Punto al Arte: El Renacimiento en Europa Central

El Renacimiento en Europa Central

El renacimiento artístico que agitó a Europa durante el siglo XVI repercutió en muchos países. Pero también lo hizo, aunque de un modo particular, en Alemania. No fue en ella, igual que en Italia, una tentativa feliz de resurrección del arte clásico, ni fue, como en Francia y España, una penetración del arte italiano. El Renacimiento que tuvo lugar en Alemania no fue sino una renovación intensa del espíritu germánico, que resurgía con gran intensidad sobreexcitado por la Reforma y por el afán de conocimientos, tan intenso en todo el mundo por aquellos tiempos en los que los cambios se producían a gran velocidad, en comparación con la relativa inmovilidad de siglos anteriores.

Fachada del Rathaus (Bremen).

En el lado norte de la plaza del

mercado de esta ciudad funda-
da por Cariomagno se levanta 
el majestuoso ayuntamiento 
construido entre 1410 y 1415.
 Mientras en la odiada Roma de los papas, en la Babilonia apocalíptica de los dibujos de Durero, se levanta la colosal obra de San Pedro y tantas otras iglesias y palacios maravillosos, en Alemania, agitada como pocas naciones por las luchas políticas y religiosas, apenas en algunos edificios públicos, casas gremiales y palacios municipales hacen aparición las formas de una nueva arquitectura.

Y no es porque la Reforma de Alemania fuese deliberadamente contraria a los asuntos de arte. Las grandes iglesias y las catedrales góticas se conservaron casi intactas; por otra parte, Melanchthon recomienda conservar también las vidrieras, “porque ellas nunca fueron objeto de culto”. En muchas ciudades la Reforma se operó gradualmente, lo mismo que en los espíritus. Los resultados y la trascendencia de la Reforma no se hicieron patentes sino hasta más tarde. Como es lógico, la ruptura con Roma no hubiera sido completa si no hubiese convenido por razones económicas y políticas.

Fachada del ala OttoHeinrichsbau (Castillo de Heidelberg). Mientras en el resto de Europa el gótico mantenía su vigencia, la arquitectura renacentista alemana imitaba el estilo de la Cartuja de Pavía, como manifiesta el Castillo de Heidelberg. Construido entre 1556 y 1559 siguiendo la estela de la arquitectura manierista alemana, el lado dedicado al elector Otón Enrique, acérrimo defensor del luteranismo en la reforma universitaria tolerada por el rey Federico II, fue embellecida posteriormente con esculturas de la escuela flamenca de formas toscas y medievalizadas. 

Palacio del Rathaus (Bremen). El palacio comunal de esta ciudad del noroeste alemán es una de las más interesantes manifestaciones de un particular movimiento arquitectónico que combinaba el estilo medieval con ciertos manierismos renacentistas, como se demuestra en las reminiscencias góticas de la fachada principal, renovada en el siglo XVII tras la adhesión de la ciudad a la Liga Hanseática. 

De este modo, en Alemania lo más singular es la insignificante penetración del arte italiano, que, sin embargo, se reconoce como superior a todos los demás. Por ejemplo, la mayoría de los literatos y artistas alemanes del siglo XVI han viajado por Italia, y Alemania, a su vez, está llena de arquitectos italianos, cuya eficacia, en el sentido de hacer prosélitos, parece mucho menor que la de los italianos que trabajaron en Francia y España. La corte nómada de Maximiliano y de Carlos V tiene su residencia oficial en Augsburgo, en la Alemania del Sur, y por esto la influencia italiana resulta allí más sensible; en cambio, en el Norte se deja sentir mucho más la influencia de los Países Bajos.

