En las comarcas de Oriente
ocupadas por los árabes éstos aprendieron mucho de los estilos de arquitectura
y decoración tradicionales de aquellas regiones. Lo mismo debió de suceder en
España. En los primeros edificios construidos por los árabes en la península
Ibérica, no sólo se aprovecharon de los materiales, sino también de las
enseñanzas de los constructores visigodos, que habían dejado un buen número de
edificaciones repartidas por todo el territorio peninsular.
Es seguro que el arco de herradura, tan
característico de los monumentos árabes de las tierras mediterráneas, lo
encontraron ya los musulmanes en España en los edificios de la época visigoda
que se conservaban intactos. Porque, si bien en los primeros monumentos árabes
de Egipto predomina ya el arco peraltado y hasta hay algunos ejemplos de arco
de herradura, éste es apuntado, mientras que en España, donde los árabes lo
emplearon con preferencia, el arco de herradura es circular.
De este modo, la mezquita de Córdoba es, sin
lugar a dudas, la obra capital del estilo árabe español de los primeros siglos
después de la invasión. Está llena de gran cantidad de relieves, frisos y
capiteles de viejos edificios visigodos, que los conquistadores desmontaron
seguramente para construir "la casa de oración" de la capital del
califato. Por otro lado, la importancia de esta imponente construcción que es
la mezquita de Córdoba no reside únicamente en el hecho de que se trata de una
de las grandes construcciones del Imperio islámico. Vale la pena señalar que la
mezquita tuvo gran influencia en las construcciones que llevaron a cabo los
musulmanes en otros territorios de su gran imperio. Así, la forma del arco que
pasa del medio punto, rasgo tan característico de esta edificación, se extendió
después al norte de África, que dependía de los califas de Córdoba, y ha
continuado usándose en las construcciones modernas de Marruecos, Túnez y
Argelia.
⇦ Real Alcázar de Sevilla. El Salón de Embajadores es la parte más importante de
este edificio, construido en 1362 por Pedro el Cruel, obra maestra del arte
mudéjar que ha sufrido innumerables incendios y restauraciones. El recinto
también es conocido como el Salón de la Media Naranja por la cúpula que lo
cubre.
En los primeros años de la ocupación
musulmana consta que los árabes aprovecharon, como ya se ha señalado, los
monumentos visigodos existentes en el país, pero no sólo lo hicieron para los
servicios de administración, sino que también los emplearon para el culto; en
algunos lugares la vieja catedral fue transformada en mezquita, en otros se
reservó una mitad para los cristianos. Esto ocurrió en Córdoba, ciudad ya
importante en la época goda, pero al establecerse allí el califato omeya, que
trataba de competir con el califato abasí de Bagdad, los califas tuvieron
empeño en que la mezquita de su capital no sólo no desmereciera de las más
famosas de Oriente, sino que continuara la tradición que había iniciado la
mezquita de Damasco, capital que tuvieron que abandonar en 750, cuando tomaron
el poder en ella sus enemigos los abasíes.
Cuando Córdoba capituló ante el empuje
musulmán se reservó a los cristianos una parte de la catedral dedicada a San
Vicente. De todos modos, aquella servidumbre no fue compatible con los
proyectos de Abd al-Rahman I (que reinó de 756 a 788) de agrandar la mezquita,
y se indemnizó a los cristianos para que cedieran completamente sus derechos a
los musulmanes. No se sabe lo que se ha conservado de los muros y columnas de
la antigua basílica de San Vicente; en su plan primitivo, la mezquita de
Córdoba tenía sólo once naves, de las cuales la central, dispuesta hacia el
mihrab, era más ancha, como era el caso de la mezquita de Kairuán. Esta
estructura es visible aún hoy en la parte más antigua, construida a partir del
año 785 por Abd al-Rahman I. Por su parte, Hixem I, durante su gobierno, llevó
a cabo una importante serie de ampliaciones que enriquecieron enormemente el
edificio. De este modo, el citado gobernante añadió otras naves laterales,
construyó el actual alminar y decoró el patio con una magnífica pila de
abluciones. Según dicen los historiadores árabes, Hixem II añadió once naves
más o filas de columnas, y cuando en tiempo de Almanzor, a fines del siglo X,
por causa de la inmigración bereber, faltó espacio en la mezquita, se le
añadieron otras hileras de columnas.
