Resulta
todavía difícil tratar con exactitud de la evolución de la pintura egipcia con
todos sus detalles. Más bien habrá que referirse a las grandes etapas del
dibujo y la composición de las escenas. Porque si bien la necrópolis de los
nobles del Imperio Nuevo, situada al oeste de Tebas, revela, a través de casi
un millar de tumbas, la transformación de la pintura entre el comienzo de la XVIII Dinastía y el
final de la XX, no es posible, en cambio, seguir con tanta facilidad el
desarrollo de esta técnica y de este arte durante los Imperios Antiguo y Medio,
por la razón básica de que se han conservado muchos menos testimonios, y cuando
éstos subsisten, es evidente que su estado de conservación deja mucho que
desear. Los colores se han marchitado, muchos de los detalles han desaparecido
o bien el estado de la pared ha quedado tan transformado por la acumulación de
sedimentos de toda clase, que habría que proceder muchas veces a la limpieza de
la superficie para poder estudiar la pintura de aquella época.
⇦ Detalle de una
pintura mural en una tumba (Beni Hasan). La necrópolis de Beni Hasan es una de las más
importantes del Imperio Medio, a cuya época pertenece esta pintura que reproduce
una mujer tocando el arpa.
Aparecen en este estado, por ejemplo, las célebres tumbas de Beni Hasan, cuya primera y utilísima publicación sólo presenta siluetas blancas y negras en numerosas paredes decoradas. Cuando se estudian esas pinturas, bajo la capa de hollín y suciedad que recubre los colores se descubre un dibujo y una coloración de tal habilidad, elegancia, incluso talento, y de tal originalidad, que resulta evidente el cúmulo de información insuficientemente explotada que permitiría, sin duda, emitir un juicio más completo sobre la expresión colorista del primer Imperio tebano; ya se tendrá ocasión de citar algunos ejemplos más adelante.
En lo que respecta a la pintura del Antiguo Imperio, no cabe duda que podrían hacerse consideraciones análogas: resultan bastante raros los ejemplos suficientemente bien conservados o conocidos hasta hoy. Sin embargo, habrá que recordar las célebres ocas de Meidum, procedentes de la tumba de Nefermaat y de Atet, que se remontan al reinado de Snefru, el padre del faraón Keops, es decir, el primer faraón de
Decoración mural de
la tumba de Atet
(Museo de la Universidad de Manchester). Escena campestre de estilo realista
que reproduce con gran habilidad formas y colores, pintada durante
|
Este estilo realista contrasta tan
violentamente con la coloración clásica de los bajos relieves pintados hallados
en Gizeh y en Saqqarah, que constituye, desde los albores de la IV Dinastía , una etapa
decisiva en el largo curso de la pintura egipcia. El ejemplo de las ocas de
Meidum no debía de ser único. La prueba de ello se tiene en lo que aportan los
fragmentos de la tumba de Methethi. Y hay que considerar también la aportación
que significan los pájaros de ofrenda, la imagen de los cocodrilos agazapados
en el fondo del río o, incluso, la llegada de los orix domésticos (tres
fragmentos conservados en el Museo del Louvre).
Con ello, se ha alcanzado los inicios de la VI Dinastía y, a
través del estudio de los vestigios decorados de la tumba de aquel alto
funcionario, es posible captar no sólo la habilidad del pintor, sino también su
completa falta de inhibición. Va más allá de la servil copia de la naturaleza,
ya que no necesita acumular la infinidad de pormenores que visten la forma
animal, sino que la resume, la sintetiza, la destaca. El acento de
color se sitúa donde hace falta, y el detalle puesto de relieve vale por todo
el conjunto. Sin embargo, a pesar de haber alcanzado uno de los niveles más
altos para representar al animal, el pintor egipcio del Antiguo Imperio quedaba
paralizado -o casi-, cuando se trataba de dibujar la imagen del cuerpo humano:
utilizará de nuevo la escritura agrandada, los jeroglíficos de aspecto
relativamente rígido en el hombre y la mujer, con un rostro sin expresión y más
estáticos que nunca.
Fragmento de la
pintura mural de la tumba de Methethi en Saqqarah (Musée du Louvre, París). La
sencillez del trazo y cierta ingenuidad caracterizan la pintura mural egipcia
de
|
Es evidente que quienes sólo poseen una
importancia material y únicamente tienen valor por su papel de meros
ejecutantes -el criado, el artesano, el campesino- son descritos de modo muy
distinto. Dejando de lado los magníficos relieves pintados dentro de las
capillas de las mastabas de Saqqarah, para penetrar en la tumba de Kaïemankh,
de la VI Dinastía ,
en Gizeh. Las paredes están pintadas y, sobre un fondo gris azulado, aparecen
las escenas artesanales de campesinos y barqueros. En este caso, se vuelve a
encontrar no sólo la seguridad de trazo del artista que sabe plasmar cualquier
forma animal, sino que la mirada y el alma quedan satisfechas con esas siluetas
de boyeros o marineros, ejecutadas generosamente con un colorido pleno, rojo
ladrillo, iluminadas únicamente por un taparrabos blanco, tocadas con un breve
casquete negro, bajo el cual, la mirada del personaje, tan sólo evocada, posee
una intensa vida.
