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La difusión del rococó en Europa

Los primeros ornamentistas diseñaron imaginativas y rompedoras formas con la intención de proponerlas como modelos fueron ornamentistas franceses que quisieron así reaccionar contra los ornamentos ideados por Bérain para el estilo del reinado de Luis XIV. Por tanto, las obras de estos pioneros pretendían "enfrentárse" a las líneas sometidas al rigor de lo clásico que caracterizó a las obras propugnadas por el Rey Sol. De este modo, los ornamentistas de más renombre que debemos incluir sin duda entre los pioneros del rococó son: Gilles-Marie Oppenordt (1672-1742), parisiense e hijo de un ebanista holandés, y Just-Auréle Meissonier (1695-1750), proyectista francés nacido en Italia, concretamente en Turín, y que llegó, en París, bajo Luis XV, al importante cargo de déssinateur du cabinet du roi, todo un privilegio para cualquier artista de la época, y publicó álbumes muy difundidos, especialmente los titulados: Livre d'ornements y Livre d'orfévrerie. Oppenordt presentó un proyecto para la fachada de San Sulpicio que no prosperó al ser preferido el completamente académico que había presentado Servandoni. En cambio, se le encargó el altar de la iglesia, para el que Meissonier había presentado un diseño de líneas tumultuosas.


⇦ Salón oval del Hôtel Soubise, de G. Boffrand (París). Esta sala es una buena muestra de la decoración rococó en todos sus elementos, desde la ornamentación pictórica hasta los estucos de las paredes y la decoración escultórica del mobiliario, que se unifican de manera abarrocada conformando un espacio interior muy característico de la época.


Y es precisamente este rechazo muy sintomático de lo que habría de ser la evolución del arte rococó. En realidad, la trascendencia del estilo rococó sobre la arquitectura francesa no fue muy abundante; más bien, tuvo un carácter muy discreto en este sentido. Oppenordt no pudo llevar a la realidad su proyecto de la fachada de San Sulpicio que seguramente debió de provocar algunas expresiones de perplejidad entre quienes tenían la responsabilidad de aceptar o rechazar el proyecto. Pero sí que su innovador estilo era adecuado para redecorar el interior del templo. Así, se comprueba que la arquitectura notaría en bien poco la innovación del rococó, que se halla bien representado, sin embargo, en algunos interiores: en un salón ovalado, de hacia 1732, de Germain Boffrand, en el Hôtel de Soubise (hoy sede de los Archivos Históricos de Francia). Otro de sus más claros reflejos, en el arte aplicado de alcance monumental, son las historiadas rejas que forjó Jean Lamour para la Plaza Stanislas, de Nancy.

En cambio, en los países germánicos el rococó venía a renovar el barroquismo arquitectónico allí existente desde el siglo XVII. Algunos palacios, como el Belvedere, cerca de Viena, construido hacia 1720 para el príncipe Eugenio de Saboya, o el Zwinger de Dresde, pabellón de fiestas edificado en 1711-1722, para Augusto II el Fuerte de Sajonia, por Mattháus Daniel Pöppelmann, señalan bien claramente el traspaso entre el barroco y las construcciones de pleno gusto "rocalla", que triunfan, con esplendor verdaderamente exuberante, en varias residencias principescas alemanas, como el Amalieriburg, pabellón construido, en 1734, por François Cuvilliés, arquitecto de la corte bávara, para la electora de Baviera en el parque muniqués de Nymphenburg, o la residencia del príncipe-obispo de Würzburg, de 1734, obra, principalmente, de Balthasar Neumann. Ésta es, por tanto, una de las principales diferencias entre el rococó alemán, que pudo renovar sin mayores ataduras la arquitectura, y el galo, que quedó reducido, a pesar de ser una innovación francesa, a los interiores.

Pabellón central del Zwinger, de Matthaus Daniel Pöppelmann (Dresde). Construido entre 1711 y 1722, este tipo de palacio a la francesa se fusiona con abigarramiento con la decoración escultórica de Balthasar Permoser. Nombrado director jefe de edificaciones reales por la Corte de Dresde, Póppelman está considerado uno de los arquitectos esenciales del rococó alemán. El conjunto conformado por el Kronentor, el Wallpavillon y la amplia galería de un solo piso que enlaza ambos pabellones servía de teatro de grandes dimensiones y cumplía una función ceremonial, dedicado a los torneos, las fiestas y las diversiones públicas. En la sección norte, que no se llegó a construir en vida del arquitecto, Gottfried Semper construyó un museo a mediados del siglo XIX, que ha sufrido varias remodelaciones a lo largo de los años.  

