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La austeridad cisterciense

La reforma de Cluny había obedecido tan sólo al deseo de conseguir mayor disciplina, estableciendo una jerarquía entre los cenobios antes independientes; pero este régimen centralizador hizo que la Orden se enriqueciera, lo que produjo otra clase de pecado: el orgullo, y otra inmoralidad: el abuso del poder. Fue una segunda recaída que obligó a una nueva reforma. Esta se realizó en el monasterio de Citeaux (Cister), también en Borgoña, por iniciativa de San Bernardo, el hermano espiritual de Pedro el Ermitaño, predicador de la Primera Cruzada. El Cister no era, como Cluny un lugar absolutamente nuevo para la vida religiosa: ya a principios del siglo XI tres monjes de Solesmes, que en vano se habían esforzado por reformar su abadía, se marcharon a Lyon, y allí, con cuatro compañeros que se les agregaron, pidieron al obispo que les concediera un lugar apartado donde pudieran practicar la regla de San Benito en todo su rigor. Concedido el permiso y asociados pronto a nuevos monjes, en número de veintiuno, se establecieron en el desierto de Cister, en la diócesis de Châlons. Los religiosos cistercienses habían de vivir exclusivamente del trabajo de sus manos, y para no llegar a reunir la abundancia de riquezas de los conventos cluniacenses, rehusaban en toda ocasión cuantas donaciones se les ofrecían.

Ábside de la iglesia del Monasterio de Santa María de Poblet (Tarragona). Iniciada hacia 1166, la iglesia está formada por tres naves con girola y capillas radiales, ornadas con símbolos vegetales y sostenidas por columnas tajadas en el propio muro de la iglesia.

Pero el Cister no debía conseguir su completo desarrollo hasta que San Bernardo y sus compañeros vinieron a acogerse a su soledad en 1112; a partir de este momento, una nueva milicia espiritual se presenta para relevar a la que había producido Cluny un siglo antes. Del lugar del Cister, adonde los primeros monjes de Solesmes fueron a construir sus pobres cabañas, en las que vivían míseramente del cultivo de la tierra, tenían que salir, en poco tiempo, más de sesenta mil monjes que se diseminarían y fundarían nuevos cenobios por Italia, España y la Europa central.



Claustro principal (Monasterio de Santa María de Poblet, Tarragona). La transición del estilo románico al gótico queda patente en las bóvedas de crucería del claustro, construidas durante los siglos XII y XIII, pero también se aprecia cierta influencia morisca en los motivos ornamentales de los capiteles, decorados con volutas. El claustro constituye el centro de la vida monástica, por lo que los detalles decorativos y formales no debían imponerse en exceso para no sobresaltar demasiado dentro de la tónica de sobriedad que caracteriza las construcciones de la orden de San Bernardo.

Cuando murió San Bernardo, en 1153, la Orden del Cister ya poseía 343 monasterios, y hacia 1200 llegaron a la cifra de 694. El espíritu de la nueva Orden puede estimarse como una protesta contra las riquezas de los monjes benedictinos de Cluny, exteriorizadas con el lujo de sus edificios. En los escritos de San Bernardo ya observamos las diferencias entre las abadías cistercienses y las cluniacenses: deben hallarse edificadas con arreglo a un estilo severo, sin adornos escultóricos, y sólo con las molduras indispensables para separar las partes del edificio.

Sin embargo, en la disposición general los monasterios cistercienses no se apartan mucho de los de Cluny, porque continúan repitiendo la distribución de servicios que ya vimos en el plano de Saint-Gall. La gran abadía de Clairvaux, o Claraval, fundada por el propio San Bernardo en 1115, a unos 70 km al norte de Dijon, resultaba ya insuficiente en 1133, fecha en que se inició una nueva construcción inmensa. En ella se mantenía la disposición general de los anteriores monasterios benedictinos, con su claustro central, la iglesia a un lado, la sala capitular en el otro, en el tercero el refectorio y en el cuarto las dependencias agrícolas.

Sala capitular (Monasterio de Santa María de Poblet. Tarragona). La estancia, de cuadratura perfecta, escasa altura y ornado con esbeltas columnas que sustentan la bóveda, tiene adheridos a las paredes bancos corridos para los monjes y, enterrados en su suelo, los sepulcros de los abades del monasterio entre los años 1393 y 1693.

