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Artistas de la A a la Z

Arte de los pueblos aldeanos

Las primeras aldeas agrícolas de carácter estable aparecen en el antiguo México hacia los principios del segundo milenio a. C. Gracias a la progresiva modernización de la agricultura, se hace posible que se creen unos poblados en los que la sociedad que los habita tenga más tiempo para dedicarse a la producción de objetos tales como cerámicas o estatuillas de barro, por ejemplo. No se conoce exactamente el modo en que se dio el paso de la vida cazadora y recolectora al desarrollo de la agricultura, antesala de la entrada de los pueblos del antiguo México al neolítico. Parece claro que los importantes cambios climáticos que se produjeron en la zona provocaron que no hubiera ya tantos grandes mamíferos que cazar, que, hasta ese momento, constituía el principal medio de vida. De este modo, no hubo más remedio que dirigir la mirada al suelo y a los árboles para recolectar los alimentos y empezar a conocer el ciclo de vida de los productos que, a partir de entonces, serían fundamentales para la subsistencia. Quizá, en ese momento, empezaron a darse los primeros pasos para crear una agricultura que se convirtiera en un medio de vida estable y seguro o, como apuntan otros investigadores, los indígenas aprendieron los rudimentos de la agricultura por la influencia de los pueblos asiáticos que, como sostienen muchos investigadores, llegaron al Nuevo Mundo mucho antes que Cristóbal Colón a finales del siglo XV. 

⇦ Ajalpán (3450-2850 a.C.), momento en que termina el proceso de domesticación de animales y plantas.  (Departamento de Prehistoria de la UNAM, Ciudad de México). Estas piezas de cerámica, correspondientes a la fase Manantial (1 000 a 800 a.C.), se caracterizan por una decoración incisa, como la del plato, y engobes en color café, rojizo y bayo.   



En 1800 a.C. -en los albores del período conocido como "formativo" o "preclásico"- existen ya claras evidencias de algunas de estas pequeñas aldeas en el valle de México, entonces cubierto en gran parte por una cadena de lagos. Todo parece indicar que la estructura social de estos pueblos era todavía muy simple, de carácter comunitario, en torno a núcleos familiares quizá. No quedan claros indicios de que los textiles, que serían posteriormente tan característicos del arte de los pueblos americanos, hayan existido al iniciarse aquel período, y el utillaje sigue siendo bastante rudimentario. En cambio, ya empieza a elaborarse una cerámica de uso tanto utilitario como ritual, y se modelan estatuillas en arcilla. 

Pues si la religión se halla al nivel del chamanismo, la presencia de numerosas sepulturas -en los cuales el cadáver es acompañado usualmente de ofrendas-permite deducir que, a partir de esta época, existe ya un importante culto a los muertos, lo que implica casi necesariamente la creencia en algún "más allá" mejor ... 

Y es precisamente en estas tumbas donde los arqueólogos han hallado la secuencia evolutiva del arte de los pueblos aldeanos. Así, gracias a los numerosos objetos de cerámica y de barro que han conservado durante cientos y miles de años las tumbas de los primeros habitantes del gran continente americano ha sido posible componer por los menos un esquema de la evolución del arte de estos pueblos. Es importante señalar que era más fácil que llegaran hasta hoy los objetos de cerámica y de barro que las pinturas de los pueblos precolombinos, quienes también cultivaban este arte mucho más sensible a los estragos que causa el paso del tiempo. 

Platos y vasijas (Museo de Tehuacán). Procedente del valle de Tehuacán, estas piezas de cerámica corresponden a la fase Ajalpán (3450-2850 a.C.), momento en que termina el proceso de domesticación de animales y plantas.

Por una parte, la cerámica, generalmente de soportes trípodes o de fondo curvo, tiene formas sencillas y se realza a menudo con una decoración geométrica lograda mediante incisiones. Este apartado de la cerámica es, sin lugar a dudas, uno de los más interesantes del arte precolombino pues permite recorrer esos primeros pasos de las manifestaciones artísticas de los pobladores del Nuevo Mundo, desde América del Norte hasta el extremo más meridional de América del Sur, ya que en prácticamente todo el continente se producen, con estilos muy distintos, objetos de cerámica que en la mayoría de los casos simbolizan aspectos de las creencias religiosas. En algunos casos, estas cerámicas tenían un modelado complejo, componiendo extrañas formas que representaban el universo simbólico de divinidades y demonios, mientras que, en otros, las formas eran muy sencillas y esquemáticas y se realizaba un detallado trabajo de líneas y colores. A la vista de los hallazgos realizados se puede concluir que el grado de evolución del arte de la cerámica precolombina fue a la par que el alcanzado por los pueblos prehistóricos del Viejo Mundo. 

Y, por otra parte, como se ha indicado anteriormente, se dispone, para el estudio del arte precolombino, de las estatuillas de barro, modeladas a mano -con la llamada técnica del pastillaje, que consistía en aplicar trozos de barro a la estatuilla que se iba modelando, pues no conocían el torno de alfarero- y de factura un tanto tosca al principio. Suelen ser en un elevado porcentaje representaciones femeninas casi desnudas, cuyas abultadas caderas parecen informar de un culto a la fertilidad, tanto humana como de la madre Tierra, cosa muy plausible en una sociedad aún primitiva, de carácter agrario. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Tlatilco

En los inicios del llamado período preclásico medio (1300-800 a.C.), algunas de estas aldeas han crecido hasta transformarse en aglomeraciones de una estructura social más compleja, mientras que nuevas aldeas han hecho su aparición en esta y otras regiones del antiguo México. Uno de estos grandes poblados, Tlatilco (al noroeste de la actual ciudad de México) fue además uno de los primeros de esta zona del valle de México, a orillas del lago Texcoco. Por otro lado, el nombre con el que actualmente se hace referencia a esta cultura, Tlatilco, es un vocablo náhuatl que significa "donde hay cosas ocultas". Esta denominación deriva del hecho de que los nahuas llegaron a la zona cuando la cultura de Tlatilco ya había desaparecido y sólo debían de asomar algunas de sus manifestaciones artísticas entre la espesa vegetación. Los restos que se han podido hallar reflejan claramente el nivel alcanzado entonces, y las ingenuas estatuillas identificadas como pretty ladies o "mujeres bonitas" constituyen la culminación de este culto a la fertilidad al que se ha hecho referencia. 

