Tiziano Vecellio nació en Pieve
di Cadore, probablemente en 1488. Esta fecha es más convincente que la de 1477,
justificada durante mucho tiempo por noticias tradicionales, siendo una de las
principales la declaración del escribano de su parroquia que lo anotó en el
libro de los muertos “a la edad de ciento tres años”. De familia muy conocida e
importante en los valles de Cadore, de muchacho fue enviado a Venecia con su
hermano Francesco a la escuela de pintura del mosaísta Sebastiano Zuccato. Poco
o nada se sabe de su infancia, embelesada tal vez por la belleza de sus
montañas que reaparecerán con frecuencia, más tarde, en los admirables paisajes
de fondo de sus cuadros de amplios horizontes.
Pero quizá sintió pronto vocación
por la pintura, aunque no sea del todo cierta la anécdota narrada por Ridolfi
de que muy joven aún pintó una Virgen “en un capitel… con jugo de flores”, a la
vista de sus Alpes rosados por los apacibles atardeceres y arropados de bosques
y prados de un verde esmeralda.
No había otra razón, sino la
vocación que sentía, para justificar el ingreso en un taller de pintura del
hijo de una familia notable y rica. Y Venecia, con su opulencia, sus mármoles,
sus mosaicos y su laguna, aviva en sus ojos y en su corazón ese gusto
apasionado del color que hace de Tiziano el pintor por excelencia, casi por
antonomasia.
La pintura, en Venecia, vivía aún
de las últimas esplendorosas historias de Vittore
Carpaccio, de la obra de Gentile Bellini, de los espacios dilatados,
abiertos a las figuras sólidas y a los colores sonoros y suaves del claroscuro
de GiovanniBellini, y del mundo nuevo del joven Giorgione deCastelfranco en su atmosférica, dulcísima languidez, toda hecha de
delicadeza de tonos y colores, vibración de sentimientos y apaciguamiento de
los sentidos y de los dramas. Del mosaísta Sebastiano Zuccato “el muchacho,
Tiziano, fue enviado a Gentile Bellini, hermano de Giovanni”, y luego “…le fue
dicho por Gentile que no iba a ser de provecho en la pintura, viendo que se
apartaba mucho de su camino. Por eso Tiziano, al dejar ese torpe Gentile, tuvo
ocasión de acercarse a Giovanni Bellini; pero al no gustarle plenamente tampoco
esa manera, eligió a Giorgio de Castelfranco” (Dolce).
Giambellino en verdad resumía en
sí, para Tiziano, toda la pintura véneta del Quattrocento que con él se
cerraba, mientras que con Giorgione, el de Cadore entra en el Cinquecento más
esplendoroso y triunfante. Tiziano Vecellio, según se verá, tuvo una larga vida
y trabajó continuamente, desde los años de su juventud a los de su extrema
vejez, sin repetirse jamás, sobre todo en las expresiones y en el lenguaje,
esbozando y abandonando sus obras para reanudarlas al cabo de meses, incluso de
años. Resulta difícil y problemática una sucesión cronológica de sus pinturas y
tampoco es posible, en estas breves páginas, reseñarlas todas, al igual que la
división en períodos de su extensa vida es aproximativa y, en alguna ocasión,
los tiempos se dilatan y se confunden.
Concierto campestre de Tiziano (Musée du Louvre, París). Es una obra maestra de tonalidad y atmósfera. Con ella, el artista abre un capítulo de la pintura que habrá de cerrar Manet. La composición está concebida como una visión de ensueño, en la que los desnudos se funden con el paisaje a la luz del crepúsculo.
Por otra parte, ya desde los
primeros años de colaboración con Giorgione en el Fondaco dei Tedeschi, Tiziano aparece distinto de su maestro
predilecto. La vida de sus imágenes ya tiene un latir más humano, terrenal y
“terrible”, y las figuras se sitúan casi en prepotencia en el espacio, en
actitudes desenvueltas y seguras, en un giro nuevo de luces que abre infinitas
e increíbles posibilidades de expresión al color. Color que será la gran magia
de Tiziano en todo momento de su actividad, en todo género al que dedicará su
prestigioso pincel.
