La principal gloria de la pintura
dieciochesca italiana reside sin lugar a dudas en Venecia, ciudad que, a pesar
de su decadencia política y económica, conocía todavía en el siglo XVIII el
esplendor, gracias a ser un centro de vida galante, donde se daban cita, no
sólo aventureros, pues era un enclave de gran importancia en el Mediterráneo y
se vivía en ella una vida intensamente portuaria, sino amantes del arte que
allí acudían llegados de todos los rincones de Europa.
⇦ Virgen con santos, de Sebastiano Ricci (San Giorgio Maggiore, Venecia). Tras su formación en Bolonia y Parma bajo la influencia de los Carracci y Correggio y después de pasar una breve temporada en Roma, Ricci adoptaría a su vuelta al Véneto el cromatismo luminoso del Veronés y los esquemas compositivos de los pintores clásicos. Su consagración la obtendría en Inglaterra y por su participación en la decoración del Palacio Marucelli, pero sería por sus importantes retablos de la iglesia veneciana de San Rocco por lo que conseguiría el apoyo definitivo de la academia, convirtiéndose en una referencia obligada para pintores posteriores del Settecento como Longhi y Tiépolo.
El auge de la escuela veneciana
del XVIII es mucho más que la conjunción del destino por reunir a varios
artistas de gran calidad pues parte de una revolución pictórica, de un gran
cambio en la concepción de este arte, operado, al principio, gracias a dos
importantes pintores: Sebastiano Ricci (1659-1734) y Giovanni Battista
Piazzetta (1683-1754).
Ricci, veneciano, hizo, como
tantos otros compañeros de profesión, su aprendizaje en Bolonia y después
estuvo en Parma y Roma, siempre en contacto con la pintura del período final
del barroquismo, que, de este modo, se convirtió en su principal escuela. Sus
primeros frescos los pintó en Milán, a fines del siglo XVII, en San Bemardino
dei Monti, y reflejan todavía mucho influjo de Pietro da Cortona. En 1700 se
trasladó a Venecia, donde vivió doce años, pero interrumpiendo ocasionalmente
su estancia allí para ir a pintar en Viena, Bérgamo y Florencia. A su etapa
luminosa, en la que ya se ha dado la transformación que marca el paso del
aprendizaje al desarrollo de un estilo completamente propio y personal,
corresponden sus pinturas venecianas en la iglesia de San Marziale, que denotan
un estudio intenso del Veronés. Su Virgen
con Santos, en San Giorgio Maggiore (1708), es característica ya de su
etapa madura, cuando el pintor se sitúa en tomo al medio siglo de vida. Pero
después, en lugar de acomodarse en la repetición de sus mismos modos, su estilo
tomóse más agitado en sus pinturas ejecutadas en Londres y después en París, ya
entre los años 1712 y 1716.
En contraste con la vida
ajetreada de Ricci se halla la plácida existencia de Piazzetta. También él fue
a Bolonia, y allí sintió el influjo de Crespi;
pero de regreso a su ciudad, en 1711, ya no se movió de ella, dedicado a un
incesante estudio de notas y apuntes, en los que dio siempre gran importancia
al sombreado y a las esfumaduras. Sobre esta base, su estilo denota, en su
cambiante juego de claridades y manchas oscuras, una inteligente captación de
las principales libertades compositivas propias del arte rococó. Ello se
observa en su magnífica Aparición de la
Virgen a San Felipe Neri, pintada en 1725-1727 para Santa Maria della Pava,
dramática composición en zigzag; al mismo tiempo pintaba (también sobre lienzo)
el techo de Santos Giovanni e Paolo, con el tema de la Gloria de Santo Domingo. Después se dedicó a los temas pastoriles,
como su encantador grupo La Adivina
(1740), de la academia de Venecia, institución que en 1750 pasó a dirigir. La Adivina es la obra más famosa de
Piazzetta, toda ella resuelta en contrastes de luces que destacan las siluetas
en torno a la claridad que inunda la figura femenina central: la Adivina,
pintada con una extensa gama de rosas variados.
Otros artistas venecianos de la
pintura de inspiración rococó de aquel momento son G. Antonio Pellegrini
(1675-1741), que anduvo antes por Inglaterra y Alemania, y Battista Pittoni
(1687-1767), también difusor de la pintura veneciana fuera de su patria y de
ordinario artista muy brillante.