⇦ Plato con peces (Departamento de Prehistoria de la UNAM, Ciudad de México). Correspondiente a la fase Manantial de la cuenca de México (1 000-800 a.C.) esta cerámica se caracteriza por su decoración incisa con uno o dos engobes.    



Más adelante se verá cómo, durante esta misma fase del período preclásico, habrá de surgir en la zona del golfo de México una nueva y pujante cultura, la de los olmecas, cuya influencia se extenderá en muchas direcciones del antiguo México en el último milenio a.C., ejerciendo una profunda mutación en la cultura de algunas regiones que siembran las bases de muchas de las teocracias del llamado período" clásico". 


⇦ Botellón zoomorfo (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Pieza de cerámica perteneciente a la cultura preclásica del altiplano Central, en cuyo cuerpo se ha modelado un animal, del que sólo aparecen la cabeza y las patas delanteras. 



Precisamente, cabe distinguir un punto de inflexión en la cultura de Tlatilco con el inicio del influjo de los olmecas. Así, antes de la llegada de éstos, el medio de vida de los habitantes de Tlatilco estaba sostenido fundamentalmente por su actividad de caza y de recolección, y apenas conocían los rudimentos de la agricultura. Asimismo, parece demostrado que andaban siempre o, por lo menos, casi siempre desnudos, pues no se han encontrado restos de vestidos en los yacimientos excavados hasta el momento. Además, tampoco habían creado ningún sistema de escritura. 


⇨ Botellón antropomorfo (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Perteneciente a la cultura preclásica del altiplano Central, esta pieza de cerámica proviene de Las Bocas (Puebla).



Así, con el influjo olmeca, la sociedad de Tlatilco se convirtió en una de las primeras de Mesoamérica en desarrollar un moderno y eficaz sistema de agricultura. Por otro lado, como ocurre en tantos yacimientos arqueológicos de la América precolombina, se ha encontrado valiosa información sobre la cultura de sus habitantes en las tumbas de los mismos. De este modo, las costumbres funerarias de los pobladores de Tlatilco revelan que no construían cementerios, en el sentido estricto de la palabra -es decir, recintos cerrados o claramente identificables- sino que las tumbas están más o menos dispersas, excavadas directamente en la tierra. Los muertos eran enterrados con numerosos objetos de su vida cotidiana, y entre los más abundantes se encuentran los objetos de cerámica, de los cuales destacan, como ya se ha señalado, aquellas hermosas figurillas de barro femeninas. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El occidente de México

Pero si el influjo olmeca será especialmente poderoso y habrá de fructificar plenamente en zonas como en el área del golfo de México, en el altiplano central mexicano, en Oaxaca, en la inmensa zona maya -y aun más allá-, otras regiones del antiguo México, una inmensa porción del territorio americano, proseguirán, casi hasta los finales del primer milenio a.C., su vida de simples aldeas agrícolas, conservando con pocas modificaciones un estrato cultural similar al que se ha mencionado por ejemplo en Tlatilco. Por tanto, es posible hablar de que la cultura del antiguo México presenta, cuando se alcanza la época en la que el influjo olmeca se hace patente, dos claras líneas de evolución, netamente diferenciadas. Así, ya se ha señalado que extensos territorios quedarán bajo el influjo de la citada cultura, mientras que otros se detendrán, prácticamente, en el tiempo, y para sus pobladores la vida y el arte serán casi una repetición de los usos y costumbres que heredan de sus antepasados, a excepción, como se consigna seguidamente, del fenomenal desarrollo que conseguirán en el campo de la cerámica. Tal parece ser, por ejemplo, el caso del área situada al oeste del altiplano central, y que se conoce por esta razón como "el occidente de México", abarcando los actuales estados de Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Nayarit, Colima y Guerrero. 


⇦ Figurilla femenina (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Este tipo de escultura de barro procedente de El Opeño es característica de la cultura de Colima, que se desarrolló en la costa noroeste de México entre el año 200 a.C. y el 500 d.C. 



De todos modos, también es preciso señalar que las mencionadas zonas no serán totalmente impermeables a la irradiación de la cultura olmeca. Aunque, salvo algunas penetraciones de los olmecas -y, en fechas ulteriores, teotihuacanas- en algunas zonas del occidente mexicano, todo parece indicar que las aldeas de esta región permanecieron, en gran medida, al margen del fuerte impulso cultural que sacudió al antiguo México, llevando las otras regiones del país hacia alturas insospechadas en las artes y el pensamiento. 