Además, fuera de este conjunto monumental, se hallaban aún otros dos claustros, hornos, molinos de grano y aceite, hospedería y casa del abad, edificios destinados a oratorios y habitaciones para los obreros y campesinos dependientes del cenobio. Todos los monasterios cistercienses tenían la planta análoga y dimensiones parecidas, debido a idénticas necesidades religiosas y agrícolas. Pronto el Cister tuvo bajo su dependencia centenares de casas de religiosos de ambos sexos, y así el nuevo espíritu benedictino, restaurado por San Bernardo, se extendió por Europa, propagando un estilo de arquitectura (casi de ingeniería) uniforme.

He aquí, pues, cómo las extravagancias estéticas de Cluny primero y la reacción del Cister después, también excesiva, contribuyeron a difundir por todo el Occidente los principios constructivos de la escuela de Borgoña, de un estilo que preparaba el advenimiento de los métodos de la arquitectura gótica, que debía venir más tarde. Como ambas órdenes, tanto la de Cluny como la del Cister, se habían originado en Borgoña y ambas coincidían en aprovecharse de los mismos adelantos constructivos, la escuela de arquitectura románica borgoñona, que fue una de las más avanzadas de todas las regiones francesas.

Nave central de la iglesia (Monasterio de Santes Creus, Tarragona). Siguiendo el modelo arquitectónico bernardino, se construyó el templo con planta de cruz latina y cinco capillas absidiales cuadradas, con bóveda de crucería de aristas muy planas y arcos torales que descansan en la nave central, más ancha que las otras dos que componen el conjunto, sobre modillones acanalados de formas simples y estilizadas. Iniciada en 1174 y abierta al culto en 1211, sirvió de tumba para los reyes de Cataluña y Aragón, Pedro el Grande y Jaime II.


En las Constituciones de la Orden del Cister, redactadas definitivamente en 1119, en una asamblea que tomó el nombre de Capítulo general y de la que fueron ponentes el propio San Bernardo y otros diez abades de la Orden, se concreta puntualmente que la iglesia ha de ser construida con gran simplicidad, sin esculturas ni pinturas de ningún tipo, con ventanas de vidrios transparentes y sin torres ni campanarios de altura inmoderada. Las iglesias de los monasterios cistercienses debían dedicarse a la Madre de Dios, para evitar el peligro de los cultos extravagantes, como el de las supuestas reliquias de la Magdalena, en Vézelay; y para impedir la acumulación de bienes conventuales, se estatuía que los rebaños propiedad de la abadía no podían estar más lejos de una jornada de camino de las granjas, y que no debía consentirse que entre dos monasterios cistercienses mediasen menos de dos leguas borgoñas.

Desnudos de esculturas, sin policromías ni ajuar litúrgico que los enriqueciera, los edificios del Cister serían artísticamente poco interesantes si no fuera por sus grandes bóvedas, que vienen a ser como un anticipo de los atrevimientos constructivos que poco después llevará a cabo el período gótico.



Sala capitular (Monasterio de La Oliva, Navarra). Aunque el claustro es muy posterior, la sala capitular conserva todo el esplendor original del siglo XII. De planta cuadrada y dividida en nueve tramos por ocho columnas exentas en el centro, que reciben de la bóveda de crucería todos los nervios que sostienen las secciones, los arcos formeros y fajones, es una de las obras arquitectónicas más austeras de la orden cisterciense.

En los monasterios cistercienses, las bóvedas son el elemento más importante del conjunto, puesto que por sus dimensiones exigen un cálculo y una técnica comparables, para su época, con los esfuerzos realizados en la técnica constructiva moderna.

Las iglesias de los cistercienses son, por su planta, de dos tipos, ambos derivados de las plantas de las iglesias de la Orden de Cluny. El primer tipo de las iglesias cistercienses es el de ábside circular, con giróla y capillas; así eran las iglesias de Poblet y Veruela, en España, y la iglesia del monasterio de San Bernardo, en Claraval. Una simple comparación de la planta de Cluny con las de Veruela y de Poblet bastará para evidenciar cómo en el fondo tienen la misma disposición; sólo que los cistercienses redujeron y simplificaron el gran conjunto monumental de la iglesia de Gauzon, en Cluny, dejándola de tres naves y un solo transepto.