⇦ Torre del Oro (Sevilla). Construida en el siglo XIII, esta torre
albarrana formaba parte originariamente de las antiguas murallas que protegían
hasta 300 hectáreas del total de la ciudad. Cada una de las 166 torres servía
de puesto de vigilancia contra los ataques de los cristianos durante la era
almohade. Esta torre, actualmente desligada de las murallas, debe su nombre a
su decoración de azulejos de loza dorada y se compone de dos cuerpos más un
añadido final de una rehabilitación en 1760.
Esta multiplicación de las naves complicaba
con un nuevo problema de visualidad el de la cubierta de la mezquita. Cuando
las mezquitas tenían sólo un pórtico del lado del mihrab, o a lo más una serie
de tres o cinco naves de columnas, estas naves quedaban suficientemente
iluminadas. Pero esto cambiaba radicalmente cuando las naves se multiplicaron
como ocurrió, por ejemplo, en la mezquita de Córdoba. De este modo, la vasta
extensión de las galerías obligaba a levantar el techo, porque de otro modo era
imposible evitar el efecto de que la mezquita se convirtiera en una
construcción oscura y baja.
Por otra parte, los arquitectos árabes de la
mezquita de Córdoba, que aprovecharon bastantes columnas y capiteles de los
edificios antiguos se encontraron con otro problema, pues no podían reunir
igual número de fustes gigantescos con que elevar los techos a la altura
deseada. Así que, para resolver esta dificultad, adoptaron el mismo sistema que
habían empleado los romanos en el acueducto de Mérida: el de la superposición
de las arcadas. Encima de las primeras columnas levantaron una nueva hilera con
otros arcos de herradura, formando un segundo y hasta a veces, cuando se hacía
necesario, un tercer orden de arcos. De este modo, en Córdoba se cerró de
bóveda el tramo que forma el vestíbulo delante del mihrab. Está, además,
decorada con mosaicos que envió el emperador de Constantinopla, amigo y aliado
del califa omeya de Córdoba. Tampoco le faltaban importantes amigos a los soberanos
de Bagdad, pues mientras los califas cordobeses gozaban del favor del máximo representante
del Imperio bizantino, Carlomagno y los emperadores carolingios establecieron
alianzas con los califas abasíes de Bagdad. Por otra parte, la llamada Macsura de
Córdoba, una especie de antesala del santuario que acredita una riquísima
decoración, está cerrada con arcos lobulares entrecruzados.
Hacia el año 1171 se inició la construcción
de la mezquita de Sevilla, en el mismo lugar que ocupa hoy la catedral gótica.
Por desgracia toda la obra árabe ha desaparecido; aunque se conserva su famoso
alminar, único y espléndido vestigio de la primigenia edificación árabe. Este
alminar no es otro que el llamado la Giralda,
levantado por el almohade Abu Yakub Yusuf en 1195, pocos años después de que
comenzaran las obras de la mezquita. La Girada es el monumento local más
estimado de los sevillanos y sirve hoy de campanario de la catedral. Tiene la
silueta de una torre cúbica, con un cuerpo superior más pequeño en su plataforma.
Esta es la solución típica de los alminares de la escuela hispanomarroquí: los
alminares de las mezquitas de Rabat, Marrakech y Orán tienen la misma forma.
Según informa la Crónica General de
Alfonso el Sabio, la Giralda tuvo otra torre
de ocho brazas y a la cima cuatro manzanas redondas, obra, estas últimas,
de un siciliano. De todos modos, después de tantas transformaciones, resulta
imposible conocer el verdadero aspecto puramente musulmán de su remate porque
fue destruido por un terremoto en 1355 y reconstruido en estilo renacentista,
en 1560, por Hernán Ruiz.