Todo queda en su justo punto, y todo es
síntesis de movimiento y forma: la ligera robustez del boyero, la cadencia de
su caminar, la juventud de su silueta, la libertad de movimientos. No cabe
duda: el artista habría podido expresarse con entera libertad, pero la
intención religiosa lo frenaba.
En el Imperio Medio, se notan las mismas
tendencias y cualidades. Es muy clara la impresión de grabado en color o de
lujosos cromos que proporcionan las "viñetas" de los sarcófagos,
pintadas sobre madera, en los inicios de este período. En cuanto se aborda la
expresión del cuerpo de un animal, se percibe la liberación. Incluso
parece más evidente y atractiva en las pinturas murales de las tumbas de Beni
Hasan, en los lugares en que la pared ha sido limpiada.
Sin embargo, a pesar de que los pequeños
cuadros evocados por la agrupación de individuos, de animales y de vegetales
traducen con toda claridad el acontecimiento que se ha pretendido figurar, la
acción que debía representarse, la verdad es que cada elemento de la escena es tratado
por sí mismo y queda yuxtapuesto al elemento vecino. Tanto si se trata de la
escena de la recolección de higos, como del desfile de mujeres asiáticas o del
poeta precedido por su asno (compárese con el asno de Gebelein, del Museo de
Turín) o incluso de la célebre acacia cubierta de pájaros de la misma tumba de
Khnumhotep, se respetan los planos principales, aun cuando sea a costa de
cierta rigidez. Sin embargo, hay que señalar que en la escena del órix, se nota
mayor ligereza y soltura, y la contorsión de los cuerpos queda deliberadamente
exagerada para dar mayor animación del movimiento de los boyeros.
Murales de Saqqarah. Las pinturas de esta soberbia
necrópolis egipcia se caracterizan por la profusión de escenas de la vida
cotidiana y la precisión de sus descripciones.
|
Es evidente que la actualidad nos incita a
sentir una especial predilección por todo lo arcaico, a veces intencionadamente
primitivo. Por ello, conmueven tanto la contemplación del asno seguido por su
dueño, en las sorprendentes pinturas de Gebelein, o de la vaca que acaba de
alumbrar y lame el lomo de su ternero (Museo de Turín). Pero, dentro de esos
contornos de una pureza atractiva por su verdad y sinceridad, lo esencial de la
decoración continúa estando trazado con una síntesis alada y genial. La vaca
agacha la cabeza y, para limpiar eficazmente con su lengua rasposa el lomo de
su cría, impone a su hocico un gesto de torsión que repercute en toda su
cabeza: el dibujo ha tenido que deformar los cuernos para mostrar ese
movimiento. En cuanto al asno, cargado con los sacos de trigo, acaba de ser
golpeado por el campesino que le sigue: trota, con las orejas enhiestas. La
mancha negra del ojo, situada dentro de un óvalo blanco, traduce por sí sola la
dócil atención del animal: sabe que, para conservar intacto su espinazo, debe
continuar la marcha.
Era normal que la construcción de la rica
necrópolis de los nobles, al oeste de Tebas, permitiera el desarrollo del arte
de la pintura y provocara, a partir de los inicios del Imperio Nuevo, la
eclosión de talentos, la liberación, incluso para los pinceles más
independientes. Al principio, serán los comparsas, rodeando al tema principal
-criados o artesanos en movimiento, el animal en todas sus formas, etc.-
quienes, como siempre, incitarán a la expresión más auténtica, al tratamiento
más libre. Y, desde este momento, la gracia y la belleza entrarán a formar
parte del tratamiento del cuerpo humano, el de las bellas damas y el de los
nobles señores, con lo que, a partir de entonces, la evolución resulta más
evidente justamente por la perfección del estilo.
De Tuthmosis I a Amenofis III puede seguirse
paso a paso esa poesía que se introdujo imperceptiblemente en la expresión
sintética de los cuerpos de los dueños de las tumbas. Las formas fueron cada
vez menos rechonchas, los colores menos toscos, las siluetas menos pesadas, las
extremidades menos rígidas. La transparencia se expresó con medias tintas y
artificios de colores. El perfil de los cuerpos se hizo asimismo menos
riguroso, y el contorno se rompió liberando la densidad de la masa coloreada
que contenía, que fue perdiendo su inercia. Luego fue introducida la elegancia;
fue tan exagerada la riqueza del vestido y de las pelucas, que el detalle
cubrió algunas veces el elemento a que anteriormente se había concedido tanta
importancia a causa de una convención sin relación con la estética.