Así las cosas, el signo de división más evidente entre las dos velocidades que caracterizará el desarrollo de la cultura del antiguo México será el progresivo avance en el terreno de las artes mayores por parte de los pueblos que entren en intenso contacto con los olmecas, mientras que los que se queden al margen de este influjo seguirán con sus tradicionales trabajos de cerámica. 
Pretty Lady de Tlatilco (Colección A. Ta-
pies, Barcelona). Ingenua estatuilla pal-

pitante de vida que representa una "mujer
 bonita" como símbolo mágico del culto a 
la fertilidad, tanto humana como agrícola. 
Estas figurillas son la representación más  
sensual y erótica del cuerpo humano que 
ha dejado el arte del México antiguo. Las 
trenzas que le caen sobre los hombros a-
penas permiten adivinar los diminutos se-
nos, que contrastan con las amplias cade-
ras de muslos opulentos. 


Por tanto, mientras que se desarrollaban entre los teotihuacanos, los totonacas, los zapotecas y los mayas, la gran arquitectura en piedra, la escultura monumental, la pintura mural y otras artes mayores, los pueblos del occidente mexicano continuaron empleando la cerámica como medio casi exclusivo de expresión artística y religiosa. Aunque esto no debe interpretarse en el sentido de que se estancaron completamente, pues, como ya se ha avanzado, lograron notables logros en el campo de la cerámica. Y es que alcanzaron en esta rama del arte sorprendentes resultados, que los coloca a una altura envidiable dentro del panorama de la cerámica universal. 

Antes de entrar en mayores detalles sobre esta cerámica, cabe señalar que la causa principal del aislamiento tanto de la evolución de las culturas que quedaron bajo el influjo olmeca como también entre ellos, hay que buscarla en las características del medio físico que habitaban. Así, no tenían una organización social y política excesivamente compleja porque, básicamente, no la necesitaban. Las montañas de la Sierra Madre occidental impedían que se comunicaran entre ellos y, también, que se enfrentaran. Por otro lado, la naturaleza era especialmente generosa, porque llovía en abundancia y disponían de toda la caza y la pesca que deseaban. En resumen, el medio no les exigía demasiados avances para sobrevivir. 

Volviendo a la cerámica, esta peculiar vocación de ceramistas que tuvieron los pueblos del occidente de México puede observarse desde la cerámica ritual de Chupícuaro -con su rica y bien contrasta da policromía- que se remonta a los principios de nuestra era. Por otra parte, tanto las estatuillas individuales como las escenas de grupo provenientes de Jalisco, Nayarit y Colima, constituyen no sólo un verdadero documental de la vida sencilla de aquellas aldeas, sino un mensaje humano lleno de vida y de buen humor (o de ternura). Y dentro de esta increíble gama de formas, las vasijas y estatuillas huecas y finamente policromadas de Colima representan sin duda un punto culminante. 

⇦ Pretty Lady o "mujer bonita" de Tlatilco (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Esta figura tiene un rostro enigmático con un alto grado de estilización. Modelada en arcilla, denota una técnica perfecta del pastillaje. Su tocado acaba en un moño que le recoge el cabello sobre la cabeza. Va desnuda, tal como permitía el cálido clima a las mujeres de esta civilización, que basaban su adorno en el tatuaje policromo.  

⇨ Bailarina (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Las figurillas de barro femeninas son muy comunes en Tlatilco, de donde procede esta pieza, y suelen tener senos pequeños y caderas rotundas. En este caso, se ha utilizado una elaborada técnica de pastillaje para realizar los rasgos de la cara y los pliegues de la falda. 



Ya sean inspiradas en formas naturales -vegetales, animales o humanas- o de un avanzado grado de abstracción, las obras de Colima sorprenden por la plenitud y la diversidad de sus formas, fruto de una sensibilidad plástica muy evolucionada. En esta rica producción artística, la realidad visual está modificada por la mano del artista hasta transformarse a menudo en un signo abstracto. Pero cualquiera que sea el t~ma manejado por el artista -un cangrejo, un perro, u'na calabaza sostenida por tres periquitos, un guerrero, un aguador o un jugador de pelota-, los problemas formales aparecen resueltos de tal manera que en ningún caso afectan el aspecto funcional del recipiente. Más bien parecería que el artista se divertía buscando renovadas soluciones plásticas. Y cabe incluso mencionar aquí las palabras de un poeta azteca quien, al referirse a la actividad del farero, decía que aquélla consistía en saber "hacer mentir el barro". 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte olmeca y su difusión

Como se ha mencionado con anterioridad, muchos cambios decisivos van a ocurrir en otras regiones del antiguo México a partir del período preclásico medio (1300-800 a.C.), fecha que marca la aparición de una cultura mucho más avanzada en la región olmeca, localizada en el golfo de México, al sur de Vera cruz y al norte de Tabasco. Con los olmecas surge, por primera vez en la América precolombina, la gran escultura en piedra, así como la talla de piedras finas, como el jade o la serpentina. No hay que perder de vista, sin embargo, el que sólo se contaba, para labrar y pulir la piedra, con cinceles y otros utensilios del mismo material, aparte de las enormes dificultades que había que vencer para extraer pesados y voluminosos bloques de piedra en canteras muy distantes, y luego acarrearlos mediante plataformas de madera, cuerdas y rodillos, hasta el lugar elegido para esculpirlos. 

El acróbata (Museo Nacional de Antropología, 

Ciudad de México). Vasija antropomorfa proce-

dente de Tlatilco, que pertenece a la cultura
preclásica del Altiplano y representa a un con-
torsionista realizando una complicada maniobra 
con su cuerpo.   

