Con el nombre de arte románico se
comprende toda la producción artística de los países de Europa occidental
durante los siglos XI y XII, después de superada ya la etapa subsiguiente a la
época de las invasiones bárbaras y después del período carolingio, que viene a
ser el precedente inmediato de este nuevo estilo de arte. Las técnicas de la
construcción se han perfeccionado notablemente y han sido universalmente
asimiladas. Hay un nuevo interés, entonces, por la antigua decoración clásica
que contribuyó a dotar de unidad a los estilos. Casi fue como un resplandor del
mundo antiguo. El nombre de arte románico hace referencia a lo que estas nuevas
escuelas occidentales tomaron precisamente del viejo arte de Roma; pero es una
designación nueva, y arbitraria, derivada del interés que despertó en el siglo
pasado, entre los filólogos, el fenómeno de la formación de las lenguas
neolatinas.
Virgen (Museu d'Art de Ca-
talunya, Barcelona). Talla
románica del siglo XIII pro-
cedente de Angoustrine.
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Y por ello, así como a las
lenguas vulgares que se formaron en las naciones de Occidente, derivadas del
latín, las denominamos lenguas románicas o
romances, así también a las formas
artísticas de este período de la Edad Media, en que los recuerdos de Roma aún perduran,
se las ha llamado arte románico… Es curioso observar que así como al formarse
las lenguas neolatinas no se originaron por corrupción o evolución del latín
literario, sino del latín vulgar, así también, en el arte románico, no se
renovaron las formas sobre la base de los procedimientos y estilos del arte
imperial de Roma, sino sobre las formas que podríamos llamar dialectales de la construcción, usadas
en las provincias, y que eran a veces distintas de las de la capital. Un
elemento había de pesar, sin embargo, en los orígenes del arte románico, y éste
era el prestigio del esfuerzo artístico y cultural del período carolingio, que
aquí y allá discierne, a veces, en las primeras construcciones románicas.
El área de extensión del arte
románico es la misma que tenía el imperio de Occidente: Italia (aunque muy
sujeta en gran parte, por este tiempo, a las influencias bizantinas); la Galia,
sobre todo Provenza, la Provincia por
excelencia, con la Marca Hispánica y las regiones españolas que pronto dejó
libres el primer impulso de la Reconquista, la Germania del Rin y parte de la Britannia, aun cuando esta última se
hallaba demasiado impregnada del elemento celta para poder participar con
entera plenitud en aquella corriente universal.
Cronológicamente podemos fijar en
el año 1000 el comienzo de la época románica, que dura hasta la expansión del
arte ojival francés, adoptado por toda Europa a principios del siglo XIII.
Antes del año 1000 predominaron en las naciones occidentales las ideas
germánicas, y por esto sería del todo impropio llamar románico a este período.
La sociedad de la corte de Carlomagno, con sus monjes sajones e irlandeses, sus
escuelas y academias de estudios, sus trabajos sobre la Biblia y los libros de
los Santos Padres, era en el fondo una corte bárbara, aunque pronto procuró
adaptarse a la sensibilidad latina. Así, el período carolingio llega, pues,
hasta el año 1000, y a partir de entonces la época románica empieza
verdaderamente.
Después del citado año, quizá
porque la vida monástica se desarrolló con más madurez en Occidente, parece que
se experimentó un verdadero furor constructivo, y así, en poco tiempo, Italia y
la antigua Galia, con las provincias renanas, se cubrieron de nuevos
monumentos. Los edificios romanos que cubrían el suelo de las provincias del
Imperio proporcionaron a los arquitectos románicos muchos de los procedimientos
de su arte. En algunas provincias en que abundaba la piedra, los romanos habían
fabricado bóvedas aparejadas, y éstas fueron las que se imitaron, más bien que
las habituales obras de ladrillo y hormigón revestidas de estucos, que
requerían grandes cimbras.
La forma de las bóvedas es, por
lo común, de medio punto o de cañón seguido, pero llevan a menudo unos arcos de
refuerzo, que se llaman arcos torales
y forman como las costillas del gran cilindro de piedra que cubre el edificio.
Estas costillas, o arcos de refuerzo, características de la construcción
romana, ya las encontramos en el Ninfeo de Nimes, el anfiteatro de Arles y
sobre todo en edificios romanos de Oriente, cubiertos también con bóvedas.
No fue sólo la solución de cañón
seguido con los arcos torales la única que emplearon los arquitectos de este
período; también utilizaron la bóveda por arista y la cúpula. Cuando una
iglesia tenía tres naves, a veces la central se cubría con bóveda cilíndrica de
cañón y las otras dos laterales, con bóvedas por arista, o bóvedas de cuarto de
círculo, que contrarrestaban su empuje. La cúpula se levantaba en el mismo
crucero, o sea la intersección de la nave longitudinal con la nave transversal
o transepto, que atraviesa a aquélla formando cruz. Para estos tramos de
encuentro de dos cañones seguidos, los arquitectos romanos emplearon muy a
menudo la bóveda por arista, mas los constructores románicos prefirieron la
cúpula; una cúpula tosca de piedra, a veces peraltada, que se manifestaba al
exterior en forma de torre o cimborrio colocado en el centro de la iglesia.