El alminar o minarete no cobra importancia
únicamente por su valor artístico, pues es, además, un elemento esencial de la
mezquita ya que sirve para recordar a los fieles las horas de oración. La
salmodia o exhortación que hace desde lo alto el almuédano sustituye el repicar
de las campanas y es todo un espectáculo en las ciudades en que se puede
presenciar esta antigua tradición. Los alminares omeyas más antiguos, como los
de la mezquita de Damasco, son de planta cuadrada con pisos superpuestos; su
forma parece derivar de las pirámides escalonadas de Asiria y Caldea. No hay
duda de que los árabes, al ocupar el valle del Éufrates, debieron de sentirse
impresionados por las torres que se destacan sobre las ruinas de las antiguas
ciudades caldeas. Algunos creen que los alminares conservan algo de la
superposición de pisos de los zigurats caldeos, y así podría decírseles a los
sevillanos que su famosa torre sería copia o imitación de otra más an tigua y
más famosa: la torre de Babel, con sus pisos superpuestos escalonados.
⇦ Cuarto de Comares (Aihambra, Granada). Llamado también "Cuarto
Dorado" por sus brillantes azulejos y su suntuosa policromía, su fachada
se sustenta sobre dos puertas adinteladas decoradas de yesería. Situado junto
al patio de los Arrayanes, llama poderosamente la atención el hecho de que en
el palacio no se entraba por una gran puerta monumental, como en el caso de la
arquitectura occidental, sino por una lateral relativamente discreta y modesta.
Pero hay arqueólogos que insisten en que el
alminar musulmán empezó a emplearse en Egipto y reproduce la torre escalonada
del Faro de Alejandría, con sólo tres pisos. Los alminares citados de Marrakech
(en la mezquita de la Kutubiyya) y de Rabat (en la mezquita de Hassán), ambos
del siglo XII y hermanos de la Giralda, tienen sus muros decorados al estilo
almohade con arcos ciegos, lacerías y relieves geométricos que recuerdan la
decoración que por la misma época realizaban los selyúcidas en sus edificios de
Asia Menor.
La obra capital de la arquitectura civil de
los árabes, como en todos los pueblos orientales, fue la residencia del
príncipe; y como antes de la predicación de Mahoma y de sus primeras conquistas
no tenían en esto precedentes de ningún género, debido a su vida trashumante,
tuvieron que aprender de las naciones que iban conquistando. Por ello, es
lógico que las construcciones abovedadas de los palacios de Persia se prestaran
para ser imitadas por los artistas musulmanes, deseosos de encontrar
referencias para las nuevas edificaciones que debían levantar para sus
gobernantes. Y, como no podía ser de otra manera, quedaron fascinados por los
palacios de Persia, que estaban en medio de deliciosos jardines con grandes
estanques, bordeados de mirtos y rosales y regados por ingeniosos juegos de
agua, y con luga¬res retirados llenos de plantas raras de entre las cuales
surgían los elegantes quioscos de mármol.
⇦ Patio de los Leones (Aihambra, Granada). El patio destaca por su
recargamiento decorativo, la cota máxima del esplendor del arte hispano-musulmán.
Invadido por capiteles, impostas, arcos, frisos y bóvedas de todo tipo
contrasta con el refinamiento decorativo de la tosquedad de los leones de la
fuente, que pone en evidencia la escasa evolución de la escultura musulmana.
Dentro de los pabellones, los relieves en yeso, dorados y policromados, eran el ornato único de las paredes, y aunque después decoraban también el techo de las salas, al principio las cubrían con armazones de maderas de ingeniosas formas cuyos case¬tones revestían de oro y vidrios esmaltados. De este modo, a partir del siglo XI todas las residencias árabes de importancia fueron adoptando este mismo tipo. Por ejemplo, en Sicilia se conservan restos de los palacios que los monarcas árabes se habían hecho construir en las afueras de Palermo. A pesar de que con posterioridad fueron ensanchados y habitados por los reyes normandos, que los adaptaron, asimismo, a su gusto, aún es posible observar que no difieren gran cosa de los palacios del Oriente musulmán.