El otro tipo de iglesias cistercienses es de ábside rectangular, como la propia del Cister y la de Fonte-nay, en Borgoña, el monasterio de Santes Creus, en España, y las iglesias de casi todos los monasterios de Italia, con Fossanova, Casamari y San Galgano. Este segundo tipo tiene también sus antecedentes en algunos monasterios de Cluny Todo indica, pues, que las dos reformas se sucedieron tanto en arte como en influencia social y política, aprovechándose el Cister de los procedimientos constructivos de Cluny sin caer en sus excesos decorativos.

Pórtico del Real Monasterio de Santa María (Vallbona de les Monges, Lleida). Durante el reinado de Alfonso 11 se fundó este monasterio cisterciense en 1177 por la fusión de la comunidad eremítica de Ramón de Vallbona y las religiosas venidas de un pueblo de Navarra guiadas por la abadesa Oria Ramí­rez, una noble aragonesa que dedicó su vida a la obra de Dios. En el muro oeste del brazo norte del crucero se encuentra, sobre el pórtico, un tímpano escultórico centrado en la imagen de la Virgen con el Niño.

Las naves de la iglesia estaban ya, desde la planta, dispuestas para ser cubiertas con bóvedas por arista, al menos en las naves laterales, como se puede ver en Poblet, que tiene aún la nave central de cañón seguido. En Veruela, la nave central está ya cubierta con bóvedas por arista, lo mismo que las naves centrales de las iglesias cistercienses de Fossanova, Casamari y San Galgano. En las iglesias de planta con ábside circular, los pequeños elementos trapezoidales de la girola delante de las capillas están cubiertos también con bóveda por arista, de modo que el conjunto de una iglesia cisterciense como la de Veruela queda ya subdividido en tramos cruzados por nervios o aristones diagonales, lo mismo que se verá más tarde en las catedrales góticas.

⇨ Bóveda de la iglesia de Santa María (Monasterio de Granja de Moreruela, Zamora). Enclavado en la ribera del río Esla y rodeado de una frondosa arboleda se encuentran una iglesia con bóveda de crucería y un claustro de origen cisterciense, datados entre los siglos XII y XIII. La influencia del lugar se extendía poderosamente por toda la zona norte, incluyendo incluso territorios de Portugal cedidos por algunos fieles de la orden.



¿Qué distingue, pues, una construcción cisterciense de otra de puro estilo gótico, tan parecidas ambas en su estructura interior? Técnicamente, sólo faltan los contrafuertes para contrarrestar los empujes de las bóvedas. En una construcción gótica, todo el peso de las bóvedas se concentra en algunos puntos singulares de los muros, donde, por medio de arcos exteriores que determinan un esfuerzo contrario, resulta contrarrestada la presión de los arcos del interior. Ello permite elevar bóvedas de piedra de una altura y de una amplitud antes desconocidas, y -al mismo tiempo- abrir en los muros grandes ventanales. En los edificios cistercienses apenas hay contrafuertes, que faltan en absoluto en Poblet o se reducen a pilastras en Veruela.

Se analizará ahora la fuerza difusiva del estilo y la propagación de los monasterios cistercienses en Europa, siguiendo las huellas de sus precursores de Cluny. El primer convento de la Orden del Cister en la Italia Central fue el de Fossanova, construido desde 1179 a 1208 cerca de Terracina. Fundado por los cistercienses franceses de Haute-Combe, en la vía de Roma a Nápoles, es conocido por la circunstancia de que en él murió Santo Tomás de Aquino yendo de camino para asistir al concilio de Lyon.

Claustrillas del Monasterio de Santa María La Real (Las Huelgas, Burgos). El rey Alfonso VIII recompensó gratamente en el año 1203 al maestro Ricardo, el arquitecto al cual encargó el claustro romá­nico del monasterio, tal y como cuentan las crónicas de la época. La iglesia presenta una acusada influencia del estilo gótico procedente de Borgoña, como ponen de manifiesto las arquerías de medio punto que cabalgan sobre esbeltas columnas pareadas del claustro. Los capiteles que las coronan lucen motivos vegetales, generalmente hojas de árbol rematadas en volutas.

De Fossanova dependía Casamari, otro cenobio cisterciense aún mayor, y de Casamari pasó a ser sufragánea la abadía de San Galgano, en Toscana, cerca de Siena, fundada por los franceses de Claraval. San Galgano fue el centro de expansión en Italia de los procedimientos franceses de bóvedas borgoñonas con aristones. Su iglesia, hoy una ruina impresionante, fue iniciada en 1218.


