Punto al Arte: La arquitectura de los palacios asirios

La arquitectura de los palacios asirios


Estatua exenta del rey Assurnazirpal II (Museo Británico, Londres). Rescatada de los restos del templo de Ishtar en Kalakh, esta estatua del siglo IX a.C. erigida sobre un pedestal de piedra rojiza presenta al soberano barbado según la estética retratista de la época. Armado con un puñal para luchar contra los monstruos mitológicos, porta en la otra mano una maza con la que exhibe su autoridad semidivina.



La exploración arqueológica llevada a cabo por los franceses Botta y Place entre 1843 y 1852 descubrió en Jorsabad un edificio gigantesco. Como en los otros palacios asirios, encontramos aquí un vivo reflejo de la historia y de la civilización asirias: todo es desmesurado, y se puede asegurar que estas moradas de los feroces monarcas asirios figuran aún hoy entre las más extraordinarias realizaciones arquitectónicas de todos los tiempos. Lo más sorprendente es que el conjunto de la ciudad (cuya muralla con siete puertas cierra una superficie de unas 300 hectáreas) y el colosal palacio fueron construidos en seis años. Parece imposible. Pero la inscripción de Sargón dice: "En este tiempo construí una ciudad con el trabajo de los pueblos prisioneros que mis manos habían sometido y que Assur, Nabu y Marduk pusieron a mis pies ... De acuerdo con las órdenes de mi dios y con la inspiración de mi corazón, le di el nombre de Dur-Shanukin". Sargón, que reinó entre los años 722 y 705 a.C., sólo pudo disfrutar dos años de su palacio. A su muerte todo fue abandonado.

El palacio de Jorsabad, que cubre una superficie de diez hectáreas y cuenta un total de 209 salas y patios, se encuentra enclavado en la gran ciudadela situada junto a la muralla este de Dur-Sharrukin. La planta del palacio está formada por tres grupos bien distintos. Al entrar, después de franqueada la puerta de los leones alados, con sus ensanchamientos laterales en el grueso del muro, se encuentra el gran patio principal, alrededor del cual se levantan todas las dependencias. En el fondo se halla el conjunto de habitaciones que forman el palacio propiamente dicho, que Botta, el descubridor de Jorsabad, llamó serail o serrallo, con sus cámaras de recepción, salones decorados de esculturas, gineceo, etc. Es la parte principal del palacio, con su sala del trono o de recepciones que se abre en un segundo patio. En la parte oriental del gran patio están situadas las dependencias comunes, con1o son los almacenes, las cuadras, los graneros y el dormitorio de los siervos, que en la planta de Botta llevan el nombre de dependencias.

En el ángulo sudoeste del gran patio hay un grupo de cámaras y patios, en los que Botta creyó reconocer el harén o habitaciones destinadas a las reinas, y aun llegó a precisar que todas estas salas podían reunirse en tres grupos independientes, y que, por lo tanto, era de creer que Sargón había tenido tres esposas o princesas de categoría real. Por analogía con la planta del templo gemelo de Anu y Addad, en Assur, se ha identificado hoy esta reunión de las construcciones del supuesto harén de Jorsabad con un grupo de tres templos de los dioses patronos del monarca.

Obelisco de piedra negra de Sa!manasar III (Museo Británico, Londres). Esculpido en el año 827 a.C., este relieve hallado en el palacio de Kalakh muestra un hecho histórico protagonizado por el rey Jehú de Samaria, en el centro de la escena, arrodillado a los pies de Salmanasar III. Contrariamente, la Biblia describe al rey Jehú como un guerrero valeroso y temible. 
Dos de ellos tienen un patio común, de la misma manera como en el templo de Assur, pero los tres presentan la misma planta, combinadas hábilmente las tres cellas con sus dependencias respectivas, en completo aislamiento las unas de las otras. En la parte posterior de estos edificios religiosos se encuentra el magnífico zigurat de siete pisos, que Botta desenterró de entre los escombros y ladrillos que lo cubrían. Los pisos inferiores del zigurat estaban casi absolutamente intactos y tenían las fachadas estriadas, revestidas con estuco pintado de diferentes colores. Para Botta, el zigurat era todavía un observatorio, por la tradición de haber cultivado las ciencias astronómicas los sacerdotes mesopotámicos; pero no cabe la menor duda de que era una dependencia litúrgica de los templos. El verdadero santuario estaba en lo alto del zigurat, donde el dios tenía la morada cuando condescendía a visitar el lugar santo. Así se desprende de la Biblia y de lo que explica Heródoto al tratar del templo de Marduk en Babilonia. Así era en los zigurats sumerios, en el templo doble de Assur, y así debió de ser también en Jorsabad.

