Desde épocas remotas, el
ritual funerario etrusco incorporaba una serie de pasos previos ineludibles: la
exposición del difunto en un ambiente doméstico, la lamentación de los miembros
de su familia (a menudo también se contrataban los servicios de plañideras
profesionales); así como la colocación del ajuar funerario, formado por
posesiones del difunto y ofrendas de sus seres queridos.
Urna
funeraria de empaste procedente de la
necrópolis de Cerveteri.
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En el período Protovillanoviano aparecen
enterradas urnas para cenizas en forma de cono invertido, o de cabaña,
recreando el ambiente en el que vivió el difunto hasta su muerte, acompañadas
de varios elementos requeridos para el viaje al reino de los muertos. En el
Villanoviano I, con la aparición de una sociedad jerarquizada, los ajuares
funerarios varían según el rango social de la persona fallecida. Las necrópolis
de esta época presentan urnas cerámicas con motivos estilizados y geométricos,
entre los que destacan el disco solar y la esvástica aria.
En el Villanoviano II las decoraciones de
las urnas recuperan las figuras humanas, fruto del contacto de los etruscos con
pueblos extranjeros. También se han hallado fíbulas y otros accesorios en oro,
ricamente decorados mediante la técnica de la filigrana.
Finalmente, en el llamado período
Orientalizante, las necrópolis se convierten en verdaderas imitaciones del
mundo de los vivos. En este momento fructifican los túmulos principescos, como
los hallados en el yacimiento de Cerveteri, los cuales, junto con las tumbas de
Tarquinia, son dos de los mejores ejemplos de arte funerario etrusco.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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