De todos modos, los grandes edificios italianos de puro estilo cisterciense no tienen diferencias con los que se levantaron simultáneamente en Francia y España. Las iglesias de tres naves abren sus puertas con archivoltas decoradas de simples molduras; en el interior, los pilares se levantan sencillísimos, con las columnas adosadas en que se apoyan los torales; por fuera, el único elemento que sobresale del conjunto de edificios es la torre octogonal del cimborrio de la iglesia, que puede distinguirse desde lejos. La regla de San Benito está interpretada al pie de la letra: un espíritu de austeridad artística domina en los monasterios del Cister, rodeados de granjas y explotaciones agrícolas.

⇦ Sala de los Reyes (Iglesia de Santa María, Alcoba<;a). En los paneles de azulejo que reciben al visitante se puede leer la leyenda sobre el origen del monasterio, que según se cuenta fue mandado construir por ángeles al comprometerse el rey Alfonso Henriques con San Bernardo, abad de Claraval, en la victoria contra los moros en la toma de Santarém de 1 178. Las altísimas columnas que sostienen la bóveda de la nave central a lo largo de casi 220 m de longitud crean una impresión de armonía y sencillez, pero la magnificencia de la estructura y la disposición visual de la perspectiva recuerdan un majestuoso bosque de piedra que prevé el inminente estilo gótico. La UNESCO declaró el monumento Patrimonio de la Humanidad en 1989.




Existía así poca diferencia entre un monasterio y otro. Los monjes repetían en la casa filial la misma disposición y las mismas formas de la casa matriz, y, como siempre sucede en arte, la repetición continuada de un tipo fijo iba conduciendo a la perfección, y como siempre también, no queriendo hacer premeditadamente nada nuevo, se iban produciendo las más grandes novedades. Si se comparan los interiores de dos iglesias cistercienses sorprenden las insignificantes diferencias que existen en la disposición general y en cada uno de sus elementos: los pilares tienen casi la misma sección, y las molduras son idénticas. La sala capitular tiene siempre una forma cuadrada, dividida en nueve tramos de bóvedas por arista con cuatro pilares en el centro. El refectorio es una sala rectangular, con una tribuna para el lector y una fuente en el centro.



Las iglesias de Poblet y Veruela, en España, tienen casi una misma planta, lo cual no es de extrañar, porque ambas fueron construidas por monjes franceses. Los de Veruela procedían de Scala Dei, en Gascuña; los de Poblet, de Fontfroide, en el Languedoc; y ambos repetían el tipo de iglesia de la casa matriz de Claraval. Se conocen exactamente los detalles de la fundación de Veruela, cerca de Tarazona, por el noble don Pedro de Atares, quien, perdido en el Moncayo, decidió por inspiración de la Virgen fundar allí un monasterio. En cambio, resultan más oscuras la fundación de Poblet y su historia, hasta que, en 1149, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV logró que se trasladaran allí trece monjes de Fontfroide encargándoles de reformarlo según el nuevo espíritu de la regla cisterciense.

Nave central (Iglesia de Le T horonet, Var). El interior del templo está dividido en tres secciones, siendo la principal más ancha que las laterales. tsta conduce a un transepto saliente que integra en el muro de la cabecera las cuatro absidiolas semicirculares alrededor del ábside central. Las bóvedas de cuarto de esfera sobre arcos fajones de las naves laterales contrarrestan con la de la nave principal, de cañón apuntado, que anuncia ya un nuevo gusto cercano al gótico, como se manifiesta por la manera con que la luz del sol poniente resbala sobre las superficies lisas y austeras del interior desprovisto de toda decoración escultórica, causando un efecto visual muy poético y sugerente.

Además de estos dos mayores, tenemos en España muchos otros monasterios cistercienses. En Cataluña, los de Santes Creus (construido de 1174 a 1225) y Vallbona de les Monges; en Navarra, el de La Oliva; en León, el de Moreruela, fundado directamente por los monjes de Claraval; en Castilla, el de Las Huelgas, y en Portugal, el de Alcobaça, también descendiente directo de Claraval, cuya edificación fue iniciada en 1158 y terminada en 1223.