Vistas estas ideas generales sobre el arte del Renacimiento en el país germano, hay que pasar a analizar las obras que le son propias en este período de tanta trascendencia. En Alemania, el más famoso monumento del siglo XVI es el castillo, hoy desgraciadamente en ruinas, de Heidelberg, incendiado por los franceses durante las guerras de la Revolución y restaurado sólo en parte años después. La situación del edificio, en la vertiente de una verde colina que se alza sobre el curso lento del río Neckar, todo un lujo para la vista, es ciertamente admirable. El edificio tiene una planta cuadrada alrededor de un patio, y es una reunión de construcciones de diferentes épocas. El ala del tiempo del elector Otón Enrique, llamada Otto-Heinrichsbau, de mediados del siglo XVI (1556-1559), que da fisonomía al castillo, fue añadida a construcciones anteriores y es de gusto flamenco muy acentuado; escultores de los Países Bajos fueron contratados para labrar las estatuas de las fachadas. El ala del tiempo de Federico IV, que ha sido restaurada, es una imitación de la anterior, pero resulta más sensible la influencia flamenca; los altos piñones de las fachadas rematan en una silueta curvilínea, como los edificios de Flandes y Holanda.

Patio interior, de Francesco della Lora (Castillo de Wawel, Cracovia). Este patio de honor, de aparente estilo toscano, fue una obra encargada en 1 51 6 por Segismundo I para el interior de la ciudadela medieval. Entre los siglos X y XVI sufrió innumerables renovaciones que acabaron conformando un cruce arquitectónico entre los estilos románico, gótico y renacentista. 

Este es casi el único edificio principesco de la época que se conserva en Alemania, pero las grandes ciudades libres poseen aún espléndidas casas comunales en las que se percibe también algo del estilo del Renacimiento. De este modo, algunas tienen logias o pórticos inferiores (que en alemán se denominan Lamben), con una terraza o balcón en el primer piso; en los pisos altos, entre grandes ventanales, aparecen las estatuas de reyes y héroes semimitológicos. Entre otros Rathaus o palacios comunales deben citarse los de Schweinfurt, Leipzig y Bremen.

Las casas gremiales son asimismo en ocasiones de grandes dimensiones y acaso conservan con mayor persistencia todavía el antiguo carácter germánico. La decoración italiana se aplica sólo en los detalles y quedan a veces algo diluidas en un conjunto de clara inspiración y espíritu autóctonos; además, los pisos se superponen sin respeto a la proporción clásica y terminan en complicados piñones (en alemán Giebel) llenos de esculturas y relieves, muy lejos de los edificios que se podían levantar, en la misma época, en Italia, por ejemplo.

Las viviendas particulares, por el contrario, conservan la disposición alargada y alta de las casas de la época gótica, y en ellas el influjo del Renacimiento es menor; sólo cambia en ellas la decoración, con cariátides y volutas complicadas; unas veces la parte superior es de madera; otras, la fachada está revestida de estuco con una ingenua policromía de gusto más o menos clásico. Son característicos también, como motivos típicamente alemanes de decoración, los obeliscos que se aplican por remate de los contrafuertes y pilastras.

Logia de los jardines (Palacio Belvedere, Praga). Convertida en residencia real de verano, esta logia renacentista fue rodeada por unos espectaculares jardines barrocos que pretendían emular los del palacio de Versalles, aunque sus dimensiones fueran mucho más modestas. Su interior, de estilo imperialista, contrasta poderosamente con la fina elegancia del exterior. 

Fuera de Alemania, en otros países de Europa Central, la arquitectura del Renacimiento italiano dejó hermosas construcciones en Praga y Cracovia. En la primera ciudad, Fernando I, cuando sólo era rey de Bohemia-Hungría, antes de ser emperador, llamó a Paolo della Stella para que construyera en 1536 el llamado Belvedere, pabellón de recreo con una “loggia” que recuerda el estilo de Brunelleschi. En Cracovia, capital de los reyes polacos de la dinastía Jagellón, Segismundo I (1506-1548) hizo construir una capilla italiana y un patio de honor de tipo toscano en el interior de la fortaleza medieval del Wawel, una ciudadela eslava que -como el Kremlin- reúne la catedral y la residencia del príncipe. Segismundo I estaba casado con una princesa Sforza, italiana, y no resulta demasiado sorprendente encontrar aquellas obras tan renacentistas en Polonia, el país del canónigo Copérnico, el primero que expuso el concepto moderno del sistema solar.

Retablo de Mariacki, de Veit Stoss el Viejo (Iglesia de Nuestra Señora, Cracovia). En el altar mayor del templo dedicado a Santa María se encuentra esta obra de gran colorido y extraordinaria dimensión, con una gran riqueza expresiva en las figuras talladas en la madera. 