Todos los palacios reales asirios tenían esta singular construcción religiosa adherida al edificio. Layard exploró inútilmente, con catas y minas transversales, la montaña de escombros que ocupa el lugar del zigurat del palacio de Qujundjiq, construido en el interior del recinto amurallado de Nínive. Creía él que serviría de sepultura real, como las pirámides egipcias, pero era completamente macizo.

Los palacios reales asirios no tienen aberturas exteriores: una inmensa muralla los rodea, aislándolos por completo; sólo se abren en el grueso del muro sus características puertas, con los toros alados y los ensanchamientos de las entradas.

Senaquerib en su trono de campaña (Museo Britá­ nico, Londres). Detalle del relieve procedente del palacio de Senaquerib, en Nínive, que relata la conquista asiria de Lachish, la ciudad fortificada judía, en la batalla ocurrida en el año 701 a.C. 


Por otro lado, los palacios, construidos con arcilla sin cocer, han perdido sus partes superiores que, por lo general, se han hundido y con su masa rellenan ahora el interior de las cámaras; pero los basamentos de las puertas, con los toros esculpidos en piedra, se conservaron casi intactos.

Senaquerib, el hijo de Sargón, que reinó entre los años 705 y 681 a.C., relata en una crónica real, además de sus conquistas, los colosales trabajos que hubo de emprender para transformar a Nínive, de pequeña ciudad que había sido hasta entonces, en la capital fortificada que los monarcas asirios, sus sucesores, tuvieron por inexpugnable. Un antiguo palacio que ya existía en Nínive lo arrasó Senaquerib completamente para construir el nuevo en el mismo emplazamiento. "La plataforma del palacio la luce mayor, y con grandes piedras labradas protegí sus partes altas. Cámaras de oro y plata, cristal de roca, alabastro y marfil, labré para habitación de mi dios y señor."
Soldados asirios empalando a los prisioneros⇒ judíos (Museo Británico, Londres). Parte del relieve del palacio de Senaquerib, en Nínive, que muestra el trato inflingido a los prisioneros después de la conquista de la fortaleza de Lachish, en el año 701 a.C. 



Son curiosos también los detalles que da Senaquerib para proveer de agua el palacio y cuidar de su debida iluminación. Esta preocupación de la luz debía de ser una de las cosas que más inquietaría a los constructores asirios en sus edificios de gruesas paredes macizas de barro sin cocer para sostener las pesadas bóvedas. "La oscuridad del antiguo palacio y de sus habitaciones yo he cambiado, y lo he hecho brillante y luminoso...“ El rey describe las puertas que ha colocado en las aberturas, y cómo ha decorado las salas con azulejos, mármoles y aplicaciones de lapislázuli.

El interés que el monarca se toma por la construcción del palacio denota un fin político: el empeño de Senaquerib era l1acer una residencia digna del poder que había alcanzado Asiria. El palacio de Nínive debía ser "la admiración de las naciones" ."Yo, Senaquerib, el Rey de las multitudes, el Rey de Asiria, he llevado a buen término esta obra, según el consejo de los dioses, y poniendo en ella toda mi inteligencia y toda mi voluntad."

El palacio de Senaquerib en Nínive, que desenterró Layard a partir del año 1849, proporcionó gran cantidad de bajos relieves empotrados en maravillosos muros de ladrillos esmaltados, mosaicos, inscripciones blancas sobre fondos de color turquesa, todo un conjunto extraño de colores sombríos y terribles en los que dominaban el negro, el amarillo y el azul oscuro. Antes de los descubrimientos de Layard, todo lo que se conocía de Nínive era lo que había transmitido la Biblia: una ciudad famosa por los crímenes de sus soberanos, por la tiranía . y opresión de los débiles, por toda clase de atrocidades. Ciudad colosal, única, con grandiosos palacios, poblada por verdaderos ejércitos de prisioneros y esclavos dominados mediante una refinada combinación de violencia y de propaganda política que recuerda extrañamente la de los dictadores que ha conocido nuestro tiempo. La piqueta de Layard desenterró Nínive, la ciudad del horror, que los profetas bíblicos maldijeron sin descanso, pero que también alabaron sugestionados por su grandeza.