En Inglaterra había dieciocho monasterios cistercienses fundados por los cenobios franceses o sus casas filiales; en Alemania más de cuarenta, once en Austria, y hasta seis en Suecia y Noruega. Cada uno era un centro de difusión de las formas semigóticas de las bóvedas borgoñonas, con arcos torales apuntados y bóvedas por arista. De estos monjes cis-tercienses aprendieron los arquitectos laicos de las iglesias góticas, y así la aparición de las magníficas catedrales góticas nórdicas ya no parece tan misteriosa. Los monumentos cistercienses son el anillo de transición entre la iglesia románica, de bóveda cilindrica de cañón, y la iglesia gótica, con bóvedas ligeras sostenidas en el aire por contrafuertes.

Claustro de la Abadía de Fontfroide (Carcassonne, Aude). Muy cerca de Narbona los benedictinos fundaron un monasterio en el siglo XI que más tarde se convirtió a la orden cisterciense. Desde el momento en que uno de sus abades fue nombrado Papa, Benito XII, Fontfroide pasó a ser uno de los bastiones católicos ortodoxos más activos en la lucha contra la herejía cátara. Actualmente conserva un soberbio claustro de estilo gótico.
También en España los cistercienses contribuían a la dirección de las catedrales de transición, como las de Sigüenza, Tarragona y Lérida. El claustro de la catedral de Tarragona, de principios del siglo XIII, es casi idéntico al del monasterio de Fontfroide, contemporáneo suyo. Todos los claustros cistercienses se caracterizan por tener una serie de arcos de descarga bajo los que se cobijan grupos de arcos de medio punto. La diferencia está en el ritmo creado por el número de arcos de medio punto que corresponden a cada arco de descarga: dos en Poblet y Le Thoronet (Provenza), tres en la catedral de Tarragona y en Valí -bona, cuatro en Fontfroide (Languedoc). En Francia, la influencia cisterciense sobre los arquitectos laicos de catedrales queda confirmada en un arquitecto francés del siglo XIII, Villard de Honnecourt, que en su álbum copió las plantas de dos iglesias del Cister.

La difusión de los estilos de las Órdenes de Cluny y del Cister fue acrecentada con recursos algo ajenos a los propósitos primitivos. Restaurando la disciplina en cenobios relajados, no se hubiera producido el gran furor constructivo que acompañó a ambas reformas. Cluny se hizo campeón de la uniformidad de la liturgia, imponiendo el misal romano en sustitución de los ritos provinciales. Para fundir la cristiandad en un mismo espíritu, estimuló la devoción de las peregrinaciones, haciendo que desde los más excéntricos países de Europa fueran peregrinos a Roma y Santiago. Viajando por las calzadas de las rutas de peregrinación, los devotos viandantes encontraban aposento en las casas que dependían de Cluny, y admiraban las excelencias del estilo cluniacense. Esto explica la internacionalidad del arte cluniacense. El imperio monástico de Cluny, con sus casas distribuidas por toda Europa, produjo una primera impresión de europeísmo religioso, que tuvo alcances políticos. El Papado, sostenido por Cluny, recobró su fuerza perdida.

Monjes cistercienses cortando leña (Biblioteca Municipal, Dijon). Toda la obra doctrinal de San Gregario está condensada en 14 cartas y homilías manuscritas, los Diálogos, donde compendia algunas leyendas sobre otros santos, el manual Liber pastoralis curae sobre la práctica de la meditación, y el Moralia, que reúne varios comentarios sobre Job y que ofrece consejos espirituales a los cristianos del monasterio de Citeaux, de donde procede esta miniatura.
Aunque en apariencia reducida a una mera revolución monástica, la reforma del Cister traspasó sus límites fomentando las Cruzadas. El propio San Bernardo predicó la Segunda Cruzada en 1146 por encargo del papa Eugenio III (un monje cisterciense, por cierto, que el año antes había sido elevado al solio pontificio). La conquista de Tierra Santa tenía en su origen un carácter de estricta devoción, pero resultó también un fundente político, y muchos de los métodos de la técnica constructiva de la arquitectura cisterciense se emplearon en la obra de los castillos de los cruzados.

Para participar en los movimientos laicos de la peregrinación y las Cruzadas, tanto Cluny como el Cister tuvieron que suavizar el rigor de sus reglas. Los cenobios cistercienses aceptaron algo de decoración, aunque fuera simplemente de enlazados geométricos y de hojas estilizadas. Nunca las construcciones cistercienses llegaron a tolerar las fantasías decorativas del estilo de Cluny, pero no se redujeron al simple esqueleto de piedra que tenía que sostener una cubierta, como parece que era el ideal de San Bernardo. Lo mismo ocurrió con la pintura, y en los libros se hicieron maravillas.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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