De
la misma manera que en Egipto la civilización, nacida en el delta, subió a lo
largo del Nilo, remontó también en Mesopotamia el curso de los ríos. Ya se ha
visto que las ciudades sumerias estaban situadas en la desembocadura del
Éufrates, y que en ellas se empezaron a formar los tipos y los estilos
arquitectónicos de los pueblos de Asia. Nínive y Asiria vienen a ser para el
arte de Mesopotamia lo que Tebas y el Alto Egipto fueron en su tiempo para el
valle del Nilo. Asiria es el país situado más arriba de Babilonia, en una serie
de mesetas escalonadas que atraviesa el Ti gris hasta apoyarse en las montañas
de Persia y Armenia.
Su terreno, de naturaleza arcillosa y seco, presenta grandes desigualdades por lo que a la fertilidad se refiere: sus huertas riquísimas contrastan con los llanos elevados, adonde no llega el agua de los canales. Nunca, sin embargo, el país vivió de la agricultura: la fuente de su riqueza fue siempre el botín militar. Las ciudades agrupadas a lo largo de la ribera izquierda del Tigris estaban defendidas hacia el Oriente por otro río, el Zab; de n1anera que el país de Asiria forma un triángulo natural estratégico, con la punta clavada hacia el sur. Algunas de las ciudades asmas llegaron a tener una población numerosa, pero ninguna alcanzó el gigantesco desarrollo de que con justicia puede envanecerse Babilonia.
Assur, la primera capital, fue excavada por
la Sociedad Alemana del Oriente. Las exploraciones realizadas en Assur nos
enseñan algo de los orígenes de Asiria, cuando sus monarcas, dependientes de
Babilonia, no eran más que vicarios reales con poder delegado, a modo de
virreyes feudatarios de los señores de la Mesopotamia central. En muchos
documentos primitivos babilónicos ya se alude a Asiria con el nombre de Assur,
como una simple provincia. Acaso la más antigua mención de Nínive sea la
contenida en el Código de Hammurabi.
Con el tiempo, estos vasallos de Assur
acabaron por ser en absoluto independientes y lograron dominar la misma ciudad
de Babilonia. Tukulti-Ninurta I (1243-1207 a.C.) fue el primer monarca asirio que
hizo prisionero a un rey de Babilonia. Para celebrar su victoria, construyó una
ciudad con su nombre a pocos kilómetros de Assur, al otro lado del Tigris. Un
siglo más tarde, Tiglat-Pileser I alcanzó el Mediterráneo. Los anales de su
reinado fueron escritos en un cilindro de arcilla, conservado casi
milagrosamente, que guarda el British Museum.
En él, el rey describe con la mayor
naturalidad las más terribles crueldades: "Los cuerpos de mis enemigos
derribé como hace el dios de las tempestades; corría su sangre por los
barrancos. Les corté las cabezas y las amontoné a la entrada de sus ciudades,
como gavillas de trigo. Arrebaté sus posesiones y los despojé de sus
bienes". Los mismos odiosos detalles y otros suplicios infligidos a 'sus
enemigos por los reyes asirios, se repiten de forma estereotipada en las
crónicas de sus sucesores.
En la época de sus grandes conquistas y de
su predominio sobre toda Asia, los reyes asirios edificaron otras capitales más
al Norte, pero siguieron emprendiendo siempre sus expediciones militares en
nombre del dios Assur. En los textos asirios, Assur era llamada la montaña terrestre, nombre puramente
simbólico, como el de la montaña de Sion
para los cristianos. Situada en la frontera misma del territorio babilónico, el
recinto rectangular de Assur se perfila aún sobre el terreno por una serie de
pequeños montículos alineados, que son los restos de sus murallas. El templo
excavado por los alemanes en Assur no era el santuario nacional del dios Assur,
sino un templo doble, como se desprende de su planta: seguramente, los templos
de Arm y Addad, dioses importados. Anu era un dios mesopotámico del Sur, el
dios del firmamento; Addad, un dios hitita del Norte, dios del h-ueno, acogidos
en aquel lugar sagrado del dios de Asiria. Dos cellas independientes están precedidas de w1 patio común, y cada
una de ellas tiene anexo un zigurat o torre escalonada.
Muralla de Nínive
(Mossul). Parcialmente restaurada por el gobierno iraquí, el muro que protegía
la antigua ciudad asiria consta de un total de 1 5 puertas a lo largo de los 12
km que lo conforma.
