El
apogeo de la arquitectura gótica francesa duró todo el siglo XIV. Después, los
estilos de las bóvedas y las formas de las aberturas se apartan de la línea
pura del arco ojival y se produce el llamado gótico flamígero. Durante esta primera época, la arquitectura
gótica francesa se mantiene fiel a los ya mencionados caracteres fundamentales,
esto es, bóveda de crucería con arcos diagonales independientes, forma de los
arcos en ojiva, contrafuertes para contrarrestar los empujes y molduras
ordenadas por sus propias necesidades constructivas.
La arquitectura gótica aplica estos
principios en todos los casos, y Francia se cubre de edificios en los siglos
XIII y XV con unidad de estilo. No son sólo catedrales, sino también
monasterios y monumentos civiles y militares, puertas, puentes, palacios,
castillos, etc. Hay conjuntos monumentales completos, como la población y el
monasterio del Mont-Saint-Michel, que se levanta en una isleta de Normandía,
cerca de tierra firme. Su parte alta, llamada La Merveille, fue levantada entre 1203 y 1228. De los palacios, el
primero que hay que mencionar es el de París (o sea el Louvre reconstruido más
tarde por Francisco I) y del que hoy no quedan restos; pero está reproducido en
una miniatura del libro de horas del duque de Berry, de comienzos del siglo XV,
con sus torres y torrecillas circulares, que aparecen coronadas de cubiertas
cónicas.
Algunas veces estos palacios tenían el
aspecto de un gran edificio macizo, como el de los papas en Aviñón, pero en
otras se hacía alarde de disponer un sinnúmero de torres y tejados de
diferentes alturas, con remates y pináculos esculpidos, como el castillo del
duque Juan de Berry, en Melón -del cual solamente se conservan relatos y
miniaturas-, o el palacio que se hizo construir entre 1443 y 1453, en Bourges,
el opulento mercader Jacques Coeur, que fue tesorero de Carlos VII.
Generalmente, en estos palacios góticos las
escaleras se colocaban en torres circulares u octogonales, en los ángulos del
patio, lo que proporcionaba movimiento a las fachadas; en lo alto, el tejado de
gran pendiente estaba abierto por lucernas
o ventanas que daban luz a uno o varios pisos de dependencias y dormitorios.
Así se puede ver aún el magnífico efecto de estos lucernarios en el palacio de
los abades de Cluny, en París, y en el hotel o parador que los obispos de Sens
tenían en la capital.
Las grandes salas de estas residencias o
palacios estaban a veces cubiertas por medio de bóvedas de piedra, pero, por lo
regular, los techos eran de madera y estaban adornados con entramados de tallas
policromadas. En los muros, las chimeneas enormes contribuían a producir un
efecto monumental.
En cuanto a castillos, el más completo, el
de Pierrefonds, fue restaurado, acaso de modo excesivo, por Viollet-le-Duc.
Tiene una gran escalera de honor en el patio y sus flancos están defendidos por
torres circulares, terminadas con cubiertas cónicas de pizarra. Las salas
principales estaban decoradas con frescos heráldicos, y en la mayor parte de
ellas se abrían grandes ventanales de colores, que constituían otra nueva
decoración. Castillo igualmente formidable, sin restaurar todavía, es el que
construyó el rey Renato de Anjou en Tarascón, en las inmediaciones del puente
sobre el Ródano. Se trata de un inmenso cubo de piedra con torres en los cuatro
ángulos, coronado por almenas y matacanes, levantado a principios del siglo XV.
Muchas ciudades francesas poseen aún restos
de murallas góticas con las típicas almenas cuadradas y las torres en los
ángulos, pero pocas de ellas conservan tan intacto su recinto como Aviñón, sin
igual en toda Francia. La parte superior de las murallas está adornada con una
crestería o barbacana, que defiende también las puertas.
Esta es, en Francia, una época de villes neuves -como ocurre en todos los
períodos de prosperidad-, en cuyo interior, debidamente protegido por sólidas
murallas, la burguesía y el artesanado habitaban los barrios, clasificados por
oficios. Las casas estaban construidas a menudo de madera, con un entramado vertical
visible al exterior que se prestaba a la decoración escultórica, y por lo común
cada piso se componía de una o dos habitaciones, que bastarían para las
necesidades de la familia.
La urbanización de las ciudades se adaptaba
generalmente a los accidentes del terreno, pero cuando se fundaba una ciudad
nueva se disponían las calles con arreglo a un plan regular preconcebido. Así
es como la urbanización de Aigues-Mortes tiene la forma de una cuadrícula
perfecta, con las calles principales que desde las puertas conducen
directamente a la plaza central. Algunas ciudades importantes, como París,
estaban empedradas, en gran parte, pero por lo regular en esas épocas los
servicios de alcantarillado y limpieza eran muy primarios, y por el centro de
la calle discurría a menudo un arroyo de inmundicias.
Fuente:
Historia del Arte. Editorial Salvat