en los ángulos y dos edificios laterales, una hospedería al este y una mezquita al oeste. El interior del edificio consta de una cámara funeraria central, que alberga los cenotafios de la pareja, y de cuatro salas laterales unidas entre sí y a la cámara central mediante corredores.

La tumba y la amplia plataforma sobre la cual se eleva son de mármol blanco pulido, trasladado desde las canteras de Makrana en Rajastán, un material cristalino y translúcido que ofrece un fuerte contraste con la arenisca opaca roja utilizada para las estructuras exteriores y para los dos edificios adyacentes.

La maravillosa construcción se cubre con una doble cúpula bulbiforme, cuya parte exterior se apoya sobre un elevado tambor. Cuatro minaretes troncocónicos se alzan en las esquinas de la terraza enmarcando la silueta del edificio.

Acentúan esta imagen, esmeradamente equilibrada, el soberbio pulido y la pormenorizada talla de los mármoles. Su disposición escenográfica hace resaltar aún más sus volúmenes, especialmente la cúpula de doble casquete que centra la composición. Singularmente importante por su valor simbólico son los espléndidos jardines y el estanque cuadrado bordeado de cipreses que preceden al edificio.

Extremadamente cuidada es su decoración, en la que se emplean, junto con los temas vegetales y la caligrafía, esquemas arquitectónicos como el arco inscrito en un rectángulo. Lleva incrustaciones de piedras semipreciosas y nácar, lo que hace del conjunto uno de los más ricos de la arquitectura musulmana. Destaca el embellecimiento del zócalo del edificio a base de bajorrelieves de plantas en flor, una ornamentación alusiva a las plantas del paraíso.

La mayoría de las extensas inscripciones son textos de capítulos cortos del Corán. Y todo apunta a que el programa epigráfico fue diseñado por Abd ai-Haqq Shirazi, a quien se le concedió posteriormente el título de Amanat Kan ("Noble digno de confianza").

La presencia de artistas procedentes de la India, Irán y Asia central en la construcción de este bellísimo monumento funerario hizo que en él se combinaran armoniosamente las tradiciones arquitectó¬nicas de estas tres áreas. El característico perfil de este edificio se ha convertido en un icono representativo del país en el que se encuentra.

Esta obra maestra del arte mongol fue erigida en el siglo XVII en Agra.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Mausoleo de Tamerlán


El mausoleo de Tamerlán es uno de los edificios que conforman el complejo funerario conocido como Gur Emir ("Tumba del Emir"), dentro de la propia ciudad de Samarcanda.

La expansión de los mongoles hacia Asia occidental estuvo protagonizada por Timur, conocido en Occidente por Tamerlán, fundador del Imperio timúrida. Jefe de una tribu turco-mongólica que conquistó el Irán, Mesopotamia, Siria y el Asia Menor y descendió hasta la India haciendo de su organización tribal un imperio mundial. Timur quería completar el sueño de restaurar el imperio de su predecesor Gengis Kan.

A pesar de su temible fama, fue un gran promotor de las artes y el responsable de originar un nuevo florecimiento cultural y artístico promovido desde la capital, Samarcanda, reconstruida por él mismo. Trajo a los mejores artistas del momento en Oriente y Occidente para levantar y hacer realidad sus aspiraciones. Gran parte de este esplendor no se ha conservado; no obstante, la concepción de una de sus empresas arquitectónicas más importantes, el plano de Gur Emir, se ha reconstruido, excepto su monumento funerario que se alza con gran maestría en uno de los extremos.

   En su origen, la planta del conjunto se componía de varias construcciones situadas alrededor de los tres lados de un patio cuadrado flanqueado a su vez por cuatro alminares en las esquinas. A través de un pórtico se accedía al patio con una madrasa al este y una janaqa al oeste, mientras que el mausoleo se alzaba al sur. De hecho, la tumba, junto con sus estructuras adyacentes, son las ruinas más relevantes de todo el complejo.

   Dos profundos liwanes preceden, como puerta de entrada, a una amplia sala de planta cruciforme, con el exterior en forma octogonal. La tumba está cubierta por una doble cúpula, sobre un altísimo tambor, con las típicas aristas y con un estupendo revestimiento decorativo en cerámica que denota la finura de su acabado. Después de la caída de los dos alminares que la acompañaban, su verticalidad resalta aún más.