Los resultados alcanzados por los olmecas no reflejan desde luego aquellas dificultades, y las cabezas colosales de San Lorenzo, La Venta y Tres Zapotes, muestran desde las fechas más tempranas una madurez estética verdaderamente sorprendente. Junto a las cabezas colosales que presentan una faceta del arte olmeca, se esculpen altares, estelas y otras obras de grandes o pequeñas dimensiones, en las que se advierte otro aspecto aún más frecuente entre los olmecas: el de los rasgos indígenas combinados en mayor o menor grado con elementos de carácter felino. En efecto, numerosas esculturas olmecas nos hablan del culto a un ser mítico, "hombre-jaguar", y este culto se refleja en todas las gamas imaginables de "humanización" del jaguar o de "felinización" del hombre. 


Del chamanismo de las aldeas agrícolas del principio, se pasa a una concepción mítica que antecede a la religión propiamente dicha. Además, con los olmecas se asiste por primera vez a una gigantesca labor de edificación de plataformas y basamentos elevados hechos de tierra compactada, integrando los primeros "centros ceremoniales" elaborados del México prehispánico. La regularidad en el trazo, así como la importancia de algún eje principal orientado de acuerdo con los puntos cardinales, permiten suponer que ya existen las preocupaciones por la observación astronómica -y tal vez por la medición del tiempo-, preocupaciones que se pueden ver cristalizadas más adelante en los asombrosos cálculos siderales y en el ingenioso sistema de datación de pueblos como el maya. Pues los adelantos culturales logrados por los olmecas van a transmitirse en muchas áreas del antiguo México, durante el milenio que precede nuestra era. Y de este rico fermento cultural surgirán las grandes teocracias del período clásico, en casi toda aquella área que se conoce hoy como "Mesoamérica"y que no sólo abarca gran parte del actual México, sino también hasta Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador, en América Central. 
Figurilla femenina (Museo Nacional de Antro-
pología, Ciudad de México). Realizada en ba-
rro con adornos de pastillaje y perteneciente
al período Preclásico Formativo, esta pieza
procede de Chupícuaro (Michoacán), en el
oeste de México.   

Salvo la zona occidental de México -de la que ya se ha hecho referencia-, el último milenio antes de nuestra era representa para Mesoamérica una importante fase de transición en que, sobre el trasfondo de influencias olmecas -verdadera "cultura madre"-, empiezan a gestarse las bases de ulteriores culturas, cada una con su personalidad y su trayectoria propias.

Uno de los más destacados focos de esta época es la región de Oaxaca, en donde ya aparecen -por primera vez en Mesoamérica- algunas representaciones de deidades claramente identificables, y cuya evolución habrá de perdurar por espacio de unos dos milenios en el arte de Monte Albán. Es ahí también donde parece desarrollarse el primer sistema -aún primitivo- de escritura glíptica. Mientras tanto, surgen al sur de la zona maya otros importantes focos, como Izapa y Karninaljuyú, cuyo arte constituye una transición entre lo propiamente olmeca y aquello que más adelante podrá identificarse plenamente como maya. Y en el valle de México, el gran basamento escalonado de Cuicuilco anuncia con su monumentalidad a la futura Teotihuacán. 

Así, durante estos últimos siglos que anticipan nuestra era, se ha venido operando una profunda metamorfosis en la estructura de muchos pueblos aldeanos. Y en esta fase decisiva han sido elaborados numerosos factores culturales comunes a toda Mesoamérica: la preponderancia de los "centros ceremoniales" con sus edificios dispuestos de acuerdo con alguna orientación particular, sus plazas integradas por plataformas, escalinatas y pirámides escalonadas, sus canchas destinadas al juego ritual de pelota y su arquitectura funeraria; la jerarquización social en tomo a una estructura marcadamente teocrática y la consiguiente creación de un complejo panteón de dioses así como de un ceremonial muy elaborado; el empleo simultáneo de dos calendarios: el solar, de 365 días, y el ritual, de 260 días; el desarrollo de un principio de numeración de base vigesimal y de un sistema de escritura glíptica. Sobre estas bases comunes se van a levantar las grandes culturas clásicas, tales como la teotihuacana, la zapoteca, la totonaca y la maya, cuyo esplendor clásico se sitúa aproximadamente -con algunas diferencias en el tiempo- dentro del primer milenio de nuestra era. 

Figurilla masculina. Esculpida en barro rojizo con aros en la nariz y orejas con ornamento, esta escultura pertenece a la fase lxtlán de la época Clásica, correspondiente a la cultura de Nayarit.

Mujer encinta desnuda (Colección D. Olmedo Phillips, México). Es un magnífico ejemplo de la cultura de Nayarit, desarrollada en la costa oeste de México, que refleja aspectos de la vida cotidiana y nunca tiene matiz religioso. La maternidad está aquí tratada de modo descarnado explícito: el voluminoso vientre contrasta con la delgadez de los brazos. 
Grupo bailando (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). La escultura representa a un grupo de hombres y mujeres que hacen una ronda alrededor de un músico que toca sonajas. La pieza de cerámica pertenece al período Preclásico de la cultura de Colima. 

Guerrero con casco y peto (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Figura de cerámica de Colima que representa un guerrero empuñando un bastón y en actitud de ataque. 

Para simplificar este breve panorama del arte prehispánico mesoamericano, se analizará a partir de ahora el arte que se produjo en cada una de las cuatro principales áreas del antiguo México desde los principios del período clásico hasta la conquista española: el altiplano central, la zona de Oaxaca, la del golfo y por último la inmensa zona maya, marcando en cada caso las principales fases de desarrollo cultural y artístico así como también las influencias ejercidas por otras regiones. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte del altiplano central mexicano

El altiplano central de México es una inmensa porción del territorio del país que incluye los actuales estados de México, Morelos, Tlaxcala, Puebla, el sur de Hidalgo y el Distrito Federal, que alberga la capital de la nación. Se empezará este recorrido por el arte del altiplano central mexicano en Teotihuacán, una de las ciudades más fabulosas que haya conocido el período precolombino, y se acabará con el nacimiento de una cultura realmente fascinante, la azteca. Se trata de un recorrido que se inicia unos siglos antes de nuestra era y que finaliza con la llegada de los españoles al continente americano. De este modo, la primera aproximación será a la gran Teotihuacán para seguir por Xochicalco, Tula y el arte tolteca y acabar, como ya se ha señalado, en el período azteca. 