Neumann fue el autor y decorador de algunos hermosos templos del nuevo estilo. Casi todos ellos están en Baviera o en Suabia, pero el más importante, el de Vierzehnheiligen (o de Los Catorce Santos) se halla en Alta Franconia.
Otros arquitectos y artistas desplegaron aquel mismo aéreo estilo, que en la decoración interior de las iglesias crea un optimista ambiente de devoción, muy distinto al del barroco de las iglesias romanas. Los más significativos fueron Johann Fischer, constructor, en 1736, de la iglesia del monasterio de Ottobeuren, y antes que él, los hermanos Asam y Zimmermann.


Cosmas Damián y Quirin Asam, bávaros, el primero arquitecto y pintor -autor de las escalinatas de los palacios de Schleisheim y de Mannheim-, y el segundo estuquista, habían realizado ya, alrededor del año 1715, la iglesia de Weingarten, en Suabia, y decorado en Suiza la del monasterio de Einsiedeln, construida según los planos de E. Moosgrubber. Actividad parecida fue la que ejerció otra pareja de artistas, también hermanos: Johann Baptist y Dominikus Zimmermann, aquél pintor, éste decorador estuquista y también constructor. Su obra maestra es el santuario de Steinhausen (poco posterior a 1727), y Dominikus es autor, en Munich, de la iglesia de San Juan Nepomuceno, y en colaboración con F.Cuvilliés cuidó allí del exorno interno de la Residenz del elector bávaro.

La escultura religiosa experimentó asimismo, en esa parte católica de Alemania, un gran florecimiento de íntima inspiración rococó, aunque el imaginero de más valía trabajó ya a mediados del siglo. Fue Ignaz Günther (1725-1778), natural del Alto Palatinado, pero que ejerció su arte en Munich. Su bello grupo de la Anunciación, para la iglesia de los canónigos agustinos de Weyarn, data de 1764 y es una magnífica muestra de la escultura germana de corte rococó.

Templo de los Catorce Santos, de Balthazar Neumann (Santuario de Vierzehnheiligen, Bamberg). Construido entre 1743 y 1772, el conjunto arquitectónico da la impresión de gran unidad entre elementos procedentes de muy diverso origen, desde el estilo versallesco adaptado de Hildebrandt hasta rasgos típicos de la arquitectura y la decoración de Bohemia, el norte de Italia y el sur de y Alemania. Esta iglesia de peregrinación rompe grotescamente con la imagen ascética y sencilla de los templos románicos, dada la estrecha relación que existía entre la Corte y la iglesia Católica.  

Asimismo, es obligado señalar que Prusia es la región histórica alemana en donde el estilo rococó -del que fue decidido entusiasta Federico II el Grande- llegó, bajo tales auspicios, a sus mayores delicadezas. Aquel rey, amigo personal de Voltaire, estuvo imbuido de las mismas ideas francesas que prestaban razón de ser al estilo. Vale la pena detenerse, siquiera unas líneas, a analizar la figura de este personaje, que heredó un ducado que vivía cómodamente instalado en la tradición. Efectivamente, Federico II recibió en 1740 de manos de su padre Federico Guillermo I un ducado, Prusia, que no tenía excesivo protagonismo en una Europa que bullía de conflictos entre grandes potencias como España, Francia e Inglaterra, por ejemplo. Precisamente, el esplendor de Prusia se inicia con el reinado de Federico II, quien, aparte de emprender una política militar que le llevó a ampliar los límites de su reino, puso en marcha una serie de iniciativas modernizadoras de gran calado. De este modo, saneó la economía, en un estado de salud ciertamente precario debido a los años de guerras que había tenido que soportar Prusia, y aplicó muchas de las ideas que imperaban en la moderna Francia de esa época. Como se ha dicho, Federico II el Grande mantuvo una gran relación de amistad con Voltaire y, como muestra de ello, el filósofo francés tuvo una importante influencia en algunas de las medidas que emprendió el rey para reformar el sistema agrícola prusiano.