   Exteriormente, la cúpula es de un azul intenso que por medio de a luz que irradian los rayos del sol, el colorido se hace mucho más luminoso. El tambor de la cúpula está circundado por una gigantesca inscripción seguida, sin ninguna interrupción, y escrita con letra cúfica. Las inscripciones forman parte de la decoración de casi todo el edificio islámico. La escritura árabe alcanzó en la ornamentación un alto grado de refinamiento.

    Tanto su exterior como en su interior, donde se hallan las tumbas, resalta por la belleza decorativa. La escala colosal y la extraordinaria abundancia de costosos materiales utilizados para fines ornamentales, dan testimonio de sus ideas de dominio y riqueza.

   Sus formas arquitectónicas confieren a este monumento una gran dignidad, si más no, es el mausoleo de un gran conquistador. El poder y la gloria del gobernante Tamerlán recibió expresión pública en su espléndida tumba, que se yergue como muestra de homenaje a su realeza espiritual. Ésta y sus demás obras son un reflejo de sus aspiraciones.

   El mausoleo de Tamerlán, del período timúrida, erigido en el siglo XV, se yergue en Samarcanda, un centro artístico concebido para mostrar la grandeza de su poder.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Aljafería de Zaragoza


El monumento más destacado del período de los reinos de taifas es el castillo-palacio de Zaragoza, conocido en la actualidad como la Alfajería, aunque originariamente se llamó Dar al-surur, es decir, Casa del Regocijo. Fue construido en la segunda mitad del siglo XI en el sector oeste de su capital, Zaragoza, por Abu Yafar ( 1046/1047 - 1081/1082), el segundo miembro de la dinastía hudí, de cuyo nombre deriba el término Aljafería.

   El palacio mantiene la misma tipología que las estructuras palaciegas omeyas, es decir, un recinto de planta rectangular, en este caso de 87 x 78 metros, envuelto de una poderosa muralla. Esta gruesa construcción de piedra tallada está flanqueada por dieciséis torres cilíndricas, a excepción de una que es rectangular, la llamada del Trovador. La muralla encierra las instalaciones en un terreno trapezoide. La única puerta de entrada, con arco de herradura, se encuentra al noreste entre dos torres redondas.

   Dentro del recinto se halla el palacio y una pequeña mezquita con mihrab de estilo cordobés. El edificio palatino está situado en un eje norte-sur y tiene un gran patio abierto rodeado de arcos lobulados que componen un espléndido pórtico. Estos arcos contienen una decoración sumamente compleja de motivos florales, geométricos y diminutas columnas pareadas. El patio da acceso a las salas de recepción: el salón del trono con arquerías lobuladas, un salón rectangular bastante largo, que se encuentra flanqueado por dos cámaras casi cuadradas, a las cuales sólo se tiene acceso desde el salón y no desde el pórtico.


   Junto al salón del trono se sitúa la mezquita, cuya planta interior octogonal se encuentra dentro de una construcción cuadrada. La sala de oración está recubierta por una cúpula de crucería restaurada. El mihrab, con un esbelto arco de herradura en su hueco, es una clara reminiscencia de la mezquita aljama de Córdoba. De hecho, el deseo de emular a la antigua capital va a ser norma común.

   Hacia Córdoba se volverán siempre los ojos de sus constructores. Artísticamente, se profundiza en sus logros y se imitan sus fórmulas. Así ocurre en este edificio palatino zaragozano, en cuya mezquita se acentúan los efectos ornamentales, empleándose arcos mixtilíneos y entrelazados repletos de una menuda labor de atauriques.

   Estos salones están profusamente decorados con estucos de motivos vegetales y epigráficos de una elevada complejidad, lo cual constituye una clara manifestación de la riqueza y el gusto artístico de los gobernantes de los reinos de taifas, pues aunque utilizaban en sus construcciones materiales pobres los recubrían con una abundante y variada ornamentación consistente en mocárabes, sebka y cerámica vidriada.

   La Aljafería pasó a ser residencia de los reyes cristianos tras la conquista de la ciudad por Alfonso I El Batallador. Los Reyes Católicos llevaron a cabo una considerable reforma y en 1593, Felipe II la transformó en cuartel. Después de tantas vicisitudes y de una considerable restauración, actualmente acoge las Cortes de Aragón.

   A pesar de sus profundas modificaciones y destrucciones a lo largo de su existencia, la Aljafería de Zaragoza ha llegado hasta el presente como el ejemplar mejor conservado y más lujoso de palacio islámico.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Giralda (Sevilla)


La Giralda es el antiguo alminar de la mezquita original de los almohades, el único resto que sirve de campanario a la actual catedral hispalense.