Concierto, de Pietro Longhi (Gallería deii'Accademia, Venecia). Longhi debe su gran celebridad a cuadros pequeños donde muestra con grata ironía la vida cotidiana de la Venecia del siglo XVIII. En esta simpática escena, el perrito faldero parece ser el único que presta atención a los músicos, mientras dos abates y un monje juegan una La escuela veneciana partida de naipes ignorando por completo al conjunto. El tono despreocupado de las reuniones y la agradable atmósfera que se creaba en aquellos salones fue expresado por Longhi con un fino sentido del humor y con menos encorsetamiento y artificio que los pintores franceses de la misma época.
Pero todos los cambios ocurridos
en el arte pictórico de Venecia durante los primeros años del 1700 pueden
entenderse -contemplados casi a tres siglos de distancia- como la preparación
de una gran figura de la pintura europea que allí iba a aparecer. Fue este
maestro Giambattista Tiépolo (1696-1770), cuya precocidad y excelencia con
respecto a sus predecesores (incluso al mismo Piazzetta) pudo evidenciarse
cuando, a la edad de diecinueve años, pintó su primera obra para el Ospedaletto de Venecia. Su carrera
ascendente fue muy rápida. Empezó siendo discípulo de un pintor
antiprogresista, Gregario Lazzarini, pero pronto sintióse atraído por el arte
amable y juguetón (entre claridades, manchas oscuras y esfumados) de Piazzetta.
Esta relación se plasma en su Madonna del
Carmelo, pintada en 1721 y que hoy se halla en la Galería Brera , en
Milán. Rastros de la misma admiración por Piazzetta denota su Glorificación de Santa Teresa, en la
iglesia veneciana Degli Scalzi. En
1726 pintó su primera serie de frescos, en el palacio arzobispal de Udine y en
la catedral de aquella ciudad. Decoró, después, a partir de 1731, palacios en
Milán y en Bérgamo, y entre 1732 y 1733 completó otra serie de frescos (sobre El Rosario y Santo Domingo) en los Gesuati de Venecia. Siguen a estas
pinturas otras en la Scuola del Carmine
y, poco después de 1745, pintaba los frescos del salón principal del Palacio
Labia, con la Historia de Cleopatra y
Marco Antonio, donde su estilo
majestuoso y lleno de claridad (como un magnifico rebrote del arte elegantísimo
del Veronés) resplandece ya con toda su fuerza y lujo, pero sin falsos
oropeles. Entre 1750 y 175 7 realizó sus pinturas en la escalinata de la Residenz de Wurzburgo, e inmediatamente
después El Triunfo de la Fe en el
techo de la
iglesia Della Pietà ,
en su patria, para realizar en 175 7los prodigiosos frescos (sobre temas de la Ilíada, la Eneida, el Orlando Furioso
y la Gerusaleme Liberata )
en la Villa Valmarana dei Nani, en las cercanías de Vicenza.
Su pintura crea entonces espacios fantásticos que encajan muy bien en los
ideales del fin del barroco y del rococó. Los cielos maravillosamente
coloreados cubren de tiernas luces sus personajes tomados de la vida real, de
la mitología o de obras literarias, mezclados con una exuberancia decorativa,
semejante a los efectos fastuosos de las grandes óperas. Otra decoración de
parecida importancia, y con el mismo irónico empleo del trompe-l'oeil, es la Apoteosis
de la familia Pisani ,
en el gran vestíbulo de la villa de esta familia, en Stra, entre Venecia y
Padua, que realizó entre 1761 y 1762.
Paisaje con figuras, de Francesco Zuccarelli (Aian Jacobs Gallery, Londres). El prestigio de este autor le viene dado por su utilización de los personajes insertados en un lugar pintoresco, con una capacidad casi estratégica por situarlos de tal forma que amenicen la composición visual del cuadro. No es extraño su éxi1:o en Europa en una época en la que se consideraba la jardinería como un arte superior en ocasiones a la misma pintura, a la que se dedicaron voluminosos tratados en los que el detallismo naturalista del dibujo tenía una importancia capital.
En el verano de 1762, atendiendo
a una invitación del rey Carlos III de España, llegaba a Madrid, y allí pasó
los últimos años de su vida -ya que en Madrid falleció-, realizando la enorme
pintura de la Glorificación de la Monarquía Española ,
y dos frescos más. en el Palacio de Oriente, ayudado por su hijo Gian Domenico
(1727-1804), inteligente seguidor del arte de su padre. Pintó también siete
lienzos para la iglesia de San Pascual Bailén, en Aranjuez, que una intriga
palaciega hizo sustituir por otros tantos de Mengs, su rival en la corte
española.
