Al noreste del valle de México se levanta la gran Teotihuacán, que muy pronto destaca entre los otros centros ceremoniales mesoamericanos, al erigir entre los siglos II a.C. y II de nuestra era, sus más grandes pirámides, la del Sol y la de la Luna, cuyos majestuosos contornos armonizan con la silueta de las montañas circundantes. Y poco a poco, en torno a las imponentes moles de estas pirámides, se desarrollará una gran ciudad sagrada cuyo esplendor atraerá durante varios siglos a los peregrinos venidos de todas partes de Mesoamérica.
Centro ceremonial de Teotihuacán. Compuesto por la plaza de la pirámide de la Luna, la Calzada de los Muertos y la pirámide del Sol, Teotihuacán es una obra maestra del urbanismo: cada uno de los edificios se integra orgánicamente, a modo de las ramas de un árbol, en la llamada Calzada de los Muertos, auténtica columna vertebral de la ciudad, que mide dos kilómetros de longitud. La pirámide del Sol, al fondo de la imagen, es el mayor y el más antiguo de los edificios, es escalonada y por ella se ascendía a un templo hoy destruido.
Pocas ciudades del mundo antiguo han poseído la cantidad de templos que tuvo Teotihuacán y -fenómeno único entonces en el continente americano- una verdadera ciudad, en toda la acepción de la palabra, se construye alrededor del inmenso centro ceremonial cuyo eje es la amplia Calzada de los Muertos. A lo largo de dos kilómetros, desde la Plaza de la Luna haota la -mal llamada- Ciudadela, se suceden uno tras otro los templos y los grandes complejos ceremoniales, entre los que destaca precisamente la Ciudadela que encierra uno de los edificios más hermosos del antiguo México: el templo de Quetzalcóatl o de las Serpientes Emplumadas, verdadero alarde de talla en piedra, sobre todo si se recuerda que fue realizado sin la ayuda de instrumentos de metal.
La construcción de esta pirámide de Quetzalcóatl -que se remonta hasta el siglo lll de nuestra era- marca en Teotihuacán el principio de un elemento arquitectónico que estaba destinado a influir profundamente en el arte de otros pueblos mesoamericanos. Se trata del llamado "tablero sobre talud", o sea de la peculiar combinación de un "tablero" o cuerpo horizontal saliente -invariablemente recortado por un marco grueso en Teotihuacán- con el plano inclinado o "talud", que constituye el núcleo de la pirámide escalonada. Ambos elementos, aunados a la ancha escalinata central bordeada de alfardas con dados en relieve, se vuelven inseparables de la arquitectura religiosa de esta ciudad, contribuyendo a subrayar la tendencia hacia la horizontalidad que domina durante toda la fase urbana de Teotihuacán.
Piedra del año 3 Tochtli, en el Palacio de Cortés (Cuernavaca). El protector del dra Tochtli (conejo) es Mayahuel, la diosa de Maguey; es un dfa mfstico, asociado con los pasos de la luna, y de autosacrificio, un dfa propicio para comunicarse con la naturaleza y el alcohol y malo para actuar contra otras personas.
Pues si esta asombrosa ciudad se convierte durante algunos siglos en la metrópoli religiosa de Mesoamérica, atrayendo peregrinos venidos desde los confines de la zona maya y de otras áreas, no menos sorprendente es su adelanto urbanístico. En efecto, no sólo se asiste durante este período a la rigurosa planificación del magno centro ceremonial, sino a la canalización de los ríos y arroyos que cruzan por la ciudad (obligando éstos a adaptarse a las necesidades del trazo), y al controlado incremento de las zonas residenciales mediante una cuadrícula bastante regular de calles y avenidas, todas rigurosamente trazadas en ángulo recto y respetando la orientación inicial dada por la pirámide del Sol, cuya fachada principal mira exactamente hacia el Oeste el día en que el Sol pasa por el cenit en esta ciudad. Y si se añade a esto la existencia de grandes depósitos para almacenamiento de agua de lluvia, talleres especializados en la elaboración de ciertos productos, silos, mercados públicos al aire libre (el típico "tianguis" indígena que sigue existiendo hoy), teatros y áreas destinadas al tradicional juego de pelota, conjuntos de edificios administrativos, etc., se podrá constatar como, desde el siglo III de nuestra era, se está por primera vez en el continente americano en presencia de un verdadero contexto urbano.
