Durero emprendió su primer viaje
a Venecia en otoño de 1494. El encuentro con el arte italiano y con la cultura
de los antiguos fue decisivo para su obra. Las primeras emociones y contactos
ya los tuvo en Nuremberg. Había visto grabados y estampas italianas en el
taller de Wolgemut, e incluso había copiado algún grabado de Andrea
Mantegna. Sus copias de juegos de naipes italianos confirman el interés de
Durero por este todavía desconocido nuevo arte. En Italia, gracias a su
relación con Gentile y Giovanni
Bellini, conoció las obras de Lorenzo di Credi, Pollaiuolo, Mantegna y Leonardo da Vinci. Le interesó en especial el desnudo, la perspectiva en la
composición del espacio, la búsqueda de la belleza y los preceptos que la
rigen.
Molino, de Alberto Durero (Bibliotheque Nationale, París). En esta acuarela puede apreciarse el elaborado detallismo casi obsesivo con que trabajaba el pintor, capaz de dominar todo tipo de técnicas pictóricas y de grabado. El turbio reflejo del agua del río y el paisaje popular que muestra en esta obrita demuestran el puntilloso talento de Durero.
Durante su estancia entró también
en contacto con la cultura de los antiguos, para lo cual hubo de aprender la
comunicación con la Antigüedad, que los italianos desde hacía tiempo habían
asimilado. Durero quedó hechizado por las figuras desnudas en movimiento, por
el antiguo pathos de los gestos, por
la esencia mixta de su mitología (lo demuestra su estudio para el Rapto de Europa, dibujo a pluma; Viena,
Albertina). Durero grabó en cobre sus paisajes a la acuarela, como lo
demuestran las magníficas láminas que realizó a su regreso.
En estas láminas, Durero renuncia
a la narración puramente topográfica y trata de conseguir una composición más
acabada, una disposición clara en perspectiva y una exposición más ambientada.
Un momento cumbre de su evolución artística es la acuarela titulada Weidenmühle (Molino) (Bibliothéque
Nationale, París) pintada entre 1495 y 1500. Con un gran virtuosismo reproduce
Durero lo que ven sus ojos: un árbol monumental en el primer plano, de un
colorido matizado con gran sensibilidad, detrás del cual, en un cielo con nubes
que se rasgan, presenciamos la puesta de sol. Es la influencia del arte
italiano la que llevó también entonces a nuestro pintor a un estudio más
naturalista de los animales, según la tradición que se remontaba en Italia a
finales del siglo XIV. (Cangrejo,
acuarela, entre los años 1494 y 1495; Rotterdam Museo Boymans van Beuningen).
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.