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Artistas de la A a la Z

Los orígenes del retrato romano

Seudo-Bruto, busto (Palacio de los Conser-
vadores, Roma). Este retrato es el eslabón
que une el arte de los etruscos con el pro-
piamente romano. Seguramente debió de
ser encargada por los romanos a algún ar-
tista etrusco, el cual quiso reflejar, con de-
tallado realismo, el rostro y la ropa del
personaje.
En escultura, los etruscos ejercieron, bajo la República, un papel preponderante. Eran habilísimos fundidores, y, aunque los modelos fueron muchas veces griegos, su intervención fue ya etrusca, latina y romana. La famosa Loba en bronce del Capitolio, que se ha considerado siempre como el paladión de Roma, debió de ser encargada por los romanos a los fundidores etruscos en días muy remotos, cuando todavía eran en arte clientes de sus vecinos.

En realidad, es posible fijar dos series de retratos de bronce que datan de la época de la República. En la primera figurarán obras que, como el seudo-Bruto, son etruscas, si no por su inspiración, por su factura; en la segunda serie esta nota etrusca es ya muy menguada, y va afirmándose lo típicamente romano, aunque quede todavía la técnica etrusca de los fundidores. Estos continuaron manteniendo en Roma una colonia importante, que perduró hasta la época de Augusto. Tenían su barrio propio en la urbe: el vicus  Tuscus (o "barrio toscano"), situado al pie del Capitolio.

Es casi seguro que estos retratos de personajes anónimos o mal identificados sean de los grandes hombres de la última época de la República. En la Roma primitiva parece que hubo una ley -el jus imaginum-que prohibía los retratos de personas que no hubieran ejercido los importantes cargos de cónsul, tribuno o pretor, que tenían derecho a silla curul.

Escipión el Africano (Museo Nacional de Nápoles). Junto a la definición de unos tipos arquitectónicos que asimilan las tradiciones etrusca y griega a las aspiraciones de la sociedad romana, otra de las creaciones que en época republicana denota ya la originalidad del arte romano se encuentra en el retrato, puesto al servicio del culto a los antepasados. En él se rehúye la idealización característica del arte griego y se prefiere, en cambio, la descripción veraz, como en este rostro.



En la Grecia de los primeros siglos después de la invasión de los dorios sólo tenían derecho a la estatua los personajes heroizados. En Roma, el derecho a la efigie se obtenía por servir al Estado, y viceversa, la traición revocaba el privilegio. Así, las estatuas de Mario fueron destruidas por Sila, quien creyó que su predecesor había usurpado poderes, pero fueron después repuestas por César, que era pariente de Mario. Las estatuas de César fueron derribadas por los republicanos y repuestas por Augusto ... Más tarde las de Domiciano fueron decapitadas por Nerva, e igualmente las de Geta por su hermano Caracalla.

El jus imaginum debió de ser mantenido con todo su vigor sólo en los primeros siglos de la República, mas por las mismas razones que no se mantuvo estrictamente en Grecia, también en Roma se violó desde muy antiguo. La base ideológica de las prohibiciones, tanto en Grecia cuanto en Roma, es naturalmente la creencia del maleficio que puede producir un retrato si no es de un personaje de reconocida superioridad moral. Este en Grecia era el atleta heroico; en Roma, el incorruptible magistrado. El detalle de que el oficio fuera de alta categoría, esto es, con derecho a silla curul, resabio del trono real, significaba que el personaje retratado no tenía limitaciones en sus prerrogativas; durante el tiempo que servía era un numen, algo más que un simple mortal, y, por tanto, no debía prohibírsele ser retratado.

⇦ Busto de Cicerón. El escultor ha procurado trasmitir en el gesto adusto y la frente despejada el fuerte carácter del más brillante de los oradores del Senado romano.



Los cargos de cónsul, tribuno y pretor duraban solamente un año; por consiguiente, fueron número dos los que después del servicio tuvieron derecho a ordenar su retrato. Cicerón se alegra de haber sido elegido para un cargo con silla curul, porgue así podrá él también, aunque de origen humilde, verse inmortalizado en efigie.

Los primeros retratos de funcionarios romanos que consiguieron el derecho a la imagen eran sólo bustos y estaban ejecutados en cera. Se guardaban en un armario especial, como un sagrario, llamado tablinum, abierto en una de las paredes del atrio central de la casa romana. Las imágenes en cera de los antepasados ilustres se llevaban con pompa por los individuos actuales de las grandes familias romanas, sobre todo en los funerales. Y como, con el tiempo, se ajaron y ensuciaron, debieron sustituirse por copias en bronce o en mármol. Tenemos varios relieves de piedra y mármol de la época imperial que representan el hueco de la pared del armario, el tablinum, con los bustos de cera en fila o serie cronológica, uno al lado del otro. Las ceras eran de color, y los cabellos, de pelo natural, todo lo cual contribuiría sobre manera al desaliño de los bustos ancestrales.