Grande parece haber sido el asombro de los otros pueblos contemporáneos - incluyendo a los refinados mayas, sin embargo más avanzados en el campo de la astronomía y de las matemáticas, y poseedores de un arte exquisito- cuando llegaban desde sus lejanas tierras para asistir a ceremonias que se llevaban a cabo en Teotihuacán. El espectáculo de la Calzada de los Muertos, bordeada de múltiples santuarios envueltos en espesas nubes de" copal" (el indenso indígena), no tenía paralelo entonces, y sigue asombrando hoy al visitante a pesar de su avanzado estado de destrucción.
⇨ Lápida con un guerrero tolteca (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Fue hallada en Tula y demuestra que, con el paso de una teocracia espiritual a una teocracia militar, el guerrero tolteca vino a sustituir al sacerdote de Teotihuacán. Aunque esta figura humana se circunscribe a un rígido perfil geométrico, la linea es simbólica. Obsérvese el tocado de plumas de quetzal con la efigie de Tláloc, el dios de la lluvia.
Y no es de extrañar que los aztecas, que sólo la conocieron como un impresionante montón de escombros, le hayan asignado en su mitología el nombre de Teotihuacán o "ciudad de los dioses", y la hayan identificado con el lugar donde los dioses se habían reunido para dar origen al "Quinto Sol", el mismo que todavía alumbra a los humanos según las creencias indígenas.
Quizá nunca se sabrá cuál fue el nombre original de esta gran ciudad, tan famosa entre sus contemporáneos que todos adquirían con avidez su cerámica y otros productos, inspirándose en múltiples facetas de su compleja iconografía para la realización de sus propias formas de arte. Sin embargo, las minuciosas exploraciones de las últimas décadas van desvelando poco a poco aspectos muy diversos del esplendor teotihuacano, desde el pórtico ricamente labrado del patio principal del palacio de algún alto prelado hasta las apiñadas viviendas de los barrios más humildes, pasando por la residencia de un rico comerciante o caudillo, o por monasterios o casas destinadas a albergar a los grupos de peregrinos ... Y en todos los sitios donde se explora en profundidad, dentro de los 22,5 kilómetros cuadrados de la ciudad, aparecen restos de las pinturas murales que cubrían prácticamente todos los edificios. Son estas pinturas las que, junto con la cerámica ritual u otras evidencias arqueológicas, hablan más claramente del alma teotihuacana. Pues si no fuera por estos documentos, todo aquel avasallador conjunto de ruinas no sería, a pesar de su sorprendente concepción urbana, sino un gigantesco esqueleto desprovisto de significado humano.
Pirámide del Sol, en Teotihuacán. Contemporánea al nacimiento de Cristo, esta construcción, de unos 65 metros de altura, se halla a 1.220 metros sobre el nivel del mar. Forma parte del centro ceremonial de Teotihuacán y, en primer plano, se puede ver un muro coronado por pequeñas pirámides que constituye la ciudadela.
Pirámide de la Luna, en Teotihuacán. Vista parcial de la pirámide situada al fondo de la Calzada de los Muertos, que es el eje básico de la "ciudad de los dioses", seguramente para darle una perspectiva espectacular a las celebraciones religiosas. El monumento mide 42 metros de altura lo cual, respecto a su extensa base, le confiere un aspecto achatado.
La pintura mural teotihuacana da a conocer aspectos muy variados del pensamiento eminentemente religioso de este pueblo. Todo aquí parece haber sido sometido a un complejo proceso de abstracción en el cual los colores mismos habían adquirido un valor simbólico. Así, el verde no sólo es el color de las largas y hermosas plumas del pájaro "quetzal" o del jade, dos objetos preciosos por excelencia en aquella época, sino que puede relacionarse también con la nueva y tierna vegetación que año tras año cubre la tierra; o con las gotas de lluvia o de rocío, uno de los líquidos más preciados en aquel semiárido altiplano mexicano donde el agua siempre ha sido considerada como una bendición. Y de la misma manera, el rojo es la sangre, otro de los líquidos preciosos ... En este simbolismo altamente esotérico, se suceden escenas de animales mitológicos, procesiones de sacerdotes ricamente ataviados, o benéficas deidades del océano y de la lluvia. Pues directa o indirectamente, todo parece estar asociado al dios del agua y de la lluvia, el lejano antecedente del Tláloc de los aztecas y una de las más antiguas deidades de los pueblos agrícolas de Mesoamérica, probable derivación del numen "hombre-jaguar" olmeca.