Cabeza colosal de la civilización olmeca, en el parque arqueológico de La Venta (Villahermosa). Es sin duda una de las más famosas muestras del arte precolombino de México. Se ha dicho que represen.tan sacerdotes engendrados por el dios jaguar que gobernaron teocráticamente en diferentes períodos las ciudades olmecas. tsta que ofrecemos se halla en Tabasco. 

Se ha establecido que la construcción de las grandes pirámides del Sol y la Luna de Teotihuacán se inició en el siglo II a.C, por lo que puede suponerse que la pujanza de esta ciudad debió de iniciarse algo antes. 

Estela olmeca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Hallada en Viejón (Veracruz), en ella se pueden ver el relieve de dos personajes. 


La abuela ( Parquemuseo La Venta, Vi llahermosa). F igura olmeca hallada en las ruinas del sitio arqueológico de La Venta y trasladada por el poeta Carlos Pellicer al hermoso lugar que hoy ocupa en la capital del estado de Tabasco. 


⇒ El luchador olmeca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Es una de las más famosas piezas del México antiguo, que procede de Uxpanapán, al sur del estado de Veracruz. Lo extraordinario es el hecho de que en ella se halle una preocupación por la belleza del cuerpo humano, algo muy ajeno al arte mexicano. Lleva bigote y barba y la cabeza rapada; está sentado y las caderas y vértebras se indican mediante un suave modelado. Su autor la trabajó para que pudiera ser admirada desde todos los ángulos, desde todos los puntos de vista. 



Por otro lado, también se sabe que en el siglo VII de nuestra era un terrible incendio arrasó parte de la dudad y con ello aceleró el proceso de decadencia que seguramente ya se había iniciado. Así, durante más de mil años, Teotihuacán se convirtió en una de las ciudades más importantes de su tiempo en Mesoamérica, tanto por la modernidad de sus construcciones como por su relevancia como centro religioso.

De este modo, el declive de Teotihuacán marca el fin de un época en la que, en líneas generales, se puede afirmar que dominaba el respeto entre las diversas ciudades-estado que albergaba Mesoamérica. Por tanto, y aunque todavía la ciudad de que Xochicalco, por ejemplo, seguiría siendo un núcleo importante, el período clásico mesoamericano estaba llegando a su fin. A pesar de que Xochicalco no será un enclave tan importante como Teotihuacan, sí que cobra un especial protagonismo porque se convierte en una ciudad que recibe múltiples influencias artísticas, sobre todo por parte de la propia cultura de Teotihuacán, pero también de otros pueblos, entre ellos los mayas. 


Altar olmeca (Parquemuseo La Venta, Villahermosa). Este bajorrelieve, que muestra a un hombre con un niño en brazos, es otro de los preciosos restos arqueológicos de la antiquísima cultura olmeca, que Carlos Pellicer logró trasladar desde La Venta con el fin de preservarla y poderla exponer al público en un medio parecido al original. 

En la transición del período clásico a la siguiente etapa, denominada período posclásico y que se inició durante la segunda mitad del siglo X, destaca, como se ha señalado, la ciudad de Xochicalco. Ya en pleno período posclásico, el enclave más relevante del altiplano central mexicano será Tula, ciudad que nunca llegará a igualar el esplendor que durante tantos siglos se vivió en Teotihuacán. Por otro lado, la brillante actividad cultural de esta última ciudad se verá relegada a un segundo plano por el carácter claramente militar de la cultura tolteca. De este modo, y aunque este hecho no debe llevar a infravalorar la aportación de Tula al arte precolombino, el guerrero será el gran protagonista de las manifestaciones artísticas que se produzcan en la ciudad. Por ello, las excavaciones arqueológicas han descubierto una ciudad en la que no faltan los motivos guerreros como, por ejemplo, los jaguares devorando corazones humanos.

La hegemonía de Tula finaliza con la destrucción de la ciudad por parte de los chichimecas a finales del siglo XII. Y, aproximadamente desde esa época y hasta la llegada de los conquistadores españoles, el pueblo de los aztecas conseguirá que la cultura de Mesoamérica alcance otro período de gran esplendor. Así, y durante el siglo XIII, el valle central de México ve nacer una de las más fabulosas ciudades que haya conocido jamás toda América Latina: México-Tenochtitlán.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Teotihuacán

Al noreste del valle de México se levanta la gran Teotihuacán, que muy pronto destaca entre los otros centros ceremoniales mesoamericanos, al erigir entre los siglos II a.C. y II de nuestra era, sus más grandes pirámides, la del Sol y la de la Luna, cuyos majestuosos contornos armonizan con la silueta de las montañas circundantes. Y poco a poco, en torno a las imponentes moles de estas pirámides, se desarrollará una gran ciudad sagrada cuyo esplendor atraerá durante varios siglos a los peregrinos venidos de todas partes de Mesoamérica. 