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A primera vista se observan ya todos los
elementos tradicionales de las construcciones babilónicas: la puerta de entrada
tiene ensanchamientos interiores para esconderse a cada lado; las cellas se abren también en la gran masa
del muro de ladrillo y no reciben otra luz que la que penetra por las puertas
desde el patio; el doble zigurat que se levanta a cada lado tiene tres pisos,
como los zigurats arcaicos, y sus fachadas, verticales, presentan también
grandes estrías. Aquel primitivo templo asirio, como era de esperar, no es sino
un simple templo caldeo de provincia.
La diosa lshtar sobre el
león ➤
(Musée du Louvre, París). Entre las excavaciones de Arslan Tash se halló esta
estela del siglo VIII a.C., cuyo relieve muestra a la diosa del amor y la
guerra acompañada por el animal totémico que la representa. El león también
aparece junto a otras diosas de la fecundidad del Oriente Medio y hasta del
neolítico, que posteriormente adaptaría la cultura grecorromana en forma de
Cibeles.
Después
de Assur, la capital se trasladó más al Norte, en Kalakh, que hoy los árabes
llaman Nimrud. Acerca de su verdadera
topografía es muy poco lo que se sabe con certeza, puesto que Kalakh fue
explorada con demasiada precipitación por los delegados del British Museum.
Allí está el palacio de Assumazirpal II, cuyos fantásticos relieves fueron desmontados,
y hoy constituyen uno de los tesoros del British Museum.
Más al Norte todavía está la última capital
asiria, Nínive, cerca de la moderna ciudad de Mossul. Los palacios reales de
Nínive están al otro lado del Tigris, en las afueras de Mossul, en los pequeños
montículos de ruinas que los árabes llaman hoy Qujundjiq.
Gilgamesh
(Musée du Louvre, París). Ubicada a las puertas del palacio de Sargón en
Jorsabad, hoy conocido con el nombre de Dur-Sharrukin, esta representación
escultórica del héroe mesopotámico servía de protección simbólica contra las
amenazas invasoras y saqueadoras. Realizada en el siglo VIII a.C., el personaje
mítico está tocado con una espesa barba y sujetando por el cuello una
miniaturización de uno de los leones cazados en sus gestas legendarias.
Toro alado con rostro
humano (Musée du Louvre, París). Esta representación
escultórica de uno de los genios guardianes de las puertas del palacio de
Jorsabad. Sobre la cabeza humana, el monstruo mitológico ostenta la tiara
cilíndrica con los cuernos del poder típicamente asirios.
Algo alejado de Mossul está Jorsabad,
nombre actual de Dur-Sharrukin, expresión que significa castillo de Sargón
(Sharrukenu). Este Sargón de Asiria, que no debe confundirse con el Sargón de
Akkad, del que hablamos en el capítulo anterior, a su vez creó una prepotente
dinastía ninivita. Sargón, que es seguro que había intervenido personalmente en
el asesinato de su antiguo amo y predecesor Salmanasar IV, parece que debió de
sentir algún recelo de fijar su n10rada en Kalakh, la vieja capital, y por el
mismo temor acaso se alejó de Nínive, que entonces ya existía y donde se han
encontrado relativamente pocas inscripciones suyas.
Por eso mandó construir en el sitio hoy
conocido por Jorsabad, aproximadamente a unos treinta kilómetros más al norte
de Mossul, un palacio para sí y su familia y una ciudad para los funcionarios y
personal a su servicio. Pero tanto la ciudad como el palacio debieron de quedar
en completo abandono después de la muerte de Sargón, porque en sus ruinas no se
han encontrado recuerdos de los demás reyes asmas.
Jorsabad debió de haber sido una de esas
ciudades efímeras de una sola generación que no prosperaron, como Pienza,
fundada por Pío II y hoy casi solitaria. En Jorsabad, el palacio real ocupa el
centro de un lado de la plataforma cuadrangular, inmenso basamento de ladrillo,
pedestal para ambos, el palacio y la ciudad.
La población está toda ella levantada sobre
una plataforma única; las hiladas de ladrillos, al adherirse, han formado una
masa compacta de arcilla. Para conservar la línea vertical de sus paredes
exteriores, fue preciso construir un muro de piedras o de ladrillos cocidos al
horno, que hacía las veces de una coraza de revestimiento; de otro modo, el
pedestal se hubiera degradado en seguida con las lluvias. Pocas noticias
tenemos de la ciudad que ocupaba el área de este montículo real, porque no se
excavó con detenimiento más que su monumento principal: el magnífico alcázar en
que moraba el monarca.
Fuente:
Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat
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