Páginas

Artistas de la A a la Z

Lambayeque, la cultura del “ojo alado”

Los cronistas españoles del siglo XVI atribuían la fundación de la cultura lambayeque a un mito que recogieron a su paso por esta región de la costa norte de Perú. Cieza de León, Francisco de Jerez y Miguel Cabello sostuvieron que un rey llamado Naymlap desembarcó en la costa peruana y fundó una cultura que contó con una dinastía de más de una decena de reyes. La representación antropo-ornitomorfa de este rey lo muestra con unos ojos “almendrados”, rasgados, y con alas que nacen de sus hombros. Esta utilización del “ojo alado” servía para indicar el rango divino de quienes se retrataba. No sólo era usado en representaciones de humanos, sino de animales, olas, colinas y demás accidentes geográficos, y estas representaciones se las podía encontrar en huesos, calabazas, metales o madera.

Figuras antropomorfas de cerámica. Trabajadas en cerámica pulida y con decoraciones incisas de los pendientes y abalorios, estas representaciones de un hombre y una mujer, con evidentes connotaciones sexuales, estaban originariamente decoradas con pintura y adornos laminares de oro. Típicas de la cultura quimbaya, seguramente sirvieron como colgantes ornamentales. 

Casco de oro con figura femenina (Museo de América, Madrid). Procedente del tesoro de los quimbaya saqueado por los colonizadores españoles, esta pieza es una buena muestra de la técnica tumbaga de los orfebres antiguos del valle del Cauca colombiano, donde presuntamente los conquistadores pretendían encontrar El Dorado. Esta aleación de oro y cobre produce una dureza particular que permite dominar el repujado al martillo y la cera perdida y crear bellos relieves como el de la mujer esculpida en un lado del casco. 

Distintos arqueólogos realizaron investigaciones de esta cultura, que se desarrolló a lo largo de casi doscientos kilómetros de región costera. Sus asentamientos solían estar ubicados en colinas y dunas de manera que dejaban libres los escasos campos cultivables. Durante mucho tiempo se confundió a la cultura Lambayeque con la cultura chimú por el parecido color negro de sus respectivas cerámicas. No sería hasta 1948 en que se establece la idiosincracia de esta cultura y recibe el nombre de Cultura Lambayeque. Compartía con el resto de las culturas preincaicas el desarrollo de complejos sistemas de regadío, pero sobresalía en las técnicas metalúrgicas, con una orfebrería refinada que trabajaba indistintamente en plata, oro y cobre. Desarrollaron un notable arte de la pesca y la navegación, razón por la que se reforzó su mítica fundación a partir de aquel rey Naymlap llegado del mar.
IzquierdaVasija de oro del tesoro de los quimbaya (Museo de América, Madrid). Algunas de las botellas en forma de calabaza de la antigua civilización colombiana presentan un excelente acabado en el pulido de su superficie. El delicado trabajo de las manos del orfebre queda patente en la decoración repujada que adorna esta vasija, ornada con una representación antropomórfica cincelada sobre el mismo dorso de la botella. Modelada con cierta simplicidad, atrae al tacto por la suavidad de sus curvas. La figura humana muestra la misma atávica sonrisa que otras de las esculturas votivas que se han hallado en las tumbas quimbaya, pero rompe con el hieratismo corporal de aquéllas al sostener el cuerpo sobre piernas ligeramente separadas. DerechaFigura masculina del tesoro de los quimbaya (Museo de América, Madrid). Fechada en el siglo XIV d.C., esta estatuilla fue descubierta a finales del XIX junto a muchas otras en una antigua necrópolis colombiana situada entre Cartago y Manizales. Esta figura de rostro hierático y ojos cerrados, que parece sonreír mientras exhibe sus atributos sexuales, es un excelente ejemplo de la técnica tumbaga de aleación de oro y cobre. Generalmente dichas estatuas reproducían la imagen de los hombres y las mujeres que habían enterrado vaciando moldes de arcilla y carbón a la cera perdida. Durante el procedimiento de creación de los cuerpos se esculpieron las manos y los pies separadamente, soldándose al final del proceso, lo que justifica la desproporción de tamaños en relación al cuerpo. 