Los retratos, las pinturas
religiosas, las alegorías paganas, las que él llama sus “poesías”, se
entrelazan cotidianamente en su producción infatigable y prodigiosa. Pintor, se
mantiene por encima de todo, durante toda su vida tan rica en honores, alejado
siempre de los acontecimientos históricos, políticos y religiosos que le fueron
contemporáneos. Su espíritu casi no percibió ni las luchas de las potencias
extranjeras por el predominio en Italia ni las contiendas entre Reforma y
Contrarreforma, Cristiandad y mundo musulmán. Podrán, todo lo más, ser pretexto
y objeto de retratos famosos o altisonantes alegorías.
En el fondo, tampoco siente
demasiado la atracción del poder papal que emana de Roma, a la que llegará en
edad ya madura. Y, sobre todo, para siempre hablarán a su corazón Venecia y su
ambiente, su familia y el Cadore. Perdidos los frescos en la fachada del Fondaco dei Tedeschi, realizados en el
período de su colaboración con Giorgione, hacia 1508, desgastados en el
Setecientos por la salobridad marina, las primeras obras de completa y
verdadera autografía de Tiziano son las Tres
historias de San Antonio, pintadas al fresco en la Escuela del Santo de
Padua. Se las puede fechar entre 1510 y 1512 y ya en ellas triunfa el hombre,
con la fuerza de su sentir, vivo y apegado a la vida que le rodea, en un
coloquio pleno y continuo. Son imágenes claras e historias abiertas al
espectador, ceñidas al hilo conductor de una lógica equilibrada y segura.
⇨ Gentilhombre de Tiziano (National Gallery, Londres). En este retrato se quiso reconocer a Ariosto, ya que probablemente les unía la amistad.
Parecen como episodios de la vida
cotidiana que sólo en el vibrante cantar de los colores ya plenos revela el
desarrollo de los tres milagros: el del recién nacido que testimonia a favor de
su madre, el del pie curado y el de la mujer herida. Por otra parte, ya en el Concierto campestre del Louvre, iniciado
quizá por Giorgione, pero ciertamente ejecutado por el jovencísimo Tiziano, se
presentía esa viva realidad que une al hombre y la naturaleza en un canto feliz
a la belleza, a la belleza entendida en el sentido del clasicismo más ideal e
incorruptible.
En 1512 tal vez su fama empieza a
rebasar los confines del Véneto, siendo invitado a Roma por Pietro Bembo.
Rehúsa la invitación y prefiere ofrecer sus servicios a la Serenísima República
veneciana. Regresa a Venecia. El momento es propicio para él. Giorgione ha
muerto de la peste en 1510, Carpaccio vive aislado en el lúcido mundo de sus
fantasías, fuera del tiempo, Sebastiano del Piombo está en Roma y Lorenzo
Lotto, inquieto y humilde, se ha alejado para siempre del Véneto. Sólo Giovanni
Bellini, ya anciano, puede contender la palma del primado a Tiziano, que en
aquel momento cuenta veinticuatro años de edad nada más.
En 1513 se compromete a pintar
para la sala del Consejo Mayor, en el Palacio Ducal, una obra, terminada muchos
años más tarde, de la batalla de Cadore, en la que también luchó su padre
contra el emperador Maximiliano. Iba a ser una gran empresa que “ningún hombre
hasta hoy ha querido realizar”, y a cambio pide la contaduría del Fondaco dei Tedeschi, que fue de
Giorgione, y algunos beneficios gozados por Giovanni Bellini. El artista abre
su taller en San Samuele e inicia así sus relaciones con la Serenísima, a
menudo contrastadas y contrastantes, pero que perdurarán ininterrumpidamente
hasta su muerte. La Gran Batalla fue
destruida por un incendio en 1577 y sólo se conoce a través de los dibujos y de
algunas copias antiguas. Son de estos primeros años venecianos varias obras
excelsas en las que Tiziano parece evocar, con su regreso a la laguna, el
espíritu y el mundo de su maestro recién fallecido a tan temprana edad. Son: el
pequeño retablo de la iglesia de la Salud, el Retrato de dama y el llamado Ariosto.