⇦ Pájaros posados en
una acacia (Beni
Hasan). Pintura tebana de la tumba de Khnumhotep realizada durante el reinado
de Amenemhet II o de Sesostris II, hacia 1950 a . C. Cada una de las aves ha sido
estudiada muy cuidadosamente y sus caracteres especificas se reproducen con
exactitud propia de un ornitólogo, pero concediendo una importancia secundaria
a la verosimilitud del conjunto. Los pájaros aparecen yuxtapuestos simplemente,
sin crearse ninguna relación entre los mismos, como si el espectador también
debiese contemplarlos por separado.
La tumba de Snefru (Tebas). En este mural de la
tumba del gobernado: de Tebas durante el reinado de Amenofis II, es atendido
por su hermana y esposa Meryt-Amon en una ceremonial ritual.
|
Se ha pretendido a menudo que el arte de la
pintura no apareció realmente en Egipto hasta la XIX Dinastía , en el
momento en que la liberación del artista, producto de la reforma amarniense,
daba todavía sus frutos, a pesar de que se produjera un retorno a la tradición
clásica. Sin embargo, basta con estudiar los animales representados en la
escena de caza de la tumba de Kenamon, alto funcionario de Amenofis II
(mediados del siglo XV a.C.) para convencerse de lo contrario.
Todo depende del artista y, sobre todo, del
tema. Pese a estar muy próxima al expresionismo amarniense, la escena de caza
de Kenamon -que no deja de ser un cuadro "ritual"-, permite apreciar
claramente las limitaciones impuestas por ese ritual, aun habiendo sido muy
hábil y sensible el pintor.
Dentro de un conjunto representado por ese
museo de la pintura egipcia que es la gran necrópolis nobiliaria de Tebas, hay
que asegurarse de la fecha de la pintura, del tema expresado y de la calidad
del artista, si se pretende hacer un estudio serio. Los pintores fueron siempre
anónimos, pero cada uno de los que fueron elegidos para dirigir la decoración
de una capilla era, en verdad, un auténtico maestro.
Por ejemplo, el "maestro de
Usirhat", que sabe dar a sus pinturas un aspecto de ágil esbozo, casi
inacabado, que transparenta una juventud y una gracia infinitas; el
"maestro de Nakht" (tumba n.0 52), con una pintura de formas todavía
muy simples, a pesar de haber dejado atrás los tiempos de Tuthmosis III; el
"maestro de Amenemhet" (tumba n.0 82), en quien las líneas se afinan y
los colores adquieren ya unas degradaciones preciosas.
Cada vez más, el detalle anecdótico se hace
presente en las escenas campestres, y también van siendo más frecuentes que en
tiempos anteriores los toques de pintura aplicados directamente sobre el fondo,
como técnica que sustituye al dibujo minucioso que el colorista tiene por
misión iluminar. Así quedan "trazados" los sicomoros y las acacias,
los montoncitos de trigo e incluso determinadas siluetas de marineros.
Por supuesto, continúa siendo un detalle de
virtuosismo en la tumba de Menena, la célebre escena de caza y pesca en los
pantanos, ilustrada por aquellos ademanes del difunto lanzando su boomerang o
la larga pica. Son innegables el encanto y la belleza de la mujer y las hijas
del dueño de la tumba; su mundo irreal queda animado y el hálito de su vida las
hace respirar.
El cuerpo de la hija sentada en el suelo,
completamente desnuda, fue trazado con una pincelada, y a pesar de la delgadez
de sus miembros, su ademán de lanzar un capullo de flor de loto lleva al
espectador a sentirse partícipe de la escena. Uno de los personajes más atractivos de
esta tumba, tal vez sea aquel portador de un antílope, donde parece que el
pintor lo haya concentrado todo para impresionar los sentidos de quien lo
contempla. La autenticidad de los gestos, la suavidad un tanto misteriosa del
rostro del joven efebo, la delicadeza del animal, la presencia de la vida, la
sutileza de los tonos, que van degradándose del castaño gris hasta el pardo
rojizo, y la luminosidad que proporciona la larga mancha blanca en el pelaje
del cuello y la parte trasera del animal, así como en la inmensa córnea del
hombre. Todo hace de este pequeño cuadro una obra maestra tan original como
característica de una época próxima al reinado de Amenofis III.
A partir de esta época, el movimiento se
hace más intenso. Ya se subraya con cierto énfasis en tiempos de Tuthmosis IV.
El "maestro de Tchanini" (tumba nº 74) le dará incluso cierta
truculencia cuando pinte unos soldados de Nubia, extremadamente musculosos como
buenos luchadores que son, desfilando casi como si danzaran, provocando algún
desorden en su peinado y haciendo que se agiten las colas de los gatos salvajes
colgados de sus taparrabos y de las jarreteras.
Joven esclava en la tumba de Rekhamara (Tebas).
