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Artistas de la A a la Z

Iconos, esmaltes y otros objetos preciosos


Después de la persecución iconoclasta, los pintores bizantinos se entregaron con ardor a producir pinturas sobre madera. Son abundantísimos los dípticos con las doce fiestas del año, los calendarios con hileras de santos, y los cuadros con imágenes de la Virgen y el Salvador. La mayor parte de las pinturas están ejecutadas de la misma manera: sobre la tabla, preparada con yeso y dorada, se pintan las figuras con vivos colores, los pliegues de los mantos se dibujan levantando estos colores con un buril y dejando aparecer el oro del fondo, que forma las líneas de los ropajes. Y algunos de estos iconos no eran pintados, sino ejecutados con finísimo mosaico.

La Crucifixión. Detalle de la Pala d'Oro (Tesoro de San Marcos, Venecia). El retablo mayor de San Marcos -la célebre Pala d'Oroes una obra cumbre del arte bizantino y, sobre todo, nos muestra el magnífico empleo de la luz, que, en este caso, resulta de los bellos contrastes que los rayos del sol crean en la obra.

⇨ Hodogitria (Victoria and Albert Museum, Londres). Esta plancha de cobre modelarlil Pn el siglo XII procede de Torcello, pero fue sin duda realizada en un taller de Constantinopla. La inscripción dice: "Madre de Dios, da fuerzas al obispo Felipe".




Después de los iconos, como última rama de la pintura, hay que tratar de los esmaltes; ellos son, para las imágenes sobre tabla, lo mismo que los mosaicos respecto a las pinturas al fresco: de un material y una técnica más rica que aseguraba su duración. Bizancio aprendió de Persia el arte de los esmaltes y su procedimiento especial, que los franceses llaman cloisonné. Consiste en ejecutar el dibujo de la figura sobre una placa rmetálica y colocar luego, siguiendo el dibujo, pequeños tabiques de plancha soldada, que lo dejan dividido en varios compartimientos.

Cada uno de ellos se rellena de pasta vidriada de color; fundida, y después de pulimentada, ni las líneas de los tabiques ni las masas de los colores sobresalen de la superficie plana, la cual queda lisa y fina como una pintura hecha con vidrios. Los esmaltes servían para enriquecer todavía más los objetos de la ya suntuosa orfebrería bizantina: las coronas colgantes, los grandes candelabros, etc. Generalmente se aplicaban, ya terminados, sobre los objetos que tenían que decorar. Los esmaltes bizantinos son hoy rarísimos y muy estimados por la viveza de color, y una de las obras capitales de la esmaltería bizantina está aún en su lugar, en San Marcos de Venecia; es la famosa Pala d’Oro que forma el altar mayor.

Tríptico de la Virgen entronizada con el Niño en el regazo (Victoria and Albert Museum, Londres). Este tríptico, en el que San Gregario Nacianceno y San Juan Crisóstomo flanquean a la Virgen, fue realizado en el siglo XII. Se trata de una de las rarísimas obras bizantinas en metal que subsisten. El modelado del bronce recuerda vivamente la técnica del marfil.
Después de transcurrida la revolución iconoclasta, las representaciones de bulto entero debieron de creerse más peligrosas que las representaciones en puro relieve, y aun a éstas serían preferibles las pintadas. Es impresionante, sin embargo, que los grandes iconos milagrosos de Constantinopla, al exportarse en forma de copias, se ejecutaran en relieve en lugar de pintura. Bizancio se daba cuenta de la debilidad de la cristiandad occidental por estatuas y relieves que representaran las personas divinas. Algunos de los iconos de Bizancio debían de ser muy antiguos, puesto que repiten figuras catacumbarias. Como orantes con los brazos en alto eran el icono de la iglesia de las Blaquernas, llamada Blaquernitísa, y el de la iglesia de la Caícopatria; este último lucía ya sobre el pecho el medallón con el Niño. Otro icono orante sería el llamado de Jerusalén, traído de la Ciudad Santa. Creíase autógrafo, o pintado por la propia Virgen María.