   El alminar se comenzó a construir con piedra reaprovechada en 1184 y no se completó hasta 1195. De planta cuadrada, llegó a tener más de 70 metros de altura. Con una cimentación en sillares, sustituido después por el ladrillo, se compone de dos torres superpuestas. Su prisma central está dividido en siete recintos cupulares iluminados por ventanas con arcos lobulados y de herradura. Entre ambos discurre la rampa de acceso, que conduce hasta la plataforma superior, coronada por una linterna y un campanario que agregaron los cristianos entre 1560-1568.

   En la parte superior, las fachadas se dividen en tres secciones: la central se articula en ventanas gemelas; las laterales, sobre arcos ciegos, que se prolongan y cruzan formando rombos. Toda la composición se halla rematada, por cada lado, con un cuadro de diez arcos que apean en columnas y capiteles; sobre ellos un antepecho de almenas escalonadas.

   La división entre las partes también es vertical: la zona central de las ventanas está flanqueada por dos paneles de ladrillos tallados dibujando rombos, que arrancan de dos arcadas gemelas ciegas y están formados por la prolongación y el entrecruzamiento de los arcos. El remate está constituido por una arcada ciega de arcos dentados polilobulados que se entrecruzan y están montados sobre columnas.


   Originariamente, el yamur constituía el auténtico coronamiento del alminar. Era una pequeña torre, cuya cúpula de cerámica sostenía una aguja con cuatro esferas de bronce dorado, que fue destruida por el seísmo en 1355.

   El antiguo minarete guarda la mayor parte de su decoración original, sobre todo el prisma mayor, con ligeras reformas, que apenas modifican su organización primitiva. Por encima de una base de zócalo de ladrillo liso, la superficie de las paredes exteriores está decorada con un bello dibujo geométrico de ladrillo dentro de anchos recuadros rectangulares, un trenzado de rudas sobre las arcadas ciegas, entre las que aparecen ventanas gemelas.

   La configuración definitiva, con su actual coronación, es obra de la reforma que el arquitecto cordobés Hernán Ruiz realizó en el siglo XVI, que recubrió el cuerpo superior para crear la galería en que se colgaron las campanas y levantaron otros tres más en disminución.

   En 1568 se puso la estatua de bronce que actualmente se alza sobre la torre y que representa a la Santa Fe, de tres metros y medio de alta, con estandarte y una rama de palma entre las manos. La obra fue realizada por Bartolomé Morel.

   La escultura presta su nombre a la construcción, puesto que el estandarte sirve de veleta y hace girar la figura con el viento. Y de ahí recibe el nombre popular de giraldilla, y la torre que la sustenta la Giralda.

   La famosa Giralda, el alminar de la mezquita mayor, hoy torre de la catedral de Sevilla, se levanta todavía como un símbolo del ancestral poder de los almohades, y al mismo tiempo constituye un emblema de la ciudad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Mezquita de Kairuán

Alminar de la gran mezquita.

La mezquita de Kairuán es una de las más antiguas que subsisten y la primera de las del Magreb, el Occidente musulmán. A pesar de los posteriores retoques y de las reconstrucciones, la actual Gran Mezquita data del año 836 y es obra de los aglabíes, que le dieron su forma definitiva.

   Es precisamente en el norte de África donde se encuentra el tipo de mezquita más primitiva, consistente en un amplio espacio rectangular dividido en su interior por filas de columnas. La sobriedad de su estilo unido al empleo magistral del espacio, acentúa aún más la expansión primera del Islam.

   El santuario de Kairuán es una amplia sala hipóstila, cuya nave central, más alta y ancha que las otras, junto con el tramo que precede a la quibla o alquibla, forma la característica T, recuerdo probablemente del plano de las basílicas.

   Destacan las majestuosas cúpulas de la nave central, que sirven para iluminar el interior. Las dos cúpulas se elevan en los dos extremos de la nave mediana: una anterior, por encima del nártex, como fachada al patio y la otra posterior, delante del mihrab. Todo el oratorio presenta una techumbre plana cubierta de terrazas. Las paredes que sostienen este techo están asentadas sobre arcos semicirculares de herradura, reforzados a su vez con tirantes de madera que se apoyan en impostas de piedra tallada y bloques de ábacos, también de madera, emplazados sobre capiteles sujetos por columnas clásicas de mármol. Estos fustes y capiteles están reaprovechados, pues son restos provenientes en su mayoría de monumentos romanos y visigodos.