Lo cierto es que sus progresos en el arte de la navegación facilitaron el contacto e intercambio comercial con otras culturas de la costa peruana. Las huacas o pirámides truncadas de la cultura lambayeque son las más grandes del Perú y su finalidad no era exclusivamente ritual, sino que también estaban destinadas a uso doméstico, ya que contaba con depósito, cocina e incluso corrales.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El reino chimú

La cultura chimú nace durante las últimas décadas del siglo XIII y ocupa el mismo lugar que los mochicas. Asimismo, de ellos recibe no pocas e importantes influencias culturales, pues del pueblo de los mochicas heredan la lengua y la veneración por el dios Aiaepec y la Luna. Por otro lado, y ya en el capítulo más propiamente del arte, cabe destacar que su cerámica recibe elementos de la tradición mochica aunque también se hace evidente, en los restos que se han podido encontrar, una importante influencia de las formas de orfebrería propias de Lambayeque. Asimismo, generan también sus propias tradiciones culturales, entre las que destaca, en el apartado de las concepciones mitológicas sobre el origen de su pueblo, la legendaria figura de Naymlap, que viene del mar y que es la fundadora de las dinastías norteñas. Los chimús perviven hasta 1460, año en que los incas conquistan la ciudad de Chanchan, capital del imperio.

A diferencia de otros pueblos, la cultura chimú es una cultura urbana que se patentiza, a través de las grandes ciudades que levantaron, la más importante de las cuales es Chanchan, situada a pocos kilómetros de la actual ciudad de Trujillo (Perú). Fue en sus mejores tiempos una urbe de considerables dimensiones, pues, tal y como la muestran las excavaciones llevadas a cabo, constaba de diez barrios rodeados de altísimas murallas, lo que, a su vez, constituye una prueba del carácter militar de este pueblo; toda la construcción es de adobe, presumiéndose que los techos fueron de paja. Los barrios están separados unos de otros y todos tienen una disposición similar: dos patios; el principal, con sus muros decorados con relieves de barro que representan peces, pelícanos y simples motivos escalonados; cerca de este patio está el grupo ceremonial, también decorado. Todos los barrios constan de un cementerio, una pirámide o adoratorio y un gran re-servorio de agua, consistente en un pozo capaz de suministrar agua no sólo para saciar la sed del complejo humano, sino para mantener algunos jardines en medio de aquel desierto. Los barrios llevan nombres de arqueólogos como Bandelier, Uhle, etc. Chanchan cubre una superficie de 20 km2 y se cree que llegó a albergar 50.000 habitantes. Cerca de la ciudad hay varios adoratorios, siendo los más famosos la Huaca del Obispo y la Huaca del Dragón. Otras ciudades importantes de los chimús son Pacatnamú y Purgatorio.

La cerámica chimú se hacía con moldes y es en general negra con brillo metálico. El oro y la plata fueron finamente trabajados, produciendo las piezas más hermosas de todo el Perú. El oro se trabajaba martillado y laminado y con él se hicieron vasos ceremoniales, máscaras funerarias, lentejuelas e hilos para adornar los tejidos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El reino colla

Hacia el 1200, en el Sur, rodeando el lago Titicaca, aparece el reino colla formado por varios pueblos guerreros, producto de la disgregación de Tiahuanaco. Su cerámica es muy variada y su arquitectura se caracteriza por fortalezas denominadas “pucaras”. Estas fortalezas son colinas naturales provistas de muros de piedra cortada; al parecer se construyeron para detener el avance de los incas. Son sintomáticas de esta cultura las torres chullpas, cámaras funerarias donde depositaban a sus muertos. Estas cámaras tienen planta rectangular y son de adobe, usándose en ellas la falsa bóveda. Algunas de estas chullpas, talladas en piedra, revelan la influencia inca, como en el caso de las de Sillustani, que además, excepcionalmente, presentan planta circular.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las culturas de Colombia y Ecuador

Las culturas más importantes de la actual Colombia son: los chibchas, los quimbayas y el complejo de San Agustín. La cultura chibcha corresponde al grupo humano conocido como “muisca” y sus restos aparecen en la zona de Boyacá. Su cerámica es pobre y su arquitectura viene dada por casas circulares levantadas en torno a un poste. Fue un pueblo avanzado en el conocimiento de la orfebrería, pues trabajó el oro y la “tumbaga” o mezcla de oro y cobre, conociendo todas sus técnicas, como la cera perdida, el laminado en frío y caliente, el repujado, etc. Los quimbayas superaron a los chibchas en el trabajo de los metales, dejando innumerables piezas de oro de excepcional belleza; son en particular interesantes las botellas finamente pulimentadas con aplicaciones de filigrana, las máscaras y los pectorales.

