Punto al Arte: El arte románico catalán

El arte románico catalán

Construcción y decoración diferían de lo que hemos visto hasta ahora, en los primeros edificios religiosos importantes que se erigieron en Cataluña tras las primeras campañas de reconquista iniciadas por el Imperio carolingio, a fines del siglo VIII.

Girona había sido liberada por Ludovico Pío en 785, quien en el año 801 se apoderaba de Barcelona. Después de expulsados los musulmanes, hubo una verdadera fiebre de reconstrucción desde el Pirineo al Llobregat. Esta primera etapa constructiva se renovó después, en el siglo XI.



⇦ Monasterio de Sant Pere de Roda, en Girona (Cataluña). Vista de conjunto que permite apreciar la soberbia obra de sillería de este monasterio. Cuando fue consagrado en 1 022 presentaba ya este imponente aspecto. Se ha visto en él un primer estilo catalán influido por el arte carolingio y el mozárabe. Fue abandonado en 1794, quedando a merced de los expolias y el deterioro.



En el IX hallamos en la Marca un arte que nada conserva de lo visigótico, y se puede calificar como de carolingio rezagado. De la época de Ludovico Pío quedan solamente algunos restos en los edificios anteriores que se restauraron, en el conjunto de iglesias llamadas “románicas” de Terrassa, y lo que ha logrado preservarse de la iglesia votiva fundada por el monarca franco en Barcelona, y que fue después la del monasterio de Sant Pere de les Puelles. Hay también un resto, a modo de solarium (la Porta Ferrada), en Sant Feliu de Guíxols. Todos son monumentos de tipo carolingio, que no tienen de hispánico, si acaso, más que la rudeza inherente a lo que era una región fronteriza del Imperio.

En los siglos siguientes, hasta alrededor del año 1000, perdura la influencia carolingia, aunque alterada por la sorprendente infiltración del arte mozárabe, muy perceptible.

La mezcla de tradición carolingia e influencia mozárabe es visible en la gran basílica abovedada de Sant Pere de Roda, edificada junto a la costa norte de Cataluña, cerca de Port de la Selva. Es un edificio de tres ábsides, de planta cruciforme, con ábside mayor de trazado parabólico y deambulatorio a modo de girola. El templo fue consagrado en 1022, y su elevadísima bóveda de cañón, construida sobre arcos perpiaños, se apoya en cuatro pares de gruesos pilares que se yerguen sobre alta base cuadrada de noble aspecto, y contrarrestan dos estrechas naves laterales, con bóvedas de cuarto de cañón. El arco toral del ábside del centro es ligeramente pasado y lo sostienen dos altas columnas exentas. La estructura es muy hermosa en su regularidad, y es evidentemente la que tuvo desde su origen el templo, ya casi terminado cuando se le consagró. Más adelante se hará referencia a la portada que tuvo Sant Pere de Roda.

Iglesia de Sant Climent de Taüll, en Lleida (Cataluña). Consagrada en 1123, acusa la influencia lombarda que da, precisamente, unidad al románico catalán. La imagen permite observar la sencillez y claridad de su estructura: las tres naves culminan en tres ábsides y contrastan con la verticalidad del campanario. Sus pinturas murales, actualmente en el Museu Nacional d'Art de Catalunya, son célebres en el arte románico. 

Al empezar la época románica, esto es, del año 1000 en adelante, el país catalán se desentiende de todo lo que podía conservar de tradición carolingia, y lo mozárabe se va relegando a los distritos rurales, quedando sólo algunas reminiscencias en los valles del Pirineo. Toda la vida catalana medieval, especialmente en el siglo XI, está orientada hacia Italia: un conde de Barcelona fleta una armada pisana para conquistar o saquear Menorca; los príncipes y los eclesiásticos van a Roma y visitan Montecassino, donde estaba el sepulcro de San Benito, de preferencia a Santiago. Así, mientras en los reinos de León y Castilla se notan los efectos de un intercambio cultural con la Francia románica, en el levante de la Península el intercambio se realiza con Italia. Las obras importantes ejecutadas en el país catalán después del año 1000 tienen las características del estilo que ha sido llamado lombardo: paredes lisas, subdivididas por pilastras de refuerzo poco salientes, decoración de arquitos ciegos y puertas con molduras.