Además de su elegancia, Tiépolo
despliega en sus pinturas narrativas un sin igual talento en procurar la
ilusión del espacio. Su arte fue tradicionalista, en el sentido de que no quiso
disimular el nexo que le unía con el gran arte del Veronés.
Pero conocía también los secretos
del arte del Tiziano, de Rafael y de Rubens, que supo emplear con habilidad;
mas la calidad poética o heroica de sus composiciones es completamente suya y
no desaparece cuando se acerca sin titubeos a los recursos propios de la
pintura del rococó francés.
Otro aspecto esencial de su arte
reside en el cromatismo, y en su forma de dar la impresión de luz, que en sus
manos es la claridad de la luz sobre un bello fondo de cielo azul claro.
Más calidez de color desplegó en
sus asuntos venecianos: evocaciones, aristocráticamente concebidas, de fiestas
o escenas callejeras, propias del interminable carnaval que se desarrollaba en
su ciudad.
Otro tono -el tono menor propio
del intimismotienen las pequeñas pinturas sobre escenas familiares venecianas
de Pietro Longhi (1702 -1785). Es un pintor de género, sumamente amable, que pintó
escenas de la vida cotidiana de la alta burguesía y de la aristocracia
venecianas. En sus obras, Longhi se propuso simultáneamente evocar el ambiente
y caracterizar a los personajes. Algunos de los tipos humanos de sus escenas de
interior destacan como obras de una gran modernidad mental por su aguda
definición psicológica: la sutil melancolía de la camarera que sostiene el
espejo o de la vieja que sirve el café, la ironía en el tratamiento de las
figuras de ciertos clérigos, etc.
Gran Canal de Venecia, de Francesco Guardi (Aite Pinakothek, Munich). El interés del autor no sólo se centra en la exactitud representativa de la ciudad, sino también en los episodios anecdóticos que suceden a bordo de las góndolas del primer término. Guardi capta con exquisita sensibilidad un significado coral y activo entre la ciudad y los personajes, destacando los efectos de brillo y color que un siglo más tarde heredarían los impresionistas.
El paisaje es otro de los
aspectos característicos de la escuela veneciana del siglo XVIII. Su iniciador
fue Marco Ricci (1676-1730), sobrino de Sebastiano, y lo cultivaron en sentido
idílico Giuseppe Zais (17021784) y el pintor toscano, radicado en Venecia,
Francesco Zuccarelli (1702 -1788).
Pero la forma predilecta de
paisaje en este amable y variado arte veneciano es, naturalmente, la que
reproduce aspectos de la brillante ciudad de los dux. Sus principales cultivadores
fueron: Antonio Canal, apodado Canaletto
(1697 -1768), con su sobrino e imitador Bernardo Bellotto (1720-1780), que
pintó en su patria, pero que realizó sus mejores obras en las cortes de Viena y
de Dresde, y, finalmente, Francesco Guardi (1712-1793).
Canaletto, si bien en su técnica
se valió de la exactitud topográfica -lo mismo que los autores de vedute
romanos-, la superó en calidad pictórica y en la poética vivacidad con que
reprodujo el movimiento en sus vistas del Gran Canal de Venecia y de otros
aspectos de la bella ciudad del Adriático, meta privilegiada del turismo del
siglo XVIII; pintó también en Inglaterra diversas vistas panorámicas de este
verde país con el mismo delicado gusto por las perspectivas urbanas.
Más originalidad de visión
contienen las vedute de Guardi,
pintor que fue cuñado de Giambattista Tiépolo, casado con su hermana Cecilia.
Llevó en Venecia una existencia retraída y no ingresó en la Academia de Arte
veneciana hasta pasados los setenta años. A los treinta había trabajado en el
estudio de otro vedutista, de seco
estilo, Michele Marieschi (1710-1743). El de Guardi es extraordinariamente
jugoso y poético; en ciertos aspectos, sus cuadritos parecen adelantarse a su
tiempo, pues su autor recurre (sobre todo en sus vistas ideales o
fantasmagóricas: capricci) a
procedimientos que parecen propios del arte del período romántico. Pero, no nos
engañemos, su verdadero enlace se efectuó con el espíritu, lleno de fantasía,
del rococó. Ello se observa más claramente en sus cuadros de costumbres, notas
basadas en la observación directa, a veces tomada en la calle, y en sus escasas
obras de carácter religioso, género en el que siguiendo a G.-B. Tiépolo,
destaca mucho su hermano mayor, Giovanni Antonio.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.