Templo de Quetzalcóatl, en Teotihuacán ("lugar donde uno se convierte en dios"). Este templo, el monumento más hermoso de todo Teotihuacán, está adornado por cabezas de serpientes, de fauces abiertas y ojos incrustados de obsidiana, que asoman en el centro de una flor de plumas. La serpiente, símbolo de la tierra, repta en un medio ambiente acuático lleno de conchas y caracoles. La máscara de Tláloc, dios de la lluvia, es una pura abstracción geométrica de prismas y cfrculos.
Palacio de Quetzalpapálotl, en Teotihuacán. Recinto cuyas columnas están decoradas con relieves que representan una deidad en forma de pájaro mariposa (Quetzalpapálotl) y que puede haber sido la residencia del sumo sacerdote de esta ciudad precolombina. Obsérvese la concepción arquitectónica del edificio alrededor de un patio central.
Este dios de la lluvia suele representarse con el rayo o el "cetro de nubes" en la mano, presidiendo la siembra ritual o la cosecha del maíz, o más frecuentemente, derramando gruesas gotas de lluvia, o aun dispensando la abundancia bajo el aspecto de una lluvia de objetos finamente labrados en jade ... Yuno de los mensajes más enternecedores del arte pictórico teotihuacano muestra al dios Tláloc en su paraíso, el Tlalocan, paraíso tropical, signo ideal para aquellos hombres del rudo altiplano mexicano; lugar de cantos, de ingenuos juegos y de deleites acuáticos entre mariposas y libélulas que revolotean, a la orilla de ríos turbulentos bordeados de arbustos de cacao, flores y plantas de maíz. Dulce e infantil paraíso soñado por aquellos hombres que supieron, sin embargo, crear una ciudad a la escala de los dioses.
Fresco con un águila en Teotihuacán. En una pared de las ruinas de la antigua ciudad se halló este fresco que muestra la figura dominante del águila junto a los que parece una entrada cerrada por una reja de lanzas.
La cerámica ritual, con su rica decoración esgrafiada o pintada, viene a complementar en cierta medida la documentación recogida sobre el pensamiento teotihuacano. La forma más característica es la de unas vasijas trípodes de fondo plano, de paredes ligeramente cóncavas y de tapadera cónica. Además, la frecuencia con que aparecen vasijas teotihuacanas en otras regiones de Mesoamérica constituye un elocuente testimonio de las influencias que ejerció al exterior la "ciudad de los dioses".
Uno de los aspectos más depurados del arte teotihuacano es la máscara ritual, en general labrada en piedra y finamente pulimentada. Con su frente cortada, sus orejas casi rectangulares y sus rasgos simplificados y bien recortados, esta máscara parece participar del afán "geometrizante" que caracteriza la arquitectura de aquella ciudad, y constituye un digno representante de la espiritualidad del pueblo teotihuacano.
Almena ornamentada, en Teotihuacán. Decoración perteneciente al templo dedicado a Tláloc de la ciudad ceremonial, el dios del agua y de la lluvia. La imagen de la serpiente emplumada es muy frecuente en el arte mexica.
Pero en el siglo VII de nuestra era, un incendio destruyó parcialmente Teotihuacán, marcando el inicio de un proceso de abandono y la consiguiente decadencia cultural en la que, por espacio de más de dos siglos, habría de caer el valle de México. Nada parece entonces capaz de detener por más tiempo las incursiones de tribus nómadas provenientes del norte del país. Y si todavía continúan sosteniendo cierto nivel cultural otras ciudades del altiplano mexicano -como Cholula, en el valle de Puebla, y Xochicalco en el de Morelos-, empieza a debilitarse aquello que se ha llamado la "Pax Teotihuacana" y que durante varios siglos había logrado mantener en toda Mesoamérica un balance político y cultural en el cual cada región desarrollaba libremente sus propias características y era respetada la autonomía relativa de cada "ciudad-estado". Sin embargo, y a pesar de las oleadas migratorias que empiezan a sucederse a través de algunas regiones, anticipando la desintegración del mundo clásico mesoamericano, otros pueblos como los zapotecas, y sobre todo los mayas, habrán de producir todavía hasta principios del siglo X lo más hermoso de su trayectoria artística.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.