Punto al Arte: Los grandes santuarios panhelénicos

Los grandes santuarios panhelénicos


Plano de Delfos. En este esquema se pueden identificar una serie de templos in antis donde se depositaban los "Tesoros" de la Confederación. Uno de ellos fue el Tesoro de los Sifnios, del que Pausanias y Heródoto cuentan que fue construido hacia el año 525 a.C. por los habitantes de la isla de Sifnos, como ofrenda al dios Apolo



Además de los templos dedicados a las divinidades locales de cada ciudad, en el suelo de Grecia había varios lugares sagrados en los que una piedad común reunía periódicamente a todo el pueblo griego. Desde un principio, los más famosos de estos lugares sagrados fueron los dos grandes santuarios de Delfos y Olimpia. En el primero se veía todavía la grieta de la roca cerca de la cual Apolo, el dios de los dorios, había dado muerte a un héroe local en forma de Pitón. En Olimpia había crecido Zeus, el hijo de Cronos, llevado allí desde el Ida por los atletas dorios; su devoción había suplantado la del primitivo señor del lugar, Pélops, el héroe venerado por todos los griegos, cuya tumba se conservaba rodeada del mayor respeto. Más tarde, otro santuario famoso, al que acudían igualmente los peregrinos en grandes multitudes, fue el de la isla de Delos, porque allí se enseñaba la roca donde Latona había dado a luz a los gemelos Apolo y Artemisa.

En estos lugares veneradísimos, además del templo central, surgieron a su alrededor una infinidad de monumentos votivos, construcciones piadosas y lugares de esparcimiento. El conjunto acostumbraba a encerrarse dentro de un recinto conocido con el nombre de períbolo, al que se ingresaba por unos propileos o puerta monumental, pero no tenía urbanización preestablecida, ni su distribución se había planeado de antemano. En Delfos, por ejemplo, la Vía Sacra subía describiendo un ángulo en medio de la multitud de altares, columnas votivas y estatuas de todo género, dedicados por príncipes o ciudades, y sobre todo por entre los pequeños edificios en forma de templos in antis, llamados tesoros, que eran unas capillas propias de cada ciudad, destinadas para almacén de exvotos o para reunir a los conciudadanos peregrinos en las grandes fiestas y solemnidades, que se celebraban cada cuatro años.

Tesoro de los Atenienses, en Delfos. Este templo fue lugar sagrado desde tiempos antiquísimos y su oráculo decidió a menudo el curso de la historia griega. Autoridad religiosa central, en Delfos se alzaron los santuarios donde se depositaban los "Tesoros" de la Confederación, como como éste, ejemplar típico del templo in antis, de estructura muy sencilla.
Friso norte del Tesoro, en Delfos. En este detalle del friso puede verse el desarrollo de una lucha entre dioses y gigantes.  La imagen muestra a Hera, transitoriamente postrada, mientras Ares combate a dos gigantes.
Los tesoros en Delfos estaban dispuestos sin orden determinado, aprovechando sencillamente los rellanos del terreno, porque todo el recinto sagrado se halla en la vertiente rocosa del Parnaso. Los más antiguos de estos tesoros parecen ser los de Corinto y Sicione, que ya datan de principios del siglo VI; después de las guerras médicas, un sentimiento de notable emulación obligó también a Atenas, Tebas, Cnido, Sifno y Cirene a construirse en Delfos sus tesoros o capillas municipales. En las excavaciones aparecieron estos edificios muy destruidos, pero se pudieron reconstruir algunos de ellos: el de Atenas, por ejemplo, que es bellísimo y de orden dórico; y los de las ciudades jónicas de Asia Sifno y Cnido, que se han restaurado parcialmente en el museo.

Es interesante observar cómo, en algunos tesoros de las ciudades jónicas, el arquitrabe está sostenido por dos figuras de muchacha, como las kórai, de largas trenzas y ancho manto plegado, las cuales se levantan coquetamente la túnica con la mano. Estas figuras de muchacha que sirven de columna son las antecesoras de las famosas cariátides del Erecteo de Atenas.