⇨ Ocarina de arcilla con forma de caracola (Museo de Cerámica, Bogotá). Son muchos los instrumentos de viento encontrados en yacimientos de Colombia con formas de caracola, ya que servían como distintivo social y de rango jerárquico en el ajuar que acompañaba al muerto en sus tumbas.



La cultura de San Agustín, con más de trescientas esculturas en piedra, halladas en varios yacimientos, es de singular importancia. Las tallas representan figuras humanas en posición frontal, destacando en ellas los grandes ojos y los colmillos de jaguar. Algunas muestran los pies de perfil.

Entre las culturas ecuatorianas destacan las de Esmeraldas y Manabí. La primera tiene cerámica de vasos monocromos con grabados curvilíneos, la segunda es importante por su escultura en piedra.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El genio artesano de los quimbayas

Ubicados en la vertiente occidental de la Cordillera Central de los Andes que desciende al río Cauca, los quimbayas representan una serie de culturas de antiquísima raigambre a lo largo de los cinco mil kilómetros cuadrados de extensión de esta región colombiana. Los actuales departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda fueron habitados durante milenios por sociedades de diferentes rasgos culturales. Fue notoria la disminución de su población a raíz de la conquista española en el siglo XVI. Los cronistas señalan que se trataba de un pueblo pacífico por la poca resistencia que opusieron a la dominación española. Quizá por eso en su notable artesanía no abundan tanto los motivos guerreros sino más bien los mitos de fecundidad. Pero eso no fue del todo cierto como lo demostró el estudio de Juan Friede, Los quimbayas bajo la dominación española, donde se dejaba constancia de la práctica desaparición de los miembros de esta cultura en sus intentos de defenderse de la dominación y la consecutiva poca integración que tuvo su artesanía con el resto de la nueva cultura que se forjaba en América. Sin embargo, en la actualidad es posible contemplar y conocer el grado de genialidad que alcanzaron los artesanos quimbayas. También fueron notables en el arte de la confección de mantas, a partir de la recolección del algodón silvestre que se producía en su región y que fue una de sus actividades principales.


Bandeja quimbaya con diseño antropomorfo. El adorno que orna esta fuente de cerámica está resuelto de manera sugestiva y original aprovechando la propia forma ovalada del objeto y el sutil cromatismo geométrico que lo orna. Presumiblemente, este tipo de vasijas pudo haber sido destinada a usos ceremoniales y reservadas exclusivamente a los Jerarcas religiosos que oficiaban el rito. 

Los instrumentos musicales, como los adornos y objetos para el consumo de coca y las herramientas de los quimbayas eran de un refinamiento caracterizado por el uso de la tumbaga, una aleación de cobre y oro. Esta permitía que los objetos tuvieran una superficie de tono rosáceo brillante. Abundaban representaciones de calabazas, totumas y mujeres, tomadas como símbolos de fertilidad. Según las creencias aborígenes, la aleación del oro y el cobre combinaba respectivamente los elementos masculinos y femeninos, lo que además del acabado, confería atributos espirituales y sagrados a las piezas artesanales. El proceso que utilizaron fue el de la fundición a la cera perdida, técnica que se revela especialmente en las cuentas de collar con forma de rostro humano. Las cuentas eran diseñadas primero en un molde de arcilla y carbón vegetal molido, que recubrían con cera de abejas y en los que luego vertían el metal fundido. Una vez solidificado, rompían el molde y pulían las cuentas con arena y piedra muy finas. El alto grado de sofisticación de los orfebres quimbayas los ubicó en un lugar destacado dentro de sus comunidades, como seres superiores o divinos por su talento, llegando a denominarlos “señores del fuego”. Dominaban las técnicas de repujado y martillado. En la creación de piezas martilladas llegaban a obtener láminas finísimas que calentaban a continuación para que recuperasen su ductilidad, y continuaban el proceso trabajando alternativamente sobre las caras internas y externas de la pieza. Los alfareros también tuvieron un destacado protagonismo. Los quimbayas incineraban a sus muertos y recurrían a urnas cinerarias de cerámica con forma de mujeres en el momento de dar a luz, por la creencia de que la incineración era como someter al muerto a una nueva vida.