⇦ Moneda de oro con la efigie del emperador Constantino IX. Durante el . gobierno de Constantino IX Monómaco se produjo uno de los hechos más trascendentales de la humanidad, la separación definitiva de las iglesias de Occidente y Oriente. En esta moneda, el emperador aparece representado como la figura de Cristo.



Estas Madonas bizantinas orando no encontraron simpatía en Occidente. Pero otra de pie, la Hodigitria, es la figura que sirvió de modelo a todas las estatuas occidentales de María llevando al Hijo en brazos. La Hodigitria era el icono de la iglesia de Odegón, la capilla de los guías o carteros. Allí acudían éstos antes de partir con su saco de cartas a las lejanas provincias del Imperio y, a veces, hasta los reinos semibárbaros del Norte o del Oeste.

La Hodigitria hace la acción de mover un pie para marchar como los guías. Lleva el mensaje, que es Cristo, y éste, niño aún, ya lleva la carta, el rótulo que contiene la nueva Ley. Es natural que los guías esparcieran en sus viajes la devoción a su icono con preferencia a los demás. Así, aparece la Hodigitria en Occidente, en el Rin y también en Italia, antes que las otras imágenes de María. Sólo que Occidente no comprendió el sentido teológico de aquella madre mensajera. La coronó como a una reina, y al Niño le hizo llevar una manzana, una paloma, una flor…, todo menos la carta del Evangelio.

Otro icono de María, que se reprodujo innumerables veces, es una figura de Madre sentada en un trono de marfil con el Hijo llevando aún el rótulo. Dos ángeles la admiran desde lo alto, casi sin osar acercarse. El lector debe imaginarse la majestad de aquella grave y noble señora, pintada en la tabla con fondo de oro.

Coronación de Romanos y Eudoxia (Bibliotheque National, París). Este marfil conmemorativo fue realizado a mediados del siglo XII. Se trata sin duda de una obra de la época más brillante del arte cortesano bizantino; su factura se aproxima al Tríptico de Harbaville.

La Virgen aparece en una de las composiciones más singulares de la liturgia bizantina, la llamada Deesis, donde el Salvador, crucificado, escucha los ruegos de María y de Juan el Discípulo antes de expirar. La plegaria de María y Juan el Precursor tiene ya otro carácter que la Deesis, porque ocurre en la Gloria. Jesús está de pie o sentado como emperador en una cátedra de marfil, y María y Juan extienden las manos para interceder por la humanidad ya redimida, pero contumaz, sin arrepentirse. El Bautista se halla a la diestra de Cristo, María al otro lado; y el Señor les escucha, accediendo con un gesto de bendición.


Las figuras de los Apóstoles en altarcitos y marfiles son las bien establecidas por la iconografía bizantina y siempre en el mismo orden: Pedro en el centro, a su derecha Juan y Santiago, y a su izquierda Pablo y Andrés. Las hojas laterales muestran a cuatro santos caballeros y también a cuatro confesores, tal como se los encuentra en los mosaicos; el bello y noble repertorio del arte de Bizancio, al repetirse, difícilmente podía caer en la vulgaridad. En el reverso se continúa la procesión de los santos ermitaños y doctores. En el centro, la cruz florida adorada por las estrellas y reverenciada por dos cipreses. Es el símbolo de Jesús-Nika, o triunfante. El icono del Precursor o Bautista, como el primero de los santos de la Iglesia bizantina, se veneraba en San Juan en la Piedra, de Constantinopla. Iba vestido como el Patriarca, pero con ropajes de piel. El del Cristo, que protegía la entrada del Palacio Sagrado, la figura más odiada de los iconoclastas, era un busto del Salvador barbado.

Cofre rectangular (Museo del Bargello. Florencia). Fechado en el siglo x, separa las figuras con bandas de rosetas de perfecto orden geométrico. La mayoría de arcas y cofres bizantinos se decoraron con temas clásicos, unas veces en forma de frisos que cuentan una historia, otras con figuras ("putti". hipogrifos, etc.) aisladas en recuadros.

