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La arquitectura civil

El apogeo de la arquitectura gótica francesa duró todo el siglo XIV. Después, los estilos de las bóvedas y las formas de las aberturas se apartan de la línea pura del arco ojival y se produce el llamado gótico flamígero. Durante esta primera época, la arquitectura gótica francesa se mantiene fiel a los ya mencionados caracteres fundamentales, esto es, bóveda de crucería con arcos diagonales independientes, forma de los arcos en ojiva, contrafuertes para contrarrestar los empujes y molduras ordenadas por sus propias necesidades constructivas.

Mont-Saint-Michel. Famoso islote normando rodeado de una playa arenosa cubierta diariamente por la marea. Sobre esta peña, en medio de una desolación infinita, se construyó, a principios del siglo XII, uno de los más interesantes recintos monásticos medievales. La parte más hermosa, llamada "La Merveille", tiene un bello claustro de 1228. La iglesia gótica de la cumbre, de 1445, es de planta basilical, con transepto y ábside con deambulatorio y capillas radiales. 
La arquitectura gótica aplica estos principios en todos los casos, y Francia se cubre de edificios en los siglos XIII y XV con unidad de estilo. No son sólo catedrales, sino también monasterios y monumentos civiles y militares, puertas, puentes, palacios, castillos, etc. Hay conjuntos monumentales completos, como la población y el monasterio del Mont-Saint-Michel, que se levanta en una isleta de Normandía, cerca de tierra firme. Su parte alta, llamada La Merveille, fue levantada entre 1203 y 1228. De los palacios, el primero que hay que mencionar es el de París (o sea el Louvre reconstruido más tarde por Francisco I) y del que hoy no quedan restos; pero está reproducido en una miniatura del libro de horas del duque de Berry, de comienzos del siglo XV, con sus torres y torrecillas circulares, que aparecen coronadas de cubiertas cónicas.

Algunas veces estos palacios tenían el aspecto de un gran edificio macizo, como el de los papas en Aviñón, pero en otras se hacía alarde de disponer un sinnúmero de torres y tejados de diferentes alturas, con remates y pináculos esculpidos, como el castillo del duque Juan de Berry, en Melón -del cual solamente se conservan relatos y miniaturas-, o el palacio que se hizo construir entre 1443 y 1453, en Bourges, el opulento mercader Jacques Coeur, que fue tesorero de Carlos VII.

Generalmente, en estos palacios góticos las escaleras se colocaban en torres circulares u octogonales, en los ángulos del patio, lo que proporcionaba movimiento a las fachadas; en lo alto, el tejado de gran pendiente estaba abierto por lucernas o ventanas que daban luz a uno o varios pisos de dependencias y dormitorios. Así se puede ver aún el magnífico efecto de estos lucernarios en el palacio de los abades de Cluny, en París, y en el hotel o parador que los obispos de Sens tenían en la capital.

Las grandes salas de estas residencias o palacios estaban a veces cubiertas por medio de bóvedas de piedra, pero, por lo regular, los techos eran de madera y estaban adornados con entramados de tallas policromadas. En los muros, las chimeneas enormes contribuían a producir un efecto monumental.

En cuanto a castillos, el más completo, el de Pierrefonds, fue restaurado, acaso de modo excesivo, por Viollet-le-Duc. Tiene una gran escalera de honor en el patio y sus flancos están defendidos por torres circulares, terminadas con cubiertas cónicas de pizarra. Las salas principales estaban decoradas con frescos heráldicos, y en la mayor parte de ellas se abrían grandes ventanales de colores, que constituían otra nueva decoración. Castillo igualmente formidable, sin restaurar todavía, es el que construyó el rey Renato de Anjou en Tarascón, en las inmediaciones del puente sobre el Ródano. Se trata de un inmenso cubo de piedra con torres en los cuatro ángulos, coronado por almenas y matacanes, levantado a principios del siglo XV.

Castillo de Píerrefonds. En este castillo gótico francés los arquitectos no buscaron el pintoresquismo que el romanticismo vio en estas fortalezas. Cuando éstas son cuidadosamente restauradas, como en este caso, revelan una rigurosa concepción geométrica y una notable sobriedad. Destaca el gran número de torres que se arraciman alrededor de la gran torre central, tal como también puede verse en el castillo del Louvre. 
Muchas ciudades francesas poseen aún restos de murallas góticas con las típicas almenas cuadradas y las torres en los ángulos, pero pocas de ellas conservan tan intacto su recinto como Aviñón, sin igual en toda Francia. La parte superior de las murallas está adornada con una crestería o barbacana, que defiende también las puertas.

Esta es, en Francia, una época de villes neuves -como ocurre en todos los períodos de prosperidad-, en cuyo interior, debidamente protegido por sólidas murallas, la burguesía y el artesanado habitaban los barrios, clasificados por oficios. Las casas estaban construidas a menudo de madera, con un entramado vertical visible al exterior que se prestaba a la decoración escultórica, y por lo común cada piso se componía de una o dos habitaciones, que bastarían para las necesidades de la familia.

Murallas de Aigues-Mortes. Estas murallas fueron levantadas alrededor de esta villa francesa, en el siglo XIII, bajo el reinado de Luis IX. Su perímetro es de 1.640 m y su belleza y funcionalidad radican en la gran simplicidad, solidez y homogeneidad arquitectónica. 
La urbanización de las ciudades se adaptaba generalmente a los accidentes del terreno, pero cuando se fundaba una ciudad nueva se disponían las calles con arreglo a un plan regular preconcebido. Así es como la urbanización de Aigues-Mortes tiene la forma de una cuadrícula perfecta, con las calles principales que desde las puertas conducen directamente a la plaza central. Algunas ciudades importantes, como París, estaban empedradas, en gran parte, pero por lo regular en esas épocas los servicios de alcantarillado y limpieza eran muy primarios, y por el centro de la calle discurría a menudo un arroyo de inmundicias.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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