Ya en el terreno de la escultura, los artistas alemanes continúan en sus temas medievales, casi ajenos a las nuevas concepciones y motivos que se están imponiendo en otras partes de Europa, y persisten en la complicación de las ropas y en las decoraciones policromas y doradas, con las cuales consiguen a veces importantes resultados. El exagerado sentimentalismo que caracteriza la escultura alemana en el tránsito del gótico al Renacimiento halla un punto de equilibrio que ofrece gran interés en algunos escultores de talento, en quienes la expresión del sentimiento logra formas de una graciosa serenidad ingenua; tales son, por ejemplo, Veit Stoss, autor del maravilloso retablo dedicado a la Virgen, de Cracovia, y de la Anunciación de San Lorenzo, de Nüremberg; Bernt Notke, autor del famoso grupo de San Jorge y el dragón que corona el sepulcro de Sten Sture, terminado en 1489, de la catedral de Estocolmo; Tilman Riemenschneider, quizás el más sensible y delicado de estos escultores del gótico tardío, y aun Michael Pacher, a quien se hará mención en otras páginas de este sitio como pintor. Después, las influencias renacentistas se concentran sobre todo en los hábiles fundidores en bronce, principalmente en Peter Vischer y sus hijos, que labraron el mausoleo de Maximiliano en Innsbruck.

Retablo de la Santa Cena, de Tilman Riemenschneider (Iglesia de Santiago, Rothenburg). Esculpido en madera entre 1499 y 1 505 con gran sensibilidad y delicadeza por uno de los mejores artistas de la escuela de Nuremberg, presenta una expresividad sin igual en las figuras del relieve. Más conocido por sus esculturas funerarias que por los altares religiosos, el tallista de Wurzburgo sería reivindicado varios siglos más tarde por los románticos que gozaban de sus grotescas formas melancólicas y sus trabajados rostros exagerados. 

Estatuas del monumento fúnebre de Maximiliano I, de Peter Vischer el Viejo (Hofkirche, lnnsbruck). La corte de los Habsburgo procuró siempre internacionalizar su arte, contratando los servicios de artistas como Durero, Colin, Auerbach o Balthasar Moll, cuyas estatuas se ubicaron a los lados del altar mayor. El grupo escultórico de bronce que realizó Vischer para el sepulcro del emperador, y que incluye idealizaciones del rey Arturo, un retrato de su nieto Ferdinand I y del rey ostrogodo Teodorico I, entre otros, mezcla personajes medievales con otros contemporáneos al difunto, combinando los drapeados de sus vestiduras con los elementos decorativos del mausoleo. 

Tumba de San Sebaldo, de Peter Vischer el Viejo (Iglesia de San Sebaldo, Nuremberg). Las obras de este fundidor de bronce marcan la transición del Gótico al Renacimiento en la historia de la escultura alemana. Formado junto a su padre en uno de los talleres de mayor prestigio internacional por la dimensionalidad de sus monumentales encargos, Peter Vischer se especializó con el tiempo en la producción de tumbas para hombres santos como el arzobispo Evaristo de Sajonia en la catedral de Magdeburgo o la de San Sebaldo, patrono de la ciudad de Nuremberg. A partir de una base de 1396, Vischer creó una estructura de 4,71 m profusamente decorada con figuras del Niño Jesús, los profetas y los apóstoles, sostenida sobre delicadas reproducciones de delfines y caracoles. 

Este gigantesco mausoleo, rodeado por una complicada reja, tiene a cada lado dos filas de figuras, que representan personajes de la corte de Maximiliano y diversos reyes germánicos históricos y legendarios. Pese al carácter renacentista de los elementos decorativos, el conjunto recuerda todavía las estructuras góticas. Peter Vischer el Viejo terminó el mismo año de su muerte (1519) el arca de bronce de San Sebaldo, en la iglesia de este santo en Nüremberg, que había iniciado en 1488. Esta obra, como el mausoleo de Innsbruck, revela que la influencia italiana no pudo borrar nunca la tensión romántica, típica del Renacimiento germánico.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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