Punto al Arte: La escultura

La escultura

Pero la gloria principal del arte medieval francés, aún más que la arquitectura de sus catedrales, es el arte de la escultura, que desde el período románico había ido progresando lentamente. Los monjes de Cluny dieron el primer impulso, contenido sólo momentáneamente por las predicaciones de. San Bernardo y la regla austera del Cister, tan opuesta al lujo; pero a partir de mediados del siglo XII, la escultura francesa renueva su marcha ascendente y pronto alcanza resultados tan admirables que sólo pueden compararse con los de la escultura griega.

Derrame izquierdo del portal de la catedral de Amiens que todavía acusa el gusto románico por la simetría. Las esculturas son de valor muy desigual y parecen exclusivamente destinadas a rendir homenaje a la radiante majestad del "Beau-Dieu" que desde el parteluz, Evangelio en mano, imparte su bendición. Cuenta la tradición que aquel que le mire siquiera una vez durante el día no podrá morir antes de la media noche, como si su serena severidad otorgara vida eterna. Todo el portal fue realizado en sólo diez años, entre 1225 y 1235. 
Las primeras obras de la escultura gótica francesa, que se podrían llamar arcaicas dentro del estilo, son algunas estatuas de la gran iglesia de Saint-Denis o de Chartres, con ropajes de pliegues rectos y pegados al cuerpo, como los de las figuras primitivas del arte griego. En Chartres, en el espacio de tiempo que media de una puerta a la otra, se ve cómo los escultores, partiendo de estos esfuerzos y tanteos, llegan a la perfección. En Arniens, Reirns y París, las obras de arte más excelsas decoran, con simplicidad conmovedora, las fachadas de sus antiguas catedrales: por ejemplo, la columna o parteluz que divide la puerta de la catedral de Amiens lleva adosada una estatua de Jesucristo, esculpida hacia 1230, llamada en el país le Beau-Dieu d'Amiens, que es una maravilla de la escultura gótica francesa: con su barbilla puntiaguda, cabellos lacios y ojos que se comprende que debían ser azules, es la representación más excelsa de un gentilhombre del norte de Francia, culto y civilizado.

Los piadosos artistas del gótico no buscaban éxitos ni aplausos del público; trabajaban sólo para Dios y para el arte; algunas de sus estatuas están escondidas entre los contrafuertes o colocadas a una altura tan grande que es imposible, para la multitud que circula por debajo de ellas en las calles, verlas y admirarlas.


⇦ La Virgen y el Niño (Museo de Historia, Orléans). Escultura realizada en marfil, fechada a finales del siglo XIII. El grupo de la Virgen con el Niño, de pie y levemente curvada, es uno de los tipos más utilizados en el repertorio gótico francés; aquel que permite quizás estudiar su evolución desde un hieratismo inquietante hasta un naturalismo cada vez más amable y enternecedor. 









⇨ San Juan (Musée du Louvre, París). Talla del siglo XV procedente de un Calvario que se hallaba en la iglesia de Loché. La falta de policromía permite apreciar la vigorosa técnica del escultor, que en la nobleza de la actitud y en la dolorosa meditación del rostro evoca el arte de su coetáneo Jean Fouquet. El grupo del Calvario normalmente estaba compuesto por la Virgen, San Juan y Cristo en la cruz. 



En el repertorio de los escultores góticos de las catedrales francesas descuellan algunos asuntos que van a evolucionar lentamente. Así, por ejemplo, el Cristo de pie y bendiciendo, del parteluz del portal mayor de la fachada de Arniens existía ya, con variaciones muy poco sensibles, en el portal meridional de Chartres. Otro tipo es el de la Virgen con el Niño en brazos, algo inclinada y con los pliegues del manto recogidos sobre la cintura, que también va perfeccionándose, siempre dentro de la ley artística que domina en todos los estilos, esto es, acentuando cada vez más su naturalismo; desde la Madona inmóvil y rígida, del pórtico septentrional de Chartres, aún del siglo XII, a la de la fachada sur, del siglo XIII, hasta la Virgen Dorada de la catedral de Arniens, que corresponde ya al XIV, que es como una soubrette, o doncella, que se mueve coquetamente y sonríe con malicia.

Los dos tipos fundamentales de la iconografía medieval, Jesús y la Virgen, cambian decididamente en el período gótico. El Señor ya no es el Omnipotente de la época románica, rodeado de los símbolos de los cuatro Evangelistas, sino el Hijo del Hombre en la edad de su predicación, con el Libro encuadernado y cerrado como si fuera un texto teológico.

Felipe III el Atrevido de Pierre de Chelles y Jean d'Arras (Abadía de SaintDenis, París). Entre los mejores escultores de la corte de Carlos V y Carlos VI se encuentran los "faiseurs de tombes" que labraron estatuas yacentes del difunto sobre túmulos más o menos decorados. No se trata de una representación ideal del soberano, sonriente y afable al uso, sino de un fiel retrato copiado de la mascarilla mortuoria, que marca por tanto un hito en la evolución hacia el realismo de la escultura funeraria gótica. 
La Virgen, joven, está de pie o sentada, pero siempre con el Niño en el brazo izquierdo o sobre la rodilla izquierda. La Divina Madre lleva primero un gran manto, recuerdo aún del tipo de la Virgen del período románico, y va sin corona, como las Vírgenes bizantinas, pero a mediados del siglo XIII se cubre la cabeza con una pequeña toca y ciñe corona real. La historia de María se describe plásticamente con acentos de ternura inefable, desde la Anunciación, la Visitación y el Pesebre hasta el Calvario y su Asunción triunfante a los cielos, donde el Hijo la espera para coronarla y sentarla a su diestra.

