A partir de fines del siglo
VI a.C., los elementos figurativos de la decoración escultórica de los templos
están constituidos, como se ha dicho, por antefijas o acroteras, para
salvaguarda de las tejas, y por estatuas que se erguían en la sumidad del
edificio. Las antefijas representaban cabezas de ménade o de sileno, o la de la
Gorgona, o parejas de ménades y silenos enlazados en licenciosa danza, y su
inspiración jónica o corintia resulta clara. Una obra escultórica que tiene
este carácter de aplicación decorativa sobresale por su extraordinario mérito,
que le confiere categoría de obra maestra. Es el grupo policromo que coronó el
templo de Apolo en Veyes, cuyos restos, desde 1916, fueron hallados gracias a haber
sido cuidadosamente enterrados ya desde la antigüedad.
⇨ Alto relieve con la figura de Vanth (Museo Arqueológico, Florencia). Esta obra procedente de
la Toscana representa a Vanth, una furia voladora, que suele llevar como
atributo una antorcha o una espada. La cultura etrusca tenía, aparte de éste,
otros demonios como Charun, de color azulado y que empuña un mazo, Tuchulcha,
que blande serpientes y tiene un pico en lugar de nariz.
Se trata de un grupo de terracota que
representó la disputa entre Apolo y Hércules por la posesión de una cierva
abatida. Lo componían varios personajes representados casi en tamaño natural. Se
conserva íntegra la figura de Apolo, y maltrechas las estatuas de Hércules y de
una diosa (quizá versión etrusca de Latona), así como una expresiva cabeza de
Hermes. Su autor, hacia el año 510 a.C., fue sin duda Vulca, escultor alabado
por Varrón, según testimonio de Plinio el Viejo, el mismo que modeló por aquel
año, en Roma, la estatua que coronaba el templo de Júpiter Capitalino. Vulca
tenía su taller en Veyes. La sonrisa, entre enigmática y maliciosa, que aparece
en los rostros de Apolo y de Hermes, y sobre todo la estatua íntegra de aquel
dios, en actitud de avanzar revestido de una túnica que se desliza sobre su cuerpo
formando pliegues finos y paralelos, denotan dinamismo y energía expresados
magistralmente.
Otro ejemplar escultórico notable es la
testa en terracota de una divinidad barbuda que procede del templo de Sátricum.
Hallada en Veyes, y perteneciente quizás a una tradición derivada de la escuela
de Vulca, es una delicadísima cabeza de joven imberbe que se conserva en el
Museo de Villa Giulia: la llamada testa Malavolta, cuya ejecución cabe
datar en la segunda mitad del siglo V, ofrece cierto sorprendente parecido con
la cabeza del San Jorge, de Donatello.
Esta curiosa analogía entre obras
cronológicamente tan apartadas, unas de antiguos escultores etruscos y otras de
grandes autores toscanos del siglo XV, se repite en varios casos. Así, algo por
el estilo se observa respecto de un retrato viril del siglo III a.C. y de una
preciosa cabeza en bronce, de niño, que data de aquel mismo siglo, y cuya
delicada factura sugiere parentesco entre el arte etrusco y el florentino del
Renacimiento.
La gran imagen broncínea de Marte, obra
firmada hallada en Todi, y que es de fines del siglo V a. C. o inicios del
siguiente (hoy en el Museo Gregoriano del Vaticano), manifiesta influjos áticos
y se ha atribuido a un taller etrusco que debió de existir en Umbría. Su pose
recuerda vagamente la del Doríforo de
Polic!eto, aunque aquí se trata, no de un desnudo, sino de una imagen armada
que, en su mano izquierda, en vez de empuñar la lanza, lleva la piedra que
simboliza el rayo con que el dios puede fulminar.
Después, durante una época incierta que
oscila, según las opiniones, entre los siglos III y I a.C. se produjeron en
bronce algunos estupendos retratos, como la cabeza de muchacho del Museo
Arqueológico de Florencia; el retrato de hombre, de San Petersburgo; el falso
Bruto, del Palacio de los Conservadores, en Roma, y el Orador (Arringatore), del Museo de Florencia,
gran estatua firmada y de cuerpo entero, hoy tenida generalmente como de hacia
el año 80 a.C. No cabe duda que algunos retratos de este tipo fueron ya obra de
etruscos que vivían en Roma.
En la escultura de terracota empleada como
revestimiento artístico se experimentó también gran evolución desde los inicios
del período helenístico, a partir del siglo III a.C. Adquieren entonces a
menudo estas esculturas un refinamiento tan afín al del arte griego
contemporáneo, que se puede sospechar hayan sido sus autores griegos
establecidos en Etruria. Hay que destacar entre estas obras la placa cerámica
con representación de dos caballos alados que formó parte de un frontón de
templo en Tarquinia, y que será de hacia el año 300, y los restos de estatuas
de terracota, de unos cien años después (figura des cabezada
de Andrómeda; cabeza de diosa, y estatua fragmentaria de un dios o héroe
desnudo y con flotante cabellera), que proceden de un templo de Faleria y
sugieren fuerte influencia praxitélica.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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