Biblioteca de Sans-Souci, de Wenzeslaus von Knobelsdorf (Pabellón de Sans-Souci, Potsdam). Convertida en refugio privado de Voltaire, íntimo amigo de Federico 11, la sala de lectura luce un encantador recogimiento casi familiar. El fino enmaderado de los muebles de la librería contrasta con el recargado y sinuoso decorado que lo envuelve.   

Así, Georg Wenzeslaus von Knobelsdorf, el arquitecto de este rey tan próximo a Francia en muchos aspectos, completó y rehizo el Palacio Real de Potsdam y se mostró hábil cultivador del más atractivo estilo rococó en el palacete de Sans-Souci, edificado también en Potsdam, en el centro del extenso parque de aquel nombre. Este edificio era el refugio íntimo de Federico II, y se construyó entre 1744 y 1747 bajo planos trazados en colaboración con el mismo monarca, quien en no pocos proyectos deseaba participar muchas veces de una forma activa. Este palacio es, en realidad, un pabellón de una sola planta cuyo ambiente resulta extraordinariamente atractivo. Se levanta en una terraza, en lo alto de una escalinata formada por invernaderos que se construyeron posteriormente. En su interior, especialmente en la biblioteca y en la graciosa cámara que el rey dispuso para Voltaire, cuando este escritor allí se refugió, el estilo "rocalla" se ofrece con un refinamiento prácticamente inigualado en cualquier otra construcción.

⇦  Bandeja con doble mancerina (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Realizada en algún taller de Meissen por encargo de Carlos 111 de España, fue donada como dote de bodas en 1738 a María Amalia de Sajonia, esta bandeja de porcelana esmaltada presenta en el centro de la ilustración que la decora el emblema real sobre un corazón de color rubí.


En España, el Transparente de la catedral de Toledo, obra de Narciso Tomé -al que se ha hecho referencia en su lugar-, realizado en 1721-1732, enlaza con el estilo rococó principalmente por su atrevimiento: es una capilla sacramental cuyo espacio queda concretado por la luz que irrumpe por un ojo del muro correspondiente a la girola gótica del templo. Esta capilla abierta, a modo de trascoro, se halla encuadrada por una composición de columnas y drapeados. Es una obra, pues (por los elementos de que se compone), aún plenamente barroca. En Valencia, donde el alemán Conrad Rudolf había introducido, a comienzos del siglo (con su fachada catedralicia), si no la forma, el espíritu del rococó, existe un edificio típico del estilo, doblemente interesante por ser obra exclusiva de un constructor español: es el Palacio del Marqués de Dos Aguas, proyectado hacia 1740 por el pintor y arquitecto Hipólito Rovira. La composición escultórica de su portal alude a las aguas de los dos ríos que riegan Valencia, el Turia y el Júcar, representados en forma de dos figuras colosales, rampantes. El edificio tiene ventanas que se transformaron con estucos en 1867, pero cuyos marcos son todavía los originales, y muestran lo que pudo dar de sí el estilo rococó en España. En cuanto a la iglesia de Belén, en Barcelona, es también plenamente barroca, del estilo típico de las iglesias de la Compañía de Jesús (éste fue su origen), por más que contenga detalles escultóricos que hagan pensar en el espíritu del rococó.


⇦ Porcelanas de Sajonia (Staatliche Kunstsammlungen, Dresde). El diseño pintado de azul de estas vasijas manufacturadas por artesanos de Meissen para la vajilla personal del rey Augusto 11 el Fuerte imita el gusto chino por los detalles florales y el paisajismo colorista típicos de la cerámica dieciochesca, que se potenciaría con los años hasta su máximo esplendor durante el modernismo de principios del siglo XX. 



