En El gran desnudo (Le Grand Nu), Amadeo Modigliani recurre a la temática constante de su producción artística: el desnudo femenino, que dominará prácticamente sus últimos trabajos. En torno a 1915-1916, casi en las postrimerías de su vida, Modigliani vuelve al desnudo, un género que ya había tratado en su etapa de mayor dedicación a la escultura.
Si en los desnudos de sus primeros años destaca la rígida estilización, característica de la estatuaria negra, que tanto influyó en las vanguardias de las primeras décadas del siglo xx, las obras posteriores son un alarde de sensualidad, como en el caso de la presente obra, realizada entre 1917-1919, donde combina con gran armonía el erotismo y la exquisitez pictórica.
El peculiar encuadre corta la figura a la mitad de los muslos y hace que su cuerpo inunde casi toda la tela. A pesar de que aparece en la típica pose de la "Venus púdica", la modelo se muestra, por lo general, en una actitud de abandono ausente que no hace sino aumentar su carga erótica. Modigliani sitúa la figura perfectamente en su contexto. El rostro se resuelve con unas pocas líneas para así desplazar la atención a la plenitud del cuerpo, modelado con una combinación de contornos sinuosos, de un trazo negro intenso y una pincelada empastada, que crea un ambiente de evidente sensualidad.
En este sensual desnudo femenino resalta, como en la mayor parte de sus obras, el alargamiento suave de la figura, la ausencia de espacio tridimensional y la aparente tosquedad de la técnica. Aunque todos sus retratos presentan un parecido familiar por su elegante languidez, su uso proviene de formas derivadas del arte primitivo o arcaico.
En contraste con la naturaleza abstracta del lecho, realizado a base de toques gruesos y perceptibles, el cuerpo se modela con una pincelada minuciosa que se demora en toda una gama de colores suaves y cálidos.
Modigliani encierra la figura adormecida y melancólica en una línea de contorno delicado y curvilíneo que aviva la superficie y hace rebosar su erotismo. La sumerge en la opulencia de un espléndido cuerpo femenino que invita al espectador, transformado en un voyeur, a recorrerlo.
Esta concepción del desnudo, como motivo de contemplación gozoso, tiene en los modelos clásicos renacentistas, sobre todo en las Venus de Tiziano y Giorgione, o más tarde en Velázquez, ilustres antecedentes.
La temática de sus lienzos no pasaría que hizo retirar una parte de los cuadros expuestos en la galería Berthe Weill, donde en diciembre de 1917 celebra su primera y única muestra individual. Más que la representación elocuente del vello púdico, cabe pensar que lo que resultó intolerablemente inmoral y obsceno fue la apacible exhibición de un cuerpo desnudo sin alegorías ni eufemismos; algo que, con un escándalo similar, había hecho, varias décadas antes, Manet con su Olimpia. El conocido como "pintor maldito", por la incomprensión total de su arte, parece despedirse del mundo con estas figuras pletóricas de vida.
Este óleo sobre lienzo, de 72,4 x 116,5 cm, se encuentra en el Museum of Modern Art de Nueva York (MOMA).
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat