De la llamada" época
sevillana" de Velázquez (1617 a 1622) han llegado hasta el presente
cuadros religiosos, cuadros profanos y otros que, pareciendo profanos, son
religiosos. Entre los primeros destaca la pareja formada por San Juan Evangelista en Patmos y la Inmaculada Concepción (Galería Nacional
de Londres): pareja no sólo por la relación entre los dos temas -San Juan en el Apocalipsis habla de su visión de la
Mujer coronada de estrellas y pisando la Luna, base de la iconografía de la
Inmaculada-, sino porque puede tratarse de retratos del propio pintor y de su
novia o esposa, Juana Pacheco, hija de su maestro.
También en la bella Adoración de los Magos (Museo del Prado)
puede verse un retrato familiar, con Juana personificando a la Virgen, su
hijita Francisca en figura de Niño Jesús, y Diego y Pacheco como reyes. En un aggiornamento de
los temas evangélicos, no alejado, por cierto, ni de Caravaggio ni de la "composición de lugar" recomendada por San Ignacio en sus Ejercicios espirituales (según la cual hay
que imaginar lo que no se ve con la misma realidad que lo que está viendo),
Velázquez hace del portal de Belén una escena de vida cotidiana. No menos
verídicos son los personajes de un Apostolado
(colección de doce cuadros, de los que se conservan originales en Barcelona y
Orleáns) pintado algo después.
⇦ El aguador de Sevilla de Velázquez (Museo Wellington, Londres). En este óleo sobre lienzo de 106 cm de alto por 82 cm de ancho, probablemente Velázquez representó una alegoría de las tres edades del hombre.
Entre las obras de tema profano y
época sevillana atribuidas a Velázquez están los dos Almuerzos (o "Meriendas") de Budapest y San Petersburgo,
el Concierto (o "los
Músicos") de Berlín, unos Mozos a la
mesa del Museo Wellington de Londres, que también posee una obra maestra
indiscutible: El aguador de Sevilla,
retrato, al parecer, de un corso que se dedicaba a este oficio, pero que, al
mismo tiempo, puede ser la alegoría de la Sed, del Gusto y hasta de las tres
edades del hombre. Tres son los personajes: el harapiento pero nobilísimo
aguador, ya viejo, que tiende a un niño bien vestido la copa del conocimiento o
de la vida que él ya no necesita, mientras al fondo un hombre joven bebe con
ansia. Otra pieza esencial de esta época es la Vieja friendo huevos de la National Gallery de Edimburgo, en la que
se asiste al contraste entre la urgencia de la acción (un muchacho que llega
con vino y fruta, cuando la cocinera está friendo) y la inmovilidad de los
personajes, sorprendidos como por una moderna cámara instantánea.
Jesús en casa de Marta y María de Velázquez (National Gallery, Londres). Aquí, el pintor se vale de la "ventanilla" para integrar el tema sagrado en un bodegón. La misma Época sevillana anciana que parece reprender a la muchacha aparece en otra obra del artista, presenciando la predicación de Cristo a la Magdalena.
Vieja friendo huevos de Velázquez (National Gallery, Edimburgo), obra en la que los verdaderos protagonistas son los enseres culinarios y la tentativa para captar tiempos sucesivos y dotar, por tanto, a la pintura de dimensión temporal.
Como cuadros mixtos -profanos y
sacros- hay que definir a Jesús en casa
de Marta y María y La cena de Emaús
(1617-1618). En el primero (National Gallery de Londres) está representada una
cocina o bodegón con dos figuras, una joven, con aspecto de criada y otra,
vieja, que le dice algo, junto a una mesa con ajos, pescados y huevos; pero
como al fondo vemos, a través de una ventana o espejo, otra escena con la misma
vieja asistiendo a la predicación de Cristo a la Magdalena, e identificamos
fácilmente el asunto sagrado; la vieja comadre sirve, como en la literatura de
la época, de nexo entre las dos escenas. El segundo cuadro se conoce también
por La Mulata (National Gallery,
Dublín), pues representa a una criada de color entre cacharros de cocina. Al
limpiarlo, en 1933, apareció en el fondo una ventana o espejo a cuyo través se
ve lo que sucede en la estancia contigua: Jesús se revela a sus discípulos al
partir el pan.
El estilo del joven Velázquez no
anda, en estos cuadros sevillanos, lejos del de su contemporáneo Zurbarán,
aunque se muestre siempre mucho más magistral. Ya de mozo muestra Velázquez una
serenidad que en su época era signo de majestad. Jamás parece tener prisa, y es
de suponer que, de no incitarle su suegro a dejar Sevilla por Madrid, corte de
España y ciudad en alza, en Sevilla hubiera vivido, acabando por fosilizarse en
una atmósfera, a fin de cuentas, provinciana.
Madre Jerónima de la Fuente de Velázquez (Museo del Prado, Madrid). En este retrato, Velázquez parece acercarse a las representaciones del Greco, pues, en lugar de seguir un estilo naturalista, da a la figura de la Madre un aire poderosamente ascético.
Tantea asimismo el retrato,
género postergado, que él ha de levantar hasta las cumbres. Hay en el Museo del
Prado un retrato suyo, acaso la efigie de Pacheco, con cuyo estilo de
retratista ofrece algunas semejanzas. Velázquez pintó también por esos años al Padre Suárez de Ribera (San
Hermenegildo, Sevilla) y a la Madre
Jerónima de la Fuente (Prado y otros museos), figura ascética y alucinante,
digna casi del Greco, cuya influencia parece evidente en la composición, en el
colorido, luces y manera de pintar las cabezas, ropas y nubes, de un raro
lienzo de tema toledano, la Virgen imponiendo
la casulla a San Ildefonso (Palacio Arzobispal de Sevilla), que Velázquez
pinta en 1623, al regreso de su primer viaje a Madrid, durante el cual pudo ver
obras del cretense.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.