Las figuras de la artesanía quimbaya dan cuenta de los afeites, las pinturas, los peinados que usaban, al igual que de las deformaciones intencionadas de sus extremidades y el característico limado que aplicaban a sus dientes. Buscaban así trasmitir mensajes simbólicos a partir de sus cuerpos, y de todo esto dan cuenta las famosas figuras quimbayas. La técnica empleada para elaborar la pieza era el enrollado y modelado, que complementaban con pintura e incisiones. También empleaban piedras lisas para pulir las superficies, y una vez pulidas las cocinaban en fogatas para el acabado final.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La cultura Nariño-Carchi

El nombre doble que recibe esta cultura es debido, en parte, a que se desenvolvió en una zona que comprende el departamento de Nariño, en el extremo sur de Colombia, y la provincia de Carchi, al norte del Ecuador. Esta división meramente territorial ha dificultado las investigaciones y por esta misma razón escasea todavía una documentación más amplia sobre una cultura muy rica que se desarrolló en esta región aproximadamente desde el siglo VIII d.C. y que se caracterizó por ser una sociedad de mercaderes, agricultores y pastores. Los hallazgos de hasta tres tipos diferentes de cerámica, estrechamente vinculadas entre sí, se han encontrado a lo ancho de toda esta región, por lo que han recibido, a su vez, las denominaciones de Capulí o Negativo del Carchi, Tuncahuán del Norte o Piartal, y Tuza o Cuasmal, extendiéndose en un período que va desde el 750 a.C. al 1500 d.C.

⇦ Discos de oro con rostro felino (Museo del Oro, Bogotá). Pertenecientes a la antigua cultura de Nariño, estos abalorios de oro repujado revelan el estilo elaborado de sus orfebres y el elevado conocimiento de las técnicas del metal con que se trabajaron las dos piezas. De manera supersticiosa se creía que, adornándose con los atributos de un animal, el portador adoptaría las capacidades sensoriales de éste. 



Hay que destacar la variedad de su trabajo artesanal, especialmente las esculturas antropomorfas, entre las que sobresalen las figuras de hombres en banquillos, mujeres y guerreros con sombreros alados. Por lo general suelen ser alargadas, sin una correspondencia exacta con la anatomía humana, y se caracterizan por su actitud hierática, inmutable, que las diferencia del resto de la herencia escultórica ecuatoriana. Solían representar escenas domésticas y en muchos casos las estatuas de hombres evidencian, por los carrillos abultados, que están mascando hojas de coca, por lo que reciben el nombre de “coqueras”. Los utensilios de cerámica tienen cuencos profundos sobre una base baja y suelen estar decorados por el interior. Destacan las compoteras y las ollas con pequeñas asas. Con frecuencia estos utensilios imitan la forma de los animales de la región, especialmente los felinos. También hay que destacar los llamados “platos del Carchi”, expoliados de manera indiscriminada de los ajuares funerarios que los integrantes de esta cultura solían depositar en pozos cilindricos de un metro de diámetro. En estos ajuares también se incluían máscaras y otros utensilios de la vida diaria.

⇦ Coquero o masticador de coca (Museo de Cerámica, Bogotá). En esta figura antropomórfica típica de la cultura de Nariño queda patente el efecto lisérgico de la planta en el rostro representado. Pintado con marcas rituales en la cara y con los ojos muy abiertos, el hombre parece estar sufriendo un estado de alteración de la conciencia.



En la cultura Negativo del Carchi destaca el acabado en pintura negativa. Recibe este nombre porque los ornamentos en las piezas contrastan fuertemente con el fondo de color rojizo en tanto que los márgenes tienen color negro. Las formas habituales eran compoteras con pedestal y base anular, bandejas lenticulares, ollas, vasijas y las notables ocarinas que no sólo imitaban la forma de un caracol marino sino que reproducían un sonido muy parecido. La pintura negativa del Negativo del Carchi, que es frecuente en el resto de culturas precolombinas del Ecuador, y la técnica metalúrgica del dorado por fusión muestran los nexos que la arqueología de esta zona mantenía con las culturas de los Andes centrales. El procedimiento de la pintura negativa consistía en cubrir los diseños con una capa de arcilla, previamente diluida en agua, y luego se sumergía la pieza en el pigmento negro. Posteriormente se quitaba la arcilla y se obtenía un lustre por medio de resinas vegetales. Los motivos más comunes eran cruces, círculos y rombos, distribuidos en sucesiones armoniosas, además de figuras de personas, aves y animales.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte de los tairona

