Merece la pena detenerse unas líneas en la figura de un hombre que resultó de gran importancia para los designios de Occidente. Ludovico Pío fue el único hijo superviviente de Carlomagno, lo que le permitió erigirse emperador de Occidente. Nunca mostró excesivo interés por la vida castrense, que prefirió delegar en sus lugartenientes de confianza. De todos modos, cabe destacar que durante su reinado se consiguieron importantes logros militares, como la conquista de Girona y Barcelona. Más que en ampliar los límites de su imperio, Ludovico Pío o Luis I el Piadoso se concentró en intentar resolver los problemas internos del mismo.
Su gran empeño fue lograr una administración eclesiástica que le sirviera para unificar un vasto imperio que siempre se veía amenazado por disputas internas, pues las revueltas de la aristocracia eran de lo más frecuente, y por los intentos de invasión que llegaban de más allá de las fronteras.
Con la intención de que no hubiera problemas en la continuidad del poder que pudieran poner en peligro la unidad del imperio, quiso establecer antes de su muerte los pasos a seguir para su sucesión. Con ello, consiguió precisamente el efecto contrario al que pretendía. Ludovico Pío tenía tres hijos -Lotario, Pipino y Luis- y decidió otorgar el gobierno de un reino a cada uno de ellos. El problema residía en que ordenó que los dos hijos menores, Pipino y Luis, debían estar subordinados al poder del mayor, Lotario.
Así las cosas, Ludovico consiguió que los conflictos dinásticos se iniciaran antes de su muerte, pues los hijos buscaron apoyos entre la aristocracia con el fin de asegurarse todo el poder tras la muerte del padre. Además, en el año 829 Ludovico tuvo otro hijo, al que dejó en herencia otro estado del imperio, lo que no hizo otra cosa que agravar las tensiones dinásticas.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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