Friso norte del Tesoro, en Delfos. En esta otra imagen, el león de Cibeles muerde el costado del enemigo, mientras Apolo y Artemisa ponen en fuga al gigante Kantaros. El contraste entre los dioses, que luchan a cuerpo limpio, y los gigantes, pesadamente
armados con cascos terroríficos y redondos escudos, sirve de contrapunto - no sólo gráfico, sino ético para realzar el dramatismo y la grandiosidad de la contienda, obra de un artista fogoso y temperamental.
La Vía Sacra en Delfos discurría en medio de pequeños edículos y gran número de exvotos, testimonio de la piedad de los griegos. Eran recuerdos de su historia; recuerdos también de todos los momentos o épocas de la historia del arte griego; en realidad constituyen un material inapreciable de estudio, y a menudo tendremos que citar en estos capítulos los exvotos de los grandes santuarios, sobre todo los de Delfos. En esta ciudad habían existido cultos prehelénicos, pero de las obras anteriores no se conservaba más que un fuerte muro pelásgico de labra poligonal, que terraplenaba una parte de la montaña al objeto de constituir una grandiosa terraza. Allí se construyó el templo de Apolo. Era hexástilo y períptero o con columnas alrededor; la cella tenía detrás una pequeña cámara, que era el lugar del oráculo. El templo es la parte más destruida del santuario de Delfos, puesto que las excavaciones tan sólo permitieron descubrir poquísimos restos de su decoración escultórica. En el frontón principal debía de haberse representado un combate entre dioses y gigantes.

En lo alto del recinto, la roca invitaba a tallar las graderías de un teatro, con la escena dando frente a la garganta del valle, y aún más arriba, ya fuera de las murallas, se levantaba el estadio donde se celebraban las carreras y los juegos atléticos. Los estadios griegos tenían forma alargada con graderías a cada lado; por un extremo acababan en semicírculo a fin de que los carros y los caballos pudieran girar más fácilmente; del otro extremo eran cerrados por la fachada recta del ingreso, con sus cinco puertas monumentales. En el centro había una espina o muro bajo, con estatuas, para dividir la pista, que en el estadio de Delfos ha desaparecido completamente.

Relieve del templo de Zeus (Museo Arqueológico, Olimpia). En esta pieza de mármol se ve a Hares, Heracles y Atenea portando las manzanas de oro del jardín de las Hespérides.
El santuario de Olimpia tenía los mismos elementos esenciales que el de Delfos. Su emplazamiento resultó más fácil, porque el lugar sagrado era allí un llano frondoso que riega el Altis. La tradición suponía que sobre el propio emplazamiento del santuario había existido el palacio del rey Enomao, quien, vencido en la carrera de carros por Pélops, cedió a éste su hija Hipodamia. Enomao sería el antiguo señor de pura cepa prehelénica, Pélops ya un aqueo, Hipodamia otra Ariadna. Las excavaciones practicadas en Olimpia han descubierto efectivamente restos situados bajo la capa de los santuarios clásicos: las tumbas prehelénicas circulares con cúpula, que son características de la Grecia prehelénica.

Es probable que el megarón de un palacio prehelénico fuese también el primer lugar de un culto que, desde muy antiguo, los señores de Olimpia practicaron en el valle del Altis. El viejo templo dórico de Olimpia estaba dedicado a una divinidad femenina que después fue la Hera del Panteón griego. Las excavaciones desenterraron los restos de este antiguo templo de Hera en Olimpia, y efectivamente se comprobó que su cella era larga y estrecha como la de los más antiguos templos dóricos arcaicos. El templo de Zeus, paralelo a aquél, era ya de planta más regular, más clásica, y en su cella cabía la famosísima estatua gigantesca del olímpico dios ejecutada por Fidias. El templo de Zeus en Olimpia, tal como lo describieron los antiguos y lo revelaron las excavaciones, no era el primitivo de piedra que destruyeron los persas. Fue reedificado en mármol en el siglo V por los miembros de la familia o clan de los Alcmeónidas, que, desterrados de Atenas, se refugiaron en Olimpia. Quisieron emplear allí sus caudales para demostrar a todos los griegos que acudían a O limpia su gusto y piedad, que contradecía la acusación de sus compatriotas atenienses de ambicionar la tiranía.

No se sabe, pues, cómo tuvo principio el culto de Zeus en Olimpia; únicamente consta que se conservó hasta los últimos días de vida del santuario el altar prehelénico, siempre encendido, y que no estaba construido con piedras, sino que era sencillamente un gran montón de ceniza, porque ningún material tocado por mano de hombre era digno del gran dios que fulmina el rayo desde las alturas del Olimpo.