Lo que hoy se conoce como el arte de la cerámica de los tairona pertenece a una época más bien cercana a los años previos a la conquista, aunque sus orígenes se remontan a unos mil años antes. Los tairona estaban asentados en la parte septentrional del actual departamento de Magdalena, en la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, abarcando una amplia región que iba desde la costa atlántica hasta el macizo montañoso separado de los Andes que la conforma. No sólo destacaron por su cerámica, sino por sus trabajos en orfebrería, tallado de piedra y, de acuerdo a las investigaciones más recientes, en la arquitectura. Se han localizado rastros de caminos enlosados, albercas, alcantarillados, aljibes y amplias terrazas de cultivo, lo que indica el avance de su horticultura, que se centraba en el cultivo de la batata, el maíz, la yuca y el algodón. Se han llegado a distinguir hasta tres tipos de construcción a base de piedras redondas, lajas delgadas y estructuras en forma anillada. Fue el descubrimiento, en 1976, de un complejo arquitectónico a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar lo que reveló el grado de sofisticación de la cultura tairona. Conocida como la Ciudad Perdida, este complejo estaba compuesto por decenas de terrazas, una de las cuales llega a cubrir novecientos metros cuadrados. Estaban sostenidas por muros de piedra y contenían capas de tierra fértil abastecidas por un sistema de irrigación de canales y zanjas. Se estima que este complejo data de unos mil trescientos años a.C. y revela una concepción integradora y de respeto frente al medio ambiente.

Recipiente anular con figura antropomorfa (Museo del Oro, Bogotá). Procedente de la civilización tairona que pobló la zona de Magdalena, este objeto doméstico de cerámica negra tenía un uso ceremonial evidente por la connotación fálica del pedúnculo que sobresale del cuenco, ya que en los rituales de la cultura tairona se oficiaban orgías homosexuales. 

Figura antropomorfa tairona (Museo del Oro, Bogotá). El personaje masculino representado lleva una máscara ritual de la que sobresalen las fauces de un animal, dos aves sobre la cabeza y un elaCulturas de los /\ndc~ 215 borado y ostentosos atavío que probablemente denota la importancia de su rango social. En las manos sostiene un objeto ceremonial con el que se frota el órgano sexual. 

⇐ Silbato con figura antropomorfa. En la cultura tairona se utilizaban algunos instrumentos musicales como complemento de la liturgia ceremonial, generalmente cuernos, caracolas, silbatos y ocarinas. Este silbato de cerámica con decoración incisiva presenta la imagen de un chamán, considerada la máxima autoridad religiosa de la sociedad tairona. Los chamanes desempeñaban el rol de curandero, de recitador de las leyendas, de maestros de ceremonias de los bailes y de cantores de las fiestas sagradas. En sus actuaciones públicas, el chamán siempre aparecía oculto tras una máscara zoomorfa y coronado con plumas o atributos animales, y se les representaba habitualmente de pie como ostentación de su poder social, tal y como ha sido modelado en este silbato. 



La alfarería de los tairona, de tanta calidad como la de los quimbayas, tenía una amplia gama de motivos, tanto figuras antropomórficas como zoomórficas, que aplicaban a urnas, rodillos y ánforas. Su cerámica se distingue por tres variedades de color: rojizo, negro y habano o crema. En las vasijas y urnas de color rojizo destacan la técnica de incisión de puntos y la impresión ungular. Además de estos detalles, añadían rostros humanos que colocaban en la parte superior de las piezas. Esta cerámica se trabajaba con técnica de espiral y en formas globulares, subglobulares y cilindricas. Utilizaban como materia prima el desengrasante de arena fina y mica, que recubrían con engobe fuertemente cargado de hierro. La cerámica negra solía tener un uso ceremonial, por lo que abundan copas, vasos de cuello alargado, vasijas globulares, alcuzas y silbatos. Tenían incisiones como decoración, pero lo más destacado son las representaciones humanas -adornadas con coronas, máscaras e insignias- y las cabezas pareadas de animales. Recipientes tetrápodes, jarras y vasos cilindricos, decorados con líneas incisas que forman rejillas, eran asimismo propias de la cerámica de tonos crema o habano. En los usos ceremoniales tenían un protagonismo especial las representaciones de jaguares y serpientes, así como figuras fálicas, ya que los tairona practicaban la homosexualidad en sus rituales.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El poderoso centro ceremonial de Tumaco-Tolita

