Los escultores se aplicaron también a
ejecutar, además de los relieves decorativos, obras de bulto entero, y con
frecuencia demostraron con ellas el gusto por lo colosal y exagerado en
dimensiones que siempre ha sido la característica de Egipto. Algunas de las
estatuas faraónicas de las puertas de los templos eran verdaderamente
colosales; pero además de esta monomanía nacional de lo gigantesco, los
escultores del Imperio Nuevo demuestran poseer facultades extraordinarias para
representar los grandes personajes, los sacerdotes y los monarcas que les
encargaban sus retratos. Karnak, lleno de esculturas votivas de sus reales
protectores, debía de ser una galería iconográfica del Egipto tebano.
En
Luxor había una población entera de estatuas. Gran cantidad de esculturas se ha
encontrado en Karnak, en el fondo de grandes zanjas, después rellenadas de
tierra; las nuevas dinastías tenían necesidad de desocupar el lugar sagrado
para dejar sitio a las figuras de los nuevos faraones. Es curioso observar que
además del retrato oficial estereotipado de los faraones desde la IV Dinastía , que es un
personaje sólido, carnoso, sano, de cara redonda y mandíbula cuadrada, tenemos
diferentes retratos de los faraones al natural, y de algunos hasta puede verse
el surco que en su fisonomía imprimieron los años, como los tres retratos en
distintas edades de Tuthmosis III, en el Museo Británico.
La
psicología de cada uno de los grandes príncipes de Egipto aparece en estos
retratos familiares, así como la de los individuos de su familia, y aun de las
princesas reales. Estas figuras secundarias raramente tienen las grandes
dimensiones de los retratos de los faraones; a menudo las reinas están al lado,
menores, y se acogen a un tobillo del monarca, su esposo y señor. Ellos, los
monarcas, van vestidos a veces con traje de corte, con coronas y tiaras, pero
el retrato oficial lleva sólo el klaft,
o manto, en la cabeza y una faja en las caderas. En los relieves de los
templos, el faraón tiene mayor tamaño del natural; es un ser superior que
interviene en un combate de pigmeos. Los grandes caballos de su carro son
también desproporcionados, como reflejando la naturaleza semidivina que les
comunica sin duda su posesor.
De
estos retratos tallados por los escultores del Imperio Nuevo se destaca, en
primer lugar, la gran estatua, de casi dos metros de altura, de la reina Hatshepsut ,
que conserva el Metropolitan Museum de Nueva York. Procede de su templo de Deir
el-Bahari. La reina está representada como un faraón, vistiendo sólo el klaft, el collar ceremonial y la corta
faja en torno a las caderas; no obstante, el carácter femenino de su rostro es
evidente. Tal evidencia se hace más aparente al comparar esta estatua con la de
su hermano, esposo y sucesor Tuthmosis III, que conserva el Museo Egipcio de
Turín. El parecido familiar y la identidad de la posición y del vestido hacen
la comparación más fácil. El rostro de Tuthmosis III, fino e inteligente, no es
el que hubiéramos imaginado para el gran guerrero que llevó dieciocho veces sus
ejércitos a Siria y a Fenicia.
Su
gran obelisco, que el emperador bizantino Teodosio trasladó a Constantinopla
(Estambul) donde todavía se encuentra actualmente, tiene una larga inscripción
jeroglífica en la
que Tuthmosis III conmemora sus campañas en países lejanos,
se enorgullece de haber cruzado el Gran Codo (que es el recodo que hace el
Éufrates en Karkernish), y se llama Señor de las Victorias, "el que lleva
sus fronteras hasta los cuernos de la Tierra".
Para
terminar esta galería de retratos reales, hay que hacer referencia a la gran
personalidad de la XIX
Dinastía : Ramsés II el Grande (1292 a 1225 a .C.). El vencedor de
los hititas en la batalla de Kadesh dejó un recuerdo tan glorioso de su largo
reinado, que los faraones de la
XX Dinastía , que ya no eran de su linaje, quisieron llamarse
todos, sin excepción, también Ramsés. Ninguno de sus numerosos retratos puede
competir con el que lo representa en traje de gala, del Museo de Turin. Allí,
Ramsés II no lleva el antiguo tocado pastoral, el klaft, sino un elegante casco de malla metálica con el ureus o cobra sagrada sobre la frente. Su cara ovalada
y nariz curva, que confirma la momia hallada por Brugsch-Bey en 1881,
contrastan con los rostros de sus antecesores, de gran mandíbula inferior,
nariz plana y ojos saltones.
Entre los numerosos y bellísimos retratos femeninos del Imperio Nuevo hay que destacar los de
Fuente: Historia del
Arte. Editorial Salvat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.