Antes de terminar de hablar sobre
el Renacimiento en los países de Europa Central, hay que hacer referencia a los
pintores suizos de este período en los que se funde el gusto caballeresco del
gótico internacional con las formas complicadas, casi barrocas, del gótico
tardío y con una finura alegórica de tipo humanístico que a veces recuerda a Botticelli.
El primer tercio del siglo XVI fue enormemente agitado para los cantones suizos
situados entre Francia y el Imperio. Los suizos veían sus tierras saqueadas,
ocupadas y libertadas alternativamente por los beligerantes. Luchaban para
conservar su independencia y utilizaban la vida militar como un medio de hacer
fortuna.
La muerte y la muchacha, de Hans Leu (Graphische Sammlung Albertina, Viena). Uno de los temas favoritos de los artistas germánicos son las alegorías de la muerte, que responden a un deseo atávico por convertir su temor en un suceso cotidiano. En esta obra de 1525, el pintor suizo funde el gusto caballeresco del alto medievo con las formas rebuscadas del gótico tardío, combinándolo con una desenvoltura que raya casi en la obscenidad en este macabro baile con la muerte.
Juicio de Paris, de Nikolaus Deutsch (Kunstsammlung, Basilea). En esta obra de grandes dimensiones, pintada a la témpera en 1520, el luminoso colorido confiere a la escena una extraña mezcla de surrealismo y naturalidad. Juno aparece como una digna matrona vestida de color naranja y azul, mientras una abatida Minerva luce un caprichoso penacho de plumas como única vestidura para cubrir su completa desnudez. De perfil, frente a un embelesado Paris, la escogida Venus atrae irresistiblemente la atención de éste, sirviendo al aburguesado ideal femenino de la época.
Juicio de Paris, de Nikolaus Deutsch (Kunstsammlung, Basilea). En esta obra de grandes dimensiones, pintada a la témpera en 1520, el luminoso colorido confiere a la escena una extraña mezcla de surrealismo y naturalidad. Juno aparece como una digna matrona vestida de color naranja y azul, mientras una abatida Minerva luce un caprichoso penacho de plumas como única vestidura para cubrir su completa desnudez. De perfil, frente a un embelesado Paris, la escogida Venus atrae irresistiblemente la atención de éste, sirviendo al aburguesado ideal femenino de la época.
Sin preferencias políticas, igual
formaban un batallón para ayudar a Francisco I que a Maximiliano de Austria.
Los mercenarios suizos se hicieron célebres por su resistencia física y por su
fidelidad al príncipe que los contrataba. Todavía una reliquia de este tipo de
servicio se conserva en la
Guardia Suiza del Vaticano.
No es sorprendente, pues, que los
artistas de este período fuesen simultáneamente mercenarios. Nikolaus
Manuel-Deutsch, Urs Graf y Hans Leu pintaban sus retablos religiosos, sus
composiciones mitológicas y alegóricas y trazaban sus dibujos, que en ocasiones
parecen desenfadadas confesiones de aventuras de mercenario, en los intervalos
que les dejaban libres la guerra y la captura del botín. Los dos primeros
firmaban colocando junto a sus iniciales un puñal desenvainado. El más
interesante es quizá Nikolaus Deutsch (1484-1530), nacido en Berna, cuyo
extraño expresionismo, dominado por el demonio de lo insólito, le llevó desde el
siniestro tema de La muerte y la muchacha
(1517), tema obsesivo del que ya se ha hecho referencia también en Baldung
Grien, hasta sorprendentes composiciones mitológicas tales como el Juicio de París y Píramo y Tisbe, rutilantes de luminismo.
Fuente: Historia del Arte. Editorial
Salvat.
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