La liturgia bizantina relega las santas mujeres a un gineceo celestial que no tiene acceso desde el suelo. María, la Teotokos o Madre de Dios, sintetiza todo lo femenino de la vida religiosa. Después de ella, lo más femenino son los ángeles, andróginas criaturas como los cubicularios y logotetas del Palacio Sagrado, que ejercían de mayordomos y contables, precisamente por su apagada sexualidad.


Algunas placas de marfil o esteatita representan la serie de las Doce Fiestas del año, doce grandes solemnidades espaciadas a lo largo de las cuatro estaciones. Para cada una, la liturgia tenía sus antífonas con música apropiada. El Libro de las Ceremonias ha conservado en detalle el orden de la procesión en cada una de las Doce Fiestas con sus paradas obligatorias, porque ellas eran la ocasión de aproximarse los gremios y grupos políticos al emperador a fin de entregarle el tomo de peticiones.

Todo en Bizancio, incluso en su época de mayor decadencia, se regulaba de acuerdo con unos principios de jerarquía cristiana. El emperador era el agente del Altísimo en la Tierra, y el Pantocrátor o Todopoderoso era el basileo, o emperador de los Cielos. Entre ambos debía haber la correspondencia y relación de un monarca y su regente o virrey. Por esto, a menudo encontramos figurados al basileo y a la basilisa con el mismo Jesús descendido para coronarlos. Bizancio tomó en serio el cristianismo, aunque desfigurado por su teología y sofocado por su liturgia. Pero no cayó en la confusa e hipócrita doblez de los reyes occidentales, los cuales continuaron llamándose catolicisimos y cristianísimos en la época barroca. El barroquismo en Bizancio, si es posible dar este calificativo a los tres últimos siglos de su arte y civilización, fue todavía sinceramente cristiano.

Apolo y Dafne, bajorrelieve de marfil (Museo Nacional de Ravena). Los temas mitológicos eran frecuentes en las obras de marfil del arte bizantino y estaban tratados con especial delicadeza no obstante la ingenuidad formal.

No se debe creer que, a pesar de su piedad regularizada, la vida bizantina se redujera a procesiones, conspiraciones, deposiciones y coronaciones de muñecos purpurados. Leíanse aún los antiguos autores griegos, y se continuaron representando tragedias griegas muy entrada la Edad Media. Sobre todo, el hipódromo proporcionaba espectáculos de mimos, acróbatas, danzantes, cuyas farsas y difíciles ejercicios se admiraban como puede admirarlos cualquier público moderno. Algo de esto se percibe en algunos objetos bizantinos de carácter laico. Se han conservado recuerdos de los juegos del circo en una serie de cajas de marfil con orlas de rosetas y recuadros con figuras. Allí, a veces, se ven bufones, o atletas, o ágiles saltarines pasándose unos a otros antorchas encendidas. Mezclados con éstos, hay temas bíblicos, pero son de asuntos históricos del Antiguo Testamento; parece como si en estos cofrecillos se hiciera un esfuerzo para evitar la obsesión religiosa.

Es triste tener que terminar este capítulo sin haber podido mentar el nombre de un solo artista. Algunos firman miniaturas, otros son recordados como autores de las grandes obras del palacio o decoradores de las últimas iglesias bizantinas. Pero son nombres completamente vacíos, sin la arrogancia que debería caracterizar sus personalidades de grandes creadores cuyas obras llegaron a influir hasta en Occidente.

En la pintura no podemos distinguir los estilos tan puntualmente como en la arquitectura. Sólo hemos podido hacer una ordenación preliminar para establecer la edad de los iconos y las miniaturas. Hasta hay diversidad de opinión sobre la época en que se pintaron algunos de los iconos conservados en los museos, no debida a una monotonía del arte de Bizancio, sino a la escasez de información por la poca abundancia de iconos.

Se ha estado considerando al arte de Bizancio como otro arte europeo y admirándolo más por lo que tiene de clásico que por lo que tiene de asiático; cuando, en realidad, el espíritu bizantino es más oriental que occidental. Por esta causa fueron los críticos eslavos, rusos, los primeros bizantinistas, y puede decirse que hasta los latinos y nórdicos que se han ocupado en el arte de Bizancio han tenido que empezar por orientalizarse para apreciarlo con entera justicia y exacta comprensión.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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