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Artistas de la A a la Z

Los estilos decorativos y pictóricos


Hay que volver de nuevo de la evolución de los estilos en la decoración monumental, en la cual fueron maestros incomparables los artistas romanos. En él cuerpo inferior del Ara Pacis las hojas de acanto llenaban una pared y se descomponían en una agradable variedad de hojas de relieve y de fondo plano. La conquista de este fondo y su completa desaparición más tarde, lleno absolutamente por el relieve, son obra del arte romano y lo que constituye uno de los síntomas de la evolución de su estilo.

Sin embargo, los diversos sistemas de interpretar la escultura no guardan siempre un riguroso orden cronológico. El águila enclavada en el arquitrabe de la iglesia de los Santos Apóstoles, todavía dispuesta sobre un vasto fondo blanco en el que su gran corona marca una sombra violenta, procede del Foro Trajano. Poco a poco, las hojas finas de bajo relieve se aplanan en el campo, mientras algunos elementos de bulto proyectan sombras fuertes, como en el finísimo pilar de las rosas, de la tumba de los Hate-rii, de la época de Adriano. Es el mismo estilo ilusionista de los relieves históricos aplicado a la decoración; el efecto de la perspectiva, obtenido por la combinación de las dos clases de relieves, es el mismo ya explicado para las composiciones del arco de Tito.




Relieve de la iglesia de los Santos Apóstoles en Roma. En este relieve procedente del Foro Trajano, el águila situada en el centro de una corona de laurel recoge la intención del artista por fijar los contrastes de luces y sombras que confieren al ave una cierta violencia amenazante.

⇦ Pilastra de las rosas (Museo Vaticano de Roma). Bellísima obra que formaba parte del Sepulcro de los Haterii (Museo Lateranense de Roma). Es uno de los últimos estertores de la escuela neoática. El doble juego de volúmenes -alto y bajo relieve- producen una sensación de armoniosa profundidad, entroncada con el helenismo. Detalle de un sarcófago romano que muestra a Prometeo creando hombres (Museo Arqueológico 
Nacional de Roma). El relieve constituye una obra maestra de exaltación del movimiento. 




Pronto estas decoraciones del fondo aumentan en importancia, y va desapareciendo la parte lisa; el claroscuro está casi igualmente repartido, como en el bellísimo relieve del Foro Trajano, hoy en el Museo Lateranense, con dos genios alados que vierten el agua de un jarro y un vaso decorativo en el centro. Así son también los frisos del templo del Sol en el Quirinal, de la época de Adriano, y, acentuándose esta tendencia cada vez más, los acantos, más gruesos y abundantes, acaban por llenar el fondo por completo. El aspecto del relieve vuelve a ser el de un plano claro, porque toda la decoración ha venido a formar una nueva superficie más alta; ya no hay apenas contraste de luz y sombra.

Esto obliga entonces a dibujar de nuevo el tema decorativo con huecos profundos, recortando las hojas con trépano, como en el precioso friso de la viña, del Museo Lateranense, que debe de ser obra de los últimos años del siglo II. El efecto que en el relieve augústeo se conseguía con el claro del fondo, que rodeaba de blanco luminoso las hojas en relieve, ahora se obtiene con el negro del fondo, que recorta el contorno de las hojas que llenan casi todo el plano de la decoración. Este método será adoptado por el arte cristiano y el bizantino; en Oriente, sobre todo, se empleó con preferencia.


Detalle de un sarcófago romano que muestra a Prometeo creando hombres (Museo Arqueológico Nacional de Roma). El relieve constituye una obra maestra de exaltación del movimiento. 


Allí, con su luz intensa, las sombras eran tan negras, que el relieve tenía que marcarse con estos fondos tan recortados para que la sombra de una parte no pudiera desfigurar otros dibujos del propio relieve. Así lo que perdía el arte romano de vida y de naturalismo, lo ganaba en impresionismo primero, y en riqueza y estilización después. Estos cambios tan profundos del gusto y de la técnica han tratado de explicarse por la intervención en Roma de elementos orientales.

Así, el arte romano no se estaciona ni cae en la vulgaridad. El progreso es general en todas las artes y tiende hacia la misma dirección: el impresionismo. Los relieves acentúan la perspectiva aérea y se convierten en superficies llenas de manchas de luz y sombra fuertes que dan al conjunto un aspecto de taracea o de tapiz. Un buen ejemplo es el sarcófago de la batalla contra los bárbaros. En él, la perspectiva aérea permite ver escenas que suceden en distintos planos cada vez más alejados del punto de observación. Los frescos y ornamentaciones, en lugar de ser principalmente dibujados por contornos, son, cada vez más, un conjunto de manchas de color ingeniosamente combinadas para producir su efecto a distancia. En la pintura, además, encontramos el mismo estilo continuado, de representaciones unas al lado de las otras, las cuales describen cronológicamente una acción, como en la columna Trajana. Esta convención o libertad es de extraordinanas consecuencias en la Historia del Arte, porque en la Edad Media las representaciones cristianas podrán acumularse en un mismo cuadro ilustrando, no un momento de la acción, sino toda una historia.