Con lÍnea elegante y difuso colorido, el pintor recrea el momento en que una
sirvienta sirve a una invitada al gran banquete funerario.
|
Deambulando por esta prestigiosa necrópolis,
podrían citarse multitud de capillas, para cuya decoración los ministros y
altos funcionarios de los reyes de las XVIII y XIX Dinastías, escogieron a
verdaderos pintores, quienes, aun observando estrictamente la ley impuesta,
dejaron plena constancia de su arte y expresaron su personalidad, a pesar de
todas las convenciones.
Deteniéndose por unos instantes en la
ilustre tumba de Ramose, que es la escena funeraria más importante de la ribera
izquierda de Tebas, se encuentra a las plañideras, que gozan de celebridad
universal. Sus altos cuerpos, revestidos de túnicas azuladas por la polvareda
del suelo, resultan todavía más alargados por el plisado del lino, sombreado de
negro. Lanzan un estridente gemido; grandes lágrimas se deslizan por sus
rostros levantados hacia lo alto; sus largas cabelleras rizadas caen
pesadamente, como recordando aquella inexorable desaparición, ese desgarrador
lamento. Ese grupo de "panateneas de la desesperación", evocan todo
el dolor del Universo.
⇦ Música en la tumba de Djersekareseneb
(Tebas). A pesar de la rigidez de la figura de la música, la energía del
trazado, las masas de colores planos y la seguridad del dibujo, confieren un
gran dinamismo a la pintura.
Y, sin embargo, tal vez sea en las paredes
esculpidas de la tumba, donde el color se haya manifestado de forma más
original e inesperada. El relieve, sin duda el más delicado del mundo,
finamente cincelado en una piedra calcárea de tonos y aspecto marfileños,
parece no haber sido recubierto nunca con aquellos colores tan caros para los
egipcios. Pero, a fin de que esta magnífica composición brillara con todo su
fulgor y preciosismo, el maestro ha realzado la negrura del ojo de cada personaje:
el efecto resulta tan atractivo como imprevisto; el visitante que contempla la
decoración de esta capilla, siente un profundo respeto por la intensa vida que
le llega del abismo de los siglos.
Se está en la época de las mayores audacias,
aunque siempre respetuosas con la
Ley. Es innegable que, al contemplar una escena egipcia en la
que aparecen personajes, con sólo mirar a los ojos de los seres humanos, se
alejan, casi se desvanecen, los demás colores y formas, y toda la atención
queda prendida en la mirada (recuérdese que en la escultura exenta y en el
relieve, los ojos a menudo están incrustados para subrayar su excepcional
fulgor).
Esas innovaciones, implantadas durante el
reinado de Amenofis III, serán llevadas como estandarte por su hijo y sucesor,
aquel que fue calificado de hereje. Pocas personas, incluso las no versadas en
egiptología, desconocen la existencia de Amenofis IV -Akenatón, quien sustituyó
el nombre Amenhotep = ''Amón (fuerza oculta) está apaciguado", por el de Akenatón
="El que es útil (favorable) al Globo (del ojo) solar" (o también:
"La radiación encamada de Atón").
Explicar el funcionamiento de esas fuerzas,
sin las cuales no podrían existir ni la naturaleza ni el hombre, y perpetuarse,
dar una idea de la prodigiosa energía del demiurgo, no consistirá nunca en
sumergir al hombre en un abismo de terror, ni mantenerle apartado, como en
otros tiempos, del contacto con el concepto divino. Se precisa, pues –y siempre
gracias a las imágenes-, comentar este conocimiento y esta fe, y acercar su
imagen perceptible a todos los seres.
Akenatón no podía imponer libremente ni de
manera total su reforma en el feudo del dios oculto, en el que tantos
"iconos" hay con las formas que el sacerdote sabio otorga a las
manifestaciones de éste. En ese Karnak, consagrado ante todo al rey de los
dioses -o mejor dicho, a la más eminente expresión del dios que se había
logrado ofrecer hasta aquellos momentos-, es donde el rujo de Tiyi y de
Amenofis III impondrá primero, con retumbar de trueno, la presencia del globo
del ojo solar, el cual estará provisto muy pronto de rayos terminados en manos,
para que signifiquen el dominio total de su majestad en el mundo.
El joven faraón será quien instruya
personalmente (según rezan los textos) a sus artistas, ya que la forma
tangible, al igual que el dibujo o la pintura, deben plegarse, desde ahora, a
la nueva teología. Ante todo, dos factores: el rey es la más noble expresión de
la acción divina y, en cierto modo, debe ser la demostración concreta de la
obra del demiurgo. Es instrumento y servidor de éste, y gracias a su mediación,
la creación queda asegurada.