   La amplia sala del oratorio ocupa el extremo de un gran rectángulo de muros, provistos de contrafuertes que se abren a un patio longitudinal al que se accede por ocho puertas. Los pórticos rodean al patio por sus cuatro costados.

   La ordenación del pórtico noroeste se ve interrumpida hacia la mitad por la masa poderosa del alminar, mientras que el pórtico sureste constituye la majestuosa fachada, hábilmente compuesta de la sala de oraciones.

Sala de oraciones de la gran mezquita.
    El alminar, desde el que se llamaba a los fieles para la oración, es de planta cuadrada. El imponente alminar es una torre ligeramente apuntada, de tres pisos, que es tal vez el más antiguo de los que se conocen y que con toda probabilidad pertenezca a la mezquita del año 836.

   La primera renovación importante tuvo lugar en el 862-863, momento en el que se añadieron un mihrab de mármol, el cual tiene la forma de una hornacina perfectamente cóncava. Está profusamente adornado con azulejos con realce de lustre metálico, en parte importados de lrak.

   La mezquita de Kairuán sirvió de modelo a numerosas construcciones del período aglabí de inferiores proporciones, como las mezquitas de Sfax, la al-Zaytuna de Túnez o la de Zaouia Zakkak, en Susa. Sin lugar a dudas, dominó la evolución de la arquitectura norteafricana.

   La mezquita de Kairuán es el monumento cumbre de la arquitectura aglabí. Fundada sobre un emplazamiento romano-bizantino en época de la conquista árabe, en el 670, fue completamente reedificada en el siglo IX.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Musée National du Moyen Age

Dirección:
Musée National du Moyen Age (thermes & hótel de Cluny)
Place Paul Painlevé, 6.
75005 París
Tel: (+33) 01 53 73 78 00
http://www.musee-moyenage.fr


El Musée National du Moyen Age se encuentra ubicado en dos monumentos parisinos excepcionales: las termas galorromanas (siglo I a III) y el hotel de los abades de Cluny (fines del siglo XV). Fue fundado por el estado en 1843, gracias a las colecciones de un amante apasionado de la Edad Media, Alexandre Du Sommerard quien vivía en el hotel de Cluny. Las colecciones, que se han enriquecido con el transcurso del tiempo, ofrecen en la actualidad un panorama único del arte y de la historia, desde los hombres de la Galia romana hasta el comienzo del siglo XV. Estas obras permiten recorrer en un único lugar cerca de quince siglos de arte y de historia.

   A comienzos del siglo XIII la universidad se instaló en lo que luego se convertiría en el "Barrio latino". Los abades de Cluny, al igual que otros, buscaban contar con un colegio y un lugar para residir. El colegio construido durante la segunda mitad del siglo XIII se encontraba sobre la actual plaza de la Sorbona, y la vivienda se encontraba cerca de las termas. A fines del siglo XV, Jacques d'Amboise, abad de Cluny en Borgoña (1485- 1510) decidió construir la residencia de la abadía en Paris, que se apoyaba sobre las termas.

   La construcción es el testimonio más antiguo de un hotel particular entre patio y jardín. Separado de la ciudad por una muralla almenada, está formado por un cuerpo de edificios con dos alas de retorno que encierran un patio. Cuenta con dos pisos cubiertos por un alto tejado de pizarra interrumpido por tragaluces. Una balaustrada que sobresale incipientemente esconde la salida. Tres escaleras conducen a los niveles superiores. El hotel ha conservado su disposición original en su interior: el tamaño de las salas, la circulación frontal y la capilla.


   Entre las colecciones del museo se cuentan:

        a) La Antigüedad y la Alta Edad Media, que cuenta con algunas obras anteriores a la época medieval que ilustran las variadas raíces de la creación artística durante la Edad Media;

        b) Mundo románico, cuyas esculturas, iluminaciones, frescos y vitrales ofrecen un panorama de las variadas corrientes que atraviesan la creación de esta época;

        c) Esculturas góticas: una especial profusión de esculturas y de objetos decorativos provenientes de numerosos monumentos parisinos como la abadía de Saint-Germain-des-Prés y Notre-Dame;

        d) Pinturas, iluminaciones y vitrales;

        e) Orfebrería y marfiles;

        f) Tapices, telas y bordados;

        g) La vida cotidiana en la Edad Media, una importante colección de objetos de la vida cotidiana.

Fuente: Historia del Are. Editorial Salvat.

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