El sepulcro de Pélops era también de genuino carácter prehelénico, pero puntualizando más puede decirse que era aqueo. Se trataba de un simple túmulo de tierra con árboles, rodeado por una cerca poligonal. Por todo lo referido, se comprenderá que, desde el altar hasta los exvotos y monumentos dedicados por Filipo de Macedonia, Herodes Ático y el emperador Adriano, había en Olimpia obras de arte que son otros tantos jalones importantísimos en la evolución de la escultura y la pintura en Grecia. De pintura nada se ha conservado, pero las esculturas de Olimpia se tendrá ocasión de recordarlas frecuentemente.

Dos bellos conjuntos monumentales de escultura se ejecutaron a mediados del siglo V a.C. para el gran templo de Olimpia, dedicado a Zeus. He aquí los dos temas representados en los frontones occidental y oriental: en primer lugar, en la llanura del Altis era natural conmemorar el mito de Pélops, el héroe del lugar; a un lado, pues, están Pélops y Enomao, con Zeus en el centro, los cuales se disponen a partir en sus cuadrigas respectivas para la carrera en que se decidirá el destino de Hipodamia; ésta, pensativa, asiste a los preparativos.

 Heracles (Museo Arqueológico de Olimpia). Cabeza esculpida en piedra que representa al héroe griego, hijo de Zeus y Alcmena, que se distinguía por su valor y su fuerza. La escultura procede de la metopa de Augias del siglo v a.C.



En el otro frontón se representa la escena del combate que siguió a las bodas regias de Piritoo, cuando los centauros invitados a ellas, instigados por el rencor de Ares, quisieron raptar a las mujeres, y fueron vencidos por los lapitas guiados por el intrépido Teseo, que también asistía a la fiesta. En el centro, Apolo, invisible, preside el combate y extiende el brazo para decidir la victoria.

Son interesantes estas figuras sagradas, que ocupan el lugar central en las dos composiciones de los frontones de Olimpia. Es evidente que se pretende allí poner de manifiesto que los olímpicos deciden el destino, hasta de héroes como Pélops y Teseo. Mucho más difícil es la explicación de haberse escogido asuntos que sólo indirectamente tenían relación con el mito de Zeus, el dios a quien estaba dedicado el templo. Sin embargo, en el caso de Pélops basta tan sólo recordar que era considerado el héroe del lugar de Olimpia, el cual había de sobrevivir aún en forma de Pitón en el túmulo vecino.

Que en el frontón occidental figure como asunto las bodas de Piritoo es menos fácilmente explicable. Pero hay que recordar que la restauración del templo la había pagado el clan ateniense de los Alcmeónidas, entonces desterrado, y en la pelea que sucedió al banquete de bodas fueron los lapitas, o atenienses, quienes vencieron a los centauros. Es natural que los Alcmeónidas sacaran a relucir entonces aquel hecho glorioso de sus antepasados para prestigiarse ante sus compatriotas. El que Apolo ocupara el lugar de Zeus en el centro del frontón es más difícil de justificar, pero es sabido que con
frecuencia los dioses eran condescendientes y aun hospitalarios entre sí en la Grecia clásica.

 Apolo (Museo Arqueológico de Olimpia). Detalle de la cabeza de la escultura de piedra que representa al dios Apolo, símbolo de una humanidad noble y heroica, que preside el frontón Oeste del templo.



Es admirable en Olimpia el arte con que se han distribuido las figuras en la forma triangular, ingrata, de los frontones. Mientras los protagonistas se yerguen noblemente en el centro, las figuras secundarias se acuestan o agachan medio escondidas en los extremos. En lo que se refiere al estilo y la técnica, en las esculturas de Olimpia se advierte gran progreso. En una de las escenas de lucha, el grupo de un centauro con una de las mujeres aparece tan lleno de vida, que ya llamó la atención de Pausanias. Otra figura de un viejo recostado en el ángulo de un frontón supone que es una personificación del río Cladeos, aunque es posible que Pausanias estuviera mal informado, porque las representaciones de ríos y ciudades no aparecen en el arte griego hasta una época mucho más tardía. Las metopas de este templo de Zeus en Olimpia están asimismo decoradas con bellísimas esculturas alusivas al mito de Hércules, el héroe favorito del padre de los dioses.