Las primeras representaciones del soberano
adquieren una forma semejante a la de un hermafrodita que parece estar
investido, como cualidades hermanadas, de la fuerza de fecundación. Pero hay
que alejarse al máximo de lo abstracto, evitar el aderezamiento de los dogmas
que han utilizado las formas y los colores para convertirlos en una escritura
convencional. Aunque conservando los, hábitos y exigencias ancestrales, de los
que no llega a liberarse el artista (rostros de perfil, ojo de frente, etc.),
ahora, sin embargo, las cosas ya no serán representadas tal como deberían ser
idealmente, tal como el espíritu las concibe o las reconstruye y analiza, sino
tal como se ven desde el ángulo bajo el que se contemplan.
⇨ Horemheb ante Horus (Saqqarah). Esta pintura de la
tumba de Horemheb muestra al faraón dirigiéndose con cierta familiaridad al
dios Horus, de cuyos sacerdotes era su supervisor.
En Akhetaten, "el Horizonte del
Globo" (la actual
Tell el-Amarna), los artistas podrán expresarse sin
obstáculos: las pinturas halladas sobre todo en los restos de los edificios
reales (es decir, en las estancias donde vivieron los soberanos) han
proporcionado la prueba más reciente de lo dicho antes. Pero ya, el palacio
real de Malgatta, en el sudoeste de Tebas, donde se habían instalado Tiyi y
Amenofis III, había iniciado, con sus decoraciones murales, las tendencias del
nuevo arte.
Como ilustración de la pintura amarniense,
centrándose en el estudio de dos innegables obras maestras: las princesas a los
pies de su madre (conservada actualmente en el Ashmolean Museum de Oxford), y
la decoración mural de la pajarera del palacio norte deTell el-Amama, al
parecer última morada de la
reina Nefertiti.
Escribas trabajando (Saqqarah). Relieve de la tumba
de Horemheb que reproduce lo que al parecer es una escuela de escribas dada la
juventud de algunos de los protagonistas de la escena.
|
Dejando de lado el simbolismo de toda
aquella época, porque continúa aplicándose el simbolismo a las formas, como es
el caso del desmesurado alargamiento de los cráneos principescos, que
intentaba, tal vez, evocar una imagen cósmica, es evidente que el tipo físico
del soberano y de sus descendientes fue voluntariamente estudiado sin
indulgencia por el artista, cuyo talento debía estar, ante todo, al servicio de
la sinceridad.
En dos de las seis hijas de la pareja real
(las conservadas en el Ashmolean Museum) aparecen taras físicas: el tipo
dolicocéfalo resulta muy exagerado; el largo cuello no presenta aquella elegante
curva tan apreciada, sino una serie de pequeñas protuberancias; la pelvis,
excesivamente hinchada, produce una impresión de dejadez; el abdomen se destaca
con los pliegues prominentes del estómago y del pubis; los muslos hinchados por
cierta obesidad y, a partir de la rodilla, la pierna queda delgada y enjuta.
Nunca se había "escudriñado" tanto
en el detalle del cuerpo; y el color, sabiamente aplicado, evitando los tonos
vulgares, evoca la redondez de las carnes, el estiramiento de determinados
músculos y, mediante sombras y luces, hace palpitar a ambos cuerpos. Ahora, los
dedos adquirirán una agilidad extraordinaria, los dedos gordos de los pies dan
a éstos una animación casi estremecida, y el rostro -todavía iluminado por ojos
excesivamente importantes- tiene una plasticidad sugerida de forma
sorprendente. El dibujo de los labios, completado con el color, hace aparecer
tres cuartos de boca, y la sutil sensualidad de ésta queda realzada por las
comisuras que dan relieve a las mejillas. La frente, muy deprimida, termina
imperceptiblemente en la cresta de la nariz prolongada por una elegante línea
hasta el pequeño apéndice arqueado de las ventanas nasales, dando la impresión
de respirar con exquisita delicadeza. Con objeto de destruir la irrealidad de
los grandes ojos maquillados, vistos de perfil, dominados por unas cejas
inmensas, los párpados aparecen ribeteados por un ligero trazo rojo oscuro: con
ello, se enriquece el modelado del rostro.
Con un ademán, una de las niñas se vuelve
hacia su hermana y le toca el mentón, con gesto afectuoso. Las infantas,
totalmente desnudas, aparecen coloreadas sin tener en cuenta las convenciones
habituales: su piel es roja como la de los egipcios, como lo es la imagen de la diosa Hathor. La
originalidad del artista es absoluta. Las princesas están sentadas sobre dos
pequeños almohadones color rojo; se perfilan sobre una tela casi análoga a la
que recubre el puf en el que está sentada su madre (sólo se ve el talón de la
reina). Por añadidura, el final de la ancha faja roja de la vestidura real
termina encima del almohadón. Y, sin embargo, esas hijas de Amenofis IV,
destacan con su sorprendente tonalidad superpuesta, que puede ser, mutatis mutandis, el primer camafeo que
se conoce en el mundo.