A lo largo de la costa del Pacífico, entre las regiones fronterizas de Colombia y Ecuador, se desarrolló la cultura tumaco-tolita. Esta zona caracterizada por vastas llanuras, islotes y manglares con una infinidad de laberínticos canales y estuarios navegables, estuvo poblada entre los años 700 a.C. hasta el 350 d.C. por pescadores y agricultores que también se dedicaron a la orfebrería. Revelaron una gran capacidad de adaptación: recuperaron de las mareas zonas de cultivo a través de zanjas y diques, y su arquitectura, a base de palafitos, les permitía protegerse de las inundaciones características de esta región, debida sobre todo a las torrenciales lluvias de la Corriente del Niño. Además, supieron obtener de los ríos el oro y el platino con el que trabajaron sus finos adornos rituales. La denominación tolita proviene de sus enterramientos, o tolas, que estaban demarcados por montículos de tierra. Este era un privilegio destinado a los caciques, que eran enterrados con sus bienes, por lo que las tolas, que también se hallan a lo largo de la costa sur ecuatoriana, han sido magníficas fuentes de documentación arqueológica por la riqueza de sus contenidos. Algunas tolas contenían ollas superpuestas que adoptaban forma de columna y que reciben el nombre de timburas. También se encontraron en abundancia figura de cerámica con formas humanas que representaban a hombres decapitados y a hombres con máscaras de animales, como jaguares y pumas. Estos últimos eran probablemente chamanes que con esas máscaras representaban el poder y la fuerza masculinos propios del arte de la cacería y de la guerra. Estas figuras, de un gran realismo y adornadas con orejeras y narigueras, estaban pintadas, aunque mucha de su pigmentación se ha perdido por las condiciones climáticas de la región. La abundante presencia de tolas y de tales figuras de cerámica revela que poseían complejos rituales y que la región era un lugar de alta significación religiosa dirigida por chamanes. Sin embargo, la vida cotidiana también formaba parte de la cerámica de la cultura tumaco-tolita, y se tenía muy presente la enfermedad, el erotismo, la maternidad y la vejez.


Mariposa, pieza quiroptiforme de orfebrería de Tumaco-Tolita. Esta cultura se caracteriza por la calidad de su orfebrería. Elaborada en oro o tumbaga, de la que destacan las máscaras y los pectorales. Las piezas con motivos zoomorfos permiten constatar un minucioso trabajo artesanal, así como una originalidad propia de su intensa vida ceremonial. 

Pareja fornicando (Museo de Cerámica, Bogotá). Esta pieza de cerámica de la cultura tumaco representa un acoplamiento sexual como expresión plástica del culto a la fecundidad. Presuntamente se empleaba como fetiche simbólico para potenciar la virilidad. En el arte de las sociedades preincaicas, el acto sexual se mostraba sin tapujos y de manera natural, en todas las posturas imaginables en escenas orgiásticas o a dúo con miembros de indistinto sexo, o como mera exhibición exagerada de los genitales masculinos. 

Estatuilla antropomórfica (Museo de Arqueología del Banco Popular, Bogotá). Con el tiempo, el arte figurativo de la alfarería de Tumaco pasaría de las representaciones litúrgicas, del mundo mágico y de la creación de objetos destinados a los ritos ceremoniales, a una concepción más amable y realista, como se constata en esta estatuilla de engobe rojizo y con unos rasgos humanos muy marcados y prototípicos. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Cultura sinú

Esta cultura -también conocida como zenú- se estableció en las hoyas hidrográficas conformadas por los ríos Sinú, Cesar y San Jorge, en el departamento colombiano de Córdoba. El antiguo Sinú comprendía tres regiones: el Finzenú, que incluía Tolú, San Benito Abad, Ayapel y casi todo el Alto Sinú; el Panzenú, que se extendía hacia el este entre el San Jorge y el Cauca; el Zenúfana, que se prolongaba en dirección sur hasta el centro de Antioquia. Por las características etnológicas de sus obras, altamente sofisticadas, se diferencian de las culturas caribes y se vinculan con los chibchas, de manera especial con los quimbayas, de quienes se consideran sus antepasados. En la actualidad algunos de sus remotos descendientes todavía pueblan la zona meridional del Valle del Sinú. Desarrollaron una riquísima cultura alfarera, pero son notables por su orfebrería afiligranada. Al estar regidos por matriarcados, son abundantes las representaciones o idolillos de Venus desnudas caracterizadas por deformaciones intencionales o bien ricamente ataviadas.