Centro ceremonial de Teotihuacán. Compuesto por la plaza de la pirámide de la Luna, la Calzada de los Muertos y la pirámide del Sol, Teotihuacán es una obra maestra del urbanismo: cada uno de los edificios se integra orgánicamente, a modo de las ramas de un árbol, en la llamada Calzada de los Muertos, auténtica columna vertebral de la ciudad, que mide dos kilómetros de longitud. La pirámide del Sol, al fondo de la imagen, es el mayor y el más antiguo de los edificios, es escalonada y por ella se ascendía a un templo hoy destruido. 

Pocas ciudades del mundo antiguo han poseído la cantidad de templos que tuvo Teotihuacán y -fenómeno único entonces en el continente americano- una verdadera ciudad, en toda la acepción de la palabra, se construye alrededor del inmenso centro ceremonial cuyo eje es la amplia Calzada de los Muertos. A lo largo de dos kilómetros, desde la Plaza de la Luna haota la -mal llamada- Ciudadela, se suceden uno tras otro los templos y los grandes complejos ceremoniales, entre los que destaca precisamente la Ciudadela que encierra uno de los edificios más hermosos del antiguo México: el templo de Quetzalcóatl o de las Serpientes Emplumadas, verdadero alarde de talla en piedra, sobre todo si se recuerda que fue realizado sin la ayuda de instrumentos de metal.

La construcción de esta pirámide de Quetzalcóatl -que se remonta hasta el siglo lll de nuestra era- marca en Teotihuacán el principio de un elemento arquitectónico que estaba destinado a influir profundamente en el arte de otros pueblos mesoamericanos. Se trata del llamado "tablero sobre talud", o sea de la peculiar combinación de un "tablero" o cuerpo horizontal saliente -invariablemente recortado por un marco grueso en Teotihuacán- con el plano inclinado o "talud", que constituye el núcleo de la pirámide escalonada. Ambos elementos, aunados a la ancha escalinata central bordeada de alfardas con dados en relieve, se vuelven inseparables de la arquitectura religiosa de esta ciudad, contribuyendo a subrayar la tendencia hacia la horizontalidad que domina durante toda la fase urbana de Teotihuacán. 

Piedra del año 3 Tochtli, en el Palacio de Cortés (Cuernavaca). El protector del dra Tochtli (conejo) es Mayahuel, la diosa de Maguey; es un dfa mfstico, asociado con los pasos de la luna, y de autosacrificio, un dfa propicio para comunicarse con la naturaleza y el alcohol y malo para actuar contra otras personas. 

Pues si esta asombrosa ciudad se convierte durante algunos siglos en la metrópoli religiosa de Mesoamérica, atrayendo peregrinos venidos desde los confines de la zona maya y de otras áreas, no menos sorprendente es su adelanto urbanístico. En efecto, no sólo se asiste durante este período a la rigurosa planificación del magno centro ceremonial, sino a la canalización de los ríos y arroyos que cruzan por la ciudad (obligando éstos a adaptarse a las necesidades del trazo), y al controlado incremento de las zonas residenciales mediante una cuadrícula bastante regular de calles y avenidas, todas rigurosamente trazadas en ángulo recto y respetando la orientación inicial dada por la pirámide del Sol, cuya fachada principal mira exactamente hacia el Oeste el día en que el Sol pasa por el cenit en esta ciudad. Y si se añade a esto la existencia de grandes depósitos para almacenamiento de agua de lluvia, talleres especializados en la elaboración de ciertos productos, silos, mercados públicos al aire libre (el típico "tianguis" indígena que sigue existiendo hoy), teatros y áreas destinadas al tradicional juego de pelota, conjuntos de edificios administrativos, etc., se podrá constatar como, desde el siglo III de nuestra era, se está por primera vez en el continente americano en presencia de un verdadero contexto urbano. 

Grande parece haber sido el asombro de los otros pueblos contemporáneos - incluyendo a los refinados mayas, sin embargo más avanzados en el campo de la astronomía y de las matemáticas, y poseedores de un arte exquisito- cuando llegaban desde sus lejanas tierras para asistir a ceremonias que se llevaban a cabo en Teotihuacán. El espectáculo de la Calzada de los Muertos, bordeada de múltiples santuarios envueltos en espesas nubes de" copal" (el indenso indígena), no tenía paralelo entonces, y sigue  asombrando hoy al visitante a pesar de su avanzado estado de destrucción. 



⇨ Lápida con un guerrero tolteca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Fue hallada en Tula y demuestra que, con el paso de una teocracia espiritual a una teocracia militar, el guerrero tolteca vino a sustituir al sacerdote de Teotihuacán. Aunque esta figura humana se circunscribe a un rígido perfil geométrico, la linea es simbólica. Obsérvese el tocado de plumas de quetzal con la efigie de Tláloc, el dios de la lluvia.  



Y no es de extrañar que los aztecas, que sólo la conocieron como un impresionante montón de escombros, le hayan asignado en su mitología el nombre de Teotihuacán o "ciudad de los dioses", y la hayan identificado con el lugar donde los dioses se habían reunido para dar origen al "Quinto Sol", el mismo que todavía alumbra a los humanos según las creencias indígenas. 