La influencia lombarda es casi inexistente en el resto de la Península (La Anunada, en Limeña, provincia de Valladolid, es una excepción). En cambio, es un estilo que properó en una extensa zona de Europa, especialmente en Lombardía y Piamonte, lo que hoy es el cantón suizo del Tesino y la cuenca baja del Ródano.

⇦ Monasterio benedictino de Sant Pere de Galligants, en la ciudad de Girona. Pertenece a una fase evolucionada del arte románico catalán, aunque su planteamiento arquitectó­nico contiene elementos que denotan el fuerte arraigo de las tradiciones lombardas en Cataluña, tales como la torre de campanas ochavada, que se levanta sobre uno de los brazos del crucero. La construcción de la iglesia se inició alrededor de 1130 y el famoso claustro de este monasterio, muy relacionado con el de la catedral de Girona, corresponde ya a la segunda mitad del siglo XII.



En los templos de esta variante del románico, que sólo en los casos de importancia adoptan la forma basilical (catedral de la Seu d'Urgell, Santa Maria de Besará, iglesia del castillo de Cardona, Sant Jaume de Frontanyá, etc.), los muros son construidos con piedra labrada de pequeñas dimensiones; las paredes son lisas, subdivididas por pilastras de refuerzo poco salientes (bandas lombardas). La decoración exterior consiste en listeles dentados y arquerías ciegas, de las que, con regularidad, penden aquellas lisas bandas verticales que se dirigen a la base del edificio; las puertas, robustamente molduradas, carecen de adorno esculpido. Es un estilo elegante en su sólida sencillez y que fue difundido gracias a equipos de constructores y canteros trashumantes (los lombardi que se hallan citados en varios documentos), que trabajan a sueldo, según contrato.


Claustro de la catedral de la Seu d'Urgell. Situado al sur de la catedral y de planta rectangular, el claustro conserva tres galerías originales constituidas por hileras de columnas y pilares en las esquinas. Los capiteles, esculpidos en granito, son bastante toscos. El conjunto se parece al románico del Rosellón o de Cerdeña.

Probablemente estos maestros no llevaban artistas para esculpir. Quizás, a lo sumo, les acompañó un pintor decorador, por la asociación, a todas luces indudable, que este estilo ofrece con la decoración interna por la técnica de la pintura mural, según se ha demostrado.


Eran habilísimos constructores de claustros y campanarios. Estos y aquéllos podrían creerse trasplantados desde Italia septentrional o desde el sur de Suiza, tal cual son. A veces, en las iglesias de las zonas montañosas los campanarios son cilindricos o bien prismas altísimos, de esbeltísima delgadez; en cambio, en los cenobios importantes el campanario toma el aspecto de robusta torre cuadrada y almenada, como si fuese la de una fortaleza, con sus pares superpuestos de huecos cilindrados y generalmente ajimezados. Pueden ser torres exentas, aunque de ordinario conjugan con la planta del edificio, y aún las hay (como en Sant Pong de Corbera, Barcelona) que coronan el cimborrio.

Claustro del monasterio de Sant Pau del Camp, en la ciudad de Barcelona. El pequeño claustro, que data del siglo XIII, tiene cuatro entradas terminadas con arcos trilobulados. Las columnas de apoyo de los arcos son geminadas y sus capiteles están decorados con motivos animales y vegetales. El conjunto es uno de los edificios romá­ nicos mejor conservados de la ciudad.

En los claustros hay columnas pareadas y arcadas cuya serie interrumpen, algunas veces, macizos pilares. Las arcadas son semicirculares y poco molduradas. Como rareza, son trilobuladas las del monasterio de Sant Pau del Camp, en Barcelona. Son, pues, claustros idénticos a los de Lombardía y Provenza.



La actividad de esos equipos de edificadores hubo de iniciarse en Cataluña entre el primero y el segundo cuarto del siglo XI, y puede decirse que la pobló entonces de iglesias, cuyas variantes tipológicas se han podido establecer. Pero el estilo arraigó en el país, y de acuerdo con sus módulos siguió construyéndose allí hasta la transición al gótico.