⇦ Maternidad Sinú (Museo de Cerámica, Bogotá). Son numerosas las copas votivas con pedestal de columna que se encuentran en los yacimientos de la antigua cultura sinú, y muchas son una representación amable de la maternidad. En el período tardío, se acostumbró a deformar ligeramente el cráneo de estas figuras, agrandándolos para aumentar también la caracterización de los ojos y adornarlos con objetos que acusen su rango social o su oficio. La cerámica sinú mostraba habitualmente escenas de la vida cotidiana, incidiendo sobre todo en los acontecimientos felices y también los más dolorosos, sean de nacimiento como también de muerte. 



Una de sus piezas más representativas, propiedad del Museo del Marqués de San Jorge, en Bogotá, es la llamada Maternidad Sinú. En ella se puede ver a una mujer de cabeza y nariz grandes, con una vasija en la cabeza, que sostiene en brazos a su vastago. En la cultura sinú el oro tenía un gran valor simbólico y lo utilizaban para el trueque. Poseía para ellos una serie de virtudes, como la de augurar felicidad y permitir un contacto mayor con sus dioses, por lo que sus enterramientos eran ricos en este material precioso.

Venus Sinú (Colección privada). Esta figura votiva de cerámica evidencia el peso de la mujer en la sociedad matriarcal de la cultura sinú. La presencia de Venus desnudas es habitual en las excavaciones arqueológicas, ya sea representando a mujeres opulentamente ataviadas como deformadas intencionalmente para exagerar sus atributos sexuales o su clase social. Las más representativas son las que sostienen un bebé en brazos, como símbolo de la fecundidad, pero también las que presentan un ideal de belleza prototípico como la de esta Venus de arcilla, con marcas en el rostro y los ojos rasgados. 

Estuche fálico de oro (Museo del Oro, Bogotá). En la antigua cultura sinú las representaciones simbólicas de tipo fálico eran casi constantes, ya fuera por la evidente forma de amuletos, estatuillas con una prominente erección, y estuches como éste, con una doble función consoladora, como por el exagerado modo con el que se separan las piernas de muchas mujeres de arcilla. 

Ha sorprendido la variedad del quilataje del oro que se ha hallado en sus entierros, desde oro puro a oro ligado. Entre las incógnitas de esta cultura poco estudiada está el no saber con exactitud si utilizaban oro de veta o de los ríos. Su técnica de fundición del oro ha dejado rastros de huellas digitales, por lo que se infiere que, una vez ablandado el mineral, plasmaban las piezas con los dedos, aunque otras teorías sostienen que tales huellas formaban parte de los moldes de arcilla con los que trabajaban.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los incas

La cultura incaica tiene su origen en la cuenca del lago Titicaca. Manco Cápac, fundador de la dinastía, se estableció en el Cuzco hacia el siglo XI, influyendo sobre los grupos del lugar. Tres siglos más tarde, el Inca Viracocha y su hijo Pachacutec conquistaron antes a los chancas y después el Collao. Los incas avanzaron hacia el norte sobre el imperio chimú y, después de conquistarlo, pasaron a la zona quiteña de Ecuador. Los sucesores, Tupac Inca Yupanqui y Huaina Cápac, consolidaron la conquista quiteña, incorporando en el sur el altiplano boliviano hasta el norte de Argentina y Chile y avanzando por el Este hasta los llanos de Mojos, en la Amazonia boliviana.

El Imperio fue dividido en cuatro partes: Chinchasuyo, Antisuyo, Contisuyo y Collasuyo. Era un estado colectivista en que el producto económico, basado principalmente en la agricultura, se dividía también en cuatro partes: inca y su familia; sacerdotes y templo; viudas y huérfanos, y pueblo. La religión incaica, a partir de Pachacutec, tiene por dios principal al Sol, al que siguen en importancia la Luna y el Rayo. Las fiestas principales eran los días de los solsticios y equinoccios, siendo de mayor importancia el Inti Raymi (21 de junio).

Los cultivos se realizaban en andanerías, aprovechando las laderas de las montañas; se cultivó en ellas papa, coca, quinua y maíz, y en los llanos, algodón. Grandes rebaños de llamas, alpacas y vicuñas proveían de carne y lana. El cuís o conejillo de indias completaba la dieta alimenticia. Una amplia red de caminos favorecía las comunicaciones y el correo se hacía mediante “chasquis” con relevos. Los “mitimaes” o poblaciones trasplantadas favorecieron la colonización y estabilidad del Imperio.