⇦ Las dos hijas
menores de Akenatón
(Ashmolean Museum, Oxford). Detalle de un fresco procedente de la residencia
real de Tell el-Amarna que representa a Akenatón, Nefertiti y sus seis hijas
reunidos bajo un dosel. Aquí observamos los frágiles cuerpos desnudos y rojizos
posados sobre un almohadón, perfilándose sobre una imaginativa composición
cromática. La actitud de las niñas es espontánea e infantil, lo que aleja a
esta pintura de la tradición por la que se mostraba a los niños como adultos en
miniatura.
En Amarna, puede verse la increíble agilidad
de unas plantas exuberantes, cuyas pesadas corolas fuerzan a los tallos a
encorvarse graciosamente. Las flores enmarañadas, las direcciones contrapuestas
de los elementos vegetales evocan la animación del pantano, el rumor de una
vegetación que, dentro de su espesura, ofrece un refugio ideal a unos pájaros
de ensueño. Parece como si la brisa levantara la flor del papiro para que pueda
verse al martín pescador, esmaltado de blanco y negro, que con su pico remueve
el estanque de irisadas aguas.
En la base de los cañaverales, crecen altas
membranas rosáceas, como llamas entrecruzadas, que abrazan a esa decoración
paradisíaca, proporcionándole una calidez desacostumbrada. Aquí y allá, se ha
abierto la flor del loto para iluminar con su azul celeste la cortina de
verdor. Próximos al estanque, sobre un fondo negro, unos ramilletes de
gramíneas proporcionan todavía más refinamiento, recordando los llamados
"tapices de mil flores". Más lejos, una paloma azul con cola de pavo real,
da la sensación de estar incubando sobre un nido de coral.
El reflejo de la naturaleza logra aquí su
más intensa poesía y realismo; las tonalidades degradadas del pastel son
utilizadas con auténtica maestría: es el expresionismo egipcio, que ya no se
volverá a encontrar en las demás épocas del arte faraónico.
Unos años más tarde, el retomo a las
tonalidades planas, la acumulación de detalles, el abandono de la inspiración
directa, condujeron a los últimos artistas de influencia amarniense a las
formas sobrecargadas que sólo consiguieron efectos decorativos casi excesivos,
aunque de cierto encanto, en el cofre de marfil, de Tutankamon.
Sin embargo, en los inicios de la época
ramésida, antes de que se inicie la XX Dinastía , la pintura egipcia parece
convertirse, aunque sólo por un instante, en un arte casi autónomo. Unos pocos "cuadros"
ilustran esas posibilidades, a las que llegó el artista liberando su dibujo y
su color, mediante un trabajo de esbozos que trazaba sobre ostraka (fragmentos de caliza). La naturaleza, la forma, el gesto
prescinden de la sujeción ancestral y de la exageración amarniense.
Esos esbozos sobre caliza, procedentes casi
todos ellos de Deir el-Medineh, poblado por los artesanos de la necrópolis
tebana, constituyen un raro conjunto de temas estudiados por separado, que, una
vez preparados convenientemente, aparecen, "codificados", en las
paredes de determinadas tumbas tebanas. Esos primeros esbozos constituyen,
pues, la base de la decoración definitiva y ofrecen los esquemas de pintores y
dibujantes. Nada más directo y espontáneo que el lobo y el cabrito del Museo
del Louvre, o la danzarina acróbata del Museo de Turín, "haciendo el
puente" y barriendo el suelo con su larga cabellera.
En la época de los primeros Ramsés pueden
constatarse los resultados de esos intentos de independencia en el trazo, en el
color y en la intención.
El camino recorrido puede medirse con la mera comparación
entre el asno dibujado en la tumba de Panehesy (nº 16) y los de épocas anteriores.
Ya no se considera necesario evocar la
silueta del cuerpo mediante la degradación de tonalidades: aquí, jugando con el
contorno, dibujado con trazo nervioso, aquí delgado, allí pastoso, en otro
lugar de espesor decreciente, el animal aparece en plena acción. Unos toques
dan color a la cola y a la crin, y ya no ha sido necesario dibujar detrás de él
al dueño ocupado en apalearle el espinazo para comprender que acaba de ser
arreado. La cabeza enhiesta del animal, las orejas echadas hacia atrás, su
hocico ligeramente entreabierto y su ojo mirando hacia arriba, demuestran que
acaba de reaccionar: dolido, pero forzado a obedecer bajo la orden implacable
que acaba de recibir. Otro paralelismo entre dos muestras de un mismo tema, con
una dinastía de diferencia, demuestra claramente el avance del pintor ramésida.
Tomemos la escena de la vendimia,
reproducida en la tumba de Nakht (nº 52), de la XVIII Dinastía , y
en la de Ipy
(nº 217), de la XIX
Dinastía. En la
de Nakht , las vides están ordenadas en una línea regular, en
la que aparecen pintados los racimos y las hojas, unos junto a las otras, como
elementos yuxtapuestos.
⇦ Vendimia de la tumba de Nakht (Tebas).