Medallón en un bajorrelieve romano de un sarcófago (Museo Ostiense, Ostia), que representa a un matrimonio protegido por dos querubines. 


Como ocurre siempre en los períodos de las mal llamadas decadencias, lo que declina o se retrasa viene compensado por lo que se prospera en otras direcciones. La belleza no permite cantidad, no hay disminución ni aumento de ella al evolucionar los estilos. El arte romano del apogeo político imperial, que puede considerarse abarca la época de los emperadores Trajano y Adriano, Antonino y Marco Aurelio y casi comprende un siglo, carece de la simplicidad de la estética griega, pero en cambio ha progresado en el sentido de la capacidad de representación, consiguiendo no sólo efectos plásticos de movimiento en el plano del cuadro, sino también en términos lejanos con perspectiva y ambiente. Es un efecto pictórico para la escultura; a su vez, la pintura consigue efectos atmosféricos.

Esta desviación de la materia estética hacia lo inmaterial puede también atribuirse a la tendencia filosófica predominante en Roma en el siglo II. El epicureismo científico de la época de los Julios ha sido sustituido por el estoicismo moralizador de los Antoninos. No interesa conocer cómo son las cosas del mundo sensible, sino saber cómo debemos conducirnos para vivir entre ellas. La conducta priva sobre el conocimiento. El efecto práctico, que en arte quiere decir plástico, tiene más importancia que la realidad. Por esto no se insiste en la silueta, en el contorno de la imagen, sino en el efecto que producirán luz y sombra.




Cupido en un bajorrelieve de mármol de un sarcófago (Museo Vaticano de Roma). El diosecillo recogiendo uvas y la ligereza del trépano conjugan el tema y la técnica para exaltar el aspecto gozoso de la vida.  



Bodegón con pájaro (de Herculano, Museo Arqueológico de Nápoles). Las naturalezas muertas del cuarto estilo están pintadas con un realismo palpitante, puesto que a menudo representan los dones que aporta el huésped. Los objetos, como la jarra, aparecen dispuestos con simplicidad, alineados en la propia mesa o en los repositoria, antigua versión del repostero.  


El predominio de la mentalidad estoica se puede reconocer también en los asuntos. En la decoración, en lugar de tridentes, conchas marinas y delfines aludiendo al agua, encontramos grifos refiriéndose al fuego, elemento activador según los estoicos. El acanto ha perdido importancia en beneficio de la viña. En los frisos del templo de Antonino y Faustina, dedicado por Marco Aurelio, los grifos alternan con candelabros para la antorcha divina. Los angelotes del relieve del Foro Trajano vierten algo que parece fuego líquido. En otros lugares encontramos la cuchilla del sacrificador y la pátera para la sangre, porque ésta es la prueba de la presencia del elemento divino en los lugares donde la vida está en su plenitud.


En las obras literarias son perceptibles tendencias semejantes, bien características de la época de que estamos tratando. A las epopeyas del período histórico anterior (que atienden no sólo a la exposición de temas grandiosos, sino a la perfección formal), como los poemas debidos a Virgilio y el compuesto por Lucano, han sucedido principalmente, en ese período, colecciones de breves poesías epigramáticas, cuya intención no es siempre meramente anecdótica o satírica; ello se comprueba en los epigramas escritos en Roma (y para la alta sociedad romana) por un hispano natural de Bílbilis, o sea Calatayud, Marcial, que escribía todavía en los lúgubres años de la tiranía de Domiciano, pero cuyos amigos eran principalmente personaje representativos de la época inmediatamente posterior. 

Cesto con frutas, naturaleza muerta procedente de la región del Vesubio (Museo Arqueológico de Nápoles). Bello ejemplo del uso de las manchas de color que confieren un vívido realismo al fresco. 


Aquiles descubre a Ulises entre las hermanas de Lykomedes en Skyrism, fresco procedente de Pompeya (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles). 

En el género epistolar, bajo el clásico ropaje de un estilo buscadamente ciceroniano, Plinio el Joven representa de un modo muy patente la difusión alcanzada por las ideas propias del estoicismo entre los aristócratas romanos, que, tras Nerón y Domiciano, creyeron ver encarnadas aquellas doctrinas, para su feliz aplicación al bien público, en la persona del emperador Trajano; en tanto que al esfuerzo literario, planeado con altas miras estatales, de la Historia de Roma de Tito Livio, corresponden ahora obras asimismo tendenciosas por su ideología ·su finalidad política, tales como los Anales de Tácito, o las Vidas de los Césares anteriores a Trajano que escribió, muy intencionadamente por cierto, Suetonio. 

Arte y literatura han de servir, además, a partir de esta época, para una gran multitud de gentes e muy variadas razas, que se han acogido dentro de las fronteras del Imperio. Esas gentes no sólo reciben el influjo de la civilización romana, unitaria, sino que insuflan casi siempre a esta civilización go de sus peculiaridades raciales, como sucede  con el africano Apuleyo, el autor del Asno de Oro, en cuya mentalidad participan (con un pesimismo muy de su época) el platonismo, el culto isíaco y los Misterios. 


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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