Ya se lleva dicho que es un estilo arquitectónico que no se presta, por su misma naturaleza, al exorno externo. Son muy escasas, por ejemplo, las portadas esculpidas. La regla general fue que la importancia que se pretendía dar a la portada era basada en sus cualidades lineales. En la portada de Porqueres (provincia de Girona), se encuentra, sin duda, el ejemplar que muestra de un modo más evidente la significación de esa estética que ambiciona basar de modo exclusivo el ideal de su belleza en la pureza de las líneas.

Iglesia de Santa Maria de Porqueres, en Girona. La portada tiene un gran interés debido a los arcos de herradura que van mermando su tamaño hacia el interior y están apoyados en capiteles de temática vegetal. La importancia de esta iglesia románica estriba en que no ha sufrido muchas modificaciones.
La famosa portada de la iglesia del que fue cenobio de Santa Maria de Ripoll (la cual está siendo objeto de continuas restauraciones al estar afectada por el llamado cáncer de la piedra) constituye la gran excepción. Mucho se ha discutido acerca de su cronología; hoy se la suele considerar del primer cuarto del siglo XII. Pero su aspecto es muy arcaico. 

Es un gran cuerpo o paño de labores escultóricas que se esparcen, en ordenado reparto, a ambos lados del único hueco central, en medio de cuyas columnas laterales se yerguen las estatuas, hoy mutiladas, de San Pedro y San Pablo. La admirable decoración simétrica dispuesta en zonas superpuestas incluye escenas bíblicas, que van acompañadas de leyendas, figuras humanas y de animales reales o fabulosos, así como relieves con representación de los meses del año. Todo se halla actualmente muy estropeado, pero el conjunto sugestiona todavía por su armoniosa belleza. No parece que se deba dudar acerca de haberse inspirado su temática en algún códice salido del famoso scriptorium de ese ilustre monasterio fundado por la primera estirpe condal catalana y gobernado a principios del siglo XI por el abad Oliba, y que tanta significación tuvo para la reconquista espiritual de Cataluña.

Portada del monasterio de Santa Maria de Ripoll, en Girona. El pórtico tiene un carácter monumental por el magnífico trabajo de escultura que enmarca el portal, con multitud de figuras dispuestas en siete franjas, en las que se representan escenas bíblicas, históricas y alegóricas. Entremedio se intercalan motivos florales y diseños geométricos. A ambos lados del portal están las estatuas de San Pedro y San Pablo bastante deterioradas. 

Claustro del monasterio de Santa Maria de Ripoll (Girona). Iniciado en el siglo XII, la nave más próxima a la basílica es la única que se conserva de esa época. mientras que las tres restantes y la galería superior datan del período gótico.   

Todo el saber acumulado en Ripoll durante los siglos IX y X se organizó y completó en tiempo del abad Oliba, hijo de los condes de Besalú. La iglesia abacial de Ripoll había sido reedificada ya dos veces desde la primera obra de Wifredo; la segunda, con una fuerte infiltración de estilo mozárabe. Oliba la reconstruyó con estilo lombardo e hizo una gran basílica de extraordinaria simplicidad constructiva. Pero los temas de las fajas de relieves que cubren el muro de la fachada son los que se encuentran en los manuscritos procedentes del monasterio. Uno de ellos es una Biblia que, después de ser regalada a San Víctor de Marsella, fue al monasterio italiano de Farfa y está hoy en la Biblioteca Vaticana.


⇦ Claustro del monasterio de Sant Miquel de Cuixa, en Conflent. Fundado en 878, es uno de los monumentos del arte prerromá­ nico. En las columnas y arcos del claustro se refleja la influencia mozárabe. Parte del recinto fue desmontado y trasladado a The C!oisters (Nueva York), centro adscrito al Metropolitan Museum. 



Menos clara es la relación que puedan ofrecer las labras escultóricas de Ripoll con las de la escuela de escultores marmolistas que floreció desde el segundo cuarto del siglo XI, y durante el XII, en el Rosellón. Fueron tallistas de admirables capiteles; pero dejaron también portadas y otros elementos escultóricos de señorial y fastuoso estilo. La antigua portada del monasterio de Cuixá (hoy parcialmente reconstruido), los capiteles, de la misma procedencia, muchos de ellos hoy en el museo neoyorkino The Cloisters, la arquería que formó parte del monasterio de Serrabona, son muestras brillantes de esa actividad artística, con la que estuvo quizás en conexión un gran lapicida, anónimo, que trabajó durante la primera mitad del siglo XII y al que se ha llamado Maestro de Cabestany por el tímpano que esculpió para la iglesia de este pueblecito rosellonés. Fue él quien labró, asimismo, la portada que existía en el monasterio de Sant Pere de Roda, de la que queda (con únicamente otros pequeños restos) el magnífico relieve que la debió presidir, pieza que se halla en la actualidad en el Museu Marès, de Barcelona.