Un primer palacio árabe del tiempo del
califato de Córdoba al parecer fue el palacete suburbano de Ruzafa -que
significa "del camino"-, mandado edificar por Abd al-Rahman I, a
finales del siglo VIII, pero del que no queda ni recuerdo del lugar donde
estuvo emplazado. El palacio de los califas del tiempo de Abd al-Rahman II, en
el interior de la capital, estaba en el sitio que ocupa el actual palacio
episcopal. En cambio, quedan restos importantes del Versalles cordobés, Medina
Azahara, edificado cerca de Córdoba al pie de la sierra, en el sitio llamado
Córdoba la Vieja. Abderrarnán, califa desde 912 a 961, lo construyó para una de
sus favoritas, al-Zahara, de la cual recibió el nombre con que aún se conoce
este palacio. Aunque destinado a servir de residencia a la favorita, el palacio
es de tan grandes dimensiones que podía albergar a toda la corte en el caso de
que fuera necesario. Se cree que los arquitectos de Medina Azahara procedían de
Egipto, y consta que el emperador de Constantinopla envió fuentes para sus
jardines.
El Alcázar de Sevilla, que reunía el doble
carácter de fortaleza y de vivienda, fue comenzado seguramente por los Omeyas,
pero sufrió luego tantas reconstrucciones y modificaciones, ya desde el tiempo
de Alfonso el Sabio y sobre todo durante el reinado de Pedro el Cruel, a partir
de 1350, que resulta hoy casi imposible calificar aquel monumento de
verdaderamente musulmán. Sin embargo, se reconocen algunos elementos de la obra
antigua, mantenidos a pesar de las transformaciones. Todas sus dependencias están
situadas en torno a un patio rectangular; sólo en un extremo hay otro pequeño
patio, llamado de las Muñecas, nombre
que, como tantos otros, debe su origen a detalles hoy ignorados que la fantasía
popular aprovechó para bautizar a cada una de las estancias de aquella
espléndida morada.
Ciudadela de Alepo (Siria). destruida por terrorismo islámico |
En sus orígenes, ·el Alcázar de Sevilla
debió de tener mucha más extensión de la que tiene ahora, pues llegaría hasta
la famosa Torre del Oro, construcción estratégica, que era la primera defensa
por la parte del río. Según la tradición, sirvió también para guardar el tesoro
de Pedro el Cruel. La Torre del Oro
estaba recubierta de azulejos que brillaban al sol y le daban una apariencia
metálica.
En Mérida, el palacio, situado en la ribera
del Guadiana, fue reconstruido en el año 835 sobre los viejos muros del alcázar
visigodo, hecho que, como ya se ha señalado antes, fue muy habitual en las
construcciones llevadas a cabo por los musulmanes en la península ibérica. Por
otra parte, el Alcázar de Zaragoza, llamado todavía la Aljafería, nombré de
claras reminiscencias musulmanas, restaurado en tiempo de los Reyes Católicos,
fue después transformado en convento y más tarde en cuartel, así que ha sufrido
no pocas obras de transformación a lo largo de los siglos. La Aljafería no está
lejos del río, en un llano que tuvo que fortificarse artificialmente con
murallas y torres. Tenía un patio central con galerías laterales, y en el fondo
una sala grande con dependencias a cada lado. La decoración está tallada en
piedra blanda de yeso, que se presta a las más delicadas labores, tan del gusto
árabe.
Hay que regresar de nuevo a Andalucía para
referirse al que es, sin lugar a dudas, uno de los edificios más
representativos de la época de la dominación musulmana en la Península. La
Alhambra, palacio real, residencia de los monarcas granadinos, se ha conservado
casi intacta en las localidades destinadas a residencia de verano. Se supone,
sin gran fundamento, que el palacio de invierno lo mandó derribar Carlos V para
construir en su lugar un edificio del Renacimiento, que quedó sin terminar.
La Alhambra fue erigida sobre el monte de la
Assabica, en el siglo XIV por los sultanes Yusuf I (1333- 1353) y Mohamed V
(1353-1391), llamado el-Ahmar (el Rojo), de la dinastía de los Nasser; y su
nombre de Alhambra quiere decir también la Roja, pues el color predominante,
vista desde lejos, es el de los ladrillos rojos de la obra exterior.