Detalle del fresco de escenas de la
vendimia y de la caza de pájaros en el pantano del maestro Nakht que
constituye una muestra fehaciente del estilo pictórico de la XVIII Dinastía
antes de la revolución religiosa y artística amarniese. Pese a la abundancia de
detalles y una cierta atmósfera humana en esta obra, realizada hacia 1420 a .C., continúa
prevaleciendo cierta rigidez ritual en las figuras.
Todos tienen igual importancia. Los dos
hombres situados bajo la cuba, uno detrás, el otro en la misma dirección, ejecutan
un ademán automático que sólo es un símbolo: uno de ellos coge los racimos y el
otro los lleva a la prensa, que aparece dibujada a la izquierda. Por
encima de la cuba, ha sido representada la masa zumosa, todavía en su pulpa,
que los campesinos prensarán. Estos, distribuidos en dos grupos, uno frente al
otro, pisotean los frutos, agarrándose con una sola mano y en el mismo lugar, a
unas cuerdas rígidas. Entre los dos cuadros, y por encima de la cuba en que cae
el zumo, cuatro tiajas ocupan un registro superior.
Todo ello continúa siendo una escritura
jeroglífica ampliada, aunque los signos están dispuestos en cuadros evocadores.
Por el contrario, en la tumba de Ipy, se está ante una realidad, a la que se
han plegado al máximo las convenciones. A la derecha, continúa dibujada la
escena de la cuba, pero las anchas hojas de la vid, vistas de frente y de
perfil, están dispuestas de modo irregular y su enmarañamiento con los racimos,
recuerda la fantasía, la asimetría y la exuberancia de la naturaleza. Los
tonos no corresponden a los colores planos, y el pincel del artista ha sabido
evocar el color cobrizo de las hojas y el aterciopelado ceniciento de los
Erutos repletos de zumo. Los vendimiadores resultan especialmente vívidos, su
actitud se aparta de las rígidas convenciones, a pesar de responder todavía a
las leyes del dibujo egipcio. Las rodillas están dobladas, los cuerpos se
proyectan hacia delante o hacia atrás, y las jarras de vino están dispuestas en
el suelo, ante el espectador, para que las vides puedan ocupar la parte
superior del cuadro.
⇨ Detalle mural de la
tumba de Nefertari (Tebas).
Las pinturas murales de la tumba de la esposa de Ramsés II están consideradas
las más espléndidas del Valle de las Reinas. Saqueada poco después de su muerte
y ocultada su entrada más tarde, permaneció olvidada durante siglos hasta que
fue localizada en 1904. Aquí vemos a la reina juango al senet.
No hay rigidez en el trazado, no se utiliza, como en el pasado, artificio alguno para evocar el contenido fuera del continente: sólo una línea de granos recuerda, en la superficie de la cuba, la uva que se acumula bajo los pies de los vendimiadores. Estos se agarran con ambas manos a las cuerdas que les sostienen en su acción: dos cuerdas aparecen casi tensas para demostrar la tracción a que están sometidas, en tanto que la tercera aparece floja, ya que quien la sostiene se ha vuelto, dejando en suspenso su esfuerzo, para contemplar a sus compañeros situados bajo la cuba.
También aquí, el trazo que delimita los
personajes aparece reforzado en determinados Lugares para evocar debidamente su
silueta, y unos toques irregulares sugieren las diferentes cabelleras. Las
expresiones de los rostros son obra de un artista. Finalmente, éste ha pintado
de amarillo todo el fondo de la escena para proporcionar mayor ambiente a este
conjunto. De la misma época y en la misma tumba, es la escena de pesca en la
que unos personajes, a pesar de cierta rigidez en sus ademanes, animan la
visión del trabajo de sólidos fellah,
cuyas preocupaciones dibujadas en el rostro, no tienen nada de abstracto.
Ese primitivismo de la mejor ley, esa rudeza
campesina y espiritual, aparecen también en el grupo de dos pescadores en
disputa. El de más edad, con cabellos blancos, tira con suavidad de la cuerda
que el más joven, de cabellos negros, le arrebata enérgicamente y con aire agresivo.
Al fondo de la escena hay dos acacias, esbozadas con unos pocos trazos de
pintura roja y verde, y las vainas de los árboles han sido señaladas por el
pintor con talento y fantasía, por medio de manchas negras y azules,
juiciosamente distribuidas con gran agilidad.
Por desgracia, esta liberación será pronto
abandonada y los logros conquistados con tanta lentitud quedarán absorbidos de
nuevo por una codificación que, poco a poco, ahogará definitivamente la
iniciativa y el genio individuales.
