La mayoría de los reyes de Aragón fueron enterrados en el monasterio de Poblet; sólo Pedro I lo fue en Sigena, y Pedro el Grande y Jaime II en Santes Creus. Los sepulcros reales de Poblet se pusieron sobre unos arcos góticos rebajados, en el crucero de la iglesia, que formaban como una plataforma para sostener las sepulturas reales, en forma de caja mortuoria, con un dosel o templete que cobijaba a cada una de ellas. Encima de la caja mortuoria, de mármol, estaban las estatuas de los príncipes difuntos. El mausoleo real de Poblet fue mutilado durante la revolución del año 1835; los doseles de piedra desaparecieron entonces; pero todo el conjunto monumental ha sido reconstruido y ha recuperado su visualidad.
Sepulcro en forma de túmulo de Carlos III el Noble de Navarra y su esposa doña Leonor de Castilla de Jeannin Lomme de Tournai, catedral de Pamplona. Es una obra maestra del estilo borgoñón, cuyo autor fue nombrado maestro mayor de la catedral de Pamplona en 1439. No sólo las figuras yacentes fueron esculpidas con refinado realismo, sino también todas las plañideras y encapuchados que ornan los frentes.
Los dos monarcas enterrados en Santes Creus, Pedro el Grande y Jaime II, fueron más afortunados. Los templetes que cobijaban sus tumbas permanecen todavía intactos. Pedro el Grande, el conquistador de Sicilia, está enterrado en una urna de pórfido rojo antiguo, traída de Italia por Jaime II, y éste, con una de sus esposas, Blanca de Anjou, yace en una urna de forma gótica, cubierta con unas tapas donde están esculpidos los retratos de ambos.
En toda la Península continúan repitiéndose con formas góticas los enterramientos de la época románica; el sepulcro dentro de una hornacina abierta en el muro, o en forma de sarcófago, y el sepulcro sencillamente en el suelo, cubierto con una lápida con relieves. El sarcófago tiene a menudo la escultura con el retrato del difunto en la tapa anterior de la caja y a los pies gozques, símbolo de la fidelidad. Tal es, en la catedral de Pamplona, el sepulcro, en forma de túmulo, de Carlos el Noble de Navarra y su mujer, Leonor de Castilla, obra depuradísima, del primer tercio del siglo XV, realizada por el francés Jeannin Lomme.
Sepulcro de la Infanta doña Berenguela en el monasterio de las Huelgas de Burgos. Este monasterio era el panteón de la mayoría de los monarcas castellanos. La Infanta doña Berenguela era nieta de San Fernando y falleció en 1269. Su sepulcro resulta interesante por la representación de sus escenas narrativas de la vida de Cristo.
Delante de la urna funeraria se halla representado a veces un grupo de monjes con su prelado qué entona un responso. Los mausoleos que Alfonso el Sabio mandó labrar para su padre San Fernando y su madre doña Beatriz, en la catedral de Sevilla, debían de tener una disposición parecida a los mausoleos reales de Santes Creus, sólo que eran obras de orfebrería en lugar de ser de mármol; las estatuas retratos de los difuntos parece que estaban sentadas; los sarcófagos, cobijados por un templete o dosel, estaban cubiertos de planchas de plata repujadas con escudos. Estos mausoleos reales de la catedral de Sevilla se destruyeron en tiempo de Pedro el Cruel.
Sepulcros de Alfonso VIII y la reina doña Leonor en el monasterio de las Huelgas de Burgos. Este doble sepulcro se caracteriza por la austeridad ornamental, cuyos motivos en relieves planos seriados tratan los temas heráldicos de Castilla y León.
Las sepulturas reales de Sevilla eran una excepción; San Fernando fue enterrado allí porque había conquistado la ciudad. La mayoría de los reyes de Castilla están enterrados en la catedral de Toledo o en el monasterio de las Huelgas, junto a Burgos. Algunas estatuas yacentes de los monumentos sepulcrales españoles góticos son obras de gran belleza. En ocasiones las personas enterradas aparecen como dormidas; otras veces tienen los ojos abiertos, figuran estar rezando o leyendo un devocionario.
El tipo de sepulcro dispuesto en una hornacina en el muro, frecuente en Castilla y Andalucía, presenta a menudo el arcosolio decorado con una ornamentación mudéjar. Uno de los más bellos ejemplos de monumento funerario castellano de este tipo, pero ya de los últimos años del siglo XV, es el de don Juan de Padilla, enteramente gótico, hoy en el Museo de Burgos, que procede del monasterio de Fresdelval. El noble doncel está arrodillado sobre la urna, ante un reclinatorio y en el fondo de la hornacina se ha figurado un altarcito con el Descendimiento de la Cruz.
Sepulcro del arzobispo Juan de Aragón (catedral de Tarragona). Labrado en mármol blanco y fechado en 1337. La pieza es notable por su perfección estilística, de evidente influencia italiana, y por la serena espiritualidad que se desprende, no sólo de la figura yacente, sino también de los cinco santos que la acompañan.
Estas estatuas y monumentos funerarios ponen de relieve la evolución del arte de la escultura. Revelan una gradual nacionalización de los modelos importados, fenómeno de asimilación encontrado en la arquitectura. Al principio, las obras son estrictamente producto de escultores extranjeros, como la catedral de Tarragona, pero ya se observa acento peninsular en otras esculturas casi contemporáneas, como el retrato de Elisenda de Montcada, en su sepulcro del monasterio de Pedralbes, y los de Jaime II y de su segunda esposa, en Santes Creus.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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