Del mismo modo que el Imperio romano
infundió su modo de ser y su sentido artístico hasta en las provincias más
alejadas, así también el Islam impuso su mentalidad hasta los confines de
Occidente. Introdujo en Andalucía el gusto y las técnicas de construir de
Mesopotamia y Persia. La Alhambra es una gran obra de arte, pero su belleza
está realzada por hallarse en tierras tan occidentales. Es esencialmente una
residencia de pleno carácter oriental, que parece extraordinariamente fuera de
lugar en su ubicación y no nos sorprendería descubrir que había sido
transportada por arte mágica desde el otro extremo del Imperio musulmán, quizá
desde las espléndidas ciudades de Bagdad o Teherán. No sólo sorprende su
carácter tan marcadamente oriental sino que lo que extraña más de ella es lo
poquísimo que manifiesta haber aceptado del país que la recibió, como si
hubiera querido mantenerse fiel los deseos de los arquitectos que la llevaron a
cabo.
En la mezquita de Córdoba se encuentran
columnas y capiteles romanos; la disposición era todavía de una basílica
clásica con múltiples naves o crujías, y se sospecha que la forma del arco de
herradura es una supervivencia visigoda. Nada de esto hay en la Alhambra: lo
clásico, lo romano, lo godo y lo latino se han eclipsado para hacer lugar a
algo enteramente exótico y musulmán.
Si se hubiese conservado la parte del
palacio en la que estaban los aposentos ocupados en invierno, aquellas salas
más cerradas y más compactas hubieran revelado cierta infiltración del estilo gótico
español que sí se encuentra en el Alcázar de Sevilla. Pero tal como está hoy la
Alhambra, reducida a los patios y pabellones de la residencia de verano, es un
edificio fantástico, abandonado en la Europa occidental por el Islam para dar
testimonio de la tenacidad y singularidad de su carácter.
La Alhambra no es afeminada ni coqueta; su
decoración abundante no puede calificarse de frívola ni aun de graciosa: es
rica y fuerte como la espuma o los follajes o las nubes que, pudiendo reducirse
a elementos individuales minúsculos y bellos, tienen, no obstante, belleza de
conjunto y espíritu en su totalidad. Hasta la escala general del edificio
resulta arbitraria, a causa de sus reducidas dimensiones; hay que acostumbrarse
a ella, instalarse dentro, vivirla, para que la Alhambra no parezca un juguete,
una casa de muñecas.
Todo en la Alhambra resulta fascinante: el
patio de los Arrayanes, la sala de Embajadores, el patio de los Leones, la sala
de los Abencerrajes, la de las Dos Hermanas y la de Justicia, los Baños y el
Peinador, parecen ser al primer golpe de vista lugares sólo apropiados para
telón de fondo de un cuento de hadas, y, sin embargo, al permanecer en ellos un
corto rato se olvidan la proporción y medida. Lo que debía ser principal para
el espectador, que es la escala o canon humano, se ha convertido en secundario,
y lo que era secundario para una mente clásica, que es la decoración
superpuesta, se ha convertido en principal y por su importancia en lo único.
Vivir en un mundo de formas movedizas, de ensueño, sin deplorar la pérdida de
lo real.
La planta tan compleja, de la Alhambra,
permite reconocer su articulación en las tres unidades fundamentales que se
hallan en todos los palacios de príncipes musulmanes:
a) el mexuar,
abierto a todos, en el que el sultán administraba justicia y recibía a sus
súbditos;
b) el diwan para
las recepciones, en el que se encontraba el salón del trono, y
c) el harim (o
harén) con las habitaciones privadas del príncipe.
El sistema constructivo de la Alhambra es
todavía el de un pueblo nómada: los elementos sustentantes, que forman con las
vigas o las ligeras bóvedas la osamenta del edificio, son como la estructura de
la tienda del desierto, y los entrepaños se recubren de simples vaciados en yeso,
cuya decoración va sobrecargándose en adorno y en color. Toda la decoración de
la Alhambra iba policromada; los estucos con arabescos y las inscripciones de
los muros conservan todavía restos de colores y algo del dorado.