La
decoración de la tumba de la gran esposa real, Nefertari, la preferida de
Ramsés II, es todavía un testimonio del punto culminante alcanzado por la
pintura monumental oficial. En las paredes, el dibujo ha sido sustituido por un
ligero modelado en yeso, y en ellas, dioses y diosas aparecen coloreados al
modo clásico, igual que en épocas anteriores, y únicamente la abundancia de
detalles y el colorido revelan la época de su realización (a excepción de
algunos acentos dados al rostro). Muy distintas son las imágenes de la reina. Su figura aparece
representada con toda naturalidad y con los atavíos de su tiempo; el espectador
queda sorprendido ante la variedad de adornos y joyas.
⇦ Detalle
mural de la tumba de Nefertari (Tebas). Entre los muchos motivos
temáticos de los espléndidos murales de esta tumba tienen un capítulo especial
las deidades, entre ellas la
de Naos.
Pero por primera vez aparecen en el cuerpo humano la degradación de tonalidades que hace resaltar la redondez de los miembros, las sombras y luces en el rostro de la soberana, el bello color de sus carnes, transparentándose ligeramente la sangre bajo la piel de las mejillas, de la nariz y del mentón. Sin embargo, a pesar de este afán de realismo, de sugerir la humanidad de la reina, sorprende la forma en que han sido tratados los pies: sólo aparece el dedo gordo. Ello no puede atribuirse únicamente a incuria; entonces, ¿cómo explicar esta distorsión en la representación de la naturaleza? Este detalle nos lleva a destacar la existencia de un obstáculo que no pudo ser superado, y al establecer comparaciones con otras pinturas contemporáneas, resulta inevitable la reflexión.
Pero por primera vez aparecen en el cuerpo humano la degradación de tonalidades que hace resaltar la redondez de los miembros, las sombras y luces en el rostro de la soberana, el bello color de sus carnes, transparentándose ligeramente la sangre bajo la piel de las mejillas, de la nariz y del mentón. Sin embargo, a pesar de este afán de realismo, de sugerir la humanidad de la reina, sorprende la forma en que han sido tratados los pies: sólo aparece el dedo gordo. Ello no puede atribuirse únicamente a incuria; entonces, ¿cómo explicar esta distorsión en la representación de la naturaleza? Este detalle nos lleva a destacar la existencia de un obstáculo que no pudo ser superado, y al establecer comparaciones con otras pinturas contemporáneas, resulta inevitable la reflexión.
Entremos, por ejemplo, en la tumba de
Usirhat (nº 51), de fines de reinado de Sethi I (XIX Dinastía), y quedaremos
admirados por la composición decorativa que recuerda una miniatura persa: aquí,
el difunto, acompañado por su madre y por su esposa, recibe la libación de la
fresca diosa del sicomoro.
La
piel de Usirhat es de un moreno rosado y sus pies, en los que no falta detalle,
están protegidos por unas lujosas sandalias blancas. Unos colores sabiamente
dosificados colorean los cuerpos de las dos mujeres que le acompañan. Su madre
tiene la piel algo más oscura que la esposa, y sus pies, de perfil y
enteramente visibles, están dibujados con toda minuciosidad.
Por el contrario, la diosa que tienen
enfrente, colocada como símbolo sobre la imagen del estanque, se sostiene
arcaicamente sobre pies sin detalle de dedos, amarillos como el oro en que
están representadas las carnes de los dioses. Todos ellos son intemporales:
impera la convención.
Este era el punto esencial que, probablemente, era preciso
respetar.
⇨ Detalle
mural de la tumba de Pashedu (Deir el-Medineth). Con el espectacular
fondo de jeroglíficos vemos al propietario del sepulcro arrodillándose detrás
de una palmera que aparece en primer plano confiriendo a la escena un cierto
tono teatral.
Aunque, por otra parte, el artista pudo
entretenerse en perfilar los miembros superiores con el oficio que tan lenta y
costosamente adquirió con la
tradición. Su predilección por la realidad pudo expresarse
mediante el color rosado que dio al rostro de la noble tebana; incluso animó
sus mejillas con un ligero maquillaje. Así descubrimos en la fosa tumbal que la
bella reina Nefertari no podía ser tratada completamente como una simple
mortal: el artista, por muy enamorado que estuviera de su modelo, se encontraba
religiosamente limitado en sus posibilidades gráficas y coloristas.
Para concluir, repitamos que los logros del
pintor, la expresión del dibujante, tendrán que desaparecer lentamente durante
el último período del Imperio Nuevo: esta agonía, que va restando
progresivamente vida al arte de la pintura, se intensifica en las últimas
tumbas situadas al oeste de Tebas.
Pero la progresiva inclinación hacia el tipo
de vi ñeta del Libro de los Muertos
que en adelante figurará, ampliada, en las tumbas, congela las tonalidades, las
líneas, el movimiento, la inspiración: el color vuelve a desempeñar de nuevo el
papel que le había sido asignado por el rito; es mero lenguaje mágico sin que
prácticamente tenga nada que ver con la representación real -a veces, incluso
realista- del mundo viviente.
Fuente:
THistoria del Arte. Editorial Salvat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.