Sólo excepcionalmente algunas cúpulas románicas de Francia y España se
presentan extradosadas, con su forma esférica u octogonal.
La mayor parte de los edificios
que se conservan de esta época son iglesias. Tienen una planta bastante fija
que recuerda la de las antiguas basílicas con tres naves longitudinales y una
sola nave transversal.
Las naves longitudinales se
continúan a veces más allá del crucero, por detrás del ábside mayor, formando
la girola o deambulatorio donde se abren también capillas. La girola es más
frecuente en los monumentos de la última época del período, que construyeron
los monjes de Cluny, pero se ensayó también su construcción en edificios
anteriores.
El poco respeto o la ignorancia
de las proporciones de los órdenes antiguos dio gran libertad a los
constructores; no tuvieron que sujetarse a medidas determinadas para las
columnas y pilares, y las iglesias se levantan sin más límites en su altura que
los que exige la estabilidad del edificio. Cuando se emplean aún columnas
cilindricas o poligonales, están talladas en sillares pequeños, como todo el
resto de la construcción, a diferencia de los edificios que construyeron los
pueblos bárbaros en los tiempos anteriores, para los cuales se utilizaban
fustes de una sola pieza, muchas veces arrancados de los edificios romanos. Los
capiteles románicos son variadísimos; el tipo más sencillo es el del mismo cubo
de piedra, un poco redondeado en su parte inferior para enlazar con la sección
circular de la columna o pilastra.
El
⇨ Catedral de Saint-Pierre de Angulema, en Charente. El río Charente "el arroyo más bello del reino", según el rey Francisco 1, pasa al pie de un promontorio rocoso sobre el cual está la ciudad de Angulema. Al final de un laberinto de calles serpenteantes se alza la catedral (siglo XII), de la cual se reproduce aquí la fachada oeste. También en este frente hay una multitud de esculturas que representan a diferentes santos.
Pero, por lo común, estos
capiteles están decorados con hojas, que son una transformación de las de los
capiteles corintios, o con entrelazados, que son recuerdo de los temas
geométricos del arte prerrománico irlandés y de su difusión durante el período
carolingio, o en otras regiones son un reflejo de influencia musulmana. Otros
motivos favoritos de los escultores románicos de capiteles son las figuras de
animales estilizados: leones, pavos, grifos, introducidos por la observación de
las telas, marfiles y armas importados de Oriente. Hay, por fin, en los
capiteles románicos, series de representaciones del Antiguo y Nuevo Testamento,
de las labores del campo, de las artes e industrias, temas que constituyen una
verdadera enciclopedia plástica de la vida medieval.
La basa de la columna acostumbra
ser una simple imitación de la basa ática antigua, pero es muy común que en los
ángulos, entre las molduras circulares y el plinto cuadrado, haya motivos de
escultura, como pequeñas hojas o animales estilizados. Este recurso ornamental
para enlazar el círculo con el cuadrado estaba ya en uso en la antigüedad
clásica, como se puede ver en las columnas romanas de Pozzuoli y en el foro de
Pompeya.
⇨ Catedral de Saint-Etienne de Cahors, en Lot. Aspecto de la fachada sur y las cúpulas sobre la nave, elementos que caracterizan a los templos de Aquitania y Périgord y que pertenecen a la escuela de Auvernia.
Los arquitrabes desaparecen
generalmente en las construcciones románicas. Por lo común, encima del capitel
o en el arranque de la bóveda corre una simple moldura o ábaco, a veces
decorado con figuras y relieves vegetales. Al exterior, fajas de molduras
elementales terminan el muro del edificio; frecuentemente hay en lo alto
arcuaciones ciegas que sostienen ménsulas que rematan las paredes de la
fachada. Así se forma una zona horizontal de ornamentación arquitectónica sobre
la que se apoyan las primeras tejas de la cubierta. Los contrafuertes de las
bóvedas son principalmente interiores, formando pilastras que sirven de apoyo a
los arcos torales, pero a veces en las fachadas se acusan también las costillas
de la bóveda de la nave con contrafuertes poco desarrollados. Muchas de las
iglesias románicas son monacales, y como los monjes entraban en el coro de la
iglesia desde el convento, esto hace que las fachadas tengan poca importancia.
Contrasta su austeridad monástica con el valor extraordinario que adquieren más
tarde las fachadas en las catedrales góticas episcopales, enriquecidas con
portales animados por multitud de estatuas y relieves.
La iluminación de las iglesias
románicas es muy variada. Algunas, las que tienen la nave central más alta que
las dos laterales, se iluminan, como las basílicas antiguas, por ventanas que
se abren en el espacio libre del muro, entre las alturas de las naves; otras
reciben la luz sólo por la torre central del crucero y por el rosetón circular
de la fachada. Muchas de estas iglesias están orientadas como las primitivas
basílicas cristianas; si es posible, se conserva la tradición de construir las
naves de las iglesias en sentido de Este a Oeste. El claustro suele estar
adosado a la pared del Mediodía, para evitar que en invierno caiga bajo la
sombra de la iglesia.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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