Noli me tangere de Tiziano (National Gallery. Londres). Aquí aparece el protagonismo que tiene el paisaje en sus obras, quizás las montañas y valles de su tierra natal, y que en esta composición enmarca y realza los personajes.
En el primero, que antes estaba
en Santo Spirito in Isola, es evidente el vínculo con el retablo giorgionesco
de Castelfranco, “retablo que, como dice Vasari,
muchos creyeron que fuera debido a la mano de Giorgione”; vinculación visible
en la construcción monumental que sitúa a San Marcos en alto, sobre su
basamento, perfectamente centrado entre los cuatro Santos laterales en
“conversación”. Pero en el cielo hay una amplia abertura agrandada por el
viento que aparta las nubes. En la Schiavona
y en el Ariosto (tal vez aquel
gentilhombre llamado Barbarigo, amigo suyo que le había proporcionado los
favores ducales), ambos en Londres, ya se afirma, inconfundible, la energía
creadora de Tiziano en el seguro, casi temerario planteamiento, y en el
vibrante color, sonoramente desplegado y abierto al juego triunfante de la luz.
En el Gentilhombre de Londres se
quiso reconocer al Ariosto, a modo de
confirmación de la amistad que probablemente unió al pintor y al poeta.
Concierto de Tiziano (Palacio Pitti, Florencia) La expresión del monje casi permite oír la melodía que le embriaga, al mismo tiempo que demanda de sus acompañantes que sientan el mismo goce por la música.
De los mismos años, anteriores a
1516, son el Noli me tangere de
Londres y el Concierto de Pitti. En
el primero, predomina el amplio panorama de la naturaleza y, tal vez, es el
primer ejemplo válido de la inclinación de Tiziano por el paisaje que se
enciende en ricos colores, en la luz gozosa de las reverberaciones del ocaso.
Es la primera notación de esos grandes paisajes que se abrirán en el Tiziano
maduro sobre amplios valles, sobre imponentes montes, sus valles cadorinos, las
montañas de su infancia, el Antelao, el Pelmo, las Marmarole que están
encerradas en su corazón y que recobran vida de su nostalgia en las suaves
atmósferas de sus retablos y que en sus alegorías se convertirán, a veces, en
protagonistas. En el Concierto, el
éxtasis musical predomina en el arrobamiento del monje, aun cuando, con
espíritu nuevo, llama a coloquio a los otros dos personajes, prisioneros ya
como él, del círculo mágico de la música y del color tizianescos.
El Bautismo de Cristo de Tiziano (Museo Capitalino, Roma). Una de las primeras obras del pintor fechada hacia 1512. En ella revela ya el acentuado gusto por el paisaje real, en el que flotan las cabecitas con alas típicas del barroco. Las figuras se recortan sobre el fondo, bañadas en una luz crepuscular.
Algo posterior, pero partícipe
del gusto paisajista del Noli me tangere,
es el Bautismo de Cristo de los
Museos Capitolinos de Roma. Aquí, mientras el paisaje se vuelve cada vez más
amplio y más verdadero, especialmente en la poesía de una dorada atmósfera
crepuscular, la luz embiste impetuosa las figuras, haciendo suaves las carnes y
otorgando brillos de seda a los ropajes, lo cual anticipa, en ciertos rasgos,
los resplandores fulgurantes del Tiziano más tardío. Pero ahora parece lanzar
una última mirada, como un adiós al mundo de Giorgione, en la Virgen del Kunsthistorisches Museum de
Viena llamada la Zingarella, todavía
belliniana en la composición y giorgionesca en el desgarrador idilio del
paisaje lejano.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.