Quizá nunca se sabrá cuál fue el nombre original de esta gran ciudad, tan famosa entre sus contemporáneos que todos adquirían con avidez su cerámica y otros productos, inspirándose en múltiples facetas de su compleja iconografía para la realización de sus propias formas de arte. Sin embargo, las minuciosas exploraciones de las últimas décadas van desvelando poco a poco aspectos muy diversos del esplendor teotihuacano, desde el pórtico ricamente labrado del patio principal del palacio de algún alto prelado hasta las apiñadas viviendas de los barrios más humildes, pasando por la residencia de un rico comerciante o caudillo, o por monasterios o casas destinadas a albergar a los grupos de peregrinos ... Y en todos los sitios donde se explora en profundidad, dentro de los 22,5 kilómetros cuadrados de la ciudad, aparecen restos de las pinturas murales que cubrían prácticamente todos los edificios. Son estas pinturas las que, junto con la cerámica ritual u otras evidencias arqueológicas, hablan más claramente del alma teotihuacana. Pues si no fuera por estos documentos, todo aquel avasallador conjunto de ruinas no sería, a pesar de su sorprendente concepción urbana, sino un gigantesco esqueleto desprovisto de significado humano. 


Pirámide del Sol, en Teotihuacán. Contemporánea al nacimiento de Cristo, esta construcción, de unos 65 metros de altura, se halla a 1.220 metros sobre el nivel del mar. Forma parte del centro ceremonial de Teotihuacán y, en primer plano, se puede ver un muro coronado por pequeñas pirámides que constituye la ciudadela. 



Pirámide de la Luna, en Teotihuacán. Vista parcial de la pirámide situada al fondo de la Calzada de los Muertos, que es el eje básico de la "ciudad de los dioses", seguramente para darle una perspectiva espectacular a las celebraciones religiosas. El monumento mide 42 metros de altura lo cual, respecto a su extensa base, le confiere un aspecto achatado. 

La pintura mural teotihuacana da a conocer aspectos muy variados del pensamiento eminentemente religioso de este pueblo. Todo aquí parece haber sido sometido a un complejo proceso de abstracción en el cual los colores mismos habían adquirido un valor simbólico. Así, el verde no sólo es el color de las largas y hermosas plumas del pájaro "quetzal" o del jade, dos objetos preciosos por excelencia en aquella época, sino que puede relacionarse también con la nueva y tierna vegetación que año tras año cubre la tierra; o con las gotas de lluvia o de rocío, uno de los líquidos más preciados en aquel semiárido altiplano mexicano donde el agua siempre ha sido considerada como una bendición. Y de la misma manera, el rojo es la sangre, otro de los líquidos preciosos ... En este simbolismo altamente esotérico, se suceden escenas de animales mitológicos, procesiones de sacerdotes ricamente ataviados, o benéficas deidades del océano y de la lluvia. Pues directa o indirectamente, todo parece estar asociado al dios del agua y de la lluvia, el lejano antecedente del Tláloc de los aztecas y una de las más antiguas deidades de los pueblos agrícolas de Mesoamérica, probable derivación del numen "hombre-jaguar" olmeca. 


Templo de Quetzalcóatl, en Teotihuacán ("lugar donde uno se convierte en dios"). Este templo, el monumento más hermoso de todo Teotihuacán, está adornado por cabezas de serpientes, de fauces abiertas y ojos incrustados de obsidiana, que asoman en el centro de una flor de plumas. La serpiente, símbolo de la tierra, repta en un medio ambiente acuático lleno de conchas y caracoles. La máscara de Tláloc, dios de la lluvia, es una pura abstracción geométrica de prismas y cfrculos.


Palacio de Quetzalpapálotl, en Teotihuacán. Recinto cuyas columnas están decoradas con relieves que representan una deidad en forma de pájaro mariposa (Quetzalpapálotl) y que puede haber sido la residencia del sumo sacerdote de esta ciudad precolombina. Obsérvese la concepción arquitectónica del edificio alrededor de un patio central. 

Este dios de la lluvia suele representarse con el rayo o el "cetro de nubes" en la mano, presidiendo la siembra ritual o la cosecha del maíz, o más frecuentemente, derramando gruesas gotas de lluvia, o aun dispensando la abundancia bajo el aspecto de una lluvia de objetos finamente labrados en jade ... Yuno de los mensajes más enternecedores del arte pictórico teotihuacano muestra al dios Tláloc en su paraíso, el Tlalocan, paraíso tropical, signo ideal para aquellos hombres del rudo altiplano mexicano; lugar de cantos, de ingenuos juegos y de deleites acuáticos entre mariposas y libélulas que revolotean, a la orilla de ríos turbulentos bordeados de arbustos de cacao, flores y plantas de maíz. Dulce e infantil paraíso soñado por aquellos hombres que supieron, sin embargo, crear una ciudad a la escala de los dioses.


Fresco con un águila en Teotihuacán. En una pared de las ruinas de la antigua ciudad se halló este fresco que muestra la figura dominante del águila junto a los que parece una entrada cerrada por una reja de lanzas. 


La cerámica ritual, con su rica decoración esgrafiada o pintada, viene a complementar en cierta medida la documentación recogida sobre el pensamiento teotihuacano. La forma más característica es la de unas vasijas trípodes de fondo plano, de paredes ligeramente cóncavas y de tapadera cónica. Además, la frecuencia con que aparecen vasijas teotihuacanas en otras regiones de Mesoamérica constituye un elocuente testimonio de las influencias que ejerció al exterior la "ciudad de los dioses". 

Uno de los aspectos más depurados del arte teotihuacano es la máscara ritual, en general labrada en piedra y finamente pulimentada. Con su frente cortada, sus orejas casi rectangulares y sus rasgos simplificados y bien recortados, esta máscara parece participar del afán "geometrizante" que caracteriza la arquitectura de aquella ciudad, y constituye un digno representante de la espiritualidad del pueblo teotihuacano. 



Almena ornamentada, en Teotihuacán. Decoración perteneciente al templo dedicado a Tláloc de la ciudad ceremonial, el dios del agua y de la lluvia. La imagen de la serpiente emplumada es muy frecuente en el arte mexica.