Otro santuario común a todos los griegos era el de Delos, aunque la piedad se dirigió allí más tarde que a Delfos y Olimpia. Un cuarto santuario panhelénico debió de ser el templo levantado en lo alto del promontorio de la isla de Egina, desde donde se dominaba el golfo que forman las dos penínsulas del Ática y la Argólida. El emplazamiento de este santuario es ciertamente bellísimo por todos los conceptos; las excavaciones llevadas a cabo han puesto en claro que era el templo de una divinidad local, la diosa Afaia, de origen cretense. El templo quedó despojado, ya a principios del siglo XIX, de las esculturas que adornaban sus frontones y que hoy enriquecen la colección de la Gliptoteca de Munich.

Los conjuntos de decoración escultórica de los frontones de Egina representan los enfrentamientos de los griegos con los troyanos, en las cuales los habitantes de la isla de Egina tomaron parte dos veces: la primera, en tiempo de Hércules y Teseo, con su príncipe Telamón; la segunda en la guerra conmemorada en la Ilíada, cuando, dirigidos por Ayax, combatieron a las órdenes de Agamenón y Menelao.

En Egina, Palas es la protagonista central, que actúa como árbitro del destino, lo que demuestra la supremacía política de Atenas después de las guerras médicas. Por otra parte, las referencias a las guerras con los troyanos pueden entenderse como una alusión a la contienda con otros bárbaros orientales, los persas, que acababan de ser vencidos también con la ayuda de los eginetas.

Frontón Oeste del Templo de Zeus (Mu-
seo Arqueológico de Olimpia). Uno de los
mejores grupos de este frontón y una o-
bra maestra de la plástica dórica. El cen-
tauro Eurytion rapta a la novia de Piritoo,
rey de los lapitas, el día de su boda.
Ésta intenta resistirse al abrazo brutal del
monstruo. Su belleza es indescriptible: en
los dulces rasgos de su rostro se lee la
vergüenza por la afrenta que sufre en pre-
sencia del que acaba de convertirse en su
marido.
Las esculturas de Egina, que únicamente podían verse de frente, están labradas en mármol, de bulto entero; hoy pueden ser admiradas sueltas en el museo, y su contemplación demuestra que son igualmente perfectas por todos los lados. Parece como si recordaran un estilo de fusión en bronce, arte en el cual se afirmaba que eran muy hábiles los escultores eginetas. Pausanias considera conocida de todo el mundo la distinción entre la escuela de Atenas y la de Egina: la una estaba especializada en obras de mármol y la otra en obras de fundición. En otros términos: la de Atenas era francamente jónica y la de Egina resplandecía con fuerte acento dórico. Pero esto no resulta bien claro del estudio de las figuras de los frontones del templo dedicado a Afaia. Si bien es verdad que ciertas figuras atléticas presentan fuerte impresión de dorismo, en cambio algunos de los personajes, como los guerreros que tiran con arco, por ejemplo, se mueven con un estilo más libre, en el cual es fácil advertir influencias jónicas. Las figuras centrales están representadas vistiendo ropajes con rígidos pliegues paralelos, como los que suelen verse en las muchachas áticas. Durante mucho tiempo, las esculturas de los frontones de Olimpia y Egina fueron los únicos conjuntos decorativos de aquel tipo en la Grecia arcaica que se conocían. Pero nuevas excavaciones pusieron al descubierto otros ejemplos de frontones triangulares de templos decorados con esculturas, y siendo en su mayoría más antiguos que aquéllos, esta circunstancia permite apreciar la evolución de este género de decoración monumental desde el siglo VII a.C. Uno de los más extraordinarios descubrimientos arqueológicos de principios del siglo XX fue el hallazgo de un templo arcaico, decorado con esculturas, en la isla de Corfú, que era una colonia de Corinto. Se trata de esculturas de una antigüedad indiscutible, probablemente del siglo VII a.C., anteriores, por tanto, en dos siglos a los conjuntos monumentales de los frontones de Olimpia y Egina.

Igualmente se ve progresar la escultura por la necesidad de decorar con relieves las metopas de los templos dóricos. Algunas de estas composiciones, encuadradas entre dos triglifos, son ya obras de arte insuperables en la época arcaica. De esta manera la decoración escultórica de los templos hacía progresar la escultura en mármol hasta en lugares como Egina.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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