Los azulejos, la marquetería y los relieves
de yeso son los elementos primordiales de la decoración de aquel recinto
consagrado a la vida doméstica, si bien de cuando en cuando, como para denotar
la existencia de un elemento espiritual poderoso, una curva fuerte y
pronunciada, una terminación brusca de los frisos confirman las rotundas
afirmaciones de las suras contenidas en el Corán.
La planta de la Alhambra se halla
circunscrita en un vasto recinto amurallado. Su aspecto externo, imponente como
fortaleza, se transforma por dentro en la ordenación más fascinadora. Entre sus
construcciones más importantes, comprende el gran recinto (aparte los nuevos
edificios que los desfiguran) la alcazaba o ciudadela, casi destruida, y el
palacio propiamente dicho, quedando fuera de su recinto, custodiados por
numerosas torres, los suntuosos pabellones del Generalife (o Jenan el-arif, "jardín del
arquitecto") que formaban un edificio aparte construido en 1339 y aun
parcialmente subsistente. La vida se desarrollaba en torno de dos grandes patios:
el de la Alberca o de los Arrayanes (centro del diwan) y el amaso de los Leones (centro del harim).
¡Nada más alejado de la arquitectura que se
ha Jamado "funcional" porque pretende conseguir belleza revelando la
estructura! Las paredes de la Alhambra van forradas de arabescos que esconden
la construcción de tapial; los techos de madera desaparecen tras las
estalactitas colgantes de yeso pintado. El arte de los múltiples colgajos de
yeso, que tiene su apoteosis en la Alhambra, pertenece a una escuela peculiar
de las tierras mediterráneas; en la India, en Siria y en Persia, las bóvedas
están formadas por alvéolos o conchas superpuestas, pero sin destacarse de las
superficies curvas de la bóveda, no en disposición de estalactitas que penden
del techo, como se encuentran en Egipto, en Marruecos y España. El general
francés Beyle, explorando en la Regencia de Túnez una ciudad abandonada, donde
estuvo la Kaala de los Beni-Hammad, encontró estos especiales elementos de yeso
que caracterizan las escuelas de arte islámico hispanomarroquí. La Kaala de los
Beni-Hammad fue edificada a principios del siglo X y abandonada poco después.
Señala, pues, una fecha cierta en que se empezaban a usar estas decoraciones.
⇨ Interior de la Masjid-iShaykh Lutfullah, en lsfahán. El interior de la cúpula, así como la
puerta de azulejos de esta mezquita, terminadas en 1603, se encuentran entre
las mejores obras safávidas.
En las paredes de la Alhambra, además de los plafones de yeso con relieves policromados, hay arrimaderos de cerámica vidriada con magníficos dibujos en los que abunda el oro. Por el suelo de las salas discurren las corrientes de agua, y las ventanas se abren a los jardines de mirtos y arrayanes, con albercas poco profundas a imitación de las residencias de Oriente, donde escasea el agua.
Como ya se ha señalado anteriormente, el
estilo árabe andaluz se ha conservado en Marruecos; hay allí todavía edificios
de la misma técnica y gusto que los encontrados en la Alhambra. Pero lo que le
da singular importancia, el rasgo que acentúa todavía más si cabe la gran
relevancia del Alcázar Real de Granada, es que se ha conservado sin las
transformaciones que han modernizado poco o mucho todas las residencias reales
musulmanas, desde las de Persia a las de Marruecos. De este modo, merced a que
se ha visto al margen de las inevitables transformaciones que se han producido
en otras edificaciones, su perfecto estado de conservación hace que la Alhambra
sea en la actualidad un palacio más oriental que los que puedan visitarse hoy
en día en el mismísimo Oriente.