Pero en el siglo VII de nuestra era, un incendio destruyó parcialmente Teotihuacán, marcando el inicio de un proceso de abandono y la consiguiente decadencia cultural en la que, por espacio de más de dos siglos, habría de caer el valle de México. Nada parece entonces capaz de detener por más tiempo las incursiones de tribus nómadas provenientes del norte del país. Y si todavía continúan sosteniendo cierto nivel cultural otras ciudades del altiplano mexicano -como Cholula, en el valle de Puebla, y Xochicalco en el de Morelos-, empieza a debilitarse aquello que se ha llamado la "Pax Teotihuacana" y que durante varios siglos había logrado mantener en toda Mesoamérica un balance político y cultural en el cual cada región desarrollaba libremente sus propias características y era respetada la autonomía relativa de cada "ciudad-estado". Sin embargo, y a pesar de las oleadas migratorias que empiezan a sucederse a través de algunas regiones, anticipando la desintegración del mundo clásico mesoamericano, otros pueblos como los zapotecas, y sobre todo los mayas, habrán de producir todavía hasta principios del siglo X lo más hermoso de su trayectoria artística.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.



Xochicalco

Un sitio que refleja con bastante claridad los cambios que ocurren a finales del período clásico -y anuncia en cierta medida el siguiente período- es Xochicalco, en el valle de Morelos, cuyas ruinas ocupan una impresionante sucesión de terrazas artificiales que le dan un aspecto de acrópolis semifortificada. Esta antigua ciudad de Xochicalco está situada prácticamente a 100 kilómetros de la capital del país y su ubicación no es casual, pues era el lugar idóneo para controlar posibles ataques por parte de pueblos vecinos. 


Pintura mural, en Teotihuacán. Detalle de un fresco hallado en el palacio de Tepantitla de la "ciudad de los dioses" que representa a unos sacerdotes profusamente ataviados esparciendo semillas extraídas de una bolsa. El tocado de los personajes son cabezas de caimán que en el México antiguo significaban la tierra.

No pocas discusiones generaron las ruinas de esta ciudad durante las primeras décadas del siglo XX, pues hasta que no se procedió a limpiarlas en profundidad, tarea que se inició en la década de 1930, sólo se podía distinguir, en aquellos lugares en los que la vegetación lo permitía, algunos relieves que mostraban una apariencia vegetal. Por ello, la ciudad fue bautizada con el nombre de Xochicalco, que en azteca significa "lugar de las flores". Aunque, a la vista de posteriores descubrimientos, esta denominación fue algo prematura, ya que cuando finalizaron las tareas de limpieza de las ruinas se puso de manifiesto que no eran motivos vegetales lo que escondían los montículos de tierra bajo los que estaban las construcciones sino el relieve de una serpiente listada que comenzaba con una cabeza barbuda y que finalizaba con cascabeles y crótalos. 

Asimismo, las ruinas de Xochicalco han descubierto unos relieves extraordinariamente ricos, entre los que destacan, aparte de la citada serpiente, las figuras de unos personajes sentados, algunos de los cuales dan la impresión de ser sacerdotes quizá rezando mientras que otros parecen ser, así lo dan a entender sus ropajes, guerreros. Esta interpretación es altamente probable pues se ha podido constatar que en la sociedad de Xochicalco tenían gran importancia el estamento militar así como los dirigentes religiosos. 


Vasijas trípodes con tapa cónica (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Estas piezas son valiosas muestras de la cultura de Teotihuacán. La mayoría de las vasijas de esta procedencia se fechan entre los siglos V y VIII, son cilíndricas y su ornamentación emplea una técnica semejante al champlever o vaciado, que consiste en extraer el material de la superficie que rodea el dibujo. 

Lejos de ser una ciudad prácticamente autárquica y aislada del devenir del resto de ciudades-estado, como era, por ejemplo, Teotihuacán, Xochicalco se muestra como una verdadera encrucijada de culturas. Así, presenta en sus inscripciones una conjunción de elementos que se relacionan con casi todas las tradiciones existentes en Mesoamérica durante el final de la época clásica, y que anticipan además algunas de las corrientes posclásicas como son la mixteca y la náhuatl. Aparte de las comprensibles influencias teotihuacanas y de las otras áreas circundantes, Xochicalco muestra fuertes ligas con los mayas, como lo reflejan, por ejemplo, algunos de los relieves del templo de las Serpientes Emplumadas, sin duda el más representativo de esta ciudad, o la famosa cabeza muy estilizada de una guacamaya que hoy constituye uno de los orgullos del Museo Nacional de Antropología de México. 

Cabeza monumental, en Cholula (Puebla). Escultura realizada en piedra que está situada al oeste de la plaza de este sitio arqueológico. 

Por otra parte, Xochicalco parece haber introducido, por primera vez en el altiplano mexicano, la costumbre de edificar para el juego de pelota una de esas típicas canchas cuya planta conforma una"!", elemento muy frecuente desde muchos siglos atrás en regiones como la zapoteca y la maya, pero que no existió en Teotihuacán (cuya modalidad de juego de pelota era diferente). Ello supone, además, otra prueba del carácter militar de la sociedad de Xochicalco pues la práctica del juego de pelota exigía la participación de personas en muy buen estado físico y además estaba considerado como un juego muy adecuado para el entrenamiento militar. 

Hay que observar que esta cancha será adoptada casi sin ningunas modificaciones por los constructores de la ciudad de Tula, la capital tolteca cuya fundación, hacia el año 968 de nuestra era, marca el comienzo del llamado período "posclásico" mesoamericano. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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