Elamitas camino del exilio (Musée du Louvre, París). Parte de un bajorrelieve procedente del palacio de Assurbanipal, en Nínive, que está realizado en alabastro yesoso y data de 668-627 a.C. Con un detallismo muy trabajado, este relieve refleja, aplicando una sencilla técnica de repetición seriada de elementos, la huida de los vencidos cargando con sus pertenencias
Hoy no cabe ninguna duda de que los edificios asirios estaban cubiertos con bóvedas; pero Layard, obsesionado por el recuerdo de Egipto, al intentar una restauración del palacio de Nínive no se atrevió a poner más que cubiertas planas, con dinteles de piedra o de madera. Sin embargo, el grueso de los muros y la poca anchura de las cámaras, de planta rectangular, obligan a pensar que la cubierta era abovedada. En algunos relieves, donde hay representadas construcciones contemporáneas de los edificios, aparecen éstas con bóvedas y cúpulas como un elemento corriente. El primero que aplicó las bóvedas a sus restauraciones de los monumentos asirios fue Botta al publicar sus excavaciones de Jorsabad.

En el interior de las cámaras se encontraban grandes bloques de arcilla, con una cara inferior de forma curva y con señales de revestimiento de estuco y pintura, que no podían ser más que fragmentos de la bóveda, desprendidos de lo alto. Place, el sucesor de Botta en Jorsabad, descubrió todavía intacto el gran arco monumental de una puerta flanqueada por dos toros alados.

Las bóvedas eran de ladrillo, estucadas y pintadas. En el arranque de la bóveda había, por lo común, una faja de ladrillos barnizados que separaba el muro recto de la cubierta curvilínea. Un revestimiento inferior de relieves enriquecía y protegía la pared de ladrillos sin cocer. Estos revestimientos importantísimos constituyen uno de los más típicos elementos de la construcción asiria.

Reposo bajo la parra (Museo Británico, Londres). Entre los relieves del palacio de Nínive son escasas las escenas donde el escultor no se recreara en las minuciosas crueldades de la guerra. En el detalle se muestra al rey Assurbanipal merendando en su jardín en compañía de la reina Asur-Sharrat y atendido por los eunucos con plumero que aguardan solícitos la menor indicación de su amo. 
En el suelo se hace imprescindible un pavimento calcáreo para evitar el desgaste, y en el centro de cada patio se encuentra el agujero de desagüe, que comunica con las cloacas que atraviesan el macizo. Así ya es posible figurarse fácilmente el aspecto de estas salas de los alcázares asirios, de planta alargada para no aumentar la sección de la bóveda, y todas ellas revestidas desde lo alto hasta el suelo de figuras y colores, y vagamente iluminadas por la es casa luz que se tamiza a través de la pared enorme por el vano de la puerta de entrada y algunas celosías altas.

Los edificios, generaln1ente, no tenían más que un solo piso; por lo menos los exploradores no han sabido encontrar escalera alguna. En cambio, en ciertos relieves pueden verse representados palacios con una galería superior, sostenida mediante columnitas bajas, a manera de una logia o mirador que corona la construcción. Esto podría explicar tal vez el servicio de los fragmentos de fustes y basas de columnas encontrados en las ruinas.

Los edificios privados, construidos con arcilla sin cocer, se han deshecho con el tiempo, y así han venido a aumentar la altura del terraplén en las plataformas de las ciudades reales, lo que hace muy difí­cil estudiar su urbanización; en Jorsabad, las calles, que se cruzaban en ángulo recto, se conocen sólo por el pavimento, de bloques calcáreos. Las calzadas empedradas se prolongaban, al exterior de la ciudad, por los caminos militares que cubrían toda Asiria.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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