El repertorio de los escultores góticos franceses, como el de los antiguos escultores griegos, apenas admite ligeras variaciones en la manera de representar cada una de las escenas evangélicas. Hay una escala de predilección en los temas: la Anunciación, por ejemplo, es preferible a la Visitación, y la Adoración de los Magos se repite más que la de los Pastores. La Visitación puede convertirse en una escena de cortesía francesa, y los Reyes de Oriente son como el emblema de la monarquía cristiana.

Los escultores franceses de la época gótica, por instinto y por carecer de vanidad, se sujetaron a la ley de los tipos, que tiene siempre consecuencias incalculables para el arte, porque permite la colaboración de varias generaciones. Una obra como la Virgen Dorada, de Amiens, o el marfil de la Coronación, del Louvre, no se produce por la sola inspiración de un genio. Pintores y escultores se valían del mismo repertorio.

Coronación de la Virgen (Musée du Louvre, París). Es una obra maestra de la eboraria gótica policromada y se ha fechado alrededor del tercer cuarto del siglo XIII. Es un grupo escultórico compuesto por la Virgen y Jesucristo, quien levanta el brazo en el ademán de colocar una corona a la Virgen como reina de los cielos. La Virgen baja la cabeza y junta las manos en un gesto entre sumiso y agradecido. 
Estos artistas, como los de la Grecia clásica, respetaban los tipos, pero sin sujetarse a una exactitud canónica. Además, estudiaban tenazmente no sólo la naturaleza, sino todo cuanto era plástica, forma y color. El álbum de Villard de Honnecourt es la prueba más clara de su insaciable afán de estudio: el artista picardo no sólo produce lo que ve de los maestros de su época, sino también, animales y plantas, hasta mármoles desenterrados en ruinas, que dibujaba a su manera a la pluma, con trazos que siempre tienen, sin embargo, el sello de la época.

Ese mismo eclecticismo se advierte, por ejemplo, en las cuatro famosas estatuas del pórtico de la catedral de Reirns, con los dos grupos de la Anunciación y la Visitación. El grupo de la Virgen y el ángel está labrado con una simplicidad de líneas góticas época de familiaridad con santos, patronos y abogados de todas las actividades de la vida, y para sus leyendas había que inventar una iconografía especial privativa de Occidente.

Fachada oeste de la Catedral de Reims. En estas cuatro figuras esculpidas pueden observarse dos tendencias artísticas fundamentales en el gótico francés. Una clásica, de noble realismo, que anima el diálogo de Santa Isabel y la Virgen en la Visitación. La otra más imaginativa y espiritual, se manifiesta en el ángel sonriente de cabeza graciosamente ladeada, que saluda a la Virgen de la Anunciación. 
Rarísimas veces se producen en las catedrales escenas de la historia profana, de la leyenda de Carlomagno o las Cruzadas. La historia del mundo tiene por centro a Jesús. Él y su doctrina lo llenan todo y lo condensan todo. Tenemos algunas esculturas de personajes reales que debían de ser retratos; pero estas figuras históricas sólo por excepción fueron introducidas en el repertorio de las catedrales. Son las estatuas funerarias de príncipes y dignatarios eclesiásticos las que dan principalmente a los escultores góticos ocasión de producir retratos. La serie más notable, pese a las destrucciones causadas en ella por la Revolución de 1789, es la del templo de Saint-Denis que era el panteón de los reyes de Francia. El monumento funerario más antiguo de esta serie es la tumba de Felipe el Atrevido, obra realizada entre 1298 y 1307 por Pierre de Chelles.

Esta Adoración de los Reyes Magos figura en el trascoro de Notre-Dame de París y es obra del escultor del siglo XV Le Boutellier. La policromía antigua sobre piedra que aquí, en el interior de la iglesia, se ha conservado con toda su vivacidad, permite imaginar el efecto que debían de producir las grandes obras de escultura monumental policromada, como las portadas de las catedrales, cuando la intemperie todavía no había borrado sus intensos colores.
En la época gótica, la escultura francesa independiente de la decoración tiene que admirarse en los marfiles. Los tallistas repiten los temas predilectos de la devoción de aquellos tiempos; se conservan placas con escenas evangélicas y con la glorificación de las personas divinas, y hasta muchas estatuitas de bulto que repiten en menor escala las imágenes de las catedrales. Pero, además, los marfiles proporcionan vistas de escenas profanas que revelan los sentimientos y las costumbres de los simples humanos.

En estos objetos se tallaban representaciones de la vida diaria, los placeres de la caza, en juegos de sociedad, los torneos, el cortejo, la seducción y hasta el consentir de la dama. Para disimulo se convertían en ilustraciones de libros narrativos con escenas galantes, como en los poemas del ciclo bretón y el Roman de la Rose, y varios romans d'amour. Algunas veces las escenas de amor son de un erotismo peligroso: la enamorada llega a desceñirse del cíngulo; pero no se descubre un solo marfil gótico obsceno. El castillo del amor se defiende con tesón, desde las almenas, con las rosas que arrojan las doncellas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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