Bien diferente es el caso, comparado con Francia, Alemania y España, de Italia, cuya tradición dominaba con gran fuerza todavía. Y es que demasiado fuerte y profunda era la huella del barroco en Italia para posibilitar la penetración en aquel país de esta nueva versión de las concepciones barrocas. Pero con el espíritu "rocalla" se relacionan directamente, sin duda, las esculturas de Giacomo Serpotta en San Domenico de Palermo (1714-1717), o, también, de Francesco Queirolo en San Severo de Sangri, en Nápoles. Lo más realmente rococó se realizó en aquel país, sin embargo, en Turín y en el real palacio napolitano de Caserta, en la decoración de salones regios, y también a través de un aspecto que es muy típico del arte "rocalla", el de su aplicación a la porcelana, y que en Italia gozó de muy buena aceptación. Es el caso del salón revestido de adornos de aquella materia, con motivos chinescos, que originariamente estuvo en el Palacio de Capodimonte y después se reconstruyó en el de Portici. Es un alarde de la fábrica de porcelana fundada en 1743, en Capodimonte, por el rey Carlos III de España cuando lo era de las Dos Sicilias, y es muy parecido a la sala que, por iniciativa del mismo monarca, se halla en el Palacio de Aranjuez, también con escenas chinescas y motivos de frutas, guirnaldas y cestas. Dirigió la decoración de ambas salas (la napolitana y la española) la misma persona, Giuseppe Gricci, primer modelista de Capodimonte, como después lo fue de la fábrica madrileña del Buen Retiro. En la realización de la mencionada obra napolitana fue asistido por Johann Sigismund Fischer y por Luigi Restile. La razón de que esta misma idea se repitiera en España fue la traslación de la porcelanería de Capodimonte a Madrid, en 1759, por orden del rey Carlos, sucesor en España de su hermano Fernando VI.

En cambio, la sala que el mismo rey hizo elaborar e instalar en Madrid, en el Palacio Real de Oriente, entre 1765 y 1770, combina ciertos diseños decorativos del rococó con temas ya enteramente neoclásicos.

Más específicamente dentro del estilo que aquí se comenta son algunos techos y adornos murales datados hacia 1725 o 1730 (cuya autoría seguramente habría que atribuir a un autor francés) que existen en el palacio de San Ildefonso de la Granja, y, de época posterior, la Sala titulada de Gasparini, en el Palacio Real de Madrid.

Vasos de estilo holandés (Colección privada). El tipo de porcelana de Sevres denominado bleu du roí ejerció una influyente hegemonía artística en Europa a finales del siglo XVIII. En estas piezas de vajilla de 1756, decoradas con una elegancia exquisita con escenas marítimas del sitio de Maó, emulan la finura de la pintura china. 

Rastros inequívocos del estilo rococó se pueden señalar en un país ciertamente alejado de Francia, como es el caso de Suecia, en el ornato interior aplicado a algunas residencias. En cambio, no se conoce ningún ejemplo claro de ello en un país del que apenas le separan unos kilómetros de océano, como Inglaterra. Allí, aquel estilo influyó tan sólo en aspectos del arte aplicado, como son el mueble y las porcelanas, quedando reducido prácticamente a la categoría de anécdota y de capricho artístico; y en lo que respecta a su reflejo en el mobiliario este influjo fue ciertamente muy parco, aunque se ejerció de un modo consciente a mediados del siglo, a través del constructor y proyectista de muebles Thomas Chippendale. De la serie de grandes mueblistas ingleses del siglo XVIII, él fue, en realidad, el único que aplicó algunos motivos de pura inspiración "rocalla" en sus muebles de asiento, sin que por ello hubiera de perturbar las reglas de su personal estilo, en el que siempre rehuyó el exceso de adorno. Según puede uno cerciorarse hojeando su famoso álbum de proyectos: The Gentleman and Cabinet-Maker's Director (editado por primera vez en 1754), a Chippendale lo que en los muebles le interesaba era la solidez y la elegancia de líneas; sus respaldos incurvados y a menudo con entrelazos de curvas, nunca rebasan la norma de una sobria estética. A pesar de todo, algunas veces emplea motivos rococó, como también, cediendo a otra moda de su tiempo, emplea motivos chinescos. Pero no es en lo de Chippendale donde se puede hallar el mueble rococó más característico, sino en ejemplares de cómodas y bureaux de ciertos ebanistas franceses de mediados del siglo que trabajaron para Luis XV, como Charles Cressent, y, sobre todo, en los proyectados por otro francés que ya ha sido mencionado, el decorador y arquitecto de la corte de Baviera, François Cuvilliés.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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