El Patricio Barberini (Palacio de los Conservadores, Roma). El retrato romano se inicia con el culto a los antepasados. "Era indicio de vieja nobleza -comenta con humor Polibio- tener el atrio lleno de imágenes ahumadas." El vestido del portador ha de estar de acuerdo con el cargo que en vida ostentaba el difunto: toga pretoriana si había sido pretor o cónsul; toga púrpura si censor, y recamada de oro si había obtenido victorias señaladas.
Pero tanto las restricciones del jus imaginum como sus transgresiones furtivas no eran para estimular con libertad e independencia la evolución de la escultura romana. Se mantuvo hosca y bárbara casi durante toda la época republicana. Sólo en el siglo ll a.C. los patricios romanos que habían viajado por Grecia y Oriente empezaron a importar estatuas para sus colecciones particulares, y los trofeos arrancados por los cónsules en Siracusa, Corinto y otras ciudades empezaron a poblar la Urbe de imágenes maravillosas, ante las cuales hacían triste papel las cerámicas y bronces de los etruscos y las ceras romanas.

En Nápoles se formó una escuela local de escultura que reproducía modelos antiguos, muy estimados por los coleccionistas del tiempo de la República, y hasta algunos talleres se arriesgaban a producir tipos y composiciones originales, no desprovistos de interés. Una de las particularidades más curiosas de esta escuela de escultura es la imitación de obras arcaicas en esta época; se conservan una infinidad de estatuas y relieves en que se ha tratado de imitar la manera ingenua de disponer los pliegues rígidos y las orlas en zigzag, la actitud y el gesto sin vida de las primitivas obras del arte griego.

La Diana de Pompeya (Templo de Apolo, en Pompeya). Todo en esta estatua remite a los modelos clásicos en que se inspiraron los artistas de la escuela de Nápoles. Desde la manera algo tosca de representar el movimiento a las vestiduras, propias de los siglos VI y v a.C.
En algunas resulta algo difícil distinguir si son verdaderamente copias de esculturas originales de los maestros del siglo VI, cuando todavía el arte griego no estaba seguro de su técnica, o si son pasticcios compuestos hábilmente por los escultores de la escuela helenística de Nápoles. En una de estas estatuas, la Llamada "la Diana de Pompeya", se ha querido imitar el modo infantil e ingenuo de indicar el movimiento en los días penosos del arcaísmo.

Una de las características de la escuela helenística de Nápoles sería la de una singular erudición y gran conocimiento de los tipos anteriores. Acaso el fundador de esta escuela fuese un griego que tenía por nombre Pasiteles, artista de gran versatilidad, del cual no se ha conservado ninguna obra. Era, además de escultor, erudito tratadista y escribió un libro sobre el arte griego, que fue la fuente principal de que se valió Plinio para sus estudios de estética. Pasiteles, que debió de ser un genio extraordinariamente ecléctico, explicaba que para sus esculturas hacía modelos de barro que luego reproducían en mármol sus discípulos.

Orestes y Electra (Museo de las Termas, Roma). Menelao, artista griego de ciudadanía romana, aparece como autor, junto con Estéfanos, de esta composición. Sin duda Menelao se inspiró en modelos praxitélicos, aunque su retórico academicismo logra obtener sólo elegancia de ritmo y belleza formal, pero no intensidad plástica y poder expresivo, en esta obra helenística del siglo v a.C.
Uno de éstos sería Estéfanos, quien firma una estatua de la villa Albaní llamándose a sí mismo discípulo de Pasiteles. Discípulo de Estéfanos fue a su vez Menelao, el autor de un grupo académico del Museo de las Termas. Es una elegante composición de dos figuras dispuestas con arte y pulcramente ejecutadas, pero frías como lo son siempre las obras de las escuelas excesivamente eruditas, inspiradas en una admiración retrospectiva por formas ya superadas.

De la misma escuela es el grupo del Museo del Prado llamado de "San Ildefonso", porque estuvo en La Granja mucho tiempo. De sus dos estatuas, una es del tipo del Doríforo de Policleto y otra repite el Fauno de Praxíteles.

Vaso aretino (Museo Arqueológico, Barcelona). La cerámica conoció un gran auge en esta época. En esta imagen erótica se aprecia el color rojizo de la llamada, genéricamente, cerámica sigillata.
En pintura, los escritores antiguos citan un solo nombre de pintor romano de la época republicana: el noble Fabio Píctor, cuyos frescos describen escenas militares, de valor descriptivo y conmemorativo. Hacia esta época se empieza a producir la característica cerámica romana, de una tierra fina, lustrosa y rojiza, sobre la cual se obtenían relieves aplicándole moldes con formas ornamentales (como ovas y palmeras) o con figuras, o bien añadiéndole relieves de la misma pasta. Esta cerámica se encuentra por todo el mundo romano y recibe el nombre de cerámica sigillata, destacando la llamada aretina, porque las más famosas fábricas se encontraban en Aretium (la actual Arezzo). Su aspecto rojo brillante y la delicadeza de sus relieves fueron imitados en algunas provincias por talleres locales, como los que fabricaban piezas de cerámica en el sur de las Galias y en Hispania.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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