⇦ Mezquita de Solimán el Magnífico, en Estambul. La Süleymaniye Camii, obra maestra de
Sinán, el gran arquitecto que concibió la mezquita como una enorme cúpula que
habfa de centrar la estructura entera, tiene el interior más espacioso de la
capital.
Aparte de los palacios y de las mezquitas, elemento indispensable de las ciudades musulmanas son los baños, que cumplen el doble servicio de higiene y de recreo. Tienen la función, como las termas romanas de cientos de años atrás, de lugares de reunión y entretenimiento; son los clubes y casinos para los hombres y las mujeres, los lugares en los que se concentra la vida social, donde se conversa y se consiguen influencias. La vida oriental sería intolerable sin los haman o baños, donde se discute y chismorrea. Por esto son edificios de carácter público, a veces construidos con gran lujo, pues lógicamente eran muy visitados por aquellos que disponían de más tiempo para la vida social, las personas más acomodadas. Generalmente tienen una piscina en el centro y están cubiertos por una cúpula con claraboya. Tienen dependencias para las fiestas y las bodas, que los orientales acostumbran celebrar en estos lugares.
Prácticamente tan idiosincrásicos de las
ciudades musulmanas como los baños son otro tipo de edificios todavía muy
necesarios en los países musulmanes. Se trata de los caravansares o caravanserays,
alojamientos para las caravanas de peregrinos y mercaderes, indispensables en
una cultura en la que el nomadismo es aún un estilo de vida para muchas
personas. Además, millones de fieles deben visitar por lo menos una vez en la
vida la ciudad santa de La Meca, así que, en su larguísimo viaje en muchos casos,
precisan de la hospitalidad de los habitantes de los enclaves por los que deben
pasar. Estos edificios suelen estar constituidos por un gran patio con cuadras
y dormitorios y la inevitable mezquita. Los bazares colosales de Oriente, a
manera de calle cubierta, son también edificios típicos de los pueblos del
Islam, y aún hoy día constituyen, sin lugar a dudas, una de las imágenes más
representativas de las ciudades musulmanas. Por otro lado, también abundan en
las urbes los hospitales y leproserías, que en otro tiempo debieron de estar
cuidados con gran esmero.
Mausoleo del emperador Akbar, en Sikandra. Casi un prototipo del estilo mongol, con
su típica decoración abstracta de incrustaciones, resulta extraño que siendo un
edificio islámico no tenga cúpula.
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Si los árabes destacaron enormemente en el campo de la ingeniería, fueron también maestros en el arte de la fortificación. Llegaron a desarrollar con tal eficacia la arquitectura militar que de ellos aprendieron los cruzados muchas de las estratagemas para la defensa de castillos y ciudades que se aplicaron después en Occidente. Por ejemplo, la mayor parte de los nombres usados en las construcciones militares de la Edad Media son árabes, como es el caso de almena, barbacana, etc. En muchos puntos de lo que fue el Imperio musulmán es posible observar hoy en día la gran maestría de los arquitectos árabes en lo que a las construcciones defensivas se refiere. De este modo, en Oriente quedan aún fortalezas árabes magníficas en buen estado de conservación, como el castillo de Alepo. Asimismo, otras inmensas fortalezas construidas por los sultanes mongoles están aún en pie en las fronteras de Persia. En el norte de África abundan también las ciudades árabes amuralladas. Las fortificaciones de Marrakech y Rabat son obras construidas en el siglo XII por los almorávides, con grandes torres cuadradas que interrumpen el lienzo del muro.
Las puertas de las ciudades árabes
acostumbran estar flanqueadas por torres, como las fortificaciones bizantinas.
Buenos ejemplos de ello son las puertas de Fez construidas por los almohades
(como la famosa Bab-Chorfa), las de
Tremecén y las de Chellah, antigua ciudadela cercana a Rabat construida por los
benimerines. Algunas veces se abren en un ángulo de la muralla, como la Puerta
del Sol, de Toledo.
Mausoleo de ltimad-ed-Daula, en Agra. Shah Djahán mandó erigir este mausoleo para
su suegro en 1626. Este edificio es un ejemplo, no superado, de la integración
del arte hindú y del musulmán.
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Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.