Arquería interior de una capilla del monasterio de Serrabona (Rosselló). Obra maestra del románico realizada entre 1130 y 11 51 , en la decoración de los capiteles predominan las figuras de leones y grifos sobre mármol rosa.

Claustro de la catedral de Girona. Tiene planta trapezoidal, forma peculiar debida a que ocupa el espacio existente entre la catedral y la muralla de la ciudad. No se conservan documentos que fijen la fecha de su construcción, pero se supone que es de mediados del siglo XII.

Es posible que aquel anónimo maestro fuese un artista itinerante extranjero. Por otra parte, una verdadera legión de artífices nacionales trabajaron magistralmente la piedra caliza durante la fase de la plenitud del románico, aplicando especialmente su actividad a la labra de capiteles para claustros en un lenguaje escultórico de mucha personalidad. Aparte lo que pertenece a los claustros de más primario carácter (como el de San Benito de Bages) o de la parte más antigua del de Santa María de l’Estany, debe mencionarse aquí la puerta de mármol que se ha preservado del antiguo templo catedralicio románico barcelonés, ciertas ménsulas de Sant Joan de les Abadesses, y lo esculpido en los claustros de Elna, en el Rosellón, en el del monasterio de Ripoll, o los de la catedral de Girona y Tarragona. Uno de esos artífices -que fueron coetáneos de un gran momento de cultura monacal y del lirismo trobadoresco en Cataluña- se representó, incluso, a sí mismo ocupado en su labor (aunque, tristemente, su figurita aparece hoy decapitada), y firmó su obra en versos rimados latinos; fue Arnau Gatell, autor de los capiteles de otro claustro muy importante, el de Sant Cugat del Valles. De la perduración del estilo, durante el siglo XIII, conviene destacar los adornos esculpidos del interior de la catedral vieja de Lleida y los procedentes del castillo de Camarasa, en el Museo de Barcelona.



Catedral de Tarragona. De planta románica, mpresiona por sus enormes proporciones y su aspecto de fortaleza. En ella se emplearon sillares de las antiguas construcciones romanas y las naves se cerraron con bóvedas góticas. Aquí aparece una parte del claustro, típicamente cisterciense, con tres arcos de medio punto bajo cada arco de descarga apuntado. Las arcuaciones ciegas que sostienen la cornisa y las celosías caladas de los óculos del claustro atestiguan la intervención de escultores moriscos a principios del siglo XIII.  



Capiteles del claustro de Sant Cugat del Valles, en Barcelona. En general tienen forma de tronco de pirámide invertido y un cuidado trabajo de escultor, firmado en uno de ellos con el nombre de Arnau Gatell. El conjunto está formado por 144 capiteles de cuatro tipos: corintios, ornamentales, figurativos e historiados. Aquí se reproduce uno con decoración historiada (izquierda), con la escena de la Epifanía, y otro ornamental (derecha). El primero destaca por su fuerza narrativa: mientras uno de los Magos se arrodilla, el que le sigue señala ilusionado la estrella y el tercero aprisiona celosamente entre sus manos el vaso de la ofrenda.



Reliquia y testimonio de la penetración del arte provenzal en Cataluña es la Virgen del claustro de Solsona. Pocas obras más delicadas ha producido la escultura de todas las épocas y países que aquella estatua que representa la Madre jovencita, con las trenzas largas de cabellos finos, que debían de ser hilos rubios dorados. Para apreciar el contraste basta compararla con una Virgen contemporánea de la región castellana, venida no de Provenza, sino de Auvernia. Mientras la Virgen de Solsona es de piedra, acaso policromada, la Virgen de la Vega (Catedral Vieja de Salamanca) es de bronce dorado y esmaltado al estilo de Limoges. Pero, además, el gesto, la diferente espiritualidad de ambas imágenes, refleja las dos tendencias de interpretación de una misma idea por el arte francoespañol.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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