Convento de Santo Domingo (Cuzco). La iglesia fue construida por los conquistadores españoles sobre el templo inca de Coricancha, cuyas estatuas de hombres, animales y plantas de tamaño natural y las láminas de oro, cobre y plata que recubrían sus paredes fueron saqueadas por los colonizadores. Su edificación respondía a una política estratégica de aniquilamiento iconoclasta de los símbolos religiosos de los incas.

Ante todo, los incas fueron grandes organizadores y constructores, destacando en su cultura el trazado de ciudades y la calidad de sus edificaciones. Para los muros se empleó la piedra, con arcilla o sin ella en las juntas, y para las cubiertas la madera. Las construcciones presentan diversos tipos de aparejo: megalítico, que alcanza dimensiones hasta de 5 X 5 m; poligonal, aprovechando la forma original de las piedras (en este caso, la talla conserva los ángulos que suelen ser hasta doce o más); sillar; sillarejo; manipostería ordinaria, y, finalmente, pirca, consistente en piezas pétreas colocadas unas sobre otras. Los muros son en talud, y en los aparejos poligonal y megalítico el ajuste de las piezas es perfecto. Los huecos para puertas y ventanas tienen forma trapezoidal. Las cubiertas eran de paja sobre estructura de madera sujeta a los muros. Los pavimentos, especialmente en los caminos, son de aparejo poligonal con gradas para salvar los desniveles; los puentes son colgantes, con cables de fibra de magüey o cabuya.

Los edificios más importantes son los templos, recintos rectangulares con una hilera de puertas en uno de los lados mayores y en el interior nichos u hornacinas. En el centro, a fin de sostener la cubierta a dos aguas, se alza un muro o fila de columnas. Los palacios y edificios civiles se ordenan en torno a patios o “canchas”. Templos, palacios y casas se adaptan a la topografía del lugar, terminando a veces en muros curvos. Las fortalezas tienen muros dobles o triples, de planta dentada.

La tradición religiosa incaica mantuvo para los sitios de veneración la arquitectura rupestre de complicada simbología. En la mayoría de los lugares sagrados aparecen construcciones talladas en la roca en forma de asientos, cuevas, ventanillas y complicadas redes de desagüe. En los santuarios aparecen menhires aislados.

Las ciudades, por su trazado, pertenecen a dos categorías: aquellas que fueron evolucionando a través del tiempo, como Cuzco, y las que responden a una planificación, como Ollantaytambo, Machu-picchu, etc.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Pachacutec Inca Yupanqui

Genealogía dellncario (Gent Magazine, Mayo de 1752). En este 

grabado de una antigua publicación del siglo XVIII se han inclui-

do los retratos de seis notables incas, cada uno ataviado con un
sombrero, un hacha y una tablilla que denotan su condición je-
rárquica.
Pachacuti o Pachacutec Inca Yupanqui fue uno de los soberanos más importantes del pueblo inca. Hijo menor de Viracocha, que había ampliado considerablemente los límites del Imperio, Pachacutec murió en el año 1471 y gobernó desde el año 1438. En ese tiempo, consiguió importantes logros militares, y entre ellos el más destacable es, sin lugar a dudas, el hecho de que arrebatara Cuzco de manos de los chancas.

Una vez que subió al poder, coronado Sapay Inca, continuó con sus exitosas campañas militares, pues, por ejemplo, llevó las fronteras del Imperio hasta el lago Titicaca. Para dominar tantos territorios conquistados, Pachacutec optó por reprimir cualquier intento de disensión que pudiera darse en alguno de los más de 500 pueblos que tenía bajo su poder. De este modo, no dudó en ahogar a sus subditos con un rígido sistema de impuestos y, asimismo, deportaba lejos de su pueblo de origen a cualquiera que mostrara signos de rebeldía.

Por otro lado, aparte de su labor militar y represora, dotó a las ciudades que anexionaba de la moderna estructura administrativa inca. Aunque, siempre con el objetivo de no dejar escapar un ápice de poder en beneficio de los pueblos conquistados, los gobernantes de las ciudades asimiladas debían ser incas formados en Cuzco, la capital del Imperio. Asimismo, se considera que Pachacutec fue el impulsor de que se adoptara el eficaz sistema de cultivo por terrazas, propio de la agricultura inca.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte