Merece
especial atención la escultura de piedra, cuya producción está prácticamente
concentrada en territorio galo. Como ya se ha dicho, el arte celta parece
concebido para lucimiento personal. No se conoce ninguna obra de arquitectura
monumental, sea de tipo religioso o con funciones civiles. Ciertamente el uso
de la madera como material constructivo puede ser en parte responsable de este
desconocimiento.
⇦ Hermes bicéfalo (Musée Borély, Marsella). Buena parte de la escultura de
piedra celta, prácticamente concentrada en territorio galo, está relacionada
con los cultos desarrollados en recintos religiosos de algunos oppida del sur de Francia, en la
desembocadura del Ródano, como Roquepertuse, de donde procede esa obra, cuyos
ojos salientes y cejas de acentuado arco le proporcionan una fuerte carga
expresiva.
Durante el período de La Tène aparece un
tipo de asentamiento en altura y fortificado, el oppidum, y quizá sean las fortificaciones las obras arquitectónicas
más monumentales, que denotan además un carácter colectivo. Los oppida se caracterizaban, por tanto, por
cumplir una función defensiva, pero al mismo tiempo desempeñaban el papel de
centralizar las actividades productivas artesanales, las relaciones comerciales
y las funciones políticas y religiosas de un territorio, ocupado por otros
asentamientos dependientes del principal y cuya explotación agropecuaria
proporcionaba la base económica para el mantenimiento de toda la estructura
sociopolítica.
La civilización de los oppida supone la generalización de una estructura jerarquizada y
estatal en la Europa continental. Es lógico pensar, pues, que esta
centralización de funciones debería de reflejarse en edificios de diversa
categoría. La excavación de poblados como Manching o Aulnat ha permitido
detectar plantas de construcciones que se pueden interpretar como graneros
comunitarios, talleres, casas, pero ningún elemento arquitectónico monumental
de piedra.
En cuanto a lugares de culto, la información
es algo más amplia, por lo menos para constatar su existencia, aunque no se
conozca su arquitectura. Hay que recordar que los escritores romanos dicen en
más de una ocasión que los celtas -y es entonces cuando se habla de los
druidas- se reunían para las ceremonias cultuales en bosques sagrados, de lo
que ha quedado constancia en la epigrafía y la toponimia que lugares con
características geográficas sobresalientes -montañas, ríos, bosques- eran
objeto de culto como residencia de las divinidades.
Así pues, es posible que no necesitaran
edificios arquitectónicos. No obstante, en algunos lugares se conocen recintos
circulares con agujeros para postes que seguramente albergaban algún tipo de
construcción de madera, como es el caso de Tara y Navan Fort en Irlanda o de
Goloring en Alemania. En el sur de Francia, en la desembocadura del Ródano, se
conocen algunos oppida, como
Entremont y Roquepertuse, con recintos religiosos en el interior del poblado.
Precisamente con estas construcciones y con los cultos allí desarrollados se
relaciona buena parte de las esculturas galas.
Los escritores clásicos han transmitido
relatos sobre crueles sacrificios humanos, representados, por ejemplo, en el
caldero de Gundestrup; en Roquepertuse se han conservado las jambas de una
puerta con cráneos humanos incrustados, mientras que en Entremont estos cráneos
aparecieron en el santuario y clavados en la muralla. Evidentemente, las representaciones
escultóricas de cabezas cortadas están relacionadas con estos cultos, así como
la terrorífica escultura de la Tarasca de Noves, que representa un monstruo sentado
con sus garras clavadas sobre dos cabezas humanas y una pierna saliéndole de la
boca.
Las figuras humanas completas son
excepcionales y siempre muy toscas. Hay que destacar aquí las esculturas de
guerreros galaicos, sin cabeza y sólo hasta media pierna, en las que se ha
puesto especial atención en destacar los atributos del guerrero: el escudo y la
espada.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.